9._ Atrapen a Érica (1/2)


Sabía que los nonis comprendían más de lo que estaba sucediendo en el mundo que ella, por lo que se dirigió a buscarlos. No que fuera muy difícil, siendo tan grandes y rojos. Es más, pronto encontró a un par de soldados que se paseaban muy tranquilamente por lo que antes había sido la estación de trenes. Tras asegurarse de que se encontraban solos, Érica salió de su escondite y se les acercó por detrás.

—Oigan— los llamó al encontrarse a una distancia prudente.

Ambos soldados se giraron hacia ella, y uno le apuntó con su rifle.

—¡Manos donde pueda verlas!— exclamó, sin embargo su compañero le agarró el rifle y lo levantó para evitar que disparara.

—Tonto, ella es la brika que derrotó al comandante Cromo.

—¡¿Qué?!— exclamó, sorprendido—¿En serio?

—Sí, es igual a como aparecía en las fotos. Qué suerte tenemos ¿No crees?

Érica infló el pecho ante el reconocimiento y se les acercó, suponiendo que le debían respeto. Para su sorpresa, los nonis arrojaron sus armas al suelo y echaron a correr hacia ella para arremeterla. Érica saltó para eludir sus enormes puños, y de una patada los mandó a ambos de hocico al suelo.

Esperó un rato a que se levantaran, pero los había golpeado tan fuerte que los noqueó, así que se dirigió a uno y lo zamarreó para que despertara.

—Oye, oye, no te me vayas ahora ¿Qué les pasa?— exclamó, lista para una segunda ronda.

El noni en sus manos se sacudió, adolorido.

—Ah...— exclamó, llevándose una mano a la cabeza— Sí, tú eres la famosa brika. No hay duda.

Érica no supo qué decir. Lo ayudó a sentarse y necesitó repetir sus preguntas varias veces para hacerlo entender.

—¿Por qué me atacan?— preguntó, más calmada.

—¿No es obvio?— le espetó el soldado— Tú venciste a nuestro comandante, uno de los nonis rojos más fuertes de Nudo. Ahora nadie puede resistir la tentación de desafiarte.

—¿Así es como funcionan los nonis?— se extrañó ella— ¿No me tienen respeto por ganarle a Cromo?

El noni frunció el ceño en señal de desconcierto.

—Oh, claro. Te respetamos, pequeña brika, y por eso te atacamos.

Érica rápidamente comprendió que había un problema de comunicación entre ambos.

—¿Los nonis pelean con quienes respetan?

—Solo con los más fuertes.

Érica sonrió. Le agradaba la forma directa de ser de esos seres.

—Dime, estoy buscando a mi papá ¿Crees que tu gente podría ayudarme a encontrarlo?

El soldado se mostró sorprendido.

—¿Solo tu papá? ¿Por qué no todos los humanos que hemos capturado?

Érica puso una cara de flojera intensa.

—No, me caen mal.

Esto hizo reír al soldado, y cuando terminó, le apuntó en una dirección.

—Ve hacia allá, en línea recta. Encontrarás nuestro fuerte. Por ahí está el puente.

—¿Puente?

—El enlace que conecta este mundo con Nudo, mi mundo. Tu papá debe estar ahí, cruzando el puente como todos los demás.

—Excelente, gracias.

Dio un par de pasos hacia su destino, pero el soldado la detuvo.

—Espera, muchacha.

—¿Sí?

—En este momento, todos los nonis de este mundo saben quién y cómo eres. Cuando te vean, correrán a atacarte. Ten en cuenta eso.

Érica asintió.

—¿Eso significa que todos me respetan?

—Eres una celebridad, chica. Aprieta bien tus pequeños puños.

Érica se despidió con un gesto de la cabeza y se marchó. Supuso que eso último era cierta expresión que se decían los nonis, aunque no estaba segura de su significado.

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Luego de eso, tal y como le había sido indicado, fue atacada por hordas enteras de soldados. Todos querían pelear con ella, sin importar que perdieran. Érica los venció a todos y siguió avanzando por donde le indicaban, hasta que cayó la noche y se encontró en el centro de Santa Gloria, a unas cuantas cuadras de la plaza de armas. Sin embargo, el corazón de la ciudad estaba protegido por una enorme muralla prefabricada con materiales rojizos. La pared abarcaba varias cuadras y se elevaba por cinco metros de alto. Era tan gruesa que ni siquiera uno de sus combos habría bastado para derribarla, mas no hizo falta. Érica tomó impulso, se agachó con las manos hacia atrás y pegó un salto tremendo que la mandó por sobre el muro y al otro lado. Por un instante en el aire vio edificios, banderas, filas de tanques tan grandes que podrían aplastar camiones, y nonis uniformados por doquier.

Luego cayó al asfalto y se agachó. Se encontraba a plena vista en el suelo. Afortunadamente, no había nadie cerca para notarla, así que se apresuró a ocultarse tras un basurero. Desde ahí miró el interior del fuerte noni y se sorprendió de cuánto habían cambiado el paisaje; ella no conocía Santa Gloria, o al menos no recordaba casi nada de ella, pero se notaba que el ejército de invasores había demolido gran cantidad de los antiguos edificios para instalar cuarteles, galpones y almacenes. Quizás el más llamativo era el palacio que se extendía desde la catedral hacia arriba, como si fuera un árbol que demolió el techo al crecer.

Por las calles había varios nonis, cientos de ellos, paseándose con calma. Se notaba que confiaban en su ventaja militar sobre los humanos.

Según los otros nonis, por aquí hay un puente— se recordó Érica— Debe estar en ese castillo.

Eso estaba bien por el momento, más tarde se preocuparía de los detalles. Érica avanzó a escondidas por las calles, segura de que nadie la veía. Corrió en silencio y se escondió en callejones y detrás de vehículos. Avanzó un buen tramo como si nada.

Soy un ninja— se dijo— podría dedicarme a espiar.

La noche era oscura. No le tomó mucho tiempo llegar a la plaza de armas, justo frente a la catedral. Había varios guardias apostados en la entrada, obviamente, pero no le fue problema. Cerca había otros edificios, mucho menos custodiados. Érica los escaló, apoyándose en ventanas y cornisas, hasta el techo. Ahí se detuvo un momento.

A esa altura podía ver toda el área que habían conquistado los nonis, y más allá. No veía bien, porque era de noche, pero alcanzaba a divisar la pared por la que había saltado y algunos de los edificios derrumbados alrededor.

Miró hacia el frente, al castillo construido sobre la iglesia: tenía varias torres, balcones y ventanas, mas no muchos adornos. Era alto, de al menos diez pisos. Por un momento se preguntó cómo es que le habían hecho los nonis para construir un castillo tan grande en menos de un mes. Era curioso.

—Parecen unos brutos cabeza de músculo, pero tienen tecnología muy avanzada— pensó.

Continuó su camino desde el techo hasta el punto más próximo al castillo. Al llegar al borde del techo, notó que el espacio entre este y el castillo era bastante ancho, una calle entera. También notó que del otro lado había una ventana lo suficientemente ancha para que ella cupiera, apenas. Saltar el ancho de una calle no era mucho problema, pero apuntarle a esa ventana iba a ser un poco más difícil. Si fallaba, caería un buen tramo y podía romperse una pierna. Podía darse por muerta si llegaba a pasarle.

—Solo tengo una oportunidad— se dijo.

Retrocedió un buen tramo, su respiración se aceleró al sentir la presión, pero la ignoró. Había estado en peores situaciones antes, así que se armó de valor, inhaló una buena bocanada de aire y echó a correr con todo lo que tenía. Saltó en el borde del techo como una rana, estiró las manos hacia la ventana. Su cuerpo cruzó el aire como un avión de papel, ligero y rápido. Vio la calle pasar varios pisos por debajo, se concentró en la ventana. Era un poquito más grande de lo que había pensado, pero la mitad de su cuerpo apuntaba al marco y la otra al vidrio. Se dobló para apuntar de lleno al vidrio y la golpeó. La ventana se rompió, su cabeza atravesó el umbral y su cuerpo cayó rodando al suelo. Estaba adentro, estaba segura. Sus pies tocaban piso sólido.

Apretó los puños, amedrentada y aliviada al mismo tiempo.

—Estoy viva— se dijo, respirando agitadamente.

Necesitó un momento para recuperarse de la conmoción, de olvidarse de la posibilidad de haber caído y muerto de forma dolorosa. Después observó sus alrededores para orientarse y continuó su camino. Se encontraba en un pasillo bastante grande, que llevaba a unas cuantas oficinas y a unas escaleras. Subió, agachada y atenta a sus alrededores, pero después de diez minutos de no encontrarse a nadie, dejó de esforzarse tanto. Todo estaba muy silencioso, demasiado silencioso, no parecía haber nadie en el castillo. Era sospechoso.

—¿Saben que estoy aquí?— se preguntó.

Pensó que podrían estar preparándole una trampa, supuso que era lo más probable, pero estaba segura que ella podía sobreponer cualquier desafío, así que infló el pecho y continuó con confianza. Subió y subió hasta que se topó con una puerta grande, negra con grabados dorados. Era la primera puerta construida por los nonis con adornos que ella veía, eso debía ser un indicador de que había algo diferente al otro lado.

—Ahí debe estar el puente— se dijo.

Algo nerviosa, apoyó las manos en la puerta y la empujó para pasar. Al otro lado se encontró con un pasillo semejante a los anteriores. Había escaleras, oficinas, lo de siempre. Se sintió un poco decepcionada, hasta que miró al final del pasillo. Allá había otra puerta grande. Se acercó y la atravesó.

Se encontró en una oficina, pero una distinta a las demás. Era grande, muy grande, incluso para un noni. Había registrado las otras oficinas, por si encontraba enemigos escondidos. No eran nada fuera de lo usual, pero esta estaba llena de adornos: un escudo colgado en la pared contraria a la puerta, una mesa con un mapa del país, una consola de juegos que Érica nunca había visto, un escritorio del tamaño de una cama y una vista impresionante hacia la destruida Santa Gloria. En el escritorio había muchos papeles, una pantalla holográfica que salía de un aparatito del porte de una moneda, y una foto, también holográfica, con tres personitas de color naranjo al que Érica no le prestó mucha atención.

En cada lado de la oficina había una puerta. La chica abrió la de la derecha y se encontró con una habitación con el espacio de una casa entera; la cama era enorme, había almohadas esparcidas por todo el suelo y una mesita con restos de comida, dos copas usadas y dos sillas. No había nada que le interesara, así que regresó a la oficina para abrir la segunda puerta.

Nada más posar su mano sobre la manilla, la música llegó hasta ella. Curiosa, abrió por completo para encontrarse en una gran terraza, adornada con estatuas y hologramas de extraños seres de diversas formas y colores, bailando y agitándose como si fuera la mejor noche de sus vidas. En un rincón se veían varios nonis tocando todo tipo de instrumentos. Parecían entretenidos, tanto que a Érica le tomó un rato darse cuenta de que también eran hologramas.

Frente a la chica, la terraza se extendía en forma de un gran rombo. Al otro lado, en la punta más alejada de la terraza se hallaba una plataforma circular elevada por tres escalones. Rayos de luz iban y venían, iluminando el espacio interior de la plataforma y a quienes se divertían sobre ella. Érica se acercó tímida a la plataforma, y al hacerlo notó que solo había dos personas ahí, nadie más. Estas dos personas eran reales, quizás las únicas entre todos esos hologramas.

El ritmo al que bailaban era semejante al rock, con pasos inocentes, giros energéticos y miradas constantes entre ambos, pero también había más tacto, más roce, y ciertas insinuaciones sexuales que la muchacha nunca se habría atrevido a hacer, no a su edad.

Al acercarse más pudo ver los detalles en sus cuerpos y sus caras: el de la izquierda era un noni de color naranja, bajo entre los otros de su especie y con cuernos bastante grandes. La mujer era un poco más alta que él, sus brazos y torso eran finos, su pelo corto y blanco. Vestía ropa brillante, ajustada y de color verde, o eso pensó Érica, hasta que se acercó más y se dio cuenta que la cosa verde y brillosa que cubría su cuerpo no era ropa, sino escamas, y que en vez de piernas tenía una gruesa cola.

—¿Quién rayos son estos tipos?— se preguntó.

Entonces el noni se paró en seco y se volteó hacia ella. La mujer serpiente siguió la línea de los ojos de su compañero de baile y también se quedó mirando a la chiquilla. Esta dio un paso hacia atrás, intimidada, cuando la mujer serpiente desapareció. Simplemente se esfumó en el aire, como si fuese una ilusión.

La muchacha se quedó en su lugar, paralizada. Miró hacia todos lados, pero además de los hologramas solo veía al noni, quien esperaba paciente sobre la pista de baile.

Esperó un poco, pero nada ocurrió. Érica respiró agitada un par de veces, luego se sacudió la cabeza para calmarse. No sabía lo que había sido esa mujer serpiente, pero ya no estaba. Solo tenía que preguntarle a ese noni por el puente, seguro se lo diría luego de pelear.

—Bien— se dijo.

Lista, dio un paso hacia el frente para avanzar, pero en eso sintió una presión en el torso entero y fue elevada en el aire. La chica se quedó helada un momento, totalmente confundida, hasta que la mujer serpiente volvió a aparecer. Su cola sujetaba a Érica y la tenía alzada.

—¡¿Cómo chucha...— alegó la muchacha.

Miró a la mujer serpiente a los ojos. No se veía muy distinta a los humanos; su piel era de un gris verdoso pálido, la comisura de su boca bastante grande, debajo de sus ojos había dos pequeños agujeros. La mujer le sonrió con su tremenda boca, como una niña que mira una barra de chocolate con su nombre.

—Hola, Érica— la saludó— Te estábamos esperando. Ven conmigo.

Sin esperar a su respuesta, la mujer serpiente la llevó en un santiamén a la pista de baile y la depositó ahí, donde comenzó a bailar con ella. El noni se unió a las dos, y de pronto la muchacha se vio entre ambos, guiada por los movimientos de sus manos y cola como una muñeca de trapo. La mujer serpiente la hizo girar como un trompo, luego el noni la tomó y la levantó un momento en el aire.

—¡Alto!— gritó.

Agarró las manos del noni para separarlas. Con eso se soltó y cayó entre él y la mujer serpiente. Inmediatamente se arrojó a un lado para rodar y hacer distancia. Luego se puso de pie y se preparó para defenderse de ambos.

—¿Quiénes son ustedes?— inquirió, pero la música estaba muy fuerte y no la oyeron bien.

Érica, irritada, se giró hacia los músicos de la banda holográfica.

—¡Cállense!— les gritó.

Los músicos pararon en seco, se miraron, algo nerviosos, y desaparecieron junto con el resto de los hologramas. El noni, la mujer serpiente y la muchacha se quedaron solos sobre la pista de baile.

—¡¿Quiénes son ustedes?!— bramó Érica, alterada— ¡¿Y cómo saben mi nombre?!

El noni y la mujer serpiente se miraron, algo sorprendidos.

—Mi nombre es Víkala— se presentó la mujer serpiente.

—Yo soy Tur, el noni bailarín— indicó el noni naranja, a lo que su compañera rio.

Érica también lo encontró chistoso, fuera cierto o no, pero se contuvo de mostrarlo.

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