ÚNICO
Amor.
Todos en el algún momento quieren vivirlo. Quieren sentir la arritmia de sus corazones, la complejidad de sus pensamientos, el calambre en sus mejillas.
Soñar con amor es algo que cualquiera desea, al menos por una vez en sus vidas.
Y ese era el trabajo de JiMin. Mejor conocido como cupido.
JiMin se encargaba de llevar esperanza e ilusiones a los corazones de las personas. Flechaba a aquellos que eran el uno para el otro aún si en el plano terrenal parecían odiarse, solo él tenía el don de mirar más allá de la anatomía humana y enlazar los sentimientos de quienes debían enamorarse.
Porque sí; podrá sonar injusto, pero nadie elegía de quien se enamoraba. Seguramente la vida sería más sencilla de esa forma y su trabajo le tomaría menos tiempo, pero no. Tú no eliges a quien amar, el amor te elige a ti. El deseo en tu corazón nunca miente.
Los humanos debían experimentar por dolor, confusión, desesperanza, tristeza... todo para su corazón aparte la neblina en sus ojos y finalmente observen con el alma y amen sin ataduras.
La vida era difícil porque ellos se la hacían difícil.
Para JiMin, aceptar el mayor regalo de la vida; el amor, sería más sencillo si aquellos egoístas seres pudieran olvidarse del mundo en sí, de aquellas terribles excusas como el qué dirá la sociedad del sentimiento más puro que se les puede conceder y la persona por la que lo sienten.
Siendo el Dios del amor, le era incomprensible porque no aceptaban su don. ¿Qué tenía de malo el amor?
Los humanos eran un misterio.
«Si todos amaramos...». Pensaba. Sentado en un banco de algún parque bajo la luz de las estrellas.
Un molesto e incesante maullido aturdía sus pensamientos, irritándolo.
Posó su vista sobre un pequeño gato blanco que parecía inquieto, esperando por algo. O alguien. Sus ojos recorrieron el panorama y a un par de metros del animal, venía caminando un joven con una bolsa plástica en sus manos.
Desde su asiento, miró como aquel joven llegó hasta el felino, acariciando su mugroso pelaje sin importarle nada. Sacó de la bolsa una lata de comida para gatos y una botella de agua, ambas cosas las puso en pequeños tazones, dejándolos frente al agradecido minino que comenzó a comer con tranquilidad.
Pudo detallar mejor a esa persona pues se sentó en el césped, mirando con una nimia sonrisa al animal comer. La piel pálida lucía acendrada bajo la luminiscencia de la luna, contrastando con un par de finos labios rosados y un perfecto cabello color carbón. Dos pequeñas pelotas de chocolate yacían en su rostro como sus ojos felinos.
Era hermoso.
Tan perfecto incluso para el olimpo.
—¿Debería traerte conmigo?
Le escuchó hablar. Melifluo pese a la ronquez de su voz, tan suave como acostarse en un montón de algodón. Era igual de bella que todo el ser en sí.
Se acercó casi hipnotizado, sintiendo sus mejillas arder y su corazón latiendo como un potente motor; rápido, doloroso. Quería... quería observarlo más de cerca, tocarlo, comprobar sus sospechas y sentir la suavidad de su piel.
Lo tuvo frente a él. Su etérea belleza lo cegaba pero no podía dejar de mirar esa sonrisa de pequeñas perlas y encías rosadas.
—A ambos nos haría bien un poco de compañía —murmuró el joven ignorante del dios que lo observaba. El gatito se frotó contra su mano, maullando como señal de que le gusta la idea o al menos así lo interpretó, así que sonrió—. De acuerdo, vienes conmigo.
JiMin lo siguió a su casa esa noche y a la mañana y días siguientes.
Aquel hermoso joven de nombre Min YoonGi era un recién egresado de la carrera de ingeniería informática, con veinticuatro años recién cumplidos y un sentimiento de soledad imperceptible para los demás.
YoonGi más que tímido era reservado. Su infancia fue caótica, su casa estaba plagada de resentimiento, ira y tristeza. Se acostumbró a los malos tratos, a la infelicidad que sus padres le traían, al recuerdo de que era un inútil y un hombre incapaz de recibir amor. En un minuto de valentía huyó de casa, trabajando arduamente por la pequeña habitación que alquilaba y pagarse sus estudios.
Fueron nueve de años casi insuperables, donde tuvo que mantenerse al margen con la gente con la que se relacionaba por miedo de que lo regresaran a la casa de sus padres, no hablaba con nadie, no salía a reuniones ni a fiestas y apenas aceptaba hacer proyectos en equipo. Trabajó mucho, lloró, sufrió. Pero logró mantenerse en pie y terminar la carrera de sus sueños.
Pero un nuevo reto se presentaba ante él y es que ahora que podía, ahora que quería, no tenía idea de como era relacionarse con los demás.
No sabía abrir una conversación o mantenerla. Temía de lugares concurridos, odiaba el bullicio después de tantos años en silencio.
Su rostro no ayudaba a que los demás tuviesen la confianza de acercarse a hablarle, pues siempre mantenía una dura y seria expresión de labios apretados y mirada fría.
En su trabajo nadie se acercaba a él más que sus superiores a dejarle el material en el que debía trabajar. Apenas lo saludaban sus compañeros. Y ni hablar de algún tipo de romance, nadie deseaba ser su amigo mucho menos su pareja.
Y sinceramente él... él sentía envidia. No envidiaba a las parejas con deseos de que terminasen o de que todo el mundo sienta la amarga soledad que él vive todos los días. No.
No era esa clase de envidia.
Era una envidia que echaba raíces desde su podrido corazón y se ramificaba por todo su pecho cuando miraba a la chica saltar emoción por el regalo de su novio, cuando la pareja homosexual se sonreía mientras caminaban tomados de las manos olvidándose de la sociedad y las miradas de rechazo de todos a su alrededor. Era una envidia que tomaba fuerza y se convertía en molestia con cada pareja feliz que se encontraba.
Iba más allá de querer que todos sufran como él. YoonGi anhelaba con alguien que lo amara, alguien con quien compartir su tiempo, sus palabras, sus sonrisas, su voz, su cuerpo. Deseaba alguien con quien compartir sus penas, sus quejas, su enorme carisma y buena voluntad. Lo único que quería era ser feliz.
Y tener a ese alguien con quien compartir su alegría.
Necesitaba llenar el tremendo vacío que se alojaba como un hoyo negro en su corazón. La soledad lo estaba consumiendo lento, tan malditamente lento que arrasaba incluso con la fortaleza que lo mantenía en pie y le obligaba a salir de su apartamento.
Su enorme tristeza era la señal perfecta para que cupido se pusiera en marcha y con su poderosa vista pudiese identificar el alma gemela de Min YoonGi. Pero... JiMin no quería hacer su trabajo.
JiMin conocía todo de YoonGi. Su amor por su pequeño gatito Mini, su amabilidad hacia la gente mayor y niños, su dedicación a su trabajo, la valentía que abordaba al pelinegro para no volver a contactar con su familia tóxica a pesar de sentir su casa vacía. YoonGi era hermoso; por dentro y por fuera, era un ser humano amable, respetuoso, ambicioso con sus metas personales, divertido y con charlas interesantes que solo su gato y él conocían.
YoonGi era perfecto. Sería capaz de enamorar a quién fuera. Incluso a él.
Nunca había experimentado la fogosidad del sentimiento que repartía por el mundo. Era incontrolable, inconmensurable. Y todo lo sentía por el hermoso y solitario joven.
YoonGi eran incapaz de verlo. Y JiMin daría todo por tener un cuerpo terrenal con el que podría buscar a su amado, pues nadie más lo conocía mejor que él, nadie más sería capaz de amar a YoonGi como se merecía más que él.
Pero solo podía observarlo muy de cerca, lamentando que el pálido no pudiese sentir su suave toque.
Tristeza y amor no correspondido era lo único que vivió dentro de él por meses.
Hasta la llegada de un nuevo sentimiento que se alojó como una espina en su pecho; incómoda, dolorosa e iracunda.
—¿Eres YoonGi? —preguntó el chico de cabellos castaños, una enorme sonrisa aliviada adornaba su apiñonado rostro—. Soy Jung HoSeok, encantado de conocerle. El director me pidió que te buscara, dijo que podrías ayudarme con mi capacitación.
¿Celos?
No. Era más que eso.
Era una celotipia enfermiza que burbujeaba como hierro caliente en sus entrañas cada que aquel hombre se acercaba a YoonGi, cada que YoonGi sonreía o se sonrojaba por la presencia de aquella persona.
Lo detestaba.
Aborrecía a Jung HoSeok. Él no era merecedor del amor de su chico. Nadie era merecedor de sus dulces miradas, de escuchar su perfecta risa.
«Mío. Es mío. Solo mío».
Tomó una poderosa flecha de amor inmediato, su arco de oro irradiaba su celera. Sus ojos se tornaron rosados, listos para cumplir con su labor.
El corazón de Jung HoSeok fue atravesado por una flecha de amor cargada de la ira y desesperación de cupido; el sentimiento escoció en su cuerpo cuando conoció a quién creyó era el amor de su vida. Era un sentimiento intenso y apabullante, quería vivir por y para su pareja, por lo que le pidió a YoonGi no lo llamara más.
El rechazo fue resentido por el pálido chico que no entendió lo que hizo mal para que su nuevo amigo quisiera cortar lazos con él. ¿Acaso se dio cuenta de que le gustaba? Quizá HoSeok no sabía como rechazarlo y simplemente se deshizo de él.
Sintió su corazón quebrarse cuando a la semana se enteró que HoSeok se casaría y se mudaría lejos con Kim TaeHyung; el hijo del director.
Miles de dudas lo embargaron, un decepcionante sentimiento de resignación lo castigó por casi un mes entero.
JiMin se sentía culpable cada noche que escuchaba a su amado llorar. Sin embargo no se arrepentía, solo hubiese deseado haber lanzado una flecha menos poderosa, quizá con una relación gradual YoonGi no se sentiría devastado.
En contra de las reglas de los dioses sobre la interacción con el mundo terrenal, comenzó a llenar de regalos y post-it el casillero de YoonGi. Dejaba dulces que solo él sabía cuanto le gustaban, pétalos de flores, pequeñas postales sobre sus lugares favoritos y cuantas cosas se le ocurrían solo para ver la sonrisita tímida de su amado y la emoción con la que despertaba, esperanzado de encontrarse con un regalo de su admirador secreto cada mañana.
YoonGi empezaba a encariñarse con ese tal "JM" y sentía curiosidad sobre la identidad de la persona que alegraba sus días y que parecía conocerlo incluso mejor que él mismo. Debía ser alguien observador, que lo hubiese visto por bastante tiempo; su emoción por sentirse apreciado por alguien le hizo olvidarse del detalle que parecía haber enamorado a un stalker.
Él deseaba amor. De quien fuera.
Un día se armó de valor y escribió una nota de vuelta. «¿Quién eres? ¿Por qué no me dejas conocerte?».
JiMin entró en pánico cuando miró aquella nota. No podía revelar su identidad, seguro YoonGi lo creería absurdo y más que eso. Decirle que era Cupido y que se había enamorado de él estaba descartado.
Sin embargo... YoonGi estaba tan feliz; irradiaba una luz distinta al aura oscura que parecía seguir y apagar su luminiscencia, que no se contuvo de escribir una siguiente nota donde describía sus cabellos rubios y rostro perfecto, aclarando que no podía revelar quien era en verdad pues temía decepcionarle.
Pronto, aquel intercambio de notitas se volvió un intercambio de cartas, interminables cartas donde sus corazones parecían haberse hecho el uno para el otro, pues nadie conocía a YoonGi como JiMin y solo un ser tan perfecto como YoonGi podía enamorarse del dios del amor.
JiMin atrasaba lo inevitable. YoonGi comenzaba a sentir que su admirador solo estaba jugando con él.
¿Por qué no quería que se vieran en persona? Parecía gustarle tanto en esas cartas... ¿Por qué simplemente no podían conocerse?
Entonces, durante la hora del almuerzo tomó una bocada de valor y se dispuso a buscar a alguien que coincidiera con el retrato escrito. Observó con determinación la cafetería donde la mayoría de los empleados se reunían. Por los horarios en los que llegaban las cartas, no podía ser algún miembro directivo, tampoco un junior. Debía ser alguien que estuviese en su mismo cargo o ser un supervisor y todos solían comer en la cafetería aún si compraban comida de fuera.
Pronto divisó una cabellera rubia que lo llevaba a un hermoso chico de finas facciones y labios esponjosos. Era la belleza en persona, justo como se describía en las cartas.
Apretó los puños y caminó directo hacia su mesa.
—¿Puedo ayudarte? —musitó el rubio chico, mirando al sonrojado joven que se había plantado frente a su mesa. Achicó un poco los ojos, sonriendo poco después—. Min YoonGi, ¿cierto?
La ofuscación por la bella voz de aquel rubio le hizo pasar por alto el hecho de que preguntó por él como si no lo conociera, como si no se hubiesen enviado cartas por todo un mes. Tal vez, estaba tan desesperado que le pondría rostro al primero que luciera mínimamente parecido a su chico soñado.
—Ho-Hola...
—Kim SeokJin. Estamos en el mismo equipo de trabajo —se presentó, haciendo un ademán a la silla vacía frente a él—. ¿Quieres sentarte?
JiMin no podía dejarse llevar otra vez. Aún cuando los celos recorrieron su inmortal cuerpo y en sus manos yacía una flecha de amor inmediato.
Debía controlarse... lo suficiente. Mirar con su ojo crítico y buscar quien sería el candidato perfecto para aquel risueño imbécil que hacia sonrojar a su YoonGi.
Y YoonGi no preguntó sobre aquellas cartas. Olvidó completamente las dudas que nublaban su mente porque SeokJin era una persona increíble. Atractivo, amable, carismático, con una vida muy distinta a la suya pero que no le importaba incluirlo dentro de sus planes pues ya lo consideraba una persona especial dentro de su círculo social.
Su corazón enfermizo; anhelante de afecto, cayó rendido por el chico de sonrisas perfectas y palabras coquetas. Le gustaba SeokJin.
JiMin no pudo soportarlo un minuto más. Harto de haber escuchado por tortuosos días enteros el nombre de SeokJin dentro y fuera de la casa de YoonGi, finalmente decidió flechar al rubio con una de sus saetas de amor verdadero.
A pesar de que el corazón de SeokJin decidiera amar a otra persona, la flecha de Cupido no cambió sus convicciones ni valores, él no fue como HoSeok y le pidió a YoonGi disculpas por haber coqueteado con él y después enamorarse de alguien más. Le explicó que no supo como sucedió, que a pesar de haber pensado en él como un buen prospecto simplemente cayó rendido por el joven de piel morena que vio en mismo parque donde paseaba con su abuela, quizá el carisma de NamJoon y la amabilidad con la que trató a la mujer de su vida lo cautivó.
SeokJin dejó un beso sobre el dorso de su mano, deseándole genuina felicidad y se fue.
El rechazo de SeokJin marcó una profunda herida en el feble corazón de YoonGi.
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—HoSeok, SeokJin, JungKook, EunHa... —vaciló antes de vaciar la botella de alcohol en su garganta. Con todas sus fuerzas lanzó la botella contra la pared, rompiéndola en miles de pedacitos que brincaron a todas direcciones, lastimándole también—. Chicos, chicas. No importa, nunca soy suficiente.
¿Qué había de mal con él?
¿Qué es lo que hacía mal para que la gente huyera de su lado?
HoSeok lo olvidó. SeokJin le sonreía a pesar de que su corazón le pertenecía al hombre que lo recogía todos los días del trabajo. JungKook se burló de sus sentimientos un día antes de comenzar una relación con una linda chica de su facultad. EunHa siquiera lo miró a los ojos antes de decirle que no quería volverlo a ver.
No importaba cuanto lo intentara. Simplemente era incapaz de recibir el amor de alguien, era un vieja alma destrozada con manos frágiles de las cuales todos escapaban.
Tal vez... tal vez su destino era pasar el resto de sus días a lado de su gatito Mini. Estaba aceptando que nadie era para él y que la única compañía que tendría era ese precioso animal que se alegraba de verlo llegar.
Pero no.
Su lindo Mini contrajo moquillo y no pudo resistir más. Regresó del veterinario con las manos vacías y un insoportable dolor en el corazón que creyó olvidaría si bebía pero su aflicción creció con cada sorbo.
Estaba solo.
Completamente solo y roto.
JiMin contempló las consecuencias de sus acciones en la fragilidad, desespero y angustia de YoonGi. Sus ojos acuosos solo veían el desastre en el que su amado se convertía; el cabello pastoso, las ojeras bajo sus ojos, la delgadez de su cuerpo. YoonGi no dormía, no comía, lloraba y bebía hasta la inconciencia.
Nada quedaba del hermoso joven que conoció un año atrás. Y era su culpa.
Porque él sabía que su amor no podía ser pero sus celos empuñaban sus manos y alejaban a cualquier pretendiente de su lado. Se dejó llevar por su volátil imaginación donde YoonGi podía sentir sus brazos rodeándole todas las noches, sentir su presencia y su amor desbordante.
YoonGi no podía sentirlo, ni escucharlo. No podía verlo ni saber que había alguien que lo amaba... que todo aquel que lo conocía lo adoraba. JiMin quería decirle cuantas personas lo quisieron pero él apartó por su cruel celotipia.
Ahora YoonGi sufría y no tenía idea de cómo remediar sus errores. Quería que su amado fuera feliz aún a costa de sí mismo.
—No puedo más.
YoonGi se sentía insignificante e insuficiente. La vida trató de decirlo desde el momento exacto en el que nació pero solo ahora se daba cuenta.
No fue un buen hijo. No fue un buen hermano. No era un buen amigo. Tampoco parecía ser buen prospecto.
No era nadie. No era nada.
¿Qué sentido tenía continuar?
Hacia semanas que fue despedido por inasistencia. El dinero se acababa y sus miedos se incrementaban.
Todos los días tenía miedo de abrir los ojos y empezar a respirar. Una ansiedad enorme lo recorría de pensar en enfrentarse a un día nuevo, uno donde no se sentía él, donde sus sueños y esperanzas habían muerto tal cual su corazón. Todo el dolor y la soledad del mundo se había apoderado de él.
No deseaba más nada. Vivía porque no podía morir.
JiMin miró con horror la decisiva en los acuosos ojos de YoonGi mientras se dirigía al baño de la casa. Lo siguió, entrando en desesperación por el llanto afligido que emanaba la garganta de su amado, era un sufrimiento desgarrador. Cada grito, cada lágrima descomponía un poco más al pobre chico que tiraba de sus cabellos.
YoonGi se miró al espejo y no reconoció su reflejo.
Sonrió a la persona del otro lado del cristal.
Era suficiente.
—¡NO! ¡MI AMOR!
El eco de su dolor llegó por primera vez a los oídos de YoonGi quien soltó la cuchilla cubierta de su linaje escarlata.
JiMin ahogó un grito y trató de tocar a su preciado amor, quiso parar la sangre que brotaba sin control de sus muñecas, revertir el tiempo, hacer algo más que verlo desvanecerse.
—Quédate conmigo, por favor —suplicó entre sollozos.
Pero los ojos de YoonGi se cerraron inevitablemente sin poder apreciar al dios que lloraba lágrimas de oro sobre él, que lo sostenía con todo el amor que alguna vez rogó al cielo por tener.
Min YoonGi murió en la soledad de su hogar.
Y nadie lloró su pérdida. Nada en el mundo cambió tras su partida.
Solo JiMin supo cuán valioso fue en vida aquel joven que yacía en una pequeña urna en la estantería comunitaria de aquella funeraria.
JiMin supo lo que era el amor por primera vez. Algo tan hermoso no podía ser posesivo, no podía ser impulsivo y doliente. Debía ser como la brisa del mar; tranquila y refrescante, como la puesta de sol o el amanecer; efímero pero con la esperanza de verlo cada día por el resto de los días, debía ser las aves en el cielo; libre.
Cupido, se enamoró.
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