📖Capítulo 2: Las demás piezas del mismo rompecabezas📖

El hijo único de los Anderson aceptó las felicitaciones de sus padres; formó una sonrisa lo bastante creíble para que ninguno de los dos sospechara lo roto y confundido que se sentía, y hasta agradeció la invitación a almorzar para celebrar su grandísima estafa.

En su momento pensó que el plan sería una buena idea, pero ahora que lo había completado en su totalidad, tenía ganas de confesarles el fraude que tenían por hijo. La mentira comenzó a descocerle el corazón, que tanto le costó arreglar luego de que Eli cayera en coma, hacía casi un año.

Mientras su madre ordenaba por los tres, y su padre la contemplaba, suspicaz de ser el afortunado esposo de tan perfecta mujer, Zack se distrajo en los cuadros que colgaban en las paredes tapizadas del restaurante de cinco estrellas. Todos ellos enseñaban a los famosos que habían consumido en el local (incluida su mamá y los papás de Kev); algunas fotografías estaban firmadas por las celebridades y en otras posaban junto a los dueños, sólo unas pocas, y por tanto las más exclusivas, contenían ambos elementos.

Pensó lo grandioso que era ser famoso. Desde pequeño soñó con ocupar un lugar en alguno de esos cuadros; fue de los primeros niños en conseguir escribir su nombre, porque las ganas de tener una firma propia lo motivaron a esforzarse más que cualquiera en su salón. Sabía que la fama tenía un alto precio, pero ser conocido por todos era una ganancia por donde se viera. Y si para ello debía renunciar a su vida privada, la dejaría gustoso. O al menos, eso fue lo que siempre se dijo. Todo era distinto ahora: jamás sería un actor destacado.

Volvió a darse cuenta que estaba celebrando un sueño que no se llevaría a cabo. ¿Existía algo más doloroso que engañarse a uno mismo?

Era la misma traición que cuando se pasaba una diminuta cuchilla por el brazo; al abrirse la piel y ver su sangre escurrir hasta gotear el suelo, experimentaba ansiedad y placer; quería detenerse y soltarla, pero algo lo animaba a seguir. Alguien siempre le daba palmaditas en la espalda y le prometía que todo lo malo que lo abrumaba desaparecería con un par de cortes más.

Pero no se iba, sólo se escondía por unas horas.

Mentirse era una autolesión psicológica. Era insano, una manera tóxica de escapar de la realidad e inevitable.

No hay nada peor que tropezarse con la misma piedra, volver a recaer cuando creíste estar dado de alta.

Sentía placer al poder visualizarse en Juilliard con sus mejores amigos, pero también se lo estaba devorando una voraz ansiedad ante la sensación de que tarde o temprano lo descubrirían. Había aprendido a ocultar los cortes bajo su ropa, y sus mentiras tras sonrisas.

La mesera regresó con los platillos. Zack excuso su silenciosa actitud, argumentando que las ansias de entrar a la universidad al siguiente día lo tenían estupefacto.

—¿Seguro que no quieres que te acompañemos? —preguntó su papá, inclinando la cabeza—. Prometo que no te avergonzaré...

—Papá...

—Tanto.

Crys le dio un beso en la mejilla.

—Cariño, ya tuvimos esta conversación —dijo la señora Anderson—. Y con el dolor de mi alma, pienso que lo mejor es que no vayamos.

—¿Y si se pierde?

—Irá con Kevin y Samu.

—¿Y si ellos lo pierden?

—Tiene teléfono celular.

—¿Y si...?

—¡Papá! —protestó Zack nervioso—. Estaré bien. Lo prometo. Ya fuimos a ver la residencia, ya conozco las asignaturas y ya hablé con los profesores. —No, no y no—. Voy a cumplir diecinueve, necesito independencia.

—Eso sí que no, siempre serás mi angelito. —Crys le acarició la mejilla y Zack aprovechó de acurrucarse en su pecho como un gatito; quizás le doblaba en estatura, pero le encantaba que su mamá lo mimara como un niño.

Amaba a sus padres y jamás esquivaba sus muestras de amor, sólo se sentía mal por no ser el hijo que ellos merecían. Odiaba ser un fallo. Odiaba que ellos tuvieran que hacer de cuenta que no estaba fallado, cuando los tres sabían que así era. Porque entonces él debía esforzarse el doble para aparentar que estaba bien, y todo lo que conseguía era cansarse.

Dejó que su papá le diera un beso en la frente, mientras se concentraba en todas las otras mesas ocupadas. Se preguntó si todos eran tan felices como se veían, o si actuaban como él. Según leyó en internet, una de cada diez personas sufre de algún trastorno psiquiátrico. Así que en ese restaurante, bien podría haber diez o quince personas batallando con su propia mente, consumiendo drogas que alguien desde un sofá les recetaba... ¿Hacía cuánto que las había dejado?

A veces tenía ganas de reanudar el tratamiento, pero entonces recordaba lo que Dom le había dicho y desistía de la idea. No quería vivir controlado por una pastillita, pero el pobre ingenuo no se había dado cuenta que su cerebro enfermo había tomado el control de su vida.

Inconsciente del pésimo consejo que había seguido, se despegó de las caricias de sus padres para llevarse una cucharada de puré de camote a la boca. Zack siempre había sido bueno para comer, pero todo el almuerzo le supo insípido.

Se preguntó cuánto más podría aguantar.

Dom no le contestaba los mensajes.

Mañana "entraría" a Juilliard.

La vida le sabía insípida.

Era principios agosto, pero ya llevaba mucho tiempo muerto.



*******



Los tres futuros estudiantes de teatro quedaron de juntarse en casa de Kev para festejar la nueva vida que se les venía encima. En otras palabras: compraron la suficiente cantidad de alcohol y marihuana para reventarse toda la noche.

Grace, que se había quedado a alojar en casa de su novio, dormía en la habitación de huéspedes, inconsciente de que el mexicano se encontraba en el piso de abajo.

Kevin y Samu comenzaron a preocuparse (más el primero) cuando Zack se retrasó más de una hora. Intentaron llamarlo, pero ambos fueron arrojados al buzón de voz.

Hasta donde Kevin sabía, su mejor amigo había pasado la tarde con sus padres, y luego de eso iría directamente a su casa. ¿Y si...? ¡Oh, no se atrevería!

Se levantó y marcó furioso.

—Tienes cinco segundos para poner a mi mejor amigo al teléfono o cruzaré el país para incendiar tu maldita casa.

—Kevin, que desagradable sorpresa oír tu voz. ¿Sabías que te queda muy mal el papel de malo? —contestó Dominic con aburrimiento—. En dos fiestas pude causar mucho más daño que tú en toda tu vida. Cuida tus palabras, hijito de papi.

—¿Dónde está Zack?

—Qué se yo. Apenas hablo con él —dijo aburrido—. Pregúntale a Eli.

—Se debe estar revolcando con la basura que tienes por hermano.

—Me encantaría responderte con un insulto, pero creo que ser el indeseado de la familia es suficiente.

—Maricón.

—Psicópata.

—Muerto de hambre.

—Pero alimentado de los labios de Sasha. —Y cortó.

Samu le alzó ambas cejas.

—Voy a matar a ese pelirrojo —decretó Kev—. No sé qué le ve Zack a ese enclenque engreído.

—El mejor amigo nunca aprueba la pareja —comentó con una sonrisa relajada.

—Zack aprueba a Grace —refutó Kevin, todavía con los dientes apretados—. Todos la aprueban.

Sam se levantó por una lata de cerveza.

—Intentemos contactarlo de nuevo —respondió de espaldas a él.



*******



Dom miró la lista de llamadas perdidas. Cerró los ojos, avergonzado de su cobardía. Cuando volvió a llamar, decidió apagar el teléfono. De seguro Kevin sólo estaba exagerando.

—Se está muriendo por ti —le dijo su amiga sentada sobre la cama.

—Que se muera entonces.

—No juegues, Nick. No con su corazón. Es más frágil de lo que crees.

—Y yo no soy tan valiente como crees.

—Sí lo eres —insistió Amy—. Todos lo creemos menos tú. Por cierto, ¿qué quería Kevin además de decirte lo mucho que te odia?

—Esto... nada.

Se echó al suelo a meditar lo estúpido que era. Y sin saber cómo, terminó por evocar los dos besos más maravillosos que habían marcado su corazón. Siempre terminaba recordándolos.

Zack no se iba de su cabeza, ¿cómo podría? Él era hermoso, y por eso no podía volver a besarlo.

Él era poesía andante. Y por eso no podía dejar de amarlo.

<<Tú me robaste un beso. Ahora es mi turno de robarte el corazón>>.

Tonto estúpido, desde siempre ha sido tuyo. Y nunca será de nadie más.



*******



Daisy llegó a casa luego de su segunda cita-no-cita con Sebas. Ya saben, esa salida cuyas intenciones desconoces. ¿La invitó porque quería ser su amigo, o por qué quería ser su novio? Todavía no se los diré.

La noche seguía extrañamente húmeda; ella no le creyó cuando el español le dijo que llovería, pero ahora que lo pensaba de nuevo, el tipo era un genio, por supuesto que debería haberle creído. Suerte la suya que el chico era un caballero y le había ofrecido su paraguas. Mala suerte para Sebas que Daisy era feminista sólo cuando le convenía y había aceptado agradecida la muestra de caballerosidad, dejándolo con medio cuerpo empapado.

Subió a su habitación y, como la persona ordenada que era, notó enseguida el sobre que reposaba sobre su estante de libros.

—¿Mamá? —la llamó, pero la mujer seguía en el hospital (era enfermera por cierto, no es que hubiese tenido un accidente).

Llevaba escrito su nombre con una caligrafía impecable. Distintiva.

La letra de Zack.

Abrió el sobre, comenzó a leer la carta y...

No...

—¡No!

Salió corriendo escaleras abajo, como si no portara a un humano en desarrollo, a la vez que llamaba a todo el listado de amigos, pero entonces su teléfono sonó y se dio cuenta que la había leído demasiado tarde.

<<No dejes que el gatito gane>>, recordó.

¿Qué hiciste, estúpido? ¡Qué hiciste!, pensó histérica.



*******



Le besó salvajemente en el cuello, deseando congelar ese momento para la eternidad. Temiendo despertar y darse cuenta que todo había sido un sueño. Elizabeth era un sueño.

¿Y quién dice que éstos no se cumplen?

Aquí el truco para quedarte con el amor de tu vida muy por encima de tu alcance: sálvale la vida y condénate a morir en soledad. Puede que vuelvan a reencontrarse o también puede que te pudras solo. El que arriesga gana, el que no ya perdió.

Elizabeth dejó de juguetear con sus rizos, y lo atrajo con una pícara sonrisa.

—Me parece una falta de respeto que me mires así y no te hayas quitado la ropa todavía —se quejó Patrick aflojándose el cinturón rápidamente, con una destreza que todo virgen admiraría.

—Eras más romántico en Coma —admitió Eli, quitándole la polera con el mismo entusiasmo.

—En Coma tenía que conquistarte, ahora que me amas puedo darme el lujo de ser yo.

—¿Me estás diciendo que en realidad no eres tan asocial, ni apático, ni sarcástico? Qué estafa.

—No —contestó, desabrochándole el sujetador con una sonrisa de medio lado—. Estoy diciendo que soy peor.

—Te amo. Amargado y todo.

—Te amo. Suicida y todo.

—Supéralo, hombre.

Ahora, no tengo la certeza si lo que pasó a continuación fue justo en este instante, pero me pareció divertido arruinar el momento, así que diremos que, justo cuando ambos chicos se deshicieron completamente de su ropa, listos para entregarse al otro, ocurrió la llamada.

—¡La puta madre! —bramó el apuesto caballero de cabellos dorados, dándose un palmazo en la frente—. ¿No podías ponerlo en silencio, Pandita?

—Controla tus hormonas, señor calentura. Es el tono de Zack. —Eli estiró el brazo hasta la mesita de noche y alcanzó el teléfono—. ¿Zack? ¿Todo bien?

—¡Eliiiiiiiiiiiiii! —gritó tan fuerte que la chica tuvo que alejar el teléfono—. NO, NO, NO. ¡TU CULPA! —gritó enfurecido.

Patrick acercó el oído, preocupado. Pero ella hizo un ademán con la mano para que se relajara. Balbuceó algunas cosas que ninguno de los dos pudo descifrar. Fue entonces cuando Patrick recordó que había quedado de juntarse con Sam y Kevin, y que por tanto, un par de copas extras le habían jugado una mala pasada. Por poco pensó lo peor. Recordó a su mamá biológica por un instante, pero se despreocupó enseguida. No era como eso.

Se rieron por los esfuerzos de Zack para formular una oración coherente.

—Perdóóón. Te amo.

—¿Zack, estás ebrio? —preguntó Eli aguándose la risa—. Felicitaciones, futuro actor. Mándale saludos a Kevin. No te quiero en coma etílico, ¿de acuerdo? Mira que no estoy cerca para salvarte.

Cortó, lanzó el teléfono lejos, y le dio un beso a su querida alga.

—¿Dónde íbamos? —preguntó divertida.



*******



Kevin contestó furioso.

—¡Dónde estás metido! —gritó como un padre estricto—. Sam y yo estamos sumamente preocupados. No he llamado a tus padres, para que crean que sí estás capacitado para irte a vivir con nosotros. ¡Pero si no me das una explicación, le diré a Crys!

—¡No me grites!

—¡¡NO TE ESTOY GRITANDO!!

—¡Dices que quieres que sea felicidad pero por tu culpa estoy más confundido que nunca! ¡Nunca debí ocultar lo que siento! ¡No te necesito!

—¡Zack deja de bromear y dime dónde estás! —comenzó a desesperarse—. ¡Zack!

—¡Deja de regañarme! No... No está bien. ¡Nunca estuvo bien! Me volví una pésima persona por seguir tus consejos, por creer que era lo mejor.

—¿Zack? —lo llamó, al fin entiendo la situación—. ¿Sabes dónde estás? ¿Hay alguien cerca? ¿Puedes prender tu GPS? Quédate ahí, ¡vamos enseguida!

—¡Deja de regañarme, no te necesito!

—¡Dime dónde estás hijo de puta!

Pero Zack cortó la llamada.

—Llamaré a la policía —comunicó Sam. Siempre sabía qué hacer.



*******



Dominic seguía echado en suelo cuando Amy le dijo que tenía visitas. Se levantó, incapaz de creer que Zack hubiera viajado hasta su casa. Lo vio a través su ventana: estaba empapado y lleno de barro, y más hermoso que nunca.

—¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... —Extendió su brazo con cierto toque dramático, intentando abarcar con él todo el mundo—, eres tú.

Nick bajó corriendo, le abrió la puerta y fue interceptado violentamente por un par de labios que se fundieron con los suyos.

—Dime que me amas —le pidió apresurado.

—Zack, qué estás haciendo aquí.

—Estoy loco. Me vuelves loco. Es tu culpa y de alguna forma u otra llegué hasta tu puerta, pidiendo una explicación.

—¿De qué?

—Por qué estoy completamente loco por ti si tú no respondes ni mis mensajes. Es injusto.

Nick lo tomó de la muñeca para que entrara a la casa, pero Zack lo impidió. Lleno de fuerza, lo pescó del brazo y lo obligó a salir. Volvió a darle un beso, pero esta vez, Dominic se echó hacia atrás.

—¿Necesitas ayuda?

—Ayuda —repitió Zack cabizbajo. Sacudió la cabeza en señal negativa—. Te necesito a ti. Necesito a alguien. Todos tiene a alguien, menos yo. Mamá tiene a papá. Eli tiene a Patrick. Kevin tiene a Grace. Sasha tiene a Bruno... Nadie quiere tenerme a mí. ¿Es porque soy una falla?

Dominic se puso en puntas y acunó su cara en sus manos.

—Es porque eres mío. Me tienes a mí, tonto. Soy tuyo. Incluso si yo mismo a veces lo niego, seguiré siendo tuyo.

—Huyamos. Nunca seremos felices. Huyamos, Dom. Huyamos y amémonos como corresponda. Tengamos nuestra propia historia de amor. Sé mi príncipe y yo tú héroe.

—Zack...

—¡Huye conmigo! ¡Vamos! Les robé la billetera a mis padres. Tenemos el mundo en nuestras manos. Sé que no quieres estar conmigo por miedo al qué dirán. Entonces, ¿qué mejor que viajar lejos? Sé que tienes pasaporte, y visa.

—Y soy menor —interrumpió entre risas—. Soy ilegal, señor.

—Viajemos en bus. Lejos. Seamos novios lejos de aquí. Estar aquí me trae malos recuerdos. Pienso en las personas que amo y en lo mucho que las lastimé. En lo mucho que lastimé a todos.

Dominic, que no tenía un pelo de tonto, cayó como uno en las redes del amor. Se compró su lucidez, y como no podía adentrarse en los pensamientos de Zack, se conformó con oírlo bien, y verlo sonreír.

Pobre tonto.

Se creyó su beso, y entrelazó sus dedos, aguardando por una aventura que terminaría en tragedia. Porque el destino de cada uno está trazado con sangre, y ni una valiente pelirroja puede cambiarlo.

Lo condujo hasta el granero, en donde había guardado una motocicleta hacía un par de días. Tomó el caso y se lo tendió con una sonrisa tímida.

—Para ti —dijo.

—¿No tienes otro? —preguntó Dominic preocupado—. ¿Para ti?

—Yo no necesito uno —contestó Zack sonriente.

Dom no comprendió el mensaje. La emoción por irse lejos con el amor de su vida le había opacado el raciocinio. Se subió tras Zack y tuvo el descaro de afirmarse de su cintura. Jesús, María y José, perdónenlo, pero ese abdomen gritaba por una caricia desnuda.

Quería arrancarle todo lo que llevaba puesto. En ese mismo lugar. Quería, por primera vez, hacer el amor de verdad. Porque, por primera vez, sentía amor de verdad.

Gritó alegremente, y dejó que el viento le desordenara el cabello; pero al oír el grito de Zack, supo que algo no andaba bien.

Iban ya por la carretera hacia Nueva York cuando comenzó a tambalearse; se movía de un lado a otro, en zigzag, y cada vez a mayor velocidad.

—¡Dom, bájate! ¡Siempre lastimo a todos!

—Zack, ¡Zack, desacelera!

Pero éste pegó un grito que por poco hace que la moto se vuelque.

Dominic llevó las manos al freno, pero Zack lo detuvo.

—¡Falsifiqué la carta!

—¿Eh? ¿De qué hablas? ¡Zack, desacelera!

—¡De Juilliard, Dom! Estoy cansando de todo. Estoy harto de actuar. Llevo años haciéndolo. Y me cansé. Sé que Eli me había dejado de amar hacía tiempo, sé que mis padres lloran por haberme hecho fallado, sé que soy un idiota por quedarme dormido en clases (¡tontas pastillas que me dan sueño!). ¡Soy un inútil! Y estoy cansado de fingir lo contrario. ¿Y sabes? Juilliard tiene razón, no tengo madera de actor. No sé actuar. Por mucho tiempo interpreté el papel de alguien vivo, cuando en realidad llevaba años muerto.

—¡BASTA!

—¡Y si no eres capaz ni de decirme que me amas, me rindo! ¡Eras lo único que me anclaba a la existencia!

Distraído en sus gritos, Zack no se percató de que había doblado hacia la calle en sentido contrario, y Dominic, instintivamente, ya sabiendo que no había vuelto atrás, no pudo pensar nada más. No pudo pensar en salvarlo. No pudo pensar.

Se soltó de él y saltó de la motocicleta en movimiento.

El casco lo salvó, pero un choque lo dejó momentáneamente aturdido.

Eternamente vacío.

¿Hay algo más miserable que un muerto en vida?

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