Capítulo 2.- Encuentros fortuitos
Stephanie no entendía por qué sus piernas y brazos no respondían, sabía que debía ponerse de pie pero algo la empujaba al suelo, era miedo tal vez, pero, ¿cuándo llegó a sentir tanto temor hacia alguien?
—¿Sí estás haciendo algo malo, sirvienta? —volvió a cuestionar con su voz fuerte y mirada altiva.
"Levántate, levántate, solo hazlo" —se repitió Stephanie esperando que el cuerpo respondiera.
—No sé qué le hace pensar eso, joven... su majestad... ¿Su excelencia? —¿Cómo se le llamaba a un príncipe que aún no era príncipe? Al menos Stephanie respiró de saber que ya se encontraba de pie, aunque tenía una gran mancha de pantano en la falda de su vestido.
—Tal vez el hecho de que una sirvienta esté a tempranas horas de la mañana en un camino desierto. ¿Qué puede hacer un sirviente a estas horas por allí? —indagó recostándose un poco del árbol.
Su posición intimidaba más a Stephanie. El hombre frente a ella era alto y de penetrantes ojos azules, algunos rizos se escapaban del cinto que los ataba, lucía pálido y con unas leves sombras bajo sus ojos que demostraban, no había dormido bien, sus labios estaban más morados que rosas, debido al frío. En otras circunstancias Stephanie habría podido decir que era un caballero muy apuesto, pero en las circunstancias vividas, le parecía que hasta el título "caballero" le quedaba grande.
—Son muchas cosas joven, los sirvientes despertamos a las tres de la mañana o un poco más, y buscamos agua, ordeñamos vacas, prendemos el fogón, alistamos...
—¡¿Te burlas de mí?!
Aquella pregunta en tono de grito hizo saltar a Stephanie.
—Jamás, señor, usted preguntó qué hacíamos los sirvientes, yo solo le estoy contestando...
—¡Basta! ¿Qué llevas allí? —señaló la mano dónde Stephanie con cuidado sostenía una carta.
—Un mandado —respondió a susurros, escondiendo la carta tras ella.
—Déjame ver.
—¡¿Qué?! ¡No! —gritó, aunque no quiso ser tan abrupta con su negativa.
—¿Vas a desobedecer a un príncipe?
—Aún no lo es. —Mordió sus labios en el mismo momento que aquellas inapropiadas palabras salieron de su boca. "¿En qué estás pensando? Te mandarán a la horca".
Stephanie ni siquiera quería ver la reacción del hombre frente a ella. Cerró fuertemente los ojos para esperar el grito.
Tanto fue el desconcierto de James que abrió la boca pero nada salió de sus labios sino hasta segundos después.
—Verdaderamente tu patrona no te ha inculcado ninguna clase de educación, plebeya.
"Por algo soy plebeya, señor Idiota" pensó Stephanie, pero jamás lo diría.
—Discúlpeme señor, fui impertinente. Discúlpeme por haber interrumpido su momento de descanso, que pase un buen día. —Con una rápida reverencia se dio la vuelta, no había mejor opción que huir de allí, pero el príncipe no se la pondría tan fácil.
—¿Es una carta de la señorita Huntigdon para uno de sus muchos admiradores?
Stephanie reviró de inmediato sorprendida.
—¡La señorita Catalina! ¡No, claro que no!
—¿Cómo estar seguros? Sé que eres la sirvienta que lleva cartas de un lado a otro, calentando la oreja de cuanto caballero desee caer en las redes de tus patronas. Mi amigo está interesado en la señorita Huntigdon; si es que el interés puede nacer de un solo encuentro, y no dejaré que una sirvienta ayude a jugar con los sentimientos de un hombre honorable.
—¿Está interesado en ella? —preguntó con emoción, aunque de inmediato recobró la compostura—. Le puedo asegurar que la señorita Huntigdon jamás jugaría con los sentimientos de un caballero.
—No puedo confiar en las palabras de una sirvienta, yo mismo me aseguraré de que eso nunca ocurra. Dame la carta sirvienta. —Se acercó más a ella y Stephanie por reflejo retrocedió.
—No puedo defraudar la confianza que han depositado en mí, lo sabe, señor.
—Es una orden, obedécela. —Se acercó aún más sin dejar de avanzar, y Stephanie nerviosa retrocedió y retrocedió sin saber que estaba saliendo del camino.
—Para mí desgracia o fortuna las órdenes de la señorita Kenfrey son de mayor peso que las suyas en vista de mi posición, soy su sirvienta.
—De quererlo hasta la señorita Kenfrey obedecería mis mandatos. Dame la carta, ¡ya!
—¡No!.. ¡Ay!
Stephanie no terminó de gritar cuando sus pies se vieron sostenidos en la nada. Gritó despavorida a la vez que solo sentía que rodaba y lo único que veía era mucha vegetación a su alrededor.
Cuando se detuvo en su aturdimiento divisó muchas patas de caballos que se detuvieron a muy poca distancia de su cuerpo, gritó nuevamente asustada, todos sus instintos la obligaron a apartarse e intentar levantarse.
Sentía que tal vez el cochero ahora estaba a su lado intentando ayudarla, pero ella solo podía ver a la cima de la colina para saber si encontraba al señor Prestwick allí, pero no lo divisaba. Entendió que cayó por el barranco hacia el camino real y que por poco una carreta la había aplastado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó una voz varonil.
Stephanie sintió que se le hacía parecida, pero estaba absorta en verificar que la carta aún se encontraba en su mano, y que sentía tanto dolor en diferentes partes del cuerpo que de seguro tenía magulladuras debido a la caída.
—¡Stephanie! —gritó la voz con asombro y alegría.
Antes de que Stephanie pudiera revirar, fue atrapada en un fuerte abrazo. Stephanie sintió el fresco aroma a roble y bosque, solo podía tratarse de alguien en particular y sin querer su corazón comenzó a latir acelerado.
—¡Duque Yorks! —exclamó tomando un poco de conciencia y alejándose.
No podía dejar de sonreír y sonrojarse al mismo tiempo. Steve Yorks era su favorito de los pretendientes de Elizabeth. Él era tan amable, bondadoso, educado, que a sabiendas de no ser correcto, Stephanie se permitía soñar con el duque una que otra noche.
Steve Yorks tenía tan solo dieciséis años, portaba un nombre de gran importancia y con ello más de las responsabilidades que un jovencito querría. De oscuros cabellos, blanca piel y ojos de un gris azulado particular, era él el pequeño gran amor prohibido de Stephanie.
—Ya te he dicho que me llames Steve —dijo tomando distancia al notar que no fue propio su efusiva muestra de cariño, pero estaba contento de verla. —Y hace meses que no nos vemos, la única comunicación son tus cartas.
—¡Mis cartas!
—Me refiero a las cartas de la señorita Elizabeth —carraspeó nervioso—, a través de sus letras he podido percibir que has estado bien. No tenía idea de que se encontraban en Newcastel, aunque es típico de la señorita Kenfrey en estas épocas.
—A ella le alegrará mucho verlo, duque Yorks —exclamó con una alegría que se veía opacada por la tenue chispa de melancolía en sus ojos.
—La verdad no pienso quedarme, solo estoy de paso, me dirijo a York, a mi casa. Problemas con algunas tierras que debo resolver. Pero... ¿Qué te pasó? —preguntó con el ceño fruncido al notar el estado de Stephanie.
El vestido de Stephanie estaba embarrado, sus manos presentaban raspones y sus típicas trenzas se mostraban en algunas partes despeinadas, incluso tenía manchas de barro en su rostro.
Ante la observación de Stephanie ella palideció, no quería que la viera en esas circunstancias, era más humillante presentarse ante él así, sabía que jamás existiría algo entre ellos, eso era solo parte de sus lindos sueños, pero aun así siempre intentaba lucir lo más presentable que una sirvienta podía estar.
—Soy torpe y me caí allá de la colina.
—¡De allá arriba! Es muy peligroso, ¿estás bien? Puedo llevarte a...
—De verdad estoy bien, duque. Voy a continuar mi camino y ya, de todas formas fue una forma más rápida de llegar al camino real —comentó con elocuencia.
Steve sonrió para luego extenderle su pañuelo a Stephanie.
—Debes cuidarte, eres muy linda para estar por allí sola.
Aquel comentario dejó a Stephanie sin respirar.
—Le diré a Elizabeth que te cuide mejor.
—No veo que más pueda hacer la señorita Lizzy por mí. Jamás una sirvienta sirvió a mejor dama.
Steve no dejó de mirarla con atención y sin darse cuenta extendió su mano para alejar un rizo rebelde del rostro de Stephanie, lo colocó tras su oreja rozando sin querer la mejilla de ella, haciendo que un cosquilleo muy intenso se propagara de allí a todo el cuerpo de la joven sirvienta.
Steve salió de su sueño para apresurarse a subir de nuevo al carruaje.
—¿A dónde vas? ¿Puedo llevarte? —preguntó antes de entrar.
—Continúe su camino duque, me gusta caminar y no estoy muy lejos. —Aunque eso era mentira.
—De nuevo, dime Steve. Adiós Stephanie, espero volver a verte pronto, envíale mis saludos a la señorita Kenfrey.
Stephanie sonrió y se despidió cuando el carruaje pasó a su lado.
Una vez ya el carruaje salió de su campo de visión, bajó la mirada para detallar su estado, quiso desaparecer en ese mismo instante. En una de sus manos estaba la carta, y en la otra aquel pañuelo que atesoraría.
"El príncipe idiota te lanzó por el precipicio, pero eso sirvió para encontrarte con el verdadero príncipe azul. Gracias, señor Prestwick".
Contenta Stephanie continuó, debía apurarse, ya había perdido demasiado tiempo.
***
—¡James! ¡No lo puedo creer! ¡James! —llamó Steve deteniendo el carruaje. De entre todas las personas jamás imaginó que vería a uno de sus mejores amigos por esos lares.
James estaba caminando de vuelta a la mansión de Alberth cuando fue sorprendido por su amigo.
—¿Qué hace el futuro rey de Inglaterra caminando solo por el campo como un simple mortal? —preguntó Steve con diversión desde la ventana del elegante carruaje—. Te ves mal príncipe —esbozó con sorna.
—Digamos que Alberth y yo discutimos. ¿Dejarás de reír y me llevarás?
—¿Alberth compró una casa en Newcastel? Porque sabemos que tú no puedes.
—Sí, soy príncipe, un futuro rey, pero el que menos tiene dinero de los tres —dijo con amargura.
Steve continuó preguntando, James le contestaba en lo que más parecían gruñidos, de verdad no estaba de buen humor, y de paso tendría que enfrentarse a Alberth al llegar.
***
Llegaron rápido ya que la distancia no era mucha. Alberth saludó con gran cariño a Steve, hacía meses que no se reunían los tres. Steve tenía más responsabilidades que ellos, le había tocado madurar más rápido, pese a ser el menor del grupo.
—No sé las razones por las cuáles hayan discutido, pero recuerden que son amigos, casi hermanos, no dejen que cuestiones de faldas los separen. Alberth entiende que las señoritas siempre preferirán a James porque es un príncipe, y también recuerda que la dama que lo haga no vale la pena porque no debe tener nada en la cabeza para preferir a James.
Alberth se carcajeó como hace tiempo no lo hacía. Lo que más gracia le causaba era ver el horrible semblante de James, quien estaba acostado en el sillón tapándose el rostro de la luz con un cojín. Quiso explicarle a Steve las verdaderas razones, pero Steve no lo dejó, argumentando que en serio debía continuar su viaje.
***
—¿Aprendiste tu lección? —preguntó Alberth entrando de nuevo al salón tras despedirse de Steve.
—Alberth, no se lanza a un amigo del carruaje en medio de la noche, en un pueblo que no conoce, y menos si este amigo...
—¿Es un príncipe? —completó—. No me salgas con eso, no a mí o te arrojo de mi casa sin ofrecerte un carruaje para que llegues a tu castillo, principito.
—¿Qué pasa contigo?
—¿Qué pasa conmigo? No permitiré que sigas alejándome de cuanta dama llama mi atención. Lo que sentí por la señorita Huntigdon es inexplicable, fue algo que nació desde que nuestras miradas se cruzaron, ¿no crees en el amor a primera vista?
—¡Alberth, escúchate! Eres un soñador que cree que todo es un hermoso cuento. No sabes nada de la señorita Huntigdon...
—No sé nada por tu culpa. Mentiste para alejarme de aquí, por suerte no soy tan estúpido como crees y me di cuenta, claro ya estábamos cerca de llegar a Leeds, pero el punto es que me di cuenta. Menos mal que estabas dormido para darte cuenta que me devolví, pero no volverá a pasar James.
—Como quieras, solo recuerda que tu amigo soy yo, y solo quiero lo mejor para ti —aseguró.
—Sí y lo mejor para mí es que hoy irás conmigo a una cabalgata con la señorita Huntigdon y sus amigas.
—¡No! —El cojín cayó de su rostro.
—Sí, eso incluye a la señorita Kenfrey a la cuál le pedirás disculpas.
—No le pediré disculpas, ella me ofendió a mí, además...
—No se te ocurra decir la palabras con P porque ya te dije que te vas de aquí —exclamó con una autoridad que apenas estaba descubriendo—. Como soberano debes aprender a ser humilde, tal vez no pidas disculpa pero tan solo no lleves cuenta del daño, empieza desde cero. ¿Harás eso por tu amigo?
James no respondió, solo suspiró, sabiendo que no importaba lo que dijera, terminaría yendo a esa cabalgata, todo para no perder a su amigo, y para asegurarse de que la señorita Huntigdon sí fuera la adecuada.
***
No solo por la carta, sino también debido a otros mandados, Stephanie llegó a la casa de Elizabeth ya pasada la hora de almuerzo. Nada más entrar a la habitación de su amiga se encontró con una nube de talco, encajes, y jovencitas corriendo de un espejo al otro.
—¡Stephanie! Hasta que apareces —reprochó Lizzy aún con tubos en la cabeza sosteniendo lo que pronto serían sus perfectos rizos castaños—. Rápido ayúdame a colocarme el corset.
Stephanie observó la ropa notando que era la especial para cabalgar. Jane, Catherine, Catalina y Emily también estaban con sus respectivas sirvientas colocándose sus trajes. Todas parecían emocionadas y nerviosas al mismo tiempo.
—¿Irán a cabalgar? —preguntó ya ajustando el corset a la delgada cintura de Lizzy.
—El señor Abbot y su esposa nos invitaron a una cabalgata a la montaña, pero asistirán Alberth Bromwich y James Prestwick —expresó Lizzy con un leve tono de emoción. Stephanie detuvo su labor de la impresión. —Todas me convencieron de por el bien de Catalina hacer como si mi discusión con James Prestwick jamás ocurrió, esperemos que el príncipe tenga la misma madurez.
—Lizzy... verás yo...
—Stephanie deja de balbucear y apúrate —demandó—. Se nos hace tarde, no podemos hacer esperar a nuestros anfitriones.
—Lizzy lo que pasa es que esta mañana...
De verdad debía decirlo. ¿Cómo enfrentarse aún príncipe del cuál escapó arrojándose a un voladero?
—¡Oh por Dios, Stephanie! ¡Mírate! —gritó jalando las tiras del corset que aún sostenía Stephanie y colocándose frente a ella para inspeccionarla.
—Eso quería explicarte, yo...
—Ve y cámbiate ahora mismo, date un baño o algo. Nosotros iremos camino al río, así que prepara una buena comida somos un grupo numeroso, dile a alguno de los sirvientes que te ayude. Vamos, vete ya, otra sirvienta me ayudará.
Stephanie de verdad quiso hablar, pero de improvisto fue sacada de la habitación.
No podía ser que tuviera que ver al príncipe idiota de nuevo. Ahora sí nada la salvaría.
***
La tarde era perfecta para dar un paseo, ante ellos se encontraban el señor Abbott su esposa, y una serie más de caballeros en sus caballos, platicando y esperando para comenzar la cabalgata.
—No han tenido la dicha de presentarnos así que lo haré yo —dijo el rubio joven más alto que James y de expresión amable—. Edward Huxley a su servicio, alteza. —Hizo una leve reverencia pero James se apresuró a negar.
—Mucho gusto señor Huxley, pero la reverencia y el título está de más.
—Ya sabía yo que estábamos entre amigos —repuso con su alegría característica y tomándose la confianza de estrechar a James en un abrazo.
—Ahora me siento ignorado señor Huxley —acusó Alberth en son de broma—. ¿Cómo no soy de la realeza no merezco su amistad?
—Cómo va a creer eso señor Bromwich, pero ahora yo soy el ofendido, nosotros nos conocimos hace años en Londres, ¿ya lo olvidó?
Alberth intentó buscar en lo más profundo de su mente, pero le fue imposible recordar al joven frente a ellos.
—Ya lo ve, el ofendido debo ser yo, pero por tal vez tercera vez en la vida: mucho gusto señor Bromwich. —Ambos estrecharon las manos, y otro caballero se acercó. —Dejen que les presente a mi buen amigo Frederick Wilford.
Un joven aún más sonriente que Edward y de mayor confianza llegó hasta ellos envolviéndolos a ambos en un fuerte abrazo.
—No todos los días se conoce al que en un futuro será Rey de Inglaterra —acotó terminando el efusivo abrazo—. Señor Prestwick, desde ya le digo que lo admiro con locura, que sería capaz de dar mi vida por usted, nómbreme caballero y sabrá lo que es tener un amigo verdadero.
Todos comenzaron a reír incluido James.
—Sin duda alguna lo tomaré en cuenta señor Wilford.
—Solo Frederick, recuerda que somos los mejores amigos.
—Lo malo de ser el mejor amigo de un príncipe es que todos te quieren robar el lugar —comentó Alberth riendo.
Continuaron platicando, los señores Abbott se unieron, la brisa estaba tan fuerte que todos debían sujetar sus sombreros, y de pronto ellas aparecieron en un hermoso carruaje, ya sus caballos estaban preparados esperándolas.
—Llegaron las damas más hermosas del reino unido —comentó Edward—. ¿Ya las conocen? Nosotros nos conocemos desde que éramos lactantes, y Frederick es muy amigo de la señorita Emily.
Frederick se sonrojó ante el comentario y carraspeó intentando callar a su amigo.
—Ya tuvimos el gran placer de conocerlas —mencionó Alberth, sonriendo al notar que Catalina ya había bajado del carruaje y ambas miradas se encontraron.
***
Elizabeth tuvo que respirar hondo cuando vio al imponente príncipe allí en medio del grupo que las esperaba. No pudo evitar admirar la fineza de aquel traje oscuro que lo cubría, lo mucho que resaltaba el brillo de su cabello y la intensidad del color de sus ojos.
"Él es hermoso y debería ser tuyo, aún puedes hacer que eso suceda, eres Elizabeth Kenfrey, tú puedes".
Lanzando los rizos a su espalda, se irguió más y formó una gran sonrisa en su rostro para acercarse.
Los saludos fueron formales y amistosos, aunque con James Prestwick solo fue formal, él intentó no mirarla por mucho tiempo, solo lo que la educación consideraba necesario.
"Estaba claro que no iba a mostrarte su mejor sonrisa, no pierdas la esperanza, la tarde apenas comenzó".
***
La cabalgata hacia el río comenzó y Elizabeth propuso que hicieran una competencia, alegando que las mujeres podían cabalgar igual de rápido que un caballero. Aceptando el reto, todos se posicionaron para comenzar la carrera.
James no perdió tiempo para azotar bien a su caballo e ir todo lo veloz que podía por el prado, ni siquiera conocía exactamente en dónde se encontraba el río, pero supuso que su caballo sabría llegar allí por su cuenta. La verdad le estaba molestando en extremo las constantes intervenciones de la señorita Kenfrey. Llegó a pensar que Elizabeth ni siquiera tomaba pausas para respirar, a su parecer el comienzo de esa cabalgata fue un monólogo de la pretensiosa señorita Kenfey llamando la atención de todos.
Intentó que su mente silenciara la vos de Elizabeth para concentrarse en la conversación casi privada de Alberth con Catalina. Sí estaban con los señores Abbott, y las chaperonas, pero Alberth logró ir en su caballo lado a lado de la señorita Huntigdon. Hasta ahora no había nada que pudiera juzgar de Catalina, ella era educada, algo callada, pero se veía cómoda hablando con Alberth, un cierto brillo en sus ojos que le indicaba su inocencia e ilusión. Catalina provenía de una buena familia, tal vez su único desperfecto era ser amiga de Elizabeth.
Corroborando que al parecer Catalina no era una mala elección para su amigo, decidió alejarse un poco de la cháchara de Elizabeth, sentir la fresca brisa y poder respirar un poco.
—¿Por qué se detiene señor Prestwick? ¿Acaso quiere dejarme ganar? —Elizabeth frenó su caballo en medio de aquella extensa pradera.
James suprimió una expresión de hastío al notar que Elizabeth se encontraba tan cerca de él, ¿cómo no pudo notar que ella estaba pisándole los talones?
—No, es solo que dejamos a los demás muy atrás, creo que es mejor esperarlos, no hay apuro en llegar, ¿o sí?
—No, no hay ningún apuro. Se demorarán mucho en venir, mejor esperemos debajo de aquel árbol. Creo que se olvidaron de la competencia y solo vienen hablando.
James no dijo nada solo siguió la dirección del árbol que Elizabeth señaló para posar su cabello allí y bajarse a descansar un poco en la sombra.
Elizabeth no tardó en llegar, colocar su caballo al lado del otro y distraerse en acariciar su pelaje esperando que el príncipe recostado en el tronco del árbol dijera algo, pero él no se veía con muchos ánimos de iniciar la conversación.
—Cuénteme, ¿qué es de su vida? ¿Cómo están sus padres? —preguntó sonriendo.
—Ellos están bien, supongo. Y mi vida no es muy interesante, de verdad no hay nada resaltante.
El silencio volvió luego de aquella seca respuesta y Elizabeth pensó que no estaría intentando buscarle conversación toda la tarde. Si él podía estar en silencio ella también, así que comenzó a ser pequeñas trenzas en el cabello de su yegua.
—¿Por qué tiene una sirvienta? —preguntó James de improvisto—. Me refiero a que sus otras amigas no las tienen.
—Tengo una doncella porque la necesito —respondió molesta. Jamás imaginó que James Prestwick interrumpiría el silencio con aquella pregunta.
—Creo que no le da el lugar debido, le tiene demasiada confianza —continuó.
—No es así. Ella sabe muy bien cuál es su lugar. Es muy respetuosa, por eso come en la cocina y nunca trata de relacionarse con nosotros cuando estamos en grupo. Ahora mismo está preparando la merienda. La trato como se debe, aunque no soy una tirana, además...
—Voy a continuar.
Interrumpió sin ninguna educación, como si escucharla un minuto más fuera un tormento. Se subió a su caballo tan rápido que a Elizabeth no le dio tiempo de si quiera parpadear, cuando se dio cuenta ya James se estaba perdiendo de su vista y ella estaba sola esperando a la sombra del frondoso árbol.
¿Cómo era posible que se hubiera ido sin siquiera ofrecerle que lo acompañara, sin importarle que la dejaba sola? Quiso gritar, decir tantas cosas, tal vez patear algo, pero en cambio se sentó sobre el pasto. Claro que no iba a correr tras él, esperaría al grupo y se olvidaría de James Prestwick por el resto de la tarde.
***
Stephanie ya había llegado hace más de media hora por un camino más corto y acompañada de un pequeño burro que cargó las cosas para el improvisado té de la tarde. Sentía que todo en su estómago era una tribulación, se sentía tan triste, nerviosa y enferma. ¿Qué iba a hacer cuando lo viera frente a frente? Con un poco de suerte entre tantas personas él no se fijaría en su presencia, pero por otro lado ella era la única sirvienta allí, así que tendría que atenderlo, así que sí que iba a notarla. Antes de caer en la desesperación, ordenó todas las cosas. Extendió el gran y fino mantel, y comenzó a ordenar los bizcochos, bollos, quesos, galletas y el té. Todo se veía lindo y comenzó a vigilar que ninguna inoportuna hormiga llegara a darse un festín, según sus cálculos ya pronto llegarían.
"—¿Por qué te lanzaste al vacío esclava? —se preguntó con voz de hombre en su mente.
—Porque su alteza yo no sabía que ahí se acababa el terreno, no tenía idea de que caería, rodaría, me golpearía, rompería mi vestido, zapatos, rodillas, codos, costillas, y que me detendría a las ruedas del carruaje de mi amor secreto... Tal vez decir amor sea exagerado, diría que es con el caballero de mis sueños... eso ahora suena muy acosador... ¡Hum! ¿Cómo lo explicaría? ¡Agh! Stephanie ni siquiera tienes que explicarle que amas a alguien, ¿en qué estás pensando?"
Iba a comenzar un nuevo diálogo mental, una nueva explicación más acorde con la situación, pero el relincho de un caballo la detuvo, reviró con descuido para quedarse sin aire al verlo bajar de su caballo sin despegar la mirada sobre ella.
De nuevo estaba esa sensación de haber perdido el poder de movimiento sobre su cuerpo. Sentía que la expresión de terror estaba plasmada en su rostro, que incluso sus labios estaban un poco entreabiertos de la impresión, pero por un momento solo pudo observarlo, ver cómo se acercaba cada vez más y más, hasta que ya podía oler la esencia de su perfume, y detallar hasta el mínimo botón de su traje.
—Buenas tardes señor Prestwick —susurró tragando saliva, con la vista clavada en sus gastados zapatos—. ¿Le ofrezco algo de tomar o un bocadillo?
—No creo que puedas ofrecerme algo que sea de mi agrado —comentó con aquella voz fuerte que Stephanie temía y odiaba con la misma intensidad—. Aunque... —Se acercó más a ella. —¿Dónde está la carta?
—¡Sigue con eso! —exclamó sin pensarlo, incluso levantó la vista observándolo con escándalo, pero al notar el ceño fruncido de James reaccionó a lo que había hecho.
—¡¿Qué dices?! —¿En serio una sirvienta le estaba gritando?
—Discúlpeme, señor. —¿Dónde podía esconderse? En serio se vio buscando árboles cercanos a los que fuera fácil subirse. —Yo... disculpe. La carta ya no está en mi poder, iba a entregarla y eso hice.
—Preferiste lanzarte a un voladero antes de obedecer.
Stephanie sentía que estaba siendo regañada por un fuerte patrón, y era la primera vez que se sentía de esa forma, tan incapaz de poder decir nada.
—Eso demuestra mi lealtad —susurró.
—¡No! Eso demuestra tu estupidez sirvienta.
"No más que la tuya señor Idiota". Pensó.
—No caí por gusto, señor, fue un accidente. Discúlpeme por haber resbalado, no era mi intención causarle confusión con la repentina caída. —Esperaba que notara el sarcasmo envuelto en sus palabras.
—Sí sabes que la señorita Kenfrey podrá hacer muy poco por ti si hablo con su padre y lo persuado a que no eres una buena compañía para su hija.
Stephanie palideció. Estaba segura que si el príncipe hacía algo así los padres de Elizabeth no dudarían en echarla a la calle, todo para complacer al futuro rey. Estaba dispuesta a rogarle allí mismo de rodillas que no hiciera algo parecido, pero ella dudaba que él fuera un hombre compasivo. Intentó pensar en la razón por la cual el príncipe parecía odiarla tanto, pero no había lógica para ese sentimiento, hasta que meditó en las palabras que acabó de enunciar. ¿Sería posible que él...?
—¿Usted está interesado en la señorita Kenfrey? —Ella no estaba en posición de preguntarlo, pero ya lo había hecho y muy a diferencia de sus otros actos, de este, no se arrepentía.
—Jamás estaría interesado en una dama que tenga tales amistades —argumentó mirándola con desprecio.
—¿Y si yo no estuviera? —continuó.
—En esta vida no hay cabida para los "tal vez". Lo que es, es.
No supo por qué sintió que había algo más tras esas palabras, tal vez fue el extraño brillo en sus ojos, que por un leve momento su mirada perdió un poco de aquel doloroso frío. Stephanie ya sin miedo intentó indagar más de la expresión del príncipe frente a ella, pero el ruido de más caballos acercándose hizo que el príncipe tomara más distancia de ella, hasta llegar en dos grandes pasos al lado de su caballo y sentarse en el suelo recostado de un tronco.
Las manos de Stephanie temblaban, tal vez había descubierto algo importante, pero por ahora solo debía mantener la calma y atender a los invitados. Esbozó la más creíble de sus sonrisas y recibió un poco cohibida los saludos afectuosos de Edward y Frederick que la conocían bien y siempre la trataban como si fuera parte de ellos. Edward incluso le indicó que iba a necesitar uno de sus bellos sonetos.
***
Stephanie intentó actuar normal, mirar lo menos posible hacia el lugar donde el príncipe se encontrara.
Todos se distrajeron entre chistes, chismes y juegos. Después de un rato hasta el príncipe parecía estarse divirtiendo, aunque le fue extraño a ella ver que el señor Idiota, pasaba más tiempo conversando con Emily y Frederick, que con el resto, él reía ante las cosas que ella decía, él parecía prestarle solo atención a ella, y eso no iba acorde con lo que acababa de descubrir.
Por un momento Elizabeth se sentó a su lado y mirando también hacia James y Emily suspiró con amargura, no dijo nada, pero Stephanie la conocía para saber que no estaba nada contenta.
Antes de que anocheciera todos se devolvieron. Las damas en aquel elegante carruaje, los caballeros en sus fuertes y veloces caballos, y Stephanie arrastrando a su burro en lo que sería un largo camino. Vio al príncipe mirarla de lejos antes de perderse en la colina, y tembló al no saber qué sería de su vida si el príncipe se atrevía a hacer algo contra ella.
Pensó durante todo el camino en si hablar con Lizzy de sus sospechas, pero hacerlo era ponerse una soga al cuello. ¿Acaso Lizzy preferiría su amistad a casarse con un futuro Rey?
***
Llegó bien entrada a la noche al hermoso hogar de Lizzy. Las damas estaban cenando. Catalina irradiaba felicidad de la hermosa tarde al lado de Alberth, incluso antes de dormir llamó a Stephanie en privado para decirle que necesitaría su ayuda con una carta, quería escribirle algo lindo pero no comprometedor a Alberth, en respuesta a una pequeña carta que él le entregó antes de despedirse esa tarde. Stephanie le aseguró que la ayudaría y pasaría por su habitación una vez ayudara a Lizzy a cambiarse y la dejara durmiendo en su habitación.
***
—¡Que hombre tan horrible! —gritó Elizabeth una vez Stephanie entró a la habitación.
Ella estaba sobre su cama con la cara hundida en la blanca almohada.
—¿Habla del señor Prestwick? —preguntó más por nervios.
—¿De quién más? —preguntó con obviedad—. Es lo más desesperante que he visto. Ves cómo me trata con toda esa indiferencia y desprecio. Se salió de aquel juego solo porque le dije para ser parejas; pero se acabó.
—¿Cómo dice? —Aquello podía ser lo mejor para su vida. Si Lizzy se alejaba del príncipe su trabajo y vida no peligraría.
—Se acabó Stephanie. Esa cosa no es mi príncipe, para nada es un príncipe. Además, estoy muy joven para ponerme a buscar un príncipe ahora, tengo dieciséis años, el año que viene sí me preocuparé por encontrarme un esposo, pero ahora no. Debo disfrutar de mi juventud, ¿cierto? —preguntó con duda, necesitaba que alguien le dijera que no era un error pensar así.
—Tienes razón Elizabeth, disfruta de tu juventud y belleza. Eres tan hermosa que no te será difícil encontrar a un buen caballero, uno apuesto, amable y que te ame.
—Por eso te quiero Stephanie. Ahora prepárame un buen baño que necesito relajarme.
Stephanie asintió y corrió a hacer su mandato, se reviró por un momento a ver a su amiga jugando con sus rizos mientras podía notar que continuaba pensando en el príncipe. Ella podía decirle que el príncipe estaba interesado en ella, pero que le decepcionó saber que tenía como amiga a una sirvienta. Podía decirle que la culpa del desagrado del príncipe se debía a ella, a esa amiga que ella quiso ayudar y que ahora era el impedimento para hacer sus sueños realidad. Tal vez Stephanie se sentiría mal por toda su vida, pero decidió callar, ella necesitaba ese trabajo, su madre dependía de ella, además apreciaba mucho su amistad con Lizzy, ella no merecía un matrimonio con un hombre tan despreciable.
Mientras preparó el baño se repitió que lo hacía por el bien de su amiga, aunque jamás se quitaría la culpa de ocultarle algo tan importante.
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