Capítulo 20.- Una sonrisa en medio de un baño de lágrimas

—¿Estás segura? ¿Cómo lo sabes? —cuestionó.

—Yo... escribí una carta y se la envié. El señor dijo que no pudo darle la carta porque al llegar al pueblo y preguntar por mi madre le dijeron que... que...

Era imposible continuar hablando, la presión en el pecho aumentaba con cada segundo. Se había derrumbado cuando escuchó la noticia, y había logrado serenarse tan solo un poco pensando en que pronto la pesadilla terminaría, pero la pesadilla estaba allí continuando, haciéndose realidad, porque no despertaría y obtendría mejores noticias de ese hombre, su madre no volvería a la casa a esperarla mientras tejía algo, toda esperanza había muerto.

—Mi mamá se suicidó —dijo luego de un rato de sollozos—. Dicen que se envenenó y dejó una carta, pasó solo dos semanas después que los gitanos me raptaron. Ella murió sola creyendo que yo no volvería.

Eso era lo que más dolía, saber que la persona que más amaba en el mundo había tenido un final tan trágico y solitario. No podía dejar de imaginársela sola llorando, desesperada, sumiéndose en los recuerdos, dejando que la oscuridad de la angustia se apoderara de sus sentimientos. Ella tuvo que sentirse tan perdida que el vivir no tenía sentido. Pudo ver las grandes lágrimas mientras llevaba el veneno a sus labios, casi escuchar sus últimos jadeos y visualizar los recuerdos finales. El ser que le dio la vida terminó muriendo sola en una casa que odiaba, rodeada de sombras, polvo y humedad; su cuerpo siendo descubierto días después debido al olor. Ese no era el final que ella, la mujer más linda sobre la faz de la tierra, merecía.

—Yo debo ir a su tumba. Así no quiera iré a su tumba.

—Eso no tienes ni que pedirlo, claro que irás, yo mismo te llevaré. ¿A dónde hay que ir?

—El señor dijo que ella dejó una carta y dinero, pidió que la enterraran con mi padre. Está aquí.

—Iremos mañana a primera hora. Ve a descansar.

Stephanie asintió y con el corazón destrozado salió de allí directo a su habitación.

"Todo fue mi culpa, si no la hubiera dejado sola, si de alguna manera esos gitanos no me hubieran tomado, si... Si la vida fuera un poco compasiva conmigo, ella seguiría aquí. ¡Perdóname por dejarte sola! ¡Perdóname, perdóname!".

Acostada en la cama lloraría toda la noche y no sería suficiente, había algo que ella jamás lograría hacer y era: perdonarse a ella misma.

Fue una noche de recordar cada día al lado de su madre, desde cuando era una niña y la vida de ambas era tan feliz, tan igual al mejor de los cuentos; hasta cuando su padre murió y con ello la felicidad y luz de su madre. Sophia nunca volvió a sonreír como antes, ella no estaba preparada a resignarse a su nueva vida alejada del hombre que amo con todo su corazón. Stephanie se odió por haberse alejado de ella al aceptar trabajar para Elizabeth, fue la única opción que encontró a sus trece años, pero ahora se arrepentía de haber desperdiciado todos esos años.

"La vida me negó una despedida, la última caricia, el poder detallar tu rostro para no olvidar ni el mínimo de tus lunares. Ahora, ¿cómo podrás saber que te amo más que a nada en el mundo?".

***

El cielo estaba grisáceo, los rayos del sol ocultos ante las espesas nubes. Ella ya estaba vestida. Violette le había prestado su vestido negro de luto, no le importaba si James le decía algo como que ella no podía vestir nada más que no fuera el uniforme. Dejó sueltos sus rizos, recordando que de pequeña su mamá odiaba trenzárselos.

"Un cabello tan hermoso debe ser exhibido", las palabras de Sophia vinieron a su mente, arrancándole más y más lágrimas.

Stephanie se extrañó de encontrarse con James en el recibidor del palacio, ya arreglado. Él vestía de negro, lo que desconcertó a Stephanie. ¿Por qué el príncipe vestiría de luto por la madre de una esclava? Pero ahí estaba él haciéndolo y eso la conmovió. Era su forma de decirle que comprendía su dolor. Cuando ella le dio la noticia, él fue tan frío como siempre, y no se esperaba un comportamiento diferente; ahora estaba allí, temprano, listo y de luto, sin palabras le estaba mostrando respeto a su dolor y eso fue suficiente para ella.

Ambos se quedaron mirando por unos segundos, él sin saber qué decir, ella perdida en sus pensamientos. James fue el primero en dar el paso cuando fue interrumpido por una voz conocida.

—¿Qué hace el principito más holgazán del mundo despierto a estas horas?

Stephanie bajó la cabeza y retrocedió al reconocer a un caballero acercándose, no se dio el tiempo de observarlo.

—¡Alberth! ¿Qué haces aquí? —James nervioso comenzó a acercarse a su amigo impidiendo que se adentrara más en el lugar.

—Lo sorprendente es que estés despierto y tan bien vestido, ¿a dónde vas? ¡Oh! ¿Alguien falleció? —preguntó alarmado al detallar la ropa de James—. ¿Quién? ¡¿El rey?!

—¡El rey! ¡Calla! Si hubiera muerto ya lo sabrías, y yo no estaría aquí vestido de luto, ya me tendrían haciendo juramento.

—Entonces... ¿Quién falleció?

—Alberth tengo que salir, mejor nos vemos en otra ocasión, es demasiado temprano hasta para ti. —Disimuladamente James comenzó a dirigirlo hacia la salida.

—No pude dormir en toda la noche, quise venir a molestar, además quiero que vayas a casa para que veas mi traje para la boda, necesito la opinión de mi mejor amigo, sabes que yo siempre...

Alberth detuvo su conversación al recordar que James no estaba solo, reviró para ver a una jovencita vestida de luto, cubierta por unos largos y rizados, cabellos rubios.

—¡Cupido! —gritó. Recuperó su brazo del agarre de James y se acercó a zancadas para saber si no estaba confundido.

—Buen día joven —saludó ella sin atreverse a levantar la cabeza por completo.

—¿Qué...? ¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —Terminó la pregunta mirando con severidad a James.

—Soy la esclava de su alteza el príncipe James Prestwick —respondió rápido. Quería irse ya.

—¡Esclava! ¿Esclava? ¿Tú esclava?

El mayordomo se asomó, y Stephanie comenzó a ver más miradas curiosas escondidas entre las paredes. Alberth estaba gritando, se notaba indignado, como si en cualquier momento fuera a darle unas cachetadas a James.

—Llevas como que dos semanas en mi casa, ¿por qué no has dicho nada? —reclamó.

—No es un asunto importante.

—¿Qué no lo es? Cualquier amigo en una conversación normal de pronto diría: Ah, sabes, tengo una esclava ahora, y por cierto la conoces. ¿No es importante?

—Para mí no lo es. No me importa la procedencia, pasado o futuro de la servidumbre. Jamás te he reclamado por no darme un diario detallado de los nombres de tus sirvientes. Y de verdad Alberth ahora no tengo tiempo. Luego iré a tu casa. Vámonos escla... ¡Alberth!

Se calló cuando Alberth le dio una patada en la pierna.

—En frente de mí no la tratarás así.

—Es mi esclava y haré lo que me venga en gana.

—¿Qué clase de cerdo eres?

—Alberth no te permito...

—Qué me acusarás de traición, ¿me mandarás a colgar, su alteza?

La discusión se estaba prolongando y Stephanie no sabía qué hacer. No le importaba si los dos se mataban.

—¡Amo! —alzó la voz un poco para hacerse oír, lo cual logró—. Disculpe la interrupción pero puedo irme sola así no interrumpe los planes con el joven...

—¡No! Iremos. Alberth hasta luego.

—¡No! Iré con ustedes —sea apresuró Alberth a colocarse al lado de James.

—Alberth...

—Iré. ¿O me vas a echar del carruaje?

James no dijo más. Stephanie se subió a la parte trasera del coche, aunque Alberth insistió en que era absurdo con el frío que hacía, pero ella alegó que se sentía más cómoda allí, finalmente Alberth aceptó solo porque necesitaba hablar seriamente con su amigo.

—¿Qué clase de pervertido eres? —Alberth golpeó el hombro de James sacándole un quejido.

—¡Pervertido!

—No te hagas, qué es esto de amo – esclava. ¿Qué te ocurre? Siempre la detestaste, todos sabíamos que no la tolerabas, y más de una vez quisiste destruirla. Entendía tu aversión por eso de que te recuerda a Josephine, pero entiende, ¡ella no es Josephine! Convertirla en tu esclava es algo que se salió de toda proporción, de todo lo que podría ser admisible. Cómo pudiste... ¡Oh por Dios! ¿La has obligado a tener relaciones contigo?

Tenía tanto miedo de la respuesta.

—¡No! ¿Qué clase de hombre crees que soy? No me rebajaría jamás a estar con una esclava.

—Será muy esclava y todo lo que quieras, pero debes admitir que ella es muy bonita, muy bonita —resaltó.

—Yo no lo he notado, ¡es una esclava! No sé qué tienen mi padre, mi nana y tú...

—¡¿Tu padre?! ¿Acaso él abusó de ella? —Alberth conocía a George y lo despreciable que podía ser.

—No, y no porque ganas no le faltaran. Yo salvé a la esclava de él, así que más bien deberías darme las gracias, ya que tanto te importa ella. Él fue quien la compró y yo se la quité.

—¿Dejó que se la quitaras?

—No pudo negarse, aunque por ello casi que me vine huyendo de Irlanda. Él se obsesionó con ella, hasta me golpeó y encerró en un establo para poder lograr su cometido. Te lo digo Alberth deberías erigirme un altar.

—Aún no, ¿por qué no la has dejado en libertad?

—Es mi esclava, ¿por qué debería hacerlo?

—Por lo mismo, sabes que la esclavitud es una barbarie y el próximo rey del reino unido menos que nadie debería tener una esclava. Libérala.

—No —negó fingiendo no prestarle mucha atención.

—¿Por qué no? —James encogió los hombros—. Sigo creyendo que esta es tu venganza indirecta contra Jo, pero ella no es Jo. No le ha hecho daño a nadie así que...

—¿Tú qué sabes? No puedes saber si ha roto corazones o no.

—Si lo ha hecho no es tu problema, por muy sangre real que tengas, no eres un justiciero, no aún.

Alberth dejó de discutir al darse cuenta que James no daría su brazo a torcer. Comenzó a prestarle atención al camino, totalmente perdido del lugar al cuál iban.

—¿A dónde vamos?

—Al cementerio Highgate.

—¡¿Cementerio?! ¿Quién murió?

—La escla... —calló ante la mirada severa de Alberth— la Jo falsa, va a visitar a su madre.

—¿Su mamá murió? Pobrecita.

Dejando su resentimiento por James se llevó las manos al rostro al reconocer que era una situación muy triste. Ya se imaginaba que Stephanie no había podido estar con su madre en los últimos momentos.

—Ahora sí se quedó sola —comentó para sí mismo. No se merece todo esto.

—¡Dios! Ni siquiera la conoces, ¿cómo es que puedes estar tan afligido? —protestó, algo le molestaba de ver a Alberth tan preocupado.

—No hace falta conocerla mucho para saber que la muerte de un familiar es algo doloroso y que nadie debería vivir, pero aparte puede que conozca más de ella que tú. ¿Sabías que...?

—¡Llegamos! —interrumpió James—. Quédate aquí.

—No, yo voy.

James tronó los dientes y respiró hondo para no echar a Alberth de allí, su amigo ahora le parecía un gran estorbo. Estaba ya harto de sus sermones, que bien podían convertirse en la voz de su conciencia.

Stephanie bajó antes que ellos, corriendo a hablar con el sepulturero. Esperando que no la siguieran se adentró en el cementerio con el sepulturero como guía, él tenía una idea de donde estaba la tumba, ya que eran de las pocas que no tenían ni una flor.

Fue leyendo cada una de las tumbas, con las manos temblando y las piernas amenazando con dejarla caer, James y Alberth la seguían aunque eso no fue de su agrado. Si James no quería que se escapar, entonces que la esperara en la entrada del cementerio, pero ella no era quien para echarlo. Pronto llegaron a las dos tumbas que brillaban por la soledad que irradiaban.

Cayó de rodilla ante ellas, leyendo con atención las inscripciones en la lápida, una vida que ahora se resumía en dos fechas. Su mamá y su papá, dos seres que vivieron una historia de amor, que disfrutaron de sonrisas, y lloraron de tristeza. Dos personas con un pasado lleno de recuerdos. Ellos que hablaban, cantaban, bailaban, jugaban, reían, lloraban; ellos que llenaron su vida de magia, ahora no eran más que un conjunto de letras y números, no quedaba de ellos más que dos rocas en el lugar más deprimente del mundo.

Las letras comenzaron a transformarse en voces, los números en imágenes, su madre estaba allí frente a ella, sonriendo, con una rosa entre sus cabellos y la sonrisa más bondadosa del mundo. Las lágrimas comenzaron a brotar cada vez con mayor intensidad, los sollozos no haciéndose esperar, los gritos de dolor por lo perdido.

Era doloroso saber que ellos tan solo vivirían en ella, pero ella no encontraba razón para vivir sin ellos.

—¡Perdóname! ¡Perdóname! —gritó abrazándose a la lápida—. Nunca quise hacerte esto. Era lo único valioso que tenía. ¡Te fallé! —Eso era lo que más le dolía—. Dije que todo estaría bien y no lo cumplí. ¡Esto es mi culpa! No quería esto, yo creí que podría volver a hacerte feliz, de verdad lo creí, pero... ¡Perdóname! Mami te necesito, te necesito tanto mamita. ¿Qué voy a hacer? Yo... ¡Te quiero mami! ¡Te amo! Solo...

Las palabras eran desgarradoras, el llanto era profundo. James y Alberth mantuvieron su distancia, James más que el segundo. Él estaba intentando cerrar sus oídos ante el dolor de Stephanie, concentrándose en mirar las otras tumbas, o ver la mariposa que por allí volaba, necesitaba distraerse en cualquier cosa para evadir el momento.

Alberth no duró mucho tiempo a su lado, se acercó a Stephanie arrodillándose a su lado y sin pedir permiso la envolvió en un fuerte abrazo. Ella necesitaba eso, ahora más que nunca, así que se sujetó a él buscando el consuelo que nadie le daría.

—Sé que ahora crees que el dolor que siente nunca se irá —dijo al oído de Stephanie—, y tienes razón, el dolor siempre estará allí. No hay tortura que no deje su cicatriz, pero el tiempo sabe aminorar el dolor hasta que se hace soportable. Sé lo que es perder a un ser querido, y que justo ahora no lo ves, pero todos aprendemos a vivir con ello.

Alberth comenzó a acariciar el cabello de Stephanie, manteniéndola allí en su pecho; el llanto de ella volvió a hacer más fuerte, necesitaba descargar lo que sentía en medio de ese abrazo protector.

—Estoy seguro que tu madre no te culpa de nada, porque esto no es tu culpa. La vida es así, vivimos y morimos, apesta, lo sé. Aférrate a tu dolor, explótalo, quiérelo, pero luego... déjalo ir, ella habría querido que su niña siempre fuera feliz.

Él le pasó un pañuelo para las lágrimas y ella intentó sonreír. Stephanie no supo cuánto tiempo pasó aferrándose al abrazo, hasta que se dio cuenta de lo impropio que era eso, se alejó apenada y Alberth le sonrió con cariño.

—Creo que mereces un momento a solas —comentó levantándose—. Recuerda que no naciste tan inteligente y linda por nada. Tienes un propósito, todos lo tenemos.

James estuvo anonadado todo el tiempo que Alberth duró abrazado con Stephanie. No admitía tal comportamiento de parte de un caballero que estaba comprometido. Alberth llegó a su lado jalándolo.

—¿A dónde vamos? —preguntó James con el ceño fruncido sin dejar de mirar que dejaban a Stephanie atrás.

—A visitar unas tumbas.

—No conocemos a nadie aquí.

—Solo camina James, camina —ordenó Alberth entre dientes.

Stephanie escuchó que se iban y esperó hasta que ya no los vio. Tal vez Alberth tenía razón y algún día el dolor sería menos intenso, pero por ahora quería llorar, tan solo dejarse morir allí. Se acostó en medio de las dos lápidas imaginándose que estaba en la cama de sus padres y era invierno, de esos tan helados que ellos la dejaban dormir entre ellos para mantenerse todos calientes, quiso imaginar la chimenea alumbrando y dándoles calor, la voz de su padre contándole alguna historia, las manos de su mamá peinándole el cabello. Quiso tener seis años de nuevo y no tener idea de que las personas eventualmente tienen que morir, ni que lo más doloroso de una despedida es no decir adiós.

***

—¡Eres un degenerado, James! —acusó Alberth recostándose en el coche.

—¿Ahora qué hice? —cuestionó cansado.

—Todo esto es morboso, ¿no lo notas? —Alberth casi sentía asco de su amigo.

—Le estoy dando la oportunidad de que llore por su madre, no veo lo malo en eso.

—Lo malo es que te quedes a observar todo como di fuera divertido. Además, ya déjala libre.

—¿Sabes lo que hará si la dejo libre ahora? —preguntó levantando la voz, encarándolo—. ¡Mírala! Su madre ha muerto. Está sola, triste y devastada. ¿Cuánto tiempo crees que pase antes de que siguiendo el ejemplo de su madre se quite la vida?

—¿Su mamá se suicidó?

—Sí, y eso mismo hará ella, ¿no lo ves?

—¿Ahora quieres que crea que lo haces para protegerla? —Aunque veía a James alterado, era casi imposible de creer algo así.

—Alberth piensa lo que quieras creer —bufó dando por zanjada la discusión—. A todas estas —continuó—, creí que amabas a Catalina intensamente, pero allí estabas abrazando a una esclava, mirándola de aquella forma, casi que llorando a su lado. Sin mencionar que crees que es muy, muy bella.

Alberth se tomó su tiempo para observar a James con una sonrisa formada en sus labios.

—Nunca en mi vida te he visto tan infantil, James —reía—. Siempre fui el tonto emocional y tú el maduro sin corazón, más tu madurez en estos momentos raya en lo estúpido. Amo a Catalina con todo mí ser, pero el que la ame no me hace un insensible con el resto del mundo. Y en cuanto a lo linda que es Stephanie eso es algo que ni tú puedes negarlo.

—Estás igual que Steve.

—¿Qué con él? —preguntó curioso.

—Me confesó días antes de su matrimonio que se enamoró de la esclava —dijo con gran escándalo—. Sabía que la de las cartas era ella y no Elizabeth y no le importó porque ella le gustaba, ¿no te da asco eso?

—¡Que lo cuelguen! —gritó riéndose—. James estás extraño. Desde siempre tu aversión hacia ella ha sido exagerada. Lo peor es que creí que éramos tan buenos amigos que me contarías todo sin importar qué, pero no estás siendo ni un poco sincero.

—Basta de este interrogatorio. Voy a buscarla.

—¡Espera! No llegues con las manos vacías.

***

Stephanie sabía que la paciencia de James era poca y tenía un límite, así que limpió sus lágrimas, respiró hondo y le dio un beso a cada tumba. Era hora de irse, y dejar sus ataques de llanto para la almohada. Antes de que volteara a seguir su camino, James apareció cargando un gran ramo de rosas.

—Ya es hora de irnos —comentó intentando no mirarla, como si estuviera apenado, lo que Stephanie notó con extrañeza—. Alberth te envía esto. Es para... —señaló la tumba no pudiendo culminar la frase.

—Gracias por traerlo amo.

Tomó las flores contenta de que al menos algo acompañaría a sus padres. Las arregló en medio de ambas tumbas, depositando más besos en ellas.

—Podrás venir otro día —dijo caminando a su lado.

—¿En serio? —Se detuvo de la sorpresa.

—Claro, confío en que no escaparás.

De regreso al coche Stephanie intentó disculparse con Alberth por llorar en su pecho, pero el insistió en que no había razones para disculparse. Mientras James y su amigo se quedaron en la casa del último, Stephanie continuó hasta el palacio donde el trabajo abundaba.

Evadió hablar con Violette de cómo se sentía, porque al solo pensarlo las lágrimas comenzaban a resbalar por las mejillas. Intentó ser fuerte, aunque con un gran vacío que estaba segura jamás se iría. Su vida carecí por completo de sentido, no había un futuro por el cuál luchar.

Llegó a su habitación derrotada, esperando hundir la cara en la almohada y poder gritar, pero entonces, justos encima de la almohada un regalo la esperaba. Era un paquete de hojas, una pluma y tinta, arriba estaba una nota escrita con aquella pulcra caligrafía que conocía.

"¿Quién dijo que Cupido no podía ser una esclava al mismo tiempo? Escribe, esa es tu nueva tarea".

En medio de un mar de lágrimas sonrió, abrazando su nuevo regalo. Sabía que James no le exigiría leer sus escritos, era su forma de aminorar su dolor, después de todo él parecía tener un corazón.

"¿Cómo puedes robar una sonrisa a un alma oscura que está perdida? Solo ofrécele un poco de bondad".

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