Capítulo 7.- El duque

        Algo dentro de ella le decía que la bienvenida a su casa no sería placentera. Los abrazos y besos se pospusieron en lo que su mamá intentaba asimilar por qué ella estaba allí y no en compañía de Elizabeth.

Sophia estaba más delgada, ojerosa y enferma. Stephanie le aseguró que estarían bien, que encontraría un trabajo pronto pero aquello no la reconfortaba, sin remedio la depresión que ya había dejado la muerte de su padre, aumentó.

En algún punto del día los abrazos bastaron para hacer cesar las lágrimas de su madre. Fue desgarrador para ella notar la soledad en la que vivía su progenitora, acompañada de recuerdos en esa pequeña casa que les era desconocida. Cubierta por la noche salió a las pequeñas escaleras de la entrada dejando rodar sus lágrimas y abrazándose ella misma.

Era difícil encontrar una solución inmediata. Quiso cerrar los ojos y pensar en un momento lindo, tal vez algún recuerdo de cuando era niña y salía corriendo a recibir el regreso de su padre, los momentos con su madre, cuando le enseñaba a bailar y a bordar algún pañuelo. Los recuerdos en realidad no le estaban haciendo bien, así que entró buscando las hojas donde una historia se estaba formando. Bajo la luz de una moribunda vela plasmó lo que gritaba su corazón.

"El recuerdo de los momentos felices se transforman en nostalgia. Tal vez la felicidad no fue hecha para ser recordada, una vez fue entregada y vivida, culmina. ¿Por qué Dios decidió dejarnos vivir en un mundo donde la tristeza abunda y la felicidad se busca como al oro? ¿Por qué resulta más doloroso vivir de recuerdos que no se han vivido, rememorar escenas que jamás pasarán? ¿Por qué la esperanza puede ser el mayor asesino del alma? ¿Por qué me aferro tanto a ese asesino? Puede que el mayor enemigo del hombre sean las ilusiones y lamentablemente yo no dejo de sumergirme en ellas".

Tal vez con demasiadas ilusiones al día siguiente Stephanie salió de su hogar en pos de conseguir un empleo. No aspiraba a algo muy grande, Wiltshire era un condado de grandes haciendas, de terratenientes al que poco se le podía ver las caras, un condado agricultor y ganadero. Sus esperanzas radicaban en ser sirvienta de alguna de las mansiones, pero por el contrario consiguió trabajo en un campo de trigo, era época de cosechar y eso es lo que haría. Trabajo era trabajo, así que Stephanie se sintió feliz de haber encontrado algo el primer día, aunque ese sentimiento no fue compartido con su madre.

—¡Trabajaras de obrera en un campo de trigo! —Con desconsuelo y tomándose la cabeza se lanzó de nuevo en el sillón donde permanecía sentada todo el día.

—Mamá al menos eso nos dará algo para poder comer, estaré bien, todo estará bien —aseguró Stephanie arrodillándose frente a ella, sonriéndole.

—Claro que no. Nuestra vida está arruinada, tú vida está arruinada. ¿Qué te quedará hija? ¿Casarte algún día con un esclavo? ¿Ser siempre la sirvienta de otros? ¿Vivir de las carencias?

—Hace tiempo que no hay otro futuro para mí. Como dama de compañía de Lizzy mi máxima aspiración era ser la institutriz de sus hijos. Ahora no me importaría casarme con un campesino si lo ama y me ama, y si tuviera mis propios hijos, sería...

—Stephanie ni se te ocurra. No puedes añorar una vida así. Tú no naciste para eso, nosotras no...

—Nosotras somos dos mujeres solas que no tenemos nada, no voy a añorar lo que jamás podré tener ni puedo lamentarme por lo que pude tener, eso no será nunca más. Somos pobres mamá y yo estoy bien con eso, es hora de que usted también comience a asimilarlo.

—Que desgracia —exclamó Sophia llorando—. ¿Para qué seguir viviendo?

—Mamá no llore. —Intentando calmarla la abrazó, limpiando con delicadeza las mejillas húmedas—. La vida es dura pero también es bella y por ello debemos vivir, por la magia que conlleva un nuevo día.

Sophia jamás estaría contenta con ello pero no dijo más.

***

Fue un poco intimidante llegar a la hacienda y pasar en medio de miradas inquisidoras hacia ella. Todos los trabajadores la observaban como si fuera un fenómeno. Ante aquellas miradas ella respondió con una sonrisa, su padre siempre lo había dicho: una sonrisa es la llave maestra que más puertas abre.

—¿Tú debes ser la nueva? —cuestionó una joven de piel morena y mirada fuerte. Lucía un vestido largo marrón y un gran sombrero impidiendo notar el color de sus cabellos.

—Soy Stephanie Middleton, ayer me aceptaron para la recolecta de trigo.

—Acompáñame, el capataz no está así que te mostraré qué es lo que tienes que hacer.

Se alejaron de la entrada de los obreros, caminando a través de los grandes campos de trigo. Stephanie sonrió al ver un campo tan lleno del color beige. Más al fondo había una cosecha de flores Lavanda, el contraste entre el color Beige del trigo y el morado de la Lavanda, era espectacular. El sol brillaba y quemaba con todo su esplendor, pero eso no perturbó a Stephanie, por el contrario le gustaba ese inusual clima cálido.

—Veo que no traes nada que te proteja del sol. Aquí esa piel blanquita que tienes pronto se teñirá de otro color. Intenta usar sombreros grandes para protegerte la cara, yo te daré uno, y cubre tus brazos. La verdad dudo que sirvas para este trabajo, te ves demasiado delicada, como si fueras parte de los patrones y no de los empleados —mencionó sin dejar de mirarla con un deje de desprecio.

—Soy muy trabajadora, siempre lo he sido. Será mi primera vez recolectando pero aprendo rápido.

—Por tu propio bien, más vale que eso sea cierto.

Ana se llamaba la mujer que la llevó a su lugar de trabajo en el campo. Le proporcionó una cesta, un sombrero como el que ella tenía e incluso a regañadientes le prestó uno de sus suéteres para que no se quemara tanto con el sol. Stephanie se lo agradeció mil veces.

El trabajo no parecía difícil pero sí exhausto, Stephanie se propuso demostrarle a todos que ella no era una joven delicada.

—Y bien eso es todo, has bien el trabajo, no seas lenta ni perezosa y estarás bien. Acá nos dan el almuerzo, al medio día tocarán la campana para que todos vayamos al comedor, y luego de comer de vuelta al trabajo. Este es un buen trabajo, no lo desperdicies —advirtió.

—No lo haré, agradezco la oportunidad, de verdad muchas gracias.

Stephanie se dispuso a tomar su cesta y comenzar, fue extraño que Ana se mantuviera a su lado, era como si quisiera decirle algo pero no se atreviera a hacerlo. Antes de que Ana hablara otra de las obreras se acercó a ellas, cargando ya gran parte de su cosecha.

—Ana gracias por traerle una buena distracción al capataz —comentó una joven de cabellos negros trenzados y de fina figura. Pasó al lado de Stephanie recorriéndola con la mirada de los pies a la cabeza—. Ahora sí podré descansar de ese degenerado. Lo siento por ti rubita. Te cedo con mucha alegría el puesto de la zorra de ese cerdo.

—¡Sarai basta! ¡Cuida lo que dices! —advirtió Ana.

Stephanie quería entender lo que aquella trabajadora estaba diciendo. Parecía que no se refería a nada bueno.

—Al menos tienes que decirle a la niña lo que le espera en este trabajo. Tal vez y no sea tan tonta o santurrona como su cara y esté de acuerdo en complacer al cerdo con tal de tener una vida mejor.

—No entiendo... ¿A qué se refiere? —preguntó Stephanie presintiendo que no era nada bueno lo que Sarai estaba insinuando.

—Dile. Dile que el capataz es un degenerado, que ama abusar de niñas lindas y mucho más si son tan hermosas y delicadas como la rubita aquí. Dile que en cuanto el capataz vuelva dejará de ser señorita en algún matorral de los muchos que hay aquí. Te digo niña que desde mañana dejarás de ser señorita, si es que aún lo eres. Adiós.

Stephanie sintió que la tierra comenzó a moverse, las manos le sudaban, lo que había dicho aquella mujer era espantoso. Buscó la mirada de Ana exigiéndole una explicación. ¿Todo eso era cierto?

—Mira lo que dijo Sarai es cierto.

—¡¿Qué?! Yo no... yo no soy así...

—Lo sé. Aquí nadie lo es, Sarai tampoco, pero sin trabajo no hay comida, y encontrar trabajo aquí no es fácil. Nada te pasará siempre y cuando te mantengas acompañada. No dejes que el capataz te encuentre sola. A la hora de salida corre para irte con el resto de los trabajadores, él nunca actuará enfrente de otros. Es tu decisión, si quieres vete ahorita, pero recuerda que el trabajo escasea y más para una florecita como tú.

Ana se fue y el primer pensamiento de Stephanie fue correr lejos de allí, pero qué pasaba si se iba en ese mismo instante sola y se encontraba con ese capataz. Tuvo mucho miedo, sentía que solo estaba segura allí en ese lugar en medio del trigo. Con manos temblorosas comenzó a trabajar, rogando que el capataz no apareciera, esperando el momento para irse acompañada de un buen grupo de obreras. Fue definitivamente el día más largo y agotador que tuvo.

Al llegar la tarde y ser la hora de salida se escabulló entre todos. Escuchó cuando dijeron que el capataz no volvería en una semana, que estaba en otra hacienda del amo. Stephanie respiró, volvería al campo y trabajaría por esa semana, recibiría su pago el viernes y luego buscaría otro empleo lejos de ese capataz que no conocía y esperaba no conocer.

***

"La magia de la vida radica en su sencillez. Dentro de las paredes frías de un palacio jamás habría podido apreciar el milagro del sol y la tierra, la belleza del canto de los pájaros, la majestuosidad de un atardecer y la lluvia. Lo cierto es que tenemos todo para disfrutar y solo lo hemos opacado con la opulencia del oro, y la opresión de un corset; con costumbres y modales que inventamos, sin saber que se nos creó para ser libres, pero alguien tuvo la detestable idea de que era mejor vivir atados".

Stephanie guardó la hoja de su escrito allí con el resto de sus composiciones. Ya era hora de desayunar y comenzar un nuevo día. Era viernes, el último día en ese campo de trigo al que extrañamente se había acostumbrado, incluso podría decirse que era feliz. Había hecho amistad con tres jóvenes de casi su edad, y los hombres la trataban bien. Era Sophia la que no se acostumbraba al nuevo trabajo de su hija, le dolía verla con las manos lastimadas y las mejillas sonrojadas, pero entre todas las cosas la admiraba porque su pequeña siempre estaba sonriente, era todo lo fuerte que ella jamás fue.

El día comenzó espectacular para Stephanie, jamás se esperó que su mamá le hiciera el desayuno y le diera un beso de despedida.

Gran parte del campo ya estaba cosechado, arreglaron en paquetes las espigas de trigo y las fueron acomodando en la entrada a los campos para que las carretas se las llevaran. Stephanie ya iba por su cuarto viaje, con cuatro paquetes de espigas en sus manos, cuando el relinchar de varios caballos llamó la atención de todos, al parecer las carretas habían llegado antes de tiempo.

Stephanie alzó la mirada notando que eran dos caballos y sus jinetes los que llegaron, decidió no darle importancia y se apresuró a colocar las espigas encima del resto que ya estaba acumulándose. Podía escuchar la voz de los caballeros, y hasta le causó gracias puesto que llevaba unas semanas sin escuchar el refinado lenguaje. Continuó acomodando las espigas, las voces fueron acercándose y la sonrisa a borrarse cuando notó que aquella voz se le hacía familiar, las dos para ser específicos, pero no existían situación coherente donde esas dos voces se mezclaran. Quiso creer que solo se estaba confundiendo.

"Odias tanto a ese príncipe que estás alucinando su voz, eso es todo".

Pudo ver de reojo el saco del caballero cerca de ella, justo al otro lado de la pila de trigo, decidió darse la vuelta y mejor no verificar quien era aquel hombre, pero su falda de flores se enredó con unas de las espigas y se trajo con ella varios de los paquetes de trigo, llamando la atención de los caballeros. Rápidamente se hincó a recoger su desastre y unas finas manos se presentaron ante sus ojos ayudándola, no lo pensó cuando aturdida alzó la vista, no podía creer que él estuviera allí.

—¡¿Cupido?!

—Duque Yorks —susurró con una gran sonrisa.

El tiempo para Stephanie se detuvo, era su duque con su bella sonrisa, su tierna mirada grisácea, los más hermosos cabellos ébano, era él siendo el príncipe azul con el que siempre había soñado. Ese definitivamente era un gran día.

—¡Sirvienta!

Ese definitivamente dejó de ser un buen día.

"¿Qué hace el príncipe idiota aquí?".

Con pesar Stephanie desvió la mirada del duque para encontrarse con lo evidente, James Prestwick estaba allí, al otro lado de la pila.

—Stephanie, ¿qué haces aquí? —Steve la tomó de la mano ayudándola a levantarse, la sonrisa en su rostro era tan sincera.

—Aquí trabajo —mencionó Stephanie algo avergonzada. El duque estaba tomando su rasposa mano, estaba sucia de la tierra del campo, tal vez sudada por el sol. No eran las condiciones en que quería ser vista.

—Esto fue a lo que quedaste luego de ser despedida por la señorita Kenfrey. Que bajo has caído sirvienta —comentó James acercándose a ellos, mirando con malos ojos aquellas manos entrelazadas.

—¡¿Elizabeth te despidió?! —cuestionó Steve ignorando el tono despectivo de James. Stephanie asintió—. No tenía idea de que eso había pasado, ¿por qué hizo eso?

—Esta sirvienta carece de modales y decencia —intervino el príncipe. Stephanie no quiso pero fue inevitable rodar los ojos—. Steve deja de tomarle la mano, es una sirvienta por el amor de Dios.

Steve jamás se habría esperado que su amigo lo golpeara con sus guantes en la cabeza, pero de inmediato soltó la mano de Stephanie avergonzado, no había notado que continuaba sosteniéndola.

—Yo lo siento Stephanie. Si Elizabeth te despidió debiste avisarme, te habría encontrado un mejor empleo.

—Jamás me habría tomado el atrevimiento de molestarlo duque.

—Claro que no, más porque es una sirvienta y no tienes ninguna clase de responsabilidad con ella.

Stephanie de verdad quería tener al príncipe más cerca para al menos pisarle el pie por un error intencionado.

—¡James basta! —gritó Steve ya incómodo con el acoso de su amigo—. Stephanie es mi amiga, no permito que la continúes ofendiendo.

—¡¿Tú amiga?!

Ella tenía el corazón acelerado, que el duque de sus sueños dijera que era su amiga y la defendiera, era más de lo que podía pedirle a la vida.

—Sí y no permitiré que continúes con este absurdo ataque. Stephanie que te parece si vamos a dar un paseo, hay tanto de lo que tenemos que hablar.

Iba a aceptar sin siquiera pensarlo, entonces miró el rostro de James que parecía tan exceptivo y nauseabundo con la situación, que sus ganas de querer aceptar se incrementaron, pero recordó que estaba trabajando.

—Debo continuar trabajando, lo siento —susurró de verdad detestando sus circunstancias.

—No te preocupes por eso, irás conmigo después de todo soy el dueño de esto.

—Aún no —carraspeó James.

—Pero lo seré —gruñó Steve para revirarse hacia Stephanie con una sonrisa—. Vámonos de aquí.

Stephanie aceptó aquella mano que se extendía en su dirección, la tomó y se dirigió sin pensarlo al caballo que la esperaba. No pasó por su cabeza que tal vez era impropio montar en el mismo caballo que el duque, que el resto de los trabajadores la estaba viendo montada en ese caballo huyendo de ese lugar, y que James Prestwick estaba allí quejandose. Simplemente sintió el aire golpear cada vez con más fuerza su rostro, esa era la sensación de la libertad.

***

Stephanie se cuestionó muchas veces si aquello solo era el más hermoso de los sueños. No podía ser cierto que estaba en Stonehenge acompañada por el duque Yorks.

Steve la sostuvo de la cintura para ayudarla a bajar del caballo. Los grandes pilares de roca se presentaban ante ellos tan majestuoso, el aire circulando a través de ellos con un sonido único, como si las leyendas encerradas en el misterioso círculo rocoso los estuvieran llamando.

—Uno de tus lugares favoritos de Inglaterra si mal no recuerdo —comentó Steve tras ella.

—¿Cómo...? —reviró sorprendida, aquello era muy cierto, pero Steve no podía saberlo.

—Lo comentaste una vez en tus cartas. Como un día viniste con tu padre y la magia de las rocas los envolvió, dijiste haberte sentido transportada cientos de años atrás, tu padre te hizo cerrar los ojos y te contó una historia que se transformó en realidad una vez abriste los ojos.

Claro que Stephanie recordaba esa carta, pero no se supone que él supiera que se trataba de ella.

—Pero esa no fui yo, era Elizabeth —corrigió.

—La verdad no veo al señor Kenfrey contándole una historia a su hija, y tampoco imagino a Elizabeth creyendo en la magia, al menos que esta la haga ver linda.

Stephanie no pudo evitar sonreír, era cierto, el padre de Elizabeth era demasiado serio, como esas personas que nacen sin querer conocer la felicidad, y Elizabeth detestaría la fuerte brisa de Stonehenge, la despeinaría y eso nunca era bueno.

—Siempre he sabido que la de las cartas eres tú —confesó.

Podía continuar negándolo, pero estaba cansada y no le veía sentido. Siempre creyó que temblaría si algún día la descubrían, pero jamás estuvo tan feliz y serena.

—¿Por qué continuó escribiendo?

—Porque me gusta tu mente, me gustan tus palabras. Me gusta la bondad y esperanza que hay dentro de ti. Después de aquella carta vine a Stonehenge y sentí la magia que describiste.

¿Cómo era posible dejar de ver al príncipe de sus sueños con adoración? Estaban en ese hermoso y solitario lugar, sin clases sociales, sin diferencia en sus vestuarios. Stephanie deseó que la magia de Stonehenge los transportara a un lugar donde no hubiera un pueblo abajo con todo un destino distinto para ellos, donde una sirvienta no podía soñar en recibir el amor de un duque.

—¿Merlín o los Druidas? —preguntó Stephanie haciendo referencia a las dos leyendas del origen de Stonehenge.

—Será lo más iluso que pueda pensar pero Merlín, cien veces Merlín.

—Es más mágico pensar en que él lo construyó.

Se sostuvieron las miradas y sonrieron porque podían, porque querían.

—Eres realmente hermosa Stephanie —suspiró Steve sin apartar la mirada de ella, estaban uno frente al otro, alejados por un par de metros y aun así se sentían cerca—. Y no lo digo solo en el exterior, tu alma es realmente hermosa, sé que la vida debe tener deparado para ti el más grande de los futuros. Un corazón como el tuyo merece ser feliz.

Stephanie quiso llorar, pero más quiso reír. Una parte de sus más ilógicos sueños se estaba haciendo realidad.

Se sentaron en una de las rocas internas del místico círculo, cerrando los ojos para escuchar más atentamente los lamentos de los siglos transportados por la brisa. Estar en silencio para ambos no era incómodo, sus almas sabían comunicarse de otras maneras.

—Me voy a casar —confesó Steve rompiendo el silencio y trayendo a Stephanie a la realidad.

—Lo supe antes de irme de la casa de la señorita Kenfrey —respondió recordando aquel día gris—. Felicitaciones —esbozó con la más fingida alegría.

La sonrisa que recibió en respuesta decía mucho de los sentimientos del duque con respecto a esa boda.

—La hacienda en la que trabajas no es mía en realidad, pertenece al padre de mi futura esposa, él está muy enfermo, pidieron que viniera a atender algunos asuntos de gravedad, después de todo una vez me case tomaré posesión de todo.

Stephanie no sabía qué decir así que no dijo nada.

—A su familia le urge que nos casemos y a la mía también. Es hora de crecer.

Había tanto dolor resignado, una mirada vacía, Stephanie quiso abrazarlo pero sabía que era demasiado impropio.

—Lo hará muy bien duque. Será un gran señor y un buen esposo. No debe tener miedo, está preparado, tal vez demasiado para su edad.

—No temo en mi habilidad para liderar, administrar y dirigir, sino en cuanto aguante siendo un esclavo.

—¡Duque!

—¿No lo ves? —cuestionó. Stephanie pudo notar algunas lágrimas queriendo salir y su propio corazón sintió pesar—. Elizabeth, Alberth, James, yo, incluso mi futura esposa, todos no somos más que esclavos de la sangre que corre por nuestras venas, del destino que se nos impuso. Nuestras cadenas y grilletes pueden ser de oro macizo pero están allí, en las coronas sobre nuestras cabezas, en los estandartes en el ropaje, en ese pequeño pero poderosa prisión que es el título por el que siempre me llamas, porque no soy solo Steve, soy: duque. Y un duque debe siempre hacer lo correcto que jamás es lo que quiere. En este mismo instante te compadezco al mimos grado que te envidio, porque justo ahora eres libre, más libre de lo que jamás fuiste con Elizabeth, más libre de lo que jamás yo podré ser, no desvalores eso jamás, disfrútalo porque otros darían todo por tenerlo.

—Nadie es libre en esta vida. Incluso yo soy esclava de la necesidad que conlleva ganar dinero para sobrevivir, de un pasado que no quiere terminar de morir. Todos tenemos cadenas, yo como obrera, usted como duque, pero así como hay cadenas también hay magia, también hay luz. Ve siempre lo bueno Steve, aférrate a ello, porque cosas buenas pasarán en tu vida y la mía, tal vez no sean muchas y duren poco, pero pasarán, y en eso consiste la vida, en perseguir los rayos de luz, atraparlos, guardarlos, e intentar extenderlos al mayor grado posible, hasta que otro momento aparezca.

Ambos se miraron con la paz que solo se transmitían el uno al otro.

—¡Gracias! —exclamó Steve poniéndose de pie—. Gracias por solo ser tú Stephanie.

—Gracias por solo ser tú Steve.

Tal vez no podían decirlo abiertamente pero ambos lo entendieron fueron el oasis en medio del desierto el uno al otro, y tal vez en otra vida habrían sido algo más, pero en esta tendrían que conformarse con ello.

***

—¿A dónde fuiste con la sirvienta?

Steve terminó de sentarse en el sillón de la sala, estaba radiante, feliz y no dejaría que un amargado James acabara con eso.

—¡Responde! Piensa bien lo que estás haciendo, vas a casarte pronto, y se trata de una sirvienta, en serio piensas...

—¡Ya! Dios, solo calla.

Steve tomó uno de los cojines purpura, lo abrazó y procedió a acostarse a lo largo en el sillón, mirando el blanco techo, sonriendo.

—Steve recuerda...

—¡Lo sé! Sé que voy a casarme pronto con una mujer que no conozco, por eso mismo déjame ser feliz por un momento. Piensa que es mi despedida de soltero.

—Cómo puedes ser tan irresponsable. —James tomó asiento en la mesita frente a Steve, estaba realmente alterado—. Pondrás en ridículo tu apellido. ¿Qué pasará si alguien te ve? ¿De verdad te gusta una sirvienta?

—Hoy escuché esa palabra más veces de lo que la he escuchado en toda mi vida —protestó aunque sin dejar su zona de tranquilidad.

—¿Qué palabra?

—Esa que no se pierde de tu boca: sirvienta. ¿A ti qué te importa con quién esté? Si me ven con ella no dirán nada, tan solo que soy un hombre, uno que quiere divertirse.

—¿Eso es lo que quieres que piensen? ¿Qué estás con una ramera? ¡Una que ni siquiera es bonita!

—¡¿Qué?! —Steve devolvió los pies al piso, sentándose para ver a su amigo—. Si dices que no es bonita es porque algo más hay ahí, James —acusó con seriedad, mirándolo inquisidora mente, buscando algo extraño en James.

—¡Es una sirvienta! ¿Cómo podría encontrar belleza en alguien de un rango tan inferior? —excusó.

—¡Bah! Eso no es importante. El que es lindo lo es sea rico o sea pobre, y Stephanie es demasiado linda y lo sabes. Tampoco es que quiera que tú pienses eso, yo estoy enamorado de ella y...

—¡¿Qué?! —James se levantó de improvisto—. ¿Cómo puedes decir algo así?

—Lo digo porque lo siento. Ella me gustó desde el primer momento que la vi acompañada de Elizabeth. Si comencé a escribirle a Elizabeth y a frecuentarla fue por Stephanie. Es algo así como mi amor imposible, porque tengo bien en claro que es imposible, pero la amo y eso nadie me lo va a quitar, mucho menos tus palabras despectivas hacia ella.

—¿Te estás escuchando? No puedes albergar esa clase de sentimientos, no cuando vas a casarte, no por una sirvienta.

—Pero lo siento y no me importa. Si he de casarme la semana que viene, que así sea, pero hoy vi a Stephanie, por hoy y mañana quiero ser libre, el hombre que tan solo ama y es correspondido.

—¿Ella te dijo que te ama? —preguntó en tono bajo.

—No, pero lo sé. Y es tan trágico, porque ella y podríamos ser tan felices. Si tan solo...

James observó a distancia la tribulación dentro de la cabeza de su amigo, las sonrisas se habían transformado en desolación, porque sí era trágico ser dueño de un amor que no podía ser reclamado.

—¿Sabes? No pensaré en eso, no quiero pensar en el día después de mañana. Sacaré a pasear a Stephanie mañana y por al menos un día seré libre, como ella dijo: tomaré mi rayo de felicidad, lo viviré, lo guardaré y lo cuidaré intentando extender la luz el mayor tiempo posible. Mañana será el día que atesoraré por siempre, y ese día será tan grandioso que me ayudará a soportar todos los otros tantos que me quedan por vivir. Eso pasará y tú solo desearás que sea feliz, ¿cierto?

James tenía cientos de objeciones pero tan solo asintió.

***

"Soñar es el reflejo de la visión del futuro, es el destino que verdaderamente anhela el corazón, el espejo de los más sinceros sentimientos y deseos, es la verdad certera de lo que ocurrirá si trabajamos en ello".

Stephanie no pudo dormir en toda la noche, fue mejor pasar las horas demostrando su emoción en sus más fieles amigas: las palabras.

Se habría podido desvelar en pensar qué vestiría, pero tan solo tenía un vestido que era más lindo que los demás, el último regalo de Elizabeth, un vestido verde agua con rosas rosadas bordadas. Sin importarle el frío se bañó al primer rayo del sol y dejó sus cabellos sueltos con sus rizos dorados naturales.

—Creo que es mala idea que salgas con un caballero sin una chaperona —sentenció Sophia.

—Mamá, no tenemos chaperona, tampoco personal de servicio, para nosotras las cosas ya no funcionan así. —Stephanie emocionada se veía en el espejo despejando las arrugas del vestido.

—Las personas dirán que eres una mujer de la mala vida.

—Las personas que pueden decir eso ya no hablan de nosotras, nuestro apellido desapareció de la alta sociedad cuando padre murió. Tan solo desea que me divierta, yo jamás haría algo que no sea decente.

—Lo sé, eres una hija tan buena. —Sophia dejó sus reticencias y se acercó a Stephanie para abrazarla—. Estás hermosa, eres de verdad muy linda. ¡Verdad! Yo tengo un lindo prendedor para tu cabello.

Sophia buscó una peineta de una mariposa esmeralda que Stephanie no dudó en colocarse en el cabello.

—Ahora sí estás perfecta.

—¡Gracias! ¡Te amo! Ya debo irme, dijo que nos veríamos en la plaza.

—Solo cuídate Stephanie.

Ella se despidió con un gran beso y corrió hacia la plaza que quedaba muy cerca de su hogar, en efecto allí estaba Steve, vestido informal, jalando dos caballos, esperándola.

El corazón de Stephanie se aceleró, ese sería otro gran día.

Steve tomó la mano de Stephanie y la besó, ella se sonrojó. Él no podía dejar de apreciar y expresar lo linda que estaba, ella tan solo no tenía palabras para eso. Subieron a los caballos con dirección al mejor día de sus vidas. Entre sonrisas y sonrojos se fueron alejando del pueblo sin notar que alguien los observaba muy de cerca, en total disconformidad con aquella escena, alguien que muy pronto arruinaría todo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top