Capítulo 13.- Navidad
A la mañana siguiente James despertó con un humor peor que todos los anteriores, mejoró un poco al enterarse que su padre se había ido a pasar las fiestas en Escocia.
Todo ese día Stephanie no supo mucho de su amo. James antes de irse le había dicho que no volvería y que trabajara ya que le avisarían si la encontraban holgazaneando. Ella se arrepintió de haber pensado que este James era mejor al melancólico de la noche anterior.
Logró hacer todos sus oficios rápido, por lo que se tomó parte de la tarde y noche para remendar unos vestidos que había rescatado de la basura. No tenía nada más que el vestido que le dieron los gitanos, y era un vestido muy ligero. En esos días en el palacio le había tocado lavarlo en la noche y ponerlo a secar, mientras se cubría con la cobija de la cama. Ahora tenía también la bata que James le había dado y que le ordenó botar por el hecho de ella llenarla de pulgas. Ella la conservó y ahora era parte de las pocas piezas de ropa que tenía.
Stephanie miró con emoción a su nueva ropa, eran vestidos viejos y en muy mal estado pero tenía algo con lo que cubrirse y eso era lo importante. Desde su ventana observó la luna inmensa en la oscuridad y recordó que al día siguiente sería nochebuena, los ojos se le llenaron de lágrimas al visualizar a su mamá sola pasando aquella noche.
"Perdóname por no estar a tu lado, perdóname —rogó aunque sabiendo que no era su culpa—. Si pudiera estaría a tu lado, cocinándote al menos un muslo de Pavo. Te encanta el Pudín de navidad, recuerdo que cuando papá estaba vivo tú misma lo hacías, colocando siempre un corazón dentro para él, y una estrella para mí. Volveremos a estar juntas, lo sé".
¿Por qué aquello parecía de esas cosas imposibles que James mencionó? Su promesa sabía a mentira en su lengua. En su corazón aquello no tenía el tono de verdad, pero, ¿por qué? ¿Por qué sentía que todo estaba perdido? ¿Por qué esa sensación de que no había nadie más viendo la luna en otro lado y pensando en ella?
Lloró ante el terror a lo desconocido, a ese sentimiento que no podía describir o entender. Lloró porque sabía que no era algo bueno, aunque superficialmente escondiera con rayos de ilusión la amarga verdad que le gritaba su corazón.
***
Supuso que sus ojos estaban hinchados por el llanto, así que sumergió el rostro en agua helada por varias veces para ver si eso la ayudaba. Vistió su nuevo remendado vestido y se preparó para un nuevo día. Tal vez el espíritu de la navidad había inundado al palacio, más no fue así.
—¿Qué haces con mi vestido, ramera ladrona?
Sintió su cabeza golpea contra la pared y sus trenzas ser jaladas por la misma persona que la había atacado.
—¿Qué está pasando?
La cocinera llegó al igual que muchos de la servidumbre. Stephanie luchaba por obtener la libertad, pero esa mujer la superaba en fuerza.
—Esta ramera tiene mi vestido.
—Lo encontré en la basura y lo arreglé, estaba en la basura —explicó con temor.
—¿Alguien te dio permiso de tomarlo de la basura? —acusó la cocinera.
—No, pero...
—¡Eres una ladrona! Y a las ladronas se les castiga.
Stephanie fue arrastrada por varias manos femeninas hasta el patio de los sirvientes. Jamás había visto tanto odio dirigido a ella. Intentó explicar la situación, incluso pedir disculpas por haber tomado esos vestidos, por no saber que las cosas de la basura tenían dueño, por muy absurdo que pareciera, pero nadie la escuchó. Sintió el golpe de una correa lastimar su brazo, el escozor de lo que sería la primera herida.
***
De vuelta a su viejo vestido y con el alma destrozada, Stephanie se internó en la habitación de James. Él no volvería y ella necesitaba creer de nuevo en que todo estaría bien. Dejó de llorar y se cubrió más con la cobija para no ver las marcas rojas que cubrían sus brazos. Tomó uno de los libros de la biblioteca y comenzó a leerlo.
Eran tantos meses sin leer que se sumergió en la historia, con tanta emoción y profundidad que no escuchó la puerta abrirse, ni sintió los pasos acercarse a su lado.
—Creí que tu trabajo era limpiar, no leer.
El libro cayó estrepitosamente de las manos de Stephanie y ella perdiendo el color de su piel se levantó con el corazón en la garganta.
—Disculpe amo, yo... —No había nada que la justificara—. ¿Ahora sí me va a castigar, verdad?
Ni siquiera podía verlo a la cara, cometía una imprudencia tras otra. Jamás fue tan torpe como cuando comenzó a ser la esclava de James.
Stephanie sintió el cuerpo de James cada vez más cerca de ella, cerró bien los ojos para no ver lo que vendría a continuación. Tembló cuando sintió que los dedos de James deslizaron un mechón de su cabello y lo acomodaron tras su oreja, ¿acaso estaba despejando el camino para darle una cachetada? No fue ese el caso, la misma mano acarició la mejilla de Stephanie, de su oreja hasta llegar al mentón, ejerciendo solo la fuerza necesaria para que ella levantara el rostro y ambas miradas se encontraran.
—Tengo entendido que la señorita Kenfrey dejaba que estudiaras con sus tutores al lado de ella. Así que es normal que le tengas amor a los libros. Tú peor castigo es tenerlos frente a ti y no poder tomarlos.
Por primera vez Stephanie supo que él no se estaba mofando de su situación, podía ver cierto deje de compasión en su mirada. Él la observaba detenidamente por segundos que para la aturdida mente de Stephanie, se hicieron eternos. Quería y no que ese momento acabara pronto, o tal vez que el final fuera distinto, una de esas cosas imposibles, pero él se alejó, lanzándose en un sillón contiguo.
—Hoy tengo que ir a una cena y me siento mal. —Con cansancio se cubrió el rostro, como escapando de la claridad.
—¡¿Está enfermo?!
—No sé, tal vez solo estoy cansado.
—¿A juro debe ir a esa cena?
—Sí, un familiar vino a Irlanda. Es una prima segunda o tercera, ya ni sé. La señorita Canbury.
—¡Charlotte Canbury! Disculpe, la señorita Canbury —rectificó—. Que extraño que haya venido hasta Irlanda, tenía entendido que ella no era adepta a los viajes largos.
—Para mí buena fortuna se atrevió y vino.
Stephanie notó la ironía y sonrió.
—Prepara el baño y la ropa, descansaré un rato.
Ya Stephanie era una experta en ambas cosas y eso que llevaba solo días en el palacio. Tuvo que bajar a la cocina por agua caliente pero con no dirigirle la palabra a nadie tenía.
—¿Podría prepararle una sopa para que agarre fuerzas? —preguntó tímida a un James que estaba a punto de entrar al baño por una ducha.
—Si quieres hazlo.
No tenía razones para estar contenta por prepararle una sopa a James, pero así se sintió. Debía ser rápida pero perfecta.
Volvió a la habitación con un delicado consomé de pollo, que olía muy bien y un té medicinal. Fue difícil meterse en la cocina sin que la cocinera pegara el grito al cielo, pero cuando le dijo que eran órdenes del príncipe, no tuvo otra opción que aceptar.
En dos ocasiones había visto a James solo en bata de baño, pero igual no dejaba de ponerla nerviosa. Suspiró cuando la primera cucharada de sopa tocó los labios de James y se preparaba para la amarga crítica.
—Me sorprendes esclava. No sabía que supieras cocinar. Cocinas mejor que la cocinera de aquí. De ahora en adelante cocinarás mi comida.
—Oh... ah... claro, amo. —Eso no la alegraba mucho. Le saldrían canas de pensar todos los días en qué nueva comida hacer, pero ella sola se había metido en eso.
—Y eso es lo que vestiré hoy —señaló desde la mesa a la ropa ordenada en la cama—. No se ve mal, ¿por qué azul?
—El azul resalta sus ojos, amo.
—La esclava ahora hasta sabe lo que me resalta.
Stephanie enrojeció y James se veía divertido comiendo. Si James enfermo era amable y amigable, entonces era mejor mantenerlo en ese estado.
"Tal vez y podría derramar el té medicinal, para que no lo tome y siga enfermo".
—Cuando acabe tendrás que vestirme porque estoy demasiado enfermo para hacerlo.
—¡¿Qué?!
—¡Ja! No es una tarea tan mala, muchas mujeres querrían...
El semblante de James cambió drásticamente y Stephanie no entendió por qué. Él la miraba, pero no al rostro sino a... ¡Sus brazos!
—¿Qué te pasó? —gruñó dejando la comida a un lado y apresurándose a tomarla una vez Stephanie hizo el amago de irse—. ¡Responde!
—No es nada.
—¡No es nada! Tienes todos los brazos marcados. Incluso la piel te arde —exclamó al tocar los brazos de Stephanie y notar lo irritados que estaban—. ¿Quién te hizo esto?
—La cocinera y las sirvientas. No todas, pero sí la mayoría. Ellas dicen que yo robé, pero eso no es verdad. Sé que la otra noche tomé comida, pero yo no acostumbro a hacer eso. —¿Cómo James iba a creerle que no robó si él la había visto hacerlo antes con la comida?—. Verá... yo tomé unos vestidos que vi en la basura. Estaban rotos, sucios y manchados, incluso le faltaban pedazos. No tengo ropa más que este vestido que me dieron los gitanos. Tomé los vestidos y los cocí, eran dos. Ellas me vieron con uno y me acusaron de ladrona, así que...
—Así que te pegaron en las manos. ¿Con qué te pegaron?
—Con... una correa de cuero y luego... luego una tabla.
James parecía estar a punto de matar a alguien y Stephanie estaba segura que era a ella.
—Amo disculpe, yo le juro que no sabía que tomar esos vestidos estaba mal, yo...
Él la tomó de la mano arrastrándola fuera de la habitación. Stephanie casi se enredaba con sus pies de lo rápido que bajaba las escaleras. Temió por recibir otro castigo, intentó disculparse a medida que avanzaban, pero James parecía poseído.
Llegaron a la cocina en donde la mayoría estaba preparando los alimentos para la cena. La servidumbre calló de inmediato al ver a James allí, y con una sincronización impresionante se formaron ante él.
—¿Quién hizo esto? —levantó el brazo de Stephanie para que todos lo vieran— ¡¿Quién hizo esto?! Si no hablan todos sabrán de buena mano lo que es molestarme, no preguntaré una tercera vez.
La mayoría señaló a la cocinera que no tuvo otra opción que dar un paso al frente.
—Ella no fue la única, ¿no es así amor?
Stephanie casi se atoró con su propia saliva cuando James pasó su brazo por su cintura y la acercó a él, además le había preguntado eso mirándola.
"¡Amor! ¿Te dijo amor?".
—Ella robó... —Intentó excusarse la cocinera, una señora ya de cierta edad.
—¡No me importa! Sé todo lo que dicen de mí y de ella, que es una ramera que me tiene hechizado y una sarta de estupideces más. A quien me lleve a la cama no les importa. No vuelvan a tocar lo que es mío o no tendrán manos para volver a tocar nada. No quiero oír mi nombre o el de ella salir de sus pútridas bocas, un solo murmullo más y no me importará renovar el personal del castillo. Ahora cada una buscará su mejor vestido y lo llevará a la habitación de mi esclava. ¡El mejor!
***
Estaban de vuelta en la habitación. James terminando de arreglarse y Stephanie analizando, que si antes la odiaban, ahora le harían brujería. No pensaba salir de la habitación de James nunca más, aunque eso diera más de qué hablar.
—Amo estaba pensando.
—¿Tú haces eso?
—A veces sí —contestó siguiéndole el juego—. Si ante la servidumbre soy tan importante para usted, ¿por qué tiene a su ramera vistiendo la ropa usada de las sirvientas? Eso me deja mal, mis encantos solo sirven para hacerme conseguir ropa usada.
—Tú no tienes encantos esclava. Y no te abuses, que estás conociendo la mejor versión de mí.
***
James se fue a su cena un poco después. Lucía impecable y perfecto como siempre, lo que un príncipe debía ser.
"¿Por qué a veces pareces ser bueno y otras eres el peor ser humano sobre la faz de la tierra?"
Se quedó gran parte de la noche en la habitación de James, aunque sabía que él no regresaría.
"Según Lizzy, Charlotte estaba interesada en casarse con James. Hoy tal vez sea su oportunidad de atraparlo. Ella es linda, tal vez... puede ser... ¡No! ¡No serían una linda pareja! El príncipe idiota no puede casarse con ella. Lizzy, claro, Lizzy sería su pareja ideal. Ambos son odiosos, malhumorados, calculadores, explosivos. Ellos deben estar juntos. Aunque... ¿Por qué eso me pone triste?".
Con impotencia Stephanie comenzó a golpear su cabeza contra el marco de la ventana.
"Tú no puedes ser tan tonta para... Él es malo, si a veces, y muy pocas veces te trata medio bien es porque quiere acercarse a Lizzy. Eres una esclava, ¡una esclava! Repítelo hasta que lo creas".
Duró un tiempo más en la habitación de James repitiéndose mentalmente que era una esclava, hasta que decidió mejor ir a su habitación en donde se haría más real su situación. Una vez entró, notó algo encima de su cama. Era un paquete. No había nota, nada, pero decidió abrirlo. Era un suéter, un suéter lila tejido. No se veía costoso, era como la ropa que una sirvienta podía permitirse, pero era caliente y suave.
El regalo podía no tener nota, pero Stephanie supo de parte de quién venía. Casi podía escuchar la voz de James en su cabeza:
Un suéter para tus vestidos usados. Esto es lo que compra tus encantos, esclava.
Tal vez él creería que la ofendería con el valor monetario de la prenda, pero ella veía más allá. Él se había dado la molestia de gastar un penique en ella, y eso era mucho proviniendo del príncipe idiota.
Quiso hacer su propia nota de regalo mental:
Feliz navidad, esclava.
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