Capítulo 26

Entramos a la oficina personal del menor de los Teufel. Derek va directo al sofá grande donde se deja caer como peso muerto. Usa su brazo derecho para tapar la luz que entra por la ventana.

—¿Eres alérgico a algún medicamento? —le pregunto al pararme frente a él.

—Ya he pedido algo —murmura.

—¿Quién te traerá el medicamento?

—Quien sea que lo reciba en la recepción —se encoge de hombros—. Da igual siempre y cuando lo haga rápido.

Desde donde estoy puedo ver el sonrojo en sus mejillas y la forma en la que su torso está manchando su camisa con sudor. Respira de forma pasada, como si le doliera.

—No sabía que tú y Adrien se conocían —cierro los ojos al darme cuenta de que eso se me escapó—. Bueno, me dio la impresión de que al menos él ya te conocía.

—Lo conocí en la cena de empresarios —contesta—. También conocí a la placa de hielo que tienes por hermano.

Me siento en la mesita de centro, inclinándome ligeramente hacia Derek en el sofá.

—Cameron es un hombre de pocas palabras, eh.

—Te hablará, a su tiempo —comento.

—¿Tú y Adrien se conocen desde hace mucho?

Me gustaría poder mirarlo a los ojos para saber con qué intención ha hecho esa pregunta. No sé si la hizo por curiosidad o por seguir en el mismo rumbo de conversación, pero la fuerza que emana su cuerpo y ver lo tensos que están sus hombros me deja saber que él no está cómodo con la pregunta que ha hecho.

—De toda la vida —suelto.

Sus ojos se encuentran con los míos.

—¿Qué le sucedió en el rostro? —pone un cojín detrás de su cabeza—. ¿Quién le hizo eso?

Abrazo mis costillas, siento un fuerte dolor en ellas. Desvió la vista a mis zapatos.

—Yo —contesto con la voz hecha un desastre—. Yo se lo hice.

Derek se sienta con lentitud. Siento el peso de su mirada sobre mí. Él me mira con extrañeza. Tiene los ojos en rojo, su fiebre debe haber aumentado. Me encojo de hombros.

—A un mes de la muerte de mi abuela, un aneurisma cerebral se llevó a papá —cruzo las piernas—. Dos meses después de la muerte de mi papá, mis tíos querían retomar una tradición que teníamos como forma de subirnos los ánimos.

—¿Qué tradición? —su voz suena ronca.

—Cada tres meses nos gustaba ir a la cabaña cerca del río del abuelo —el recuerdo de una mangata y malvaviscos derretidos me invade—. En esa ocasión, Adrien tenía un fuerte resfrió, así que había dicho que no nos acompañaría.

>>Él siempre ha sido mi lugar seguro. Y tenía un mal presentimiento, era como si algo en mí me hubiera estado diciendo que si Adrien no subía con nosotros al auto... jamás volvería a verlo.

Aprieto el agarre a mi alrededor.

—Recuerdo haberle rogado aferrada a su brazo, llorando y tirando de él rumbo al auto. Demasiado egoísta, caprichosa o como quieras llamarle —suspiro—, logre convencerlo y aunque salimos tarde, estábamos a punto de dejar el luto. Hasta que la fiebre de Adrien nos hizo parar.

>>Nos detuvimos en la primera estación de servicios que encontramos a mitad de nuestro camino, donde entramos a la tienda para conseguir algo de medicina para el resfriado de Adrien. Ya estaba oscureciendo, cuando comenzó a llover. Esa lluvia se convirtió en un diluvio.

—Tuvieron que cancelar el viaje —deduce con un suspiro.

—Mi tío creyó que regresar a casa era lo mejor. Más adelante en la carretera había curvas que con la lluvia eran peligrosas —me encojo de brazos—. Y solo bastaron un par de segundos de distracción y las luces fallando de un camión de carga...

Me encojo al ser consciente de que aún recuerdo los sonidos de ese momento. Los cristales rompiéndose, el chirrido de los neumáticos contra la carretera empapada, el claxon. Él grito de mi tía cuando su cuerpo se salió por el parabrisas, el sonido del cráneo de mi tío contra el volante.

Sin darme cuenta, estoy respirando con rapidez.

—Siento haberte preguntado —Derek posa una de sus manos sobre una de mis piernas—. Si tienes que parar hazlo.

Niego con la cabeza.

—Adrien se interpuso entre el camino de los vidrios que salían disparados y yo, un trozo enorme le hizo el corte en su rostro.

Levanto la vista. Derek me miran sin reflejar ninguna expresión. Le sonrió con timidez.

—Si no hubiera insistido en que Adrien nos acompañara —mi voz se corta.

Le arruiné la vida a alguien que dio todo para arreglar la mía. Le hice trizas la confianza por años, le desfiguré el rostro. Todo porque fui mimada y quise que él no soltara mi mano.

Derek se inclina hacia mí y me rodea en un abrazo que me sorprende. Me quedo quieta, sin saber qué hacer, cómo reaccionar. Él se separa y me sonríe.

—Comprendo lo que es sentir que le arruinaste la vida a alguien por algo que no podías controlar —me toma de las manos.

Los toques en la puerta nos hacen separarnos. Su medicina ha llegado, eso me alegra, pero siento que nos han interrumpido, eso... no me agrada tanto. Lucho para no dejar que el sentimiento de decepción crezca.

—Encontré esto en la recepción —es la voz de Malika—. Tu padre dice que Johan vendrá por ti. Ambos pueden ir a descansar.

La asistente del CEO se adentra en la oficina y deja caer una bolsa de papel blanca con el logotipo de una farmacia a lado de Derek.

—¡Aleluya! —exclama con cansancio el rubio—. Ya oíste, Roja. ¿Quieres que te llevemos a casa de Nana?

Sé que él ignora la mueca de Malika, pero yo no.

—De hecho, quedé en ver a mi hermano —miento el mismo tiempo que me levanto y voy por mi bolso—. Gracias, pero te veo mañana. Descansa, toma tu medicamento.

—Lo que mi médico indique —bromea alzando la bolsa.

Le regalo un asentimiento y salgo dejándolo solo con Malika. Es la sensación más desagradable que he vivido, dejar a Derek con aquella mujer solo.

Camino en silencio y con pocas ganas de hablar con alguien. Para mi fortuna, Jano está distraído con una chica de un increíble labial morado.

Entro al elevador rodando los ojos al escuchar los tacones que golpean el suelo en mi persecución. Al girar hacia la puerta me encuentro con la cara sonriente de Malika.

—No te esfuerces —mascullo en respuesta.

—¿Disculpa? —dice entrando en el elevador.

Me cruzo de brazos y miro el techo del elevador buscando paciencia.

—Sé que no te agrado, deja de fingir —inclino la cabeza—. Detesto a los mentirosos.

Malika me sonríe con descaro, entrecierra los ojos y levanta la barbilla en una postura arrogante.

Hago una mueca mientras me inclino en dirección a los botones del elevador en cuanto las puertas se cierran. De no ser porque también estoy dentro, hubiera causado que esta víbora en piel de mujer se quedara atascada unos minutos.

—Supongo que no puedo engañar a alguien que viene de una cuna de mentiras, ¿no? —Malika hace un puchero.

Si cree que con eso va a lastimarme está muy lejos.

—Huele mal aquí —se cruza de brazos.

—No soy yo — Sonrío con picardía. A veces me convierto en lo que odio—. Tomé una ducha en el departamento de Derek esta mañana, antes de salir.

Disfruto la mueca rabiosa que hace. El enfado es reemplazado por una ceja arriba y más arrogancia saliendo de cada poro en su piel.

—Oh, ¿ya arreglo la llave de la regadera? La última vez que lo hicimos en el baño la rompió por accidente.

Otro golpe errado.

—Sí, ya la arreglo. No queda ni un rastro de tu presencia —acomodo ropa—. Lo inservible se deshecha, así funciona.

Ella presiona con un golpe el botón para detener el elevador.

—¡Escucha! Derek es mío —me apunta con su índice—. En cuanto obtenga de ti lo que quiere, te mandará al carajo y volverá a mí.

El sonido de mis palmas aplaudiendo suena escalofriante en este reducido espacio.

—Qué gran discurso —continuó aplaudiendo—. Repítelo hasta que te lo creas de verdad.

Malika me mira como si fuera basura.

—Si no fuera cierto —su mano derecha va a uno de los bolsillos en su falda, la saca mostrando una llave plateada—, ¿por qué aún no me ha quitado la copia de la llave de su departamento?

Me encojo de hombros y es mi turno de hacer un puchero.

—¿Será porque cambio la cerradura? —digo fingiendo lastima—. ¡Pero, ey! Si adornas tú copia sería un lindo accesorio. Un simple recuerdo de lo que alguna vez fuiste: su mascota.

Entrecierro los ojos, e imito la posición de la rubia. A ella le falta poco para echar espuma por la boca y gruñirme. Pero no me dejo intimidar por ello.

—Donde fuego hubo... —comienza.

—No queda una mierda —la corto—. No puedes hacer nada con las cenizas. Salvo barrerlas. Eliminarlas para que no le estorben a la próxima llama.

Malika suelta un gruñido dando un paso fuerte en mi dirección. Una de sus manos me empuja con fuerza hasta que mi espalda golpea la pared del elevador. La brusquedad del impacto y el frío material me hacen soltar una inhalación aguada.

La rubia acerca su rostro al mío, sonriendo con burla y triunfo, presionándome mi cuerpo con todo su peso contra la pared a mi espalda.

—No eres nada, Mallory —susurra con cólera—. ¿Crees que Derek no se aburrirá de ti?

—¿Cómo lo hizo contigo? —suelto una risa nasal—. Mala suerte. Ninguno de tus golpes desesperados ha logrado hacerme daño.

—Sigues siendo una niña patética que llora en la oscuridad a su padre —su sonrisa se torna casi sádica—. ¡Uy, mi papi se murió! ¡Uy, mi mami no me quiere! Eres patética.

Aprieto las manos contra mis costados. No voy a dejar que ella use eso para ponerme mal. No le daré el placer. Muerdo mi mejilla interna para aguantar la frustración.

—Oh, Mali, Mali. ¿Qué haré contigo? —frunzo el ceño—. No voy a dejar que te quedes con él. No me conviene, y si algo no es lo que quiero... lo arregló a mi favor.

¿Por qué sentí extraño al decir eso?

<<Porque es mentira>>. Niego con la cabeza.

—¿Crees que puedes pelear contra mí por Derek?

—No, por supuesto que no —espero hasta que ella se relaja, es entonces que sonrío con malicia—. No puedo competir contra ti, Malika. Tú ya has sido descalificada.

La rubia levanta una mano al aire con los dedos rígidos por la fuerza que está imprimiendo.

Respiro hondo, preparándome para el golpe. Aunque ella cambia de parecer, dejando caer su mano. Sus ojos miran el suelo un momento, mientras busca a ciegas el botón para poner en marcha el elevador.

Siento el vacío abrirse en mi estómago cuando comenzamos a bajar.

Malika levanta la vista, con una cara amenazadora.

Intento salir de la zona donde estoy, pero ella me sostiene de una muñeca y vuelve a estamparme en el mismo sitio. Sus ojos y los míos se encuentran. La miro con todo el odio que puedo, ella me responde igual.

—Escucha con atención, mocosa —inclina su cabeza hacia atrás—. No sabes con quién te estás metiendo. ¿Quién crees que investigó tu paradero?

Trago con dificultad.

—Yo, por su puesto.

Siento el calor abandonar mi cuerpo. Es como si me drenaran de golpe cada gota de sangre en mí.

Su rostro sale de mi zona de visión cuando se hunde hacia mi cuello. Su respiración me asquea cuando choca contra mi piel. Sus labios rosan mi oreja. Sostengo la respiración.

Y Malika susurra. De sus labios salen los secretos que me he desvivido por enterrar en lo más profundo de mi alma.

Siento dolor en los dientes, estoy apretando demasiado la mandíbula. Mis nudillos ya deben haberse quedado blancos por la fuerza con la que cierro los puños.

Mis ojos se llenan de lágrimas cuando ella pronuncia el último de mis pecados, aquel que tiene un rostro y un nombre.

Se aparta de mi dando un empujón, en el que mi cabeza golpea sonoramente contra el material del elevador.

—Ahora eres consciente de ello, Mallory Leblanc —sonríe—. Puedo destruirte, a ti y a tu podrida familia si sigues metiéndote en mi camino.

Bajo la mirada. Me enfoco en mirar como mis piernas tiemblan. En sentir el sudor frío que recorre mi frente. Escucho las puertas del elevador abrirse con ese sonido característico.

—Ouh, bien. Fue un gusto hablar contigo, Rojilla —se burla.

Escucho sus tacones abandonando el espacio.

Trato de controlar mi respiración. Para mi gran fortuna, nadie entra en el elevador. Las puertas se cierran en silencio mientras yo escucho mi corazón bombeando a mil por hora.

Levanto la vista hasta mirar mi reflejo difuso en la pared que tiene él espejo. Mis ojos están llenos de lágrimas. No sé si es ira, si son por tristeza o son lágrimas de terror.

No sé cómo, ni por quien ella se haya enterado de todo eso.

No sé qué pasaría si llega a decírselo a alguien.

Solo hay una cosa que tengo clara: Debo de buscar una mejor carta que jugar.

—La bruja malvada tiene que irse —murmuro.

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Hoy llegue un poco tarde con la actualización, ¡lo siento mucho!

Como recompensa les dejo unos datos curiosos que nadie me pidió: 

Como ya se ha mencionado, Cameron desde pequeño tiene un problema para comunicarse con otras personas. Pero, debido a que durante el viaje con sus tíos, él iba bastante animado hablando, dejo de hablar en voz alta cuando está abordo de cualquier medio de trasporte. 

En cuanto a Mallory, le teme a viajar con un clima desfavorable. Es de las personas que revisan constantemente el informe de clima para estar precavida y mejor quedarse en casa si se pronostican lluvias. 

En cuanto a Adrien, le costó mucho esfuerzo aprender a conducir. Ya que, constantemente tenía flashbacks del accidente. Aunque gracias a su perseverancia logro vencer su miedo. 

Como siempre: Gracias por leer, votar y comentar. 

¡Nos vemos en nuevas actualizaciones!

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