📖Capítulo 10: Harem alla puttanesca📖
—Ella me dijo que eres su mejor amigo —insistió Sebas inquieto—. Tienes que ayudarme. ¿Crees que tengo alguna oportunidad?
Bruno resopló.
—Ella se fija en tipos inteligentes —masculló apresurando el paso para unirse al resto de los chicos.
—Soy ingeniero informático, físico teórico y estoy estudiando un magister en nanotecnología. Sé más de quince idiomas e inventé unos anteojos para el daltonismo a los doce años. Han usado mi cerebro para diversos estudios.
—Y que sean religiosos.
—Mi papá es católico —respondió Sebas sonriente.
—Le gustan los europeos.
—Mi mamá es alemana y mi papá es español, nací en Sevilla y viví por años en Inglaterra.
—Tienen que leer.
—¡Deberías ver mi apartamento! ¡Hay más libros que muebles! —exclamó Sebas, llevándose una mano al corazón.
—¿Y qué más? —escupió Bruno ceñudo—. ¿Acaso vuelas o qué?
—En realidad he piloteado helicópteros, pero todavía no tengo una licencia.
—¡Maldita sea, eres perfecto!
Sebas echó la cabeza hacia atrás. La agresividad de su amigo, quien se caracterizaba por ser una persona serena (hasta donde él sabía), lo desconcertó al punto de tener que hacer equilibrio para no irse de bruces al suelo. Bruno pareció darse cuenta de lo brusco y hostil que fue, pues de inmediato ayudó al español a sostenerse y lo miró con una sonrisa apenada.
—Lo siento —se disculpó, apretándole el hombro amistosamente—. Me refiero a que eres todo lo que ella busca en un chico. —Le sonrió—. Estoy seguro que saldría contigo, si se lo propusieras.
—Grazie mille, amico! —exclamó Sebas dándole un fuerte abrazo.
Bruno, más delgado que de costumbre, sintió un leve dolor en los huesos por el apretón, pero aceptó el gesto fraternal y lo abrazó de vuelta.
—Eh, ustedes dos, dejen de su noviazgo para más tarde —pidió Lauren, que iba a la cabeza del grupo—. Vinimos por un tour, nada más.
—Es mandona —se rio Sebas.
Bruno se rascó el cuello, ciertamente incómodo.
—No... O sea, sí. Un poco —admitió nervioso—. ¡Pero no puedes decir tú eso! Es mi novia.
—¡Tranquilo, estoy jugando! Estás más tenso que un chihuahua. —exclamó Sebas—. Además pienso que las chicas con temperamento son las más atractivas.
—Lo que le falta de estatura, le sobra de carácter —estuvo de acuerdo Bruno.
—¿Eh? Pero si tiene una talla ideal.
Bruno no le respondió, tal vez porque su comentario le molestó o debido a que Lauren se aproximó a los chicos y les dio un palmazo en la nuca a cada uno por desobedecerle reiteradamente. Ambos amigos se sobaron la cabeza a la vez que se incorporaban con el resto. Samu le dio un apretón a Sebas, y se pusieron a hablarle a Daisy acerca de los centros de investigación científica de la universidad; mencionaron las especialidades en medicina que se impartían e incluso Samu le ofreció clases personalizadas en caso de que las necesitase, que Sebas creía muy improbable ya que la chica era tan estudiosa como inteligente. Encajaría a la perfección en Harvard. Lauren, por su parte, se desligó del equipo "Agujas y biología" para centrarse en Sasha y Bruno, que charlaban en voz baja; Sasha no había sido capaz de hablar fuerte y claro desde la muerte de Zack, quien por desgracia no había alcanzado a conocer del todo bien. Sin embargo estaba al tanto que la chica se había enamorado de él, y el solo pensar que una mujer tan buena como lo era ella perdiera una parte de su corazón lo entristecía de sobre manera.
—Samu, creo que deberíamos mostrarles el edificio de administración —sugirió Sebas, interrumpiendo a su amigo que le explicaba a Daisy las asignaturas que tendría el primer semestre.
—¿Quién te hizo el jefe, cuatro ojos? —preguntó Lauren sacudiendo su cola de caballo.
—Yo mismo. —Sebas sonrió—. Declaro un golpe de estado ante esta insulsa democracia; desde hoy seré su gobernador.
—Oh, cállate, pendejo —se burló Samu—. Lauren no le hagas caso, es que le faltan amigos.
—Más respeto, judío. Ahora soy tu Führer.
—Como italiano, apoyo con toda violencia a Sebastián —comentó Bruno—. Derrocaremos a Samuel y luego nos haremos amigo de un francés para destruirlo.
—Te falta Estados Unidos —opinó Lauren.
—No puedo, fíjate que mi novia es de allá —contestó el sonriéndole al punto de que Lauren soltó una risa—. ¿La conoces? Es preciosa, y súper enojona. Me encanta.
—Baboso.
Lauren se acercó decidida a su novio y le dio un fuerte beso en la mejilla. Bruno tomó sus manos cuando estuvo por alejarse y la regresó devuelta a sus brazos para corresponderle el gesto, esta vez en los labios, por una cantidad de tiempo que consiguió los vítores del grupo.
Sebas se fijó que Sasha no sonreía, era verdaderamente trágica su mirada; estaba desolada y sus ojos, tan celestes que podían camuflarse con un cielo despejado, habían dejado de brillar hacía semanas. Él recordó la primera vez que la vio, y lo boquiabierto que se quedó ante su belleza; no era una hermosura digna de pasarela o de comercial de maquillaje, sino tan pura, tierna e inocente que te daban ganas de atesorar en una vitrina, quizás de exponer en El Louvre o para crear a la siguiente generación de ángeles. ¿Que si estaba de enamorado de ella? No en realidad, o al menos creía que no lo estaba. Lo que sentía por Sasha era pena, la desgracia reflejada en su fino rostro sin color le erizaba los vellos que casi no tenía, y lo obligaba a mirar para otro lado. Sabía que lo mejor sería ayudarla a sentirse mejor, a volver a sonreírle a la vida, pero con toda honestidad, Sebas no tenía ni la menor idea de cómo lograr eso. A pesar de algunos altibajos que había sufrido desde que se mudó a Estados Unidos, él se consideraba una persona afortunada. No porque se ganara la lotería con frecuencia o porque los tréboles de cuatro hojas le cayeran como lluvia londinense, ni parecido, sino que jamás había cargado o presenciado una tragedia de esa magnitud. Sus padres estaban felizmente casados, viajando por Europa dando conferencias. Su hermanito menor, Pablo, si bien no había heredado la pasión científica de la familia, era un as con el pincel, y eso le llenaba de orgullo. Sus cuatro abuelos estaban vivos y sanos, y quizás sí había gustado de chicas que lo rechazaron, pero nunca al punto de romperle el corazón, de quebrantarle el espíritu.
Por mucho que fuera feliz en ese grupo, tenía que admitir que todos tenían vidas bastante cagadas. A veces le habría gustado sufrir algún trauma en su niñez, y así sentirse más parte de sus nuevos amigos, porque en serio, esos chicos eran la definición de estar jodido.
Volvió la atención a los chicos, que habían decidido hacerle caso e ir a la facultad de administración. Sebas no sabía si Sasha se sentiría mejor al ver su futura casa de estudios, pero tampoco se le ocurría alguna forma de hacerla sonreír.
Habría hecho lo que fuera por ver su sonrisa tan solo una vez más.
—Oye, ¿te presto una servilleta? —le preguntó Daisy con una sonrisa pícara—. Es que tienes un poco de baba por tanto mirar a Sasha.
—¡Daisy! —exclamó Sasha cubriéndose el rostro con ambas manos—. ¡Qué vergüenza!
—¡Eh, hablaste! —chilló Lauren aplaudiendo. Enseguida se separó de su novio y se lanzó a darle un cálido abrazo, muy impropio de ella, pero que le pareció un gesto verdaderamente abnegado—. Ya pensé yo que Quince te había mordido la lengua.
—Quince es el gato más flojo y gordo de la tierra —afirmó Bruno—. Jamás gastaría de su energía para lastimar a otro, a menos que sea Patrick. A Patrick siempre lo rasguña. Su último deseo antes de morir será arrancarle el rostro o algo parecido. —Con una sonrisa, añadió en un susurro apenas perceptible—: Es un gato inteligente.
—Patrick odia a los gatos —apuntó Daisy.
—¿Qué dijimos sobre mencionar a Patrick? —inquirió Bruno de malhumor.
—¡Tú empezaste! —protestó ella.
—¡Es por tu bien!
—Bruno, no eres su niñero —terció Sebas, ajustándose los anteojos—. Ella es libre de hablar de su ex si quiere. Además, ¿no está también en el grupo? Deberíamos aprender todos a convivir.
—Tú cállate, eres nuevo —bufó el italiano—. Tu opinión no cuenta.
Sasha carraspeó, captando la atención de todos. Y es que cualquier mínimo sonido proveniente de su boca los alertaba al instante.
—Tú también fuiste nuevo, hace casi un año llegaste. Zack fue quien te acogió y te hizo sentir parte del grupo, ¿recuerdas? ¿Por qué tú no puedes ser amable con Sebas como Zack lo fue contigo?
—Tú lograste que me sintiera parte —admitió Bruno—. Zack no me echó de su casa, pero tú me saludaste y me diste una bienvenida cálida que me calmó y me hizo sonreír. De no ser por ti, estaría solo y más nervioso que nunca. No te desmerezcas.
—Y tú me ofreciste tu apoyo cuando apenas nos conocimos, Bruno —comentó Daisy, acariciándole el hombro—. Puedes hacer amigos sin ayuda, no te desmerezcas tampoco.
Lauren frunció los labios.
—Bueno, para admitir tus sentimientos sí eres bastante torpe, suerte que te gusto yo, porque dar el primer paso es mi especialidad.
—Eres tan humilde.
—Felices cinco meses —respondió Lauren.
Maldición, Bruno, déjate aunque sea una, pensó Sebas abatido.
—Después de cuatro aniversarios, lo recordaste —dijo Bruno con una sonrisa. Estaba de verdad emocionado de no recibir un "¡Carajo! ¿Era hoy?" como respuesta.
Siguieron recorriendo el campus por otras dos horas en las que visitaron la facultad de derecho, economía y medicina; entraron a los laboratorios, a las salas de clases e incluso se toparon con algunos profesores para que les contaran a las chicas cómo se impartían las asignaturas. Algunos adolescentes, de cursos superiores, compartieron sus experiencias sobre la vida universitaria, y varios le pidieron el número telefónico a Sasha, siendo de inmediato golpeados por Lauren, que no le quitaba los ojos de encima a su nueva amiga. Las tres chicas habían quedado de acuerdo para compartir habitación el primer año. Sabían que los compañeros de cuarto eran seleccionados al azar, pero nada que unos cuantos miles de dólares de parte del señor Thompson no solucionen cosas tan simples como esa.
No se asombren, Sasha y Amy sí tenían padres, pero estos rara vez aparecían físicamente en sus vidas. Más bien eran una especie de fantasmas con una cuenta bancaria infinita.
Visitaron las áreas verdes y se sacaron más de una selfie para presumir que, antes de pasar a último año y en plenas vacaciones de verano, estaban paseando por Harvard como si fuera su propia casa. ¿Quién necesita una invitación de la universidad para unas simplonas visitas guiadas, cuando tienes a su alumno favorito como amigo?
El día terminó con los cinco amigos echados en el césped, organizando su futuro e intentando hacer sonreír Sasha, o al menos, hablar.
—¿Ya decidiste si estudiarás aquí o en Italia? —quiso saber Daisy.
—No en realidad, quiero decir, odio las relaciones a distancia —argumentó, tomándole la mano a Lauren que estaba enfocada en terminarse hasta la última papa frita de la bolsa—. Pero si a mis padres les funcionó, supongo que debo creer en ellas. Económicamente, me conviene estudiar allá.
—¿No eres multimillonario? —preguntó Sebas.
—Bueno, sí, pero no por eso voy a despilfarrar el dinero.
—Esa es exactamente la definición de un multimillonario.
—No, esa es la definición de mi primo, y no quiero ser como él.
—Hablando de Kevin, ¿alguno ha sabido algo? —inquirió Samu preocupado—. Juilliard comenzó hace casi un mes y todavía no va. Ni siquiera fue a la orientación del primer día.
—Yo solo espero que esté bien —murmuró Sasha.
—Yo no, ese tipo es un maldito psicópata —opinó Daisy—. Por mí que no regrese nunca. Solo falta que se lleve a Eli para que el grupo sea perfecto.
—Te voy a aguantar eso último solo porque amé lo primero que dijiste —dijo Bruno seriamente.
—Kevin se siente muy solo, eso es todo —argumentó Samu—. No es un mal chico. No creció en un ambiente cariñoso, y no sabe muy bien cómo expresar lo que siente sin herir a los demás.
—Tiene una maldita pistola dentro de su chaqueta, ¡está loco! —dijo Daisy.
—Es falsa —puntualizó Lauren.
—Como su personalidad —resopló Daisy.
—¿Cómo sabes qué es falsa? —inquirió Bruno pasmado.
—En la fiesta de Patrick dejó su chaqueta colgada, fui a husmear y la tomé. Era demasiado liviana para ser real. Seguramente la robó de la escenografía de sus padres o yo qué sé. —Lauren suspiró—. De verdad, yo no me preocuparía por él, quizá no se sepa cuidar del todo, pero junto a Grace está completamente seguro. Ella lleva un cuchillo bajo el calcetín, y créanme que sí es real.
—¡¿Grace está con Kevin?! —chilló Sam. Al instante, se dio cuenta que todos lo miraban confundidos, por lo que intentó recuperar la compostura—. Quiero decir, tampoco había oído nada de ella, desapareció del mapa.
—Sí, suele hacerlo —comentó Sebas.
—No es divertido, imbécil.
—Uau, cálmate mijo, están bien. Me llamó hace unos días antes de viajar —admitió Lauren—. Ella está intentando ayudarlo.
—No puedes reparar los pedazos de alguien más, cuando tú eres un montón de añicos —musitó Sasha.
—¿Viajar a dónde? —quiso saber Samu.
—Adonde no puedes ir. Y hablando de eso, Bruno y yo deberíamos irnos. —Le sonrió—. Quiero darte tu regalo de aniversario.
—Es que yo... Eh... —Se rascó el cuello—. Creí que...
—Está bien, Bruno —lo interrumpió Daisy con una sonrisa—. Podemos juntarnos otro día.
—¿Habías quedado de ir a la casa de Daisy? —preguntó Lauren ceñuda—. ¿El día que cumplimos cinco meses?
—Nunca antes habías querido celebrarlos.
—¡Y siempre me reclamabas! —exclamó su novia.
—¡Claro que sí, porque soy el único que se interesa en esta relación!
—¡Eres un descarado! ¡Siempre estás con Daisy o con Sasha! ¡Tengo que sacar número para verte!
—¡Son mis amigas!
—¡Ya lo sé!
—Por favor no se griten —suplicó Sasha poniéndose entre los dos chicos—. No lastimen al amor, no desperdicien que se quieren en peleas absurdas.
—Creo que mejor me iré con Grace, ella sí tiene tiempo para mí.
—¿Puedo ir? —Samu carraspeó—. Digo, quizás necesite algo, o Kevin. Podría ser un buen médico y...
—Oh, cierra la boca, Samuel. Pareces buitre detrás de mi amiga. ¿Qué no entiendes que lo suyo ya se acabó? Si tanto la quisieras como ella te quiere a ti, dejarías de hacerle daño.
—¡Yo nunca la lastimaría!
—¡La destrozas cada vez que te ve! ¿Acaso piensas que es muy sencillo ver lo que pudo tener y se le arrebató? ¡La violaron, tarado, no quiere volver al pasado!
Entonces todo el grupo se quedó helado, incapaz de decir palabra; con la boca abierta y los ojos brillosos por las lágrimas. Sebas tuvo que sacarse los lentes para secarse la pena, pero no tuvo la fuerza para responder.
Lauren entendió el terrible error que cometió. Y Samu, con un dolor que Sebas nunca antes le había visto, ocultó la cabeza entre las rodillas y se quedó así, quieto, petrificado como si su vida se hubiera acabado.
—Yo... Esto... ¡Carajo! Creí que lo sabías. ¡Ella me dijo que eran amigos! Oh, maldita sea, maldita sea.
—¿Alguna vez tienes algo de tacto? —rugió Bruno.
—Pásatelo grandioso con Daisy —bufó esta. Antes de que Bruno respondiera, la chica estiró ambos brazos y se desvaneció tras una bruma blanca.
—Samu —lo llamó su amigo—. ¿Estás... bien?
Su amigo entonces alzó la cabeza.
—No hasta que lo mate —rugió.
—¿A quién? —inquirió Daisy nerviosa.
—Todavía no lo sé. Pero cuando lo descubra deseará no haber nacido.
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