Capítulo 27. Rechazo

            Si antes Stephanie no podía dormir pensando en James y su proposición de matrimonio, ahora le era más imposible ante la tormenta que sin previo aviso se había desatado.

Eran pasadas las diez de la noche, la tempestad era tanta que algunos árboles habían sido arrancados de raíz. Los rayos y truenos hacían más atemorizante la noche. Stephanie estaba asustada, James no llegaba, lo normal sería que él se quedara en casa de su futura familia política, pero igual algo en su corazón no la dejaba estar tranquila. La preocupación aumentó con la llegada de un agitado cochero.

—¡Dios, santo! ¿Qué ocurrió? —exclamó la cocinera con un paño en mano para secar al cochero que no podía hablar de lo helado que se encontraba.

—El río creció. Las calles son un desastre, un árbol cayó encima del coche, casi no la cuento. Intenté desatar a los caballos pero más y más árboles comenzaron a caer, tuve que correr por mi vida. Pensé que moriría.

—¿Y el amo? —gritó Stephanie con el corazón en la boca. ¿En dónde estaba James?

—¿No ha llegado?

Stephanie tomó asiento en una de las sillas de la cocina, porque sentía que se desmayaría.

—Su alteza vino antes. Esperé fuera de la casa hasta que la señora se dio cuenta de mi presencia y me dijo que su alteza ya se había marchado por la puerta del jardín trasero. Cuando me lo dijo empezó a llover, así que me apresuré para encontrarlo en el camino, entonces pasó lo que pasó.

—¡Tenemos que salir a buscarlo! —exclamó Stephanie retomando las fuerzas.

—Niña, ¿no ves cómo está todo? Sería imposible encontrarlo en un clima así —comentó el mayordomo.

—Con más razón no podemos dejarlo por allí con esta lluvia. Le tuvo que haber pasado algo, por eso no ha llegado.

—Es suicida salir así, yo casi no llego —refutó el cochero—. Hay que esperar a que pase un poco esta tormenta. Nos moriremos todos por nada si salimos ahorita.

—Moriremos por la vida del futuro Rey —dijo Stephanie con determinación—. ¿Lo dejarán morir?

¿Acaso todos habían olvidado lo importante que era James?

El mayordomo asintió y comenzó a dar órdenes. Varios guardias salieron en sus caballos, pero ella no podía quedarse sentada a esperar noticias. Fue a las caballerizas y aunque la castigaran por ello, tomó el caballo de James, lo conocía muy bien. Oró, pidiendo que James estuviera bien, y que Dios la ayudara a encontrarlo.

Stephanie odiaba a los caballos y más en días lluviosos como ese. Su padre había muerto en un día así, pero tenía que vencer sus miedos en nombre del amor que creía tener.

Subió al caballo y emprendió el viaje.

La lluvia era tanta que no podía abrir bien los ojos, sentía que el agua se le metía por la nariz, los oídos y la boca. Al principio solo cabalgó siguiendo el camino, sin saber dónde buscar. ¿Por qué James iba a salir a hurtadillas por la puerta trasera? ¿Qué había pasado?

Llegó hasta el pueblo donde no había ni un alma, nadie se atrevía a salir con semejante clima. Los guardias ya hacían su trabajo, buscando entre las tabernas y casas de mala vida; ella no tenía nada qué hacer allí.

Algo la impulsó a ir hacia el bosque. El camino a medida que avanzaba se hacía más y más difícil de transitar. Las patas del caballo se hundían en el fango, y las ramas golpeaban el rostro de Stephanie. Tuvo que obligarse a dejar de pensar en lo peligroso que era todo, sacudió la cabeza ante la imagen del cuerpo de su padre en el ataúd. "Eso no te pasará a ti".

Llegó hasta el río que no quería ver, la colina a la cuál jamás volvería a subir, pero allí no había nadie, tampoco en el árbol. Stephanie cabalgó un poco más, la tormenta había disminuido su intensidad, al menos ahora podía respirar sin ahogarse y la brisa ya no era tan potente. Estaba desolada, imaginando lo peor, intentando no perder las esperanzas. Tal vez James ya se encontraba en el palacio, y una fuerte reprimenda la esperaba por haber tomado el corcel de su amo. Sin embargo, de camino divisó a lo lejos un acantilado y una silueta sentada al borde de este.

James estaba allí, entre la tierra y la nada, dejando que la lluvia lo empapara sin inmutarse. Estaba tan quieto que Stephanie sabía que no estaba muerto solo porque se mantenía sentado. Cabalgó hasta él, el sonido de los cascos del caballo debió alertarlo, pero no fue así. Ella se bajó del caballo y acercó, no le hizo falta ver su rostro o escuchar sus sollozos para darse cuenta que James estaba llorando.

—Amo —llamó despacio.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sin revirar a verla.

—Estaba preocupada por usted.

—No tenías por qué estarlo.

—El cochero nos dijo que usted salió antes de la casa y él no se dio cuenta. La tormenta era implacable y no sabíamos dónde podría estar —explicó preocupada.

—Estoy bien, ahora vete.

—¿Se quedará aquí? Se enfermará, amo. Está todo mojado, hace mucho frío. Mejor vamos al palacio.

—Tú estás empapada. —Él no la miraba pero podía adivinarlo—. Tú te enfermarás, devuélvete —ordenó.

—Soy bastante fuerte —argumentó.

—No que yo lo recuerde. Déjame solo.

Él podría echarla muchas veces, más ella no se iría. Se sentó tras James, él dándole la espalda, ella observándolo desde allí. James no volteaba, pero sabía que Stephanie estaba allí. La lluvia había dejado de caer.

—Me dijo que no —explicó levantando la voz, como si hubiera mucha distancia entre ambos.

Stephanie se lo había temido, desde que tomó el caballo estuvo dándole vueltas al por qué James se había escapado, la opción más certera es que Elizabeth lo había rechazado, aunque aquello era incomprensible para Stephanie.

—Está enamorada de Edgard.

Aquel nombre no le sonaba a Stephanie, no era ninguno de los caballeros a los que ella les escribió cartas. Comenzó a hacer memoria y un solo Edgard le vino a la mente.

—¿Edgard Conrad? —preguntó dudosa y es que aquello era imposible. Elizabeth detestaba hasta saludar a Edgard Conrad. Lizzy más de una vez había dicho que Edgard era el tonto con dinero más patético que conociera. Odiaba la forma en la que siempre estaba buscando "migajas de amistad". No, no podía ser Edgard Conrad.

—Sí, él.

Stephanie necesitaba a alguien que le cerrara la boca, de todas las cosas que pudo imaginarse, jamás, jamás habría pensado que Elizabeth se enamoraría de Edgard Conrad.

"Era él el caballero que la tenía confundida. Lo que nunca soñó pero ahora deseaba".

—¿No es raro? —cuestionó James—. Nunca lo habría pensado. O tal vez sí, el día del juego de Polo hubo algo raro, pero... ella sabe actuar muy bien —concluyó.

La parte egoísta de Stephanie podía celebrar que el matrimonio no se llevaría a cabo, pero la que amaba a James se sentía lacerada por el sufrimiento que notaba en él.

—Amo, sé que es difícil. Sin embargo, no pierda la fe en el amor, no por esto. —Decir las palabras adecuadas era difícil, pero ella debía decir algo, no podía dejarlo a la deriva—. Sé que la vida no ha sido justa con usted en el amor, pero encontrará a una joven que lo ame como a nadie, que piense en usted a cada instante, que haga de su existencia su razón de vida. Que sea feliz cuando usted sonría, y lloré con su tristeza. Y que sea de su misma posición social, claro —aclaró, más para ella misma que para él—. Un día recordará esto y se reirá; sabrá que lo que pensó era amor, no lo era, porque su amor lo tendrá ella, la mujer ideal, esa que no ha aparecido pero aparecerá.

—Dices tantas tonterías, esclava. Casi me duermo y caigo por el precipicio ante tu empalagoso discurso.

—Hablando de precipicio, aléjese de allí —sugirió.

—No voy a matarme por Elizabeth. Incluso ni la odio, fue sincera, honesta y en realidad me sorprendió. Le agradezco que admitiera a quien iban dirigidos sus sentimientos. Ahora le tengo hasta aprecio. Fue capaz de ir en contra de lo que se esperaba de ella, y elegir luchar por su verdadero amor. Se casará con Edgard y no tendrá la boda de ensueño, será repudiada por su familia, pero será lo feliz que en realidad hasta ahora no ha sido.

Por fin James se levantó y le dio la cara a Stephanie. Ella se puso de pie de inmediato, él podía disimular todo lo que quisiera pero sus ojos rojos lo delataban.

—Me dijo que una de las cosas que le dificultó durante todo el día tomar una decisión, fuiste tú.

—¡¿Yo?!

Que Stephanie recordara su consejo para Lizzy fue que se dejara llevar por su corazón.

—Sí, analizó que casándose conmigo tú volverías a su vida. Apeló a mi buen corazón para que la ayudara a tener a las dos personas que más ama a su lado.

—¿Apeló a su corazón? No entiendo.

—Tú serás su regalo de bodas.

Los oídos de Stephanie se sellaron ante esas palabras. ¿Ella sería, qué?

—Mañana temprano te irás con ella, volverás con tu amiga, tendrás el futuro que esperabas tener. Vamos al palacio.

James la rodeó y tomó las riendas del caballo, lo acarició esperando que Stephanie llegara para ayudarla a subir a él. Le preguntaría cómo es que había vencido su miedo.

Ella en cambio se sentía fuera de sí. James no se casaría, pero ella se iría. Ella no lo vería nunca más y eso la estaba matando.

—Amo no puede simplemente regalarme —protestó. Tenía que luchar para quedarse y lo haría.

—¿Por qué no? Soy tu amo, hago lo que sea contigo. —Estaba volviendo a ser el James despreciable del principio. Stephanie supo que quería hacerle sentir miedo, él estaba molesto por el rechazo de Lizzy, y ahora que no la tendría a ella claro que no aguantaría a la esclava. Aun sabiendo eso Stephanie no quería irse.

—No quiero ir con ella, sé que no importa...

—Eres tan extraña —interrumpió—, ya me cansé de querer entenderte. Elizabeth es tu amiga, tu hermana —comentó de forma burlona—, se quieren con todo el corazón. Tu futuro perfecto era criando a sus hijos, entonces... ¿Qué ocurre? ¡Estoy siendo tan generoso que te devuelvo ese futuro que perdiste!

—Ese futuro ya se había desvanecido, me acostumbré a uno completamente distinto. No lo cambie ahora, no me obligue a cambiarlo de nuevo —rogó. Estaba tan mal que estaba dispuesta a rogar, a arrodillarse ante ese príncipe que no mostraba el más mínimo sentimiento hacia ella—. Por favor, regálele una tetera u otra cosa, pero no me aleje de aquí.

James parecía inmutable, ella debía desistir, admitir que lo había perdido, que en realidad nunca lo había tenido, pero su tonto corazón flexionó sus rodillas como última opción. Admitiendo que no tenía dignidad se arrodilló ante los pies de James. Si debía humillarse para no morir por dentro, entonces lo haría.

—¿Qué haces? —Todo el tono despectivo se había desvanecido. Se agachó intentando levantar a Stephanie, pero ella no quería hacerlo—. Levántate —pidió casi suplicando. Stephanie lloraba y lloraba, y él no podía sentirse peor—. No me hagas quedar como un monstruo. Ya bastante mal me siento. Entiéndeme, creo que estoy haciendo un bien, estoy actuando de forma bondadosa y resulta que tú me ves como un monstruo.

—No quiero irme.

—¿Por qué? —preguntó mirándola a los ojos ahora que había logrado levantarla.

"Porque estoy enamorada de usted, porque lo amo y alejarme es sacarme el corazón y cortarlo en mil pedazos".

No podía decir eso, así que lloró, y James dejó de exigir una respuesta.

—Con ella estarás más que feliz, vivirás todos tus días como esta mañana en aquel árbol.

—Ella no es mala, pero...

—Pero nada, está decidido. Siempre que te vea a ti me acordaré de ella, para dejarla ir debo dejarte ir a ti. Pronto seré rey entonces no tendrás cabida en mi vida. De quedarte, solo serás la esclava del palacio, tal vez la esclava de mi padre. Te dije que tomaría decisiones basadas en tu beneficio, y es este. Te estoy dando un futuro y libertad, porque Elizabeth no te tendrá como una esclava. Has caído en la locura por armar todo este teatro, en vez de llorar de alegría y agradecerme.

El único argumento que respalda a Stephanie era su amor, pero no podía usarlo.

—No quiero más discusiones sobre el asunto. Llegaremos al palacio, recogerás tus cosas y mañana al amanecer el cochero te llevará con Elizabeth, ¿entendido?

El cuerpo de Stephanie actuó por sí solo cuando asintió y se subió al caballo. Ella iba tras James, incluso lo estaba tomando por la cintura, pero nada de eso importaba, en su mente solo persistía la horrible verdad de que al amanecer dejaría esa vida atrás.

Llegaron al palacio y ella quería decir tantas cosas pero todas debía tragárselas. El mayordomo y parte de los guardias corrieron a su encuentro, envolviendo a James en frazadas cálidas.

—Recoge tus cosas o mañana temprano te irás con ellas o sin ellas —dijo mientras caminaba escaleras arriba hacia su habitación.

—Amo, ¿le preparo su ropa? —preguntó en voz baja.

—¡No! Alguna sirvienta lo hará.

James adelantó el paso y ella tomó las escaleras que la llevarían a la otra torre donde estaba su habitación. Corrió cuando supo que ya nadie la vería. Una vez cerró la puerta cayó en el frío piso, ahogando los gritos de dolor que su cuerpo quería desechar. Si había sobrevivido al dolor de la muerte de sus padres, sobreviviría a esto, pero en ese momento sabía que el dolor, aunque diferente, igual la marcaba y mataba lentamente.

"¿Por qué lloras por ese idiota? Siempre supiste que te tenía solo para acercase a Elizabeth. Ahora eres una basura que hay que desechar. Todo habría estado bien si él no hubiera cambiado, si él no hubiera sido amable, si él... Tal vez él no cambió, solo que yo lo idealicé, quise creer en su buen corazón y me formé toda esta historia. Es simple, me enamoré. Me enamoré como una tonta, tanto que si mañana me dice que me quedo, pero debo dormir con las bestias, lo aceptaré, seré feliz, incluso le agradeceré, porque a eso he caído. Algo tan venenoso no puede ser amor. Levántate, empaca tus cosas y con ellas llévate un poco de dignidad".

Como su conciencia le dictaminó, con las pocas fuerzas que tenía, comenzó a guardar sus pocos objetos personales. Unos cuántos vestidos, los regalos de su cumpleaños, el collar de Steve, las hojas de sus escritos. En un pequeño saco se resumía su vida.

Se debatió entre si debía dejar el saco que James le dio aquella vez que se enfermó, pero aunque él fuera el rey de los cavernícolas, necesitaba recordarlo. Con lágrimas en los ojos y sollozando, dobló el saco y lo introdujo en la bolsa.

Haciendo memoria había pasado tan poco desde que cayó en las manos de James como su esclava, hasta este momento de despedida, pero la vida se transforma en ínfimos segundos, y un momento puede convertirse en toda una vida. No debía recordar ser la esclava de James con añoranza, pero aunque él era el rey de los idiotas y despiadados, tenía unos ojos azules que borraban todas sus características viles; poseía unos labios perfectos que disfrazaban cada ofensa; su voz podía ser la más afilada de las dagas, pero también transmitir la serenidad necesaria; sus manos aunque fuertes, eran suaves y poseía la habilidad de transmitir energía con un pequeño roce; era el hombre más prejuiciosos y odioso, pero esa era solo la máscara que se esforzaba por mostrar, por dentro era un niño solitario, inseguro y con tantos temores. James era el tonto al que debía odiar, pero al que no podría dejar de amar.

Ya tan solo faltaba una hora para que amaneciera. Stephanie se sentía tan enferma, de esas enfermedades que no se curan con medicina, de esos dolores que no parecen tener ningún origen localizable. No resistiría ver a James de nuevo, no podría aguantar el despedirlo, no era posible volver a verlo a los ojos sin decirle que lo amaba. Tenía que irse antes de que él despertara, ella conocía bien donde vivía Elizabeth, así que no tendría problemas en llegar allá.

Si bien no se despediría personalmente necesitaba decirle adiós. Le tomó dos horas terminar de escribir aquella carta, tuvo que cambiar muchas veces las hojas pues sus lágrimas caían manchándola. No podía confesarle su amor, pero en cierta forma, en palabras escondidas, lo había hecho, no quería que él lo descubriera, pero una parte dentro de ella sí quería que así fuera.

Cuando guardó la carta en el sobre ya el canto del gallo indicaba que eran las cinco de la mañana. Aún estaba oscuro y una leve llovizna caía.

Entre el llanto se lavó la cara, tomó sus cosas y dándole una última mirada a la habitación salió.

Se dirigió a la habitación de James, deslizaría la carta por debajo de la puerta, temía que si la dejaba en su habitación los sirvientes la leyeran antes de entregársela a James, si es que llegaban a entregársela.

Llegó hasta allí, sabía que dentro estaría James durmiendo, tal vez podría entrar y observarlo solo unos segundos más antes de irse, pero aquello era una locura. Más y más lágrimas cayeron al saber que eso sería lo último que vería de él, una gran y hermosa puerta de madera. Respiró hondo y se arrodilló para con manos temblorosas meter la carta debajo de la puerta y darle un leve empujón. La carta desapareció y ya todo estaba hecho.

—Eso fue todo, príncipe idiota. Nunca más te veré. Gracias —susurró.

Tuvo la fuerza para ponerse de pie y virar para irse, pero la puerta se abrió.       

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