📖Capítulo 18: ¿Me concedes este baile? (parte 2)📖

Patrick, sin ningún reproche, ni con la más ligera duda en sus ojos castaños, aceptó su mano y dejó que lo guiase hasta el corazón de la jungla, donde todos los Pacientes se movían de forma sincronizada al compás de la música (o al menos lo intentaban). En ese momento se oía a través de los parlantes Stay with me de Sam Smith, lo que obligó a más de un Suvhâe a hacerse a un lado para darle espacio a las parejas que, poco a poco, se iban acomodando en el centro de la pista. Era su momento. La música había creado una atmósfera con la suficiente cantidad de romance para que los enamorados se perdieran en la mirada de quien tenían justo frente a ellos; bailaban sin prestarle atención a sus pies, como si estos tuvieran vida propia y se desplazaran sin necesitar instrucciones. Pero, como bien dicen: la excepción hace la regla. Eli notó cómo Patrick iba perdiendo la seguridad con la que se había aventurado a bailar en cuanto la chica tomó su mano. Se movía temeroso y mantenía la cabeza gacha, con la atención puesta en cada paso que daba. Y, cuando estuvo por tropezarse, Eli alcanzó a sostenerlo y lo animó para que se dejara llevar por la música.

—Si hago eso me iré de hocico al suelo —refunfuñó Patrick, poniéndose las manos en la cintura.

Eli sonrió con inocencia y dio un paso hacia atrás. Durante un par de segundos, ambos permanecieron en silencio, mirándose. Amándose. Entonces, Eli buscó las manos de Patrick; y cuando las halló, sin dejar de observar esos brillantes ojos marrones, entrelazó sus dedos de modo que sus almas volvieran a conectarse.

—Bailar es como Canalizar —le explicó Eli, ya con un pie dentro del foso de la nostalgia—. El ritmo fluye bajo tu piel como la Energía. Solo tienes que encontrarlo, así como yo tuve que encontrar mi Energía. Cuando Grace me estaba enseñando a Canalizar, me dijo que no avanzaba porque pensaba mucho. En ese momento me costó entenderlo, pero ahora lo veo mucho más claro, porque a ti te pasa lo mismo, ¿no? Siempre piensas demasiado qué hacer, qué decir. Y eso te estanca. —Retrocedió, cerró los ojos, dio una vuelta sobre su eje y, cuando volvió a mirar a Patrick, fue Lisa otra vez: aventurera, impulsiva y llena de amor por la vida—. Sé que no puedo pedirte que dejes de pensar demasiado las cosas, porque eso sería cambiarte, y yo te amo tal y cómo eres. Pero sí puedo estar ahí para ti cuando te sientas abrumado por tus propios pensamientos. Sí puedo ayudarte a entenderte. Sí puedo ayudarte a disfrutar la vida...

Antes de que continuara, Patrick se le acercó y acunó su rostro entre las manos. La escrutó con los ojos entrecerrados como si estuviera buscando algo oculto en su mirada. No, era más: como si la estuviera viendo de verdad por primera vez.

—No puedo creer que no me había fijado antes... —Con una mano, Patrick le acarició la nariz y luego se trasladó a la mejilla, donde extendió su palma y le permitió reposar su cabeza—. Tienes pecas.

La canción ya había acabado, pero incluso sin la melodía triste y algo romántica (como son la mayoría de adolescentes), Eli sintió una mezcla de nostalgia y frustración. Ya no era Lisa, nunca volvería a serlo. La época de viajes heroicos, caballos flameantes, flores que se derriten y Estrellas que caen del cielo, había quedado enterrada en el pasado. Ahora el tiempo existía y era medible. Los días pasaban, la vida seguía.

Cerró los ojos y deseó salvarlo una vez más.

Contrólate.

Le sonrió a Patrick con esa sonrisa que sabía que a él le encantaba; y cuando él se la devolvió, entendió que no sabría cómo vivir sin él. No podía perderlo, no se permitiría perderlo. Debía ser esa chica risueña y valiente que él tanto amaba. Debía ser Lisa a cualquier costo.

—Eres muy superficial, ¿sabes? —se burló Lisa, señalándolo con el dedo índice a modo de reproche—. Te dije un montón de cosas y preferiste comentar acerca de mis pecas.

—Las palabras te fluyen sin problemas. Siempre he admirado eso de ti y de John —respondió él—. Yo en cambio, debo pensar lo que voy a hablar con antelación. No me gusta llegar y decir lo primero que se me cruza por la cabeza. —Le acarició el cabello—. Todo lo que dijiste es cierto, Elizabeth. Cuando no tenía mis recuerdos, y era hostil, irascible, cruel, pedante...

—Un completo imbécil, en resumidas cuentas.

—Exacto. Incluso así, me quisiste. ¿Cómo esperas que responda a tu propuesta de ayudarme, si siempre lo has hecho? Me ayudaste a encontrarme, a conocerme, a darle una segunda oportunidad a la vida. —Se mordió el labio lo bastante fuerte como para que le quedase más rojo que el superior—. ¿Cómo esperas que no busque las palabras precisas?, ¿que no piense cada acción que planeo hacer?, ¿que me deje llevar por la música sin miedo a hacer el ridículo? No soy la gran cosa; tengo que esforzarme siempre a ser alguien que valga la pena. Y siempre temo que encuentres a alguien mejor. Que te mires al espejo, veas lo hermosa que eres y decidas no seguir perdiendo el tiempo conmigo.

Lisa lo tomó su rostro con las manos y lo miró directo a los ojos.

—Escúchame bien: te amo demasiado.

—Pero es que...

—No —lo cortó ella—. Necesito que entiendas que esto —continuó, apoyando ambas manos en su propio pecho, allí donde se oculta el corazón—, es tuyo por completo.

»Cuando dormimos, nuestras almas viajan al mismo lugar. Cuando queremos comunicarnos, nuestros pensamientos son capaces de entrar en la mente del otro. Cuando estamos en peligro, nos sacrificamos por el otro. Gracias a ti, mi familia ahora es más grande. Y es por ti que no me he derrumbado todavía. Compartimos más que cualquier otra pareja, porque nos compartimos a nosotros mismos al intercambiar Estrellas. Es por eso que estaremos siempre conectados, no importa lo que pase. Así que acepta mi amor, porque incluso dañado, seguirá brillando para ti.

Quiso continuar, e insistirle que era una persona valiosa, merecedora de amor. Quiso que se quitara la idea de la cabeza que era inferior a ella, en cualquier ámbito. Pero entonces se le vino la imagen de su sonrisa despreocupada, sus ojos verdes y su cabello azabache, siempre ordenado. Él siempre decía que el amor no se trataba de merecer a alguien o no.

De pronto ya no tuvo energías para seguir hablando, o estando, o existiendo. Toda la fortaleza que había creído alcanzar se fue al suelo con la facilidad de una torre de naipes.

Justo cuando estuvo por desmoronarse frente a Patrick, sus manos la atrajeron hacia la confortabilidad de su pecho cálido. Y cuando reposó su cabeza allí, se sintió segura, amada. Se quedó varios segundos en esa posición. Oía cada uno de sus latidos, eran calmados como él. Patrick le dio un beso en la frente y la contuvo hasta que Eli alzó la cabeza y se lo quedó viendo. Ambos se dijeron "te amo" con la mirada, sin tener que recurrir a las palabras; prefirieron ahorrárselas y emplear sus labios para compartir un largo beso, el cual, para Eli, solo duró un instante.

Una vez que se separó de él, la pena volvió a tomarla como su rehén. La imagen de Zack se inmiscuyó una segunda vez en su cerebro, carcomiéndole hasta la última gota de cordura que le quedaba. La felicidad se había acabado hacía mucho.

Zack no se iría de su cabeza hasta que le hiciera frente, pero Eli era incapaz de sincerase con Patrick respecto a cómo la perdida la hacía sentir. Tenía miedo de espantarlo. Él no la entendería, no era el indicado para hablar sobre ello. Buscó a quién sí necesitaba por todo el lugar hasta que lo encontró junto con Amy, a varios metros de distancia. Estaba apoyado contra una especie de árbol, cuya forma y color delataba que era autóctono de aquel Mundo.

Volvió la atención a Patrick y lo atrapó observándola, consiguiendo que el chico sonriera avergonzado.

—¿Kevin y Dominic no volvieron a pelear mientras estuvieron aquí? —preguntó de golpe, con la sutileza de Lauren.

Patrick frunció el entrecejo.

—Ellos nunca pelearon. El violento de tu amigo se lanzó encima de Nick y comenzó a golpearlo como si se tratase de un saco de boxeo. —Se cruzó de brazos—. No minimices la situación, menos aún si estuviste presente.

—Tienes razón, lo siento. Te preguntaba porque... pensaba ir a hablar con él, con Kevin, acerca de lo que pasó —aclaró Eli, aferrándose a esa excusa para ir a buscarlo—. No puede volver a actuar así con Dominic. Si yo le digo...

—Siempre hablas de él como si fuera capaz de arrancarse el brazo con tal de hacerte feliz —la interrumpió Patrick alzando las cejas—. Sé que lo conoces mucho mejor que yo, pero honestamente, Elizabeth, parece más bien alguien que mataría al amor de su vida con tal de conseguir lo que quiere.

—No, esa es Amy.

—No bromees.

Eli suspiró.

—Nuevamente tienes razón, Patrick. —Se acercó y le dio un beso de despedida—. Lo conozco mucho mejor que tú.

Los mejores amigos siempre verán lo mejor de ti. Es por eso que sus traiciones duelen más que el peor quiebre amoroso.

*******

Habían decidido alejarse del bullicio para conversar sin tener que elevar la voz demasiado. Ninguno de los dos tenía ánimos para eso, o para convivir con cualquier otro ser humano desconocido. En ese momento se encontraban apoyados contra un tronco magenta con rayas amarillas, cuya textura se asemejaba al algodón, pero que no perdía la firmeza típica de un tronco de árbol. Estaban codo a codo, con los hombros pegados y los brazos descubiertos tan cerca que podían sentir los vellos erizados del otro. Cualquiera que los viera se daría cuenta que no eran dos chicos coqueteándose, ni mucho menos; Amy y Kev eran amigos inseparables. Y, por primera vez, se mostraban como tal en público.

Kevin miró una última vez hacia adelante (porque, aceptémoslo, Bruno ebrio era todo un espectáculo. Uno que no volvería a ocurrir jamás), y giró el rostro para quedar frente a su amiga. Permanecieron así un par de segundos, los suficientes para que Kevin admirase, como siempre que los tenía cerca, sus ojos celestes. Luego notó sus pestañas doradas, su nariz respingada, sus pómulos perfilados y acabó en sus labios carmesí, que siempre resaltaban en su piel clara. Era hermosa, nadie se atrevería a opinar lo contrario.

Se preguntó si esa chica estaba consciente del ángel del Infierno que tenía como pareja.

—¿Te hace feliz? —le preguntó de pronto.

Amy actuó como si el silencio no hubiera sido cortado de golpe. Mirándolo de frente y con un tono enfadado, contestó:

—Lo sabrías si no te hubieras mandando a cambiar al otro lado del mundo. ¿No pensaste, ni por un instante, en las personas que te aman? Y no estoy hablando de la inútil de tu familia.

Kevin le sonrió.

—Tú también eres mi familia, Amelia. Tú, Sasha y Eli.

—Si yo fuera tu novia, me preocuparía por no entrar en esa categoría —dijo Amy, fingiendo desinterés. Pero Kevin la conocía muy bien; vislumbró un repentino brillo en sus ojos celestes. Ese fulgor que se hace presente cuando te das cuenta que las personas que amas te corresponden el sentimiento.

Kevin, sin el menor interés por hablar sobre Grace con Amy, le dio un pequeño sorbo a su vaso y se lo quedó mirando. El alcohol nunca había sido su fiel acompañante; la mayoría de las veces prefería beber agua mineral. Sin embargo, durante el tiempo que estuvo solo, se vio obligado a callar su dolor con más de un tipo de destilado. Nunca llegó a excederse, pues odiaba la idea de perder el control, pero sí consiguió agarrarles cierto cariño. En ese momento tomaba un poco de ron con Coca cola. Había calculado la cantidad justa de ron para que el ardor que le provocaba en la garganta fuera camuflado de manera sutil con el dulzor de la bebida.

En cuanto se imaginó a Zack burlándose de lo suave que estaba su vaso, volvió la atención a su amiga, que lo contemplaba con esos típicos ojos preocupados de mamá.

—No voy a preguntarte si todo está bien, porque sé que no lo está —le dijo Amy—. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea. ¿Me oyes? —Posó una mano suya sobre el hombro de Kevin. El gesto lo tomó por sorpresa.

—¿Acaso ahora eres amable? Has caído muy bajo, Amelia.

Amy formó una sonrisa torcida y sacudió la mano como si estuviera espantando moscas.

—Lo que trato de decir es que la pérdida no es solo tuya, egoísta de mierda.

—Mejor —opinó Kevin.

Se entretuvo viendo a Samu bailar con la agilidad de un pingüino. Se preguntó si unírsele y gozar de la música una segunda vez le traería alegría, pero descartó la idea. Había quedado agotado, y su amigo se veía muy divertido con el español y Daisy. No estaba de humor para arruinar la diversión de tres chicos que no le habían hecho ningún daño. Pensó en la chica y se recordó hablar con ella más tarde. Ahora tenía otra cosa pendiente.

—¿No me vas a responder? —preguntó Kevin, sin despegar la mirada del trío.

—Me hace tan feliz que me pregunto si realmente lo fui alguna vez antes de conocerla.

—Bien. —Cerró los ojos un momento. Dejó que el viento le desordenara el cabello ya medio alborotado. Sin siquiera moverse de esa posición, añadió—: No te conformes con menos.

Nada de bromas pesadas, no era el momento.

—Lamento no habértelo dicho —admitió Amy. Su voz se oyó sincera y afligida. A Kevin no le gustaba cuando hablaba así, la sentía vulnerable, herible. Se acordaba de Sasha.

—¿El que eres gay o el que te gustaba Eli?

Amy lo empujó con el hombro.

—Ambas.

—No tienes por qué. Sí, me dolió como una patada en los huevos que se lo confiaras a Zack y no a mí, pero estoy acostumbrado a que todas las personas que amo lo prefieran.

—No se lo dije —le explicó su amiga—, él lo adivinó. Tal vez no tenía las mejores notas en la escuela, pero sabía cómo llegar a la gente. Todos pueden aprender que la mitocondria es la fuente de energía de la célula, pero pocos son capaces de ponerse en tus zapatos y sentir lo que tú sientes.

—Sí —estuvo de acuerdo Kevin—. Era un maldito dramático.

Era.

Lo había dicho en pasado.

Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa.

—A decir verdad, siempre tuve mis sospechas. Andabas con chicos, pero rara vez los besabas. Cambiabas de novio como de zapatos. Parecía todo una especie de obra teatral. Y tú eras la única actriz.

—¿Y las veces que te propuse que fuéramos pareja?

Kevin le sonrió.

—Sabías que te rechazaría. Lo hacías para mantener tu fachada conmigo. Una pena, en realidad, porque si fueras hetero no te habría dejado ir.

—Soy irresistible —se mofó Amy, pasándose la lengua por los labios de modo provocativo. Muy eficaz, por cierto.

—Y humilde.

—Soy rica y hermosa. ¿Para qué necesito ser humilde?

—Totalmente cierto —dijo una tercera voz.

Ambos chicos giraron al frente y se toparon con una Eli sonriente. Llevaba las manos en los bolsillos y se balanceaba sobre sus talones, como una niña pequeña. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Todavía no se acostumbraba a que no existieran las sombras en esa dimensión. Muchas veces le servían para notar la presencia de alguien cerca de él.

—Tenemos que hablar —anunció Eli, al notar que ninguno de los dos le respondería. Señaló a Kevin con el mentón, y agregó—: Sobre mi hermano.

Amy se enderezó.

—Si algo he aprendido en esta vida, es que no nací para ser la tercera rueda. —Le hizo un gesto de despedida a Kevin y le dio un beso en la mejilla a Eli—. Nos vemos en la pista, zánganos.

Una vez que estuvo lo bastante lejos, Eli tomó su lugar en el tronco. Kevin se alejó un par de centímetros; no quería rozarla. No quería tener nada que ver con ella. Eli pareció no notarlo.

—Antes yo era tu hermano —comentó Kevin.

—Todavía lo eres.

—Pero no de sangre.

—¿Acaso eso te ha importado alguna vez? —le preguntó Eli muy seria.

Kevin no pudo evitar soltar una risa. Lo conocía demasiado para su propio bien.

Eli volteó hacia él.

—Somos concuñados, ¿sabías? —le soltó con una sonrisita—. Nuestros hermanos están saliendo.

Kevin necesitó un momento para contestar.

—Es tan raro... todo —dijo al fin—. De ser hija única pasaste a tener media docena de hermanos. Ahora tienes dos madres, tienes un pasado, tienes... —Suspiró. Se despejó la cara con la mano, intentando ordenar sus ideas—. Es como si ya no fueras Eli.

—Claro que lo soy —respondió su amiga, ofendida—. Mira, si te dije lo de concuñados fue para romper el hielo, pero si no te interesa la vida amorosa de tu hermanito, entonces me saltaré directo a la parte en la que te exijo que no vuelvas a tocarle un pelo al mío.

—¿Cuál es esa obsesión con proteger y amar ciegamente a los parientes sanguíneos? Dominic tiene la culpa de todo lo que está pasando, ¿cómo no te das cuenta?

El rostro de Eli se ensombreció.

—No te atrevas a culparlo por...

—¡¡Es su culpa!! —estalló Kevin. Golpeó el tronco y dejó un hueco que se desapareció a los segundos, como si nunca hubiese estado—. Todos me señalan a mí como el villano de todo, siempre. Pero yo jamás le habría roto el corazón a Zack, ni le habría dicho que dejara su tratamiento. Jamás habría expuesto a Amy, jamás habría besado a Sasha sin su consentimiento, jamás maltrataría a mi mejor amiga terminal y jamás fingiría ser algo que no soy. Sé que también puedo ser un total imbécil, pero lo que nos diferencia es que yo valoro y protejo a las personas que amo. Él las destruye.

Elizabeth no le respondió. En cambio, comenzó a juguetear con un mechón de cabello. Lo enrulaba alrededor de su dedo y luego lo dejaba libre otra vez. Se aburrió a los pocos segundos; levantó la vista a su amigo, y fue entonces que Kevin descubrió la escabrosa verdad. Se preguntó si alguien más lo habría notado. No es que se creyera superior (o sí), pero solo las gemelas la conocían tan bien como él y sospechaba que ellas lo habían pasado por alto.

—¿Quieres seguir hablando de Dominic? —empezó preguntándole Kevin—. ¿O prefieres decirme por qué finges que no te pasa nada?

—¿Qué?

—Eli, eres la persona más emocional que conozco. Siempre has demostrado todo lo que sientes.

—Si te refieres a Zack, te advierto que no voy a permitir que me digas como vivir mi duelo. No tienes ningún derecho —añadió, iracunda—. Me abandonaste cuando más te necesité.

—Finges que estás mejor, pero en realidad estás tan mal que no sabes cómo salir de ahí, ¿no? Estás lejos de vivir un duelo de manera saludable. —Chasqueó la lengua. Sentía el sabor de la verdad dentro de la boca—. Cada día sentías más dolor hasta que no pudiste seguir soportándolo. Tocaste fondo. Estás ahogándote y nadie más lo nota. ¿Me equivoco?

Eli mantuvo silencio. Frunció los labios, en un burdo intento por aparentar que sus palabras no habían calado lo más hondo de sus huesos. Casi podía sentir los escalofríos de la chica en su propia piel, erizándole cada vello del cuerpo, poniéndole la piel de gallina.

—¿Sabes que te delató? —continuó Kevin. Eli negó con la cabeza—. Tus pecas. Siempre te las cubres, porque sé que no las soportas. Es un ritual tuyo. La única vez que no te las maquillaste fue cuando desapareció Quince en octavo año y te volviste un alma en pena hasta que regresó. La segunda vez es ahora, que murió tu mejor amigo porque no fuiste capaz de mantener alejado al tóxico de tu hermano. Cuando no te maquillas es porque ya nada te importa. —Incluso sabiendo que tenía razón, se dio el lujo de sonreírle, y preguntar—: ¿Me equivoco?

Entonces Eli hizo algo típico de Eli: se echó a llorar sobre Kevin. Este la resguardó entre sus brazos de toda pena que quisiera secuestrarla y encerrarla en su celda. Dejó que llorara en su pecho, y hasta tuvo la gentileza de acariciarle el cabello y de susurrarle lo que un mejor amigo le diría para consolara.

Mientras Eli se desahogaba, Kevin sintió el sonido del plástico. Con suma discreción, bajó la mirada y notó una punta que se salía de su pantalón de mezclilla celeste. Así que así es como Eli se había obligado a aparentar fortaleza. Con pequeñas pastillitas. Zack había muerto por no consumir las que debía, y ahora Eli se atragantaba con las que quería como si no significasen nada. Como si la muerte de Zack no fuera más que una tragedia adolescente que quedaría sepultada en el pasado, callada con un montón de drogas.

Un buen amigo habría intervenido de inmediato. Sabiendo el estado emocional actual de Eli, más su historial psiquiátrico, era obvio que debía dar aviso a sus padres, como mínimo. Sin embargo, Kevin no tenía ganas de ser un buen amigo. Nunca más.

Eli era una bomba de tiempo, y Kevin se quedaría a observarla estallar. 

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