Curando cicatrices
Félix despertó en la cama de hospital desorientado, sintiendo como de repente los recuerdos del accidente Agreste lo golpeaban sin piedad.
Agradecía enormemente al doctor que prohibió las visitas a su habitación, estaba cansado tanto física como psicológicamente, un poco mas en el segundo sentido, y no teniendo estabilidad ni humor para recibir a antiguos socios de su padre y periodistas indiscretos, sabía que estarían allí por dinero y no por interés en él o su salud.
Cuanto odiaba la hipocresía de esas personas.
Pero más odiaba a esa parte de él que quería creer que en verdad les importaba, que se preocupaban por él y no por lo que sería ahora del dinero de su familia. En verdad lo detestaba, lo hacía sentir tan débil y desesperado.
El sonido de alguien golpeando la puerta lo sacó de sus pensamientos.
– Joven Agreste – dijo su doctor al abrir la puerta sin entrar por completo a la habitación– tiene visitas.– anunció.
El chico torció los labios, no estaba de humor para recibir a nadie y ese hombre lo sabía, lo que menos quería en ese momento eran las palabras vacías de hipócritas.
– No estoy en condiciones de atender visitantes. – expresó cortante – Dígale que se retire. –
– Eso he intentado, joven Agreste, pero insiste en pasar a verlo– contestó el medico – Además opino que debería interesarle, se trata de quien al parecer se encargará de su custodia a partir de ahora.– terminó de decir el hombre.
En los ojos de Félix se pudo apreciar por un momento un brillo de sorpresa y desconcierto, que el rubio se ocupo pronto de esconder. Suspiró cansadamente en un intento de prepararse para lo que le esperaba. No iba a ser fácil.
– Hágalo pasar en un momento. – soltó finalmente sin ganas el chico.
Se preparó mentalmente, nunca se le había dado el trato con ningún tipo de persona, y el tener que atender en su condición a otro cazador de dinero que probablemente no le tendría ninguna clase de consideración lo agotaba antes de siquiera verlo. Esta vez ya no tendría a su padre o abuelo para dirigir la conversación y controlar su carácter.
Ahora estaba más solo que nunca.
Volvieron a llamar a la puerta y se obligó a reaccionar. Enderezó su postura, acomodó un poco el pijama que traía, respiró profundamente y puso su mejor rostro inexpresivo antes de pronunciar con voz seria – Adelante.–
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Bridgette estaba destrozada. La pérdida de Félix le había afectado más que a nadie en su escuela. Después de perderle y ver lo que había tenido que padecer el rubio sin que ella siquiera lo sospechase, se dio cuenta que no lo conocía en realidad, no lo amaba tanto como creía, al menos no como debió ser.
Había algo en ese misterioso chico que captó su atención desde el inicio, no sabría decir claramente que es lo que fue. Le pareció tan perfecto, era inteligente, apuesto, caballeroso, y creía firmemente que dentro de toda esa coraza de hielo escondía un buen corazón,muy en el fondo pero allí estaba.
Pero nunca fue más allá de eso, al menos no al comienzo.
Solo le parecía una persona fascinante, quería estar a su lado para poder apreciarlo de cerca, conocerlo mejor que ninguna otra persona. Nunca en ese tiempo se había planteado cómo se sentiría Félix, lo que pasaría por su mente y corazón, nunca había buscado verlo como a una persona humana con sus propios miedos, inseguridades, deseos, sueños y problemas.
Comenzó a hacerlo cuando ya fue demasiado tarde. Él ya no estaba.
La noticia de la tragedia de la familia Agreste y el saber por lo que pasaba su amado le cayeron como un balde de agua helada.
Todo sucedió tan rápido, las noticias mostraron pequeñas imágenes de la llamada "Tragedia Agreste" en la que solo se sabía que los miembros de esta familia habían salido afectados gravemente por culpa de un accidente, luego se notificó a la escuela que Felix había sido transportado a urgencias junto con su padre y su abuelo. Días después se llevó a cabo el funeral privado de los Agreste, sin brindar ninguna información al respecto.
Nadie supo nada más del tema.
Luego de ello, lo único que le quedaba a Bridgette era la culpa.
Ella pensando en invitarlo a un sinfín de salidas cuando él apenas podía respirar dentro del apretado horario que llevaba lleno de actividades; ella admirándolo por sus buenas notas cuando él se desvelaba estudiando; ella poniéndole un pedestal por ser tan talentoso para todo cuando a él su familia lo presionaba para ser el mejor en todo lo que hiciese.
Muchos le decían que no se sintiera culpable, que ella no tenía ni cómo ni porqué saber todo eso antes, que solo era una joven a la que le gustaba un chico y que no tenía caso recriminarse tanto si Félix era tan reservado para que nadie supiera nada de ello; pero aún así el remordimiento la consumía, atormentándola con tantos escenarios de "si hubiera".
¿Qué no daría ella por volver el tiempo atrás y hacer las cosas bien desde un principio? Pero eso no era posible, solo le quedaba vivir con la culpa de lo que pudo haber hecho y no hizo. Si tan solo pudiera velo una vez más, lo abrazaría intentando darle todo el amor que no tuvo mientras le suplicaría perdón por no haber estado allí para él cuando la necesitaba, le diría tantas cosas y haría tantas otras. Si tan solo hubiera sabido, si hubiera podido evitar la catástrofe de la familia Agreste, si Félix aún se sentara a leer en aquella banca del parque o si caminara como de costumbre en dirección al colegio... ella sería tan feliz.
Si Félix estuviera vivo... ¿Qué estaría haciendo en ese momento?
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– Adelante.– Una vez el joven pronunció esa palabra, un hombre entró en la habitación provocando en Félix una fuerte impresión de tan solo verlo, le recordó de inmediato a él.
Era un adulto de unos treinta y algo años, alto e imponente, de ojos azules ocultos tras un par de gafas y cabello rubio platinado peinado hacia atrás impecablemente, vestía un traje elegante que dejaba en claro su clase social alta, pero lo que más le impactaba era el gran parecido físico que le hacía creer que volvía a estar en presencia de alguien más, eso le estrujaba el pecho sin piedad. Incluso tenía un porte frío e imponente muy similar.
El adulto lo miró analizándolo de arriba a bajo, como si buscase algo en él. Félix maldijo internamente, parecía ser otro cazador de dinero y él debía verse como una presa indefensa y fácil.
– ¿Félix verdad? Un placer conocerte – la voz del hombre lo sacó de sus pensamientos– Como probablemente sabrás, a partir de ahora seré el tutor encargado de tu custodia. –
La tensión era cada vez más palpable en el lugar, era obvio que el joven no estaba para nada feliz con la noticia.
El mayor se aclaró la garganta antes de proseguir. Rayos, nunca se le habían dado ni las palabras o el trato con la gente y el chico no se la dejaba fácil, le traía demasiados recuerdos el verlo.
– Mi nombre es Gabriel Agreste, hermano gemelo de tu padre y por lo tanto tío tuyo.– Soltó sin más, haciendo que Félix sintiera un fuerte peso instalarse en su estomago. Ahora entendía por que se sintió así al verlo, era una copia de su, recientemente, difunto padre.
Todo le era cada vez más difícil de sobrellevar.
Para Gabriel tampoco era fácil.
Ver a su sobrino en ese estado le recordaba mucho a él cuando se separó de su familia hace años: un joven desconfiado del mundo, para el que todo era nuevo e inseguro, que no sabía relacionarse de forma normal con los demás, asustado de todo pero que no dejaría que nadie lo supiera, era como un animal acorralado y a la defensiva que atacaría a todo el que se le acercara. Pero la diferencia era que Gabriel se había ido por voluntad propia siendo un universitario que contaba con el apoyo incondicional de la que después sería su mujer y que renunciaba a su fortuna y forma de vida para poder seguir sus sueños y aspiraciones; en cambio Félix era solo un niño que perdió todo de repente, él no había dejado su estilo de vida por voluntad propia sino que lo había perdido junto con su familia, además que parecía no contar con nadie.
Aunque por otra parte le recordaba demasiado a su hermano, tenía la misma mirada y parecía analizar la situación armando una estrategia mental de como actuar, incluso se quedaba cayado cuando se sentía incómodo.
Esa sería una larga y tensa charla entre dos Agreste.
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– ¿Seguro que estarás bien solo? ¿No quieres que te acompañe querido?– preguntó una mujer rubia de ojos verdes.
– No es necesario Tía – respondió Felix – solo iré a buscar mis cosas que quedaron aquí, volveré en unos minutos.–
Aún se le hacía extraño todo lo que ocurría. Solo iba a recuperar un par de objetos a su antigua escuela y su tía ya se preocupaba queriendo acompañarlo.
Debía agradecer a su Tía Pauline, sin ella habría sido mucho más difícil sobrellevar todo y aprender a confiar (aunque sea poco a poco) en nuevas personas.
Era una verdadera suerte que la esposa de su Tío Gabriel fuera tan comprensiva y buena tratando con Agrestes ariscos como él, o como ella les decía "lindos iglúes" ya que eran de hielo por fuera pero cálidos por dentro. Fue ella quien ayudó enormemente a hacer más sencillo el trato entre ellos, explicándose junto a Gabriel que sus intenciones no eran las que Felix creía en un principio, sino que como su Tío había sido criado de la misma forma, entendía en gran parte cómo se sentía y quería ayudarlo a comenzar una nueva vida, aunque también era pésimo hablando y en las relaciones sociales.
El matrimonio había estado visitando a su sobrino durante las semanas que duró su recuperación, haciéndole compañía, escuchándolo, conversando con él... todo eso lo hacía muy feliz.
Ahora dado de alta se mudaría al centro de Paris con ellos y su pequeño primo, y ahora nuevo hermanito, Adrien, un vivo retrato de la Tía Pauline pero con la densidad del Tío Gabriel para varias cosas.
Pero antes de ir a su nuevo hogar, Felix pidió pasa por su antigua escuela a buscar las cosas que había dejado allí y no había tenido oportunidad de retirar antes.
Sonrió para si mismo, sus días de felicidad apenas estaban comenzando.
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Al parecer llegó al colegio cuando todos estaban dentro de clase, mejor así, lo que menos quería era llamar la atención, solo buscaría sus cosas y se iría.
Pudo retirar su equipo de esgrima sin ningún problema, también logró abrir su casillero y llevarse todo lo que había guardado allí (libros en su mayoría). Solo le quedaba regresar un par de libros a la biblioteca de la escuela y pedirle a su profesora que le regresara su cuaderno de literatura.
Al llegar a la biblioteca se extraño de que estuviera vacía, conocía el horario de la bibliotecaria y ella tendría que estar allí a esa hora. Pensó en dejar los libros sobre el escritorio de trabajo de ella, pero al recordar que los regresaba algunas semanas después de la fecha limite establecida decidió quedarse a esperarla para poder disculparse adecuadamente. Era algo impensable que Felix Agreste no regresara un libro a tiempo, por lo que tenía una gran necesidad de justificarse correctamente.
Pensó que mientras esperaba podría buscar para releer su libro preferido, no creía que la bibliotecaria tardara mucho, por lo que aprovecharía para recorrer por última vez su lugar favorito en la escuela a una forma de despedida.
Al final de la biblioteca, escondida entre los pasillos de libros, una chica de cabello azabache y ojos azules abrazaba su preciado paraguas rojo mientras leía las líneas de la novela que tenía en su regazo.
Ese era el libro que más le gustaba a él, leerlo le hacía sentir que estaba cerca, que no se había ido. Intento retener el llanto que buscaba surgir al traerlo a su memoria, ya lo había llorado tanto que le sorprendía seguir teniendo lágrimas para derramar.
En verdad lo extrañaba mucho. Nunca se perdonaría por las cosas que hizo, o mejor dicho, lo que no hizo.
Estaba tan sumergida en sus pensamientos que no escuchó cuando sonó la campana, quedándose en la biblioteca aún cuando habían regresado sus compañeros a clase.
El sonido de unos pasos le hizo reaccionar y al ver la hora casi gritó al notar el tiempo que llevaba allí. De seguro que sus amigos habían ido a buscarla.
Se puso de pie y limpio todo rastro de haber llorado, aunque no pudo hacer su característica sonrisa, esa ya la había perdido.
Caminó con desgano hacia donde provenían los pasos, esperando encontrarse con Alegra o Claude, tal vez Allan, pero nunca imaginó que al asomarse por ese estante lo volvería a ver a él, frente a ella se encontraba Felix Agreste.
El rubio se sorprendió de ver a su antigua compañera/acosadora ahí, hasta donde sabía ella no era amante de los libros. Tenía pensado ignorarla, pero al ver su expresión de sorpresa y algo más que no supo definir simplemente no pudo.
– ¿Bridgette? – preguntó simplemente, esperando que la chica le explicara el porqué de su reacción, Dios, parecía que estaba viendo un fantasma.
– ¿Fe-Fe-Felix? – apenas dijo Bridgette en un susurro, no podía creer lo que veía. ¿Sería otro juego cruel de su imaginación? Era demasiado real para serlo.
– Si, soy yo. – contestó con desgano el Agreste, de seguro era que a la chica no le hacia ni el mínimo de gracia verlo.
– Fe-Felix – volvió a balbucear ella. – Félix..... ¡Felix! – terminó por gritar antes de lanzarse a sus brazos.
El abrazo de Bridgette lo tomó desprevenido ¿Por qué actuaba así? Iba a replicar cuando escuchó sollozos provenientes de la chica, que lo paralizaron y activaron todas sus alarmas ¿Y ahora que hice?
– Bridgette– la llamó suavemente e inseguro, demasiado sorprendido como para saber que hacer. Sentía como sus lágrimas mojaban su ropa, nunca antes había estado en una situación así.
– Félix – dijo ella entre gimoteos – eres un idiota – su voz se escuchaba rota y despacio – ¿Cómo pudiste hacer esto? Estaba tan preocupada por ti, no sabía que había pasado. Llegamos a creer que habías muerto ¡Creí que no te volvería a ver nunca más! – levantó la voz al decir la última frase, llena de dolor y un miedo que aún no se esfumaba.
Cuando Félix se encontró con ese par de ojos azules tristes y llenos de lágrimas sintió como la culpa se instalaba en su pecho y le estrujaba el corazón.
– Lo lamento – dijo él envolviéndola con sus brazos y apretándola contra si – Lo lamento tanto, Bridgette. Yo... nunca pensé que alguien se preocuparía así por mí, mucho menos que tú quedarías en este estado. Perdóname. – la voz de el chico se iba estrangulando a medida que hablaba, rompiéndole el corazón a la chica.
¿En verdad pensó que a nadie le importaba? ¿Qué clase de vida tenía Félix como para creer algo así?
Se abrazó con más fuerza contra el pecho masculino. No quería separarse de él nunca.
– Prométeme – empezó a decir ella – que cuando necesites algo pedirás ayuda, que no volverás a guardarte tus problemas e intentar cargar con todo tú solo.– se podía sentir la determinación y seriedad en cada una de sus palabras – Por favor, no vuelvas a pensar que no me importas, deja de intentar alejarte de todo, por favor no me sueltes. – lo último lo dijo a manera de súplica, dejando totalmente vulnerable al Agreste.
– Bridgette... – Félix ni siquiera pudo pronunciar una oración completa, sentía que en cuanto empezara a hablar rompería en llanto al igual que un niño pequeño.
Nunca nadie lo había tratado con tanta preocupación y cariño, todo eso era nuevo para él.
Su padre y abuelo lo veían como una posible fuente de dinero para el futuro, un heredero para la gran fortuna de las empresas Agreste, pero nada que los hiciera tratarlo con cariño. Solo era un objeto de manipulación o un empleado, no un joven con sueños y emociones, mucho menos un hijo.
El que de repente cambiara la forma en que lo veían y trataban los demás se le hacía extraño, pero no desagradable. Se sentía tan indefenso y expuesto en cuanto a sus emociones.
Estrujo el pequeño cuerpo de la chica contra el suyo, abrazándola con fuerza, como si fuera lo único que lo mantenía de pie en el mundo. Acarició sus cabellos con ternura y delicadeza mientras intentaba contener el llanto que buscaba surgir en él.
– ¿Félix? – preguntó Bridgette al sentirlo temblar dentro del abrazo que se daban, alarmándose al sentir como se humedecía su cabeza.
– No estoy llorando – le dijo él con la voz quebrada, demasiado orgulloso como para admitirlo – Tu mechón de cabello me pico el ojo – completó sin dejar que se separaran, no quería que ella viera su rostro empapado de lágrimas que no dejaban de salir sin su permiso.
La chica sintió como se le oprimía el corazón al encontrarlo tan vulnerable, pero a la vez cierta calidez se expandió en su pecho al ver que él confiaba lo suficiente en ella como para desahogarse y permitirse mostrar sus emociones. Sonrió de lado y se abrazó con más fuerza. Vaya que Félix era un chico orgulloso, pero aún así era tan lindo siéndolo.
Se quedaron en esa posición por un tiempo, sumergidos en un cómodo silencio disfrutando de la compañía del otro en lo que ambos se calmaban. No había necesidad de palabras, estaban en su pequeña burbuja en el tiempo y circunstancias que los rodeaban, no necesitaban nada más.
Felix sintió uno de los consejos de su Tío resonar en su cabeza: Para sanar una herida tienes que dejar de tocarla y evitar hacerla mayor de lo que ya es, necesitas limpiarla pero no debes hacer que se infecte, lo que mejor te ayuda es aprender a olvidar y seguir hacia adelante con tus cicatrices.
Eso es lo que haría, se permitiría dejar ir su pasado para tener un nuevo comienzo, aún tenía muchas cicatrices que terminar de curar pero no dejaría que estas le impidieran avanzar a un mejor futuro.
Aún seguían sumergidos en ese dulce abrazo cuando un grito agudo los sacó de su burbuja.
Al voltear sorprendidos, sonrojados y asustados, vieron a algunos de sus compañeros de salón.
Claude, Alegra y Allan, al ver que la pequeña azabache no regresaba a pesar de que había soñado el timbre se preocuparon y fueron a buscarla. Ella no había sido la misma desde que Felix se fue, así que intentaban no dejarla sola.
Pero no se esperaban la escena que encontraron, grande fue su sorpresa al ver a Bridgette sonriendo empapada en lágrimas mientras abrazaba a quien en un comienzo no reconocieron, Felix Agreste.
¡Se suponía que el chico estaba muerto hace semanas! Y además ¿Desde cuando el Témpano de Hielo se dejaba abrazar? O estaban alucinando o era el preludio del Apocalipsis.
Y allí estaban todos ellos, paralizados mirándose los unos a los otros sin saber que decir o hacer.
– ¿F-Fe-Felix? – balbuceó como pregunta Allan, aún incrédulo de ver a su antiguo compañero de asiento allí parado.
Felix por su parte no tenía idea de cómo reaccionar. Su relación con sus compañeros no era necesariamente buena, si es que tenía alguna relación con ellos, no estaba seguro de que pensaban de él.
– Eeemmm ¿Hola? – fue lo único que el Agreste atinó a decir, regañándose a sí mismo apenas terminó de hablar – ¿Sorpresa...? – ¿Por que actuaba así?¿Que no podía quedarse callado? De seguro estaba haciendo el ridículo.
– Fe-Felix... – susurró trabada Alegra, intentando procesar lo que ocurría.
El primero en reaccionar fue Claude, quien después de recuperarse a medias de shock inicial hizo lo que mejor se le daba: montar un drama.
– ¡Agreste estás bien! – gritó el castaño antes de abalanzarse sobre el rubio, derribando consigo a Bridgette que apenas se había separado del abrazo.
– Estábamos tan preocupados por ti. ¡Grandísimo idiota con complejo de Hielo! – no dejaba de exclamar, sin que se pudiera definir si lloraba o reía ante lo extraño de la situación.
La cara de Felix era todo un poema. ¡Que alguien le explicara que estaba ocurriendo allí!
Pero no tuvo mucho tiempo de pensar antes de que Allan y Alegra se unieran al extraño abrazo, terminando de tirarlo al suelo.
– Gracias al cielo que estás bien– le dijo la rubia entre lágrimas y con una sonrisa, intentando que su voz no sonara quebrada.
– Te extrañamos mucho. No tienes idea de cuanto nos hacías falta. – expresó Allan un poco más controlado que los otros, pero con los ojos cristalinos y una sonrisa de oreja a oreja.
Felix seguía sin entender bien lo que pasaba, pero un nudo se instaló en su garganta junto con una gran calidez que se expandía por todo su pecho. No pensó importarles tanto a tantas personas, se sentía muy querido.
Eso si, seguía siendo demasiado orgulloso como para admitirlo en voz alta, mucho menos para que lo vieran llorar. Así que solo se limitó a dejarlos ser, ya luego se preocuparía por su imagen y lo que diría, ahora solo quería disfrutar el momento.
Unos metros más alejados del lugar, ciertos espectadores disfrutaban de presenciar la escena, felices por ver que su querido Felix tenía amigos que se preocuparan por él.
– Te dije que no había necesidad de preocuparse querida. – dijo Gabriel a su esposa. – Se ve que no necesita ayuda por ahora. – sonrió ligeramente al ver a su sobrino ser abrazado por un castaño hecho un paño de lágrimas.
– No empieces ahora Gab, fuiste tú quien se preocupó de que tardara y hasta quiso llamar a nuestro guardaespaldas para buscar a Felix – reclamó la mujer algo divertida. – Me alegra ver que encuentre gente que se preocupe por él y lo quiera. – dijo contenta mirando como la chica rubia regañaba al castaño por su accionar y el moreno ayudaba a un desaliñado Felix a ponerse de pie.
– Si – contestó el diseñador con una pequeña sonrisa de orgullo – al parecer no está tan solo como el mismo creía. –
– Mamá, papá – los llamó un pequeño niño rubio de mirada esmeralda – ¿Ya podemos ir a saludar a la novia de Felix? – preguntó inocente viendo cómo una sonrojada azabache intentaba acomodar el cabello y la camisa de su nuevo hermano, para después volver a atrapar al rubio en un nuevo abrazo grupal.
Felix se estremeció ante la repentina muestra de afecto, pero sonrió ligeramente. Las cosas iban a mejorar cada vez más.
Al desviar el rostro para ocultar su expresión de sus ahora denominados amigos, noto como su nueva familia lo observaba entre orgullosa y divertida. Un fuerte sonrojo llegó a sus mejillas, aún así su sonrisa no menguó ni un poco, sin duda iba a estar bien, su felicidad apenas estaba comenzando.
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Historia creada para el concurso "Heart Music" de @ParisCDH
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