Epílogo

He derramado mi peso en lágrimas en las últimas noches.

No me gusta pensar como una persona que se compadece a sí misma por las tragedias que ha tenido a lo largo de su vida. En especial, porque soy de los que creen que todo lo malo que nos pasa nos ayuda a crecer y a afrontar cosas peores cuando estas se presentan.

Con cada golpe que logran darte, más afinan tú instinto de bloquearlos, esquivarlos y de hasta regresarlos si es necesario. Como en aquella ocasión que me levante en puños contra un niño mayor que yo y logre derrotarlo gracias a que lo había visto muchas veces ser un bravucón.

Pero sí, debo admitir que, creo que con las lágrimas que he derramado desde que era pequeña... podrían llenar al completo una piscina olímpica.

He llorado la muerte de tantas personas, la ausencia de aquellas que simplemente no quisieron seguir siendo parte de mi día a día y el rechazo de otras. Aunque con las últimas, no he llorado tantas veces como con las otras.

He estado en los funerales de cada una de las personas que más he amado en mi vida, y de nuevo estoy en este punto. El punto en el que sé que no sirve de nada llorar, porque eso no hará a la persona levantarse de su descanso eterno y no puedo hacer más que mirar al frente y rememorar los momentos en los que estuve a su lado.

Perder a quien considero el amor de mi vida fue difícil, y hoy estoy sintiendo como si una vez más la estuviera perdiendo. La diferencia, es que no siento dolor, rencor o culpabilidad. Siento paz.

—Lamento que hayas sido la única persona cuya muerte no he podido llorar durante todo el luto. Supongo que se me acabaron las lágrimas —susurro mirando el nombre recién labrado en la piedra—. Debo admitir que, el hecho de que tu madre se allá aferrado tanto tiempo a no depositar tus cenizas me ha ayudado a no tener que sentirme mal por no visitarte. Así siento que no te he hecho lo mismo que a mi padre y a Mallory.

Me acuclillo para acariciar la superficie gris y fría con el mismo cariño con la que alguna vez toque a la persona que ahora descansa debajo de ella.

Una lápida más en el cementerio. Un jarrón con cenizas que conformaban a una de las personas más importantes en mi vida, una que llegó y que jamás creí que fuera a tener el impacto que tuvo en mi en tan poco tiempo como lo hizo. Una vida más de la que me siento responsable por no cuidar como era debido.

—Siento que hay tanto por lo que debo disculparme contigo. Lamento no haberte dicho desde un principio por qué me acerque a ti y a tu familia —me abrazo a mí misma—. Quizás debí ponerte al tanto, aunque ya nada se puede hacer, ¿no?

Al soltar el aire que se aprisionaba en mis plumones puedo verlo condensarse, formando una pequeña nube de vaho. El invierno ya está llegando, la temperatura baja día con día.

Para mí se siente como si todo el rencor que sentía se fuera enfriando también, no solo el ambiente se siente más gélido, mi interior se siente igual.

—Espero que no me odies... al menos no demasiado. Estás en todo el derecho de estarlo —suelto una risa sin humor—. Ojalá no hubiera desaprovechado el tiempo en otras cosas y hubiera llegado a abrazarte más. O, no sé. Ir por ahí en la ciudad, caminando, solo disfrutando de la compañía que nos hacíamos. Creo que éramos una buena dupla.

Me remuevo un poco en mi lugar. Y controlo mi respiración.

—También debo agradecerte por otras. Porque tienen más peso. Pero, sabes que no soy buena para expresarme, así que, paciencia, ¿sí? —acomodo un crisantemo blanco sobre la piedra—. Yo... no quisiera llamar "amor" irresponsablemente al sentimiento que comencé a desarrollar por ti, pero sea lo que sea que haya sido —carraspeo al sentir que comienzo a decir cosas sin sentido—. El punto es que, bueno, también te agradezco por eso.

A lo lejos escucho el aleteo de algún ave.

—¡Maldición! —me apoyo en una rodilla—. ¿¡Por qué es tan difícil hablar cuando me pongo nerviosa!?

La risa que incrementa a mi lado derecho hace que el sonrojo en mis mejillas se sienta como el calor que la época de invierno le quita al resto de mi cuerpo.

—¡Cállate! Lo estoy intentado, ¿sí? —grito poniéndome de pie y girando hacia quien me burla—. Es más difícil hacerlo si me estás mirando como un acosador.

Él finge una expresión indignada que ha aprendido de Dae en los dos días que llevamos aquí, en corea del sur. Le saco la lengua tal y como lo hago con Dae cuando se comporta de esa forma. Derek Teufel me sonríe con burla. Como respuesta a eso, muevo las manos en circulo como él aún no puede hacerlo porque su herida no ha sanado.

Aunque de verdad no esperaba que se atreviera a venir conmigo, en especial porque no le había dicho nada, aquí está. En medio de la nada, esperando a que me despida de las cenizas que acaban de depositar bajo un enorme árbol.

—Te espero en el auto —murmura fingiendo irritabilidad.

Sé que solo es fingida, porque básicamente, estuve pegada a él durante el tiempo que estuvo en el hospital y en los juzgados a los que le he acompañado, y veo que encuentra divertidos mi sarcasmo y retos. Más de lo que ya lo eran para él.

Veo al rubio avanzar cuesta abajo en la colina del cementerio.

Giro de regreso a la lápida recién hecha, el enorme árbol roba mi atención por un segundo. Me permito el tiempo para cerrar los ojos, disfrutando del aire que sopla sin reparos y las motas de luz que se filtran a través de las hojas que pronto comenzarán a caer.

—Te eligieron un buen lugar, Eun-ji —susurro mirando por última vez su nombre escrito en piedra. Aunque el tiempo pueda borrarlo del granito, jamás podrá hacerlo de mi corazón—. Volveré a verte en tu cumpleaños, ahora debo irme. Ya sabes, donde algo termina, otra cosa empieza.

Tras sonreír en la dirección en la que descansara a partir de hoy, hago una reverencia y me apresuro a trotar para alcanzar a Derek a mitad del camino.

—Oye, hay algo de lo que nunca me enteré —confiesa ni bien igualo su paso—. ¿A qué dices que se dedica tu abuelo?

Nos miramos por un segundo, ambos sin ninguna expresión en el rostro.

—Ah, olvidé mencionarlo. Es dueño de una prestigiosa Academia en Francia —me paso la mano por el cabello apartándolo de mi rostro, no puedo evitar sentir un extraño cosquilleo cuando capto a Derek siguiendo el camino de mis dedos por mis mechones rojos—. Es conocida porque la mayoría de sus alumnos son hijos de políticos y celebridades, mi abuelo les brinda la seguridad de que todos sus datos personales no están disponibles para nadie que no sean ciertos miembros del personal y el mismo alumno o padres de este.

—¿Hablas en serio?

—Totalmente —sonrío.

Por un segundo sus ojos se van al cielo, como si de verdad hubiera entendido a la perfección la información que acabo de darle. Cuando sus ojos y boca se abren lentamente es el momento en el que soy consciente de que verdaderamente entendió.

—¿Acaso...? —el verde en sus ojos me acusa de algo— ¡Tú!

—No te voy a negar nada, pero tampoco voy a confirmarlo —canturreo apresurando el paso e ignorando las protestas del rubio.

En aquella cena donde su primo le disparó, muchas cosas se cerraron para mí. Frederick aceptó retirarle las acciones que tenía en su poder Egmont y e unos días dejará oficialmente la presidencia de Rohdiamant para dársela a Derek.

Adler, quien es a quien le correspondía en realidad el heredar Rohdiamant, se ha negado. Dice que es más feliz modelando o haciendo cualquiera otra cosa que no sea llevar una empresa de la que no sabe más que el nombre.

Y aunque Kerstin fue la primera en postularse, cuando se enteró de bajo cuáles términos y condiciones se le entregaría Rohdiamant ha rechazado.

Una vez más, toda la responsabilidad cayó en los hombros del menor.

—¿Tenso? —cuestiono al alcanzar el paso del rubio.

—¿Eso crees? —suelta un resoplido—. Egmont en la cárcel, mi padre furioso y de regreso a casa, Adler desaparecido, los problemas económicos de Rohdiamant, y yo a unos días de asumir la presidencia —me dirige una corta observación—. Debería estar haciendo papeleo, pero en su lugar estoy aquí, contigo... en corea del sur.

Suelto una risa nasal.

—Yo no te pedí que vinieras conmigo —me encojo de hombros—. Y sobre estar conmigo...

—No me vayas a sacar de contexto, eh —advierte cortando lo que sea que estuviera a punto de decir—. No me molesta estar contigo. A demás, ¿qué harías sin tu chaleco antibalas humano?

—¿Estás coqueteando conmigo, Teufel?

—¿Puedo coquetear contigo, Leblanc? —la sonrisa picarona en sus labios me hace dar un paso a la derecha, lejos de él.

—No recuperarás tu empresa de esa forma —burlo.

—Ah, nada costaba intentar —es su turno para encogerse de hombros.

Él regresa la vista al frente, en seguida puedo notar como su entrecejo se hunde y los músculos de su mandíbula se marcan. Ha tenido esa expresión desde que supo que sería él quien lideraría la empresa de la familia Teufel.

Aún hay tanto por acomodar en su lugar, y aunque puede que me sienta un poco responsable de su abrupto ascenso no importa lo que le diga, o lo que él pueda decirme: ahora ambos somos libres. O parcialmente libres.

Frederick ha regresado a casa para cuidar de su esposa. Derek ha hecho planes para reacomodar a todos sus empleados sin que sea necesario despedir a alguien, bueno, al menos sin despedir a tantos.

Aunque para Derek su hermano está desaparecido, yo sé perfectamente que está aquí mismo en corea. Adler y Dae se han vuelto los mejores amigos, así que, han pasado las últimas semanas tratando de integrar al mayor de los hermanos Teufel a la compañía para la que trabaja Dae-hyun.

—Sólo espero no cruzarnos con ellos —susurro.

Aunque Dae se ha prestado para guardarle a Adler el secreto de su estadía aquí, ese chico suele ser de boca floja.

—¿Dijiste algo? —Derek detiene su paso antes de poder abrir la puerta del auto que Junseo nos ha prestado.

Quienes nos miren pueden decir que he dejado... o hemos dejado que el romance que se pudo haber dado entre nosotros se haya detenido, pero no se ha desvanecido. Pero creo que ambos sabemos que no es el momento para comenzar una relación.

Aún con eso en mente, el corazón a veces no escucha lo que el cerebro tiene por decir.

Y yo suelo ser impulsiva cuando se trata de las personas que aprecio.

—¿Roja? —el apodo que tanto he comenzado a adorar ha regresado—. ¿Dijiste algo?

Suelto un tembloroso suspiro con mis ojos clavados en el verde que predomina la mirada de Derek.

—Me impresiona lo rápido que me he adaptado a tu verdadero rostro —niega ligeramente —. No, en realidad creo que jamás tuve que adaptarme a nada.

—¿Por qué?

—Adrien tenía razón —su expresión se suaviza un segundo—. Jamás me has ocultado quien eres.

—¿Y por eso te gusto? —trato de quitarle el aire romántico que él se empeña en poner cada que estamos a solas.

—Por eso me encantas, Alexia Leblanc.

Dicen que una pareja puede completar las piezas que te faltan, pero en este momento, creo que tanto Derek como yo tenemos muchas piezas por recuperar. Aún no somos la mitad de nosotros mismo, aún no podemos completarnos... ¿o sí?

—Acabas de parpadear cuatro veces —dice con su sonrisa regresando a sus labios.

Niego para despejar un poco la cabeza.

—Se me acaba de ocurrir la idea más loca —confieso con la risa ganándole a mi seriedad.

—¿Más loca que hacerte pasar por una chica inocente y enamorar a tu jefe? —ladea la cabeza.

Ruedo los ojos.

—Estoy hablando en serio —me cruzo de brazos.

Él levanta su mano sana pidiendo clemencia.

—Bien, señorita misterios y planes malévolos —baja la mano y recarga su espalda en la puerta del copiloto del auto—, ¿qué tienes en esa perversa mente que me ha imaginado de formas indecentes?

—Se me están quitando las ganas de decirte y me dan ánimos de hacerte parte del equipo contrario al mío en lo que planeo —murmuro.

Tomo aire preparándome para contarle lo que se me ha ocurrido cuando la sonrisa en su rostro es reemplazada por una mueca de preocupación.

—Fusionemos Rohdiamant y Ross —suelto.

El pie que Derek estaba por apoyar en la superficie del auto gris a sus espaldas se desliza de golpe hacia el cielo, obligando al rubio a dar un paso para no caerse. Sus ojos se ven mucho más claros por la luz de la mañana y sobre eso, por el hecho de haber perdido color en el rostro.

Tartamudea un par de cosas sin sentido, se lleva las manos al cabello y se acomoda la corbata como si sintiera que esta lo estuviera ahorcando.

—Ya te pareces a mi —digo colocando todo mi peso en mi pierna derecha.

—¿Cómo puedes proponerme algo así sin que te tiemble la voz? —reprocha.

—Te estoy proponiendo fusionar nuestras empresas, no te estoy proponiendo matrimonio —me quejo.

Tengo que retener en mi interior la risa que me causa ver la boca de Derek Teufel yéndose al suelo en cuanto suelto eso.

—Tienes que ordenar mejor tus comparaciones y el impacto que estas pueden tener antes de soltarlas, Roja.

—Piénsalo Derek, ya estás en ese punto en el que la prensa pronto cubrirá la nota de tu primo en la cárcel, de la mano con el hecho de que tu padre esta dejado la presidencia de la empresa que ha cuidado mejor que a la estabilidad emocional de sus hijos... ¿qué más da esto?

—¿Mi estabili-qué?

—¡Concéntrate, Teufel!

Derek resopla a la vez que parece pelear consigo mismo para recuperar un poco de la paz que mi propuesta le ha arrebatado.

—Es... debo admitir que la tentación es grande —ladea la cabeza.

—Y tú eres un gran pecador, ¿no?

Una sonrisa de triunfo comienza a construirse en mis labios. Él al percatarse comienza a negar lentamente.

—¡Vamos, piénsalo! —doy un paso mitad salto en su dirección y lo tomo de los hombros.

—Decirlo es fácil, hacerlo... —frunce el ceño.

—Tienes que ser más ambicioso y verlo como yo —tomo el cuello de su camisa, tirando de la tela en mi dirección—. Piénsalo, ¿qué lograrían juntos el diablo y... un cupido del diablo?

FIN 

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