Capítulo 25. Deseos escondidos
"Duele saber que la felicidad puede existir pese a que te embargue la tristeza. Que los colores continuarán resplandeciendo aunque tu alma se sumerja en un claro oscuro universo. Deseas la felicidad, juras que su sonrisa bastará, que no importa tu oscuridad si del otro lado un arcoíris nace, subsiste y explota. Es mentira, porque duele, duele saber que sin ti todo puede continuar, que no eres necesaria para hacer brillar su mirada, que el sustento de su alegría no está en ti, que jamás necesitó de ti. Duele saber que alguna vez soñaste con ser el origen de la alegría, y que continúes esperando que sea así. Porque aunque todo continuó sin ti, aunque siempre se sostuvo así, quieres pertenecer allí, como aquella pieza que sobró pero que no importa, que alguna vez perteneció pero ya da igual. Y aun así sé que soy una pieza que no existe, jamás lo hizo, pero está y quiere ser. Quiero pertenecer aunque no pertenezca, quisiera hacer un agujero e introducirme allí a la fuerza, porque lo necesito. Necesito ser parte de ti, aunque no pueda".
Stephanie apartó la hoja y limpió sus lágrimas antes de respirar hondo y continuar. Esa mañana había despedido a un muy alegre James que iba a un partido de Polo. Él, su amo, estaba feliz y por ende ella también debería estarlo, pero no podía, por más que se repetía que era lo correcto y lo mejor, no podía dejar de sentirse miserable.
Su mejor amiga lo tendría todo, se casaría con un príncipe y volverían a estar juntas, pero eso ya no era importante. Stephanie no entendía en qué punto la felicidad de ella se antepuso a la ajena en su mente. Siempre pensó que deseando la felicidad del prójimo conseguiría su propia felicidad, pero eso fue hasta que la felicidad de su mejor amiga estaría sustentada en su propia miseria. Porque sin darse cuenta su corazón había soñado alto, dejó crecer un sentimiento que jamás debió nacer; una parte de ella quería creer que tenía el derecho a exigir, a soñar, pero otra parte sabía que era completamente irracional.
***
Ni James ni la mayoría de los caballeros del reino unido conocían muy bien en qué consistía el Polo, era un deporte que unos duques habían traído de Persia, así que James estaba emocionado por poder jugarlo por primera vez. Conocía un poco las reglas y esperaba tener un buen desenvolvimiento.
No le fue extraño visualizar a más de una dama en la estancia, tomando té, abanicándose, aunque no hacía precisamente calor, y claro, encontró a Elizabeth en una de las tantas mesas que rodeaba el gran patio, estaba hablando con un caballero en una situación que podía tomarse de escandalosa. El caballero estaba de espaldas a James, hincado hacia Elizabeth, como quién se cuenta confidencias. Con el ceño fruncido James se acercó con sigilo, esperando oír algo de la conversación, hasta que escuchó el nombre de aquel hombre.
—Edgard... creo que deberías buscar a tu equipo —sugirió Elizabeth desviando la mirada.
—Sé que...
—¡Su majestad! —gritó Elizabeth poniéndose de pie.
James asintió y terminó de acercarse topándose con la mirada de Edgard Conrad, una vez lo reconoció cambió su aptitud, claro que recordaba a Edgard y tenía buenos recuerdos de él.
—Su majestad que bueno verlo, ya estaba por pensar que se había arrepentido, y me dejaría plantada.
James no pasó por alto la sonrisa irónica de Edgard, ni el cómo se llevó las manos a la cabeza para alborotar su cabello, o ese suspiro que exhaló al final, como si buscara la compostura o serenidad dentro de él.
—Soy un caballero, jamás faltaría a mi palabra, a menos que la muerte me lo impida. Señor Conrad, un placer verlo de nuevo.
—Su majestad, no lo he visto como desde hace dos años, creo. Un honor contar con su compañía el día de hoy —dijo con una reverencia.
—Sabes que somos amigos Edgard.
James lo estrechó en un fuerte abrazo que Edgard correspondió con entusiasmo.
—Llevo una temporada en Londres y no habíamos coincidido —comentó James.
—No estaba aquí, acabé de llegar ayer en la noche. Es que no podía perderme esta exhibición. ¿A jugado Polo antes?
—No, es mi primera vez.
—Creo que la de todos. El Conde Hartopp no ha dejado de hablar de las maravillas de este deporte, creo que nos ha enamorado a todos antes de si quiera saber en qué consiste.
—Tiene caballos, ¿podría haber algo mejor?
Ambos sonrieron, en ese instante actuaban como los adultos prematuros que eran.
—Creo que el señor Conrad iba a ponerse su vestuario —sugirió Elizabeth llamando la atención de James.
—Claro, yo estaba poniéndome al corriente con la señorita Kenfrey, pero no los interrumpo más.
—Al contrario yo los interrumpí a ustedes.
—¡No! —exclamó Elizabeth algo azorada—. El señor Conrad y yo hablábamos cosas sin importancias. Algunas noticias que trajo de Prusia, sabe que me gusta cotillear.
—Sí, yo... deleitaba a la señorita de chismes del otro reino. Así soy yo —declaró con un tono amargo en su voz—. Nos vemos en el juego su majestad.
Aunque lo propio habría sido despedirse de Elizabeth, Edgard se fue sin mirarla. James se fijó en la expresión de Lizzy, queriendo determinar qué ocurría entre esos dos, pero ella parecía ajena a todo, de inmediato comenzó a hablar de lo injusto que era que las mujeres no pudieran unirse al partido, dejando el anterior asunto por culminado.
El conde Hartopp era un hombre en sus sesenta y tantos, que amaba viajar. Solía ser muy agradable, siempre entreteniendo a sus invitados. Estaba allí hablando con gran entusiasmo del Polo, lo que consistía, y de lo inmensamente feliz que era por contar con la presencia del hijo de la princesa Victoria.
James se sintió mal por haber sido asignado al mejor equipo solo por ser de la realeza, pero a su vez sabía que ganarían y le encantaba ganar. Edgard jugaría en el otro equipo, ambos se dieron las manos deseándose un buen juego y comenzaron.
Las damas apoyaban a uno y otro equipo. Elizabeth no escatimó en apoyar al equipo de James, aunque se cohibía cada que una mirada en particular se fijaba en ella.
***
Ya era entrada la tarde cuando Stephanie escuchó a un carruaje acercándose a la entrada. Sin pensarlo salió corriendo a su encuentro, estaba segura que James había vuelto. Disminuyó la velocidad de sus pasos al darse cuenta que su actitud era incorrecta, ella no tenía que salir con tanta euforia a recibir a su amo. Sin embargo, con un paso tranquilo terminó de llegar a la entrada para recibirlo. No se trataba del mismo carruaje, ya ella estaba por darse la vuelta y alejarse de allí cuando una voz conocida la llamó.
—¡Stephanie!
Reviró de inmediato corroborando sus sospechas. Era él, era el Duque Yorks. El mismo que por mucho tiempo fue dueño de sus suspiros.
Se sintió tan feliz de verlo de nuevo que bajó las escaleras corriendo, solo a unos cuántos centímetros de distancia se cuestionó lo que estaba haciendo, ¿acaso iba a abrazarlo? Se detuvo en seco, aunque por la velocidad casi perdió el equilibrio, habría caído de no ser por Steve quién la sujetó.
—Estoy tan feliz de verte, Stephanie.
Steve si no escatimó en envolverla en un fuerte y cariñoso abrazo. Ella no supo cómo actuar, solo sonrió. Se había olvidado de lo mucho que le agradaba Steve, y lo mucho que en realidad extrañaba las conversaciones que tenían.
—Yo también me alegro de verlo, Duque Yorks —dijo alejándose un poco.
—Te he dicho mil veces que me llames por mi nombre. ¿Se encuentra James?
—No. El amo salió a un partido de Polo.
—¡Amo! Voy a matarlo —susurró presionando los puños.
—¡¿Qué?!
—Nada, yo... voy a esperarlo.
—Pase para que lo espere dentro.
—¡No! Me gusta aquí, necesito de aire fresco. ¡Ven! Siéntate acá.
Steve señaló las escaleras y ella lo siguió, aunque algo cohibida por la mirada del cochero, el mayordomo y el resto de la servidumbre que merodeaba en la entrada.
—Con que James jugará Polo. Jamás lo he jugado, aunque últimamente he escuchado de eso. Es raro, James no es precisamente un deportista entusiasta.
—Sí que estaba entusiasmado —comentó—. Tal vez porque la señorita Kenfrey lo invitó.
—¡¿Está allí con Elizabeth?!
Stephanie asintió temiendo haber cometido alguna indiscreción. Steve por su parte no salía de la conmoción.
—¿Hay algo entre Elizabeth y él? Es que me parece sorprendente, él parecía aborrecerla y mucho.
—No creo que debería decirle cosas personales del amo. Pero... él disfruta su compañía. Tal vez se casen. Olvide que dije eso. —Se apresuró a rectificar.
—¿James y Elizabeth, casados? Siento que estoy en un extraño sueño. ¿Aquello no puede ser posible?
—Bueno... si lo analiza bien, ellos se parecen mucho.
—Sí, ambos son vanidosos, prejuiciosos, de corazones nefastos.
—¿Acaso siente celos por la señorita Kenfrey?
—¡No! ¡Jamás! Creí que quedó claro que si le escribía a Elizabeth era por ti, no por ella.
Stephanie se sonrojó, de pronto la forma fija en la que la miraba se le hizo incómoda.
—¿Vino con su esposa a Londres? —Sabía que era un tema delicado, pero tenía que sacarlo a colación. Él era un hombre casado, debía recordárselo, debía recordarlo ella.
—No, ella está en casa —contestó. Su voz reflejaba la tristeza que le imponía ese tema—. Vine por asuntos de negocios. Estaré muy poco tiempo. Incluso ni siquiera tenía que pasar por Londres, pero hace unos días me encontré con Alberth, no pude ir a su boda por problemas de salud de... de... de mi esposa —susurró—, pero me lo encontré, está muy feliz, creo que es el hombre más feliz de la tierra. Me dijo que James sí fue a la boda y que tú eras su esclava, eso me sorprendió mucho.
Stephanie no sabía qué decir, debió suponer que Steve no sabría de su condición de esclava, James no habría encontrado ninguna razón para informarle, de todas formas ella no era importante.
—Cuando volví a la hacienda y no te encontré me asusté. Le había dado indicaciones a James de que te dejara trabajando en la casona. Pregunté por ti, investigué y finalmente una de las obreras contó lo que había ocurrido con el capataz. Él continuaba trabajando allí y ella temía por su vida.
—¡El desgraciado sigue vivo! —Stephanie se llevó las manos a la boca al darse cuenta que se le había escapado aquel pensamiento—. Disculpe, es que... hombres como él no deberían... Sé que no se le debe desear la muerte a nadie, pero...
—Entiendo, te entiendo perfectamente. Está encerrado y recibió su castigo. Supe que escapaste de él, y te busqué, di con la casa donde vivías, pero tu mamá había...
—Sí, ella murió. —Continuaba siendo doloroso admitirlo.
—Lo siento. Jamás imaginé que terminarías siendo la esclava de James. Él fue incapaz de decírmelo.
—¿Por qué le daría informes sobre una esclava?
—Él sabe que eres importante para mí, tú también lo sabes. No pudiste solo olvidarlo.
Él se acercaba cada vez más, lo que hizo inevitable que las manos de Stephanie comenzaran a temblar. No le gustaba el camino que estaba tomando aquella conversación.
—Usted está casado Duque. —Le recordó en voz baja.
—¡Steve! Soy Steve, y la última vez ya no se te hacía difícil llamarme así —reprochó—. Sí, estoy casado y no porque haya querido. Todos saben que me casé en contra de mi voluntad. Incluso tú lo sabes.
Steve bajó la mirada y Stephanie evitaba mirarlo, pero podía percibir su postura decaída. Él, su príncipe azul, estaba sufriendo.
—¿Ella es mala?
—No, no lo es —admitió.
—Si es poco agraciada, usted sabe que la belleza física no es lo importante.
—Tampoco es poco agraciada —comentó sonriendo, levantando la mirada de nuevo—. Mi familia dice que estoy loco para no amarla. Es solo que ella no es la adecuada. No puedes darle órdenes al corazón.
—¿Ella lo ama? —Stephanie no podía imaginar a una mujer que no amara a Steve, pero se acordaba que Elizabeth se contaba entre esas excepciones.
—No lo sé. Llevamos el mismo tiempo conociéndonos. Nos vimos como dos veces antes de casarnos. Yo trato de pasar el menor tiempo posible en casa, así que no creo que me ame, no tiene razones para hacerlo.
—Y así y todo el corazón no oye de razones. ¿Por qué no le da una oportunidad? Permítase conocerla. Tal vez y lo sorprenda. Al menos dele la oportunidad de ser su amiga, de apreciar sus cualidades, ya dijo una, que ella no es mala. No tuvieron tiempo para conocerse antes de la boda, pero tienen toda una vida para descubrir si el amor puede surgir.
—¿Cómo introduces a una persona en un corazón que ya tiene dueño?
—A veces nos aferramos a un sentimiento que ni siquiera sabemos si era cierto. Otras veces tan solo debemos esforzarnos por desecharlo porque no hay futuro en ello. Puedes elegir entre dos opciones Steve, o te aferras a lo anterior y eres miserable y amargado por el resto de tus días, o decides dejar el pasado atrás y aprovechar lo que te ofrece la vida en el presente, y entonces puede que llegues a ser feliz, de una forma que jamás esperaste, o siquiera deseaste, pero que necesitabas, aunque no lo sabías. ¿Sabe? Debo entrar a terminar mis labores, debería entrar también y esperar al amo en el salón, allí estará más cómodo.
Stephanie se puso de pie, debía escapar de esa situación, porque ver a Steve tan triste le dolía, podía ver su propia miseria reflejada en él. Las palabras que le había dicho a Steve iban dirigidas a ella misma. Ambos debían dejar aquellos sentimientos prohibidos atrás.
—¡Te amo! —exclamó Steve sujetándola de la mano.
Stephanie palideció, sus manos se helaron al igual que el resto de su cuerpo, pese a que el corazón comenzó a bombear sangre con mayor intensidad. ¿Cuántas veces había soñado con un momento así? ¿Cuántas se imaginó siendo amada? ¿En cuántas de todas esas veces él fue el protagonista? ¿Por qué ahora él no era el indicado? ¿Cuándo la proposición que tanto soñó se convirtió en una complicación?
—Te amo, y aunque es un sentimiento que tal vez nunca debió existir, nació y es lo que siento. Yo tan solo me enamoré de la pequeña de ojos verdes, grandes palabras y hermoso corazón. Me enamoré de tu sonrisa, pureza y dulzura. Sé que jamás encontraré a alguien que te supere.
—No diga eso —rogó. Lágrimas luchando por salir.
—Es la verdad. Y sí debo dejar este sentimiento atrás, y por ello tenía que confesarlo. Eres mi primer amor, tal vez el único. Nacimos para estar separados, pero la belleza de tu corazón penetró y se adueñó del mío. ¿Tengo que avergonzarme de ello?
Stephanie negó. Era cierto, ellos no tenían que avergonzarse de lo que nació con las mejores de las intenciones y la más grande de las satisfacciones en sus corazones. Nadie tenía el derecho de colocarle reglas al sentir, pero lo habían hecho. El amor ahora debía seguir ciertas reglas, pero no hay nadie más rebelde que él.
—Sé que debo olvidarte y por ello... —Steve con las manos temblando sacó un hermoso collar dentro de algún bolsillo de su chaqueta. Stephanie lo reconoció, no podía creer que él estuviera ofreciéndoselo—. Quiero que conserves esto.
—Yo... no, no podría —dijo retrocediendo.
Podía recordar claramente el momento en el que ese collar llegó a la casa de Elizabeth. Estaba acompañado de una carta que explicaba el origen del collar y la frase: para la dueña de mi corazón. Lizzy se sintió tan privilegiada que se lo mostró a todos, Stephanie más de una vez lo buscó a escondidas en el joyero de su amiga para tomarlo e imaginar que era de ella. Era un collar con un dije de corazón formado por un enorme rubí. Steve en su carta contó que perteneció a su abuela, un regalo que le había hecho su abuelo. Ella no podía aceptar tal joya.
—Esa vez lo dije. Dije que era para la dueña de mi corazón, pero tú se lo diste a Elizabeth.
—Iba dirigido a ella —comentó, le costaba decir palabra.
—No. La carta no tenía remitente, solo la envié a la casa de ella, esperaba que al leer entendieras, pero no fue así. Por fortuna Elizabeth tuvo la amabilidad de devolverlo una vez supo de mi compromiso. Mi abuela me dijo que se lo entregara a la dueña de mi corazón y esa eres tú.
—No...
—Lo eres. Puede que este amor no tenga un final feliz, que tenga que extinguirse a la fuerza, pero existió, aún existe dentro de mí y quiero recordarlo, y quiero que lo recuerdes. Déjame dejarte una parte de mí. Por favor cumple el último deseo de este moribundo, porque solo así podré enterrarte en mi corazón.
Steve depositó el collar en las manos de Stephanie y ella dudosa lo tomó. ¿Cómo podía negarse a esa mirada grisácea que por tanto tiempo revoloteó en su mente?
—Gracias —esbozó intentando que la voz no le fallara—. Gracias por haber sido esa luz en mi oscuridad, por haber alentado mis sueños y haberme brindado su amistad. Gracias por haberme visto por algo más que una sirvienta, por dejarme estar en su mente y sobretodo en su corazón. Jamás lo olvidaré —dijo mirándolo fijamente y sonriendo—. Se feliz Steve, nadie en el mundo lo merece más que tú. Yo seré feliz también. A veces creemos que el mundo se derrumba, pero aunque una parte caiga otras cientos se construyen. La felicidad no es solo un camino ni un específico momento. Ella está allí en diferentes aspectos y rostros, pero tienes que dejar que te encuentre. Promete que dejarás que te encuentre.
—Eres tan hermosa —susurró—. Aun en harapos eres hermosa.
Steve se acercó más y más, cuando Stephanie separó la mirada de sus ojos se dio cuenta de la cercanía en la que sus cuerpos se encontraban. La brisa era fría y agitaba los cabellos rebeldes de ambos, pero Stephanie sentía que todo su cuerpo ardía.
Él levantó su mano y tomó uno de los mechones de cabello de Stephanie que danzaban sobre su rostro, con delicadeza lo colocó tras su oreja, sin dejar de mirarla, reconociendo que tal vez sería la última vez que la viera, queriendo grabar en su mente todo: las diferentes tonalidades de sus ojos, el color rojo de sus labios, las pequeñas pecas, la forma en como su pecho subía agitado, esa pequeña boca semi abierta.
La mano de Steve bajó de su oreja a deslizarse por su mejilla, y comenzar un recorrido lento hacia sus labios. La mente de Stephanie era un caos. Pensó en por qué nadie se aparecía para interrumpirlos, en por qué no podía poner distancia, salir corriendo de allí.
Ella había soñado desde niña con su primer beso, más de una vez fantaseó con que este proviniera de Steve, pero ahora no estaba tan segura de ello. Sintió los dedos de Steve sobre sus labios y cerró los ojos con ímpetu, no podía seguir viendo las irises grises.
"¿De verdad este será tu primer beso?"
Era normal que una jovencita inexperta temblara ante la perspectiva de ser besada, pero el hombre ante ella, ese cuya respiración ya sentía, era un hombre casado, y así no fuera, ¿ella seguía sintiendo lo mismo por él? Antes de que sus labios fueran probados una imagen vino a ella, sus manos salieron de su trance y empujaron el cuerpo frente a ella. Abrió los ojos para dar una explicación, pero tan solo vio con horror al cuerpo de Steve siendo arrastrado unos metros lejos de ella.
***
Luego de haber ganado su primer partido de Polo, Elizabeth había sugerido dar un paseo por los alrededores. La finca en la que estaban era grande, así que pronto se perdieron en la inmensidad del patio.
—Felicitaciones por su victoria, su majestad, aunque... ¿nunca ha pensado si de verdad gana algo o lo dejan ganar?
—Me dejan ganar, de eso no hay duda. Excepto el señor Bromwich y el Duque Yorks, ellos jamás me dejarían ganar solo por el hecho de ser un príncipe.
—¿No es eso tedioso? ¿No saber jamás si se posee el talento?
—Lo es, no se imagina cuánto. Por ello necesito tanto de amigos, esas personas que no les importará mi posición para ser sinceros conmigo.
—En efecto todos necesitamos de buenas amistades, sin embargo, son tan difíciles de conseguir.
—Hay quienes no saben conservarlas.
Elizabeth se detuvo debajo de uno de los grandes robles, jugueteando con una flor, le era doloroso pensar en las amistades.
—Tendemos a extrañar lo que hemos perdido —dijo Elizabeth de pronto—. Yo... quedé muy sola luego de que perdí a mi mejor amiga por una tontería mía.
James fingió no saber de lo que estaba hablando.
—¿No se extrañó de no verme con aquella sirvienta que tanto detestaba?
—No suelo estar al pendiente de las sirvientas del reino.
—Claro.
—¿En serio la consideraba su mejor amiga?
—Sí. Sé que saldrá con todas sus sermones de las posiciones sociales, pero ella fue mi mejor amiga.
—¿Por qué ya no está a su lado?
—Yo fui una desgraciada, no hay palabras delicadas para describir lo que hice. Digamos que necesitaba desesperadamente un culpable que no fuera yo, y ella estaba allí. Si pudiera verla de nuevo y pedirle disculpas lo haría. No sé dónde pueda estar. Tampoco es como que me haya atrevido a buscarla. Soy de los peor, ¿cierto?
—Todos tenemos miedo a enfrentarnos a nuestros errores.
—¿Su majestad ha cometido algún error? ¿En serio?
—Todos lo hacemos, incluso yo.
—¿Sabe? Es bueno conocer esta nueva parte de usted —sonrió—. Hace calor, ¿no cree? Debería abrir un poco ese moño.
Elizabeth tomó la corbata en el cuello de James para deshacerla, ella estaba demasiado cerca, más de lo que los modales permitían. James percibió que ella quería continuar, miraba con fijeza sus labios; Elizabeth quería por fin saber cómo sabían los labios de un príncipe.
—No tengo calor, deberíamos volver con el resto o comenzaran a hablar —comunicó tomando distancia de Elizabeth.
—No me importa lo que digan de mi reputación.
—Pero a mí sí.
Lizzy no supo cómo interpretar aquello. O el príncipe se preocupaba por su propia reputación, o se preocupaba por la de ella. Tal vez no quería una futura esposa cuya moral fuera dudosa. ¿Acaso quería protegerla? Como fuera, sonrió y aceptó volver.
James lamentó que Edgard se hubiera ido tan pronto, antes de poder despedirse o arreglar algún encuentro.
El carruaje de Elizabeth por algún motivo que James sospechaba, no se encontraba por ningún lado. James le dejó su carruaje a Elizabeth y el optó por llegar a caballo al palacio.
Mucha de la conversación con la señorita Kenfrey revoloteó en su cabeza. Había notado sinceridad en la forma como Lizzy extrañaba a Stephanie. Si bien siempre creyó lo peor de la hija del Duque, lo cierto es que la amistad con la esclava era genuina. Supo que debía decirle la verdad, que él conocía muy bien el paradero de la sirvienta, pero creyó más conveniente darle la sorpresa.
Antes de ir al palacio pasó por la misma tienda donde había adquirido el vestido lila, en esta oportunidad compró uno más costoso y elaborado, un hermoso vestido azul oscuro.
No sabía cómo exactamente contarla a Stephanie que la llevaría a verse con su antigua ama, de seguro se pondría muy contenta, pero... ¿cómo reaccionaría Elizabeth? Esos pensamientos le consumieron el camino, hasta que entró al palacio y la más extraña de las situaciones se presentó ante él.
Steve, su amigo de toda la vida, estaba allí, pero Stephanie estaba frente a él. Los dos estaban demasiado cerca, él se estaba acercando y ella no hacía nada. Aceleró el galope del caballo y frenó solo cuando Steve ya estaba en el suelo luego de haber sido arrastrado por él, y los gritos de cierta esclava aumentaron la ira que sentía.
—Hola Steve. Disculpa, no te había visto —pronunció con sarcasmo, encontrándose ya al lado de su caballo.
Steve lo miró con rabia, yacía en el suelo y con sus ropas rasgadas.
—Hola príncipe —respondió sonriendo y poniéndose rápido de pie. Se acercó hasta James como quien quiere abrazar a un viejo amigo—. ¡Desgraciado!
El golpe acertó en la nariz de James quien estuvo a punto de perder el equilibrio.
Stephanie gritó y corrió hacia ellos. Mucha sangre brotaba de la nariz de James, empañando sus labios, ensuciando su ropa.
—¡Dios! —exclamó Stephanie, intentó acercarse a James pero él la empujó.
—¡Esclava entra al palacio! —ordenó a voz fuerte, sin alejar su mirada de Steve.
—Pero amo...
—¡Entra te dije! —gritó con más fuerza.
Él jamás le había gritado de esa forma, así que Stephanie se quedó helada.
—¡Obedece esclava!
Sintiéndose realmente humillada miró con pesar y tristeza a Steve. Esa podía ser la última vez que lo viera, y no había podido despedirse correctamente de él. Presionó el collar y dedicándole una última sonrisa corrió hacia el palacio.
Steve no dijo nada, siguió el camino de Stephanie y se mantuvo sereno. James lo seguía con la mirada esperando ver su reacción, pero Steve parecía esconder una sonrisa. James suspiró sabiendo que era un desgraciado, bajó la guardia, mirando como las gotas de su sangre caían al suelo, y entonces, cuando menos se lo esperó un nuevo golpe lo hizo caer.
—¿Cómo te atreves? ¡Podría matarte ahora mismo!
Era cierto. Steve quería arrancarle cada uno de los dientes y cortarle la lengua para que nunca jamás pudiera tratar así a la mujer que él amaba. Estaba dispuesto a golpearlo hasta desfigurarlo, pero James levantó las manos pidiendo tiempo.
—Tienes todo el derecho a querer matarme, pero no aquí, estamos expuestos —señaló las ventanas y a todos los sirvientes que discretamente disfrutaban del espectáculo.
Steve respiró hondo antes de aceptar y seguir a James hasta adentrarse en el bosque en la parte trasera del palacio.
—Haz lo que tengas que hacer —dijo James parándose a unos pocos metros de él, con sus manos detrás del cuerpo.
—¡Qué cínico! ¿Ahora eres un caballero, James? ¿Eres el hombre consciente de sus errores, dispuesto a pagar las consecuencias de sus actos? El príncipe que va a recibir el castigo sin defenderse. Eres tan honorable —exclamó con ironía—. ¡No hay peor alimaña que tú!
—Lo sé —susurró.
—¿Lo sabes? ¿En serio lo sabes? Te conté todo lo que sentía por ella, ¡todo! ¿Qué fue lo que hiciste luego? ¡La convertiste en tu esclava! La tienes aquí llamándote amo, tratándola peor que a un perro. ¿Te da satisfacción? ¿Sabes lo horrible que es que traten así a la persona que amas? —gritó y el odio, la ira se estaba escapando de sus ojos en forma de lágrimas—. Me dejaste vivir con la incertidumbre de no saber qué fue de ella. ¿Qué te hice para que me hicieras esto? ¿Cuándo me convertí en tu enemigo?
—No eres mi enemigo. Tampoco lo hice con la intención de hacerte daño —explicó, pero era difícil encontrar las palabras correctas—. Yo no encontraba la forma de decirte lo que ocurría. Sabía que no lo tomarías a bien, por cualquier lado yo quedaría como el peor ser humano sobre la faz de la tierra. ¡Y lo soy! ¡Maldita sea, sé que lo soy!
—No basta con que lo reconozcas. Quiero...
—Si lo que quieres es que te la venda no lo haré —interrumpió.
—¿Qué quieres con ella? —preguntó indagando. De pronto James había retomado su actitud defensiva, como si estuviera obsesionado con Stephanie—. ¿Por qué quieres retenerla a tu lado? Alberth me dijo que te rehúsas a dejarla libre. ¿Por qué? ¿La has hecho tu mujer? ¿Es eso?
—No.
—No. No te entiendo. ¡Eres un parásito James! Una escoria. Me traicionaste, y tu empeño de tenerla solo muestra tu sadismo.
—¡Sí! ¡Soy todo lo que dices y más! Todos los días me repito lo mal que estoy. —Sus ojos estaban enrojecidos, gritaba con tanto dolor que Steve calló—. No sabes las cosas que he hecho por ella. Mi padre me encerró y encadenó en una taberna para violarla; como pude, dislocándome el hombro y haciendo malabares me liberé y corrí a arremeter contra él. Día a día vivo en una tortura. He hecho cosas terribles y estoy dispuesto a hacer otras más. No sabes lo que estoy dispuesto a hacer por ello. Dejen de decirme lo psicópata y enfermo que estoy.
Sin poder aguantar más cayó de rodillas llorando como un niño pequeño, afincándose con sus manos en el pasto, escondiendo el rostro entre sus cabellos rizados. Steve solo podía observar el estremecimiento del cuerpo de James. Jamás lo había visto así.
—Perdóname Steve. Todo lo que he hecho de un tiempo para acá se me ha escapado de las manos. No sé ya qué es hacer el bien.
Aferró las manos en la tierra. Se había querido desahogar hace tanto y ahora solo quería poder drenar todo lo que tenía por dentro.
Steve sabía que debía odiarlo, pero no podía al verlo de esa forma. James debía estar sufriendo lo suficiente para estar en esa condición frente a él. Restregándose la cara se hincó frente a James, recordaba sus recientes palabras y una pregunta no lo dejaba en paz.
—¿Por qué has hecho y estás dispuesto a hacer otras cosas por ella?
James asomó su mirada entre los rizos dorados que le cubrían el rostro. Se miraron y no necesito palabras para entender. Steve sonrió a la nada porque aquello tenía que ser la más horrible jugarreta del destino. Se debatía entre odiarlo, comprenderlo o tenerle lástima por saber que un mismo futuro los uniría.
—¿Por qué vas a casarte con Elizabeth?
—Porque la amo —susurró, tan lento, tan amargo y trágico.
Steve supo que no podía odiarlo. Ambos eran desdichados.
—Qué bueno que tú sí vayas a casarte por amor, ¿no?
Ambos sonrieron. James se terminó de sentar en el suelo y Steve lo secundó acomodándose a su lado.
—Toda tu vida me deberás unas cuantas, James Prestwick. No sé qué tan dichosa será nuestra vida, pero cuando venía para acá tenía claro que debía decirle adiós a todo esto, a todos esos sueños que me atan a un deseo que simplemente jamás será. Supongo que debo encontrarle gusto a mi realidad y dejar de vivir de fantasías. Quizás a ti también te sirva hablar.
—No creo que sea una buena opción.
—Entonces déjalo ir. Siempre y cuando lo tengas cerca tu vida será un tormento.
Se quedaron un rato más tan solo mirando la verde vegetación, cada quién envuelto en sus propios tormentosos pensamientos. No había nada más que pudieran decir.
—Debo irme o me caerá la noche. Adiós James —dijo levantándose—. Tal vez algún día nos encontremos de nuevo.
—Espero encontrarte de nuevo. Sé feliz Steve.
—Lo seré. Lo seremos, sé feliz ahora James cuando llegues al trono tal vez no tengas mucho tiempo para serlo.
***
Stephanie esperaba la entrada de James, primero porque quería entender por qué se había ido a los golpes con Steve. Entendía que Steve quisiera matarlo, lo que no comprendía era que James lo hubiera arrastrado con su caballo primero. Segundo ahora que había salido de la conmoción estaba sumamente ofendida por la forma como James le había gritado, ¿dónde había quedado todo ese discurso de que era su amiga? ¿Era su amiga nada más para contarle la vida de Elizabeth?
Cuando James entró completamente sucio y lleno de sangre, no se asombró de que este la jalara por el brazo y casi la llevara a rastras hasta la habitación. Toda la servidumbre observaba con atención, pero ella ya estaba acostumbrada a las habladurías.
—¿Ahora qué hice? —cuestionó con tedio tratando de liberar su brazo. Ya se encontraban dentro de la habitación de James.
—¿Qué hiciste? ¡Ibas a dejar que Steve te besara! —gritó cerca de su rostro.
—¡Claro que no! —vociferó en respuesta.
"¿Él está molesto por eso?".
—Lo vi todo. Estabas muy dispuesta a ser besada, ¿qué clase de persona eres?
Liberó su brazo y se alejó de ella observándola como si sintiera asco. No era extraño que él la observara así, al menos antes siempre solía hacerlo, pero en ese momento Stephanie no se encontraba sentimentalmente preparada para soportarlo.
—¿Persona? ¿Qué clase de persona soy? Debo celebrar el día de hoy, amo —respondió indignada—. Según recuerdo no merezco recibir el adjetivo de persona, pues soy una esclava. Mi posición está por debajo de las bestias de cargas. Soy una esclava como bien a usted le encanta recordarlo. Me sorprende su escándalo ante mi comportamiento. ¿Qué puede esperar de una esclava?
—Creí que eras más que eso. Después de todo habrías estado muy feliz de ser la ramera de mi padre.
—Tiene razón. —Le dolía todas las palabras venenosas que él estaba escupiendo, pero tuvo la inteligencia de esconderlo—. Ya de una vez sería una ramera y viviría conforme a ello. Pero eso de ser una esclava que tiene que agachar la cabeza, seguir órdenes, ser sumisa, y a parte de todo eso mostrar dignidad... no lo sé amo, me parece imposible.
James la miraba con odio y ella con prepotencia. Si quería castigarla que lo hiciera, entonces al menos tendría más razones para matarlo en su corazón.
—En serio lo amas —susurró.
—¿Qué?
James no respondió, más ella no lo necesitó. Entendió a qué se refería y por alguna razón aquello le causó gracia, tanta que comenzó a carcajearse.
—¿Sabe amo? Crea lo que mejor le parezca creer. No importa que lo niegue o lo confirme, lo que usted diga o piense es ley. Si quiere creer que amo al Duque York, bien, lo amo.
—¡Eres una insolente! Debería... —James en un arrebato se había acercado a ella. ¿Acaso iba a pegarle? Stephanie no retrocedió.
—¿Debería qué? —gritó—. ¿Matarme, castigarme, pegarme? ¡Hágalo! Soy su esclava.
Lo enfrentó por unos segundos hasta que decidió irse de allí, no sabía por cuánto tiempo más podría mantener su fachada de valiente. Se dio la vuelta, pero James jaló su brazo y de un solo jalón cayó en la cama. No le dio tiempo de gritar, cuando se dio cuenta James estaba sobre ella, sujetando sus manos sobre la cabeza, el rostro de él demasiado cerca del suyo.
—Cómo eres mi esclava, y bajo tus propias palabras, puedo hacer lo que quiera contigo, no habrá ningún problema en que disfrute de tu cuerpo en este instante, ¿verdad?
Se miraron mutuamente, la ira irradiando de ambos.
—No encuentro falla alguna en su lógica. Mi madre me enseñó a que debo hacer muy bien el trabajo que se me encomiende. Así que seré muy complaciente, amo.
Estaba segura que aquello no era más que una jugada de James para verla llorar y rogar por su honor, ella no le daría el gusto.
—No te creo —articuló James con dificultad.
—Hablo en serio. Déjeme demostrárselo. Si deja mis manos en libertad sentirá cuan complaciente puedo llegar a ser.
Stephanie se desconocía así misma, tal vez las conversaciones con Violette le estaban afectando. Gracias a ella se había enterado de muchas cosas que desconocía.
—Hazlo.
James la soltó y Stephanie casi sufrió un colapso. Por unos segundos se mantuvo boqueando, sintiendo a James acomodarse a su lado. Él estaba acostado boca arriba esperando que ella actuara.
—¿Y bien? —preguntó con fastidio.
Stephanie tragó saliva antes de incorporarse y fingir su mejor sonrisa seductora.
"No te asuste, él no piensa hacer eso contigo; es solo una prueba. ¿Cómo llegamos a esto?".
Ella no iba a abrir sus piernas para subirse sobre James, claro que no haría eso. Solo se hincó a su lado y estiró su cuerpo para inclinarse un poco sobre él. Su trenza cayó acariciando el rostro de James, mientras ella con manos temblorosas tomó el primer botón de la camisa para desabotonarlo.
Liberó el primero, el segundo, el tercero, estaba comenzando a ver piel, y sabía que no podía continuar con esa lentitud y sin hablar.
—Amo, no entiendo por qué no hicimos esto antes. —Meterse en su personaje de Violette la ayudaría. Ya iba por mitad de camisa—. Hay personas que no creen que yo sea repugnante, su padre y el Duque Yorks no llegaron a tenerme asco, por algo debe ser, ¿no es así?
Los botones terminaron, así que ella comenzó a deslizar la tela, descubriendo el pecho de James, pero asegurándose de no rozar la piel con sus dedos o los colores se le subirían al rostro y la actuación habría terminado.
¿Qué más se suponía que iba a hacer? No pensaba meterse con los pantalones.
—La verdad... —James se sentó recostándose de la cabecera.
Stephanie casi brincó de alegría al haber sido salvada.
James tomó la quijada de Stephanie ahora que estaban en la misma altura y posición. La estaba mirando, no a sus labios o a otra parte de su cuerpo, estaba penetrando en su mirada.
"¿Por qué tienes que ser tan hermoso?"
Él se veía glorioso con sus cabellos dorados cayéndole por el rostro, sus impactantes ojos azules y su torso desnudo.
—La verdad nunca lo he dicho: eres realmente hermosa.
Tal vez fue el tono de su voz, la firmeza en su mirada, pero para Stephanie aquello había traspasado más su alma que el te amo de unas horas atrás.
—No culpo a Steve ni a mi padre por fijarse en ti.
Como siempre él logró dejarla sin palabras, y cómo siempre habían pasado de una situación de extremo odio a una tan íntima, a uno de esos momentos que iba a querer recordar y celebrar por siempre. Solo él podía darle momentos tan cambiantes.
—No debo culparte por querer que Steve te besara. No sabes lo que es el amor.
—Pero yo lo empujé.
—¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño. A Stephanie le gustaba cuando lo hacía.
—No quería que mi primer beso fuera así, no con él. Sí, antes tenía mis sueños extraños, pero ahora él es solo un buen amigo.
—Entiendo —comentó reflexivo—. ¿Hasta dónde pensabas llegar con esto? —señaló su torso desnudo.
Ahora sí el rubor se adueñó del rostro de Stephanie. No sabía cómo iba a mirarlo a la cara de nuevo.
—Creo que en algún momento iba a decirle algo como: amo, de seguro a su futura esposa no le gustará saber que estuvo alguna vez con quién fue su mejor amiga. Eso si usted mismo del asco no me lanzaba de la cama.
—Honestamente me sorprendiste. Yo... quiero pedirte disculpas. Tiendo a ser muy tonto, ¿cierto?
—Lo usual —ambos sonrieron, sin importarle que continuaban sobre la cama en una posición comprometedora—. Creo que debería acomodar su camisa.
—¿Por qué? ¿Te intimida?
—¿Me permite usar una frase de su futura esposa? —James asintió—. Ahí va. —Se irguió, cambió su mirada y tono de voz a una que según ella era seductora—. No, el panorama —recorrió con la mirada el cuerpo de James— luce espléndido a mi parecer.
—¿Eso hará mi futura esposa? Me siento abusado. —Con presura tomó una almohada y se cubrió con ella, aumentando las carcajadas de Stephanie.
—Acostúmbrese amo. A los hombres les gustan esas cosas, ¿no?
—Al principio un poco de inocencia no vendría mal.
—Olvídese de eso con Lizzy. Aunque sea inocente no se lo demostrará, es su forma de ser.
—Puede que ella tenga facetas y sentimientos que ni tú conozcas.
Stephanie agachó la cabeza asintiendo. Le dolía escuchar como la defendía, siempre buscando más allá de la superficialidad de Lizzy. Ella sería su futura esposa, y estaba claro que él de verdad estaba enamorado de ella.
—Tiene razón. Tengo que irme. —Avergonzada se bajó de la cama, casi corriendo hacia la puerta—. Cuando pueda debería ir a revisar unas irregularidades que encontré en los libros contables.
—Entonces sí me están estafando.
—Así parece.
—Voy a bañarme y volveré a salir, así que las cuentas tendrán que esperar.
—Claro, prepararé su baño.
Stephanie observó a James de nuevo desapareciendo del palacio, de seguro iría a cenar a casa de los Kenfrey. Ese día habían pasado tantas cosas, la confesión de Steve, su regalo, la discusión con James, que él le dijera que era hermosa, pero a todo eso le ganaba la melancolía de saber que James en serio tenía sentimientos por Elizabeth, lo notó en la forma en la que hablaba de ella, siempre buscándole el lado positivo. Ella tenía que resignarse a que el amor tenía sus reglas sociales y que en su caso estaba prohibido.
Pronto James y Elizabeth se casarían, una señora Prestwick llegaría al castillo. Nunca volverían a ser solo el amo y su esclava.
Observó con melancolía la cama de James, sabiendo que no vendría quizás hasta la madrugada se sentó allí y abrazó su almohada. Recordó haberlo tenido tan cerca, sintiendo su aliento, aquella caricia a su rostro.
"Te dijo que eres hermosa, sé feliz con ello".
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Nota: Como saben esta es la nueva versión, así que los capítulos no van muy acorde con los comentarios. A los nuevos lectores: NO LEAN LOS COMENTARIOS o se harán spoiler jajajaja.
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