Capítulo 18.- Sueños
Un sonido extraño hizo que su mente le diera la advertencia de despertar, aún antes de abrir los ojos, su mente le recordó lo vivido en la noche, inclusive aún sentía lo suave de la cama y el calor de las cobijas, recordó el beso y esta vez sí pudo abrir los ojos completamente e incorporarse. Pero su lecho no era una suave y caliente cama, sino un duro y frío piso de madera, aquello que le daba calor era el abrigo que su amo le diera, en la cama yacía él durmiendo tranquilamente, se levantó totalmente confundida, aunque para su fortuna el frío de la muerte se había ido, la entristecía saber que todo aquello que recordaba solo había sido el más lindo de los sueños.
"Estaba claro que él no... ¿Cómo pudiste creer que...? ¡Agh! ¿Por qué estás decepcionada?".
Se golpeó levemente el rostro para quitarse la pesadez y más que ello la rara tristeza de saber que sus recuerdos no eran más que producto de un sueño. Observó a James durmiendo plácidamente sobre la cama y volvió a golpearse para dejar de mirarlo.
"Fue un sueño, un sueño muy extraño, pero un sueño. ¿Por qué sonaste algo así? El amo besándote, ¿en qué mundo eso es posible? ¿Por qué fue un sueño y no una pesadilla? Tú... cuando él...".
Rozaba sus labios y es que era la primera vez que un sueño era tan vívido, podía cerrar los ojos y aún erizarse por la inusual sensación. Desvió su mirada de nuevo hacia James, detallando el brillante cabello rizado, se acercó para detallar mejor su rostro, se enfocó en los labios entreabiertos, y sus manos comenzaron a cosquillear.
"¡Por Dios! Él no puede gustarte. ¡No puedes enamorarte del Príncipe idiota!".
James comenzó a moverse y ella asustada corrió al punto más lejano en la habitación.
—¿Estás mejor? —preguntó restregándose los ojos y escondiendo un bostezo.
—Sí, ya no tengo tanto frío.
—Deberías tomar las medicinas que me mandaron, las que sobraron. Ya no las necesito, me siento bien.
—Todavía tose de vez en vez, debería culminar el tratamiento, fue hace apenas unos días que...
—¿Cuándo será el día que dirás: Sí, amo; y nada más? ¡Tómate las medicinas!
—Sí, amo.
Stephanie corrió a buscarlas ya que se habían quedado en el carruaje.
"Así es como se acaba la ilusión de un sueño".
Volvió junto con el desayuno que le fue servido rápidamente debido a lo temprano que era. James había ordenado el desayuno la noche anterior, por lo que Stephanie se sorprendió cuando le entregaron dos bandejas compuestas por avena, pan, huevos revueltos, mermelada, té y jamón. Lo vio excesivo, pero si James estaba hambriento no tenía nada más que hacer que obedecerlo.
Al llegar se encontró a un James cambiado de ropa, aunque se había lavado la cara, las ojeras y bolsas en los ojos demostraban que no estaba del todo bien. Tenía los rizos sueltos lo que le daba un aire más juvenil.
—Gracias —pronunció James cuando Stephanie dejó las bandejas sobre la mesa.
No se suponía que los amos le agradecieran a sus esclavos por lo que Stephanie se mantuvo callada, tal vez el sueño continuaba.
—Ven, siéntate a comer conmigo.
—No se supone que los esclavos coman así.
—Lo sé, pero estas enferma y débil, debes alimentarte bien o no me servirás de nada.
Stephanie tomó asiento, ansiosa por untar mucha mermelada en su pan.
—¿Sabes algo? Es la primera vez después de mucho tiempo que no desayuno solo.
—Yo por el contrario siempre he desayunado rodeada de personas —comentó animosa—. Es la primera vez después de mucho tiempo que desayuno solo con un acompañante, y este es nada más y nada menos que mi amo. Pocos esclavos pueden presumir de algo así.
James sonrió tomando un poco de té.
—Brindemos por la primera vez después de mucho tiempo de ambos.
Alzó su taza, Stephanie su tazón de avena, y los chocaron.
"Debo seguir dormida, eso seguro. ¿Cuándo cantará el gallo?".
—Amo, casi no está comiendo. ¿Se siente mal?
—No. Se puede decir que pasé una buena noche, hasta soñé —mencionó metiendo a su boca un buen bocado de jamón.
—¡¿Usted también soñó?!
—¿También? Entonces, entre tanto delirio soñaste, tengo curiosidad por saber en qué puede soñar una esclava.
—En no ser esclava —comentó nerviosa, carraspeando un poco—. ¿En qué sueña un amo que es príncipe?
—No me refería a esa clase de sueño, sino a las ilógicas situaciones que crea la mente. Yo soñé que me encontraba en un bosque, frente a mí apareció una ninfa de impresionante belleza: piel blanca como la nieve, ojos de un extraño color, cabello largo y rizado, el rostro de un ángel. No dejaba de observarme, sentía que ella leía mis pensamientos, con su mirada me atraía, hasta el punto que comencé a acercarme sin desviar la mirada de esos ojos, temía que de hacerlo desaparecería.
Stephanie lo escuchaba atenta, reconociendo el brillo de la emoción en los ojos de James. "¿Su ninfa será Elizabeth?".
—Continué caminando, tanteando con mis pies el camino, como si estuviera ciego. El recorrido que yo pensaba era corto resultó ser muy largo, con cada paso en vez de acercarme me alejaba más y más, pero mi vista seguía clavada en esos ojos que fueron cambiando de color; de verde pasaron a azules, luego grises, naranjas, hasta un color miel. Solo cuando estuve suficientemente cerca noté que eran marrones oscuros, casi negros, me asusté, desenfoqué mi vista saliendo de aquel embrujo, y la cara de aquella hermosa ninfa ya no estaba allí, se había transformado y ahora era... —Hizo una pausa retomando su desayuno.
—¡En un árbol!—escupió Stephanie al ver que James no parecía tener ganas de continuar su relato.
—¿Qué?
—En eso se convirtió la ninfa, en un árbol.
—¡No! No creí que estuvieras de verdad prestando atención —comentó James riéndose.
—No se ría, amo. ¿Qué era? ¿En qué se convirtió la ninfa?
—Adivina.
Era tan difícil. Él mencionó todos los colores de ojos que ella conocía. Azules de Elizabeth, Grises de Emily, Marrones de Charlotte. Debía ser lo último.
—¿Se convirtió en la señorita Canbury?
—¡¿En Charlotte?! ¡Claro que no! ¿Por qué soñaría con ella?
—Ella tiene los ojos marrones oscuros. Y usted dijo pasar una buena noche porque soñó, supuse que entonces debía ser alguien querido.
—¿Charlotte es alguien querida por mí?
—¿Por qué no? Ella es muy linda.
—Todas a tu parecer son lindas, es lo único que llevo escuchando de ti, esclava. Pero si mi sueño indicaba a quien yo quiero, entonces, soy más extraño de lo que pensaba, sería hasta enfermo.
—¿No me dirá entonces qué es? —preguntó decepcionada.
—Sí, pero primero cuéntame tu sueño.
Stephanie jamás le contaría su sueño, pensó en inventar alguno o dejar eso por su bienestar, pero recordó uno de los sueños más lindos que había tenido hace unos días, no había nada en contarlo.
—Recuerde que luego me dirá el final de su sueño —advirtió—. Yo estaba en mi antigua casa con mi mamá, era una niña de nuevo, estábamos brincando encima de la cama, riendo y cantando. Pasamos de estar allí a estar en una hermosa pradera, todo era tan verde, la grama tan suave. Comenzamos a correr, riendo, disfrutando del paisaje, hasta que de la nada un gran río apareció a unas cuantas millas de nosotras, poseía una cascada tan grande que las nubes cubrían su naciente. Me dispuse a hacer una carrera para llegar al río, y corrí soltando la mano de mi madre, corrí tan fuerte que al llegar no tenía aire en los pulmones y feliz me lancé en la orilla a celebrar. No sentí a mi madre llegar así que comencé a buscarla, ella no estaba por ningún lado, grité su nombre una y otra vez, hasta que al otro lado del río, entre la neblina que formaba el agua al chocar con las rocas, estaba él. Era mi padre —sus ojos se cristalizaron al recordarlo, hace tiempo que no soñaba con él—. Quise a travesar el río y abrazarlo, decirle cuánto lo había extrañado. Tras él apareció mi madre, me dijo: Estoy bien, y tú lo estarás también; no cruces el río, aún no es tiempo. La neblina los estaba cubriendo y me asusté. Me arrojé al río, nadé pero la corriente era muy fuerte y comenzó a arrastrarme. Me estaba ahogando cuando me tomaron por la cintura y me jalaron a la orilla. Alcé la mirada y el sol me impidió ver, pero él estaba allí.
—¿Quién él? —cuestionó James.
—No lo sé. No lo vi, el sol no me dejó verlo, pero por alguna razón sé que es un él. ¡Eso es! Su ninfa se convirtió en nada porque usted se despertó.
—No, mi ninfa se convirtió en un caballo. Fue tanto mi susto que me desperté.
—Ese sueño no tuvo ningún sentido.
—Al igual que el tuyo. No dije que fuera un sueño revelador, fue un sueño y llevaba mucho tiempo sin tener uno.
Stephanie no le creyó pero continuó comiendo al igual que él. Una hora después volvieron al camino, esta vez James le dijo que fuera dentro del coche con él en vista de que estaba enferma. Ella casi se sintió indigna al ver los asientos de terciopelo y el rico aroma del cuero. Había olvidado los cómodos que pueden ser los carruajes.
—Debo agradecerle por haber dejado que viera a la señorita Tremblay —comentó rompiendo el silencio que llevaban desde hace horas.
—Ella quería verte, no podía negárselo.
"¿Por qué es ella tan importante para que no puedas negarle cosas?" pensó.
—Me alegro mucho por su boda. El joven Frederick y ella siempre formaron una linda pareja.
Tal vez su comentario era inapropiado, no obstante, necesitaba ver la expresión de James.
—Él la ama bastante.
—Sus hijos de verdad serán hermosos, la señorita Tremblay...
—Dudo que los tengan —acotó con amargura, no dejando de ver por la ventana.
Stephanie calló de inmediato, entendía que James amara en secreto a Emily, pero no que le disgustara la idea de ella con hijos.
—Ella está enferma —continuó—. Tiene una rara enfermedad que la está consumiendo, antes creían que se trataba de un gripe, pasó a tuberculosis, pero lo cierto es que no saben ni de qué trate. Por eso la viste cansada, casi sin energía.
—A esas tragedias se refería —susurró analizando las palabras de Emily.
Una gran tristeza nació en su pecho. No podía ser que Emily estuviera tan mal.
—Su premura por casarse es que no sabe cuánto tiempo viva. Le he enviado a mis doctores pero no saben qué hacer.
—De seguro y sí se cura. Ella siempre fue muy fuerte, nunca se desmayaba como el resto de las damas —dijo con entusiasmo—, ella saldrá de esto.
—Es bueno ser positivo, pero no tonto, esclava. Ella merece vivir muchos años, casarse, tener hijos, ser feliz, más las cosas malas siempre le sucedes a personas buenas. Así de asquerosa es la vida. Hay tantos cerdos por allí que deberían tener el destino de Emily, sin embargo, vivirían hasta que los dientes se les caigan.
—No es bueno desearle el mal a nadie, amo. —Quería tranquilizarlo, pero con ello no lo lograría.
—¿Nunca le has deseado mal a alguien, sirvienta?
—Yo... bueno... siendo sincera, una vez deseé que una vaca o un cerdo le pisara el pie a la cocinera de su castilla en Irlanda, o que Ana, la sirvienta, se cayera en el chiquero, pero es normal, ¿no?
"Y le deseé el mal a usted en muchas ocasiones" razonó.
—Yo te deseé el mal a ti —confesó mirándola fijamente.
—Y se le cumplió. Tal vez tenga un ángel de la maldad a su lado, amo —agregó sonriendo nerviosa—. Siempre he tenido una duda. Sé que soy una sirvienta, pero, ¿por qué me odia tanto?
—No te odio, no se supone que gaste un sentimiento tan fuerte y destructivo en una esclava.
"Y casi me emocioné", bufó en su mente.
—Antes de ser esclava, yo era intolerable para usted.
—Porque las mujeres como tú me repugnan.
De haberle dado una cachetada no le habría dolido tanto, no pudo usar palabra más ofensiva para describir los sentimientos que tenía para con ella.
—¿Volverías a escribir falsas cartas solo para complacer a una amiga?
Preguntó cuándo el silencio se hizo incómodo.
—¿Otra vez con eso? No entiendo, ¿alguien lo engañó con cartas, amo?
Allí estaba la verdad de todo. Lo supo cuando James abrió los ojos de más para luego volver a fijar la mirada en el paisaje afuera.
"¿Puede ser que la mujer de la que se enamoró lo engañó con cartas? Entonces esa mujer no era Emily".
—Ella se llamaba Jo, la colega tuya. A veces me recuerdas tanto a ella, y lo único en lo que a veces soñaba era en tener su cuello en mis manos para quebrarlo en mil pedazos.
Stephanie por inercia se llevó las manos al cuello, como si hubiera sentido la presión.
—Por eso me odia, porque me parezco a ella —susurró para sí misma—. Jo es la mujer que amó.
—¡No! —gritó alarmado—. Jo, era la Cupido, la amiga de la sanguijuela desgraciada por el que caí como un tonto. Físicamente no te pareces a Jo, pero... "la profesión" que tenían ambas, las mete en el mismo saco. Antonieta era la dama increíblemente hermosa que cualquier hombre querría tener; tenía la mezcla perfecta entre dulzura y sensualidad, ella era perfecta. Inteligente, graciosa y bella. Tenía a esta amiga, Josephine, la joven callada que parecía no romper ni un plato. Yo tenía los planes de dejar todo e irme con ella, de casarme a los diecisiete años y ser feliz con la mujer que amaba. Cuando todo estuvo listo, lo descubrí, no fui más que un tonto, porque mientras Josephine me escribía cartas de amor y compromiso, en nombre de Antonieta; ella disfrutaba de la compañía de otros hombres. Lo descubrí aunque ya era tarde para muchas cosas —dijo con pesar—. Y la excusa de la víbora era que me amaba, que a través de las cartas podía decirme lo que en realidad ella sentía. Como si con eso yo fuera a fijarme en ella. Si me amaba, ¿por qué me hizo quedar como un bufón? ¿Por qué dejó que se burlaran de mí? ¿No lo ves? Es la misma historia que tuviste con Steve. Solo que él tuvo la fortuna e inteligencia de no enamorarse de Elizabeth, de casarse siguiendo su destino. Ella no tuvo el gusto de romper su corazón.
Stephanie prefirió que James detuviera el carruaje y en ese mismo instante la echara de allí, a que seguir soportando aquella mirada de rencor, odio y decepción. Ella misma estaba comenzando a sentirse asco.
—Cada vez que te veo recuerdo lo que hiciste, las recuerdo a ellas, ¿cómo no sentir repulsión?
Él desvió la mirada y Stephanie hizo su mayor esfuerzo para no llorar, aunque irremediablemente unas cuántas lágrimas se le escaparon.
Él la odiaba y tal vez lo haría por siempre, lo triste es que antes no le importaban los sentimientos del príncipe, pero ahora le dolía saber que lo del sueño era aún más imposible.
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