6._ Una Buena Pelea, Muchas Gracias (1/2)
A la mañana siguiente partió a explorar el terreno y buscar comida junto a un grupo de jóvenes. No trató de entablar amistad con ninguno de ellos, pues no era muy buena para eso. Por su parte, los demás apenas le hablaron, tan solo para indicarle hacia dónde iban y cuáles eran sus nombres, de los que ella se olvidó un minuto más tarde.
Estuvieron todo el día caminando entre escombros y edificios abandonados. La ruta que habían elegido era errática e iba por lugares escondidos y protegidos, ideal para ocultarse de los nonis, quienes eran grandes y anchos, y preferían moverse por caminos espaciosos.
En cierto momento hallaron un almacén humilde entre edificios grandes, a la sombra de lo que antes había sido la zona central de la ciudad. Entraron para revisarlo de un lado a otro, los jóvenes se esparcieron por el poco espacio para buscar comida y provisiones. Sin embargo, no mucho después de comenzar, la puerta interior del local se abrió, dejando pasar a un pelotón de nonis.
El que iba más adelante parecía el líder. Apenas entrar advirtió a los niños. Inmediatamente alarmó a sus compañeros y apuntó a los jóvenes con su pistola, pero Érica, rápida, se deslizó entre sus camaradas para acercarse al soldado y agarrar su rifle. Antes de darle tiempo a reaccionar, lo asió y lo destrozó de un manotazo. Luego dio otro paso hacia él y lo empujó contra los otros nonis que venían detrás, para entorpecerlos y ganar unos segundos.
—¡Corran!— exclamó la muchacha.
Los jóvenes obedecieron sin rechistar. Los nonis del otro lado de la puerta apuntaron hacia Érica para dispararle, pero ella lo vio venir. Se impulsó desde el marco de la puerta hacia el noni más cercano. Desde ahí se agachó y lo golpeó en la mandíbula desde abajo. Antes de que los demás pudieran contraatacar, la chiquilla saltó sobre el tercero para darle un golpe en el cuello, que se lo quebró. Finalmente tomó el rifle de este último y lo usó como proyectil hacia el cuarto noni, pero el arma no siguió la trayectoria que ella había esperado y terminó estrellándose en una ventana.
La chica y el noni se miraron, consternados por unos instantes. Érica no podía creer que había fallado, mientras que el noni no podía creer que seguía vivo.
Rápidamente se sacudieron la estupefacción, debían concentrarse. La chica echó a correr hacia el soldado, este levantó su rifle para dispararle. Érica se arrojó al suelo para rodar. El soldado falló su tiro. La muchacha surgió desde un costado, pateó una de sus rodillas para partirla, saltó para agarrar su cabeza por los cuernos y la arrojó contra el piso como si fuera una pelota. El noni dejó de moverse.
Érica se tomó un momento para confirmar que había dejado fuera de combate a todos. Finalmente, sintiéndose satisfecha, salió del almacén para encontrarse con sus compañeros. Estos la vieron aparecer sin un rasguño, no se lo podían creer.
—¿Y los nonis?— quiso saber uno.
—Los derroté— aseguró, como si nada.
—¿Están muertos?— quiso saber una chica.
—No, creo que no maté a ninguno— Érica hizo memoria incluso después de contestar. No le parecía que sus heridas fuesen letales.
Los jóvenes miraron al líder natural del equipo: Joaquín, un muchacho apenas mayor de edad, tan alto como un noni y con una mirada de chico maldadoso que ha hecho una travesura y no siente ni una pizca de remordimiento.
—¿Qué tal si les quitamos las armas?— sugirió.
—¡Qué buena idea!— exclamó una chica.
—¡Podríamos darle una cucharada de su propia medicina!— propuso un muchacho gordo.
—¡Yo quiero una grande!— exclamó un chico tímido.
Todos estuvieron de acuerdo. Era una idea genial, nunca antes habían podido disparar una de esas cosas. De seguro que los nonis salían espantados si les apuntaban con sus propias armas.
Sin embargo, Érica negó enérgicamente con la cabeza.
—Yo los derroté, yo decido qué hacer con las armas.
Y estuvo a punto de decir que nadie se atreviera a tocarlas, pero Joaquín la interrumpió.
—No podemos evitarlo, es una necesidad— le discutió.
Con eso, todos intentaron repetir el comentario de Joaquín usando otras palabras.
—Sí, necesitamos protegernos
—¿Por qué deberíamos dejarlas ahí? Solo las usarán para matar más gente.
—Estratégicamente, es una idea muy mala
—¡Tú no tienes derecho sobre las armas!
Sin discutirlo más, los jóvenes entraron en el almacén y requisaron las armas de los inconscientes nonis. Érica apretó los dientes y los puños, con las ganas de golpearlos saliéndole por las orejas, pero se contuvo. Desde más o menos los 14 años había estado tratando de contenerse cuando algo la hacía enojar, pues sus ataques de ira siempre se le devolvían para atormentarla de alguna forma.
—Bien, pero si uno de ustedes me apunta con esa basura, se la meteré por la nariz— reclamó, aunque nadie se giró siquiera para hacerle entender que la habían oído.
—Jeje, por supuesto— contestó Joaquín, a su espalda.
Érica se limitó a mirarlo con el ceño fruncido. No le agradaban los sujetos como él, no le agradaba que la gente le llevara la contraria ni mucho menos que la desobedecieran cuando ella daba las órdenes. Por eso le desagradaba todo el mundo. Finalmente se dio vuelta y se dirigió a la pared para esperar a los demás. En ese momento de silencio se preguntó si realmente había tomado la decisión correcta.
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Así continuó defendiendo a sus compañeros mientras estos tomaban comida y, contra sus deseos, las armas de los nonis. Joaquín, el líder del grupo; Marco, el chico tímido y listo; Clara, una chica alegre; Roberto, un muchacho gordo y chistoso; y Gustavo, un joven robusto a quien le encantaba hablar de sus músculos. Ninguno le cayó bien.
Transcurrieron varios días, Érica se encontraba todo el tiempo ocupada. Cuando tenía ratos para sí misma, pensaba en su papá y en qué estaría haciendo en ese momento.
Lucifer también se detenía a ratos y se preguntaba qué estaba haciendo su querida hija, pero ella no sabía eso, ni se imaginaba en los lugares en que él se encontraba.
A medida que pasaba el tiempo, Érica inevitablemente forjó ciertos lazos con las personas del refugio, sobre todo con los jóvenes de su edad, aunque nunca vio a ninguno de ellos como un amigo. No, ninguno se merecía tanto.
Joaquín llegó a ser su persona más cercana, o al menos eso intentaba él. Pasaba casi todo el día con ella, no porque lo necesitara, y constantemente buscaba la forma de hacerla reír o molestarla para dirigir su atención hacia él. Érica era fuerte, en varios aspectos, pero no socialmente. No logró encontrar una forma de alejar al muchacho que la hacía enojar con su cara de tonto o la irritaba con su presencia, así que se rindió después de unos días y decidió tolerarlo, una actitud que Joaquín tomó erróneamente como una invitación a acercársele más.
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Cierto día, cuando ya casi no soportaba la incomodidad del lugar ni la personalidad de Joaquín, Érica se dio cuenta que ya había pasado mucho tiempo en Santa Gloria, casi tres semanas. No había aprendido nada del paradero de su padre y poco sobre los nonis. Quizás ya era hora de marcharse... ¿Pero hacia dónde?
Caminaban como siempre; escondiéndose de los nonis y buscando comida. Por lo general, Érica no necesitaba pelear, así que se quedaba detrás del grupo. Joaquín aprovechaba que ella creaba cierta distancia para ir y hablarle.
—¿Por qué no te gusta que tomemos las armas?— le preguntó al acercarse para caminar con ella.
—Porque no se las merecen— contestó esta, como si fuera obvio— Yo les gané a todos esos nonis, no ustedes. Además, nunca me han gustado las pistolas.
—Una vez dijiste que te gustaba pelear con cuchillos— le recordó él.
—Dije que no estaban mal, sigo prefiriendo los puños.
—¿Y por qué no te gustan las pistolas?
Érica comenzó a sentirse irritada por la interrogación.
—No sé ¿Por qué a ti te gustan las cosas que te gustan?
—No sé...
En verdad Érica podía hablar horas sobre por qué no le gustaban las armas, pero odiaba conversar con él, odiaba caminar junto a él y odiaba hablar con la boca seca, y ese día hacía calor y ella no tenía ni una gota de saliva, o eso sentía. Joaquín la ponía tan molesta que tuvo la fantasía de dejarlo a él y a su grupo solos en cuanto apareciera un noni, a ver si aprendían a respetarla cuando sintieran miedo de verdad.
—¿Por qué crees que los nonis nos quieran invadir?— continuó Joaquín— Oh, podríamos interrogar a uno ¿Qué te parece?
—¿Y por "podríamos" te refieres a mí?— supuso la chica.
Joaquín se encogió de hombros.
—Si quieres.
No, no quería. No tenía razón para interrogar a un noni. Érica pensó en dejárselo bien claro, cuando una idea loca pasó por su mente: Quizás, si los nonis tenían una relación con la desaparición de su papá, uno de ellos podría darle una pista de cómo encontrarlo ¡Tan simple como eso! Se sintió tonta de no haberlo pensado antes.
—¿Te parece bien?— inquirió Joaquín— ¿Podrías interrogar a uno para sacarle información?
Érica lo miró y asintió. Sí podía, pero no precisamente porque él se lo pedía.
—Ya llegamos— indicó Marco.
Érica y Joaquín se detuvieron detrás de los demás. Frente a ellos se encontraba el antiguo centro comercial, el único de la ciudad que había quedado de pie, o por lo menos una parte de este. Ingresaron en silencio y con cuidado, y se dirigieron hacia el almacén del supermercado del primer piso. Para su sorpresa, cuando Érica se adelantó por el pasillo para confirmar que no hubiese soldados, el suelo bajo ella se derrumbó. Los jóvenes corrieron al borde para intentar ayudarla, pero al ver hacia abajo la encontraron sobre una pila de colchones, tan sorprendida como ellos.
—Estoy bien— anunció, mirando contrariada la habitación a la que había caído— Chicos, vengan. Miren lo que me encontré.
Y tenía razón para estar así de sorprendida, puesto que frente a ella había decenas de cajas de comida, todas con alimentos enlatados o no perecibles. Era un tesoro para refugiados como ellos.
Los jóvenes pronto subieron las cajas hacia el primer piso y fabricaron carretillas improvisadas con lo que tenían alrededor para llevarse todo lo que pudieran al refugio.
Contentos y cautos, atravesaron las calles vacías y los escombros hacia el mini market. El resto de los refugiados no cabía en su felicidad, dado que habían estado soportando un período de escasez, pero todo eso se terminaría con la comida que habían encontrado los jóvenes.
Pronto organizaron a otro grupo para ir a recoger lo que quedaba. Por supuesto, Érica iría con ellos, pues un viaje tan importante necesitaba todas las medidas de seguridad.
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