Capítulo III

Los suaves labios que se mueven por encima de los míos no tienen marcado mi nombre en ellos. Las grandes y varoniles manos que recorren nuevamente mi piel no guardan la calidez de mi cuerpo en ellas.
Cuando coloco las mías alrededor de sus mejillas y las muevo hacia su cuello, guiándolas por sus hombros hasta los músculos de su espalda, se siente como si estuviera fantaseando; como si fuera parte de un recuerdo entre mis sueños.

Pero en lugar de estar tranquilo, siento que puedo descomponerme de la ira.

Estoy furioso al pensar que lo que pasó ayer fue un engaño; que Carlos supo todo desde un inicio; que pronunció el nombre de Donaldson a propósito; que siempre estuvo consciente de lo que sucedió y, a pesar de ello, me hizo pensar que me aproveché de él.

Mis palpitaciones están muy lejos de los niveles normales. Las siento en mi cuello, creo que incluso están a cada lado de mi rostro y mi cabeza duele como nunca. Tengo los puños tan apretados en su espalda que podría atravesarme la piel y las venas. La frustración que estoy percibiendo hace que quiera gritar tan fuerte hasta romperme las cuerdas vocales y aturdirme los tímpanos, porque solamente de esa forma podré callar mi mente.

Quiero alejarme de él para soltar todos mis reclamos, pero oprime su agarre cerca de mi nuca y me mantiene en mi lugar. Muerdo su labio con molestia, y sin tomarle importancia, introduce su lengua a mi boca y sepulta mis palabras. Relajo mis puños y deslizo las manos por su pecho para intentar apartarlo, y la distancia se acorta mucho más cuando hace un movimiento con su cadera y roza su bóxer con el mío.

Estoy tan agobiado intentando imaginar lo que pasó por su cabeza. Me hizo pensar que yo era el peor tipo de persona, provocó que me menospreciara y me odiara tanto hasta querer desaparecer.

¿Por qué? ¿Con qué finalidad?

No entiendo. En verdad, no lo comprendo. Y es absurdo, porque se supone que soy la persona que más lo ha observado por años.

Ya ni siquiera sé lo que está pasando por su mente ahora. Parece un maldito desconocido.

¿Por qué Carlos me besaría estando sobrio? ¿Por qué quiere repetir lo de ayer pese a que me mintió tan cruelmente?

Yo podría mentir. Sí, podría decir que todo entre nosotros está perfecto, que somos y seguiremos siendo los mejores amigos que siempre hemos sido.

Podría fingir que estoy feliz besándolo sin necesidad de estar borrachos.

Incluso podría aparentar que lo que está haciendo no me rompe el corazón.

Porque nunca esperé ser tan insignificante para Carlos.

No es justo. Aunque tal vez lo merezco. Después de todo, no soy el único engañado.

Pero duele. Joder, duele mucho. Estaba conmigo, y aun así, pronunció con tanto cariño el nombre de su novia aunque ahora soy yo a quien está tocando con tanta determinación. Me escuchó llorar con arrepentimiento, sin embargo no hizo nada por aliviar el dolor.

Se suponía que Carlos sería mi consuelo.

No puedo emitir ninguna palabra, pero las lágrimas hablan por mí. Sí, sé que también lo usé, que fui una mierda y tomé la oportunidad tan pronto como se presentó, mas no esperaba que Carlos también sacara provecho de mí y de la situación.

Aunque soy un remolino de emociones en este momento, no puedo negarme a sus actos. Es tan absurdo sufrir por su causa y al mismo tiempo ceder a él, porque no estoy haciendo ni la mínima fuerza por separarlo; porque lo quiero así de cerca; porque tal vez de esta forma arregle el desastre que provocó muy dentro de mí.

Aleja su boca de los mía. No abro los ojos, porque al hacerlo, sé que no podré contenerme y estallaré en llanto y furia. Percibo el sutil toque de sus labios por la piel húmeda de mi rostro, y escucho cómo, de manera muy delicada, susurra incontables disculpas. Sus besos calientan la frialdad de mis mejillas, son pequeños y están llenos de amor. Carlos besa de esta manera cuando verdaderamente se está disculpando. Me viene a la mente la imagen de un niño de diez años que besaba el cachete de su madre una y otra vez, lamentándose por haberle dicho que la comida de su padre era más sabrosa. De repente, otra imagen se hace presente y mi memoria revive el recuerdo de mi mejor amigo, ocho años después, besando el rostro de su novia tras haberse olvidado de su aniversario.

Las lágrimas, sin poder aguantarlas, retoman su recorrido.

—Lo siento, Leclerc —dice en un hilo de voz, para luego poner sus labios prohibidos sobre los míos durante un instante.

No quiero verlo, así que simplemente bajo mi cabeza y me quito las pruebas de mi tristeza. Carlos no es mío, y no importa cuántas veces bese mi rostro y sus manos recorran mi cuerpo, seguirá siendo novio de Donaldson, a quien traicionó conmigo.

¿De qué se disculpa, para empezar? ¿De haberme mentido? ¿De hacerme pasar por la segunda opción? ¿De herirme? ¿O de arruinar las expectativas que tenía sobre él?

—Mírame, por favor —suplica con sus dedos puestos en mi mentón. Alza mi cara y ahorro la poca estabilidad que me queda para separar los párpados y observarlo, y tan pronto como lo hago, me consume el arrepentimiento. Es mucho más difícil verlo de frente sabiendo que está tan cerca..., y de todos modos, tan fuera de mi alcance—. Discúlpame por haber actuado como si no lo recordara. No sabía qué hacer. Nunca me había metido con alguien más. Estaba borracho y un poco fuera de mí, pero fue mi culpa porque yo empecé con las incitaciones. Y si te preocupa tu sexualidad, debes saber que eso no te hace gay, ¿de acuerdo? Fue un error, y te repito, fue totalmente mío, Leclerc. No quiero que te sientas culpable por lo que ocurrió.

Quiero decirle que se calle la puta boca.

Pero me salen otras palabras.

—¿Por qué preguntaste si me gustaría volver a hacerlo? ¿Por qué sigues besándome? Ni siquiera estás borracho... ¿Y qué hay de tu novia? ¿Qué hay sobre ti...? No te entiendo, Carlos.

Suelta un largo suspiro y dirige su mirada a otra dirección.

—Fue un error. —Cada vez que dice esas tres putas palabras, tengo ganas de agarrarlo a puñetazos. Y yo nunca había tenido ganas de golpearlo—. Tengo que decirle a Rebe lo que ocurrió, pero no le diré que fue contigo.

—¿Por qué? —pregunto de inmediato, sin querer.

—Porque no soy gay.

Enarco una ceja.

—¿Qué?

—Que no soy gay.

—Acabas de besarme hace unos minutos y te frotaste sobre mí, Carlos. —Se escapa una risa incrédula fuera de mi boca—. ¿Qué mierda estás diciendo?

—No lo sé —dice frustrado, acompañado de otro suspiro—. No soy gay. Me gustan las mujeres y no siento atracción por hombres, pero estoy confundido, Leclerc, porque besarte y tocarte no me disgusta. Tal vez se debe a que somos muy cercanos desde que éramos pequeños, te he visto desnudo muchas veces y hay demasiada confianza...

Quiero que desaparezca de mi vista ahora.

Nunca había aborrecido tanto a alguien.

Soy un puto error, luego asume mi sexualidad por su cuenta, ¿y ahora debería sentirme feliz por no causarle disgusto cuando me besa o me toca?

—¿Confundido? ¿Ahora estás confundido? ¿De la misma forma en la que lo estuviste ayer cuando fingías tener sexo con tu novia y no parabas de mencionar su nombre? ¿Tan confundido como para no decirme a la puta cara que estabas consciente y así no hacerme sentir una mierda al pensar que me aproveché de ti porque no estaba en el mismo estado que tú? —Su cara cubierta de incredulidad hace que lo desprecie muchísimo. Me siento tan raro y creo que todo el cuerpo me está temblando. No soy un santo y yo jamás tendría el derecho de confesar lo que Carlos me está diciendo, pero aun así me siento demasiado impotente—. ¡Soy tu mejor amigo! ¡No es justo que hubieras actuado así conmigo porque yo jamás te lastimaría, y ayer me odié de una manera irreconocible al pensar en todo lo que te había hecho!

¿Y cuál es la peor parte?

Preferiría odiarme antes que empezar a odiar a Carlos.

La vibración de un celular se escucha a lo lejos, interrumpiendo el momento justo donde él se muerde el labio inferior con el rostro serio. Mueve la cabeza hacia un lado y mira la pantalla del aparato que sobresale de uno de los bolsillos de su pantalón.

Debe ser ella. ¿No le marca con tanta emoción e insistencia cuando hacen un plan?

Siento que los temblores en mi cuerpo están aumentando. Me toma un segundo observar la palmas de mis manos y notar el estremecimiento que les invade a cada uno de mis dedos. Estoy tan furioso que podría arruinar todo en cuestión de segundos. No quiero golpear a Carlos. No quiero decir una estupidez. No quiero soltar mi mayor secreto.

Me levanto del colchón individual rápidamente y tomo el primer pantalón de mi pertenencia para comenzar a colocármelo junto a un par de tenis. Carlos está tan hundido en su mente que ni siquiera se percata de lo que hago. Y está bien que no diga nada, porque sé que ante la primera palabra que suelte, le gritaré que se largue y no sé qué otra idiotez podría decir o hacer. Así que prefiero salir antes de averiguarlo.

Salgo del cuarto dando un portazo y bajo las escaleras escuchando cómo Carlos habla en señal de que ha atendido la llamada. Sé que es ella por el tono que usa al hablar. No puedo evitar los pensamientos que se arremolinan sin permiso mientras desciendo por los escalones: me dicen que ella será primero que yo; que solamente soy el error; que soy la nueva experiencia, la aventura, la adrenalina, el secreto... y el simple mejor amigo.

No me toma mucho tiempo llegar a la puerta de entrada, y cuando estoy a punto de girar la perilla, ésta se abre y distingo debajo del umbral el cuerpo de mi madre.

No la saludo ni hago algún gesto, simplemente paso por su lado e ignoro a todos sus llamados.

Y empiezo a correr. Corro sin dirección como si estuviera huyendo de él, pero lo que me atormenta es mi mente. A medida que la suela de mis tenis pisa el asfalto, mis ojos dejan de proyectar lo que tengo al frente y todo se llena de recuerdos. Recuerdos de la noche anterior, de esta mañana, de Carlos y Donaldson juntos... Y aquí, en estas manos temblorosas, está la sensación de cómo se siente su piel morena.

Tengo sus marcas en el cuerpo, y aunque gradualmente desaparecerán, yo no tengo idea de cuándo será el momento en el que dejaré de sentirme así de miserable.

Soy un imbécil. Soy un idiota porque debería de odiarlo y dejar ir toda clase de sentimiento que no será correspondido, porque de una confusión que fue causada por un error, no nacerá ese amor que tanto he esperado.

Me odio.

Odio ser hombre.

Odio tanto ser Charles Leclerc.








Tengo la espalda inclinada y las manos apoyadas en mis rodillas, apenas manteniéndome de pie debido al cansancio. Estoy tan exhausto como para pensar. Mi pecho se siente diminuto, como si estuviera encogiéndose cada vez que tomo agresivamente una bocanada de aire por la boca. Mi garganta está seca y unas gotas de sudor resbalan desde la raíz de mi cabello hasta caer en la acera gris que enfocan mis ojos nublados.

Los temblores han abandonado mi cuerpo y les ha reemplazado una fina capa de sudor. Paso un poco de saliva y me quito el líquido que decora mi frente con el antebrazo. Me siento un asco. Es tan desagradable sentirme sudoroso. Aún cuando en todas las carreras acabo sudado, no he logrado acostumbrarme. Probablemente, nunca lo haré.

Levanto la cabeza y miro el cielo gris que amenaza con dejar caer una fuerte tormenta. Y cuando bajo la mirada, frunzo el ceño al darme cuenta del lugar en el que estoy ahora. Esta casa enorme de color blanco con un jardín frondoso repleto de estatuillas de conejos y piedras, se trata del hogar de los Donaldson. Es el sitio que más tristeza me da por la gente que lo habita y por las ocasiones en las que he estado en él. Ni siquiera comprendo porqué he llegado hasta aquí. No tiene ningún sentido el dirigirme a casa de Donaldson para seguir sintiéndome...

—¿Charles?

Con un suspiro, muevo la mirada y veo en la entrada a la ladrona; la hermosa y perfecta chica que me ha robado al hombre de mis sueños.

¿Por qué me torturo de esta forma?

—¿Qué te trae por aquí? Pensé que estarías con Carlos —habla con un gesto confundido cuando camina hacia mí, pero con un ademán le resta importancia y vuelve a marcar una increíble sonrisa. Entre más se acerca, más aumentan mis ganas de irme. Trato de idear alguna excusa barata al tiempo que doy unos pasos hacia atrás, a lo que Donaldson se apresura en alcanzarme y me saluda con un fuerte abrazo, sin importarle que estoy sudado. Su perfume dulzón se impregna en mi nariz y su cabello pica en mi oreja derecha. Me obligo a corresponder su abrazo y le rodeo su espalda, escuchándola decir—: Hace tanto tiempo que no venías. Eres el mejor amigo de mi novio, ¡pero también eres mi amigo!

No. No somos amigos. Solamente la he visitado en compañía de Carlos, y ni siquiera me agradan sus padres porque su absurda familia me hace sentir patético. Se portan tan jodidamente amables conmigo a pesar de que no conocen una maldita cosa sobre mí. Siempre tratan de motivar a los jóvenes para que no pierdan sus metas, son el claro ejemplo de que con esfuerzo, los deseos se pueden cumplir. Suenan como unos payasos cada vez que me alientan, porque no importa cuánto empeño ponga en lo que anhelo, no se cumplirá. Y odio tanto que hablen de esperanza, de amor y de felicidad cada vez que estamos cenando en su casa porque, mientras ellos conversan, yo me muero de celos notando cómo su hija y Carlos se toman de la mano por debajo de la mesa; porque mientras ellos ríen, yo entristezco viendo las fotos de los Donaldson junto a mi amigo que están enmarcadas en uno de los muebles de su sala; y mientras ellos cantan y se emocionan escuchando música vieja, yo estoy al otro extremo de un enorme sofá aguantando las ganas de desaparecer al mismo tiempo que veo a detalle cómo la ladrona y mi mejor amigo se abrazan y se besan con ternura.

—Parece que empezará a llover. ¿No quieres entrar a mi casa?

A esta distancia, puedo distinguir claramente el color rojo de sus labios y el contraste de sus ojos azulados con ese vestido blanco. Donaldson es hermosa por dentro y por fuera, y así como no merece que la odie, tampoco ha merecido ser engañada por Carlos. Me pregunto si valió la pena ser la persona con la que la traicionó.

¿No debería sentirme feliz? ¿No debería estar un poco emocionado por esa pequeña probabilidad de que Carlos sienta algo más que una amistad por mí, y termine todo de una vez en su relación?

No sé, siquiera, cómo debería sentirme. Tuve un ligero alivio al saber que lo que hicimos fue consensuado. Y hubo un montón de ocasiones donde imaginé de qué manera sería si Carlos fuera un desvergonzado y se metiera a la cama conmigo, mas no pensé que fuera a ser una realidad. Primero, porque Carlos nunca actuó como un descarado. Segundo, porque nunca pensé en cómo acabaría una situación así.
Pero es obvio. No necesito quebrarme la cabeza para averiguar lo que sucederá después. Carlos, tal y como lo dijo: cometió un error, y si fuera a repetirse o no, seguirá siendo eso: un maldito error. En cambio, Donaldson está a su lado en sus planes a futuro.

Él ya lo arruinó. Y la única forma en la que sea perdonado, es que Donaldson lo arruine también.

Sí, ya lo he dicho un montón de veces.

Haría cualquier cosa por Carlos.

Doy un paso adelante y pongo las manos en las rosadas mejillas de Donaldson. Escucho una risa nerviosa de su parte y antes de que formule su pregunta, la beso en sus perfectos labios rojos, éstos que Carlos ha probado en tantas ocasiones antes y por los que hasta la fecha se sigue volviendo loco. Donaldson hace un primer intento por cortar el beso, y el segundo intento ya no se presenta. Siento unas gotas que caen en la piel de mis brazos y escucho las voces de sus vecinos, y no me importa que ellos sean testigos de lo que estoy haciendo. Ya lo he dicho antes: prefiero odiarme antes que empezar a odiar a Carlos. Y sí, me odio al estar haciendo esto. Odio la fuerza con la que presiono mis labios a los suyos y percibo su sabor. Odio el enojo, la envidia y la frustración que desquito en este beso. Odio saber que él prefiere esta boca antes que la mía.

Muevo mi mano izquierda y la hundo entre su cabello dorado detrás de su cuello, lo aprieto entre mis dedos y escucho el sonido de queja que se queda ahogado en su garganta.

¿Así besa a Carlos?

Me doy cuenta de lo imperfecta que es cuando pasa sus brazos por mis hombros y me sigue el ritmo.

Si fuera ella, nunca preferiría besar otros labios aparte de los de Carlos.

Si fuera ella...

Dios. No me canso de pensarlo.

¿Si toco el punto más profundo de su boca con mi lengua, saborearé una parte de él?

¿Si busco por debajo de su ropa, hallaré una marca suya?

¿Si me hundo entre los rincones de su cuerpo, encontraré su recuerdo?

¿Y si la toco más, y la beso más, y la follo más, borraré cada rastro que tiene de Carlos?

Dentro de su casa vacía, en la cama en la que tuvo sexo varias veces con él, respondí a todas mis preguntas. Entre cada una de ellas, me aborrecí a tal punto de odiarme. Le tapé la boca con la mano porque no quería escucharla gemir mi nombre y reemplacé las marcas que le había hecho Carlos con las mías, pero no dejé que hiciera lo mismo. Y tal vez, en algún punto, temblé de la furia y me aguanté las lágrimas por la parte que estaba humillando de mí mismo, porque no me gustan las mujeres y tuve que llenarme la mente de preguntas para hacerlo con ella; porque no me gustó su dulzura ni su figura, y tampoco sus muestras de afecto, sus sonidos o sus besos.

Estuvo jodido pensar cuál es la manera en la que Carlos se mueve encima de ella. ¿Donaldson me pidió hacer algunas cosas porque está acostumbrada a que él las haga? ¿Carlos la besa así como me besó a mí? ¿Es rudo? ¿Lo hace suave? ¿Despacio? ¿Le acaricia el cuerpo? ¿Le gusta cómo Donaldson gime en la oreja? ¿Qué posición prefiere hacer con ella?

No sé nada.

Sólo que...

Me siento extrañamente vacío.

Las suelas de mis tenis rompen un charco a mitad de la acera por la que camino de regreso a casa. La lluvia no se ha detenido desde que salí del hogar de los Donaldson y ha terminado por decorar el cielo de un color gris oscuro. Tengo toda mi ropa empapada, y mi cabello escurre sobre mi rostro con las gotas que se enfrían a mi tacto.

¿Hice lo correcto?

Sé que a Carlos le hará feliz que Donaldson lo disculpe por su error. Él es bueno, y entiendo que quiere estar con ella por mucho tiempo más, así que no puedo quitarle esa oportunidad por una equivocación que tuvo conmigo. No habría pasado todo esto si yo no hubiera regresado con él anoche.

Es mi culpa.

Todo esto es culpa mía.

Yo fui quien escuchó sus peticiones y lo llevé a casa. Yo fui el bastardo que no quiso dejar ir la oportunidad. Yo fui el único que siempre deseó tenerlo y sintió que ahí, en sus brazos, estaba completo.

Pero Carlos nunca se enamorará de mí.

¿Al menos he sido suficiente? ¿Para él... o para mamá? ¿He sido bueno?

Haría cualquier cosa por verlos felices. No me importa romperme, mentirme, o ir en contra de mi moral para que estén bien. Puedo aparentar ser alguien que no soy y guardarme cada uno de mis secretos.

Mantener las cosas de esta manera es mucho mejor que herirlos con mis sentimientos.

Entonces...

¿Por qué estoy llorando?

¿Por qué el nudo en mi garganta es tan grande que parece que podría asfixiarme?

¿Por qué me siento tan destrozado por dentro, aunque todo esto sea mi culpa?

¿Y por qué siento que este cuerpo que tiembla por el frío... ya ni siquiera es mío?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top