Capítulo 6.- Una carta. El final de una amistad
Quería darse ella misma una bofetada por haber sido tan descuidada con esa carta. No tenía tiempo que perder, por lamentarse, la carta no aparecería por arte de magia a sus manos, así que se devolvió tras sus pasos, discurriendo minuciosamente cada centímetro del suelo, escarbando entre la vegetación, pero nada apareció.
No podía dejar de pensar en que la carta había caído en ese recorrido a caballo que realizó con el príncipe idiota, de ser así ella no tendría idea de dónde encontrarla pues había cerrado los ojos durante todo el camino.
Quiso llorar cuando notó que el sol comenzó a descender. No solo no había efectuado el encargo de Lizzy, sino que había perdido una carta valiosa y comprometedora. Rogó a Dios que la carta apareciera, era el último recurso al cuál podía recurrir; pero tal parecía que Dios ese día no la escucharía.
Cuando ya el cielo era una fuerte mancha naranja y dorada, llegó al mismo lugar donde el príncipe la interceptó. Quizás al montarse al caballo la carta se le cayó, pensó. Era el único pensamiento que podía mantener su entusiasmo y alejarla de la desolación.
Buscó con desespero en ese lugar, gateando por todo el pasto, buscando casi que debajo de cada piedra que veía. Estaba haciendo frío pero ella no lo sentía. Sus ojos ardían de solo pensar lo que le sobrevendría si no encontraba esa carta. De nuevo estaba a punto de sucumbir a las lágrimas cuando el galope de un caballo exigió su atención.
"¡No puede ser!".
—¿Se le perdió algo sirvienta? Ya es tarde para estar por estos lares.
—Busco algo que extravié, su majestad.
Estaba tan asustada por su futuro que no quiso darle ninguna importancia a la presencia del caballero indeseable, incluso sin importarle que estuviera allí, continuó con su búsqueda, pero como si la vida supiera en qué momento exacto hacer una de las suyas, gotas comenzaron a caer del cielo.
—¡¿Es en serio?! ¿Qué te pasa?—exclamó mirando al cielo, estaba más que furiosa con los seres celestiales, y todas las desgracias que siempre le dejaban vivir.
—¡Habla sola! —pronunció sin aguantar la risa—. Creo que ya no hay nada más bajo para usted.
—Como es habitual señor Prestwick, tiene razón —comentó brusca continuando con su búsqueda.
James iba a acotar algo sobre su majadería pero algo llamó su atención.
Stephanie apreció de reojo al gran príncipe idiota bajar de su caballo y agacharse para arreglar algo de su bota, le pareció un tanto extraño todo, pero no le dio importancia.
—La lluvia se pondrá fuerte sirvienta, debería irse.
Ella no consideró que aquello requiriera algún comentario de su parte así que lo ignoró. Suspiró cuando escuchó el galope del caballo alejándose, al menos estaba sola de nuevo.
***
Estuvo durante todas esas horas evitando el momento de ver a Lizzy y decirle que había perdido la carta. Ya era de noche y supo que no tenía otro remedio que enfrentar las consecuencias, pero jamás se imaginó que encontraría miradas de lástima del resto de los sirvientes y a la mamá de Lizzy observándola con todo el odio del mundo. Elizabeth estaba sentada sobre su cama con lágrimas cayendo de su rostro, los rizos deshechos y sollozando fuertemente. ¿Qué había pasado?
—Hasta que la sirvienta decide aparecer. —La señora Kenfrey se acercó a ella con paso firme y la tomó bruscamente del brazo adentrándola más en la habitación. Stephanie se asustó porque jamás la habían tratado de esa manera. —¿Dónde estuviste en todo el día? —gritó dejando más turbada a Stephanie—. Ya mi hija me contó todo su idilio.
—Madre ella no tiene la culpa —acotó Lizzy entre sollozos.
—¡¿No?! Claro que es culpable. Esta niña es una alcahueta, una mala influencia para ti, así que ahora mismo se irá.
El corazón acelerado de Stephanie se detuvo por un segundo. Ella no podía perder aquel trabajo.
—No se irá —ordenó Lizzy limpiándose las lágrimas.
—Elizabeth no estás en condiciones de exigir, esta vez no te saldrás con la tuya —advirtió su madre—. ¿Sabes lo que pasó por tu indiscreción? —cuestionó a Stephanie—. La señora Price vino aquí a intervenir por su hijo. Acotó estar hastiada de que Lizzy sonsacara a su hijo Jude, llenándolo de ilusiones cuando él está comprometido desde niño. Enfatizó que una dama no se comporta de esa forma.
Elizabeth lloraba con cada palabra, jamás olvidaría la vergüenza que pasó en la tarde cuando la madre de Jude llegó a acusarla, y ante todos quedó como si fuera una ramera.
Stephanie intentaba entender por qué aquello era su culpa. Ella dejó la carta en las propias manos de Jude, fue su culpa que la señora Price la leyera.
—Antes de que algo peor ocurra, y el honor de Lizzy se manche más, ve por la otra carta y traerla de regreso. Ya sé que mi hija envió otra carta comportándose como una cualquiera —acusó observando con desprecio a su propia hija.
Stephanie sudó frío y de pronto la garganta se le secó. ¿Cómo explicaría que no tenía la carta?
—Apúrate sirvienta, ve por la otra carta.
—La perdí —pronunció en voz baja.
—¡¿Qué?! —gritó Lizzy enfrentándola.
—Yo... estaba en mi bolsillo pero... cuando llegué a la hacienda no la encontré. —Tuvo que cerrar los ojos para dejar de ver el rostro deformado de su amiga—. Llegué tarde porque la busqué por todo el camino, pero fue inútil.
—¡¿Sabes lo que ocurrirá si alguien la encuentra?! —gritó Lizzy al borde de arrancarse los cabellos—. Esa carta está llena de mi nombre por todos lados, ¿cómo pudiste?
—No fue mi intención, la busqué —explicó con lágrimas arremolinándose por salir.
—Lo que importa es que por ahí hay una carta que compromete mi honor. ¡Eres una idiota! —Invadida por la ira, se acercó rápidamente a Stephanie propinándole una fuerte bofetada—. Te he defendido, dado un hogar y me haces esto. ¡Arruinaste mi vida!
Stephanie aturdida y llorando intentó acercarse a ella, pedirle perdón, pero Elizabeth se alejaba bruscamente.
—Quiero que te vayas. ¡Vete ahora mismo! Jamás vuelvas a dirigirme la palabra.
La señora Kenfrey no perdió oportunidad para jalonear a Stephanie hasta la salida, ordenándole que recogiera sus cosas y se fuera de inmediato, incluso ordenó a unos sirvientes a vigilar que no se robara nada. Stephanie intentó rogarle a Lizzy pero ella le dio la espalda, eso es todo lo que obtendría de la que fue su amiga de la infancia.
Con dolor recogió sus pocas pertenencias, atribulada de lo que sería su futuro. Se encontraba muy lejos del lugar donde vivía su madre, no tenía un penique y caminar hasta allá sería una tarea irrealizable. Algunas sirvientas le dieron algo de dinero, al igual que Emily. No quería que todo terminara así y deseaba que algún día la amistad con Lizzy se retomara aunque en ese preciso instante le parecía algo imposible.
Antes de irse la señora Kenfrey se acercó a ella, Stephanie pensó que a revisar que no estuviera robándose nada, le sorprendió que comenzara a hablar de forma condescendiente.
—Niña, en algún momento aprecié a tu madre y aún le tengo respeto. Tú fuiste una buena niña, pero te has vuelto torpe y no eres una buena compañía para mi hija. Por aquellos años de amistad te ofrezco esto. —Le estiró una pequeña bolsa con unas cuántas monedas dentro—. Podrás sobrevivir por unos meses.
Stephanie tomó las monedas con manos temblorosas y mucho agradecimiento.
—Señora jamás quise causarle mal a su hija, habría dado lo que fuera por verla siempre feliz —enunció con voz temblorosa.
—Lo sé. Y deja las lágrimas, eres muy linda niña, siempre podrás ganas dinero siendo amable con los caballeros.
La puerta fue trancada en sus narices. Las últimas palabras y la mirada de burla, retumbando en la mente de Stephanie. Corrió hasta perderse en la oscuridad del bosque, hasta que al voltear la gran mansión dejó de verse. Se detuvo cuando cayó al suelo por tropezar con una rama, solo allí las pocas fuerzas que tenía se desvanecieron.
Lloró y se lamentó por su mala suerte. No podía entender que la vida se empeñaba en hacer sus momentos de felicidad tan cortos. Sabía que en esta vida la felicidad era entregada por un gotero muy fino, pero tal parecía que el de ella estaba atascado. Siempre que parecía estar acostumbrándose algo repentino ocurría que ponía a su mundo de cabeza.
Al despertar esa mañana jamás imaginó que el día terminaría de forma tan desastrosa, esas eran las complejidades de la vida que se ensañaban con ella y que odiaba.
Esa noche quiso ser positiva, pero no pudo y es que a veces el alma solo necesita llorar sus penas. Le quedaban muchos días para sembrar esperanzas, así que por esa noche simplemente quería arrancarlas de su corazón y entregarse a la desesperación.
***
Fue una travesía atravesar la región sola, pero por fortuna se encontró con personas amables que la ayudaron a llegar a Wiltshire. Estaba anocheciendo cuando llegó frente a la pequeña y solitaria casa en una esquina de la única plaza del condado. Miró con nostalgia que la vida de su madre y ella se redujo a esa estancia que les fue dada por caridad por uno de los conocidos de su madre.
Estaba feliz por ver a su mamá de nuevo, pero triste por las noticias que tendría que darle. Ahora sí no tenían nada con qué subsistir y su sueño de convertirse en institutriz ya solo era eso: un sueño.
Respiró hondo, arregló sus acostumbradas trenzas y con las manos heladas tocó la oscura y vieja puerta.
"Que pase lo que Dios quiera".
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