Capítulo 50
RENÉE:
Mi padre nos abandonó a mi madre, Marc y yo éramos unos niños. Gracias a que mi madre era ama de llaves en la casa de la familia Teufel, jamás nos faltó un techo o comida, pero tampoco podíamos darnos muchos lujos.
Básicamente, gracias a eso es que conocía a Frederick de toda la vida.
Desde hace mucho estoy enamorada de él. De hecho, logramos tener una corta relación a escondidas de sus padres, y éramos feliz aún que no pudiéramos gritar nuestro amor a los siete vientos.
Pero entonces apareció ella. Irys. Su padre y el de Frederick los había comprometido como parte de un acuerdo para que ambos pudieran funcionar sus negocios sin ningún tipo de riesgo.
Yo quería casarme con Frederick, no solo porque lo amaba. Si no porque, estaba harta de que me trataran como una sirvienta cuando puedo aspirar a más. Y ahora, llegaba ella, que siempre tuvo todo, para quitármelo.
Y Frederick, desde que la conoció, había dejado de frecuentarme. Me evitaba, era cortante conmigo e incluso trato de conseguirme un trabajo en otra casa con tal de que me alejara de él. Así que, como venganza... me metí con su mejor amigo.
Étienne frecuentaba bastante la casa Teufel, y aunque siempre me pareció atractivo, tenía un aire distinto al de cualquier persona. Simplemente era como si algo en su interior estuviera roto y no funcionara como debía. Parecía mecánico, como si se moviera por mero instinto o necesidad.
Después de la boda de Frederick con Irys, pasé la noche con Étienne por mero despecho. ¿Cómo era posible que él me hiciera esto?
Sabía que sus padres no le permitirían casarse con alguien que no fuera de su estatus, así que, pensé que, si quizás conseguía escalar en la sociedad, él volvería conmigo.
Me casé con Étienne, y para mi mala fortuna quedé embarazada en nuestra luna de miel.
Yo no quería ser madre, no quería tener un hijo de un hombre que ni si quiera me terminaba de agradar. Mucho menos, sabiendo que tarde o temprano lo iba a dejar para irme con Frederick.
Intenté convencer a Étienne de no tenerlo, pero él incluso le conto mi decisión a sus padres. Y aunque era mi cuerpo y mi decisión, Agatha me convenció de tener al bebé, a cambio de pagar mis estudios en una universidad prestigiosa. A mis ojos ambiciosos, ese fue un trato justo.
Me encontré con Frederick un día en una cafetería a la que había ido a estudiar. Nos hablamos y, me contó las frustraciones de su vida de casado. De lo mucho que lo había decepcionado el haber tenido una hija y lo poco que su segundo hijo se parecía a él.
Vi la oportunidad de acercarme de nuevo a él, y lo convencí de que saliéramos a divertirnos. Mi error fue dejar que tomara de más, pero a la vez, quise sacar ventaja de que no se acordaba de nada. Me las arreglé para quedar embarazada en corto tiempo de Étienne para tratar de convencer a Frederick que era suyo. Así nació Mallory, una niña, como karma.
A solo un año de haber tenido a su anhelando varón, una noche, en la cena acostumbrada de empresarios, Frederick dio a conocer que sería padre por segunda vez. Otro niño... y la enfermedad de Irys que también lo ato más a ella.
Esa noche bebi de más, estaba totalmente colérica porque nada de lo que había intentado estaba dando resultados.
—Así que, ¿qué? —Alexia se cruza de brazos y puedo jurar que estoy viendo de frente a Étienne después de tantos años de su muerte—. Déjame adivinar, así fue como nacimos Connor y yo —bufa, ese gesto trae a mi memoria a Agatha.
—¿Por qué nos cuentas esto? —Cameron no ha dejado de ir y venir, camina en círculos por mi despacho.
—Después de todo lo que los he hecho pasar, creo que al menos merecen saber cómo es que los tuve cuando en realidad... no quería ser madre —con ellos o soy muy honesta o no lo soy para nada, pero al ver que ninguno cambia la expresión en su rostro, me doy cuenta de lo acostumbrados que están.
—Si querías generar algún tipo de lástima, no lo has conseguido —Alexia se encoge de hombros—. Al menos, no en mí.
—¿Y para qué querría la lástima de alguien como tú? —miro a la pelirroja.
Ella causa en mi la misma sensación que Étienne causaba. Es como si en ella, su cerebro operara en un nivel superior al mío, desde que solo era una niña, pero todo lo demás, sus comportamientos, sus expresiones... algo está mal.
—Quizás porque ahora tu suerte depende de mí —se encoge de hombros—. Pero, para tu buena fortuna, fui criada por tres hombres maravillosos que me enseñaron que, aunque no te lo merezcas, apoyarte es algo que te debo. Y no porque me hayas dado la vida, que es algo que yo no te pedí, te lo debo por haber dado vida a mis hermanos. Solo por ellos, Renée, es que no te dejo en la calle.
—Eres muy rencorosa...
—No tienes ni una jodida idea de cuánto —contesta dándose la vuelta.
Veo como tres de las cuatro vidas que salieron de mi vientre, me dan la espalda como un día yo se la di a ellos. Salen de mi despacho básicamente marchando hacia su nuevo futuro, uno en el que tampoco quiero involucrarme.
—Si fueran hijos de Frederick... esto sería tan diferente.
💕
—Se te pide que hagas una cosa, y no eres capaz de hacerlo —reprende Marc.
Ruedo los ojos.
—Mi filosofía me prohíbe hacer algo que no quiero —contesto—. Y ya está hecho, supéralo.
—Eres consiente de que cada cosa que haga un miembro de esta familia no debe afectar al resto, ¡así que no me vengas con estupideces! —él da un fuerte golpe a la mesa.
—Tú no eres un Leblanc —me recargo en la isla—. Solamente eres un parásito chupa dinero. No me hables como si estuviéramos al mismo nivel.
Marc gruñe y me apunta con un dedo.
—Estás ganándote una bofetada —amenaza.
Una risa se me escapa.
—¿Sabes cuál es la ventaja de estar muerta? —me cruzo de brazos—. Que, no puedes culpar de asesinato a un fantasma.
—¡Deja de ser egoísta de una buena vez! —su voz estalla por el lugar—. Hablar contigo no tiene ningún sentido.
Eso hace que mi interior hierva en cuestión de un parpadeo. Mi carne se siente cerca del carbón y mis huesos están siendo consumidos por la lava de mi interior.
—Desde que tengo memoria se me ha prohibido salir porque no era lo que ella quería —me llevo una mano al pecho—. ¿Sabes qué es tener la duda de saber si eres tú u otra persona?
Ahora soy yo la que golpea la isla.
—He pasado tanto tiempo fingiendo que incluso he llegado a engañarme a mí misma —afilo la mirada—. A ti, ni a nadie le debo nada. No tienes ningún derecho a llamarme egoísta.
Estoy sulfúrica.
—No tienes idea de lo aterrador que es ver una lápida con tu nombre grabado, sabiendo que quien está dentro es la persona que finges ser —lágrimas se apoderan de mis ojos, y me niego a soltarlas—. No sabes lo que es que te llamen por el nombre de tu hermana muerta.
—¿Qué acabas de decir? — Marc da un paso hacia atrás—. ¿Qué te hicieron? —su voz se vuelve un susurro—. ¿Qué fue lo que mi hermana... lo que tú madre te hizo?
Nuestros ojos se cruzan. Él parece encontrar la respuesta en escrita en el color gris de mis ojos. Entonces baja la cabeza.
—Estos años, ¿Mallory? —suena angustiado.
—Alexia —corrijo, cansada de ello—, me llamo... Alexia
Una oleada de determinación llenan el oscuro abismo que hay en mi alma.
¿No intentaba que Derek se librara de sus cadenas?, ¿por qué no hacer lo mismo?
Le paso por un lado a Marc, quien no deja de preguntarme qué es lo que voy a hacer al verme tomar una caja de cerillos, meterlos en la bolsa de mi pantalón y el cuchillo más afilado que encuentro a mi alcance.
El ritmo de mis pasos es marcado por la rabia. Renée sale de su despacho preguntando una a qué viene tanto escándalo. Adrien entra desde las puertas de cristal que dan hacia el patio trasero con Nana y el abuelo siguiéndolo.
Subo los escalones de la escalera alfombrada de color rojo, con el cuchillo aferrado entre mis dedos. Ahora que me muestro sin la máscara de Mallory, me muevo con más fluidez, dejando libres mis rasgos al caminar.
Mi paso es frenado por Cameron, quien se encuentra conmigo a mitad de la escalera. Tiene las manos dentro de sus pans, lleva una T-Shirt negra de mangas largas y el cabello desordenado.
Sus ojos, más fríos que los míos, me miran de forma cortante.
—¿Vas a matar a alguien? —dice.
—¿Me veo como una asesina?
—¿Quieres que sea sincero o que solamente llame a la ambulancia, Alexia? —sonríe de lado.
Le devuelvo el gesto, él asiente y continúa bajando las escaleras pasándome, por un lado. Hace tanto que no lo escuchaba pronunciar mi nombre que mi corazón se encoge.
—No dejes subir a nadie —pido.
Llego al descanso de la escalera.
Quizás estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua. El problema es que la tormenta siempre he sido yo, siempre ha estado en mi interior y no es justo que sea la única que la afronte.
Sujeto bien el cuchillo.
Me acerco al falso cuadro familiar disfrutando de los latidos desbocados de mi corazón. Si mi padre estuviera plasmado ahí, esto me dolería, pero al haber sido borrado del cuadro al igual que Mallory, esto es un pretexto para poner el original.
Clavo la punta del cuchillo cerca de la base de la pintura, rasgo el cuadro en diagonal de derecha a izquierda, luego repito esto a la inversa. Dejo caer el cuchillo al suelo, con la precaución de que sea lejos de mis pies. Saco la caja de cerrillos, encendiendo uno. Contemplo la llama unos segundos.
Acerco el cerillo al cuadro y este comienza a arder.
—Adiós, Mallory —susurro por lo bajo, despidiéndome del ser que me niego a volver a encarnar.
Doy unos pasos hacia atrás, mirando cómo el cuadro es consumido por el fuego. Escucho a mi madre gritándole a su hermano que no se quede parado y vaya por agua.
Miro por sobre el hombro a mi madre subiendo las escaleras a la vez que se quita su saco. No se molesta en mirarme, simplemente se dedica a intentar que el fuego no se expanda.
—Fuera de mi vista —farfulla—. ¡Lárgate!
Hago una reverencia como de las princesas en las películas.
Tomo el pasillo que me lleva hasta la azotea. Dejando atrás de mi un poco del caos que llevo en mi cabeza.
El fresco aire golpea mi cara al llegar a la libertad de la azotea. Me recibe el atardecer con sus tonos naranjas y rojizos.
Me acerco al barandal que divide la azotea del alféizar pensando en que lo que he hecho no es solo quemar un cuadro. He declarado mi libertad, he gritado que me he cansado de seguir el juego de Renée y que es el momento para que el trono cambie de poseedor.
Me aferro a la piedra con la que está hecho la baranda y salto al otro lado. Esta vez no siento miedo, es como si jamás lo hubiera tenido. Solo siento el aire en mi piel.
Situó mis pies en el borde, lo suficientemente cerca para que comience a tener alucinaciones con el suelo llegando de pronto a mi cara y alejándose de mi como si estuviera saltando una y otra vez.
—¿Qué haces? —Cameron habla detrás de mí.
Doy un par de pasos hacia atrás, regresando a una zona relativamente segura y giro despacio hacia él. Lleva en una mano una taza de café cuyo olor me hace recordar a cierto rubio.
—Me preguntaba cómo se sentiría saltar, si habría dolor o... simplemente nada.
—¿Es todo? —entrecierra los ojos.
Con la tenue iluminación sus ojos se ven de un azul profundo. Él hace una mueca, bebe el contenido de su taza de un trago y la deposita en el suelo a un lado de sus pies.
Lo veo caminar hacia mí e irónicamente me alarmo cuando lo veo saltando hasta mi lado de la cornisa.
—¿Qué haces? —digo con el corazón encogido.
—Quiero contemplar a las hormigas desde aquí.
Me mira como si la loca fuera yo. Bueno, ambos lo estamos por dejar que la curiosidad se haya apoderado de nosotros... un momento, ¡yo lo hice por curiosidad, él no!
—Bájate de aquí —exijo.
—Vale —da un paso al frente haciendo que su pierna flote en el aire.
—¡Por ahí no! —chillo.
Me acerco a él caminando de lado como cangrejo y lo jalo de la cintura de su pans con una mano mientras que con la otra me aferro al barandal a mis espaldas. Cameron suelta una sonora risa y vuelve a colocar el pie en zona firme.
—Tienes que especificar, hermanita —suelta en medio del ataque de carcajadas que tiene.
—Idiota —farfullo.
Lo escucho suspirar.
—Vamos, podría ocurrir un accidente —dice dando un salto hacia el lado seguro tras el barandal de piedra—. Y voy a enojarme mucho si el que se cae no soy yo.
Echo un vistazo hacia abajo. Mi memoria me pinta a Eun-ji tendida en el suelo al final de la caída con un charco carmesí creciendo a su alrededor, ella extiende una mano hacia mí, como si me llamara a ir con ella.
Casi puedo oírla recordándome que le prometí saltar con ella, llegar juntas al suelo y tomar impulso para volver a salir. Puedo oír su voz diciendo que todo ha terminado y que, aun así, no volverá conmigo.
—Quizás un accidente arreglaría el caos en mi cabeza —sale de mi boca sin realmente quererlo—. Pero no uno como este.
Salto de regreso a la seguridad, pero mis piernas se convierten en gelatina y caigo al suelo de rodillas.
—Co-... ¡Cómo carajos me dejaste hacer eso, Cameron! —el enfado es más para mí que pare él.
—Te veías muy cómoda —se encoge de hombros.
Parece que la adrenalina ha terminado de recorrer mi sistema y todo vuelve a su marcha habitual, de ahí que de pronto regresara el miedo por las alturas.
—Te llamaría bastardo, pero no puedo porque sería insultarme también —gruño.
—Ventajas de ser mellizos —canturrea.
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