Capítulo 9.- Esclava

   —O te pones ese vestido o te bajaremos desnuda, tú decides. Desnuda de seguro pagarán más por ti.

El hombre cerró la puerta de la pequeña cárcel en la que se encontraba. Stephanie llorando tomó el vestido blanco que arrojaron a sus pies, era muy sencillo y ligero, pero prefería cubrirse con ello a estar desnuda.

Habían pasado varias semanas, tal vez meses. Le habían dado de beber extraños brebajes que la mantuvieron dormida por quien sabe cuánto tiempo. No sabía ya cuántas veces intentó escapar, cuántas otras recibió golpes y correazos como castigo. Intentó dejar de comer para al menos morir antes de ser vendida como esclava, pero entonces amenazaron con violarla y hacerlo hasta que muriera.

No hubo día en que no pensara en su madre, en todo el dolor que debía estar sintiendo ante su desaparición. La vida se tornó de gris a oscura, una oscuridad tan grande como el universo, por donde lo viera no había forma de escapar de esa vida.

No la tocaron porque sabían que ganarían más por una virgen. No la vendieron aún porque estaba destinada a un hombre prominente que pagaría una buena fortuna por ella.

Apenas y pudo estar consciente cuando encadenada y amordazada la subieron a un pequeño barco. Ahora estaba allí con el vestido en sus manos, sabiendo que el día por fin había llegado, el día en que sería vendida como un animal u objeto; el día que acababa una pesadilla y comenzaba otra.

Su única esperanza era tener un amo bueno, uno que la liberar y ayudara, pero sabía que esperar algo así sería imposible.

Se colocó el vestido y los gitanos no demoraron en ir a buscarla. No les gustó que sus muñecas y tobillos estuvieran sangrando debido a lo irritada que estaba su piel con los grilletes alrededor, pero al final concluyeron que el viejo millonario era lo suficientemente sádico como para encontrar deleite en ese en vez de repulsión.

Una de las gitanas peinó los cabellos de Stephanie, dejándolo simplemente suelto pero desenredado. Stephanie rogó por ayuda pero nadie quiso escucharla.

La subieron a otro carruaje con los ojos vendados, unos cuántos esclavos más la acompañaban. Lloraba sin poder detenerlo, su pecho bajaba y subía demostrando la desesperación en su corazón.

Llegaron a algún lugar donde la hicieron bajar y le quitaron la venda. Era de noche y la gran estructura se alzaba ante ella terrorífica. La gran sábana de pasto verde que se extendía alrededor de la casona, no era más que un océano de brea a la escasa luz de la luna.

Parecía ser una fortaleza muy antigua, con muros de gruesa roca maciza, y puertas de tosca madera oscura. La jalaron de la cadena que colgaba de sus muñecas, puso resistencia, mordió, pateó, no quería ser arrastrada a ese lugar, pero nada importó.

La misma gitana que la peinó le advirtió que dejara de llorar y luchar, así sería más entretenido para su nuevo dueño. Stephanie se tragó las lágrimas e intentó mantener la compostura. Se repitió una y otra vez que Dios le daría la oportunidad para escapar de ese horrible destino, que tarde o temprano volvería a ser libre, que tal vez su nuevo amo sería bueno. Esas esperanzas se acabaron cuando vio el rostro del hombre para el cuál la habían llevado hasta allí.

Estaban dentro en algún salón de aquel palacio. El piso era lustroso tanto que pudo ver su reflejo en él. Estaba de pie donde la habían indicado, tras el gran grupo de hombres esclavos que casi desnudo esperaban la inspección del nuevo amo.

Él entro por una puerta diferente, se podía apreciar cierta distinción aristocrática en su rostro y postura. Era muy alto y delgado, con demasiadas ojeras, con un cuerpo más bien encorvado y débil, tal vez debido al alcohol o alguna enfermedad. Era imponente, con una mirada maliciosa y una sonrisa socarrona.

—Mi señor le traje lo mejor de mis productos. No sabe las propuestas que rechacé solo para traerle lo mejor. —El jefe de los gitanos se hincó ante él. El hombre estiró su mano y el gitano no demoró en besar el anillo de su dedo índice.

—Estoy viendo que no estás mintiendo. Estos esclavos parecen ser fuertes.

—Lo son, claro que lo son, y son obedientes, no tendrá problema alguno con ellos.

—Dime que me trajiste un buen regalo —sonrió el hombre mirando por entre los hombros de los esclavos para fijar su mirada en una aterrada Stephanie.

—El mejor de todos, mi señor. Una hermosa doncella, única en su clase.

Ella tragó saliva y presionó los puños para que no notaran su temblor. Fue jalada hacia el frente. Y él no demoró en dejar su especie de trono y acercarse más a la doncella.

Cada paso fue eterno, cada respiro un suplicio, y allí de pronto estaba él frente a ella. No se atrevió a alzar la mirada, tan solo quería que un milagro la sacara de allí. El hombre le acarició la mejilla con sus fríos y delgados dedos. La sensación era desagradable. Los dedos se posicionaron en su mentón obligándola a descubrir su rostro. Lo vio, y él sonreía, sus dientes eran amarillos y sus ojos no podían demostrar más lasciva.

—No pudiste traerme mejor regalo —exclamó aun observando a la bella doncella frente a él—. No tengas miedo pequeña, si te portas bien yo me portaré bien. Aunque pórtate mal y será más entretenido para mí.

Él lanzó una bolsa con monedas de oro al gitano indicándole que era hora de irse. Él sin emitir palabra, agradeció con una reverencia, Stephanie intentó mirarlo para rogarle que la sacara de allí, pero un fuerte jalón en la cadena que ataba sus manos la hizo revirar a su amo.

—Es hora de irnos conociendo, pequeña.

Pasó el brazo por su cintura acercándola completamente a él. Stephanie sintió su caliente y fétido aliento, e interpuso las manos entre ambos cuerpos, no se resignaría a esa vida.

—¡Por favor! ¡Suélteme! —rogó.

—Te compré, eres mía. A divertirnos.

Stephanie no podía imaginar un mundo donde pudiera vivir en esas circunstancias. Ella solamente no podía aceptar ser usada para el placer de aquel degenerado. Rogó a Dios en su mente para que la liberara, que por primera vez hiciera un milagro a su favor y no la condenara a esa vida que nadie merecía.

Interpuso sus manos entre ambos cuando la presión en su cintura aumentó y la distancia entre su rostro y el de ese hombre era mínima. Se resistió, gritó, aruñó, con la mirada buscaba algún objeto con el cuál defenderse.

A él se le estaba haciendo divertida la situación, aún no le apetecía ver ese lindo rostro amoratado de golpes, así que la dejó luchar, le dejó tener una pizca de esperanza, era algo divertido de ver a su parecer.

Para demostrar quién era el amo, él enredó su mano en los largos rizos de Stephanie y la jaló, tomando el control.

—Eres mi esclava y vives para complacerme, aprenderás eso a las malas por lo visto.

Presionó fuertemente la mandíbula de Stephanie obligándola a abrir sus labios entre lágrimas, justo se estaba acercando para explorar la boca que en pocos minutos lo había enloquecido cuando el fuerte sonido de una puerta siendo azotada, detuvo su acción.

—Qué lindo regalo de cumpleaños me has dado padre.

La voz hizo eco en el lugar. Stephanie pudo ver el gesto de desagrado en el hombre que no la soltaba. Ella con la mirada en el piso estaba pensando la forma de empujar con fuerza y salir corriendo de allí, pero otra parte de su cerebro envió la alarma de que esa voz era conocida para ella. Esa voz la reconocería por siempre y tuvo mucho miedo de que sus sospechas fueran ciertas.

—Hijo, sabes que puedes pedir lo que quieras pero no a esta esclava —reprochó el hombre presionando más a Stephanie a su lado.

—Pediré lo que quiera porque puedo, ¿o quieres que te saque de este palacio?

El hombre no quería ceder, mantuvo una guerra de miradas con su hijo pero finalmente se rindió, sabía que no podía oponerse, aunque nada se quedaría así.

—Tanto tiempo odiándome y eres igual a mí. Disfrútala.

Sonriendo lanzó la cadena a las manos de su hijo, quien la sostuvo sonriendo también.

Stephanie sintió alejarse al que fue su amo por simples segundos. Cuando a su campo de visión entraron un par de resplandecientes botas, cerró los ojos con fuerza rogando que su mente se hubiera confundido.

"Que no sea él, que no sea él. No puedes ser tan malo para traerme a él" Rogó a Dios.

—Ven, esclava.

Notó la satisfacción en su voz al decir esa palabra. Jaló las cadenas obligándola a trastabillar, alzó la mirada y no quedó la menor duda.

—Bienvenida a mi palacio, esclava. —Sonrió.

Era él, con sus ojos azules como el mar, el cabello rizado y dorado como el sol. El príncipe idiota que tantas desgracias le había traído. Sí, era él. De todos los seres despiadados en el mundo debía acabar con él. Era una jugarreta del destino saber que ahora debía agradecer haber caído en las manos de su principal verdugo. Respiró hondo sabiendo que nada sería fácil a partir de ahora, al menos de algo estaba segura, su "amo" jamás se rebajaría a tocar a una sirvienta.  

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