📖Capítulo 21: Esos ojos verdes📖

De no ser porque había al menos cinco paparazzi atrincherados en la entradadel restaurante, a la espera de que salieran para sofocarlos con preguntas, la cita habría sido de ensueño. Alex nunca pensó lo invasivo que significaba ser hijo de una pareja emblemática de Hollywood. En su casa no era usual que se mirara televisión, pero incluso sin estar al tanto del mundo del espectáculo, sabía que Robert y Ashley eran famosos a nivel internacional. Todavía se le hacía extraño imaginarlos de adultos, pero supuso que con el tiempo se acostumbraría a la idea de que eran padres y miembros activos de la sociedad. Se preguntó qué aspecto tendrían ahora, cuánto habrían envejecido y si sería capaz de reconocerlos.

Buscó la mano de Lucas sobre la mesa, y para cuando al fin la encontró, ya había botado el salero y una gran copa de vino que el mesero no les había retirado, aun teniendo en cuenta que ambos eran adolescentes, muy alejados de la mayoría de edad. Avergonzada (avergonzando también es válido), apartó la mano y se disculpó. Lucas no le respondió; lo oyó reír en voz muy baja, casi imperceptible. Esa clase de risa ahogada que denota una falta de aire. La risa de alguien que no quería causar alboroto.

Mientras más conocía a Lucas, menos parecido a su padre se le hacía.

—Burlarse de una ciega es de mala educación —dijo Alexia, en cuanto el chico paró de reír.

—¿Cómo...?

Alex alzó una mano y lo interrumpió.

—Mi sentido auditivo es envidiable. Lo sé. Algo bueno que tenga nacer con un par de ojos decorativos.

—Tus... bonitos..., esos ojos. —Resopló; tardó un par de segundos en organizar sus ideas. Alex se lo imaginó frustrado, con las mejillas rojas y los músculos de la mandíbula tensos. La mano que sostenía la suya le vibraba.

—Me gustan —articuló Lucas. Su voz sonó más aguda de lo normal, y Alex sospechaba que no era debido a la pubertad—. Tus ojos son muy bonitos. Me recuerdan a la primavera. Quisiera que nos ocultaras.

—Mis ojos son chuecos. Apuntan en direcciones opuestas y me veo ridícula —argumentó Alex. Por nada del mundo se quitaría sus anteojos oscuros. Solo se sentía a salvo de las burlas en su casa y en la de sus abuelos, en el confort de su familia...

Una familia que se negaba a reconocer su identidad. Por un breve instante, deseó nunca haberles dicho quién era en realidad. La única persona que se había esforzado por comprenderla había sido su media hermana; sus padres la habían amparado, pero no podía fiarse de ellos. Desde que escuchó a su papá discutiendo con su mamá acerca de Nick, decidió no confiar en sus palabras de apoyo. Nick era su última esperanza de ser aceptada por alguien de su familia, pero no volvería hasta dentro de días, según le había dicho Lizzy. ¿Y cómo reaccionaría Patrick cuando la viera con el cabello corto hasta las orejas? Cuando le dijera que no era una niña, no todo el tiempo al menos. Todavía no estaba del todo segura respecto a su identidad de género, lo único que tenía claro era que no encajaba con el que le habían asignado al nacer. Estaba desesperada por ver a su hermano, y a la vez le aterraba que la viera vestida de "chico". Patrick siempre había sido su favorito, odiaría perderlo, odiaría que la mirara con decepción o confusión, como si en su ausencia se hubiera transformado en un bicho raro. Y a pesar de todo, se aferraba a la ilusión que la defendería y comprendería como hizo con Nick.

Dominic era un hombre que amaba a otros hombres y Alexia era una niña que, en realidad, no era una niña.

Tú lo entiendes, ¿verdad, Patrick?

Apóyame.

Sigo siendo tu hermanita. Solo que a veces prefiero que me digas hermanito.

Ámame como siempre me has amado.

¿Estás decepcionado de mí?

—¿Lexi?

—Lo siento.

—¿Qué? ¿Lo sientes? ¿Qué sientes?

Lucas apretó sus manos entrelazadas. Entonces Alex volvió a la realidad; apartó las manos y se despejó la cara. Se preguntó cuánto tiempo estuvo ensimismada, perdida en escenarios que había inventado su cabeza. De seguro Lucas no querría volver a salir con ella luego de esta desastrosa cita. Apenas sí habían charlado desde que llegaron, y ninguna de las conversaciones que habían mantenido habían sido la mitad de profundas que las que acostumbraban a tener por teléfono.

Alzó la cabeza y buscó el rostro de Lucas con las vibraciones que emanaban de su cuerpo, esas que nadie más tenía el poder de ver. Patrick siempre le decía que tenía la mejor visión que cualquiera de ellos, porque, a diferencia del resto, ella veía con los oídos, con la lengua, con la piel y con la nariz.

—Estaba pensando en algo y me distraje —le comunicó Alex—. Perdón por ser la peor cita de la historia.

—¿Qué dices? ¡Lo siento yo! —Sintió un pequeño pinchazo en el corazón al oír la tristeza que acarreaban sus palabras—. Si no fuera tan aburrido, no habrías preferido refugiarte en tu imaginación.

—Lucas, eres todo lo opuesto a alguien aburrido.

—Lo dices para que me sienta mejor conmigo mismo.

Alex formó una sonrisa traviesa.

—Ya. Quizás existan personas que dicen mejores chistes que tú, o que suelen sacarte carcajadas hasta que te duele la mandíbula y el estómago, pero no todas las personas debemos poseer las mismas cualidades. Eso sí sería aburridísimo. Eres mejor que un comediante. Eres sencillo, preocupado, gentil, educado, tierno...

Y, por sobre todas las cosas, sensible. Lucas reunía todas las características que no se esperarían de un chico. No sabía cómo decírselo sin que pensara que lo estaba insultando, así que prefirió mantener ese adjetivo como su tesoro.

—Somo un buen equipo porque yo soy la de las bromas —continuó Alex.

Lucas soltó un resoplido. Lo percibió divertido ante el comentario. Qué grosero de su parte.

—Me gusta que nos llames equipo.

—Me gusta que te guste.

Juraría que lo oyó sonreír.

—¿Qué te gustaría hacer después de esto? —le preguntó Lucas de pronto—. Pensaba que, tal vez, podrías mostrarme tu pueblo. No conozco muchos lugares así de pintorescos.

Qué bonito adjetivo para reemplazar la palabra pobre.

—Aunque me encantaría —Era cierto—, mis papás dijeron que tenían que estar a las ocho en la puerta de la casa. Ya es un milagro que me hayan dejado salir contigo

—Esto... ¿auch?

—No es por ti, Lucas —le aseguró Alexia con voz firme—. Es por...

—Mi hermano, ya lo sé. —Lucas resopló; lo imaginó de brazos cruzados, mientras rodaba sus ojos y mascullaba una palabrota que se mezclaba entre las conversaciones de los demás comensales, sin que alcanzase a llegar a los oídos de Alexia.

La joven de catorce años, de cabello rubio cereza, ojos verdes como la pradera donde había crecido y pequeñas pecas que resaltaban sobre su piel clara, temió que la conversación hubiese llegado a su fin. Si bien no podía ver su rostro, estaba segura que la expresión que tenía su cita era de enfado, o algo semejante. Percibía su disgusto de una manera inexplicable.

Alexia guardó silencio. Por primera vez desde que entraron al restaurante, se preguntó cómo era. Con ayuda de las descripciones que había hecho Lucas cuando se acomodaron en la mesa que había reservado el día anterior, comenzó a recrear el lugar: piso de cerámica rojo oscuro, tan brillante que te daba una punzada en el estómago al pisarlo; techo alto con una claraboya al centro que dejaba pasar la luz y, al anochecer, permitía vislumbrar las estrellas y la luna. Tenía una enorme lámpara de araña, hecha de cristales tornasol y en cuyas patas curvadas reposaban velas a medio derretir, que en ese momento se encontraban apagadas debido al día despejado que se hacía notar a través del tragaluz. Un saxofonista recorría las mesas y tocaba canciones de lo más conocidas, pero con su propio toque personal. Le dijo que usaba un terno negro que combinada con su color de piel y su cabello corto oculto bajo un sombrero del mismo tono. Se lo imaginó como una sombra: ágil, misterioso y escurridizo.

En cuanto estuvo por imaginarse las paredes aterciopeladas del lugar, notó que Lucas iba a hablar y concentró toda su atención en él, con la esperanza de que su humor hubiera cambiado en los pocos minutos que permanecieron callados. El chico carraspeó, un gesto innecesario puesto que Alexia ya había previsto que tenía intenciones de decirle algo.

—Yo no soy como Kevin, Alex —insistió con la voz ronca y cansada—. Ni tampoco como mi hermano mayor. —Suspiró—. A decir verdad, ni siquiera me parezco a mis padres. Hay veces en las que me pregunto de dónde rayos salí.

—Puedes ser la mejor persona del mundo entero, Lucas, pero mis padres siempre te verán como el hermano del chico que se lanzó sobre su hijo y lo molió a golpes. —Quiso añadir algo respecto a lo último que Lucas le confesó, sin embargo la revelación la tomó por sorpresa y no supo qué contestarle.

Ella siempre se sintió a gusto en su familia, comprendida y amada por todos. No conseguía ponerse en sus zapatos e imaginarse en un hogar donde todo le fuera ajeno. Donde ella fuera una foránea. Incluso ahora que había descubierto que era distinta a los demás, podía identificarse con su hermano Nick y así prepararse para las adversidades que se le vendrían encima.

Pensó con detenimiento lo que diría a continuación. Su respuesta no había sido en lo absoluto reconfortante y temía haberlo afligido.

—Mi mamá dice que le recuerdo a mi tía Maggie —continuó Lucas.

—Por eso te llevas tan bien con tu primo —dijo Alex.

—No lo creo. En realidad, siempre hemos sido algo cercanos, porque somos los que quedaron fuera. Verás, los padres de Zack, Bruno y míos son como una gran familia. Siempre han sido cercanos, y quisieron que sus hijos también lo fueran. Mi hermano mayor tiene casi la misma edad de los hermanos de Bruno, y es por eso que los tres son inseparables.

Alex pensó en su padre, y en la estrecha relación que mantenía con la tía Caitlin y el tío Daniel.

—Luego vienen Kevin, Zack y Bruno —prosiguió Lucas con la voz más apagada. Todos usaban un tono distinto cuando mencionaban el nombre de Zack—. Ellos tres podrían haber sido igual de cercanos que mi hermano con Ornella y Franco, pero Kevin nunca trató bien a Bruno. Bruno le tenía mucho miedo y siempre se mantenía alejados de ellos. Solo por eso me prestó atención a mí. Y ahora que ya no me necesita, apenas hablamos.

››Yo fui el último en nacer de la familia. Nunca voy a calzar.

Alexia al fin supo qué palabras emplear.

—Mi familia siempre ha sido muy unida —comenzó diciendo—. Todos mis hermanos somos amigos, pero cuando veo a Patrick y Nick me doy cuenta de que lo tienen ellos dos es distinto. Es como si fueran solo una persona, siempre ha sido así. Incluso si ahora sus diferencias los han distanciado. —Pensó en Dominic, en lo mucho que quería verlo y explicarle todo. Pero no podía. Se lo había prometido a Zack—. Tal vez no fui la última en nacer como tú, pero ser la hija del medio puede volverse bastante solitario.

Lucas bufó. Alexia se lo imaginó de brazos cruzados y con el ceño fruncido.

—Kevin siempre dice eso y recibe más atención que Spencer y yo juntos. Mis padres no le quitan el ojo de encima, siempre intentan corregirlo y ayudarlo, pero él rechaza a todo el mundo y luego se queja de que nadie lo entiende.

Esa descripción se le hizo familiar.

—Mi hermano Dominic es igual —comentó Alex.

—Quizá no se llevan bien porque son el reflejo del otro y no les gusta lo que proyectan.

Alex asintió con la cabeza, aun cuando no creía que ese fuera el motivo del aislamiento de su hermano mayor. En realidad, no estaba segura de por qué Nick prefería ocultarse tras un muro de concreto lo bastante alto para que solo los valientes y desesperados se atrevieran a escalarlo. Se preguntó en qué categoría entraba Zack; y sonrió, porque sabía que no existía una respuesta. Él era su propia categoría.

¿Me escuchas?

Silencio. Todavía no se acostumbraba a lo vacía que estaba su mente ahora, sin sus constantes visitas. Lo bueno de haber perdido la vista es que no tenía que cerrar los ojos para volver a verlo. Lo tenía siempre ahí, haciéndole compañía; le traía recuerdos de lo mucho que se amaron.

Claro que eso fue muchos años atrás (y también adelante) en otro mundo, en otra vida y en otro cuerpo.

Lucas decía que los ojos de Alexia eran atractivos, y que por ende debería mostrárselos al resto, pero se equivocaba. Quizá su color sí podía cautivar una que otra mirada, mas nunca alcanzaría el apogeo de sus divinos ojos verdes. Esos ojos verdes que lo enamoraron cuando pensó que ya nada valía la pena. Esos ojos verdes que lo regresaron al pasado, porque le pertenecían a quien fue, en su momento, una de las personas más invaluables que tuvo el privilegio de llamar amiga. 

Sacudió la cabeza y se obligó a apartar esos pensamientos de su cabeza. Retomó la conversación con Lucas acerca de sus hermanos. Cada vez que lo oía hablar, estaba más convencido que Nick y Kevin no se parecían en lo absoluto. Solo tenían una cosa en común: Zack. Y ambos lo habían lastimado. Nick por descuidado y Kevin... Oh, Kevin. Lo que pasaría en unos meses había destrozado a Zack a tal punto que tuvo miedo de perderlo para siempre. Fueron días oscuros, los recordaba con una nitidez para nada envidiable.

Se preguntó si Lucas le creería. No. No podía. Debía protegerlo a toda costa.

Incluso si eso significaba no contarle a Crystal que había conocido a su hijo. 

Pero bueno, esa es otra historia.

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