Epílogo 2. Emily
La fría brisa, de aquel hermoso y pequeño pueblo de Escocia, agitaba todo arbusto y árbol en el lugar, pronto el sol daría paso a la noche. Emily vestida de blanco y cubierta por una gran manta yacía acostada sobre las piernas de Frederick, preparada para ver su último atardecer.
Ellos habían sido aquellos novios que nacieron para estar juntos. Conociéndose desde pequeños, supieron que nada los separaría.
No había razones para que Emily llorara o sufriera, no existían motivos para que Frederick no pudiera dormir y despertar cada día con una gran sonrisa. Ellos lo tenían todo, no solo una buena posición económica, ellos se tenían el uno al otro, pero lamentablemente no tenían la salud de su parte.
Su linda historia de amor se vio interrumpida por la sombra de la muerte, ella llegó al cuerpo de la delicada y hermosa joven para alojarse en ella hasta cumplir su cometido.
Frederick y ella tuvieron la esperanza de que una enfermedad no les ganaría, pero, ¿cómo se lucha contra lo que no se conoce? Los doctores desconocían la clase de enfermedad de la que padecía Emily, y poco a poco las esperanzas se fueron perdiendo.
Movidos por el más grande de los amores se dijeron: acepto. Con su infinito cariño compartieron su cama. Día a día Frederick llenó a Emily de regalos, abrazos, besos y palabras de aliento. No hubo día que no le prometiera que todo estaría bien. Sus palabras muchas veces fueron la luz de la esperanza de Emily, y por un tiempo soñar no fue malo, aferrarse a lo imposible fue el único medio de sobrevivir. Sin embargo, ahora estaban allí, sabiendo que no había nada más, que los sueños eran solo eso y nada más, que no hay cuentos en la vida real.
No había tiempo para molestarse y maldecir, solo para disfrutar lo poco que quedaba, y sellar aquel amor en un eterno recuerdo.
—Dime que voy a hacer ahora que no estés —esbozó con grandes lágrimas cayendo de sus ojos.
Le era imposible a Frederick ser alegre u optimista. Por mucho tiempo escondió su dolor entre sonrisas vacías, juegos y bromas. Él debía ser fuerte por ella, debía creer sinceramente en las promesas que él mismo hacía. Pero estando ya en el punto sin retorno, toda su fortaleza cayó, su corazón quería gritar su dolor, era el momento justo de hacerse sentir.
—Tú eres todo lo que soy. —Con voz cortada terminó la frase.
Emily sonrió y entre su posición en el regazo de Frederick, buscó la mirada de su amado. Con delicadeza limpió sus lágrimas, causando un llanto más profuso.
Ella tampoco había llorado lo suficiente, tal vez no había sido tan buena idea esconder su dolor en utopías, tal vez debió llorar más y lamentar su destino, pero no estaba en ellos ser así.
Suspirando lamió sus resecos labios buscando las palabras correctas, sabía que debía pronunciarlas, era lo que quería, pero eso no quitaba que aquellos pensamientos fueran como dagas clavadas en su corazón; después de todo, el ser humano es egoísta por naturaleza, y ella habría querido guardar su amor en un frasco y resguardarlo por la eternidad, pero no era justo. Ella fue la dueña del corazón de Frederick, pero era hora de que alguien más se adueñara de él.
—Vas a vivir. —Escondió una de las lágrimas que se le escapaban con una sonrisa. —Y luego de un tiempo conocerás a alguna nueva señorita.
—¡Nunca volveré a enamorarme! —Miró a Emily sin poder creer en aquellas palabras. Él por siempre sería de ella. —Te amo, y eso ni la muerte lo acabará.
Tomó el rostro de su pequeña para besar aquellos labios que veneraba. Sus labios estaban fríos, las lágrimas que se colaban eran saladas, pero aquel beso era dulce, tan dulce como el amor que ambos tenían.
—Sé que siempre estaré en tu corazón. —Se alejó un poco, solo lo suficiente para verlo a los ojos—. Pero debes vivir, continuar con tu vida, el hecho de que te vuelvas a casar no quiere decir que me olvidaste o me engañaste, te amo y quiero que seas feliz, muy feliz. Quiero que tengas hijos. —Las fuerzas que había tomado para decir esas palabras se perdieron con su última frase. Ella soñó tantas veces con tener un bebé de Frederick, acunarlo, cuidarlo, adorarlo, pero ahora esa sería la dicha de alguien más. Una mujer que no conocía pero que ya envidiaba. Llorando continuó—. Debes tener muchos hijos, y una niña a la que le pondrás mi nombre.
—¡No! ¡No! ¡No! —Abrazándola hundió su rostro en aquel delicado y blanco cuello—. No podré hacer eso, yo no creo que pueda seguir en este mundo sin ti a mi lado.
—Pero debes prometérmelo —exclamó asustada—, debes prometerme que te esforzaras por rehacer tu vida. ¡Promételo! —exigió.
—No me pidas eso.
¿Cómo podía pedirle que continuara adelante si ella su motivo para vivir ya no se encontraría en esta tierra? ¿Cómo levantarse cada mañana en su lucha con la vida, si su arma secreta le sería arrebatada? Él no podía imaginar un mundo sin su querida Emily. Desde que tuvo conocimiento ella siempre estuvo ahí, era su sangre y su oxígeno, era todo lo que necesitaba para estar vivo.
—Es mi última voluntad —insistió—. Quiero que conozcas a una mujer, que no será como yo, quizás no tan genial y divertida. —Sonrió para hacer lo que siempre desde que pudo hablar hizo, hacer feliz a su Frederick. —Pero, será dulce y te amará como nadie, tú la amaras por ello, y por ser la madre de tus hijos. Serás feliz viéndolos crecer. Entonces, los catorce de febrero de cada año la engañarás a ella un poquito y vendrás a esta montaña, a este lugar donde nos besamos por primera vez, a este lugar donde juramos amarnos por siempre. Vendrás, me recordarás, llorarás un poco y luego me dejarás en un rincón olvidado de tu corazón, hasta el próximo año. Y así será.
Sí, así sería, ella lo sabía. No obstante le alegraba saber que en un día especial del año él la recordaría, y al menos en sueños y recuerdos volverían a ser Emily y Frederick. Él sería la única prueba de que ella existió, viviría ahí en su corazón, aunque su hogar poco a poco sería reducido a un simple rincón.
No quiso pensar en ello, solo que en grande o pequeño, ahí estaría ella presente.
—Nunca podré dejarte en un lugar olvidado de mi corazón.
Para Frederick su realidad jamás sería como la que Emily relataba. Ella era la dueña y soberana de ese algo que sentía por él. ¿Cómo olvidar a la persona que lo era todo?
—Será difícil, pero podrás amar a dos personas. Solo no te aferres a amar a un fantasma amor mío, porque yo solo quiero verte feliz.
Las palabras salieron sin meditarlas, sin egoísmo en ellas y Emily supo que eran ciertas. Lo único que siempre quiso más que nada en el mundo, fue la felicidad de Frederick. Y haría un último intento por dejarle un camino con menos espinas y culpas.
—No vayas a sentirte culpable cada vez que sonrías, cada vez que creas que eres feliz. Toda historia tiene su final, y en algunos casos el final simplemente es un nuevo comienzo.
—Debes saber que nunca seré tan feliz como lo he sido contigo.
Necesitaba asegurarle que él nunca la olvidaría. Que se fuera sabiendo lo importante que era en su vida. No sabía nada de lo que ocurría después de la muerte, pero dónde sea que Emily fuera quería que su amor fuera el más grande recuerdo. Que día a día supiera que él la amaba y que eso nunca cambiaría.
—Y tú debes saber que me voy feliz porque contigo tuve todo lo que quería. Lamentablemente no pude darte hijos, pero nadie pudo tener a mejor hombre a su lado. No recuerdes a la enferma y debilucha, sino a la alegre revoltosa que peleaba con caballos y que se esforzaba siempre por hacerte reír.
Comenzó a sentir el frio de la muerte, las lágrimas se secaron y su voz se hizo más ronca. Un gran cansancio la hizo olvidarse del dolor. Sus oídos se sellaron ante los sonidos del exterior, podía escuchar los leves latidos de su propio corazón y la respiración pesada de su amada que la aferraba a su pecho. No había nada más en su campo de visión que aquel rostro que amaba, y la única calidez que sentía emanaba de esos fuertes brazos que la sostenían con un hilo a la vida.
—Ánimos campeón, dicen que cuando nací, no lloraba, sino que reía a carcajadas
Ambos sonrieron. Frederick la presionó más hacia él, dejando un beso en su pequeña frente.
—Creo que eso es lo que se decía de mí, mi bella dama.
Haciendo su último esfuerzo, secó las lágrimas de sus ojos para sonreír.
—Creo que esa fue la característica de los dos y la razón por la que fuimos el uno para el otro, así que pienso irme riéndome a carcajadas también.
—Reiré porque te amo y porque no dejaré que tú recuerdo se borre nunca de éste mundo.
—Reiré porque te amo y porque aunque la muerte me lleve hoy, no ha ganado, pues estarás conmigo hasta el final, seré feliz hasta el último aliento.
Presionó más la cintura de Frederick con sus frágiles manos. Su corazón comenzaba a desfallecer y toda pizca de calor a desvanecerse. Miró una vez más aquel paisaje que amaba. Las hermosas montañas expandiéndose ante sus ojos, el leve todo naranja en el cielo. La naturaleza la estaba despidiendo con el mayor de los espectáculos.
—Ésta tarde es hermosa, ¿no crees? —comentó perdiéndose en la belleza que tortuosamente le mostraba todo lo que jamás volvería a ver, pero que a la vez le demostraba el maravilloso privilegio que tuvo de por veinte años disfrutar de la belleza que trae la vida.
—Sí que lo es.
Ella se acurruco en él, mientras Frederick con sus manos acariciaba su cabello. No hacía falta decir nada más, solo sentirse uno al otro.
Él solo quería seguir escuchando esa respiración, sentir aquellos latidos por toda la eternidad. Emily ya no tenía miedo y estaba de acuerdo en que era feliz, estaba completa y si no fuera porque le preocupaba el futuro de su amado, se habría sentido plena. Sin embargo, para los últimos minutos, supo que todo estaría bien, la vida se portaría bien con Frederick, algo se lo decía. Se reviró a verlo, le sonrió una última vez, y sus ojos se cerraron.
Una vida se acababa, y una nueva etapa comenzaría. Así es la vida, sin dejar de girar y latir, sin esperar o lamentarse por los que se van, dejando como regalo los recuerdos y nada más.
Allá en aquella montaña lejana escocesa, Emily le dijo adiós a este mundo y Frederick comenzó a sentir lo que era que le arrancaran el corazón a carne viva, es imposible describir lo que sintió y los horribles meses que viviría después, cuando los recuerdos se convierten en fantasmas capaces de llevar a la locura.
***
En una montaña un poco más lejana un hombre remendado comienza su camino hacia la venganza, con unos seguidores a su lado y con el más vil de los propósitos entre manos.
***
Mientras unos mueren, otros más le dan la bienvenida al mundo, unos muertos resucitan, y la más hermosa de las soberanas descubre que su plan fue el menos indicado. Debatiéndose entre si estar contenta por el nacimiento de su primer nieto, o estar nerviosa por el futuro de su familia, Victoria sabe que no debe seguir con aquel secreto, así que un joven y dichoso Rey recibe en sus manos una pequeña nota:
"Me subestimaste querida Esposa. Muerte al Rey y su heredero".
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Nota: Esta novela continúa en Ennoia, libro que pueden encontrar ya finalizado en mi perfil. Gracias por haber llegado hasta aquí.
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