Capítulo I

Creo que ahora sí estoy jodido.

Literalmente.

Carlos está jodiéndome.

Ni siquiera habría creído esa oración de no ser porque está borracho hasta los huesos. Como buen amigo de la parrilla, compañero de equipo, hermano; debería detener esto y llevarlo a su hogar, pero...

Sé que estoy siendo un hijo de puta por aprovecharme de la situación, porque sé que él es un imbécil a la hora de ingerir alcohol y se pasa de copas. Porque no lo detengo a pesar de que estoy consciente de que se emborracha rápidamente, pero ya no es un maldito niño al que necesitas explicarle que todo debe ser con medida y que se cuide. Creo que Carlos sabe cuidarse bastante bien.

No, realmente no. Es estúpido y la mayoría del tiempo no sabe dónde está metiendo la cabeza.

Y hoy se ha confundido de cabeza.

¿Alguna vez Carlos ha utilizado su cerebro?

Supongo que no. Y yo tampoco.

Por eso estoy disfrutando esto más de lo que estoy arrepintiéndome. Se siente demasiado bien. Es como estar probando un ingrediente secreto. Es como tener en tus manos, por primera vez, el tesoro que le pertenece a alguien más.

Carlos es novio de Rebecca Donaldson.

No tengo duda que ha de confundirla conmigo. Aunque se la pasa soltando jadeos y besándome con sus labios sabor a tequila, susurra encima de mí el nombre de una ladrona.

Carlos Sainz era mío antes de que ella llegara a su vida y se interpusiera en nuestra amistad, pero supongo que tiene buena forma de conquistar el corazón de un hombre porque mi amigo nunca se había enamorado tanto de una mujer. Tal vez porque es hermosa y diferente, llama la atención en cualquier parte en la que esté y tiene pechos de buen tamaño, así como caderas definidas y una voz bastante femenina. No sabía cuál era el tipo de chica de Carlos hasta que Donaldson apareció y llenó una lista completa. Era la chica perfecta.

Tengo ganas de gritarle en su cara que su novio me está follando creyendo que es ella. Dicen que los borrachos son honestos, y él no ha dejado de decirme que se siente bien, mejor que cualquier noche anterior a esta. Sin embargo, si llego a cometer esa tontería, estaría tirando a la basura una de las pocas amistades que tengo y valen la pena, Carlos me odiaría, probablemente todos me odiarían.

Soy un puto pervertido.

Estoy demente.

Y Carlos lo hace delicioso.

Parece que tiene bastante experiencia en el tema sexual, probablemente se debe a que no se esperó a ser mayor de edad para iniciar a probar esta clase de actividad. Me pregunto cuántas veces a la semana tiene sexo con la ladrona.

Esta manera en la que me toca, en la que desliza sus manos por mi pecho y mi abdomen para después besarme con sus gruesos y húmedos labios mientras el sudor de nuestras pieles se resbala, se está volviendo cada vez más adictivo.

No lo hago con ningún chico desde que supe que Carlos es el único que me hace babear y revive este frío corazón cuando está cerca mío. ¿Tal vez por eso estoy sensible?

Me vine en el momento justo en que la metió, por un instante sentí vergüenza de mí mismo, pero pronto volví a recordar que él no tendrá la memoria de esta alocada situación y ya no tuve necesidad de contenerme.

No sé cuántas veces hasta ahora he eyaculado y él también. Hay montones de condones sucios desparramados por el piso de mi habitación y en el colchón. Este cuarto terminará como si una orgía hubiera tenido sexo por una semana entera.

Pero no me importa.

A la mierda.

A la mierda todo.

Sólo quiero concentrarme en él.

Entrelazo los brazos por su cuello, enredo las piernas en su espalda baja y lo pego a mi pecho. Mi miembro que se ha vuelto a endurecer está aprisionado entre nuestros abdómenes, y a cada embestida, roza con ambas pieles calientes y sudorosas, dándome cantidades insaciables y maravillosas de placer.

Me encanta. Me encanta demasiado este chico.

He evitado gemir desde que esto comenzó porque no quiero que se asuste al no escuchar el agudo y dulce grito que le dedicaría Donaldson en su nombre. Me tapo la boca muchas veces, pero no deja de aflojármela por los grandes niveles de excitación que me provoca. Aquí estoy, una y otra vez, apretando mis dientes entre sí, mordiendo mi labio inferior hinchado y lastimado para dejar morir mis gemidos en la garganta y expresarlos con mis ojos; que sé que estarán diciendo todas estas palabras que no puedo admitir.

Estoy conteniéndome para no dejarle marcas, lo cual se vuelve una tarea complicada cuando su piel brilla por su sudor y gracias a la tenue luz de las lámparas encima de las mesas de noche a cada lado de la cama, que está chillando, retorciéndose, golpeándose contra la cabecera por dos hombres estúpidos y calientes. Él no tiene problema con lamerme y chuparme extensos centímetros de piel, pintando marcas, reclamándome como suyo con su lengua y estremeciéndome ante su toque. Debajo de él me siento pequeño, pero bastante protegido.

Es increíble poder hacerlo después de desearlo por tanto tiempo. El tocarlo, sentirlo desnudo, probar su sabor, escuchar los sonidos que hace en la cama...

No quiero que esto acabe.

En un minuto Carlos está sobre mí, dándome lo que más me gusta con embestidas fuertes y directas, explicándome que estoy más apretado de lo usual. Y al siguiente minuto yo estoy arriba, montándolo de la manera en la que siempre he añorado con tanta fascinación. El rostro que tiene me ha quitado cualquier palabra de la boca, hace que me estremezca como una hoja al viento al sentir su par de ojos contemplarme como si estuviera viendo a través de mí; como si supiera que quien está brincando encima suyo es nada menos que Charles Leclerc, la persona desvergonzada a la que le ha contado cada uno de sus secretos y sus sueños y, aun así, los ha tirado por la borda con tal de complacer su deseo más profundo y su anhelación prohibida.

Disminuyo la velocidad en la que estoy llenándome duramente sobre su pene. He estado utilizando su abdomen manchado por nuestro semen como soporte para balancearme sobre él, y aunque mi espalda inclinada ya está quejándose por la posición que nunca he tomado antes (nunca monté a ningún otro chico aparte de Carlos), no le tomo importancia.

Me abalanzo para alcanzar sus labios y siento mi vientre cálido antes de cumplir mi propósito. Sonrío satisfecho al corresponderle el placer que me está dando y uno nuestros labios incluso cuando no he desvanecido del todo mi gesto orgulloso.

Cuando lo beso, siento que estoy saboreando el fruto prohibido. Me siento pecador.

Abro la boca y mete su lengua antes de que yo intente introducir la mía a la suya. A pesar de que algunas veces es torpe por su ebriedad, me gusta cómo me besa. Es como si me estuviera devorando por delante y atrás. Aunque parece ser que ahora yo estoy devorando su miembro con mi trasero.

No he dejado de moverme pese a que ya vertió su líquido dentro, hay una probabilidad de que el condón termine rompiéndose, pero no puedo... No puedo detenerme.

No hace falta que me masturbe. Solamente estoy recibiendo roce tras roce en mi próstata, hace que frunza las cejas y ponga los ojos en blanco sin querer. Quiero gemir. Quiero gemir su nombre. Quiero que su nombre salga como una maldición dulce.

Carlos Sainz me fascina por completo.

Me separo de su boca con un jadeo que suena como un pequeño gemido. Siento que la saliva me está escurriendo por la comisura de mis labios y de mi pene brota líquido preseminal.

Él es tan grande y grueso. Llega tan profundo. Me llena por completo.

Ahora sé otra gran razón por la que Donaldson es tan sobre protectora con él. ¿A quién no le encantaría esto?

Continúo meciéndome de arriba hacia abajo. Carlos pone las manos en mi cadera y observa mi pene chorrear y soltar gotas de presemen. Parece un tanto confundido.

Le levanto el rostro desde su mentón y le obligo a mirarme. Mientras sigo probando de él, dándome el placer que quiero al moverme también como me apetece, no dejo de observar sus ojos marrones y excitantes. Está encantado. Creo que le gusta mucho lo que estoy haciendo.

Le quito las manos de mi cintura y las entrelazo con las mías para usarlas como nuevo soporte, pero ya ni siquiera hace falta seguir. Estoy en mi límite. Me enredo con él y me aprieto inevitablemente. Separo mi mano derecha de la suya para silenciar el gemido que va a salirme cuando me venga, pero termina ocurriendo antes: claro, ronco, lleno de cariño. Mis párpados se aprietan cuando mi boca se abre, y dejo salir todo lo que es necesario. Incluso su nombre en un tono agudo y exquisito.

Cuando abro los ojos, noto que mi semen ha vuelto a caer sobre nuestros cuerpos y lo último se ha chorreado cerca de sus clavículas. Él llegó a su clímax al mismo tiempo, justo después de verme en mi faceta más lasciva.

Creo que es la primera vez que me vengo por detrás, sin necesidad de estimular mi miembro.

Creo que es increíble.

Lo analizo y noto que está agotado. Se limpia la frente con su antebrazo y se pasa la mano por el cabello mojado, sin dejar de verme confundido y gustoso.

Sí, está claro que le ha gustado. Lo conozco bien.

Estoy seguro que ahora me gusta más.

Estoy seguro que a él...

Espera. Espera un segundo...

¿Qué mierda acabo de hacer?










Ahora estoy doblemente jodido.

No importa que Carlos me lo haya pedido, que me haya buscado, besado e ilusionado, porque estaba borracho. Así que toda esta mierda es culpa mía.

Mi habitación apesta y aunque estoy molido tengo que arreglarla para que, cuando él despierte, no tenga ni idea de lo que acabo de hacernos. Es bueno que él no tenga mi lugar, amanecerá limpio, cambiado, sin dolor de espalda baja y sin el culo bien abierto.

A medida que ordeno, agarro cada condón de colores (incluso Carlos es creativo con ello), los echo dentro de una bolsa de basura y me retuerzo con quejidos cada vez que me inclino a tomar cuidadosamente uno. Mi sentido de limpieza se ha ido a la mierda. Al igual que mi reputación, mi estabilidad, mi cordura y mi consciencia. No sé, toda mi vida he sido un chico que piensa bien las cosas antes de hacerlas, pero Carlos hace que me vuelva un imbécil que se le desconecta el cerebro cada vez que él está cerca, o me habla, o me toca amistosamente. Tal vez pensé que estaba bien porque es nues... mi secreto. O porque no tendría una oportunidad como esta jamás; pero eso solamente me hace sentir vacío y enfermizo.

Cuando he juntado todos los condones, le quito el que tiene puesto, siendo cuidadoso de que no se derrame en él. Acto seguido, le hago un nudo y lo aviento a la bolsa suspirando.

Voy a quitar la sábana para lavarla y le diré en la mañana que se ha vomitado en ella al regresar de la fiesta, y que no tiene la ropa puesta porque la ha ensuciado también. Así que simplemente le pondré un bóxer.

Ya hemos dormido juntos muchas veces. He tenido que ver su rostro descansando por horas sabiendo que es de otra persona, que no tengo ni la menor oportunidad de estar con él. Le he acariciado el rostro mientras imagino una vida donde podamos ser todo lo que quiero que en esta se cumpla. He trazado cada facción de su cara para guardarlas en mi memoria, mientras mi corazón se rompe lentamente al recordar su sonrisa cuando está despierto y voltea a mirarme... porque es diferente la que marca cuando está con Donaldson.

A veces siento que lo amo tanto que puedo llegar a odiarlo fácilmente.

Carlos Sainz es un hombre brillante. Aunque seamos polos opuestos, ha logrado cautivarme con el paso de los años.

Al principio, cuando nos conocimos de niños porque competíamos en las mismas carreras de karts, únicamente pensaba que era un retrasado. Iba detrás de un grupo de chicos para ser como ellos y rogaba por su aceptación como si no hubiera más personas en el mundo tan idiotas como él con los que pudiese congeniar. Yo nunca pertenecí a un grupo, pero ellos me veían como alguien a quien admirar. Nunca entendí eso. El que no tuviera un papá no me hacía más fuerte ni me hacía rebelde. Mamá me educó para ser un niño civilizado, sin embargo terminé siendo un patán reservado que muchos ansiaban resolver para entender. Quizá deba estar agradecido de que no me comprendieran, porque de no ser así, habrían sabido que el chico que tenían en un pedestal podría estar probablemente atraído a ellos que a cualquier otra niña.

Pese a que a Carlos y a mí nos ponían en el mismo plato para compararnos como alguien genial y un perdedor, no se dejó llevar por sus palabras y siguió valorándome como si fuéramos amigos. Me dio lástima que lo excluyeran y nadie escuchase sus palabras con ese acento tan pronunciado, así que le hice compañía y oí cada tontería que ansiaba expresar. Luego me arrepentí. Era un hablador de mierda. A veces se contestaba sus preguntas él solo cuando yo no se las respondía, entonces continuaba hable y hable.

De nueva cuenta, somos completamente distintos. Él es el sol y yo soy la luna. Él es salvación y yo soy perdición. Él es felicidad, mientras que yo soy miseria. Aún así, se encariñó conmigo. Me trataba y sigue tratándome como un amigo más, no como a alguien a quien respetar. Y eso me gustó. Carlos me gustó porque es carismático, bondadoso, comprensible, amigable, apasionado, inteligente, gracioso y lleno de sueños. Tiene cada una de las cualidades que yo no. Le fascina hablar, contar experiencias y abrirse con los demás sinceramente al tratar de sus sentimientos. Nada se le complica porque siempre fue seguro de sí mismo.

Lo que más destacaba para mí cuando éramos pequeños era su forma cariñosa de ser: siempre abrazaba a sus padres, a sus amigos, y a mí. Me acariciaba el cabello, me tomaba de la mano cuando salíamos de la pista sin un adulto, me abrazaba cuando tenía miedo, o cuando me veía triste.

Para todos los demás, yo siempre fui impasible; sin expresiones. No obstante, Carlos supo descifrarme sin necesidad de preguntarme. Algunas veces sí me cuestionaba qué me pasaba y cuando no le respondía, se limitaba a hacerme compañía y regalarme dulces y comida que le daba su mamá. Ya que él sabía que yo comía poco porque mi madre no solía estar en casa y no sabía cómo cocinarme.

De pronto, me di cuenta que pasaba más el rato en casa de los Sainz que en la mía. La de ellos contaba con dos pisos, terraza y balcones, era espaciosa y lujosa; totalmente distinta. Me sentí cómodo porque me trataron como un miembro más de su familia. Carlos no era celoso al respecto, al contrario, le gustaba que en algunas ocasiones sus padres me dieran más atención de la que se la daban a él.

Los días en los que yo estaba feliz, se mostraba contento. Pero cuando me ponía sentimental, Carlos buscaba cualquier medio para animarme. No le importaba hacer el ridículo para sacarme una sonrisa o tener que ir en contra de lo que le indicaban sus padres para permanecer junto a mí el tiempo que fuese suficiente. A veces no llegaba a casa antes de las diez porque estábamos en mi habitación viendo la televisión o jugando videojuegos. Los Sainz tenían que venir por él y arrastrarlo de vuelta a su hogar. Me decían que si yo quería ir a dormir con ellos, por seguridad y por comodidad; al comienzo me negué porque si yo no recibía a mi mamá en casa al llegar del trabajo a la medianoche, entonces nadie lo haría.

Sin embargo, después de un tiempo, la idea no me pareció mala. Me lo pensé bastante para dar una respuesta afirmativa a las insistencias de Carlos. Se abalanzó sobre mí como si el hecho de que un amigo suyo fuera a dormir consigo y se quedasen toda la madrugada juntos fuera lo más genial del mundo. Para ese entonces, ya había cumplido los quince, supongo. Ya llevábamos siete años de amistad. Cuando regresé a casa esa mañana para alistarme e ir a las prácticas, mamá ya estaba enferma. Dijo que había estado esperando mi llegada en la mesa de la cocina y estuvo muy preocupada por mí. Ya que no tenía mucho tiempo para charlar con ella, no conocía mucho sobre los Sainz, ni cuál era su casa, ni si debía confiar en ellos. Fue mi culpa el que terminara resfriada en la cama con niveles altos de temperatura y que casi se deshidratara. Tuve que faltar a las prácticas ese día para atenderla y gastar de mis ahorros (los cuales planeaba utilizar para el cumpleaños de mi amigo) para medicamentos.

Carlos había ido a buscarme para saber la razón de mi falta. No salí a verlo. Era mi culpa.

Mamá me dijo que quería conocerlo. Le dije que estaba bien, que no había necesidad de hacerlo porque no volvería a quedarme la noche en su hogar. Ella me reclamó. Se enojó conmigo porque Carlos llevaba esperándome una hora sentado frente a la puerta. Y me sentí un tonto de nuevo.

Él me agarró el rostro con ambas manos justo cuando le abrí. Me miró a los ojos. Me preguntó si yo estaba bien.

Ese fue el primer día que sentí algo diferente al verlo tan desconcertado y preocupado. Sentí que era especial. Una expresión de confusión y amor.

Conoció a mi madre, y consideré a Carlos como una persona sencilla en la que cualquiera puede confiar rápidamente. A mamá le fascinó. Le encantó hablar con él, incluso se rió. Cuando Carlos se fue a su casa luego de unas horas, ella me explicó que yo había encontrado a un amigo muy valioso. Creo que vio algo en mi mirada, estoy seguro que sí, porque me dijo que necesitaba conocer también a chicas, ya que podría confundirme. No me dijo directamente, pero se entendió. Yo no era un imbécil para no saber que Carlos empezaba a revolver mis pensamientos.

Lo miraba más. Lo buscaba con constancia antes y al terminar cada carrera. Valoraba más sus palabras, sus actos, cómo movía los labios al hablar, qué forma tenían sus manos, cuál era su manera de reír. Y después, cada vez que sonreía, yo también lo hacía. Empecé a sonreír por alguien, mas no me di cuenta de que eso significaba atracción o enamoramiento.

Me fijé en otros chicos, buscando un parecido de Carlos en ellos, sin notarlo. Era un simple gusto casual. Conocí a chicas, pero ellas no me provocaban como los hombres. Ni siquiera lo hacían. Sus pechos no tenían gran relevancia, ni sus curvas, ni sus traseros. Eran suaves y bonitas.

Yo quería a un hombre que me hiciera sentir suyo. Que me hiciera sentir hombre. Que fuera fuerte, alto, atractivo, musculoso, de piel bronceada y de ojos oscuros y hermosos. Que me tuviera en brazos y guardase la forma de mi cuerpo con sus manos. Que metiera su pene en mi boca. Que me follara duro.

Me metí a la cama con otros hombres cuando cumplí los diecisiete. No tenían importancia para mí y no volví a tener sexo con ellos una vez más. Tenía que complacer mi apetito sexual de alguna forma porque llevaba años y años sin tocarme, y sin experimentar lo maravilloso que era el sexo. Algunas veces incluso yo probé meterla en ellos, y estuvo bien. El sexo anal es bueno. Pero me gustaba más sentirme llenado en brazos de un hombre mientras imaginaba que se trataba de otra persona.

A los dieciocho caí en cuenta que mi necesidad por follar era nada más y nada menos que por consuelo. Me hacían olvidar que yo deseaba a otro. Pese a que estuve meses engañándome, todo quedó claro cuando Carlos me confesó una tarde que pasábamos el rato jugando en su consola, que le gustaba una rubia de ojos azules que iba ocasionalmente a ver las carreras.

En el segundo en que sentí una punzada en mi pecho como si mi corazón acabara de romperse, lo comprendí todo.

Estaba enamorado de mi mejor amigo.

Dejé de ver a otros hombres al entender que me estaba engañando a mí mismo. Pensé que Carlos no se lanzaría con ella, aun cuando le aconsejé que lo hiciera, y le dije miles de razones por las que Donaldson se fijaría en él; porque esos eran los motivos por los que yo me había enamorado...

Y ella también cayó.

Me di cuenta, de nuevo, que fui un imbécil total, pero un buen amigo; aunque eso no me hacía sentir mejor.

Se besaban frente a mi cara. Carlos la abrazaba más de lo que me abrazaba a mí. La sujetaba de su cintura y la acercaba a su cuerpo cuando salíamos a celebraciones y eventos, le susurraba cosas al oído cuando bailaban, y se emborrachaban juntos. La miraba de forma única y le sonreía. Yo permanecía observándolo a lo lejos en compañía de personas irrelevantes mientras intentaba ahogar mi desconsuelo. Carlos era mi centro de atención. Y, mierda, yo sólo pensaba en lo mucho que deseaba ser ella. La envidiaba tanto.

Nunca lloré por él. Nunca le dije a otra persona que me gustaba el mismo sexo, ni que Carlos era mi tipo ideal tal y como lo era de Donaldson; pero sí que me dolía el saber que no seríamos pareja jamás. Sus papás me adoran, mi mamá lo adora, y me imagino cómo sería si ellos supieran que quiero llevarlo a la cama y que esté arriba mío siempre que lo miro.

Me acuesto pensando en cada una de esas cosas al mismo tiempo que me siento miserable. Dejé las sábanas dentro de la lavadora, lo limpié con unas toallas húmedas y le coloqué un bóxer levantando sus gruesos muslos.

Me giro sobre mi cama y recuerdo al mirarlo, como siempre, le acaricio el rostro cuando duerme. A él le encanta descansar y dormitar, pero yo no duermo mucho. Ahora menos que la culpabilidad me carcome y mis pensamientos me torturan, terminando por concluir que soy el peor amigo que alguien quisiera tener.

Siento que mis ojos pican y me quedo perplejo cuando una lágrima se desliza fuera de mi orbe izquierdo.

No sé si lloro porque la he cagado, porque soy tan lamentable como para utilizarlo ebrio, porque me doy asco en este preciso momento, porque pensaba en Donaldson al hacerlo conmigo, porque sé que tendré que agregar un nuevo secreto a mi inmensa lista, o porque Carlos nunca será mío realmente.

O tal vez lloro por todas esas razones.

Suelto un sollozo quebrado y sorbo mi nariz. Me odio más que a nadie porque, pese a ello, quiero besarlo. Quiero que esté conmigo.

—Lo lamento mucho —susurro débilmente. Las lágrimas fluyen y humedecen mi almohada. Estoy muy arrepentido. Ya no puedo arreglarlo. Es mi culpa—. Lo siento tanto, Carlos.

Aunque está entre sueños, parece escuchar mis lamentos y frunce el ceño. Enseguida me busca con los brazos pesándole y me abraza en su pecho. Siempre recibo cariño y amabilidad de su parte, y eso me hace sentir aún peor.

Sé que hoy no solamente me perdí a mí mismo en mis ambiciones, sino también he perdido a Carlos. Aunque él no lo sepa todavía, esta amistad que llevábamos atesorando tantos años ha sido arruinada por mí.

No puedo dejar de llorar porque, de nuevo, todo es culpa mía.





¡Hola, gente! Vefania reportándose, ¿cómo están? Esta es la primera historia Charlos, así que espero que les guste mucho y le den bastante amor. Por supuesto, es una historia muy distinta, así que espero que sean pacientes y la lean hasta el final. No se decepcionarán.

Algunos eventos están cambiados, así que no todo está apegado a la realidad. Además, contará con cinco partes que serán un sube y baja de emociones, ¡disfrútenlo muchísimo!

Gracias por tomarse el tiempo de leer. ¡Los quiero!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top