Capítulo 28. Confesiones

Nota: Este capítulo fue uno de esos que estuvieron en mi mente desde que tenía 17 años hasta los 20 cuando por fin lo escribí. Les voy a dejar una canción que creo muestra al 100% los sentimientos de Stephanie, la canción es Lloro de Sin Bandera. Más adelante aparecerá el video que refleja un poco los sentimientos de James. 

No importaba cuántas veces Stephanie hubiera sentido tanto dolor hasta el punto de creer que moriría, no importaba que de todas esas veces la vida continuara y ya supiera que en realidad ningún dolor del corazón es capaz de acabar con la vida. En ese preciso instante no podía creer en que el tiempo lo curaría todo, lo sabía, pero no importaba porque en ese instante dolía como tal vez muchas cosas o ninguna dolieron.

Sabía que no podía esperar nada de ese alguien tras la puerta, debía correr antes de desvanecerse. No esperó que justo al momento de haber tomado valor e impulsarse para correr una mano la sujetara, esa que quemó su piel y comenzó a consumirse su voluntad.

—¿Ya te vas? —preguntó con la carta sujeta por su otra mano.

—Sí —respondió bajo, reconociendo que no podía decir más de dos palabras antes de irse en llanto—, disculpe si lo desperté.

Escondió su mirada y rostro de James, no podría mirarlo sin caer de nuevo de rodillas a rogarle que la dejara quedarse.

—Que tenga una buena vida, amo —agregó cuando el silencio se hizo insoportable.

Jaló su brazo para tenerlo de vuelta y lo consiguió, no alzó la mirada para sonreír una última vez, no podía hacerlo; viró pero de nuevo él la sujetó.

—¡Espera!

La cabeza de Stephanie era un concierto de tambores, de palpitaciones que no le permitían escuchar, discernir, si quiera ver bien lo que pasaba. No notó el tono de desesperación de James, ni la forma como se mordió los labios o agitó la cabeza cuando le gritó que se esperara. Tampoco escuchó el "entra" que salió de los labios de James como un gruñido. Sin embargo, pudo darse cuenta que ya no estaba en el pasillo, estaba dentro de la habitación y la puerta había sido trancada.

—Te dije que te irías al amanecer. El cochero te llevará, aún es temprano.

—Prefiero irme ahorita caminando —esbozó temblando. Pronto las rodillas cederían, sería un mar de lágrimas y no tendría ninguna explicación valedera para ese espectáculo.

—No. Con tu suerte antes de llegar a casa de Elizabeth te encontrarás con otra caravana de gitanos.

—Esperaré afuera —acotó dándose la vuelta. Si James no escuchaba los latidos de su corazón, entonces estaba sordo, porque Stephanie no podía escuchar nada más.

—¿Qué es esto? —señaló la carta antes de que Stephanie abriera la puerta.

—Quería despedirme. Sé que no le interesa el agradecimiento de una esclava, pero me sentiría malagradecida si no lo hacía.

Las palabras se le enredaron en la boca, quería hablar todo lo rápido posible para no sentir, para que su cerebro no fuera capaz de procesar las palabras y hacerle pensar, que ese era el final, y esa era la última conversación con el ser del que se enamoró.

Aunque ella se esforzara por esconder su malestar, el cuerpo estaba empeñado en demostrarlo; su cara estaba roja, el pecho subía y bajaba sin control ante lo descoordinado de sus palpitaciones y respiración, las manos le temblaban y los ojos eran dos perlas de grietas rojas y lágrimas aglomeradas. James no la soltaba y ella estaba segura que era solo para humillarla más y más, porque era imposible que no se diera cuenta de lo que estaba pasando.

—¿Por qué estás así? —interrogó con hastío—. Pareciera que en cualquier momento tendré a una esclava desmayada.

¿Estaba demostrando de nuevo desagrado hacia ella? ¿Estaba burlándose de sus sentimientos? No era algo atípico de él, pero pese a su trayectoria a Stephanie le dolió, ella debía aprovechar eso para odiarlo, pero el corazón era tan, tan, idiota.

—Dime... ¿por qué si Elizabeth es tú mejor amiga, por qué si eras tan feliz con ella antes —gritó, o así lo percibió Stephanie, se sentía aturdida, desesperada—, por qué si no había futuro más lindo que cuidar de sus hijos, ahora la esclava llora tanto por no irse? ¿Te enamoraste de algún guardia de aquí? ¿Crees que alguna vez Steve volverá acá por ti?

¿Qué era lo que él preguntaba? La habitación daba vueltas debajo de los pies de Stephanie, ella quería correr de allí en cambio estaba escuchando todas esas preguntas absurdas. ¿Ella enamorada de un guardia? ¿Ella esperando a Steve? ¿El príncipe aparte de idiota era poco inteligente? ¿No podía verlo?

—Ya sé —exclamó como si hubiera descubierto un gran secreto—, después de todo te atraía la idea de ser la concubina de mi padre.

Stephanie alzó la cabeza de inmediato, ¿en serio había dicho eso?

—¡¿Por qué no quieres irte?!

—¡Porque lo amo, idiota! —gritó.

¿Qué había hecho? Stephanie se tapó la boca dejando caer el saco que sostenía. Sintió un frío bajarle desde la cabeza y esparcirse por todo su cuerpo. Ahora sí moriría. No podía ver a James solo sabía que estaba frente a ella, estático, observándola.

—Discúlpeme, amo —pidió ya llorando, entre sollozos—. Nunca tuve ninguna pretensión con usted, se lo aseguro. Nunca tuve esperanza o siquiera imaginé que me correspondiera. —Tenía que pausar entre cada palabra porque le era difícil respirar—. Yo... quería verlo ser feliz a la distancia, solo eso.

James la seguía observando de la misma implacable forma.

Stephanie sabía a donde iría en cuanto saliera de ahí, si es que podía salir y no la mandaba a colgar por tal atrevimiento. Iría a aquel río o a aquel precipicio a acabar con su vida, porque no podría vivir recordando aquella mirada de asco y desprecio

—Sé que siente asco de tan solo saber lo que siento—continuó—, y de verdad amo espero que algún día pueda quitarse de la mente ese desagrado. Ojala algún día pueda perdonarme.

Aunque la habitación daba vueltas y las lágrimas no la dejaban ver, agarró sus cosas rápidamente y se dirigió a la salida. Su mano tomó el asa, la giró y abrió la puerta unos centímetros, pero James detrás de ella, la cerró. Stephanie quedó atrapada entre la puerta y él, su llanto aumentó más de tan solo sentir el cuerpo de James tan cerca.

—Pero yo no puedo —susurró al oído de Stephanie.

La volteó aun presionándola contra la puerta, necesitaba verla a la cara.

Ella lo observó temerosa entre su lluvia de lágrima. Se sorprendió al ver que James lloraba.

—No puedo pasarme la vida solo viéndote —aseguró.

Stephanie no entendía, bien podría ser real todo lo que pasaba, o bien se había desmayado y ahora solo soñaba.

—No tengo la fuerza que tú tienes. Yo no lo soporto y creo que me estoy volviendo loco. Cada vez lucho más contra mis sentimientos y eso me está consumiendo.

Cuando la vio llorando supo que ya no podría aguantar más, que debía acallar a esa parte sensata que le repetía que la dejara ir porque era una esclava. Fue esa declaración de amor lo que le hizo encadenar a esa parte de su conciencia que otros habían forjado con los años, y lanzarlo al más hondo y oscuro de los calabozos.

Su parte sensata le dijo desde que la conoció: que no se dejara llevar, ella nunca sería para él. Debía tratarla mal, odiarla aunque no fuera cierto, ser un monstruo para que el odio de ella hacia él los fuera alejando, para que nunca hubiera la posibilidad de una esperanza, pero su corazón no lo permitía, cada que podía se dejaba llevar y en un momento de debilidad se permitía disfrutar del hecho de compartir con la jovencita que se había robado su corazón con tan solo una sonrisa. Todo su ser quería abrazarla, limpiar sus lágrimas, pedirle perdón y perderse en esos labios que lo llamaban.

—¡Te amo! —enfatizó, acercándose lentamente a su rostro y buscando sus labios, aquellos labios que hace tanto quería besar, que no se borraban de su mente y que por todo ese tiempo se habían convertido en su calvario.

Nunca tuvo tan cerca y tan lejos al ser que más amaba en el mundo. Porque estaba ahí, podía verla, hablarle, escuchar su voz, el sonido de su risa, y aun así era como si se encontrara dentro de un cuento de hadas; tan inalcanzable, tan prohibida, tan sagrada.

Te amo, dijo él, y el corazón de Stephanie brincó hasta el punto de sacarle un quejido. La palabra se alargó y eso eco en su mente. ¿Si quiera había soñado con un momento así? Estaba segura que perdió tanto tiempo sufriendo por el horrible futuro que ni se permitió fantasear con uno en el que James y ella fueran felices juntos. ¿Aquello no podía estar pasando? Un amo no podía amar a una esclava, una esclava no podía amar a su amo y ser correspondida en cambio.

Si ese era un sueño, cómo su mente aseguraba, no quería despertar de él jamás.

Solo cerró los ojos cuando su cuerpo percibió que la cercanía de sus rostros sería más que en futuras situaciones, cuando sintió el aliento de James sobre ella, incluso los rizos del suave cabello de él rozándole la frente. En un parpadeo dejó de temblar, porque eso era lo que su cuerpo, alma y mente deseaban, no había temor, solo añoranza. Cerró los ojos y esperó, esperó lo que siempre soñó, su primer beso de parte de su amor verdadero.

Cuando los labios de James por fin chocaron dulcemente con los de ella, suspiró, sabiendo que todos los libros se habían quedado cortos, y sin importarle, porque ella flotó y no quería que nadie se atreviera a sostenerla. Fue tanto lo que sintió que no quería colocarlo en palabras, no podía hacerlo, su mente había desactivado a sus pensamientos lógicos y aumentó la actividad de sus sentidos. Era cálido, era energizante, volátil y chispeante, era vida; no, era el sostén de la vida, era amor.

El beso comenzó dulce, tierno y feliz; en algún punto se embargó del dolor que sentían los dos por amarse cuando no debían, de saber que no podrían disfrutar de ello más del tiempo que en ese momento la habitación les proveía.

James había besado a muchas damas, pero nada se comparaba a lo que esa madrugada sintió cuando besó a Stephanie. Sus labios eran tan suaves, dulces e inocentes, quería más y más de eso. Amarla era doloroso, pero un dolor que podía sentir gustoso, un dolor por el cual podría morir sin arrepentimientos.

James pasó su mano por la cintura de Stephanie afirmando su cuerpo aún más al de él, ella hundiendo sus dedos en los perfectos rizos de James. No quería que ese rostro, que su boca se alejara de la de ella.

Lo que ambos sintieron fue indescriptible. Era el sabor de sus labios junto con el de sus lágrimas transformándose en el sabor más exquisito que pudieran degustar. Sintieron lo que era el amor, podían sentirlo, saborearlo y oírlo.

Se alejaron un segundo para respirar, segundo en el que James abrazó a Stephanie quedando la cara de ella en su pecho, ella cedió al llanto de nuevo. Se podía llorar de felicidad, aunque ella lloraba sabiendo que aquello tal vez no se repetiría.

—¡Perdóname, perdóname! —dijo llorando como un niño, aferrándose a Stephanie. Ambos se sostenían el uno al otro—. No hubo noche o día que no me repitiera lo miserable que era por hacerle tanto daño a la única persona que me importa en el mundo. Soy un monstruo por haber hecho todo lo que hice, yo... solo pensaba que era lo mejor. Soy un tonto lo sé, pero... —La alejó un momento para mirar su rostro, y lentamente juntó su frente a la de ella— ¿M e podrás perdonar algún día?

—No tengo que hacerlo, pues te amo —dijo—. No recuerdo nada de las cosas feas que hablas. Creo que en mi locura he convertido lo malo en bueno. —Intentó bromear, y ambos sonrieron.

—Sí que tienes mucho que perdonarme. Te odiaba porque te amaba, es raro lo sé, pero así pasó. Quería odiarte porque ante la sociedad eras tan inferior y yo simplemente no podía enamorarme, no de nuevo, no de ésta forma. Sin embargo, tenía que fastidiarte, pues eso me daba oportunidad de hablarte y aunque mi parte sensata decía "ódiala, aléjate", otra parte más poderosa siempre quería verte.

Era el momento de sacar todo lo que vivió y lo que sentía, diría todo, porque ella y él lo merecían. Allí con el rostro de Stephanie entre sus manos dejaría hablar a su corazón.

—Luego supe que no podría tenerte lejos de mí, no podía dejar que mi padre te tuviera eso habría sido mi muerte. Tenía que portarme mal, detestarte, quizás algún día lo que fingía se volvería realidad, pero nunca ocurrió. Era mentira todo eso de mi plan con Elizabeth, pero Alberth me hizo ver lo egoísta que era. Más de una vez estuve a punto de besarte, de decirte todo lo que sentía, entonces me decía "serás un rey, ella no puede ser para ti, ella nunca podrá ser tu esposa", pero tampoco quería perderte, creí que casándome con Elizabeth podría tenerte siempre junto a mí y tú también serías feliz pues estarías con ella, mi vida sería menos miserable, aunque cada vez me daba cuenta que el plan no era tan perfecto. Primero porque no aguantaría por siempre el amor que siento por ti, y segundo porque de verdad no tolero a Elizabeth.

Stephanie sonrió, en verdad James era un buen actor, porque ella le había creído su amor por su mejor amiga.

—Quizás después de su rechazo la sobrellevo un poco, pero creo que nos parecemos en aspectos que hacen que nos repelemos. Casarme con ella era el mayor de los sacrificios, pero todo porque tú fueras feliz. Entonces cuando ese plan se vino abajo y me propuso que te fueras con ella, mi primer pensamiento fue ¡NUNCA!, pero las palabras de Steve llegaron a mi cabeza "déjala ir", supe que debía hacer eso, era o mejor dicho, es la única forma en que puedo vivir. Amargado, podrido y perdido, pero así cumpliré con mi deber.

Y eso era lo doloroso del asunto, que podía amarla mucho pero ella jamás sería de él. Su deber era dejarla ir porque a su lado no había futuro.

—¿Es en serio todo lo que dice, amo? —Stephanie estaba despertando de su momento de éxtasis, escuchaba cosas que ni en sueños habría imaginado, aun creía que quizás y solo estaba teniendo el mejor de los sueños.

—Por favor, no me llames así —dijo suplicante—. Te obligué a decirme "Amo", para cada vez que lo escuchara me sintiera miserable. Cada una de las veces que lo dijiste sentía cómo si alguien exprimiera mi corazón. Y era bueno, porque tenía que sentirme así por hacerte sufrir.

—Como un castigo —razonó Stephanie—. Me cuesta creer todo lo que has dicho, James. No por la forma en que te comportabas, sino porque no soy digna de un amor así. ¿Cómo un Rey podría amar a una esclava?

—La pregunta es: ¿cómo un ángel podría amar a este demonio?

—Porque no lo eres —susurró y con la valentía que le dio el amor elevó un poco sus pies para alcanzar los labios de James. Quería besarlo de nuevo y lo hizo.

Ella supo que jamás se cansaría de eso.

—Sé que no sé besar como Lizzy, pero aprenderé.

—Elizabeth no besa ni la mitad de bien que tú —señaló riendo—. Además me gusta la pureza, una vez te lo dije. Es bueno saber que soy el primero en besar tus labios y Dios sabe cuánto quisiera ser el único.

—Serás el único —aseguró—, aunque no podamos estar juntos, yo nunca amaré a nadie más que a ti.

Él volvió a sujetarla fuerte hacia él, su mirada se perdía en ella. Con su mano libre levantó la pequeña quijada de Stephanie, miraba aquellos ojos verdes que tanto amaba y lentamente volvió a besarla.

Ella respiraba aceleradamente a medida que él se acercaba, no podía hacer más que cerrar los ojos y esperar. ¡Cómo lo ansiaba!, sabía que de ahora en adelante sus besos serían tan necesarios como el aire para vivir.

El sol ya estaba saliendo, así que James llevó a Stephanie hasta la cama donde se sentaron. Pese a que momentos antes ella estaba agotada y había hecho bastante reprimiendo sus ganas de desmayarse, ahora se sentía tan feliz que cualquier malestar o agotamiento se había marchado, no podía creer que había estado abrazada a James, que él le había dicho que la amaba, y que todo este tiempo había sufrido por ella. Se quedaron recostados un rato, abrazados.

—¿Cuántas veces besaste a Lizzy? —preguntó rompiendo el tranquilo silencio.

—Eso te tiene loca —bromeó—. No muchas y nunca fui yo, siempre comenzó ella. La primera vez que nos besamos lo hice imaginándome que eras tú, y yo imagino que ella no me besaba a mi sino a Edgard. Fue raro, me sentí tan mal después, era como si te había traicionado, no quería ni verte. Ya después fueron formalismos, como tres veces creo.

—La misma cuenta que llevamos nosotros —exclamó un tanto triste.

—No, yo te bese mucho antes, no de la misma forma que hoy, pero sí te besé. Me aproveché de que estabas delirando, pero lo hice.

—¿Entonces no fue un sueño? —Sonrió.

—Claro que no. No iba a dejar a la mujer que amo dormir en el suelo mientras estaba enferma. Solo cuando vi que ibas a despertar te puse ahí para desorientarte.

—¿Desde cuándo comenzaste a sentir algo por mí? —preguntó un tanto tímida, era tan extraño que James sintiera algo por ella. Parecía un pecado pensarlo en voz alta.

—Al principio —confesó un tanto tímido—, fui muy superficial, y me gustaste cuando te vi en el jardín de los Conrad. Eras la única que vestía diferente y eras, eres realmente hermosa. Quizás fue lo sencilla que eres; noté que no eras altiva o vanidosa, te veías dulce e inocente, pregunté quien eras, entonces supe que eras una sirvienta, desde ahí te odie. —Lo expresó de una forma que hizo reír a Stephanie.

—No fue mi culpa ser una sirvienta. Aunque hace poco cuando pasé por mi antigua casa, tuve rabia con mi padre por haber dejado a mi mamá y a mí en esa situación; por sus malos tratos, por sus estafas nos quitaron todo, hasta lo que pertenecía a mi madre. De no haber sido así, ahora no tendría que estar pensando en: tienes que irte para que el hombre que amas pueda hacer su vida.

Nuevamente comenzó a sentirse triste y es que James tenía razón ella debía desaparecer de su vida para que él pudiera rehacer la suya.

—¿Qué dijiste de tu padre? —James no asimilaba lo que Stephanie le dijo—. ¿Qué fue eso de sus malos tratos y estafas? ¿Cuál era tu antigua casa?

—Yo crecí en la casa que se ve desde el río. Donde está el árbol era parte de nuestra propiedad, teníamos otras casas claro, en Bath, en Castle, en Liverpool.

—¿Tenías varias casas? ¿Cómo? ¿No siempre fuiste sirvienta?

—Claro que no. ¿No sabes mi historia? Siempre creí que lo sabías.

—¿Cuál historia?

—Me llamo Stephanie Marie Middleton Van Laar, mi padre se llamaba Joseph Middleton. Él era dueño de medio Liverpool, y la familia de mi madre se caracterizó por criar a los mejores caballos pura sangre. Teníamos una buena vida. Una grandiosa vida, con sirvientes, jamás esclavos, mi padre no apoyaba la esclavitud. La familia de Lizzy y la mía eran amigos, por eso nos conocemos desde pequeñas. Un día mi padre viajó a Escocia, por problemas en una hacienda, era habitual que se la pasara viajando de un lado a otro, pero no volvió de ese viaje. En una tormenta su caballo perdió el control y él murió. —Era difícil recordar.

¿Cómo olvidar a los sirvientes dándole angustiados la noticia a su madre? Los gritos desgarradores de ella, el llanto incontrolable, el negarse a usar un vestido negro porque ella no podía admitir que su padre había muerto.

Recordaba exacto esa primera noche cuando con su vestido negro y una pintura de su padre en brazos se quedó llorando en un rincón del salón. Ese día supo que no volvería a sonreír como antes, fue peor cuando por fin el cuerpo de él llegó, todo cobró realidad, y ella pudo meterse en el ataúd con él y ser enterrada, porque es lo que deseaba.

—Luego de su entierro las cosas empeoraron —continuó limpiándose las lágrimas—. Sus socios llegaron a casa reclamando el dinero que él les debía, de pronto teníamos al banco, incluso guardias asegurando que no fuéramos a escapar con algo que perteneciera a la fortuna de mi padre. Mi mamá no tenía nada porque fue hija única y al ser mujer la fortuna de su padre pasó fue a un primo lejano, ella estaba bien por estar casada con mi papá, pero cuando las deudas se presentaron ante nosotras, de la noche a la mañana nos quedamos sin nada, y sin ningún familiar que pudiera refugiarnos.

—Las despojaron de todo.

—Así es. Yo tenía doce años. Mi mamá conservaba su casa en Wiltshire, su primo lejano dejó esa pequeña casa a su nombre porque no le interesaba, fue nuestra salvación. Igual necesitábamos dinero para comer y vestirnos, Elizabeth estuvo conmigo todo ese tiempo, cuando todos nos dieron la espalda ella discutía con su madre para acompañarme en las noches, finalmente la convenció de dejarme estar con ella como su sirvienta. La señora Kenfrey me pagaba por ser la dama de compañía de Lizzy, ese dinero era enviado directamente a mi madre para su manutención. Y así me conociste.

—Yo... —James no tenía palabras—, siempre creí que eras una bastarda. Hija de alguien importante, porque tienes rasgos que no son típico de los plebeyos, pero bastarda al fin y al cabo.

—Ya ves que no. Nací en un matrimonio que se amaba mucho, pero la vida odia la felicidad.

—El destino es un ser tan perverso, que juega con nosotros para encontrar un poco de diversión —dijo poniéndose de pie, caminando hacia la ventana—. Pude haberte dejado ir y nunca haber conocido tú verdadera procedencia, nunca quise saber que era de tu vida, simplemente supuse cosas y por eso casi me caso con otra.

—De todas formas no veo cómo mi verdadera procedencia cambie en algo mi situación actual. No importa lo que fui, sino lo que soy, y ahora mismo soy una esclava enamorada de su amo y nada más.

—Pero sí hay, o quizás quiero creer que se puede hacer algo —exclamó desesperado, necesitaba una esperanza y ahora la tenía—. Al menos lo que me contaste me da la esperanza que nunca me permití tener.

—¿Qué esperanza tienes? —Stephanie preguntó aun sentada en la cama.

James observó cómo los rayos del sol iluminaban su cabello, cómo sus ojos verdes presentaban una areola naranja en sus bordes. Cómo aunque se veía un tanto agotada y enferma, su fragilidad la hacía parecer más angelical. Sabía que la amaba y el saber que ella también lo hacía lo llenaba de felicidad, pero su parte sensata volvió a hablar, esta vez no le decía que se alejara, aunque indirectamente lo estaba haciendo, pues lo que le imploraba que dijera era equivalente a alejarla para siempre de él. Y aunque sabía que era doloroso, también sabía que no podía ocultarlo. La observó un rato más.

—Creo que si me cortaran en pedacitos estando vivo, no sentiría tanto dolor como el que he sentido estos años por amarte —exhaló acercándose a ella. Tocó sus cabellos y se hincó frente a ella para que sus rostros quedaran a la misma altura.

—Nunca habría querido que sufrieras hasta ese punto así por mí —respondió en un susurro.

Estaba segura que no importaría cuantas veces James la acariciara o la besara, siempre se sentiría así: ansiosa y nerviosa. Siempre su piel se erizaría, su cuerpo sentiría escalofríos, le quemarían aquellas partes en las que sus pieles chocarían. Era como sentirse hermosamente enferma, si es que eso tenía sentido.

—La cosa es que tú sufriste más por mi culpa y eso nunca me lo perdonaré.

Tomó su rostro entre sus manos y la besó, unas lágrimas se resbalaron por sus mejillas y es que quizás fuera el último que podría tener. Quería guardar ese recuerdo en su mente por siempre.

—Siento que te estas despidiendo. —Se alejó un poco para escudriñar en sus ojos—. Sé que llegará la hora de despedirnos, pero por favor que no sea hoy, he de vivir alejada de ti por lo que me queda de vida, y pido a Dios que no la haga muy larga. Aunque sea tengamos un día. Un día para ser felices, para recordar y añorar, podré agotar cada uno de esos minutos y así vivir o subsistir. —Le habló con autoridad, todo estos meses había estado expuesta a lo que él decidiera, pero más que pedirle le estaba exigiendo un día para no pensar en el futuro, un día donde creyeran que eran libres de amarse, tan solo un día.

—No te apresures a decir que me amas, hasta que conozcas todos los detalles. Incluso antes de besarte después de confesarte mi amor debí haberte dicho todo lo monstruoso que soy. —Hincado se cubrió la cara con las manos.

—Ya basta con lo de que eres un monstruo, te lo digo de todo corazón, no te odio ni por poco. Ni siquiera considero que hayas hecho cosas malas, todo lo entiendo, y por el contrario siempre a tu manera te portaste muy bien conmigo, nunca una esclava tuvo mejor amo. No soy un ángel y tú no eres un demonio, somos personas con errores y defectos, pero que amamos. Que nos amamos, para desgracia de nosotros.

Se sentía con fuerzas, no iba a dejar que James se sumiera en la culpa, una culpa que cómo él mismo decía lo estaba volviendo loco. Él tenía que ser un Rey, un soberano, ese era su destino y ella lo ayudaría, aunque para ello tuviera que dejarlo ir.

—Pero sé que me odiaras así como odias a tu padre por haber cambiado tu vida.

—No lo odio, a veces creo hacerlo, pero sé que no hizo nada porque quiso. Las cosas simplemente pasaron y él no tuvo la culpa.

—¿Pero si conscientemente hubiera estafado y luego hubiera provocado su muerte para dejarlas en la calle y la deshonra, no lo odiarías?

—Claro que sí —respondió de inmediato—. Si planeó todo eso en contra de su esposa y su hija, era porque nos odiaba, así que lo odiaría igual o hasta más, pero él no nos odiaba, me consta.

—La cosa es que lo odiarías de él haberte hecho daño deliberadamente.

—Sí, quizás sí. Te lo digo no soy una santa. —No sabía a donde estaba llevando esa conversación, incluso le parecía que desperdiciaban el tiempo.

—Yo tomé la carta —confesó rápido antes de arrepentirse, incluso cerró los ojos para no ver su cara.

—¡¿Qué?! —Stephanie no lo entendía—¿Qué carta? ¿De qué hablas? —Sin embargo inmediatamente una imagen vino a su mente, un prado, pasto húmedo, una sirvienta buscando, un caballo blanco, una carta—. ¡La carta! —gritó, sabía de qué se trataba.

—¿Ahora lo entiendes todo? Yo vi la carta en el pasto un tanto mojada y simplemente la guardé en mi bolsillo. Por mi cabeza pasó todo lo que podría pasar si esa carta no llegaba a Elizabeth o a su destinatario, vi todo tu futuro y aun así me la quede para mí.

—¿Por qué? —Stephanie no quería juzgarlo, solo tratar de entender.

—No lo sé, soy un sádico creo. Me encantaba verte nerviosa, triste, desesperada.

"Esto es raro" pensó Stephanie quien por instinto comenzó a alejarse un poco.

—Quizás lo hice porque Elizabeth te botaría y ya no te volvería a ver, y eso habría sido bueno para mi vida. O por el contrario podría darte trabajo de sirvienta en mi casa y fastidiarte y hacer de tu vida y la mía un infierno, pero a la vez divertirme con eso. La verdad es que no sé en realidad por qué lo hice, solo que la intención no era buena. Y por culpa de eso tú madre murió, te convertiste en esclava, y no quiero ni imaginar que otras cosas pasaste. Yo soy el causante de todos tus males y lo hice a sabiendas, lo hice porque me dio la gana. ¿Cómo podrías amar a alguien así?

Stephanie se quedó callada, eran muchas las cosas en las que pensar, pero por sobre todo estaba a unos pocos metros de ella un James consternado, atormentado y realmente arrepentido.

—No me importa ser una esclava, ni haber recorrido toda Inglaterra con una caravana de gitanos, haber sido casi ultrajada por un viejo y gordo capataz, ser odiada en tu palacio de Irlanda u haber sido casi ultrajada por tu padre. Creo que esas cosas puedo soportarlas, pero siempre me arrepentiré por lo de mi madre. Murió sola por la desesperación y tan solo imaginarme todo lo que sufrió, todo aquello en lo que en su soledad pensó antes de morir, me destroza y quizás nunca deje de tener pesadillas con eso. No pude despedirme, no pude darle un último abrazo, quizás aún estaría aquí conmigo.

No pudo evitar que los recuerdos de su madre la hicieran llorar. James sabía que no podía acercarse a consolarla, ya que el mismo se consideraba el asesino de su madre.

—Pero no puedo odiarte por haberte quedado con esa mugre y maldita carta —continuó—. Tú te la quedaste, pero fue Elizabeth quien me botó de su casa, así que ella tendría más culpa que tú por haber actuado así cuando me conocía tan bien. Aunque... tú me retrasaste ese día en la hacienda, ¿sabías que había un horroroso capataz que quería abusar de mí y deliberadamente me retrasaste para que ese hombre me encontrara sola y cometiera su asqueroso acto? —Podía pasar lo de la carta, pero no lo otro.

—Claro que no —respondió inmediatamente—. Incluso hasta ahora no sabía lo de aquel hombre, no lo sabía, nunca lo habría hecho. Ese día tuve celos de tu relación con Steve, de cómo se hablaban de forma tan familiar, cómo reías con él, así que solo quise un poco de tu compañía aunque fuera de esa forma. Juro que lo que digo es cierto.

—Te creo, porque si no serías un monstruo, y por más que lo pienses no eres así. ¿Hay algo más que deba saber? ¿Mataste a alguien alguna vez? ¿Violaste a alguna mujer? ¿Tuviste, algo más con Lizzy?

—¿Eso último sería tan grave? —preguntó en tono temeroso.

—¡Tuviste aquello con ella! —Stephanie se lanzó a darle manotazos —¿Y así dices que me amas?

—Es mentira, solo quería ver cómo reaccionabas. Claro que no hubo nada así entre ambos. Y tampoco he matado ni violado a nadie.

—De ser así, entonces aún te amo. —Se lanzó sobre él para darle un beso, era extraño pero algo que no había hecho nunca, ahora le parecía tan normal. Ese respeto o miedo que sentía por James se había ido, lo amaba y ya no temía tocarlo—. ¿Tendremos nuestro día eterno?

—Sí, ¡quisiera que este día fuera eterno! —esbozó mirando el reluciente sol—. Tengamos un día sin diferencias sociales.

—Un día de novios.

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Nota: Es una contradicción que la canción de Stephanie la canten dos hombres y la de James la conseguí en versión femenina jajajaja, pero ustedes solo enfoquense en la letra XD 

Creo que queda claro que la historia continúa. Pero por si acaso agrego esto... 

Continuará... 

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