Capítulo 31. La boda no soñada

Viéndolo desde una perspectiva externa Lizzy no tuvo la boda que siempre soñó. No presumió de esa gran nota en el periódico, no contó con toda la alta sociedad en sus mejores atuendos reunidos para su ceremonia, ni siquiera sus padres estaba allí.

La boda soñada de Lizzy rebosaba de mucho lujo, personas alabándola, y el factor amor en un rincón siendo de poca importancia. Jamás se le cruzó por su mente que pudiera enamorarse de su futuro esposo. El matrimonio para ella no era más que una transacción económica, la única forma de escapar de sus padres y cumplir con el propósito de la vida: reproducirse.

Esos eran sus sueños, pero cuando los sueños están movidos por la crítica de la sociedad o por lo que el resto considera correcto, es mejor que se queden en la irrealidad; en sueños y solo sueños; esperando que algún día al despertar la misma vida se dé a la tarea de demostrar que los sueños de verdad nacen de un corazón puro, del más genuino e inquebrantable de los sentimientos. Se cree desear lo que no se desea.

En la boda de Lizzy hubo una hermosa novia con un vestido espectacular, una sonrisa que adornaba mucho más que cualquier corona de diamantes, ese brillo en los ojos que predecía el mejor de los futuros. Caminando sola a los ojos de todos, pero con el amor, la alegría, la dicha y la libertad de acompañantes. Había un novio, cuyo amor lo hacía ver como el hombre más hermoso sobre la faz de la tierra; ansioso, nervioso, feliz. Sonreía con timidez y tratando de disimular el temblor de sus manos. Toda su familia lo acompañaba, también sus amigos.

Elizabeth estaba en la boda en la que desde niña debió haber soñado.

—Siento mucho que tu familia no esté aquí —dijo Edgard al oído de Lizzy. Estaban agarrados de la mano saliendo de la iglesia, recibiendo aplausos y felicitaciones de todos.

—No lo sientas, tú ahora eres mi familia. —Jamás creyó que se sentiría tan orgullosa de decir algo así—. Además no los quería tanto —admitió sonriendo. Nada arruinaría su felicidad.

Al salir de la iglesia los despidieron con grandes aplausos, gritos y una gran lluvia de arroz.

—Stephanie debe venir con nosotros —declaró una vez dentro del carruaje pudo relajarse un poco.

—Ya di órdenes para que la lleven a nuestra casa —Sonreía, tal parecía que no dejaría de hacerlo nunca.

—Por eso te amo —se acercó para besarlo—. ¿A dónde vamos?

—Te dije que te haría feliz y eso haré.

—¿Qué es? —preguntó ansiosa.

—Es una sorpresa, espera y verás.

Lizzy trató de persuadirlo durante todo el camino, pero Edgard no cedió.

—Ya estamos llegando —avisó emocionado viendo por una rendija de la ventana al exterior.

—¿A dónde?

Con su habitual poca delicadeza empujó a Edgard y deslizó la cortina. Era tan hermoso lo que veía que de inmediato los ojos se le humedecieron.

—En nuestra pradera —susurró emocionada.

—Lo es. Es nuestra fiesta de matrimonio.

Ella se lanzó a abrazarlo sin dejar de mirar como más y más se iban acercando a aquel lugar donde ella solía pintar y él la acompañaba, el lugar donde ella por primera vez se dio cuenta que Edgard era algo más que un amigo en su vida.

Lo que antes solo era una pradera hermosa ahora estaba adornado con arreglos flores exóticos, una gran carpa, cintas, guirnaldas y velas, haciendo de ese lugar la perfecta boda de cuento de hadas.

—No hablaste de ninguna recepción. Sería solo la ceremonia en la iglesia.

—Mi esposa merece lo mejor. Quizás no vayas a ser una reina de verdad, pero eres mi reina.

—Y eso para mí es más que suficiente. Edgard, de niña soñé con una boda que era la incorrecta. Porque ésta es la boda con la que debí haber soñado toda mi vida. Gracias por saber más que yo lo que me hace feliz.

Elizabeth de verdad se sintió como una reina cuando al bajar todos los vitorearon. La familia de Edgard estaba feliz por la unión, aunque ella no los entendía, pero se aseguraría de ser la mejor de las esposas, esa era su nueva familia y se esforzaría por merecer el cariño que ahora todos le regalaban.

Stephanie también se encontraba como parte de los invitados. Lizzy le había comprado un precioso vestido, tuvo miedo de ponérselo pues solo damas de la alta sociedad vestían así, sin embargo, Lizzy insistió en que de ahora en adelante no era una esclava, ni una sirvienta, era un huésped en su casa. Mejor que vieran bien vestida a la futura esposa de James Prestwick desde ahora.

Stephanie se sentía otra con esa ropa, de pronto se acordó de aquel tiempo en el que su vida era esa, llena de lujos y comodidades, tan llena de posibilidades. Para los caballeros presentes en la boda, la belleza de Stephanie no pasaba desapercibida, aunque ella maniobró para mantenerse apartada.

La boda de Elizabeth la había puesto feliz y melancólica. Estaba feliz de ver a su mejor amiga atando su vida a un buen hombre, estaba melancólica porque solo podía pensar en si algún día ella podría estar con James en una ceremonia similar.

Tal vez avivar la llama de la esperanza era el error más grande que estaba cometiendo.

***

Paris 1 semana después

El lugar era hermoso, lleno de oro, piedras preciosas y hermosas pinturas. Ella estaba en medio de todo, tan hermosa y tranquila como la diosa que era. Ella era su madre.

—Hijo, pensé que nunca vendrías a visitarme. —Solo alzó la vista y esperó que él se acercara. Era la hora del té.

—Madre no sé qué hace la heredera al trono y su hijo en un país con el que estamos en guerra —señaló y es que aquello le parecía insensato.

—Con París no puede haber guerra, además no hay guerra con Francia solo tensión. Juntos volveremos a Londres en unos días, tu tío no se encuentra bien de salud.

—Lo sé madre. La corte solicita que regreses allá con urgencia. ¿En serio era necesario que viniera a buscarte?

—Jamás te envié una carta pidiendo que me buscaras.

—Pero alguien debía hacerlo. Debemos volver, mi tío...

—Lo sé, yo solo... No puedo ver a alguien más morir.

Que su mamá estuviera lejos cuando el trono estaba próximo a quedarse sin rey, era una muestra de que no se encontraba bien a nivel sentimental, pero debían volver pronto, sea que ella quisiera o no.

—Asumo que ya te has estado preparando.

—El trono es tuyo, no mío.

—¡James! Sabes que declinaré a mi título, siempre lo has sabido, al morir tu tío asumirás el trono. ¡Lo sabes!

—Lo sé —admitió en un tono seco.

—Necesito que te cases y pronto. En vista de la posición en la cual asumirás el reinado es mejor que tengas una familia, o al menos un matrimonio ya establecido.

Ese era el tema que quería y a la vez le daba temor, tocar.

—De eso venía a hablarte. —Decir lo que tenía que decir no era fácil.

—Tu prima Charlotte Price es una muy buena alternativa, es familia y sé de buena fuente que han congeniado muy bien.

—Lo has dicho madre, es mi prima —resaltó—, no me llama la atención eso de casarme con mi familia.

—James no es mi intención obligarte a casarte, pero debes hacerlo. Sé que eres un caballero maduro y consiente, no elegirás a una esposa que no sea digna del cargo. De buena cuna, con título real, o al menos que herede el título de su familia, educada y con todas las cualidades que la esposa de un rey debe tener. —Estaba segura que su hijo sabía las reglas, pero por si acaso se las recordaba. Algo le decía que su visita no era solo para arrastrarla a Londres—. Solo no te tardes mucho en elegir.

—Quería decir que...

—Escuché algo de que pensabas comprometerte con la señorita Elizabeth Kenfrey —interrumpió alejándose la taza de té de la boca para poder observar bien el cambio en la expresión de James.

—¿Cuándo mi madre comenzó a recurrir a la adivinación? Porque no entiendo cómo llegaron aquellas noticias a París.

—Una elegida de Dios jamás recurriría a actos diabólicos, es solo que los rumores vuelan. Te digo que en primera instancia habría bendecido tu unión con aquella joven, pero su reputación es algo que me asusta, así que no la considero apta.

—No iba a casarme con ella de todas formas, eran solo falsos rumores.

Si Elizabeth, la supuesta dama perfecta no era apta, estaba seguro que su madre se desmayaría al escuchar de Stephanie. Tuvo que repetirse mil veces que no podía acobardarse.

—Me alegro. Escoge una jovencita pronto hijo, el tiempo corre —advirtió—. Acompáñame en el té, debes estar muy incómodo allí de pie.

—Madre me enamoré —exclamó cuando Victoria había puesto su atención de nuevo en la taza en sus manos.

—¿Puedo saber de quién? —preguntó serena, aunque algo le decía que no era una buena noticia.

—Stephanie Marie Middleton Van Laar.

—¡¿La hija del Duque Middleton de Liverpool?! ¡¿De Joseph Middleton?! —exclamó entre alarmada y sorprendida.

—Sí. —Aquella reacción sin duda alguna lo confundió—. ¿Lo conoces? ¿A su padre?

—Sí, lo conocí, hace mucho tiempo, él murió —dijo con pesar.

—Sí, murió, por eso vine madre, necesito tu ayuda.

—¿En qué aspecto?

Jamás pensó que ese día el pasado viniera a ella de la boca de su hijo. ¡Hace cuánto no pensaba en él!

—Al morir el Duque su familia quedó en la ruina, su socio Lord Redforth reclamó la fortuna como suya alegando que el Duque le debía cuantiosas cifras de dinero —explicó.

—¡Joseph nunca habría hecho tan malos negocios! tampoco habría dejado a su familia desprotegida.

—Eso pienso yo, y eso piensa la señorita Middleton, pero lo cierto es que le quitaron todo. Quedaron en la calle, y la señorita Kenfrey adoptó a Stephanie Middleton como su dama de compañía.

—¡¿Te enamoraste de una sirvienta?! —gritó una vez se dio cuenta de la implicación en lo que James estaba contando.

—No, de una esclava. —Cerró los ojos para soportar el grito que vendría de su madre.

—¡¿Qué?! Me desmayo. —Dejó la tasa de un té a un lado para alcanzar el abanico y echarse un poco de aire. James siempre había sido tan perfecto, ahora no podía estar haciendo esto.

—Te contaré todo al detalle, y madre por favor no digas nada hasta que acabe.

Relató todo siendo lo más preciso que podía, se negaba a mirarla a la cara o no podría terminar de explicar los hechos. Ella lo escuchó sin inmutarse ni un segundo.

—Es una esclava James, tú esclava. Y vienes a pedir que te ayude a que recupere su buen nombre —discutió serio y fuerte —. ¿Si no te ayudo piensas revelarte y abdicar al trono?

—¡No!, hace algunos años le hice una promesa a usted madre y pienso cumplirla. —Aunque hablaba con autoridad lo hacía mirando al vacío—. Tan solo ayúdeme a devolverle su fortuna, a limpiar el apellido de su familia para que pueda tener un futuro mejor.

—¿Soportaras la idea de verla casada con otro?

—Me resignaré, eso creo. Solo sé que no dejaré a un lado mis responsabilidades, la ayudaré y me alejaré, asumiré mi cargo de Rey...

—¿Te casarías con quien yo diga? —indagó sin dejar de mirarlo.

—De ser necesario, lo haría —respondió, mirando un punto fijo en aquellas ventanas lejanas, sintiendo un nudo en la garganta.

—Te ayudaré.

James no podía celebrar del todo, sabía lo que esas palabras significaban, la ayuda de su madre era el final del amor entre él y Stephanie.

—Siempre has sido un buen hijo James, responsable y correcto. —Se levantó de su asiento y caminó hacia él—. Yo sin embargo, no he sido una buena madre.

Sin que él lo previera lo abrazó, era el primer abrazo que recibiera de su parte. James se aferró a ella y por más que hizo no pudo contener todo aquel sufrimiento que tenía por dentro, comenzó a llorar como nunca lo hubiera hecho

—La amas demasiado.

—Tan solo déjame que me despida de ella, solo eso necesito, le prometí que volvería. —Le costaba hablar por el llanto, y es que ese era el fin, se había dado esperanzas que no tenían fundamento y ahora la decepción lo sumiría.

—James era tu destino casarte con ella —acotó. James se sorprendió y se alejó pronto de ella.

—No entiendo.

—Te contaré una historia, tan solo limpia tus lágrimas, nunca dejaré que te cases con alguien que no amas. Y bien sé yo que el primer amor nunca se olvida. Tomemos el té en el jardín, ven.

Aquel jardín era tan bello como melancólico, las tardes de París siempre dejaban ese toque de tristeza, nadie escapaba de la melancolía ante aquella opaca luz del atardecer.

Una sirvienta les sirvió el té y galletas de la forma más delicada posible, aunque no podía evitar mirar de reojo a James, cualquier dama que lo veía quedaba impresionada con su buen porte y belleza. Ahora que sus ojos estaban aún irritados, su intenso color azul resaltaba más, bien podría haber bajado directo del cielo.

—No sé por qué disfruto tanto de París si sus tardes son tan deprimentes —dijo Victoria suspirando.

Ella era una mujer joven. Había tenido un solo hijo a la edad de diecisiete años, no llegaba a los cuarenta, pero se sentía interiormente muy vieja. Su cabello era oscuro, de piel blanca como la nieve, de nariz fina y perfilada, y ojos celestes. Era una autentica belleza. Para James era difícil verla como una madre, era demasiado joven para serlo.

—Creo que este clima no difiere mucho de Londres o de cualquier estado de Inglaterra.

—Yo por el contrario creo que es especial. Dicen que no hay nada mejor que recordar buenos y malos tiempos en un contexto como éste —revolvía su té.

—¿Por qué dejarme a mí que soy tan joven e inexperto con un cargo tan importante, cuando usted está tan preparada para tomarlo?

—No quiero a tu padre involucrado en asuntos reales, ya sabes eso. Déjame contarte una historia, mi historia.

James tomó una galleta y se acomodó. Estaba seguro que era la primera vez que su madre le contaría algo personal, sabían tan poco uno del otro.

—Siempre supe que era mi destino casarme con tu padre, eso era lo que mis padres decidieron por mi cuando nací. Tu padre me lleva diez años, nunca lo conocí sino hasta unos meses antes de casarnos. Creía que no me importaría casarme, había visto cuadros de él y no me parecía alguien detestable, incluso en sus buenos tiempos era apuesto, pero tampoco nunca sentí emoción por conocerlo.

‹‹Cuando tenía catorce años conocí al hijo de un Duque en una fiesta. Acababan de llegar a Chester y esa era su bienvenida; inmediatamente me encantó, era joven, tan solo tres años mayor que yo, educado, con ese toque de aventura y diversión que a todos les gusta. No era tímido para nada, durante la cena no hizo más que hablar y mayores y menores reían con sus anécdotas, incluyéndome.

Yo era muy tranquila, más bien callada, mi madre me había enseñado a ser una joya a las que todos admiraran, una joya inalcanzable. Y así era yo: educada, atenta y cordial, diciendo solo lo necesario. Sin embargo, con él no quería ser así, no quería ser solo un objeto que observaran, quería llamar su atención, quería que revirara a verme, que me hablara, quería que su atención fuera solo para mí ››.

—Madre siempre has sido tan bella que sería imposible que no llamaras la atención de algún caballero.

—Creo que tenía en la frente un anuncio que decía: Lejos de aquí. —Ambos rieron—. Esa noche él me saludo, compartió unas palabras con mis padres y mis acompañantes; yo habré dicho algo, pero su atención era para el resto, nunca volteaba a verme, no le importaba donde estuviera o si aún seguía ahí. Mis padres decidieron volver pronto a casa y en todo el camino no dejé de sentirme triste porque no había logrado nada.

‹‹ Pasaron unos días y era obvio que ni él ni su familia irían a visitar nuestra casa, así que hice la primera osadía de mi vida, tomé mi paraguas y me escapé del palacio. Fue extremadamente fácil porque todos estaban acostumbrados a que nunca hiciera tal cosa. Una vez fuera no supe qué iba a hacer, tan solo caminé y caminé, tenía fe en que me lo encontraría en el camino, y así ocurrió. Estaba caminando, jalando su caballo, inmediatamente le sonreí y hasta creo que corrí a su encuentro, me sentía ganadora, él me saludo patidifuso, mencionó que era raro que estuviera sola. No sé de donde salió toda esa simpatía mía, pero hablé y hablé sin parar hasta que él se sintió cómodo, dejó de pensar que estábamos solos y empezó a ser él.

Fue uno de los mejores días de mi vida. Volví a escaparme varias veces, algunas no tenía suerte y volvía derrotada, pero en otras ocasiones volvía a verlo, volvíamos a hablar y me atrevía a hacer cosas que en mi vida había hecho. Él me enseñó a trepar árboles, a lanzar piedras en el rio que hicieran múltiples ondas, con él aprendí a silbar, con él supe lo que era enamorarse.

Yo debía volver a Londres y eso me atormentaba, pensaba decirle que lo amaba, ya que él al parecer nunca diría nada al respecto. El día que iba a hacerlo no lo encontré, por una amiga supe que su familia se había ido a Londres debido una emergencia familiar, entonces presioné a mi madre para ir a Londres cuanto antes, claro está ella no sospechaba nada. En Londres supe que su abuela había muerto, sabía lo mucho que la quería, así que le escribí una carta. Él me respondió agradeciéndome. Sus cartas siempre eran muy formales, evitaba decir cualquier cosa que fuera a hacer mal interpretada, era como si siempre dijera: "no te enamores".

Seguimos siendo amigos, seguía amándolo en silencio, llegó mi cumpleaños número quince, tendría una gran fiesta, él y su familia era parte de los invitados, pero también lo estaba tu padre, esa noche me arreglé lo más que pude para que él me viera hermosa, tu padre y su presencia me importaban poco, no tenía ojos para nadie más que para Joseph.

—¡Joseph! ¿Joseph Middleton?

—Sí, él fue el gran amor de mi vida —admitió, se sentía tan feliz de hacerlo—. Aunque nunca hubo besos, solo unas cuantas palabras en una carta. El día de mis quince años él me regaló una caja de música, pequeña y hermosa, aún es mi adoración, la llevo siempre conmigo. —Sacó la pequeña caja de oro y piedras preciosas de entre un bolsillo secreto en su frondoso vestido, era ovalada y su música una mezcla de sonidos de instrumentos de viento—. Toma, vela. —James la tomó, era una obra de arte.

—¿Tanto lo amaste madre?

—Aún lo amo, pese a que está muerto, se casó y amó a otra. Pese a que en realidad nunca me amó, o al menos no se lo permitió. A los dieciseis años debía casarme y me negaba rotundamente a hacerlo, pensé que antes de emprender una lucha contra mi madre debía hablar con Joseph y ver si él estaba dispuesto a huir conmigo, a luchar por nuestro amor. Entonces me llevé la mayor de las decepciones, él me quería, pero no me amaba.

‹‹Su amiga de la infancia había vuelto de Prusia, lo vi abrazándola y sonriendo como nunca, la cargaba en el aire y daba vueltas con ella. Fue como si mi corazón lo destrozaran en pedacitos, lloré como nunca, luego cobré la compostura.

Terminé casándome, como todos esperaban que hiciera. Tu padre y yo no nos tolerábamos así que mi vida era una tortura. Un día molesta le escribí una carta a Joseph a quién nunca más volví a ver. No tenía razones lógicas para reclamarle nada, pero lo hice.

Tres meses después él respondió, dijo que no me mentiría y pronto iba a casarse con aquella amiga de la infancia, que esperaba que los dos fuéramos felices en nuestra vida de adultos, aunque siempre recordaría con cariño los días en que éramos simples niños que disfrutaban de reír, correr y filosofar como adultos; que nuestra historia quedaba viva en el pasado, pero ahora era hora de ver a otros horizontes, no había cabida para el hubiera, la vida era lo que era, solo había que verle el lado bueno a lo que viniera. Me dijo, un ángel tan perfecto como tú no tendrá más que dicha en su vida, sé que serás feliz y mil gracias por haber sentido algo por un plebeyo que no merece siquiera vivir en tu mismo mundo››

Era difícil recordarlo, saber que ella lo amó aunque no fue correspondida.

—Por él intente amar a tu padre, pero tu padre no es un ser humano. Ahora, viene la parte que a ti te interesa James. Ya tú habías nacido, y la hija de Joseph también, yo no vivía en Londres me había instalado en Escocia contigo para que Nana te cuidara bien. Tu padre siempre estaba entre Londres, Alemania, Bath, en fin, nunca pasaba más de una semana en un solo lugar. Un día de lluvia la carreta en la que iba se averió, , el cochero perdió el control, tu padre cayó a un voladero, estaba herido e inconsciente. Joseph lo encontró y en pocas palabras le salvó la vida, durante ese tiempo que estuvo inconsciente lo tuvo en su casa.

‹‹ Joseph nunca lo había visto, así que no sabía cómo era, por lo que no podía reconocerlo. En fin tu padre y Joseph se hicieron buenos amigos, eventualmente él se enteró de que aquel hombre que salvó era mi esposo, le mencionó a tu padre que me conoció alguna vez y todo seguía normal entre ellos. Tu padre estaba tan agradecido que dijo que iba a comprometerte a ti con la hija del hombre que lo salvó. A Joseph no le agradaba mucho la idea, pero tu padre insistía, vino a contármelo todo a mí cuando volvió a Escocia, me negué rotundamente, él dijo que era el padre y haría lo que quisiera. Incluso a escondidas mías te trajo de Escocia a Londres, yo salí en un coche después persiguiéndolos, no iba a permitir que te comprometieran con nadie. Primero porque mi vida era un infierno, y segundo porque no soportaría hacer familia con Joseph, no sabía si podría verlo de frente. La hija de Joseph cumplía cuatro años y le hicieron una fiesta, ¡verdad hijo! tú la conociste cuando eras un niño, solo que no te acuerdas. En esa fiesta tu padre te la presentó, yo llegue tarde de entrometida a impedir que te comprometieran. Para convencer a tu padre le tuve que contar la verdad, que yo amaba a Joseph, claro le dije que él nunca supo nada, y aún no lo sabía. Finalmente desistió de todo aquello››.

—Creo que tu destino madre era el de separarnos. Aun sigues cumpliendo con tu tarea —señaló con tristeza.

—Voy a ayudarte a limpiar su apellido, a recuperar su fortuna y entonces te casaras con ella —dijo rápido con una gran sonrisa alumbrando su rostro.

—¡¿Cómo?! —Hace unos minutos había perdido toda esperanza. Fue cómo si al decir todo en voz alta sonara más irreal de lo que era, pero su madre le devolvía la fe.

—No dejaré que mi único hijo tenga una vida miserable, además debo hacer algo por la hija del hombre al que siempre amaré. Borraremos cada vestigio de que fue una esclava, y ay de aquel que llegue a decir algo malo en contra de la futura esposa de mi hijo.

El rostro de James resplandeció con cada palabra, si todo era cierto, no podría ser más feliz

—Nadie la juzgara o te juzgara si yo apruebo su unión, y eso es lo que pienso hacer. Así que sonríe niño, tienes la dicha de amar y ser correspondido, no muchos gozamos de ello.

Esta vez fue James quien la abrazó.

—Gracias, mil veces gracias. —Era lo único que podía decir en medio de toda su alegría.

—Ahora debemos ponernos manos a la obra. Llegaremos al fondo de esto, a nadie se le ocurrirá esconderme información.

Para James la melancólica tarde de París se convirtió en una de las más alegres, con su madre de su lado ya el matrimonio con Stephanie era casi un hecho. Esa misma noche escribió una carta, asumía que todo se arreglaría en unas dos semanas por mucho. No obstante, es difícil hacer planes con el tiempo, la vida logra derrumbar cualquier hecho inaudito y convertirlo en tan solo un vestigio.

Al día siguiente una serie de cartas se enviaron, dos viajes salieron y una tragedia ocurrió.

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Espero en la noche subirles otro capítulo. 

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