Capítulo 23. Amistad
Éste capitulo se lo dedico a mi bello Doppy, fue un perro bello e increíble que llenó mis días de felicidad. Por siempre estarás en mi corazón mi peludo precioso.
_____________________________________________
—¡¿Qué te ocurre?! ¡¿Caíste en la demencia?!
James se levantó enfrentándola, aquello le dio el coraje que ella necesitaba.
—El cojín se me resbaló —argumentó mirándolo altiva.
—¿Debo creer eso?
—Es lo que pasó, el cojín se resbaló de mis manos. ¿Se hizo daño, amo? —preguntó fingiendo preocupación.
—Ahora mismo explicarás esta falta grave de respeto. Soy tu amo y por sobre eso un príncipe.
—Uno que no se cansa de humillar a las personas, de tratarlas peor que a una bestia, y me cansé —concluyó agotada, toda esa situación la estaba consumiendo.
—¿Sabes el castigo que te mereces?
—¡Castigo! —Era la palabra clave que estaba buscando—. Castígueme entonces.
Si iban a castigarla que lo hiciera por una buena razón. Corrió hacia James empujándolo en el proceso hasta que ambos cayeron sobre la cama. Histérica lanzó golpes y cachetadas por donde sus manos pudieron hacer daño.
James perplejo al principio solo se cubrió, luego que cayó en cuenta que no se trataba de un sueño comenzó a defenderse. No le fue difícil aprisionar las manos de Stephanie y posicionarse sobre ella en la cama, acorralándola.
—¡Quédate quieta! —gritó al notar que Stephanie no dejaba de revolverse, ella se tranquilizó observándolo con rabia entre sus cabellos rizados—. Debes estar poseída o algo parecido. Podría mandarte a colgar por lo que acabas de hacer.
—¡Hágalo! —clamó—. No tengo razones por las cuáles vivir, no tengo familia ni un futuro establecido. Si me mata me haría un favor.
—No digas tonterías —susurró. Esa mirada roja por las lágrimas, junto con el tono de voz, le erizó la piel. No tenía idea de lo mal que se sentía ella.
—Es la verdad. Estoy harta de no saber lo que será de mi vida. Tal parece que a Dios le caigo mal y me da golpes vez tras vez. Ayer dice que me dejará arreglar los libros contable, pero hoy sale con que ya me vendió a otro hombre. ¡No quiero seguir jugando su juego, antiguo amo!
—Es eso —susurró—. ¿Ahora escuchas tras las paredes?
—Eso no es lo importante. Además, con un amo tan voluble usted también lo haría.
—Ahora soy voluble.
—¿Va a venderme? —preguntó exigiendo una respuesta.
Tuvieron un duelo de miradas, ninguno quiso dar una tregua. Stephanie quería que lo negara, o que lo confirmara si era el caso, y entonces odiarlo en serio y para toda la vida. James... miles de cosas pasaba en la cabeza de James.
—¿Sabes? Estoy harto de que todos me tengan del hombre más idiota del mundo por no haberte tocado. —Seguía en esa posición, con el cuerpo de la esclava a su merced, observando sus rosados labios, esa sueva piel y las esmeraldas que tenía por ojos—. Debería cambiar eso justo ahorita.
Se acercó más, hundiendo las manos de Stephanie entre las sábanas, sus rostros separados por pocos centímetros. Stephanie no se inmutó, su cuerpo no comenzó a temblar, ni de temor, ni mucho menos de excitación. Ella estaba molesta y sabía que solo era un juego de intimidación de parte del príncipe idiota. Tal vez creería que ella se pondría a llorar, pero eso no pasaría.
—¿Usted ensuciándose las manos con el cuerpo de una inmunda esclava? Quiero verlo.
Casi sonrió al ver la cara de escepticismo de James.
—Todos dicen que es lo más lógico.
—Entonces, ya que es tan inseguro como para seguir la corriente de la humanidad, dígales que soy su ramera particular y ya. Dudo que quieran ver el acto de consumación. Es tan fácil como eso.
James bufó, soltó a Stephanie y se bajó de la cama.
Stephanie se tomó su tiempo para levantarse, lo cierto es que mucha de la seguridad que tenía se esfumó en cuanto James se alejó y le dio la espalda. Ahora comenzaba a temer por su seguridad.
—¿Va a venderme? —volvió a preguntar aunque no con el mismo tono retrechero. Estaba segura que si James no la había vendido antes, ahora sí lo haría.
—No puedo prometer que no lo haré —respondió dejando salir un suspiro—. Hay muchas cosas que debo resolver, pero lo de esta mañana era falso, no te he vendido a nadie, solo quería quitarme a Laurie de encima. Vive el presente esclava, no pienses en el futuro, ese no depende de ti.
Stephanie presionó sus puños. Quería llorar y gritar, en cambio respiró profundo para callar sus gritos en la almohada.
—Se equivoca, amo. Puedo ser una esclava y usted tener el derecho legal de venderme, pero le aconsejo no gastarse el dinero de mi venta, lo más probable es que deba devolverlo.
—¿Piensas escapar?
—Usted puede decidir mi futuro, pero yo decidiré si quiero vivirlo. Hay una solución y mil maneras de conseguirla. No esté tan seguro de que me amoldaré a lo que los demás decidan por mí.
James se quedó observándola a lo lejos, vio ese frío en sus ojos, lo decidida que estaba, rápidamente se acercó hasta a ella y fuertemente la tomó por la cintura.
—Nunca más vuelvas a amenazarme con quitarte la vida, ¿entiendes?
—No es una amenaza. A nadie le importa si vivo o muero, mucho menos a usted.
—Sí me importa —dijo con voz calmada, intentando encontrar la mirada de Stephanie pero ella miraba al suelo—. Quiero que sepas que sea que te venda o decida quedarme contigo, lo que haga será pensando en tu bien.
—¿Por qué un amo pensaría en el bien de su esclava?
—Porque aparte de mi esclava contadora, eres mi amiga.
—¡Amiga! —Stephanie alzó la cabeza sorprendida, aquello no se lo esperaba.
—Sí, te considero mi amiga, y yo no soy un mal amigo.
***
Stephanie intentó concentrarse en los libros contables, de verdad lo intentó, pero era imposible borrarse de la cabeza la conversación de unas horas atrás. Al final ella solo había salido casi corriendo de la habitación. Aquella declaración de amistad le parecía falsa, aun así, sintió sinceridad en el tono de James; tal vez estaba desesperada por aferrarse a la idea de que aquello era cierto.
"¡Agh! Voy a venderte, no voy a venderte, ahora sí voy a venderte, no lo haré pero solo por ahora, porque no sé qué pase en el futuro —remedó la voz de James en su cabeza—. ¡Ya estoy harta! Que se decida de una vez. —Soltó el libro estrellándolo con fuerza contra la mesa—. Ahora resulta que soy su amiga. ¿Qué clases de amistad ha tenido el príncipe idiota? No es que uno quiera deshacerse de los amigos".
Cansada se deslizó en el sillón. Le dolía la cabeza, y es que lo que iba a ser un excelente día era de todo menos excelente.
"¿Y qué es eso de que se encontró con Lizzy? No voy a dejar que dañe a mi amiga. ¿Cómo pude pensar alguna vez que harían una buena pareja? Estaba completamente demente".
Había tanto en qué pensar, incluso vinieron a su mente las imágenes de cuándo James se acercó a ella en la cama, la forma en cómo su cuerpo la cubría y sus labios jamás estuvieron tan cerca de los suyos. La vergüenza que no sintió en ese momento, comenzó a embargarla, de pronto tenía las mejillas sonrojadas y el corazón acelerado.
"¿En qué cosas estás pensando?"
—¿Te ocurre algo?
Stephanie casi se cayó del sillón ante la pregunta de Violetta, la sirvienta estaba allí a su lado y Stephanie no había notado cuándo abrió la puerta.
—No, solo tengo mucho trabajo —contestó nerviosa, apresurándose a abrir uno de los libros.
—¿Hablaste con su majestad sobre la venta? ¿Te va a vender?
—No, al menos no por ahora —contestó con pesar.
—¡Genial! Son maravillosas noticias. Te quiero mucho Stephanie. A todos les alegrará saber que no nos dejarás.
Violetta lucía realmente feliz, aquello fue del agrado de Stephanie, al menos a alguien le importaba.
—¡Ven conmigo! Hay algo que debes ver.
—Estoy trabajando.
—Tonterías, eso puede esperar. ¡Apúrate!
Stephanie como siempre no pudo negarse. Llegaron hasta la cocina, Stephanie reparó en que con todo el problema de su supuesta venta ni siquiera había almorzado, aunque ya era de noche.
—¡Feliz cumpleaños!
El grito, las sonrisas y la multitud ahí reunida, causaron el mayor impacto en Stephanie. No cabía en sí de la emoción. En medio del mesón reposaba una torta mediana, pero muy hermosa. ¿Ellos habían sido capaces de hacerle tal sorpresa? Sin darse cuenta estaba llorando, por primera vez en mucho tiempo, de felicidad.
—Muchas, muchas gracias —exclamó mientras se limpiaba las lágrimas y abrazaba a Violette—. Nunca me lo habría esperado, ustedes son increíbles. Jamás tendré cómo pagárselos.
—No hay de qué —contestó el mayordomo—. Acá somos como una familia. Además, cómo no celebrar el cumpleaños de una niña tan linda.
Stephanie se vio rodeada de abrazos y besos de felicitaciones. Otros de los presentes no la conocían mucho, pero la felicitaron desde la distancia con cordialidad. El panadero había hecho unos panes de diferentes tamaños, y la cocinera unas papas al vapor con una deliciosa salsa. Todos estaban allí para cenar en comunión. Cuando llegó el momento de la torta, Stephanie pidió un deseo, fue extraño que entre tantas cosas que desear, lo primero que le vino a la mente fue eso, pero ya estaba hecho.
—¡Regalos!
Cuando Stephanie escuchó a Violette decirle a los demás que ya sacarán los regalos, creyó que se trataba de alguna jugarreta, pero en efecto cada uno tenía algo para ella.
—Sí, cómo somos pobres son cosas sencillas, pero la intención es lo que cuenta, y comienzo yo. Te has convertido en una gran amiga, y esto es para que me recuerdes siempre.
Stephanie tomó una pequeña muñeca de tela y ojos de botón, la abrazó con todo el amor del mundo, prometiendo que en efecto esa muñeca siempre la acompañaría.
La cocinera le regaló una bufanda que ella misma había tejido, el jardinero un pequeño ramo de rosas blancas, el mayordomo una peineta para el cabello. Otros de los regalos fueron: un prendedor, unos zarcillos, un collar de cordón, un anillo de hierro, un envase pequeño de aceite perfumado. Finalmente uno de los guardias, un joven de ojos verde olivo y cabello castaño cobrizo, se acercó a ella.
—No he tenido el placer de conocerla, señorita, pero espero que tengamos la oportunidad de hacerlo. Siempre ría, nunca llore. Feliz cumpleaños, le hice esto.
Depositó en las manos de Stephanie un unicornio tallado en madera, era realmente hermoso. Stephanie sonrió apenada, casi sin poder verlo directo a los ojos. Su sonrojo aumentó cuando el resto de la servidumbre comenzó a silbar y Violette a decir que había nacido el amor.
***
James había desaparecido del palacio en cuánto la discusión con Stephanie culminó. Estuvo por allí esperando una señal hacia lo que debía hacer con su vida, y milagrosamente la señal apareció. Tal vez no era la señal que esperaba, pero fue la que llegó, es a donde lo movía el destino así que es lo que tenía que hacer y no había vuelta atrás.
Se sentía tan mal que no pudo continuar estar por allí tomando y jugando, así que volvió al palacio. Para su extrañeza el palacio lucía más solo que de costumbre, ni siquiera el mayordomo lo había recibido en la entrada. Se dirigió al despacho pero Stephanie no estaba allí, fue a la habitación de ella y tampoco había nadie, pensó que tal vez estaba cenando en vista de la hora y caminó hasta la cocina que casi nunca frecuentaba. Allí escuchó un gran alboroto.
—Propongo un brindis —dijo el panadero alzando su vaso con jugo de manzana—, que este sea el primer cumpleaños de los muchos que celebremos. Feliz cumpleaños señorita de ojos verdes.
—¡¿Cumples años?! —preguntó James casi a gritos entrando a la cocina tempestuosamente.
Las risas se desvanecieron con la misma velocidad que desaparece la luz de un rayo. La cocina se convirtió en sillas moviéndose y cuerpos levantándose para posicionarse rígidos uno al lado del otro. James no le prestó atención al resto, solo a Stephanie.
—Amo, yo...
—Ven conmigo.
Tomó su brazo y comenzó a caminar en dirección a su habitación. Ninguno dijo nada, James porque estaba esperando el momento propicio, Stephanie porque no sabía qué clase de explicación dar, o si debía una.
—No tenía idea de que hoy fuera tu cumpleaños —mencionó James con voz serena.
—No tendría razones para saberlo. Lo que vio allá abajo fue mi culpa. Yo comencé a llorar en medio de la cena, quejándome de que era mi cumpleaños y era el peor día de mi vida. Sintieron lástima y decidieron hacer lo que vio —explicó. No deseaba que el resto sufriera algún castigo por estar celebrándole el cumpleaños en vez de estar trabajando.
—Te quieren entonces —susurró—. ¿Eres feliz? ¿Eres feliz aquí con ellos?
—Sí, soy feliz con ellos —contestó.
Habría querido agregar que con ellos y no con él, que él no saber lo que sería de su futuro arruinaba su felicidad, pero era mejor callar.
Stephanie no supo si a James le molestó saber que ella era feliz, porque por un largo rato él no dijo nada, parecía perdido en sus propios pensamientos.
—¿Cuántos años cumples?
—Quince.
—¡Quince! ¡Eres una niña! —exclamó escandalizado.
Ella no supo por qué la reacción de James le causó risa. El parecía sentirse muy culpable de su edad.
—Usted no es precisamente un viejo, amo. No es ni siquiera un adulto.
—Tienes razón, pero me siento como un viejo.
A Stephanie la forma en la que James se sentó en la cama le pareció la típica de un niño malcriado.
—Quizás porque ha actuado como un viejo toda su vida.
—No porque quiera, sino porque así debo ser. Nos obligan a crecer muy pronto, ¿no crees?
Ella asintió.
—¿Qué llevas en ese saco? —James señaló la bolsa de tela que Stephanie sostenía.
—¿Esto? Hum... son cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó y un bostezo se escapó de su boca.
—Obsequios —respondió sabiendo que James no la dejaría en paz si no se lo decía.
—Quiero verlos, ven —señaló su cama.
—¿Para qué quiere verlos? —cuestionó desconfiada.
—Solo tengo curiosidad. Cuando entres a tu habitación lo primero que harás será vaciar esa bolsita y ver a detalle cada cosa que te regalaron. Bien, haz eso aquí. Quiero ver qué se regalan los pobres.
—Qué se regalan los pobres —repitió sintiendo amarga la frase—. No quiero que se esté burlando de lo que con mucho esfuerzo me dieron —continuó molesta—. Hasta los pobres tenemos derecho a dar algo a otro, no será costoso, pero sí tiene mucho valor sentimental.
—Así vamos a estar todo el día. Yo tratando de ser amable y tú a la defensiva. No soy tu enemigo, creí que lo dejé claro esta mañana.
James se estiró hasta alcanzar el cajón del mueble al lado de la cama, de allí extrajo unas cosas pequeñas y rojas que se las extendió a Stephanie.
—Mételo en la bolsita que no puedo ver —indicó.
—¿Qué son?
—Chocolates. Mi regalo de cumpleaños para ti.
Stephanie los tomó con fascinación, jamás había visto unos envueltos de esa manera. Los chocolates brillaban por su envoltura delicada y elegante.
—¡Gracias!
Decidió que esos chocolates no se los comería, serían su más preciado recuerdo del día que su amo fue un patán, pero luego mostró generosidad. James se quedó observando como ella con cuidado abrió el saco de tela e introdujo su regalo.
—¿Sabes? Hoy vi a tu antigua ama, la señorita Kenfrey —comentó.
Stephanie se mordió los labios, se tomó su momento antes de subir la mirada y buscar el rostro de James. Había llegado el momento de hablar de Lizzy, aunque debía admitir que ella no estaba preparada para lo que de seguro se avecinaba.
—¿En serio? —Fingió asombro—. ¿La vio desde lejos? ¿Cómo está?
—Está... cambiada —concluyó.
—¿Cambiada en qué sentido? —indagó.
—Ha madurado. —Terminó la frase carraspeando.
James se notaba muy incómodo, se había desecho el primer botón de la camisa, parecía que de pronto tenía mucho calor. Stephanie procesó las palabras en su mente, buscándole un significado más allá del obvio. .
—¿Quiere decir que está linda? La señorita siempre ha sido hermosa.
—¡No! No me refería a eso. La señorita Kenfrey siempre se ha caracterizado por su... belleza —dijo más bajo, seguido de otro repentino ataque de tos.
El asunto de pronto fue de lo más hilarante para Stephanie.
"El amo está enamorado —canturreo en su cabeza—. Se ve tan lindo en ese estado. Está enamorado, enamorado, enamorado... ¡Está enamorado! —concluyó con alarma—. Está enamorado y de nada más y nada menos que Lizzy. ¡No!".
—Quería decir que su personalidad es más madura, ya no es la niña caprichosa que solía ser —continuó James.
—Ella siempre ha sido madura.
"¿Por qué la estoy defendiendo? Tengo que hablar mal de Lizzy".
—¿Se casaría con ella? —preguntó arrepintiéndose al instante que las palabras salieron de su boca.
Se regañó mentalmente por sacar ese tema a colación. Más se sorprendió cuando James no respondió de inmediato, estaba tomándose su tiempo. ¿Por qué razón lo pensaba tanto para contestar?
—Tengo que ser sincero. Sí he pensado que la señorita Kenfrey puede ser una buena esposa.
—¿En serio? —No tuvo que esperar a que James asintiera para continuar, su silencio lo decía todo—. ¡Qué alegría, amo!
Sonreía aunque por dentro su alma gritaba que eso no podía ser, que no era correcto, que ellos dos no podían estar juntos, aunque las razones para ello aterraban a Stephanie, en qué momento ella había cultivado sentimientos de ese tipo para su amo.
—Entonces... ¿en realidad la señorita Lizzy siempre le gustó?
—Sí. Físicamente es muy linda. La volví a ver en la boda de Alberth y tuvimos la oportunidad de conversar. Ayer volví a verla y tomamos una merienda. Hoy volví a verla de casualidad, caminaba con su madre, me invitaron a cenar mañana.
"Ya han tenido citas y todo —pensó con tristeza—. Claro que su mamá no iba a perder el tiempo de invitarlo a cenar, estará loca de que su hija se ligue con la realeza. Ellas dos no se lo merecen".
—¡Ayúdame!
Stephanie salió abruptamente de sus pensamientos.
—Ayúdame a conquistarla.
De no ser por lo serio de la situación, Stephanie se habría carcajeado, lo estaba haciendo internamente.
"Conquistarla es tan fácil, amo. Dígale que tiene palacios en todo el reino unido, y que es el sucesor de su madre al trono. Tendrá el corazón de Lizzy y el de toda la familia Kenfrey en bandeja de plata".
—¿Qué dices?
—Amo usted no necesita ayuda para conquistar a ninguna dama, eso incluye a Lizzy. Además lo que me pide es insano. Me odia porque hacía esa clase de servicios antes, ¿ahora me pide que sea su cupido? ¿Es esto una clase de trampa?
—No lo es, en realidad estoy pidiendo tu ayuda.
—La respuesta es no.
—Te lo pido como un amigo.
—Ahora entiendo por qué dijo lo que dijo en la mañana. Elizabeth también era mi amiga, aun así usted me hizo ver que fui una persona despreciable al haberla ayudado en sus conquistas.
—No es lo mismo. Ella solo quería jugar con esos caballeros. Lo mío es diferente. No quiero que le escribas cartas de mi parte, tan solo que me digas las cosas que le gustan, la forma en la que debo comportarme. Nosotros no empezamos con buen pie, necesito redimir esa visión que tiene de mí. Nadie la conoce más que su antigua dama de compañía, mis probabilidades de fracasar son casi nulas.
"Ese fue su plan todo el tiempo. Me tiene para acercarse a ella".
—Es un príncipe, amo. Claro que sus probabilidades de fracasar son nulas. Tan solo, ¿en serio la ama? Dígame mirándome a los ojos que la ama, que no puede imaginar la vida sin ella.
James se posicionó frente a Stephanie, teniendo que bajar la cabeza para mirarla directo a los ojos.
—La amo. La amo creo que desde el primer día que la vi en Newcastle. Desde ese día ni un momento dejé de pensar en ella, y rogué que esa temporada acabara para no volver a verla. Luego que me fui desee cada día encontrármela en el camino. La trate de la forma en que lo hice porque no podía admitir que una persona como ella se adueña de mi corazón, pero el tiempo ha pasado y mis sentimientos se han acrecentado. La amo como nunca creí que podría llegar a amar a alguien.
Continuaron mirándose aunque la disertación terminó, hasta que James se alejó sobándose la cabeza como si le doliera.
—¿Me ayudarás?
No, no quería hacerlo. Muy dentro de ella sabía que James y Elizabeth habían nacido para estar juntos. Recordaba cuando Lizzy era una niña y no hacía nada más que repetir que se casaría con el príncipe Prestwick. Ese siempre fue su sueño, y estaba a nada de hacerse realidad. Las razones que tenía Stephanie para negarse eran meramente egoístas.
"Ellos nacieron para estar juntos, tú no cabes en esa ecuación".
—Lo haré —respondió sonriendo—. Aunque le repito que no hay mucho que pueda hacer, usted tiene todo para ganarse su corazón. Conociéndola, ella estará dispuesta a olvidar sus desplantes.
—Eso espero.
James volvió a sentarse en la cama, se veía afligido, constipado.
—No esté triste amo, usted conseguirá su amor, se casarán y serán muy felices. Lo difícil, que era admitir sus sentimientos, ya lo hizo. No hay obstáculo que impidan que se casen.
Sin darse cuenta Stephanie se sentó al lado de James.
—Y tú podrás volver a tener el futuro que tenías antes —comentó. Volteó para mirar mejor a Stephanie, estirando su mano para acariciar con su dedo índice la mejilla de la esclava.
—Sí —susurró con la piel erizada, le era imposible dejar de perderse en esos ojos como el mar, que ahorra parecían tan dolidos—. ¡Tiene razón! —gritó retirando el rostro—. Mis dos futuros se juntaron. Esto resulta muy provechoso para mí.
—¿Ves? Por eso no quería admitir mis sentimientos por la señorita Kenfrey. ¿Quién dijo que quiero hacerle un bien a mi esclava? —agregó a modo de juego. Por un momento se quedó absorto acariciando levemente la bolsa con los regalos de Stephanie que yacía sobre las piernas de ella.
—¿Aun tiene ganas de verlos?
Tomó la bolsa, la quitó el cordón y la volteó sobre la cama. Los pequeños objetos quedaron expuestos.
—Esto es lo que me regalaron.
James tomó cada uno de los objetos, algunos no entendía para qué servían así que Stephanie le explicó. El unicornio le pareció que estaba perfectamente tallado, le preguntó a Stephanie quién se lo dio, pero ella respondió que no se acordaba, el jardinero tal vez. No quería contarle el dueño de aquel regalo, algo se lo impedía.
—¿Por qué tanto interés en mis regalos?
—No sé, quería saber qué clases de regalos se dan movidos por el cariño verdadero. No he recibido regalos de ese estilo jamás.
—Porque usted recibe regalos mejores.
—No. Recibo regalos protocolares. Hasta que cumplí los catorce años me hacían estas grandes fiestas de cumpleaños, los regalos típicos eran porciones de tierra, caballos pura sangre, cuadros de pintores. Mi padre una vez borracho me regaló una daga, y mi madre el año pasado me dio el anillo de compromiso que debo darle a mi futura esposa, uno que ha pasado de generación a generación.
—¿Puedo ver el anillo? —Tenía ansias de ver la joya.
—No —respondió divertido.
—Pero me lo enseñará el día que vaya a pedirle matrimonio a Lizzy, ¿cierto?
—Sí, pero aún no ha llegado ese día
—Entonces comencemos con el plan de ayudar a mi amo a que conquiste a mi antigua ama. Cuénteme lo que hablaron, cómo reaccionó, cuénteme todo, así podré decirle más o menos lo que pasa por la cabeza y el corazón de Lizzy.
—No soy mujer para cotillear esas cosas.
—Tendrá que hacerlo, no puedo aconsejarlo si estoy a ciegas. Cómo usted mismo ha dicho, ella ha cambiado.
James suspiró y comenzó a hablar aunque sin ser muy detallista. De todas formas eso bastó para que Stephanie tuviera claro que Elizabeth estaba más que dispuesta a ser la futura reina.
Stephanie volvió a su habitación muy entrada la noche, sintiendo un gran hueco en el estómago, con náuseas y un nudo en la garganta que no podía tener otra explicación que la tristeza. Se sentía enferma y vacía.
"Ella va tras él, de eso no hay duda. Tantas veces me imagine arreglando el vestido de novia de Lizzy, ayudándole con su peinado y dándole ánimos ese día. Ella contándome todo al día siguiente de cómo fue su luna de miel. Ahora no creo que sea capaz de escuchar eso. ¿Cómo sonreír cuando estaré muriéndome por dentro? ¿Por qué ilógico corazón tuviste que fijarte en un príncipe? ¿Por qué aspiraste a aquello que ni en el sueño más idílico podrás tener? Te amo James Prestwick, aunque no tengo derecho a hacerlo".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top