Capítulo 32. Tragedia

Londres unos días después

"Querida Stephanie.

Te escribo para informarte que mi madre ha dado su consentimiento para casarnos, antes debo arreglar los asuntos financieros de tu padre, pero lo que he averiguado me confirma que su socio les hizo una mala jugada. Con la influencia de mi madre descubriré el fraude que les hicieron muy pronto. Son muchas las cosas que tengo por contarte, te adelanto que al parecer nos conocimos en tu casa cuando tenías cuatro años, y mi padre pensaba comprometerme contigo.

Mañana comenzaré mi viaje de regreso a Londres, nos veremos pronto. No soy tan bueno como tú escribiendo cartas, creo que te importunarás por ese comentario o tan solo te reirás. No sé cuál de las dos cosas quiero, porque me gusta lo autoritaria y maniática que eres cuando la ira te invade, pero amo tu sonrisa. Hasta pronto esclava.

Te amo".

—¿Y? —preguntó Elizabeth impaciente—. ¿Qué dice la carta Stephanie? No te quedes así callada —insistió.

—Dice, dice. —Estaba tan emocionada que aún no lo asimilaba—. Su madre aprobó nuestro matrimonio —gritó.

—¡Yo lo sabía! mi mejor amiga será la reina de Inglaterra. —Lizzy corrió a abrazarla, y juntas comenzaron a brincar de felicidad.

—No puedo creerlo, todos estos días solo he tenido pesadillas, hace poco tuve un sueño tan grotesco que desperté llorando. Ayer fue lo mismo, pero hoy, ¡hoy por fin dormiré bien! Creí que lo de James y yo era algo imposible, pero al parecer no será así. Estoy feliz, muy feliz. —Quería brincar de la felicidad como niña pequeña.

—Te llamarás Stephanie Prestwick, te tendré que decir su majestad.

—Cómo crees, claro que no —mencionó apenada.

—Ya debes pensar en cómo será tu vestido. ¡Aw! ¡todo será tan magnifico!

Lizzy estaba tan emocionada, que cualquiera habría apostado a que ella era la futura novia.

—Nada de eso me importa, iría a casarme con un vestido hecho de tela de saco si sé que saldré de la iglesia siendo la esposa de James. Por ahora solo quiero verlo, saber que está aquí en Londres, en uno de sus palacios.

—Por la fecha de la carta no debería estar muy lejos de aquí en estos momentos, ya verás Stephanie de no ser hoy, más tarde mañana ya tendrás noticias de tú príncipe. Ahora vamos a almorzar.

La jaló de aquel banco en su jardín para adentrarse a la casa. Stephanie sentía que caminaba entre nubes ¿Podía por fin ser completamente feliz?

Dentro Edgard ya esperaba sentado en la mesa, Elizabeth comenzó a contarle las buenas noticias de inmediato. Stephanie no podía dejar de verlos, esos posiblemente serían ella y James en unos meses, si es que todo salía bien.

Su vida había cambiado así como la de Elizabeth, ahora no era una sirvienta. Lizzy la vestía con lujosos vestidos y no dejaba que hiciera nada. Luego de pasar la mayor parte de su vida trabajando, se le hacía aburrido no hacer nada, por suerte siempre contaba con hojas y tinta. Y justo allí en medio del almuerzo contaba los minutos para poder correr a su habitación y escribir, tenía que plasmar en algún lado lo feliz que era.

***

Tres meses después

—Ya han pasado tres meses Violetta y tú me dices que no sabes nada de su alteza —gritó exasperada.

Stephanie sentía que de un momento a otro caería en la locura. Ante el mundo todo iba de maravilla en la familia real; aunque el Rey estaba muriendo, todos sabían que el heredero al trono ya estaba listo para asumir el mandato. Sin embargo, Stephanie sabía que algo estaba mal.

Hace dos mes que le habían notificado el juicio realizado a Lord Rethford por el fraude realizado a ella y a su madre, fue la princesa Victoria la demandante; como resultado a Stephanie le fue devuelto su hogar, junto con todas las casas de las que alguna vez su padre fue dueño, sus haciendas, y aquella fortuna triplicada que le hubieran robado. Stephanie pasó de la noche a la mañana a ser rica, y muy rica. Ella era la dueña de todo cuanto Lord. Rethford le arrebató, como consecuencia eran muchos los caballeros que la veían como la predilecta esposa. Antes ya lo pensaban por su belleza, ahora tenía la fortuna a su favor y eso la convertía en la mujer perfecta. Pero no podía ser feliz, ¿cómo serlo si no tenía noticias de James? ¿Acaso el precio de su nueva posición era el amor de James? Tal vez podía resignarse a que ella y él no podrían estar juntos, pero necesitaba verlo, que él se lo dijera.

—Nadie dice que haya algo malo con él, Stephanie —explicó—. Es raro que no lo veamos por acá más cuando su tío empeora cada día, nadie sabe cómo ha aguantado tanto. Su madre vino por unos días pero inmediatamente se devolvió al palacio real, quizás para cuidar de su hermano, el Rey. De todas formas el joven no vivía metido acá, debe estar en algún otro palacio.

—No, esto es anómalo. Él dijo que volvería pronto y eso fue hace tres meses. De todas formas gracias Violetta, por favor si te enteras de algo házmelo saber, ya sabes donde vivo.

Ella estaba concentrada en tener noticias de James, en el palacio nada le dirían. Había pedido hablar con Victoria pero se lo negaron.

James había prometido volver, y ahora que ya tenía su fortuna, su título, y la aprobación de la madre de James, ¿por qué iba a abandonarla sin siquiera despedirse por medio de una carta? Puede ser que Victoria se hubiera arrepentido y ya no estuvo de acuerdo con el matrimonio, podía entender eso, pero James no solo desaparecería de la faz de la tierra. Ella presentía que algo malo le había pasado, y el no saber qué era la atormentaba día a día.

Volvió derrotada a su nueva casa, releyó la última carta de James, le fue enviada dos meses atrás. Esa carta le parecía tan falsa, en su momento se alegró tanto de recibirla, por fin tenía noticias de él, y por semanas creyó en esas palabras: Me retrasaré por problemas familiares, comenzó mi entrenamiento para asumir el trono, no podré volver en un tiempo. A medida que los días pasaron notó que esa carta no tenía nada de James, se despidió con un seco: hasta pronto señorita Middleton. La letra se parecía mucho a la de él, pero no, James no la había escrito, y ahora estaba más convencida que nunca de que así era.

—No puedes quedarte solo llorando —regañó Elizabeth—. James te dio poder antes de desaparecer, cumplió su palabra; ahora no eres una sirvienta desamparada de quince años, sino una joven acaudalada, debes asumir tu papel y buscarlo.

—Pero... ¿cómo? He hecho de todo, ya no me dejan ni acercarme a diez metros del palacio, nadie quiere decirme nada —exclamó desesperada.

Y así era, hace un mes que envió cartas, telegramas, incluso viajó a palacios en distintos lugares del reino unido, pero nadie supo o quiso decirle nada. A dónde iba le cerraban las puertas, en una ocasión hasta con guardias la alejaron del palacio.

—Creí que eras la inteligente del grupo. Usa tu dinero para comprar influencia e información, no puedes quedarte a esperar que James de pronto aparezca. Si está bien y no ha venido por voluntad, al menos lo encontrarás para darle una cachetada, y si no es así, entonces encontraras al amor de tu vida. Es hora de que empieces a jugar sucio.

La fuerza con la que Lizzy le habló le abrió los ojos. Si James le había devuelto su vida privilegiada lo usarían en pos de encontrarlo.

—Tienes razón, me he demorado mucho, he intentado saber de él por medio de su familia, pero en el palacio nadie se deja sobornar, también creo que solo su madre sabe lo que ocurre con él. Así deba entrar a escondidas al palacio real y sacarle la información a su madre, lo encontraré.

Estaba decidida, pero el miedo no se iba, quería encontrarlo, pero temía lo que pudiera encontrar. Algo dentro de ella le hacía pensar lo peor. ¿Por qué un heredero al trono desaparecería a vísperas de la muerte del rey?

—¿Cómo lograré entrar al palacio? —Levantó la mirada, esperando que su amiga le diera la respuesta.

—Oí que están buscando sirvientas educadas —exclamó Lizzy con picardía, era claro que ella tenía un plan.

—¡Eso es!—brincó de su silla—. Nunca podré pagarte todo lo que has hecho por mi Lizzy.

—Ya me lo pagarás luego, cuando persuadas a James para que le dé un título de caballero a Edgard.

—Tú piensas en todo.

—Claro, pero ahora apresúrate, de seguro muchas sirvientas querrán trabajar en el palacio.

Stephanie inmediatamente trenzó sus cabellos como en los antiguos tiempos, se colocó uno de aquellos vestidos que por recordarle su época de esclava aún no había botado, y comenzó a correr esperando llegar pronto al palacio real.

***

La guerra con Francia parecía inminente, el ambiente en el centro de Londres era de tensión, el palacio real se encontraba más vigilado que nunca. Ya había ido ahí suplicando que la dejaran hablar con la princesa Victoria en demasiadas ocasiones, pero solo ese día aquel enorme palacio le pareció lúgubre y hasta gótico.

El mayordomo un hombre educado pero con una gran debilidad por las mujeres no demoró en fijar su vista en Stephanie, por lo que comenzó ese mismo día su entrenamiento en el palacio. Eran tantas las reglas y normas para tratar con la realeza que Stephanie temió que no pudiera adaptarse a todo aquello.

Nunca llegó a ver a la madre de James, ni a ningún miembro de la realeza en general. Una de las sirvientas mencionó que ya nunca salían del cuarto del rey, habitación al que solo entraban familiares, o los altos consejeros reales.

Stephanie logró escabullirse y aunque parecía imposible, aprovechó un cambio de guardia, y un guardia somnoliento para entrar a la habitación de Victoria. Quería encontrar una carta, algo que le dijera qué ocurría con James.

Sabía que no se encontraba en el palacio de Buckingham, por cartas que le había enviado a la Nana en Escocia sabía que tampoco estaba allá, incluso en Irlanda una de las sirvientas le respondió diciendo que solo el Rey estuvo por un tiempo, pero que ya se había ido. La respuesta a qué ocurría debía estar en esa habitación.

Buscó y buscó con sigilo, pero nada era relevante. De equivocación una pequeña caja de madera rustica cayó al suelo, se apresuró a levantarla. Cuando tomó su contenido supo que la peor de sus pesadillas se había materializado, lo ojos se le llenaron de lágrimas y una Victoria sorprendida la miró fijamente.

—¿Qué hace una sirvienta rebuscando en mi cuarto? —gritó furiosa—. Podría mandar a ejecutarte por tal osadía, devuelve aquello que tienes en tus manos, ¡ahora! —gritó más fuerte.

—Soy Stephanie Marie Middleton Van Laar —clamó. Victoria palideció—. Ahora mismo me va a explicar qué es esto. —Mostró la caja.

—¿Le das órdenes a tu futura Reina?

—He intentado hablar con usted desde hace casi dos meses, ahora no pienso irme sin una respuesta. ¡¿Dónde está James?! —exigió con los ojos llorosos.

—¡¿Te atreves a llamarlo por su nombre?! —Victoria tenía toda la intención de intimidarla hasta echarla de ahí.

—Sí, lo hago. Y a menos que quiera que le diga a toda Inglaterra que su futuro Rey está desaparecido, al menos que quiera verme gritar que la gran familia real esconde un enorme problema nacional, entonces me dirá, qué ocurre. No me importa si me encarcela o me manda a ejecutar, pero de aquí no saldré sin una respuesta, sin la respuesta verdadera.

Ante los gritos unos guardias entraron a la habitación. Stephanie ni por un segundo sintió miedo, al menos no de que algo le pasara a ella, tenía miedo de lo que aquello en sus manos significara.

—Retírense —ordenó a los guardias—. Todo está bien aquí. —Dudaron un poco, pero al final se fueron—. Te contaré todo, pero no aquí.

***

Francia dos meses antes.

Una niña de contextura esquelética, piel blanca y cabellos rojos, por fin luego de planearlo mucho, logró entrar a aquella especie de cueva oscura y sucia, que servía de calabozo.

El suelo estaba lleno de paja y el olor no era para nada agradable, pero ese lugar no era tan diferente a las casas en las que se había criado, dicen que en las congeladas montañas de Chamonix-Mont Blanc es imposible vivir, y sin embargo, ella había vivido ahí toda su vida.

En un bolso hecho de piel llevaba un poco de agua y entre su improvisada vestimenta una hogaza de pan. Se acercó sigilosamente, se suponía que nadie debía enterarse que se encontraba ahí.

—¡Eres tan lindo! —alargó su mano y tocó el dorado cabello. Observó las manos ensangrentadas debido a los amarres, estas se encontraban por encima de su cabeza atadas por separado a aquella fría y fuerte pared de roca—.Y eso que nunca he podido ver tus ojos.

Él se sobresaltó al descubrirse solo, se había quedado dormido; estaba agotado, sentía que las fuerzas se le iban, el frío era atroz, los golpes que constantemente recibía su cuerpo lo mantenían siempre adolorido. No sentía las manos debido a lo fuerte que estaban atadas y a lo elevadas que se encontraban, cada vez que intentaba moverse las ataduras cortaban más la piel, así que había decidido dejar de intentar liberarse, después de un mes sabía que era imposible.

Ya no le pedía a Dios libertad, le pedía la muerte, se asustaba cada vez que alguien llegaba a buscarlo. Al principio se mostraba altanero, pero ya era mucho tiempo en ese lugar, llevaba un mes sin que sus ojos pudieran ver algo que no fuera la oscuridad que los vendajes en sus ojos le daba, además sabía que aquellos que lo tenían no bromeaban cuando lo amenazaban con cortarle alguna parte del cuerpo.

Al sentir que alguien lo tocaba intentó por instinto retroceder, pero no podía retroceder más allá de lo que esa pared a su espalda se lo permitía.

—Por favor no tengas miedo —susurró una voz juvenil y tierna en un delicado francés—. No se supone que esté aquí, así que por favor mantente tranquilo.

—¿Quién eres? —Su voz era un tanto ronca debido a la resequedad de su garganta, tenía tanta sed que sentía agujas clavándose en toda su tráquea. Su francés era perfecto, era la lengua que aprendiera a hablar desde niño en conjunto con su lengua materna.

—Soy Amelie, te traje agua y un poco de pan. —Sin más acercó la bolsa con agua a la boca de James, él bebió tan rápido que se atoró—. Más despacio, aún queda, en cuanto pueda te traeré más. ¿Tienes hambre? —James asintió, así que Amelie fue quitándole pequeños pedazos al pan y depositándolos en la boca de James, tal y como se le da de comer a un niño.

—¿Por qué haces esto? ¿Cómo entraste acá?

—Sé escabullirme bien, me tomó todo un mes entrar, pero lo logré —dijo victoriosa—. Creo que eres muy lindo y buena persona, eres un príncipe y nunca había conocido uno. Deberías hablar más, así no la pasarías tan mal. —Se refirió a la dentadura de James, a las manchas de sangre que todavía estaban secas sobre su mentón, y los labios hinchados por el maltrato. Ella a escondidas había visto todo aquel día—. Si Ray quiere cortarte la lengua algún día lo hará, él no se compadece con nada.

—Aunque ellos no lo crean, no tengo nada que decir, los asuntos del reino me importaron muy poco, no sé nada de cual sea la estrategia militar. Estuve los últimos años ocupado en cosas meramente personales, olvidé mi responsabilidad para con la nación. Tu voz suena joven ¿Cuántos años tienes?

—Catorce.

—¿Por qué estas acá? ¿Te secuestraron también?

—No —rio, aunque a un tono casi inaudible—. Aquí nací, ésta siempre ha sido mi vida.

—Ayúdame a escapar, si tú entraste yo podré salir —suplicó.

—Imposible, afuera esto está lleno de hombres que te mataran inmediatamente, el lugar por donde entro es tan público que solo alguien tan insignificante como yo no es descubierta. Ya con tan solo estar aquí me estoy arriesgando a que me maten, si lograra liberarte de esas ataduras tan solo morirías unos minutos más tarde.

—Igual moriré aquí, ese es mi destino, ¿acaso no lo ves? —resaltó amargado—. Prefiero morir luchando.

—Aunque los hombres no lo entiendan, no hay nada glorioso en morir luchando. Ya debo irme —comunicó al escuchar unas voces demasiado cerca de allí—, pronto volverán. —Con presura recogió todo.

—¡Por favor! —suplicó una última vez.

—Volveré, trataré de ayudarte, pero no puedo liberarte. Adiós lindo príncipe.

James suspiró al notar que de nuevo el silencio reinaba. Estaba harto de esa situación, más que harto, estaba desesperado al punto de en ocasiones preferir perder el conocimiento a aguantar la oscuridad, la comezón en sus ojos, el dolor en los huesos, la desesperación de no poder moverse con libertad. Sus brazos ya no parecían parte de su cuerpo, y la sed era tanta que podría beber sangre solo para calmar un poco el ardor.

Al principio cuando fue capturado camino a Londres, luchó con todas sus fuerzas, se repitió vez tras vez que saldría de eso, pero ya ni sabía cuántos días había pasado. No podía distinguir entre el día y la noche, todo ese tiempo en cautiverio se le hizo eterno. ¿Qué podía hacer para escapar?

"Quizás y pueda convencerla para que me ayude, podría escapar con la ayuda de esa niña. Pero es innegable que estás en unas montañas heladas, y muy adentrado en ellas, caminaste demasiados días para llegar acá. Estoy débil, no sobreviviré allá afuera, ¿a quién quieres engañar? Al menos moriré por el frío y no por el arma de alguno de estos rebeldes".

***

Todos estaban felices porque aseguraban que su causa tendría excelentes resultados. Después de todo tenían al príncipe de Gran Bretaña, una vez el rey muriera invadirían, Francia tendría el poder total de Europa. Su felicidad también se debía a la buena caza que habían tenido. Todos estaban limpiando a los animales y sacando sus buenas porciones.

Amelie se sentó frente al fuego como todos los demás, tomó un pedazo de carne un poco quemada y lo llevó con placer a la boca, tomó un poco más y con agilidad lo escondió entre su ropa.

El príncipe de seguro se alegraría al poder comer un poco de carne. Tal vez podía hacerle una visita en la noche.

Desde que el príncipe llegó a la aldea ella comenzó a admirarlo. Sentía fascinación por él. Estaba vestido en harapos, atado de manos y pies, la venda en los ojos no permitía admirar por completo su rostro, pero él no se parecía en nada a todos esos hombres barbaros con los que vivía; en un principio le sorprendió ver a un hombre adulto sin una gran, asquerosa y hedionda barba. Tan solo podía verlo a distancia, cuando lo sacaban a hacer sus necesidades, o lo llevaban a algún lugar para torturarlo. Más de una vez lo desnudaron y dejaron de rodillas en el hielo. Allí Amelie notó su blanca piel, parecía tan suave y sin marcas, aunque las marcas no demoraron en aparecer. Odiaba que esos hombres feos se ensañaran en destrozar la belleza del príncipe, era como si les molestara saber que había alguien de verdad hermoso. Amelie entendió que eran pocos los que admiraban la belleza, en realidad, los humanos aman destrozarla, la odian por no poder tenerla.

—¿En qué piensas niña rara? —dijo una de las mujeres de la aldea, se supone que era su hermana por parte de papá, aunque allí casi todos eran familia—. No es bueno que las mujeres piensen, ¿sabes?

—Solo pensaba en que mañana iré a cazar, y yo sola me acabaré una pierna.

—Enana glotona —le dio un leve golpe en la cabeza para retirarse e ir a encaramarse en las piernas de uno de los jefes.

Amelie la observó y escondió su desagrado. Las mujeres no podían pensar, porque si lo hicieran no serían las perras de todos esos desgraciados.

Recordó al príncipe y su encuentro de la tarde. "¡Ayúdame a escapar!", había dicho él. Ella no podía hacerlo, tendría que conformarse con llevarle un poco de comida cuando pudiera. ¿Cuánto tiempo duraría el príncipe? Entre el fuego recordó lo ocurrido hace unos días atrás cuando decidieron enviar una muestra de vida a la familia real.

James evitaba quejarse pero de su nariz y boca salía sangre a borbotones. Tan solo ayer le habían intentado ahogar en el agua helada. Ahora lo estaban pateando entre demasiados hombres, no podía verlos o defenderse. Sus piernas y brazos estaban tan atados que no podía mover un músculo, solo aguantar, repetirse que no moriría aunque sentía que así sería.

—Ya estoy harto principito, habla de una buena vez por todas.

Reconocía más esa voz que las otras, él era el jefe del Clan, o eso parecía. Su voz era tan fuerte, ronca, con un extraño acento y desagradable.

Él ya había intentado explicarse, no sabía nada de las estrategias militares de su tío, no existía nada que pudiera decirles. Ellos no querían creerle y en ese punto no le quedó más nada que mantener el silencio.

Un nuevo golpe llegó, este dirigido a su cabeza, fue tan fuerte que dejó de escuchar. Por un momento creyó que ese sería el final.

—Ya sé qué enviaremos para demostrar que te tenemos. No estás usando la lengua últimamente así que no te sirve, no nos sirve. Será de más utilidad allá que acá.

Lo levantaron un poco y comenzaron a intentar hacerle abrir la boca. James se revolvía, presionando sus dientes con fuerza, estaba alterado, no podía imaginar que esos delincuentes lograran su cometido. Rogó a Dios por ayuda, a la vez que hacía todo lo que podía para impedir abrir la boca.

Ellos reían sin parar, estaban divirtiéndose con el espéctaculo del príncipe, dejando un golpe aquí y allá, seis manos sujetándole la cabeza. Presionaron con tanta fuerza la mandíbula de James hasta que él sin poder evitarlo la abrió, de inmediato introdujeron una pieza de metal en ella para asegurar que no volviera a cerrarla o pudiera morder.

—Él lindo príncipe se quedará sin lengua —dijo alguien burlón.

—No te preocupes, no dañará lo lindo que eres, a menos que abras la boca.

Reían y reían, en cambio las lágrimas de James bajaban a grandes caudales por su rostro y se deslizaban por su cuello.

—No dolerá tanto principito. Seré rápido.

Ray sostuvo la lengua de James, se deleitó en ver como la pobre lengua se revolvía luchando por su vida.

James sintió el frío del cuchillo sobre su lengua, oró una vez más y esperó lo peor.

Amelie lloraba desde su escondite, era desesperante ver a James revolverse, notar las lágrimas del príncipe, y escuchar la excitación del resto. El dolor de James era placer para ellos, ella los odiaba por eso.

Ray se tomó su tiempo solo para aumentar el sufrimiento, pero antes de que pudiera cortar, su madre entró haciendo que todos callaran. Ella era una mujer gorda, mayor, la única mujer del clan a la que ningún hombre se atrevía a enfrentar, no por nada le había arrancado la cabeza y comido los ojos de su propio esposo. Ray podía ser el jefe, pero jamás le refutaría algo a ella.

—Una lengua solo le dirá a su madre que quizás ya no esté con vida. O de por sí perderán interés, de nada les servirá un rey que no pueda hablar. ¡Piensa un poco! Y ustedes cuerda de monos imbéciles, piensen solo un poco. Los que rápidamente derraman sangre, rápidamente mueren. Sin príncipe la ventaja se acabó.

—¿Entonces qué sugieres? ¡Algo debemos enviar!

—No es que vaya a usar mucho sus muelas, aquí no tiene qué comer —sugirió y con su negra dentadura sonrió.

Ray estuvo de acuerdo con la idea. Las muelas traseras eran las más dolorosas de extraer por lo grande de sus raíces, así que por ellas fueron.

Más de un hombre hacía presión en la mandíbula de James para intentar abrirla más, la pinza pronto agarró una de las muelas y Ray con toda su fuerza extrajo una, y otra más.

Tanto era el dolor que sentía James que ya ni sabía qué le dolía. Cayó casi desmayado con su boca abierta derramando saliva envuelta con sangre.

Para completar el paquete, uno de los hombres cortó parte del cabello de James, y un mechón lo introdujeron en la pequeña caja. De seguro una madre reconocería el cabello de su hijo, los dientes eran un regalo extra.

Amelie volvió en sí cuando los tambores comenzaron a sonar. Si las torturas seguían casi diarias dudaba que el príncipe pudiera vivir mucho tiempo, era triste pensar que muriera allí. Tal vez podría pensar en algo para ayudarlo.

***

Palacio de Buckingham

—¡No puede ser!

Después de descubrir el contenido de la caja, Stephanie tuvo que sentarse, estaba pálida, al borde de un desmayo.

—Lo tienen secuestrado desde hace tres meses y, ¡usted no ha hecho nada!

Aunque había soltado la caja no borraba de su mente el cabello de James, ese que ella bien conocía, pero aparte estaba eso, la sangre cubriendo una parte que perteneció a James. Podía imaginar el dolor que estaba sintiendo, los horrores a los que lo estaban sometiendo. Aquello había sido enviado dos meses atrás, ¿qué tantas nuevas torturas le habían hecho? ¿Seguía con vida?

Tuvo que desechar esos pensamientos, tenía que creer que él seguía con vida, no podía existir un mundo donde él no viviera.

—Hemos tratado de hacer todo lo posible, pero no podemos ir a Francia y buscarlo por doquier, estamos a punto de entrar en guerra con ellos.

—Y lo único que se les ocurrió es mantener todo esto en secreto. —Estaba completamente indignada, y se culpaba así misma por no haber sido más persistente en saber todo antes.

—Tú solo piensas en el hombre que amas, yo debo pensar en el futuro Rey, en el bien de la nación, en la inminente guerra y las vidas que se perderán. No tienes derecho a juzgarme. Por fuera debo parecer fuerte, pero no creas que no me estoy muriendo por dentro. —Sin más comenzó a llorar—. Sé que lo van a matar —exclamó cayendo de rodillas ante una verdad inminente.

—No diga eso, no se atreva a decir eso —reclamó llorando. James muerto, eso era impensable.

—Ellos no quieren rescate, ¿para qué devolverlo? Mi hijo morirá y todo por mi culpa, yo fui la tonta que se encontraba en París en momentos críticos como estos, ahora nunca volverá. —Continuó llorando cada vez más.

—No dejaré que lo maten. —Stephanie se puso de pie y limpio sus lágrimas—, y de eso ocurrir no descansaré hasta matar con mis manos a cada uno de esos mal nacidos.

—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó desafiante— ¿Qué puede hacer una esclava?

—Entrar a Francia.

—¿Y gritarás su nombre en las calles?

—No, sé que Dios me ayudará a encontrarlo, lo sé. ¿Le llegaron más paquetes?

—Algunas cartas, la última decía que enviarían un regalo, esperamos que llegue entre hoy y mañana.

—Quisiera leerlas. —Con manos temblorosas exigía las cartas.

—No veo el caso, pero te las daré.

Cada carta era más atroz que la otra, Stephanie llegó a pensar que quizás y ya lo habían matado, pero no, James estaba vivo, ella lo sentía, y así tuviera que empezar la guerra para poder adentrarse a territorio francés lo haría.

Había algo curioso en las cartas, era obvio que debían ser escritas de algún lugar en Francia, sin embargo, los sobres en las que llegaban no poseían ningún sello de haber pasado por los diferentes distritos, ni por el puerto que conectaba a Francia e Inglaterra, era fehaciente que alguien cambiaba el sobre para entregar uno sin marca alguna. Los rebeldes tenían algún contacto en Inglaterra, pero, ¿quién?

—Disculpe la intromisión, ¿qué hacía usted en París?

—El Padre de James se metió en algunos problemas en su estadía allá. La diplomacia estaba por romperse, así que solicitó mi ayuda, no pude negarme a tapar sus fechorías porque todo aquello afectaba a toda la familia. Eran muchas deudas, delitos que ocultar, no fue fácil, nada fácil. Cada vez que pensaba había solucionado algo, alguna traba salía, por lo que mi estadía allá se alargó más de lo deseado.

George y James tenían una mala relación, eso Stephanie lo sabía bien, que la princesa Victoria y James se encontraran en París por culpa de George, causaba inquietud en Stephanie.

—¿El señor Prestwick sabe algo?

—No, estaría acá estorbando, o peor aún le habría dicho ya todo al pueblo.

—¿Dónde está?

—En Escocia. Como siempre revolcándose con cuanta ramera le presenten.

—¿Está segura?

Stephanie había recibido noticias del palacio en Escocia y en ninguna se mencionó de George Prestwick estuviera allí.

—Sí, hace tan solo una semana llegó carta de que necesitaba dinero —respondió desinteresada, no le apetecía hablar de su supuesto esposo.

Tal vez George llegó en el momento que las cartas fueron enviadas, desistió de sus sospechas por el momento, aunque no se olvidaría de ello.

—Si la guerra con Francia es inminente, ¿no deberían nuestros ejércitos encontrarse en su territorio? ¿O esperamos que ellos sean los que invadan?

—En cuanto un solo soldado inglés pise territorio francés la guerra comenzará.

—Ya que sin importar que sea en unos días o unos meses la guerra estallará de forma oficial, ¿por qué no hacerlo ahora? Podríamos entrar a Francia y buscar a James.

—Solo el Rey puede autorizar algo así, y él no está en capacidad de hacerlo. Además en caso de que James esté vivo, su muerte será inminente cuando la guerra comience. Ellos no quieren negociar, no es que estén pidiendo que nos rindamos con tal de devolvernos a nuestro futuro Rey. Creo que ni siquiera el Rey Fernando es el raptor de James, ya lo habría usado. Debe estar en manos de algún enemigo del Rey, uno que no solo quiere quedarse con el trono Francés, sino también con Inglaterra, o quizás para ganarse el favor del pueblo le ofrezca las tierras inglesas en cambio de su apoyo. Esto implica cosas más turbias de las que podamos imaginarnos niña.

—Hay algo que me intriga. James es conocido por su nombre, más no es una figura pública, no es que por su rostro pudieran identificarlo fácilmente en Londres, me imagino que mucho menos en París.

—Tenían espías en mi casa eso es evidente.

—¿Por qué secuestrarlo solo a él y no a usted también?

—James es el futuro Rey.

—Pero en realidad es usted la heredera al trono. En caso de haber una guerra sería mejor dejar a cargo al heredero joven e inexperto, ¿no cree?

—Los hombres siempre subestiman a las mujeres. —Victoria sentía que no llegaban a nada con aquella conversación.

Stephanie trataba de hacerse una idea de lo que en verdad ocurría, tenía que pensar en todo, en cada detalle y conversación. ¿Quién podría odiar tanto a James?

Victoria ordenó que les trajeran el té, no conversaban, cada una estaba sumida en sus propios pensamientos. Stephanie leía y releía las cartas.

"Ayúdame a encontrarte, James".

Victoria le contó un poco más de cómo pasaron las cosas, que James y ella iban en carruajes diferentes cuando el carruaje de James fue asaltado, no supo nada de él, hasta una primera carta donde los amenazaban.

Stephanie presentía que de esas cartas podrían encontrar alguna pista. Tenía que dar con ese allegado a la familia que los había traicionado. De pronto una conversación con James cuando él estaba enfermo destelló en su mente: Él me odia porque jamás podrá tener acceso al trono.

—¿Puedo ver la carta que el señor Prestwick le envió? —Se levantó intempestivamente, nerviosa por lo que creía haber descubierto.

—¡Niña! No actúes así, me asustas. ¿Qué carta?

—La que le envió pidiéndole dinero —explicó apenada por su comportamiento.

—No veo el caso, pero toma. —De uno de sus cajones, sacó un pequeño sobre.

—¡Es él! —gritó.

La carta no tenía ninguna marca al igual que las anteriores, y aunque contaba con su sello, ella estaba segura que era él.

—¿Qué?

—El señor Prestwick es el que entregó a James, él está detrás de todo esto —exclamó agitada, pero segura, nunca estuvo tan segura de algo.

—George es la peor persona sobre la faz de la tierra pero no se atrevería a tanto —mencionó Victoria incrédula.

—Piénselo, no hay nadie más a quien le convendría que James no existiera. Él quiere llegar al trono a través de usted. James me explicó que comenzó a odiarlo cuando usted comunicó que no aceptaría el trono.

Necesitaba pensarlo bien, intentar meterse en la mente de George, razonar como alguien avaricio de poder, lo haría. Tal vez fue la ayuda divina la que logró que su mente uniera los hilos de aquella trama.

—Puede que el Rey Fernando no está al tanto que el príncipe de Inglaterra se encuentra retenido en sus dominios. Hace poco el señor Conrad estaba contando que en Francia no se extinguía la facción rebelde, que los seguidores del antiguo rey todavía estaban por allí planeando derrocarlo.

—Esos son cuentos. Todos ellos murieron.

—Puede que no. Piénselo. Aquellos que lo tienen deben pensar matar a James e inculpar al rey Fernando. Inglaterra irá con toda su furia a vengarse, ellos esperan que la corona inglesa gane. George Prestwick pretenderá tomar las riendas de la situación debido a que el pueblo confiará más en un hombre al mando. Ese otro ser que se revela contra la corona francesa emergerá como un héroe intentando hacer la paz con Inglaterra, llegando a un acuerdo. Acuerdo que George aceptará.

—Se olvida de mí en todo este cuento fantástico señorita Middleton, no soy tan mojigata o cobarde como para dejar que mi esposo reine por mí.

—No creo que esté en los cálculos del señor Prestwick mantenerla con vida su majestad. Se ganará al pueblo y al consejo mucho más rápido de lo que serán sus días como monarca, entonces cuando muera, el pueblo no querrá otro Rey que él. ¿Acaso no es esa una forma de cambiar el linaje real de una forma trascendental?

—¿Cómo su imaginación es capaz de recrear tales cosas? — dijo indignada.

—Puede que me equivoque en cuanto a todo el plan, pero sé que el señor Prestwick de una forma u otra está envuelto en esto. Mire el sobre, mire los otros, no hay señal de que ésta carta haya salido de Escocia, simplemente lo sabe porque su contenido lo dice. Usted puede no creerme, pero yo actuaré conforme a lo que pienso, así tan solo sea la historia más absurda y fantástica creada por una mente ociosa como la mía.

Era obvio que Stephanie no se llevaría la medalla a la nuera perfecta. Por ahora le importaba muy poco ser del agrado de Victoria, salió del palacio esperando que en el camino Dios le diera alguna señal de qué debía hacer. Iba a encontrar a George Prestwick y lo haría hablar, pero necesitaba hacerlo pronto.

Era imposible no imaginar las cosas horribles por las que James pasaba en cautiverio, pero era mejor no pensarlas o perdería la cordura. Necesitaba estar lo más fuerte posible, no era momento de derrumbarse, su fe en que James aún vivía sería su fortaleza.

Subió a su carruaje y en el camino divisó a una niña con un regalo, supo que no podría irse a Escocia hasta esperar que llegara ese regalo que los secuestradores habían prometido. Rogó y rogó a Dios que James continuara con vida, incluso deseó que ese regalo no llegara, se estaba atormentando al saber lo que ellos pudieran enviar.

***

Francia un mes antes

—Soy yo —informó en susurros terminando de entrar por el pequeño hueco que era su entrada—. No te asustes.

—Ya reconozco tu arrastrar sigiloso. —Intentó sonreír. Llevaba un poco más de un mes recibiendo las visitas de esa pequeña, gracias a ella continuaba con vida. Debía admitirlo le alegraba cuando por la escuchaba arrastrarse hacia él.

—Hoy me robé un pedazo de cerdo, a todos les gusta más que el conejo.

Comenzó a picarla y meterla en la boca de James, al principio a él le había resultado incomodo, pero ya se había acostumbrado a comer de esa manera. La carne le pareció la gloria, en su vida había comido mejor platillo.

—Nunca podré agradecerte todo lo que haces por mí, de no ser por ti estaría muerto ya.

—Son unos imbéciles, no sé cómo piensan que vivas si te dan de comer dos veces a la semana y tan poco.

—Siempre te lo pregunto y nunca contestas, pero, ¿por qué lo haces?

—Te dije que nunca antes había conocido a un príncipe. La verdad es que desde que llegaste llamaste mi atención, miraba como de vez en vez te sacaban a que fueras al río. En realidad eres lindo, sentí esa necesidad de verte de cerca, nunca he visto tus ojos. ¿Cómo te imaginas que soy?

A James le pareció graciosa la razón de Amelie, estaba seguro que en esos momentos era de todo menos lindo.

—Creo que eres pequeña, delgada, cabello... ¿negro?

—No —negó divertida.

—Sería mejor si te viera.

Amelie lo había pensado muchas veces, estaba segura que esta vez tenía un poco más de tiempo para hacerlo.

—Está bien te quitaré las vendas, pero solo por un momento.

Con un poco de esfuerzo desajustó la gruesa pieza de piel y tela que cubría los ojos de James.

El lugar era oscuro y aun así la poca luz que entraba hizo arder sus ojos, le dolía inmensamente tenerlos abiertos, era casi dos meses viviendo en la oscuridad, por lo que su visión se demoró en aclararse, quería restregarse los ojos, pero sus manos no podían estar mejor atadas.

Amelie lo veía parpadear constantemente, y aun así se quedó por un rato como ida de la realidad, tan solo observando aquellos increíbles ojos azules. A su vista James era un Dios, pues no podía existir alguien más perfecto: "Aún entre harapos y mugre tú resplandeces, lindo príncipe". De pronto entró en razón, así que limpió los ojos de James con agua y los masajeó lentamente. Solo entonces James pudo verla.

—¡Hey ahí estas! —susurró sonriendo.

Amelie era una jovencita pequeña de cabellos rojizos y ojos color miel, de piel muy blanca y muchas pecas. Ella se sonrojó al instante, su lindo príncipe la estaba mirando y tan solo pensaba en verse linda.

—No sabes lo espantoso que es tener esa cosa en mis ojos, no deja de picarme y no puedo rascarme, he llegado a pensar que moriré de la desesperación.

—Esto está muy sucio —señaló las telas dentro de aquel pedazo de piel—. Van a infectarte. Por ahora te lo volveré a poner. —A James la idea ya lo volvía loco, volver a tener esa cosas en sus ojos lo atormentaba—. No te preocupes, no será por mucho tiempo, en la noche volveré y te cambiaré las telas para que no te lastimen tanto, cada vez que venga te quitare esto, tranquilo. Por cierto tus ojos son hermosos príncipe.

—Los tuyos también Amelie. —Ella sonrió emocionada.

—Ya debo irme, volveré a ponerte esto, igual de fuerte como lo tenías, pero es que no pueden darse cuenta.

—Ayúdame, ayúdame a salir de aquí, te lo ruego —suplicó mientras sus ojos eran cubiertos de nuevo.

—No puedo, nadie puede ganarle al Clan, lo siento.

Le dio un beso en la mejilla y salió corriendo por su pasadizo secreto. James suspiró, no había forma de que continuara teniendo fe.

***

Londres.

—Quiero saber exactamente dónde está mi esposo —exigió Victoria a su secretario.

—Creí que se encontraba en Escocia —explicó este.

—No es así, así que averigüe donde se encuentra y qué hace —ordenó no de buen humor.

—¿Ha llegado algo? —preguntó el moribundo Rey. Estaba observando el paisaje desde aquella ventana, sentado cómodamente en un enorme sillón.

—No hermano. —Victoria estaba decaída, había perdido toda esperanza, las grandes ojeras ocupaban gran parte de su delicado rostro—. De llegar algo no creo tener las fuerzas para verlo.

—Debes estar lista para todo, mis fuerzas ya no dan más, no creo sobrevivir muchos días más —confesó con voz ronca—. Te daré todo el tiempo que pueda, pero de no recuperar a James, sabes que debes asumir el reinado, ésta es la vida que nos tocó hermana.

Victoria asintió acariciando el rostro de su hermano antes de que el consejo real entrara a interrumpirlos. Sir Burns llevaba en sus manos un paquete que todos en el salón ya sabían de dónde provenía. Victoria no tuvo tiempo a levantarse cuando el paquete fue colocado en sus manos.

Ella lo posó sobre sus piernas y allí lo mantuvo por unos minutos, viéndolo sin querer tocarlo. Todos esperaban ansiosos que la princesa mostrara el contenido, iba dirigido a ella así que ella debía abrirlo a menos que delegara esa función a alguien más.

El rey posó su mano conciliadora sobre el hombro de Victoria dándole el valor. Respiró hondo y quitó el cordón, dentro de la envoltura de piel estaba otra caja rústica de madera como la de antes. Esta vez estaba manchada de sangre por las rendijas del fondo. Antes de llorar, gritar o arrepentirse, quitó la tapa; el grito que prosiguió se escuchó por todo el palacio. 

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Nota: Ya pueden leer los comentarios jajajaja, saben que les había dicho que no leyeran los comentarios o se harían spoiler jajaja, bueno ya por fin los capítulos nuevos se acoplan a dónde estaban los capítulos viejos, así que ya no hay miedo de hacerse spoiler. 

Mañana subo el siguiente capítulo. 

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