📖Capítulo 22: Acción y reacción📖
—Patrick, esto es ridículo —señaló Savannah—, deja el bolso en el suelo.
Connor, que se encontraba de pie junto a su hermano, bufó e intentó llamar su atención. Patrick apenas alzó la vista; lo miró un instante y luego volvió a concentrarse en su tarea.
—¡Me niego! —exclamó el pelirrojo cruzándose de brazos. Se lanzó sobre la cama de Patrick (la más prolija de las dos) y arrojó la almohada, que reposaba contra el respaldo, al suelo—. Llevas compartiendo habitación con él desde antes que yo naciera.
—¿Ya regresaron? ¡Escuché a Patrick! ¿Por qué nunca nadie me cuenta lo que ocurre en esta casa? —preguntó Alexia entre jadeos y pisadas apresuradas. Su voz se fue haciendo más intensa hasta que Patrick sintió su presencia en la entrada de la habitación, junto a Sam—. Última... vez... que subo... así.
—Nick todavía no aparece —le dijo Connor—, pero debe haberla cagado en grande o Patrick no estaría yéndose de su propio cuarto.
—¿Patrick, qué?
—¡Lenguaje, Connor Abel Sommer! —rugió Savannah.
—¿Por qué estás guardando tus cosas?
—No te va a responder —articuló Connor, sin indicios de querer disculparse por la grosería. Resopló. Patrick vio sus pies alejarse un par de centímetros—. Haz lo que quieras, de todas formas mamá no te va a dejar.
—¿No lo va a dejar hacer qué? —quiso saber Alex.
—Solo dinos qué pasó entre tú y Nick —pidió Savannah exhausta.
—¡Yo no quiero compartir pieza con él! —chilló Connor.
Pero no fue hasta que Emmet comenzó a llorar que Patrick perdió los estribos. Lanzó el bolso contra la muralla, se agarró la cabeza como si de esa forma pudiera retener la última gota de cordura que le quedaba y, mirando el techo, lanzó un grito con tal estruendo que el más pequeño de los Sommer cesó el gimoteo de inmediato. Los demás hermanos no se atrevieron a abrir la boca tampoco. Estaban estupefactos, confundidos y hasta se les veía un poco atemorizados (según Savannah me contó).
Patrick suspiró y se despejó la cara. Tenía el cabello muy largo y los rizos podían llegar a cubrirle sus ojos oscuros si no los apartaba de tanto en tanto. Sintió las manos húmedas debido al sudor que le corría de la frente. Se limpió en los pantalones y se ordenó tomar una ducha cuanto antes. Había olvidado la cantidad de días que habían transcurrido en la Vida Terrestre desde que se fue, pero en Coma contó más de un mes y no creía que su cuerpo fuese a resistir un día más sin jabón ni agua caliente.
Levantó la cabeza y volvió a prestarle atención a sus hermanos. Savannah había tomado en brazos a Emmet para que dejase de llorar. Alexia le tarareaba una canción al más pequeño de los Sommer mientras se dejaba tocar el rostro por sus diminutas y curiosas manitos. Connor se mantuvo alejado de ellos; sus ojos verdes parecían estar inyectados en sangre. Patrick nunca había comprendido de quién había sacado Connor esa agresividad que por desgracia lo caracterizaba. Había hablado con sus padres al respecto, pero ellos le insistieron una y otra vez que nada más se trataba de una fase, que era propio de los adolescentes, incluso si él nunca actuó así. Patrick quiso informarles que él sí se comportó de ese modo por un tiempo, un tiempo indefinido cabe destacar, y en un lugar al que pocos regresan. No fue una buena persona durante ese periodo, y no quería que Connor terminara como lo fue él alguna vez, como lo estaba siendo Dominic.
Para su asombro, fue Savannah quien cortó el silencio antes de que él siquiera pensara lo que le diría a su hermano.
—Connor, deja de gritar como si tuvieras seis años.
—Me tratan como si los tuviera —replicó el muchacho.
—Eres el menor y estás obligado a obedecer a tus mayores —ordenó Patrick.
—¿Entonces no tengo opinión? —Connor bufó. Estaba a punto de explotar de rabia—. Que tú te hayas peleado con Nick no es mi culpa. ¡Yo no quiero compartir cuarto con él! —insistió.
—¿Por qué no? —preguntó Alexia de pronto.
Por primera vez, Patrick reparó en lo distinta que se veía su hermanita desde la última vez que la vio. Frunció el ceño de forma tan exagerada que la chica se tensó de hombros y se agarró los codos. Se acercó temerosa a Savannah.
—¿Qué diablos te hiciste en el cabello? —le preguntó Patrick—. Pareces un niño.
Connor soltó una risa sarcástica.
—Es que ahora se cree niño —respondió con una mueca.
—¡No me creo...! —El inconfundible ladrido de Dionisio cortó su oración.
Enseguida, oyeron que alguien abría la puerta del primer piso; la risa de su madre le comunicó que ya habían regresado de la cita con la obstetra y el grito de su padre le generó una sonrisa. Patrick tuvo el impulso de correr escaleras abajo y abrazar a sus padres, pero ese algo que siempre se entrometía en sus relaciones interpersonales lo detuvo. A veces lo odiaba, pero luego de casi dieciocho años conviviendo con ello, se había acostumbrado y hasta le había agarrado cariño. Decidió quedarse en la habitación junto con todos los demás y esperar a que vinieran a él. Notó que todos sus hermanos habían optado por lo mismo. Sonrió. Se sentía bien pertenecer a un lugar.
—¿Acaso ya todos están muy grandes para contestarle a su querido padre? —preguntó David al llegar a la puerta abierta—. ¿Ahora es cool ser indiferente al amor? —añadió con un ligero tono de dramatismo.
Savannah le respondió con un beso. Emmet estiró los brazos y exclamó "apá" las suficientes veces para que David lo tomara y lo dejara subir hasta sus hombros. Luego de unos segundos se aburrió y protestó para volver con su hermana mayor.
—¡Patrick! —exclamó Victoria con una sonrisa—. Lizzy no me dijo que llegarías hoy. —Entró en el cuarto y le echó una rápida ojeada que la desconcertó lo suficiente para que la alegría de su rostro se desvaneciera—. ¿Qué pasó aquí?
El chico se mordió el labio.
—¿Dónde está Dominic, cariño? —añadió David preocupado. Emmet le susurró algo al oído que le hizo fruncir el ceño y centrar su atención en el bolso a medio hacer que reposaba en el suelo. Compartió una mirada rápida con su esposa antes de continuar—. ¿Qué estás haciendo, Patrick?
—¡Quiere cambiar de cuarto conmigo! —bramó Connor cruzándose de brazos—. Yo no tengo la culpa de que se haya peleado con Nick. No voy a cambiar. Papá, ¡es injusto!
—Y tú eres intolerante —dijo Alexia con semblante serio.
Patrick parpadeó asombrado. No recordaba haber escuchado a Alex nunca hablarle a su hermano con ese tono. En realidad, Alexia solo se expresaba como una caricatura para niños. A veces Sasha le recordaba a ella, pero incluso la melliza era capaz ponerse firme si se lo proponía.
Connor le respondió con un insulto, lo que llevó a que Savannah interviniera y que Emmet se volviera a estresar. Patrick regañó a su hermano actuar como un cretino; antes de que el pelirrojo se volviera para contestarle, David estampó una biblia, que reposaba en el librero de la habitación, contra el escritorio. Todos se quedaron petrificados, con los ojos clavados en el enorme libro que sostenía su padre con ambas manos. Victoria se cubrió el estómago de manera instintiva, no sin antes lanzarle una mirada de reproche a David.
—Esta es una casa, no un gallinero —dijo su padre—. Resolvamos esto como humanos civilizados en lugar de gritarse los unos a los otros.
—Yo no tengo nada que ver en esto —protestó Savannah. Su padre asintió.
Sam le hizo una ademán a Alexia para que la acompañara a otra parte. Victoria las siguió por detrás. Patrick lamentó no haberla abrazado.
—Patrick, estoy esperando una explicación válida que me clarifique por qué tu habitación parece haber sido alcanzada por un tornado. —David frunció el ceño. Y, al instante, gritó.
Algo pesado cayó sin previo aviso sobre el escritorio de madera que Patrick y su hermano compartían; el viejo mueble no resistió la fuerza del impacto y se desplomó junto con dos figuras ocultas bajo una neblina, que aullaron de dolor en cuanto sus cuerpos chocaron contra el suelo de madera. Patrick vio con pesar a su querido escritorio hecho añicos, pero no tuvo tiempo de rendirle el luto que merecía, ya que que su atención se desvió hacia ambos hermanos, ahora reconocibles sin el humo blanquecino que los había camuflado hacía unos segundos.
—¿Por qué Grace hace que parezca tan sencillo Canalizar? —protestó Elizabeth poniéndose de pie. Se sacudió los restos de caoba de la ropa y, mientras se arrancaba las astillas de las manos, dijo—: Todo suyo, caballeros, tengo asuntos que atender.
Dominic se sobó la muñeca y miró a su hermana con desdén.
—Elizabeth —fue todo lo que Patrick consiguió articular.
—Novio —contestó ella con una pequeña inclinación—. Estaré en casa por si quieres venir más tarde.
Esta es tu casa, le respondió él.
Elizabeth le dio un rápido beso de despedida en la mejilla y desapareció tras una neblina medio amarillenta. Patrick sonrió enternecido. Hacía su mejor esfuerzo.
David se dirigió a Dominic con expresión severa, pero fue Patrick quien tomó la palabra.
—No voy a volver a compartir nada de mi vida con Dominic. Quiero cambiar de cuarto con Connor.
—¡No! —protestó este último.
—¿Y eso por qué? —inquirió David con cara de póquer.
Connor alzó los brazos.
—¡Es gay!
Dominic se mantuvo callado, pero Patrick juraría que lo vio perder el equilibrio. Su mirada reflejaba una profunda tristeza enmudecida. Como si estuviera evidenciando una tragedia de su infancia que creía desaparecida.
—Le estaba hablando a tu hermano —contestó su padre, quizás incluso más turbado que Patrick por el incongruente justificativo de Connor.
¿Se habría referido a eso Alexia cuando lo llamó "intolerante"?
—Apuesto que Patrick no quiere compartir habitación con él por el mismo motivo —contestó Connor—. Solo está inventando excusas...
—Cállate —lo cortó David con rigidez. Tenía el mentón levantado y la espalda erguida—. Faltarle el respeto a tu hermano es faltarle el respeto a tu familia, y eso no te lo aguantaremos tu madre y yo jamás. —Connor agachó la cabeza—. ¿He sido claro?
—Sí —respondió con un hilo de voz.
—Vuelve a tu habitación.
Connor lo miró confundido, pero no dijo nada. Sabía que desobedecerle en un momento como ese lo sentenciaría por al menos un mes. Se le despojaría de todo mínimo privilegio, y sus demandas y opiniones perderían absoluta validez; tales como, el negarse a intercambiar cuarto con su hermano mayor.
Connor estaba en esa edad en la que rebeldía parecía ser la única herramienta de defensa contra tus injustos e incomprensibles padres, pero también entendía los riesgos que implicaban contraríarlos. Le asintió a David y, todavía con el enfado dibujado en la frente, salió del dormitorio.
(Un segundo... ¿no estaba yo narrando desde el punto de vista de Patrick? Oh, bueno, supongo que mi editor se encargará de eso).
Su padre cerró la puerta y los miró con esa expresión que no auguraba un buen desenlace para ninguno de los dos. Patrick se mordió el labio. Se preguntó qué tanto tiempo estaría castigado si Canalizara a China en ese mismo instante.
Dominic le tocó el hombro con timidez.
—¿Quieres cambiar de cuarto? —le preguntó. Patrick esquivó todo contacto visual con él—. Lo siento —añadió en un susurro.
—A mí no me tienes que pedir perdón —contestó Patrick molesto.
David alzó ambas cejas.
—Quiero que alguno de los dos me explique qué está ocurriendo. Desaparecen del mapa durante tres semanas y cuando regresan, parecen incluso más molestos con el otro que antes de irse.
—No nos fuimos —se defendió Patrick—. Ustedes idearon un plan, muy ridículo cabe añadir, para que nos lleváramos mejor.
—No funcionó —dijo Dominic.
—Había funcionado hasta que lo arruinaste.
—Maldición, Patrick, no es como si me hubiese metido en tu relación.
—Tienes razón. Primero te metiste en la de tu hermana y ahora en la de mi hermano.
Dominic apartó la mirada de inmediato. Si Patrick no hubiese estado tan molesto con él, se habría disculpado. Había cruzado la línea, lo sabía, pero también es de conocimiento general que la rabia nubla tu juicio y suele convencerte de sacar a la luz tus más oscuros pensamientos, esos que jamás dirías en voz alta si estuvieras razonando con claridad.
—Yo no tenía idea —reveló David—. ¿Crees que me gusta la idea de que mis hijos falten casi un mes a clases?, ¿que estén solos en un país aparentemente sacado de una de las novelas que lee tu madre?, ¿que tu hermano se fuera junto a un idiota que le acababa de moler la cara a golpes?
—Técnicamente es una dimensión, no un país.
A juzgar por la mirada que le lanzó su papá, Patrick comprendió que lo mejor era no volverlo a corregir. Incluso si se moría de ganas de explicarle que su experiencia con los demás hombres en Coma no fue para nada narnianesco, sino más bien del tipo El señor de las moscas con una pizca del programa Survival. Para nada recomendable.
Dominic dio un paso adelante.
—Ya estoy mejor.
—Sí, le pregunté a Eli cada día por ti. El padre de Kevin ya vino a disculparse. Un hombre muy agradable, por cierto. Connor y Savannah le pidieron un autógrafo, y Emmet no dejó de señalarlo a él y a la televisión en todo el tiempo que estuvo aquí.
Por un momento, su expresión se suavizó. Sus ojos volvieron a destellar ese júbilo infantil e inocente que lo hacía ser quien era. Se notaba deseoso por contarles todo lo que había pasado en el tiempo que no estuvieron en casa. Enseguida, ese brillo se apagó y el semblante serio de un padre molesto y decepcionado volvió a tomar el control de su mirada.
—¿Qué cosa tan terrible sucedió entre ustedes dos para que ya no quieran ser compañeros de habitación?
¿Por qué su papá no podía ser como esos padres que no se inmiscuían en la vida de sus hijos adolescentes? ¿Acaso esos padres solo existían en los medios de entretenimiento para los jóvenes? ¡Qué estafa!
—A mí me da igual. —La voz de Dominic interrumpió sus pensamientos.
Por el rabillo del ojo notó que su hermano tenía la atención puesta en su padre. Al parecer, lo de la ley del hielo se estaba volviendo algo recíproco. Sintió una ligera presión en el pecho, como si de pronto alguien se hubiese robado el oxígeno de la habitación. Le sorprendió averiguar que tanto el amor como la decepción le causaban la misma sensación de ahogo.
—Patrick —lo llamó su padre—, ¿cuál es el problema?
—Primero, necesito dejar en claro que quiero cambiarme de cuarto porque Dominic es un imbécil, no porque le gustan los hombres.
—Nadie cree eso. Connor no sabe lo que dice.
—A mí me pareció muy seguro —terció Dominic con cierto nerviosismo que no logró esconder.
—¿Qué pasó, Nick? ¿No te sientes tan confiado sin Dylan cerca? —inquirió Patrick—. ¿Quieres que lo traiga para que te haga compañía o tienes más clientes esperando?
—¡Patrick! —exclamó su padre.
—Bueno, querías la verdad, ¿no, papá? Tu hijo es una puta.
—Cállate —demandó Dominic con las manos empuñadas.
David perdió todo color en el rostro. Se había quedado sin palabras.
—¡Te acostaste con Dylan! —chilló Patrick—. Arruinaste la relación de mi mejor amigo porque eres un egoísta que no soporta presenciar la felicidad ajena. Todo el mundo tiene que ser igual de miserable que tú.
—¡Yo soy tu mejor amigo!
Patrick quiso responderle un millón de cosas, pero cuando sus miradas se encontraron, advirtió que los ojos oscuros de su hermano se habían cubierto con una fina capa resplandeciente que en cualquier momento se quebraría. Dominic apartó el rostro de Patrick y se limpió la cara. David se acercó y le colocó una mano en el hombro. Con un simple gesto, le pidió a Patrick que se retirara. Él no lo contradijo, y aun si lo hubiera hecho, se creía incapaz de consolar a Nick en ese momento, quien ya tenía oculta la cabeza en el pecho de su padre.
En cuanto cerró la puerta por fuera, escuchó a su hermano —que había sido tan alegre y risueño de niño, y que ahora era tan emocionalmente inalcanzable—, romper en llantos.
*******
Su vestidor nunca había estado más vacío. Era una escena triste de presenciar.
Le había arrojado encima casi todas sus prendas, zapatos incluidos. Pero la pequeña pecosa de cabello verde se mantenía firme en su lugar. Cada vez que Elizabeth le lanzaba una falda o un pantalón, la indeseable visita le sonreía a través del espejo. Y si bien era callada la mayor parte del tiempo, parecía ser que con el transcurso de los días se hacía más humana y presente en la vida de Eli. Por supuesto la pelirroja estaba consciente de que la chica era una alucinación visual generada por su cerebro defectuoso; le habían enseñado desde muy pequeña a distinguir qué es real y qué no, pero hacía años que no había necesitado practicar y ahora se sentía retrasada en las lecciones.
Se acercó a su espejo de cuerpo completo y apuntó el codo. ¿La picadura de mosquito que tenía allí era verdadera o se trataba de su mente jugándole una broma?
La imagen de ella, Kevin, Zack y las mellizas acampando se le clavó en el pecho con tal fuerza que la embistió al suelo. Intentó gritar, mas el peso de un yunque contra su diafragma le impedía tanto respirar como pronunciar el más mínimo sonido. Cerró los ojos, empuñó las manos con la desesperación suficiente para que en las palmas le quedaran las uñas marcadas y contó hasta cincuenta y tres. Cuando volvió a abrirlos, distinguió por el rabillo del ojo al número en cuestión. No lo había vuelto a ver desde el primer grado.
Se quedó sentada en el suelo, con la mirada fija en la muralla donde había arrojado la botella unas horas atrás. Nadie había limpiado y los trozos de vidrios seguían esparcidos por todo el lugar. Eli se arrastró hasta quedar junto a ellos y comenzó a hacer figuras como si se tratasen de inocentes piezas de legos. Se cortó varias veces, pero no se percató de ello hasta que las gotas de sangre comenzaron a manchar su filoso arte.
Estaba aburrida. Sus padres no llegarían hasta dentro de dos días y no tenía ganas de ver a su otra mamá. Había llamado a Kevin, pero este le había dicho que necesitaba estar con su familia un par de días. Qué terrible momento para arreglar la relación con sus padres y hermanos. También había llamado a Amy, pero Nicole había contestado en su lugar así que Eli cortó de inmediato. No quería molestarlas. Luego había intentando comunicarse con Sasha, pero tenía el teléfono apagado. John lo estaría pasando horrible, y de seguro lo que menos quería ver era a una persona pelirroja, por lo que Lisa ni siquiera le envió un mensaje. Grace le había dicho que estaba en casa de Lauren y Lauren que había invitado a Grace, pero ninguna de las dos tuvo intenciones de incluirla así que Eli les deseó una buena tarde, y las mandó a la mierda luego de colgar. No tenía la confianza suficiente para llamar a Samuel. Y Sebas se disculpó y dijo que tenía que ponerse al día con el trabajo.
Decidió intentarlo una última vez.
Se limpió la sangre en los pantalones, todavía llenos de astillas, y tomó el teléfono que reposaba bajo la cama. Con la otra mano, alcanzó una botella de ron a medio terminar y la abrió con los dientes. Tomó dos grandes sorbos antes de que le contestara.
—¡Eli, hola! —Silencio—. ¿Estás bien? —preguntó Bruno preocupado.
Esta negó con la cabeza. Luego se dio cuenta que estaban conversando por celular y soltó una risotada.
—¿Eli? —la llamó Bruno—. ¿Hay algún problema? ¿Necesitas que vaya? —La intranquilidad en su voz había aumentado notoriamente.
—Todo está... ¡perfecto! Verás, nuestros amigos de la escuela nos invitaron a una súper fiesta universitaria.
—¿"Nuestros amigos"? ¿Te refieres a "nuestros amigos" que se llevan bien con Kevin porque comparten la misma nuez de cerebro y adoran maltratarme de todas las formas posibles? ¿Esos que solo aparecen a modo de relleno porque su existencia no influye en la trama de ninguna forma?
Está bien, eso último no lo dijo.
—¡Ay! Suenas como un nerd resentido de una película de Netflix. ¿Me vas a decir que no quieres colarte a una fiesta con chicas linda, buena música y...?
—¿Toneladas de marihuana? —la interrumpió Bruno—. Y te recuerdo que tengo novia. Eli, ¿estás segura que no quieres que vaya? Podemos ver una película, y yo te preparo un postre mientras tú me cuentas lo que va pasando.
El pastel en forma de guitarra.
Necesitaba olvidar.
Ayúdame.
De nuevo, le fue imposible gritar.
—No te necesito. Debí llamar a mi novio.
—No creo que Patrick...
—Zack nunca se niega a una fiesta universitaria. Por eso lo amo.
—¿¡Eli!?
Cortó la llamada y se puso de pie. La única persona que anhelaba tener a su lado en ese momento se encontraba muy ocupada resolviendo asuntos familiares que a ella no le concernían. Aunque sí podrían haberle concernido, porque esa podría haber sido su familia y entonces el chico que estaba deseosa por besar habría sido su hermano. O quizá lo era de todos modos...
¿Por qué de pronto entraban tantos rayos de sol por su ventana?
¿Dónde estaba Quince? Hacía días que no lo veía...
Oh, por Dios, ¡sus brazos estaban sangrando!
La cabeza comenzó a darle vueltas. Fingir estar bien durante tantas horas seguidas le había estrujado el cerebro. Pensó en regresar a Coma e irse de fiesta con los demás Pacientes. Allí no tendría jaqueca, ni la perseguirían números o niñitas burlonas, pero tendría recuerdos. Su mente funcionaría de manera tan excepcional que de seguro se le vendrían a la cabeza las memorias más frescas y nítidas posibles.
Estar consciente que de ahora en adelante solo podría verlo cuando cerrara los ojos se había convertido en una tortura. Estar inconsciente, por otro lado, la alejaba del calvario que ahora era su vida. Disociarse de la realidad era su único modo de huir del dolor.
Ignoró las llamadas de Bruno y le marcó a sus amigos de la escuela. Esos amigos que solo estaban ahí para festejar y a los que no les importaba en lo absoluto cómo se sentía ella. Quería divertirse, no victimizarse. Quería reír, no llorar. No más. Quería cerrar los ojos y desaparecer toda clase de recuerdo. Desaparecer. Desaparecer. Desaparecer... Sí, eso era.
Quería desaparecer.
Cerró los ojos, estiró ambos brazos y susurró por lo bajo la dirección que le habían enviado hacía un rato.
La hora de disociarse acababa de comenzar.
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