📖Capítulo 19: Oculto entre los árboles (remasterizado)📖

—¡Bruno, no te subas a ese árbol! —vociferó Daisy. Intentó sonar autoritaria, pero se escuchó más bien como una madre soltera al borde del colapso.

Corrió hacia él, lo agarró de su camisa por la espalda y tironeó hacia atrás. Bruno se desplomó sobre la chica sin siquiera forcejear; Daisy tuvo que sacar fuerzas que no sabía que tenía para sostenerlo por los hombros y evitar que la aplastara. A duras penas logró que se parara derecho, y decidió tomarlo por el codo al ver lo mucho que se balanceaba. Bruno soltó una risa juguetona apenas la mano de la chica hizo contacto con su piel. Agachó la cabeza para mirarla de frente y le sonrió con tanta alegría que Daisy sintió un pinchazo cerca del corazón.

Ciao, margherita —le dijo Bruno, haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantenerse de pie. Parecía una gelatina con hipo.

Se echó hacia adelante, pero Daisy apoyó ambas manos sobre su pecho y lo detuvo. Tenía su rostro cerca, sentía el hedor apestoso al alcohol. Con algo de náuseas y ganas de darle un puntapié por arruinarle el plan, hizo presión hacia adelante hasta que volvió a enderezarlo, como si colocara un estante inclinado de vuelta en su lugar.

—Una más y dejo que te caigas —lo regañó Daisy, con ambas manos sobre la cintura. Por alguna razón, se sintió incómoda luego de tocarle el pecho. Le pareció inapropiado.

Bruno volvió a reírse y le sostuvo la mirada a Daisy hasta que esta se apartó. Toda la situación era sumamente extraña para ella; odiaba socializar con borrachos, le recordaban demasiado a su mamá. De hecho, esa fue una de las razones por la que Dominic y ella comenzaron a distanciarse.

—Tú nunca me dejarías caer —contestó Bruno. La señaló con el dedo índice y, añadió—: Ni yo a ti. Ya sé que no parezco muy protector en este momento...

—Para nada —se mofó Daisy, aunque en realidad, no estaba en lo absoluto divertida.

Bruno la miró como un niño enfadado miraría a su madre, luego de que esta le negara un juguete de la vitrina.

—¿Por qué me interrumpes? —protestó el muchacho. Abrió todavía más los ojos, como si quisiera presumir ese azul tormenta tan poco común que había heredado de su ascendencia italiana—. Siempre me interrumpen todos, siempre soy el último en enterarme de las cosas. ¿Soy tan secundario en la vida de los demás?

Daisy buscó las palabras precisas para responderle. Sabía lo que ocurriría a continuación; había visto demasiadas series y películas de adolescentes. Si no conseguía articular a la perfección lo que quería expresar, era muy posible terminara recreando una escena de telenovela. Y no me refiero a cualquiera, sino a esa escena: dos amigos muy cercanos que toda la audiencia quiere que terminen juntos, uno se emborracha y se declara al otro por teléfono, en alguna fiesta genérica o yendo a su casa a medianoche (y, por su puesto, le lanza una piedra a su ventana para llamar su atención).

Sabía que no le gustaba a Bruno ni en lo más mínimo, pero temía que su amigo comenzara a sincerase sin filtro frente a ella. Ya tenía suficientes cosas en la cabeza como para ocuparse de los problemas de un borracho que no dejaba de sonreírle...

¿Acaso sus ojos se habían vuelto más azules?

Apretó los labios, se obligó a concentrarse y terminó de ordenar sus ideas. Una vez que estuvo lista para hablar, el rostro de su amigo pareció tan corriente como siempre le había parecido.

—Eres muy importante para un montón de personas. —Bajó la mirada al suelo y, cuando volvió a observarlo, notó que el chico tenía la atención puesta en algo detrás de ella—. ¿Me estás escuchando, Bruno? —preguntó molesta.

Decidió voltear para ver qué era más importante, pero no alcanzó ni a girar el cuello: unas manos se posaron sobre sus hombros y, de pronto, Sebas estaba al lado de ella y le sonreía.

—¡Te busqué por todas partes, gringuita! —exclamó entusiasmado, quizá demasiado, pero a ella le pareció la cantidad perfecta de entusiasmo—. Oh, hola, Bruno. —Sin esperar respuesta, tomó a Daisy de la mano y la incitó a que lo siguiera—. ¡Ven, vamos a bailar!

Daisy puso sin resistencia. Sebas, apenado, la dejó ir. La chica negó con la cabeza. Buscó su mano y volvió a unirla a la suya; le sorprendió lo bien que se sintió.

—No sé bailar —dijo al fin. Era cierto.

—¡Qué va! ¡Nadie sabe bailar! —Volvió a tirar de su mano para que lo acompañara, pero Daisy estaba reacia a moverse.

En realidad, sí quería irse con Sebas. No soportaba seguir viendo a Bruno a la cara; le molestaba su aliento, sus ojos brillosos, su sonrisa divertida, su postura chueca, su deplorable equilibrio, sus ojeras tatuadas y su ridícula e insana delgadez.

—No quiero humillarme —insistió Daisy.

Sebas se apartó. Se sacó los anteojos e, hincándose de rodillas, le dijo:

—En ese caso, la invito formalmente a humillarse conmigo. Debo advertirle que bailo terrible y canto todavía peor. Mas sin embargo, puedo aburrirla con datos de astronomía que de seguro me dejarán como el mayor nerd que usted haya conocido. —Se puso de pie y se colocó las gafas otra vez—. ¿Qué dices, Daisy? ¿Aceptas hacer el ridículo conmigo?

—Solo si tú estás dispuesto a escucharme hablar del libro que estoy leyendo —respondió la chica con una sonrisa—. Me tiene los nervios de punta, así que prepárate.

—Siempre estoy dispuesto a oírte hablar sobre lo que amas. —Dirigió la atención a Bruno—: Prometo que la voy a cuidar muy bien.

Bruno abrió la boca, pero de inmediato la cerró. Asintió con la cabeza y dio media vuelta en la dirección opuesta, lo más probable que para ir a buscar a su novia. Justo cuando estuvo por irse, Daisy le tocó el hombro. Bruno volteó y se la quedó mirando con los ojos fijos en los de ella. Por primera vez desde que se encontraron, Daisy lo vio concentrado de verdad.

—Nos vemos, Caracola —se despidió la chica.


*******


Bruno no dejó de mirarla por un buen rato. La vio reír con Sebas, girar con Sebas, caerse con Sebas, y, en resumidas cuentas, pasarla bien con Sebas.

—Yo sí sé bailar —musitó—, si quieres te enseño.

Pero como siempre, había optado por callar.


*******


—El brazo de Sebastián luce bastante bien —comentó Grace, mientras veía a su amigo bailar en compañía de Daisy.

Ambos se notaban radiantes de alegría. Se contentó al saber que estaba en buenas manos, y se sorprendió al darse cuenta que, incluso después de tantos años, seguía viéndolo como un hermano menor. Recordó lo que Patrick alguna vez le dijo: las verdaderas amistades trascienden en el tiempo y el espacio. Ese albino cascarrabias podía ser muy sabio cuando no se dedicaba a autocompadecerse.

—Es que Samu es como la Pachamama del grupo... ¿Así se dice? —preguntó John de pronto—. A veces olvido que eres más latina que británica. O quizá nos estás mintiendo como cuando dijiste que no recordabas tu vida y en realidad eres una espía rusa del futuro.

—Comunismo —respondió Grace, golpeándose el pecho.

Lauren le dio un palmazo en el hombro. Grace soltó un quejido y se sobó en el lugar lastimado, no sin antes devolverle un golpe que por poco la bota al suelo. Es necesario recordar que le ganaba por casi tres años y unos veinte centímetros.

—¿Quiere alguno responderme? —preguntó Lauren, una vez que recuperó el equilibrio.

—Eh, perdón, ¿dijiste algo, Laury? —inquirió John, con toda su atención puesta en la chica.

—¡Llevo como quince minutos preguntándoles si han visto a Bruno!

—¿No habías ido a buscarlo?

—¡Pues por algo regresé con ustedes! —gritó Lauren exaltada—. Me cansé a los dos minutos.

Grace se sobó las sienes.

—Había olvidado lo chillona que te pones cuando estás ansiosa —comentó con fastidio.

De inmediato dejaron el tema de Bruno a un lado y se pusieron al día. Había pasado casi un mes desde que se vieron los tres amigos por última vez. Resultaba divertido reencontrarse en el mismo lugar donde se conocieron, o, mejor dicho, en la misma dimensión. Sin embargo, la conversación no se extendió tanto como Grace hubiese querido, puesto que, en el instante que vio a Samu junto a su amigo en el corazón de la Isla, Sasha hizo su aparición en el grupo. Tuvieron que dejar las anécdotas del Coma para más tarde por respeto a la chica, quien obviamente no entendería las expresiones: "Me lleva el Tornado", "Toma una burbuja y piérdete", "Estoy que me lanzo del Límite" (ya podían bromear sobre eso), y, la favorita de Grace "Vuelve a decir eso y te meto la Estrella por el...".

—Hola —saludó Sasha con timidez.

Lauren la acogió con la calidez que la caracterizaba: dándole una sosa palmadita en la espalda que la muchacha de cabellos dorados agradeció con una sonrisa tan dulce y educada como lo era todo en ella. Grace reflexionó cómo sería ella no haberse ido nunca a Estados Unidos. Se había vuelto su pasatiempo preferido. Siempre concluía que Sasha hubiera sido su reflejo más preciso. Cada vez que la veía, sentía que retrocedía cuatro años y volvía a estar en Inglaterra, regañando a sus amigos por forzar la entrada a todas las habitaciones que tenían el paso prohibido para los alumnos, e intentando concentrarse en clases de termodinámica. Se había prometido a sí misma tomar un par de tijeras y cortarle el cabello oscuro y rizado a Samu que la distraía siempre. No soportaba seguir perdiéndose en ese peinado.

Sacudió la cabeza, pestañeó varias veces y se arrancó la memoria de la cabeza con agresividad; aun si esta le quedaba ardiendo como si se hubiera clavado las uñas en el cerebro, lo prefería a recordar. La nostalgia de una vida que le había sido arrebatada le resultaba insoportable y la frustración de viajar en el tiempo solo a través de sus pensamientos, terminaba por quebrarla hasta el punto que olvidaba cómo hacer funcionar su propio cuerpo.

Repitió varias veces su nombre completo para sí. Hurgó en cada esquina de su consciencia, esperando hallar una pista que le indicase que había vuelto a ser una criatura tangible y no una simple bruma desamparada; esa que se diluye con la triste lluvia que cae de los recuerdos, humedeciéndonos los ojos y empapando nuestros corazones expuestos.

Una vez que dio con el rastro que necesitaba, se aferró a él de manera impetuosa; sus oídos se taponearon y sintió miles de pequeñas cuchillas en la cabeza y el pecho.

Lo primero que vio una vez que regresó a la realidad fue a su grupo de amigos conversando con animosidad acerca de lo que harían para Halloween. A Grace no podía interesarle menos una festividad de origen pagano (como lo eran casi todas las festividades reconocidas a nivel internacional) que había sido adoptada y transformada por el capitalismo americano para su sobreexplotación masiva. Decidió guardar silencio e imaginarse en su habitación, quizá leyendo algún paper de Nature sobre la ingeniería genética, tema que le llamaba mucho la atención pero del que sabía poco y nada. Casi tan poco que se sintió recriminada y juzgada por el mundo entero, en especial, por sus amigos...

Un segundo, ¿por qué todos tenían los ojos puestos en ella?

—¿Qué miran? —preguntó con tono receloso.

—Te preguntamos algo —informó Patrick alzando las cejas. ¿Cuándo había llegado?

—Estamos planificando una fiesta de disfraces en mi casa en la playa. ¿Alguna sugerencia? —propuso Amy. ¿Amy?

Dio un vistazo rápido pero meticuloso al grupo. Se dio cuenta que los ojos fisgones que había sentido encima suyo ya no eran los mismo que antes. Lauren se había ido. Y, en su lugar, Amy, Patrick y Samu habían aparecido. También estaban Kevin y Eli, aunque guardaban cierta distancia con el grupo; parecían discutir un asunto privado.

Escrutó con la mirada el lugar completo hasta que encontró a Lauren junto con Daisy y Sebas, bailando una canción latina cuya letra contenía demasiada pornografía implícita para ignorarla.

Vio unos dedos agitarse frente a ella. Sacudió la cabeza, repitió su nombre y encontró lo que necesitaba para recuperar la compostura. Volvió a prestarle atención al grupo. Amy había sido quien había captado su atención, sin embargo, fue Samu el primero que se le acercó. Patrick y Kevin le siguieron casi al unísono.

—¿Estás bien? —le preguntó Samuel.

¿Cómo quieres que esté bien contigo en mi vida otra vez? Si soñarte me quemaba, verte me incinera. Creí que lo había dejado todo atrás, pero entonces apareciste y liberaste todas mis memorias como si nunca las hubiera enterrado en un cofre bajo siete llaves. Me hiciste cenizas, y lo peor es que ni siquiera es tu culpa.

Respiró hondo, lo suficiente para calmarse y esconder el hecho que le faltaba aire.

—No —contestó firme.

Patrick trató de tocarla, pero Kevin lo detuvo con una mirada que haría retroceder al peor dictador. El rubio retrocedió y regresó a su lugar de antes, dejándole el camino libre a Kevin, quien se colocó junto a su novia y le dio un largo beso en la frente.

No todo era espantoso en su vida. Ya no. Tenía que grabárselo en la cabeza. Estaba segura. Tenía un futuro. Era amada.

Miró a Samu y se dijo que tal vez, solo tal vez y con un poco de ayuda, podía volver a incluirlo en su vida. Él era la clase de amigo que trascendía en el tiempo y el espacio, y ya iba siendo hora de que Grace lo aceptara.



*******



Sasha se había imaginado un abanico de posibles escenarios en los que ella y Bruno retomaban su amistad. Mandarlo a acostar a una casa en el árbol debido a que era incapaz de mantenerse de pie por su cuenta, no entraba en la lista.

Cuando Patrick lo llevó ante el grupo, alegando que lo había encontrado deambulado solo y sin indicios de tener algún destino en particular, Sasha pensó que lo más sensato era que Lauren se hiciera cargo, dado que era su novia. Su decepción fue más que gigantesca al oír que la chica no tenía interés alguno en —y cito— "cuidar a un debilucho que se emborracha con una lata de cerveza"; así que le pidió encarecidamente (a juicio de Sasha) que se ocupara de su novio. Y antes de que la chica tuviera tiempo de replicarle, Lauren ya se había ido a bailar junto con Daisy y Sebas.

En ese momento caminaban en dirección al conjunto de pequeñas viviendas que la Isla disponía para sus Pacientes. Como era habitual que estos no se quedaran más de dos o tres días, ninguna cabaña tenía propietario, o al menos eso le habían dicho sus amigos. Sasha desconocía las leyes que regían cada mundito del Coma.

—Bruno, detente —le pidió la chica.

Justo frente a ellos, diversos árboles, de troncos finos y corpulentos, se erguían con majestuosidad. Sus hojas abarcaban todas las tonalidades de verdes; había algunas tan diminutas como una medalla, mientras que otras tenían la longitud suficiente para enrollar a una persona. Sus anchas copas, y ramas gruesas y largas servían como base para las casitas de madera, que se mantenían ocultas bajo el espeso follaje. La disposición de los árboles le confería un aire vibrante al bosque tropical, casi mágico; y la brisa que sacudía las hojas y las ramas más delgadas parecía susurrar en un lenguaje propio, indescifrable para cualquiera que no perteneciera allí.

Sasha cerró los ojos y dejó que el fresco, suave y apacible, le alzara unos cuantos cabellos dorados. Sus sentidos se agudizaron; percibió el aroma fresco a jazmín, rosas, y nueces, y dejó que sus oídos se maravillaran con el siseo que viajaba entre cada hoja, cada roca y cada grano de arena.

Deseó congelar el tiempo. Apretó los ojos y empuñó las manos con violencia y determinación. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos, entendió que era inútil, que la vida, como el viento, fluía sin detenerse a reposar. A veces te desordenaba el cabello y otras era capaz de botarte al suelo, pero siempre te entregaba un instante de paz y quietud, que suplicabas, fuera eterno; porque no estabas listo para un segundo remezón. Nadie nunca está preparado para la ventisca. Es por ello que la naturaleza tiene fama de despiadada.

Hubo un tiempo en el que Sasha se habría apenado de sus inexistentes dotes artísticas. Si hubiera sabido cómo dibujar, se habría sentado bajo la sombra de un gran árbol a plasmar en acuarelas o lápices grafitos su propia percepción de ese paisaje sacado de una novela de fantasía épica. Por otro lado, si lo que buscaba era una copia precisa que pudiera contemplar cuando se sintiera demasiado abrumada por la monotonía gris del día a día, podría haberle tomado una foto. Pero sus fotografías eran tan malas que había que pedir un deseo si es que su dedo no salía tapando el foco. La escritura tampoco era su fuerte, aunque no era terrible creando poemas. A veces hasta rimaban. Lastimosamente no se le vino a la mente ningún verso que pudiera describir lo que el bosque le hacía sentir. Hacía semanas que no sabía cómo se sentía, quizá porque la mayor parte del tiempo no sentía nada en lo absoluto.

Se contentó al darse cuenta que tener a Bruno bajo su cuidado había avivado sus sentimientos, si es que mandarlo a freír espárragos al Ecuador luego de regañarlo durante tres horas contaba como uno. Sasha se dijo que sí.

Buscó con la mirada alguna forma de subir al árbol que tenían más cerca, pero no encontró rastro alguno. Se acercó al tronco y de pronto se sintió pequeña. A pesar de que era la más baja de sus amigos, siempre se sentía protegida junto a ellos. Segura. Querida. El árbol no hacía más que incomodarla con sus metros y metros de altura. Aun así, dejó su temor a un lado y palpó el tronco de manera acuciosa hasta que sus dedos tocaron algo grueso, astilloso y largo: una cuerda. Retiró la mano de inmediato, conmocionada.

No había ninguna cuerda en el tronco. Y sin embargo, cuando se atrevió a volver a rozar el lugar donde la había sentido, sus dedos de inmediato dieron con ella. Siguió tentando el tronco, guiándose ciegamente por nada más que el contacto de la cuerda con sus manos.

—Creo que quiero vomitar —anunció Bruno en voz baja. Se tambaleó y apoyó ambas manos en el tronco para mantenerse de pie—. No, definitivamente voy a vomitar.

Sasha resolló. Apartó las manos y se las puso en la cintura; volteó en dirección a su amigo y lo miró cansada.

—Bruno, solo dame un se...

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire.

Alrededor de las manos de su amigo, la cuerda se materializó. Bruno tardó un par de segundos en darse cuenta, y para cuando vio lo que había causado, giró en dirección a Sasha y le sonrió con sosería. Por primera vez, Sasha vio algo de Kevin en él. A veces olvidaba que compartían genes.

—Lo hice —dijo orgulloso.

La cuerda siguió visibilizándose en todas las direcciones hasta que dejó de ser un secreto para los ojos.

—Es una escalera —notó Sasha, pasando por alto lo racista que eran los árboles de ese mundo. Solo los borrachos eran merecedores de descubrir los secretos del lugar.

Me saltaré la parte en la que narro cómo subieron la escalera, porque hay ciertas cosas que es mejor dejar a la imaginación. En cuanto llegaron a la cima, Sasha cargó con Bruno hasta la puerta de la cabaña. Su amigo la abrió con el hombro y rengueó hasta la cama, donde se echó de espaldas y se permitió descansar. Sasha le siguió por detrás, aunque permaneció fuera un minuto; creyó ver a alguien en uno de los árboles que habían diagonales a ese. Nunca fue curiosa, así que no supo por qué le intrigaba tanto que hubiese una persona cerca de ellos. En cuanto vio al susodicho, apartó la mirada de golpe y entró a la casita. Sus manos comenzaron a sudarle y el cuerpo entero le vibró.

Eran Dominic y Dylan. Y se estaban besando.

Nadie nunca se había ganado tan poco el cariño de Sasha como el hermano de Eli.

No te lo merecías, dijo en su cabeza. Lo repetía cada vez que lo veía.

Una vez que estuvo en el interior de la cabaña, dejó a un lado todos los pensamientos que revoloteaban alrededor de su mente; en ese momento debía tener toda la atención puesta en su amigo. Él la necesitaba, y no había nada que fuera más importante que eso. Fue por una cubeta que reposaba sobre un sofá de mimbre. No había indicios de que Bruno tuviera ganas de vomitar más que sus constantes advertencias que parecían más bien palabras huecas y vacías. De todas formas mantuvo la cubeta cerca, no quería arriesgarse. Pensó si sería correcto sentarse en la cama y hacerle compañía. Había un abismo invisible entre los dos, y cada vez que se cuestionaba ese tipo de acciones, el agujero crecía y crecía.

—Ven —le pidió Bruno con un hilo de voz. Sasha sonrió de manera involuntaria—. No me gusta verte de pie.

La chica obedeció y se sentó a sus pies. El italiano arrugó la nariz, con evidente molestia; se recostó a duras penas contra el respaldo de mimbre y tocó el lado vacío de la cama a modo de invitación. Sasha titubeó, pero las insistencias de Bruno terminaron por convencerla y accedió a recostarse a su lado.

Bruno volteó y la miró hasta que consiguió que Sasha lo mirara de vuelta. Había cierto fulgor en sus ojos electrizantes que la sedujo a mantener la atención puesta en ellos.

—Gracias por acompañarme. —Bruno empleó ese tono sincero e inocente que lo caracterizaba. Esa trasparencia que a Sasha le encantaba y que extrañaba.

—No tienes por qué. Era mi turno.

Bruno alzó las cejas. Su rostro reflejaba entre curiosidad y asombro. Luego, toda luz que emanaba de sus ojos se apagó de imprevisto; su mirada se tornó desgastada, como si hubiese recordado todas sus pérdidas y aflicciones de golpe.

—Esa noche... —comenzó diciendo Bruno. Suspiró y apartó la cara un segundo para pasarse la mano. Una vez que volvió a mirarla, Sasha retrocedió un año y se encontró con un niño que le rehuía a su propia sombra; de sonrisa fácil y lleno de esperanzas—. Nunca creí que recordarías esa fiesta —terminó de expresar.

—Jamás hablamos de lo que pasó. —Había dado el primer paso, ahora era decisión de Bruno si quería aventurase más o dejarlo en el pasado para siempre.

—Nada pasó, puedo asegurártelo —afirmó su amigo con semblante serio.

Sasha sacudió la cabeza.

—No me refiero a eso, recuerdo lo que hice y lo que no. Hablo de que no... discutimos sobre las cosas que nos dijimos. ¿Por qué no lo hicimos?

Bruno se encogió de hombros.

—Supongo que no fue de gran impacto para ninguno de los dos.

¿Entonces por qué nos distanciamos?

—Supongo que sí —le contestó Sasha.

Se quedaron callados, concentrados en las pupilas del otro. Sasha se preguntó cuánto más podría resistir sin soltar todo lo que tenía oculto en el pecho; todas esas palabras que había optado por callar le suplicaban ser liberadas. En cualquier momento terminaría ahogándose en su silencio.

—¿Por qué no me contaste lo de tu papá, Bruno? —inquirió con pesar—. Sé que ya no somos tan amigos, pero sí fuimos muy cercanos durante un tiempo.

—Lo seguimos siendo.

—¿En serio tienes el coraje para mentirme de esa manera?

Bruno pareció ofenderse.

—Sasha yo no...

—Me dijiste que éramos amigos. Mejores amigos. ¿Sabes cuánto duró nuestra amistad hasta que encontraste a alguien más? Medio año. Te tardaste seis meses en cambiarme por alguien a quien sí le charlaste sobre tu padre, tus hermanos, tus problemas, tu vida en Italia... A mí jamás me contaste nada de eso. Nunca confiaste en mí.

—Claro que confié en ti, Sasha. Todavía lo hago —aseguró Bruno con una lucidez que a Sasha le hizo olvidar lo ebrio que estaba—. Es solo que... temía preocuparte con mis asuntos. No quería que te involucraras y acabases lastimada. Ni tampoco quería me vieras aún más dañado de lo que ya me veo. Tú eres perfecta en todo significado de la palabra y yo estoy a un pie de volver a hundirme.

—No tienes derecho a decidir por mí. Una amistad de verdad funciona cuando las dos personas están ahí para el otro, y tú preferiste hacer otra amiga en lugar de abrirte conmigo.

—¿Y qué esperabas que hiciera, Sasha? ¿Querías que me quedara de brazos cruzados, como un perro faldero a tu lado mientras suspirabas por otro tipo? ¿No te paraste a pensar siquiera un segundo que tal vez eso me dolía?

Sasha sintió que el corazón se le paralizó. Todo en ella dejó de funcionar y se estancó.

—Pero me dijiste que...

—¡Ya sé lo que te dije! —exclamó Bruno enrabiado—. Ese día estaba hecho un desastre. Eli estaba peor de lo que yo estoy ahora y no contaba con nadie más. Tenía un montón de cosas perturbándome el sueño, y solo avivaste la llama del caos dentro de mí con esa pregunta. No sabía qué contestar, no entendía mis propios sentimientos. Y créeme que no he mejorado ni un poco en esa área. —Bruno suspiró—. Decirte que no fue lo primero que se me vino a la cabeza y tú pareciste conforme con mi respuesta.

Sasha meditó con cuidado la pregunta que le haría a continuación.

—¿Habrías cambiado tu respuesta?

—No —aseguró Bruno—. Si hay una sola cosa de la que me arrepiento es no haberte besado cuando me lo pediste... —Se acercó más a Sasha y se detuvo a contemplar sus ojos celestes con suma cautela, como si temiera que la chica fuera a desvanecerse al menor roce—. Tienes unos ojos preciosos. Sé que nunca te lo había dicho antes, y que es muy posible que pienses que te lo estoy diciendo porque estoy ebrio... pero los tienes. Y si antes no me di cuenta fue porque estaba demasiado ocupado admirando la hermosa persona que eres. ¡Maldición! —gritó furioso. Volvió a tomar distancia con la chica, pero nunca dejó de mirarla—. Debí haberte besado esa noche. ¿Por qué no puedo retroceder el tiempo y besarte? Jamás podré verte a los ojos y saber que estos brillan para mí.

Sasha abrió la boca, pero Bruno la interrumpió incluso antes de que articulara una respuesta

—¿Es muy tarde para decirte que soy tuyo? Porque lo soy. Lo fui desde el día en que me hiciste sentir en casa. Tu sola presencia me hace sentir en casa, y por lo mismo nunca podré ser de nadie más.

—Bruno, siempre seré sincera contigo porque, aunque me hayas cambiado por Daisy, yo nunca te cambiaría por nadie más y sigues siendo mi mejor amigo. Mi corazón está a tu merced, Bruno. Incluso si me lastimas este seguirá disponible para que lo resguardes o lo dañes. Pero si lo comparto contigo es porque sé que siempre lo cuidarás así como yo prometo proteger el tuyo. —Inhaló una bocanada de aire. Era el momento—. Pero...

—¿Pero nunca me vas a corresponder, verdad? Lo sé por cómo me estás mirando: con pena, con impotencia, con cariño y con una infinita empatía. Mas no con amor.

—No permitiré que digas eso, Bruno. Sí te amo.

Bruno hizo una mueca.

—No de la forma que quiero. Nunca me has mirado con el amor que lo mirabas a él. Y ahora que ya no está, sé que te perdí para siempre.

Sasha no lo contradijo. Por mucho que le quemara la verdad de sus palabras, tenía razón. Sasha ahora estaba enamorada de un cuerpo contenido dentro de un ataúd, y esa era una competencia que ni Bruno ni nadie podría ganar jamás.

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