Capítulo 38
Sus ojos me miran con un intenso interés, su respiración se ha vuelto controlada y silenciosa. Estamos tan cerca que con este ambiente de confidencialidad que se ha asentado entre ambos, podría jurar que nuestros corazones marchan al mismo ritmo.
Lo imagino alterado, gritándome en lugar de solo estar a la expectativa como lo hace en este momento. Si él sabe la verdad, ¿llegaría a explotar?
En realidad, ¿Cuánto daño le estoy haciendo? Los golpes serán más fuertes mientras más guarde silencio, pero mis labios se han quedad pegados, las palabras se han secado en mi boca y mi garganta se aferra a la verdad que trata de salir a la luz.
No, no puedo decirle. Él me odiará cuando lo sepa y estoy bien con eso... debo estar bien con eso. Al menos, estaré lejos.
—Egmont actúa extraño conmigo —suelto en lugar de decir la verdad.
Doy un paso hacia atrás.
—Egmont es raro de nacimiento —Derek niega con la cabeza acercándose a mí.
<<Deja de hacer eso>>. Lo regaño mentalmente.
¿Por qué me buscas?, ¿Por qué me alejo y me sigues? Y ¿Por qué cuando eres tú el que está lejos, soy yo la que va a tu encuentro?
—No creo poder llevarme bien con él —me cruzo de brazos—. No me gusta su jueguito de coqueteo que se tiene conmigo.
—¿Coqueteo? —arquea las cejas.
—Si es que se le puede decir así a la extraña actitud que tiene conmigo. Se muestra altanero e intenta cerrarme el paso cada que puede.
Derek cierra los ojos conteniendo el aliento. Toma mi mano entre las suyas sin abrir los ojos, las acuna un momento, el mismo en el que se tarda soltando el aire que retenía. Después, las lleva con delicadeza a la altura de su rostro y deposita un cálido beso en mis nudillos.
Eso se siente íntimo, delicado y protector que mi corazón arranca una marcha a toda revolución. Esta vez no hay mariposas en mi estómago, no hay temblor en mis piernas. Porque Derek no me está causando ansiedad.
Derek acaba de calmar la tormenta que se estaba abriendo en mi cabeza. Él no es mi ansiedad, es mi calma. Un nuevo lugar seguro, uno prohibido.
—No te preocupes —pronuncia con voz profunda—. No dejaré que trate de tocarte.
Tres golpes en la puerta nos causan un susto.
Derek me suelta, gritando hacia la persona del otro lado que puede pasar. Es ahí donde soy consciente de que cualquiera pudo haber entrado.
Malika entra me observa brevemente y me dirige una sonrisa de loca, haciéndome soltar un gruñido de molestia. Viene acompañada de una joven de cabello castaño y ojos cafés. Ambas se abren paso en la oficina a pasos largos.
—Debe ser la Sra. Campbell —Derek se dirige a la chica desconocida.
—Prefiero mi nombre de pila. —la susodicha levanta la mirada—. Por favor, llámeme Violet.
Su sonrisa deslumbra gracias al rojo intenso en sus labios. Malika le indica a Violet que se siente un momento en el área de los sofás y se acerca hasta el escritorio de Derek.
—Espero sus felicitaciones —nos muestra el dorso de su mano, un anillo de compromiso adorna uno de sus dedos—. Me caso. ¿No es genial?
El brillo en los ojos de Derek se desvanece junto con su sonrisa.
—Bien por ti —su mandíbula se aprieta—. Recuerda no invitarme, no me gustan esos eventos.
La amargura tiñe de negro sus palabras, haciendo que la sonrisa de Malika se torne discreta.
—Es una lástima... admito que me gustaba como suena —hace una pausa llevándose los dedos a los labios como si con ello enmarcara sus palabras—: Malika Von Teufel.
Derek deja salir un sonido gutural difícil de interpretar. La mujer se aleja a paso altanero hacia la reportera.
—¿Ella se quedará? —mi pecho arde por alguna razón.
—Protocolos de mi padre.
Obvio, alguien debe estar presente para poder ser testigo de cualquier error que Derek pueda cometer para recriminárselo después.
—Roja, ¿nos dejaría un momento en privado, por favor?
Sus ojos continúan detallando cada movimiento de Malika. De pronto la cercanía que habíamos ganado, se siente lejana.
Me giro en su dirección, tomándome el atrevimiento de acercarme tanto que sé que mi susurro lo oirá únicamente él.
—¿Estás seguro? —pronuncio.
—Honestamente... no —contesta en tono bajo—. Pero no soy capaz de lidiar con las cosas que sentí por ella, teniéndote aquí y sabiendo que aún no sé qué siento por ti.
Tomo eso como una clase de declaración amorosa desastrosa. Pero la meto en la parte oscura de mi cabeza.
—Nos vemos mañana por la tarde —dicta—. No es necesario que estes presente durante las entrevistas.
Asiento. De pronto no tengo fuerzas para pronunciar palabra. Camino hacia la puerta pasando a un lado de Malika.
—¿Cómo está tu mellizo? —pregunta.
Me detengo en seco. Hemos quedado casi hombro con hombro.
—¿Mellizo? —cuestiona Derek al fondo.
Cierro los ojos un segundo. Maldiciendo internamente. Ella ha empezado a soltar mis pecados uno tras otro, o eso parece que trata de hacer.
—¿No lo sabías? —se cruza de brazos—. Cameron y ella son mellizos.
Hay un silencio. Puedo sentir la mirada de Derek apuñalando mi espalda en busca de una respuesta o explicación.
—No tenía ni la menor idea —murmura. Hay cierto reproche en su voz.
—Oh... Los Leblanc, siempre herméticos.
La miro de perfil. Está haciendo insinuaciones, trata de comunicar que soy más de lo que se ve a simple vista. Porque ella lo sabe.
Mostrar el anillo de compromiso es una táctica para desequilibrar a Derek y lo ha logrado. Ahora depende de Derek si dirige la frustración o lo que sea que haya sentido al enterarse, hacia ella o hacia mí.
—Enviaré un regalo de bodas pronto —le palmeo un hombro sonriendo y reanudo mi paso.
El sabor amargo en mi boca no se irá con facilidad, no iba a arriesgarme a soltar veneno en dirección a la mujer que posiblemente Derek llegó a amar ahora que está alterado sabiendo que ella será de otro.
Antes de ir al elevador, recurro a ese rincón de esta área donde sé que puedo encontrar algo dulce.
Y, como dice la ley de Murphy: Si algo malo puede pasar, pasará.
—Mallory —Egmont deja su taza a medio beber.
—Eh, nop —doy media vuelta.
La ventaja de tener piernas largas como las de él, es que con unos cuantos pasos logra cerrarme el paso. Así de fácil, me ha acorralado de nuevo... en un mismo día.
Está vez me queda bastante espacio para retroceder o para esquivarlo y salir de aquí. Y queda poca de mi paciencia.
—Escucha —levanta las manos y hace la seña de alto—. Dame un minuto para disculparme por lo de hace rato. No sé qué pasó.
No necesito hacer un estudia de él como lo hago con la mayoría de personas con las que me cruzo. A Egmont Teufel ya lo conozco, lo conozco bien.
—Pasó que naciste creyendo que todo te pertenece —me cruzo de brazos.
—¿Y tú no?
—Lamento decepcionarte, Egmont —niego con la cabeza—, no todos nacemos con la misma deficiencia de materia gris que tú.
Hago el amague de ir hacia la derecha, él cae en la trampa intentando tapar mi paso, pero cambio el peso de mi cuerpo hacia la izquierda y es por donde logro sacarme del acorralamiento del rubio.
Él no parece querer rendirse. Me sigue en mi camino hacia el elevador.
Tengo ganas de correr, pero no quiero armar una escena que termine de arruinar la confianza del menor de los Teufel. Malika ha hecho una gran abolladura en esa coraza, no voy a arriesgarme a abrir una grieta.
—No puedes insultarme e irte como si nada —gruñe entre dientes mientras me sigue.
—Oh, claro que puedo —canturreo—. Es justo lo que voy a hacer.
Entro en el elevador, doy la vuelta y levanto una mano. Egmont se frena justo antes de pisar el interior del elevador. Sus ojos me miran con molestia.
—Da un paso dentro y vas a arrepentirte —amenazo.
—¿Con quién crees que estás hablando?
Ignora mi intento de alejarlo. Entra y puedo jurar que pasa una eternidad mientras veo cerrarse las puertas en cámara lenta a las espaldas de Egmont.
<<Con un idiota, por lo que veo>>.
Cuando estamos confinados en el interior de la caja de metal, la expresión en el rostro de Egmont cambia. Al bajar la mano, sus ojos y los míos se cruzan, me estremezco al encontrarme con la oscuridad en su mirada.
—No entiendo —susurra—. ¿Por qué no te agrado? Te llevas bien con Derek.
Oh, ¿de eso se trata?
¿Quiere lo que sea que Derek tenga?
—Incluso tenemos amigos en común —vuelve a encogerse de hombros.
Aprieto las manos a mis costados. Ignoro el dolor en mi pecho, ignora la angustia y el asfixiante nudo en la bace de mi garganta. Me concentro en la pequeña calidez en mi mente, en mis huesos y en mi carne.
—Amigos —vuelvo a decir.
—Si, somos amigos de ella, ¿no? —él se pasa una mano en el cabello—. Ella me mostró muchas fotos de ti cuando su padre la trajo una vez.
Bajo la mirada. Mis pies se ven borrosos, no sé si estoy perdiendo la vista, son las lágrimas que comienzo a acumular o si estoy perdido el enfoque debido a la furia que me carcome.
—Hablaba mucho, me hizo doler la cabeza —continua como si nada—. Por cierto, ¿cómo ha estado? —es su turno de cruzar los brazos—. No he podido contactarme con ella.
—Se alejó de todos y de todo —sale en un hilo de voz.
—¿Ah sí? —la falsa sorpresa en su voz me hace levantar la vista, él sonríe con frialdad.
—Aléjate de mí, me está cansando este jueguito que estás empezando —me cruzo los brazos con indiferencia—. Los idiotas como tú me dan jaqueca.
—Había escuchado de mi primo que eres una mujer dura —una risa ronca sale de entre sus labios—. Para muchos debes ser difícil de doblegar.
—¿Y tú crees que tienes lo suficiente para hacerme rendirme a tus pies? —es mi turno de reír—. No eres idiota, eres un verdadero estúpido si crees en eso.
Su sonrisa se ensancha, da más pasos hacia mí, pero no retrocedo. Levanto la barbilla como señal de reto. En esta nueva ocasión, su mano si llega a tocarme, le permito tocar mi barbilla y él la levanta más.
—Nada como la oportunidad de domar a una perra —murmura—. He escuchado que a ti nadie ha logrado ponerte la correa y el bozal, ese son mi tipo favorito de chicas.
Entrecierro los ojos.
—Tu amiguita fue tan fácil que me aburrió enseguida —menea la cabeza.
Busco a tientas con la punta de mi zapatilla una de sus piernas, me regocijo internamente cuando él se estremece ante mi toque. Egmont usa ambas manos para aferrarse a mi barbilla y cuello, usa su ventaja en tamaño para estamparme contra la pared del elevador.
—Sé que puedo, puedo doblegarte —susurra contra mi rostro—. Derek es un idiota enamorado de la idea del amor. Tratándote y hablando de ti como si fueras el delicado pétalo de una flor no va a conseguir nada de ti.
Es la segunda vez que alguien me acorrala en este mismo lugar y no pienso dejar a mi agresor salir ileso, no esta vez.
—En eso tienes razón —asiento—. Pero no es tan idiota como para creer que puede domarme. ¿Y tú sí, Egmont?
—Por supuesto que sí.
Egmont está tan pegado a mí que puedo sentir cómo ha despertado cierta parte de él. Subo mi rodilla entre las de él, hasta que ubico esa parte. Debido a la cercanía, no será un golpe en la espinilla como lo había planeado. Ahora atacaré a su hombría.
—Al terminar contigo vas pedir má-... —se aleja de mí llevándose las manos al área donde lo he golpeado.
Espero haberlo dejado estéril.
—Derek no es idiota, él sabe que no me tendrá hasta que yo lo decida así —me cruzo de brazos—. Él al menos parece consciente de saber que quien manda, soy yo.
Las puertas del ascensor se abren, paso por encima del tipo que se retuerce en el suelo. Me pongo de cuclillas cerca de él, donde sus ojos alcanzan a apuñalarme.
—Vas a arrepentirte de esto —literalmente escupe.
—A delante. No me importa lo que me suceda —me inclino un poco—. Mientras esto sea entre tú y yo, por mí no hay problema. Pero, mete a alguien más y...
Salgo del elevador, en un área que no había visitado antes. Supongo que las personas al frente de mí han llamado el elevador, por eso este se abrió frente a ellos.
—Tiene cólicos estomacales —les digo pasándolos de largo.
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¿Melli- qué? Teufels, hay cosas que ya se están escapando de la caja de Pandora...
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