Capítulo 11.- Raras actitudes

       Stephanie tenía los dedos congelados pero continuaba fregando las blancas camisas de James. Lo primero que decidió hacer fue lavar, el agua del rio estaba helada pero tenía que ser fuerte, además tal vez eso la haría dejar de pensar en lo lejos que estaba y lo imposible que era volver a casa, aunque no estaba resultando.

"¿Piensas escaparte?". La pregunta de James se repitió en su mente.

"¿A dónde iría? —pensó con frustración, golpeando cada vez más fuerte la ropa contra las rocas—. Me perdería entre tantas montañas y al final caería otra vez en las manos de unos pervertidos y fin de la historia".

Continuó lavando con rabia hasta que sintió escozor en una de sus manos, notando que se había cortado por la fricción, tal vez fue la sangre o el ver sus manos en ese estado tan deplorable, el hecho de ver a su alrededor y saber que estaba de madrugada en un río helado, rodeada de ropa, arbustos y con su vestido echo un desastre, todo el ambiente le demostró su lugar en el mundo y de pronto su futuro careció de sentido.

"¿Qué es lo que esperas de la vida? ¿Puede alguien vivir sin una meta o un propósito? ¿Qué harás Stephanie? —Deprimida dejó la ropa a un lado y se sentó sobre una roca tan solo a escuchar el paso del agua y el canto de los pájaros, necesitaba que algo le demostrara que continuar respirando no sería en vano, que algo mejor estaba allí en ese futuro desconocido—. Quizás mi mayor dolor sea saber todas las cosas buenas y majestuosas que hay en el mundo, sino las conocieras no sentiría dolor por saber que nunca las tendré. Tal vez la felicidad radique en la ignorancia".

Stephanie notó un nido que estaba en unas ramas por encima de su cabeza, los pajaritos bebés llorando impacientes por comida y la dedicada madre alimentándolo en sus picos, y supo que todos, ricos o pobres, letrados o analfabetas, todos tienen la forma de ser felices, y estaba allí siendo demostrado por la naturaleza: siempre y cuando existiera amor habría un futuro.

Un poco más feliz volvió al castillo, para reconocer que nunca se ganaría el favor del resto de la servidumbre. La llamaban: la ramera blanca. Según ellos, ella era una maldita que llegó al castillo a corromper al príncipe. Hablaban de que era una bruja por tener a padre e hijo enemistados por ella. Era lo mismo del día anterior pero con mayor odio. Sabía que si se defendía no le creerían, así que decidió mejor ignorar lo que casi le gritaban al oído.

—¡¿No le has llevado el desayuno a su alteza?! —La cocinera parecía estar a punto de un ataque.

—Aún es temprano y ayer llegó muy tarde, no querrá que interrumpa su sueño.

—Así lo habrás tenido de entretenido —comentó una de las sirvientas, ganándose la risa del resto.

—El príncipe tiene hoy un almuerzo programado con el Conde de Norbury. ¡Llévale el desayuno!

Stephanie sentía que eso ya lo había vivido, ella con una pesada bandeja indecisa entre si despertar a James o no, pero era verdad lo del almuerzo con el Conde, le había preguntado al mayordomo y ya estaban arreglando el carruaje.

Tocó la puerta pero no escuchó nada, entró notando todo a oscuras y a James durmiendo de la misma forma que ayer. Entendió por qué necesitaba una cama tan grande, el príncipe era de mal dormir y parecía que en la noche rodaba por toda la cama con libertad, hasta siempre terminar a la orilla a punto de caerse.

—Amo —llamó con miedo—. Amo —inisitió—, amo, debe despertar, es tarde y tiene que prepararse para salir. Amo.

Era imposible. Stephanie pensó que tal vez si lo tocaba con el mango del cepillo de cabello podría despertarlo. Empezó a puyarlo en el brazo y llamarlo pero nada.

—¡Amo! —clamó más fuerte.

Gritó más cuando de nuevo fue lanzada a la cama y James iba de nuevo a arremeter contra su cuello.

—¡Soy yo! —chilló despavorida.

James parpadeando la reconoció y bufó.

—¿Tú de nuevo? ¿Acaso esta etapa no fue superada ayer? —cuestionó con molestia.

—Debe... debe ir a un almuerzo con el conde de... con un conde —concluyó.

Ella seguía acostada en la cama, con sus manos sobre la cabeza sujetas por James. Se sentía acalorada de estar en esa posición tan indecente, tomando en cuenta que James tenía la mitad de la camisa sin abotonar.

—Poco me importa ese almuerzo. Viste que no he dormido casi nada y vienes a molestar, mereces que te azote por tan poca inteligencia.

—Pero el mayordomo...

'Fue interrumpida por el sonido de la puerta junto con una voz que había escuchado una sola vez pero que le hice erizar la piel.

—Hijo, ¿cómo es posible que...? —Ver a James encima de la esclava lo sorprendió hasta el punto de dejarlo sin habla, aunque entendía perfectamente que después de todo James era un hombre, por más correcto que quisiera actuar.

—¿Por qué pasas a mi habitación sin tocar la puerta? —acusó con molestia para posteriormente dejar a Stephanie y sentarse en la esquina de la cama.

—Aunque lo odies, se nota que eres mi hijo.

No era necesario ser muy inteligente para entender el significado tras esas palabras de doble sentido. Stephanie se quedó viéndolo anonadada, sintiendo la mirada del hombre mayor sobre ella, de pronto notó que ella continuaba acostada en la cama, ¿en qué estaba pensando?

Con las mejillas rojas, realmente avergonzada comenzó a levantarse, saldría corriendo de allí, pero sus planes fueron frenados al ser jalada por James a su lado. No supo cómo tuvo la facilidad de sentarla sobre sus piernas, impidiendo que se fuera al sostener su cintura con uno de sus brazos que la rodeaban.

Tenía el cuerpo de James tras ella, sus labios rozando su oreja, podía sentir lo caliente de su respiración, además él comenzó a acariciarle la mejilla con su pulgar. ¿Qué estaba pasando? Pronto se desmayaría si continuaba con ese cúmulo de sensaciones extrañas.

—¿Cómo no iba a disfrutar del regalo de cumpleaños que me dio mi querido padre? Llevabas muchos años sin regalarme nada. Y aunque es una esclava, qué más da.

James podía apreciar el odio que irradiaba su padre, ambos se detestaban y no desperdiciaban el tiempo para hacerse daño mutuamente. De poder George le habría arrancado a la esclava de las manos y tal vez violarla ahí frente a él.

Stephanie siempre se peinaba el cabello en dos trenzas, James para provocar más a su padre tomó una apartándola del cuello de ella, depositando un beso allí, muy cerca de la oreja de Stephanie. George presionó los puños y con la mejor de sus fingidas sonrisas salió azotando la puerta.

—¿Por qué tiemblas tanto, esclava? —La empujó sobre él haciendo que cayera al suelo—. ¡Qué asco! Ahora me enfermaré. Llevas dos días aquí y no te has bañado.

—¡¿Qué?!

Claro que Stephanie estaba temblando, todo fue de lo más bizarro. El príncipe idiota acariciándola, luego dejando ese beso allí, ¿por qué se sentía caliente y como hormigas corriendo, allí?

—Sí me he bañado. No tengo elegantes jabones, pero no huelo mal.

Quería sonar decidida y molesta, estaba ofendida, pero no dejaban de temblarle las piernas, tuvo que esconder sus manos tras su espalda para que James no notara lo mucho que todo eso la había afectado.

—Que repugnante, tengo que lavarme la boca. ¡Trae agua ahora!

Stephanie corrió al lugar donde se encontraba la elegante jarra de porcelana llena de agua, lista para que James se lavara el rostro. Una vez fue acercándose a él tuvo ganas de lanzarle toda el agua encima, eso sería tan genial para que se desinfectara por completo de las bacterias, pulgas y piojos que le dejó ella, según él, pero respiró y vertió un poco de agua en la charola de plata para que se lavara.

Una vez James se restregó con gran esmero, le pasó la toalla para que se secara.

—Supongo que ya que estoy despierto tengo que comer, ¿no?

—La comida está servida amo, ahora es su decisión si come o no. Los esclavos no les dan órdenes a sus amos.

—Tú eres muy lista, ¿no? —comentó con sarcasmo para ir hasta la mesita y comer de malhumor—. Ve preparando el baño y la ropa que me pondré, gracias a ti iré al almuerzo con un conde que detesto.

"¿No detesta a todo el mundo?" pensó Stephanie pero por suerte ese pensamiento no salió de su cabeza.

Preparó el baño pero su cabeza casi colapsó cuando entendió que debía escoger la vestimenta de James. Ella jamás había vestido a un hombre, tampoco se daba mucho la tarea de observarlos, menos a los grandes caballeros.

Se detuvo frente al armario cuando James entró al baño y ella pudo disfrutar de la soledad. Había muchos pesados trajes, camisas, corbatas, medias, botas y más cosas.

"Supongo que todo esto le queda bien al príncipe prepotente, así que cualquier cosa servirá".

Después de unos minutos ya estaba a punto de llorar. James saldría en cualquier momento y a ella nada le convencía. Intentó pensar en las combinaciones que le hacía a Elizabeth, pero James no era una mujer. Recordó a Steve y lo bien que siempre lucía, lamentablemente nunca se fijaba en lo que Steve vestía, sino en su rostro y lo hermoso que era a modo general.

"Piensa Stephanie, debes recordar. Steve debía verse más perfecto con unos trajes o colores que con otros, piensa...".

Y de pronto una imagen vino a ella.

Stephanie estaba tan feliz por su selección sobre la cama que no se dio cuenta a un James en bata de baño y con gotas de agua deslizándose de sus cabellos, parado al lado de ella.

—¡Oh Dios! Usted —exclamó avergonzada, escondiendo su rostro que parecía arder y es que le fue imposible no fijarse en aquella parte del pecho descubierta de James.

—No te aterres, dicen que soy un buen espécimen de mi género.

Stephanie no sabía si reír o salir corriendo despavorida. James parecía hasta algo feliz y eso era raro.

—Ahí está su ropa —señaló evitando su mirada, escabulléndose a la esquina contraria de la habitación.

La mejor opción que encontró fue entrar al baño a limpiarlo mientras James se vestía, era extraño que no buscara la ayuda de algún sirviente para vestirse, todos los caballeros lo hacían, y más él que era un príncipe.

—¡Esclava ven acá!

El jabón cayó de las manos de Stephanie al escucharlo. No entendía porqué estaba nerviosa de una forma distinta, no eran unos nervios de miedo, o sí pero un miedo no a morir o ser castigado, era una clase especial de miedo.

—¿Qué desea amo?

James estaba sentado frente a un gran espejo, con sus rizos despeinados y jugando con una pluma entre sus manos.

—Péiname —demandó sin quitar la mirada de la pluma blanca.

—¿Peinarlo? —¿Cuánto ataques al corazón tendría ese día?

—¿Harás una pregunta por cada orden que te dé? Haz lo que se te ordena y punto.

Stephanie asintió y se acercó a tomar el peine, después de todo no sería una mala idea jalarle los cabellos aprovechando la situación. Tomó un mechón de cabello y se sorprendió al sentir su suavidad, estaban mojados pero se sentían ligeros. El cabello de James era lindo, no iba a negarlo, largos rizos dorados de diferentes tonalidades, unos más claros que otros. A diferencia del cabello de Lizzy, el peine pasó con facilidad en el cabello de James, los de Lizzy se enredaban demasiado y no eran tan suaves debido a los fierros calientes que lo dañaban. Stephanie se vio absorta con el cabello del príncipe idiota, al punto que se olvidó de su pensamiento inicial de jalarle los cabellos.

Lo peinó con delicadeza, atención y esmero, sin notar que alguien la veía con atención a través del espejo.

Tal y como acostumbraba James, Stephanie sujetó los rizos en una cola baja con una cinta negra y terminó.

—Se ve bien amo.

Quiso que un rayo la pulverizada en el mismo instante que se dio cuenta de lo que dijo. James sonrió, ella lo miró de reojo, lucía joven y bueno riendo.

—Te dije que soy el mejor de mi género.

Ella estaba avergonzada, tal vez solo debía callar, pero algo en el ambiente le hizo hacer un último comentario.

—¿Acaso la vanidad es una marca oficial de la monarquía?

—Ahora que lo mencionas, es muy probable.

La puerta fue tocada, era el mayordomo avisando que el carruaje ya estaba listo.

—Esclava, ahora más que nunca aléjate de mi padre.

Y con la acostumbrada advertencia se fue.

Stephanie se permitió caer de rodillas en el alfombrado suelo, llevándose la mano a ese corazón que latía desaforado. ¿Qué había sido todo eso? ¿Acaso mantuvo una conversación con el Príncipe Idiota? ¿Él le había sonreído y no porque se burlara de ella?

Recordó la caricia, el beso y algo dentro de ella cimbró. Volvió a sentir las hormigas desparramarse de su cuello a sus brazos y alojarse en las yemas de sus dedos.

"¿Qué te está pasando? Deja de pensar en eso, está mal, es impuro, es... Él es malo, es detestable, te odia, te tiene asco, tú lo odias. No hay nada lindo en él, nada".

Stephanie ratificó que no había nada lindo en James Prestwick cuando llegó muy entrada la noche, borracho y de mal humor. A gritos la sacó de la habitación, advirtiéndole que no lo molestara y no quería su asquerosa presencia allí.

Stephanie se reventó de insultos para él acostada en su cama. Tapándose la boca con la almohada gritó todo el odio que tenía en su corazón para aquella persona que no se merecía la compasión o pensamientos de nadie.

"Morirás solo James Prestwick y en tu lecho de muerte te arrepentirás de haber sido tan despreciable".

Al día siguiente el agite fue algo inusual. Stephanie había alimentado y cepillado al caballo de James, así que apenas volvía del establo. Las sirvientas y cocineras corrían de un lado a otro, el mayordomo daba órdenes por doquier. Fue a buscar la ropa que lavó el día anterior para plancharla y al pasar por el gran salón notó que lo estaban limpiando. ¿Tendrían una fiesta?

Nadie parecía interesado en decirle lo que celebraban y ella prefirió no preguntar. Ya era entrada la mañana, casi el medio día y James no despertaba. Ya que él no quería verla, sus palabras habían sido muy claras la noche anterior, entonces ella no lo molestaría. Se encerró en un cuarto oscuro en donde estaba la mesa de planchar, el carbón y los implementos necesarios. Estuvo tan ocupada que no se dio cuenta de la hora, de que ni siquiera había almorzado. Se escabulló por las escaleras de servicio hasta llegar a la habitación de James. Estaba contenta con su trabajo, todas las prendas habían quedado hermosas aunque le dolía mucho la espalda.

James no estaba en la habitación, pero Stephanie no le prestó mucha atención a eso. Corrió las cortinas para tener más claridad notando que estaba lloviendo. Tarareando una canción comenzó a ordenar la ropa, hasta que escuchó unos pasos en la habitación.

James parecía estar sorprendido de verla allí, estaba empapado de pies a cabezas, Stephanie dedujo que se mojó con la lluvia. Con premura corrió a buscar una toalla para que se secara. Se la estiró pero él continuaba mirándola sin reaccionar.

—¿Dónde estabas? —El tono de voz era bajo pero se sentía la ira contenida.

—Planchando. Estaba... —Aquella mirada le daba miedo, pero ella no había hecho nada malo— planchando. Sé que el tiempo se me pasó, pero...

—¡Sabes lo que yo...!

La sujetó por los brazos, pero calló. Stephanie creía que en cualquier momento le pegaría.

—Vuelves a desaparecerte de esa forma y pondré un grillete en tus tobillos, ¿entendiste?

—Sí, pero yo solo estaba...

—¡Cállate!

Soltándola, casi que arrojándola al suelo, James desapareció. Stephanie se sobó los brazos y volvió a su labor de arreglar la ropa intentando encontrarle una explicación a todo eso. Se atrevió a salir al rato cuando ya era la hora de la cena, porque tenía mucha hambre.

La servidumbre estaba preparada para un banquete, podía ver los ricos postres y la hermosa comida. Todas las miradas se posaron en ella en cuanto entró a la cocina.

—¿Y con quién te estabas revolcando ramera?

Esta vez no fueron indirectas, una de las jóvenes sirvientas la enfrentó, inspeccionándola de arriba abajo con el mayor de los desprecios.

—Mira que no estar conforme con el príncipe y arruinar el día de su cumpleaños.

—¿Cumpleaños?

—¡Ja! Te revuelcas con él pero ni eso sabes.

—Así son esas perras. Te advertimos que aquí somos decentes, no te metas en la cama de nuestros hombres.

—Yo no...

—¿Entendiste?

Stephanie no daba una explicación a no haberse defendido, estuvo tan aterrada que asintió y salió corriendo de la cocina. Se internó en su cuarto para buscar serenidad. No sabía que era el cumpleaños de James, tampoco entendía porqué fue tan importante su desaparición, ¿acaso James la había buscado? ¿Era eso? Tal vez pensó que se escapó, pero, ¿cómo pudo haber pensado algo así?

Después de un tiempo volvió a la habitación de James, no que fueran a pensar de nuevo que se había escapado, o en el caso de las sirvientas, que se estaba acostando con alguien. Para su alivio James no había vuelto, lo esperaría para ayudarlo a cambiarse para el banquete que tenían por su cumpleaños.

El alivio se transformó en angustia cuando Stephanie notó que los invitados estaban comenzando a llegar, podía escuchar el piano resonar con alegría, y James no aparecía. ¿Acaso estaba ya en la fiesta?

Supo que no cuando escuchó unos gritos, tal vez no debía, pero la curiosidad pudo más que ella. Bajó hasta que divisó la entrada y un James mojado y molesto arrojaba las flores y candelabros que adornaban la entrada. 

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