Capítulo 45
El sonido de mi celular se cuela a través de la nube de mi ensoñación, pero no soy capaz de moverme para contestarlo. Se queda en silencio por tercera vez, cuando la voz masculina al otro lado de la cama lo contesta con un ronco "Diga", seguido de pronunciar su nombre.
Al parecer la llamada no avanza más allá de eso.
La sensación de vacío me despierta, mi cuerpo cae por el lateral de la cama. El sonido de mi cuerpo cayendo al suelo espabila al completo lo somnolienta que estaba y el dolor por el golpe no se hace esperar.
—¿Te hiciste daño? —una rubia cabellera se asoma por el borde de la cama.
—Puff, ¿qué dices? —Trato de parecer casual.
—Te caíste de la cama.
—¡Claro que no!, así me bajo —refunfuño.
La risa de Derek Teufel rompe la paz en mi interior.
—Ya que era más importante para ti llegar al suelo, tuve que contestarle a tu madre —se apoya en sus codos.
No puedo decir que nos hemos reconciliado, ni si quiera hemos tocado el tema de lo que ocurrió entre nosotros. No parece haber superado el golpe, está distante y nuestra interacción está acompañada de silencios incómodos. Cada vez que intenté hablar de esa discusión durante la cena, él me callo alegando cualquier otra cosa.
Sola, a oscuras, bajo la lluvia y sin Argos... no pude dejar que Derek se fuera y él no se vio muy reacio cuando le pedí que no me dejara.
No puedo dejar de pensar en que me está dando la oportunidad de ser sincera con él. Y sigo mintiéndole descaradamente.
Me canso de escucharlo reír y le lanzo una de las almohadas que cayeron conmigo. La forma en la que impacta en su cara sonriente se siente satisfactoria. Derek rueda los ojos como si estuviera tratando con una niña pequeña, y aunque se niega a reírse, la sonrisa tira de las comisuras de sus labios.
Rueda sobre mi cama y se pone de pie, dando un paso en mi dirección. Se recuesta en el suelo a mi lado, y como si tuviéramos imanes en las palmas de nuestras manos, estas se entrelazan.
—No puedo evitar sentir que tienes una razón para lo que sea que tratas de hacer. Y estoy cansado de hacer lo que los demás esperan que haga, si quiero estar molesto o no contigo... es mi maldita decisión, ¿no? —lo escucho suspirar—. Aunque quizás solo trato de convencerme con cualquier cosa para no estar tan dolido porque me gustas demasiado.
Juro que algo en mi interior hace crack al escucharlo.
—¿Y si... —trago en seco—? Olvídalo —murmuro—. ¿Por qué sueltas eso de la nada y sin contexto alguno?
Me siento con las piernas en posición de mariposa y estiro la espalda. Él se encoje de hombros, aún recostado. Sus ojos están fijos en mi con atención analítica.
—¿Te han dicho que tienes una presencia sedante? —se sienta.
Sus piernas y hombro rosan contra las mías.
—Siempre repaso mentalmente todo lo que he hecho y aquello que aún tengo por hacer, buscando la forma de hacer las cosas impecablemente —confiesa. Su ceño se frunce y parece perderse en su interior—. Pero cuando estás cerca, todo se apaga. No hay más cosas pendientes, no hay auto reclamos por las que pude hacer diferente, no hay TOC. No hay estrés o ansiedad.
Siento un nudo en mi garganta aparecer.
—Hace unas horas tuve mi primer ataque de ira después de semanas de no tenerlos —se encoge de hombros—. Creo que todos a mi alrededor ya se habían acostumbrado a que los tuviera por lo menos una vez a la semana. Pero desde que apareciste... se detuvieron.
Esto se siente como un deja vu muy doloroso.
—Eres como un sedante —insiste.
—Mi... —me doy cuenta de lo que estaba por soltar a tiempo, así que lo corto. Carraspeo y cambio la oración—. Mi personalidad es sedante, ¿eh? Suena algo extraño.
<<Mi hermana decía lo mismo>>. Casi le dije.
Derek asiente.
—¿Sabías que cuando caes en cuenta de algo parpadeas cuatro veces de forma rápida? —inclina su cabeza en mi dirección—. Sí, justo así.
—Ah, ¿qué? —me llevo las manos a la cara—. ¿Siempre lo he hecho? —él suelta un sonido de afirmación—. ¿Y porque no me lo habías dicho?
—Porque cuatro, es un número par —se pasa una mano por su cabello enmarañado y me pregunto si siempre se ve igual de vulnerable al despertar—, si parpadearas cinco veces, ten por seguro que te lo habría hecho saber enseguida.
—Eres de lo peor —finjo indignación.
Él suelta una refrescante carcajada que logra contagiarme casi al momento de empezarla. Niego con la cabeza y él empuja su hombro contra el mío.
Al observarlo de nuevo, toma mis manos para quietarlas de mi rostro con delicadeza. Se inclina más en mi dirección, causando que me congele hasta casi contener mi aliento.
—Me molestas mucho —susurra. De pronto su rostro ha adquirido un semblante serio.
—Estoy casi segura de que en verdad te gusto más de lo que te gustaría —me atrevo a molestarlo.
—Por eso me molestas.
"... estoy segura de que un día encontrarás a alguien que te amará más de lo que te amas a ti misma...". Susurra la voz de un recuerdo.
Un nudo se construye en la base de mi garganta. La sensación de familiaridad que me da estar cerca de Derek me parece casi enfermiza, porque sé, que no se debe a nuestro trato diario.
Es igual que estar con Eun-ji. Siempre al pendiente de sus actos, de cada gesto. Sintiendo que su voz es el único sonido que extraño en los silencios, su aroma lo único que calma mis nervios como no lo hacen los inciensos.
Me alejo de él con algo de incomodidad. Me atrevo a sonreírle con burla, cuando por dentro tengo ganas de darle una bofetada por estar comportándose así.
Sé que lo estoy dejando decidir, pero eso no quiere decir que él elija por mí. Y aún lo veo como uno de los peones de Frederick.
—Eres demasiada tentación para tan gran pecador que soy —susurra.
Niego, riéndome descaradamente.
Él se pone de pie. Caminando hacia un lado de la cama donde reposa su saco, lo levanta con cuidado de no desdoblarlo más de lo necesario y rebusca entre los bolsillos en su interior. Lo que sea que buscaba, lo encuentra en cuestión de un suspiro.
—Ven —dice apuntando a la cama con un gesto de cabeza.
—Uy, no... se ha puesto serio —burlo a la vez que camino hasta donde me ha indicado.
Me siento en la cama, y lo miro pararse justo frente a mí. Cuando nuestros ojos se cruzan, noto como el verde de los suyos se ha oscurecido y traga saliva con dificultad.
Extiende su mano. De ella cae una delicada cadena dorada con una inicial en cursiva, una letra D.
—Es para ti —declara—. Y volviste a parpadear cuatro veces.
—¡Ey! —me quejo—. Bueno, no sé si lo sabes, pero Mallory comienza con M.
—Lo sé.
—Y las L se pronuncian como una sola, o sea, Malory —apunto.
—¡Roja! —rueda los ojos.
—De acuerdo, no te enojes. Pero, ¿de pronto me convertí en Dallory? —me cruzo de brazos—. Porque la D no es mía.
Él ignora mis replicas, se inclina sobre mí y pone la cadena alrededor de mi cuello.
—No llevas una D porque te pertenezca... la llevas porque tú me perteneces a mí.
—¿Qué?... ¿¡Por qué!?
—Tómalo como venganza por haberme mentido —se encoje de hombros—. En realidad...¿Roja, recuerdas la apuesta en el Coffee moments?
—Si —suena más a pregunta que a respuesta.
—Apostamos a que no podrías encontrar una chica para mí, y que, de ser así, yo te daría algo a ti —él tira del collar en su dirección—. Pero te rendiste a la mitad, así que, decidí por mi cuenta reclamar mi premio —me roba un beso—. ¿Ves que? No eres la única que pude salirse con la suya y ser una tramposa.
Trato de pronunciar palabra, pero como siempre, todo el universo conspira en mi contra y no me deja expresarme. Un celular comienza a sonar. Derek es el primero en reaccionar, ya que es su celular.
—¿Sí? —se aleja un paso de mí, tomado espacio para hablar—. Es... sí, aquí está —lo veo tragar saliva con clara impaciencia—. Está bien. Vamos para allá.
Cuelga y se queda observando su celular como si a través de este pudiese asesinar a quien sea que le ha llamado.
—Buscaré una camisa de Adrien que pueda usar —comento en lugar de preguntarle quién le ha llamado y a dónde se supone que iremos.
Anoche me deshice de la blusa manchada de sangre y me quedé en el Crop-top que llevaba de bajo.
Me pongo de pie, caminando hasta casi salir de la habitación cuando la mano firme de Derek se cierra alrededor de mi muñeca.
—No —murmura—, no uses su ropa.
Su voz parece varios tonos más graves de lo que realmente es. Lo que me recuerda al día en el que él y Dae se conocieron.
—¿Tienes una mejor idea, Celosito?
Es su turno de no contestarme. Sus manos siguen el camino de sus botones mientras va desabotonando uno a uno. Desvió la mirada con forme más de su piel se ve y más incómodamente sonrojada siento mi cara ponerse.
La tela color gris cae sobre mi cara.
—Vamos —ordena.
💕
Derek aparca el auto frente a la entrada de la casa de sus padres y en el momento en el que el motor deja de hacer ruido, un peso se asienta en la bace de mi estómago. Mis manos buscan la orilla de las mangas de la camisa y al llevarlas a mi rostro, el perfume de Derek calma la revolución de cosas que siento.
—¿Qué demonios querrán? —dice él, poniéndose una camisa azul cielo tan ridículamente bien planchada que ni si quiera se nota que ha estado colgada de un gancho en la parte trasera del auto por quien sabe cuánto.
Me quito en cinturón de seguridad con lentitud, como si con ello pudiera evitar tener que afrontar lo que sea que nos espere en el interior de la casa Teufel.
—Bueno, averigüémoslo —se contesta, saliendo del auto.
Me tomo un momento para inhalar una bocanada de aire cargado con el perfume de Derek, para dejarlo salir en un suspiro tembloroso. Bajo del auto y sigo al chico rubio rumbo a la entrada de su casa.
La puerta es abierta al segundo toque por un mayordomo que no recuerdo haber visto la primera vez que estuve aquí. Derek lo saluda en alemán y el hombre solo asiente con un gesto serio que hace con la cabeza.
Somos guiados hasta la sala, donde me encuentro con la escena más extraña del mundo.
Frederick está sentado en un sofá individual, con las piernas cruzadas con un porte elegante y varonil mientras sus manos descansan cada una en el descanso que les corresponde. Como un rey en su trono.
<<¿Qué hace Renée aquí?>>.
Renée está de pie, sus ojos verdes me fulminan ni bien me distingue. Lleva un traje femenino blanco en su totalidad y unos tacones de aguja altos de color ámbar, a juego con su labia. Es como una reina sin corona.
—Mírate, y tienes el descaro de vestir su ropa —escupe caminando a mi encuentro.
Mi intento de saludo es cortado por el ardor que provoca el choque de su palma contra mi mejilla, haciéndome girar a un lado el rostro y dar un paso hacia atrás.
Derek se interpone en ese momento entre mi madre y yo.
—¡Renée, contrólate! —gruñe Frederick desde su asiento.
—No me digas cómo educar a mi hija —responde mi madre.
—Señora, no le voy a permitir que agreda a Mallory de ninguna forma —defiende Derek—. No sé qué es lo que hace aquí, pero si tiene que ver con el hecho de que me he quedado en el departamento... no es lo que creen.
Mi madre suelta una exhalación incrédula y a la vez molesta, se cruza de brazos dando un paso hacia atrás y girando hacia Frederick.
—Frederick, ¿ves lo que ocasionas? —refuta Renée.
Los fríos ojos de Frederick se posan en ese momento en mi madre, con eso ella parece calmar un poco el arrebato.
<<Aún eres controlada por él... >>. Ruedo los ojos al ser consciente de ello.
—¡Vámonos, Mallory! —mi madre pasa de largo a Derek, quien la mira con ojos afilados.
No me muevo. No hablo. No quiero irme con ella.
La vergüenza se mezcla con rabia por el golpe que recibí sin más, sin defenderme.
—Muévete —exige mi madre.
—Ella se queda —declara Derek.
—Esto no es de tú incumbencia, Derek —la voz profunda de Frederick me hace pensar que está controlando su genio, o al menos lo intenta.
—¿Qué se supone que hicimos? —mis ojos enfrentan a los de mi madre—. No es mi problema lo que sea que ustedes hagan a nuestras espaldas, debería darles igual lo que nosotros hagamos.
Renée trata de lanzar otro golpe contra mí, pero esta vez soy más rápida y la detengo en el acto, sosteniéndola por su muñeca. Ella parece enfurecerse aún más, y se zafa de mi agarre con un movimiento brusco. Cierra los puños. Sé que hace eso cuando siente que está perdiendo el control sobre una situación o... sobre mí.
—¿No podemos simplemente seguir nuestras vidas como hasta ahora? —insisto—. Sin estar molestándonos mutuamente.
—Tiene razón, no hay necesidad de seguir guardándonos rencor —Derek me toma de la mano y no me pasa desapercibido el gesto en el rostro de Renée—. Nosotros nos llevamos bien, ¿qué tiene eso de malo?
—Derek, suéltala —ordena su padre.
—No, no lo haré —el rubio que me sostiene parece más seguro que de costumbre cuando se trata de hablar con su padre—. Ya la deje ir por ti una vez, no lo haré de nuevo.
—¡Derek te ordeno que la sueltes! —el grito estalla en el silencio de la sala—. ¡No puedes estar con ella!
—¿¡Por qué no!? —Derek enfrenta a su padre, mostrándose con fiereza.
—¡Porque son medios hermanos! —Frederick se pone de pie al mismo tiempo que lo suelta.
Derek me suelta como si de pronto mi piel le quemara al tacto. Nuestros ojos se encuentran reflejando la misma conmoción, su rostro se ha puesto pálido y yo siento las puntas de mis dedos helarse.
No es verdad, sé que eso es una mentira, pero descubrirla... sería revelar algo que juré callarme. Derek me ha dado la oportunidad de ser honesta con él, y no puedo serlo.
_ _ _ _
Hasta mañana...
*Se retira con lentitud*
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