52._ Atados por las Cadenas (3/3)
Luego del breve evento se hizo una pequeña fiesta, la primera de muchas que celebrarían la liberación de Madre. Por supuesto, los niños fueron invitados de honor. Érica no quería ir, pero el director terminó convenciéndola, con ayuda de sus amigos.
Ya era de noche cuando empezó. Tur tenía toda intención de entrar y demostrar su título, pero de repente un tintineo le llamó su atención. Cuando se giró, no encontró nada, pero de todas formas no se quedó tranquilo.
La fiesta se llevaba a cabo en el gran salón del primer piso. Desde donde estaba, el Primero usó su timitio para subir las paredes y aparecer en el segundo. Desde ahí caminó sin rumbo fijo, mirando en cada rincón, hasta que llegó a un gran balcón que apuntaba al mar. El ruido de las olas contrastaba con la música y creaba una fisura de ambientes donde se sintió seguro. Más relajado, el noni se apoyó en la baranda, esperando.
Pronto oyó pasos detrás de sí, mas no se giró. Sabía quién era. Su acompañante se plantó a su lado y se apoyó en la baranda de una forma similar, asumiendo una actitud relajada.
—Vi tu pelea— le espetó el Encadenador— no estuvo nada mal.
Tur rio en silencio.
—Estuvo pésima. No puedo creer que haya perdido contra esos niños.
El Encadenador rio también, luego hicieron una pausa en silencio. Ambos tenían mucho en qué pensar.
—¿Cuánto tiempo nos queda?— inquirió Tur.
—No estoy seguro— admitió el Encadenador— un día, un mes, un año...
—¿Una década?
Mas el Encadenador negó con la cabeza.
—No, eso es mucho. Quizás cinco años, quizás menos.
Tur se llevó las manos a la cabeza, aproblemado.
—No es suficiente ¿Qué harás si no lo consigue?
El Encadenador contemplaba el mar con calma.
—Pues... se acabarán las cadenas.
Tur se llevó una mano a la sien.
—¿Nadie más sirve?
—No. Si se pudiera, no habríamos hecho nada de esto. Érica es la única apta.
El noni golpeó la baranda con suavidad para que no se rompiera, frustrado.
—¿Lograste contactar con los demás? ¿Qué dicen ellos sobre el plan?
—A nadie le gusta, pero lo harán de todas formas.
Tur suspiró, irguiéndose para tomar más aire. Se quedó mirando al mar.
—Estás loco.
El Encadenador no contestó. En vez de eso, se lo quedó mirando.
—¿Qué?— inquirió Tur.
—¿Así que dejaste el círculo interno? ¿Ya no eres uno de mis encadenados?— le recordó.
Tur se encogió de hombros.
—¿Qué querías que hiciera?
El Encadenador volvió a reír.
—Perdón, perdón, es solo que me causa gracia... al final no importa, yo también dejaré el grupo.
Tur bajó la mirada, algo triste. El Encadenador notó esto e intentó alegrar el ambiente con un amistoso manotazo al hombro y una sonrisa.
—Oye, escuché que hay una fiesta por aquí cerca ¿No te gustaban las fiestas?
Tur se sacudió la cara triste, al menos por él.
—¡¿Estás bromeando?! ¡Adoro las fiestas!
—¡Vamos!
—¡Vamos!
El Encadenador desapareció. Tur se apresuró hacia el primer piso. Ahí notó que todo el mundo bailaba, incluso Liliana, Arturo y Érica conseguían hacerlo entre los tres. Sin perder tiempo, el Primero saltó al centro de la pista de baile. La gente le hizo espacio y los focos se centraron en él.
—¡Oh, sí!— exclamó, mientras comenzaba a moverse al ritmo de la música— ¡Les demostraré por qué me llaman el noni bailarín!
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Luego de unos días de preparación, los tres jóvenes decidieron que era buena idea comenzar su entrenamiento. Se despidieron de las familias de Liliana y Arturo, y de los jefes de estado. Luego se dirigieron al jardín del edificio donde se habían estado quedando para partir. Después de unos últimos abrazos, los tres se separaron del resto con sus maletas listas.
—¿Ya aprendiste a hacer puentes?— le preguntó Arturo.
—Tur me enseñó cómo lo hacía él, aunque es similar a lo que hice en la pelea cuando los tiré a ustedes— indicó— déjame ver si funciona antes de confirmarte.
En eso, un animalito largo le escaló por los hombros.
—¡Eeeeeek!— exclamó Papel.
—Oye.
Liliana le hizo cariño desde su lado.
—¿Y dónde andabas tú?
Érica tomó una bocanada de aire para relajarse. Luego se fijó en el suelo frente a ella. Tur le dijo que necesitaba pensar en el mundo a donde iba a ir y en el lugar en específico. Luego debía llamar a la cadena de ese mundo y hacerla pasar en el lugar donde estaba.
—La cadena de Nudo— pensó Érica— la cadena del mundo entero.
No tenía idea de cuántas galaxias separarían ambos mundos, pero hizo lo que Tur le indicó de todas maneras. Pensó en la cadena de Nudo. La llamó.
—¡Ven a mí!— exclamó.
Dicho y hecho, una poderosa y larga cadena de oro brillante emergió de repente desde el suelo y saltó a su mano. Érica la tomó, desconcertada con lo rápido que había sido. Pensaba que el proceso iría a tomar más tiempo, que iba a requerir de varios intentos, pero las cadenas parecían ser más inteligentes de lo que había esperado. Entonces tiró de la cadena en su mano y sintió algo formarse, un túnel, un puente. No estuvo segura de si había sentido de verdad el puente formándose entre ambos mundos, pero supo que sintió algo.
La cadena en su mano tiró hacia su lugar de origen, como pidiéndole ser liberada con su trabajo hecho. Érica la dejó ir, y la cadena de Nudo se retractó hacia el lugar que ella había elegido. Esta zona en el suelo comenzó a tragarse a sí misma en una espiral.
—¡Lo hiciste!— exclamó Liliana— ¡De verdad lo hiciste!
—¡Vaya, no puedo creerlo!— exclamó Arturo.
Érica se miró la mano con que había tomado la cadena del mundo. Tal control, tal poder se sentía raro. Se preguntó qué otras habilidades tendría al tomar los siguientes anillos.
El puente frente a ella giraba constantemente, lento y seguro. No parecía que se fuera a cerrar pronto. Con eso listo, los tres se giraron una última vez hacia la gente que había ido a despedirlos. Se despidieron nuevamente con un gesto de manos y marcharon hacia el puente.
Reaparecieron en Primanoni, la capital del imperio noni y la ciudad donde se encontraba el castillo de Tur. Allá se dirigieron y se encontraron con un sirviente designado para llevarlos a sus próximos destinos. Este los condujo por hacia el terminal de naves voladoras, donde los tres se despedirían. Liliana y Arturo tomarían un vuelo hacia el límite del imperio, donde se separarían para ir cada quien por su lado, mientras Érica se dirigiría a otro país dentro del imperio.
Ese era el último momento que tendrían juntos en un largo tiempo, ninguno de los tres sabía cuánto tardaría su entrenamiento, solo que al menos serían unos cuantos meses. Se sentían incómodos y tristes, y aunque querían decirse todo al mismo tiempo, no sabían de qué hablar, ni siquiera Liliana.
—Tengan cuidado— les pidió Érica— no solo porque estén fuera del imperio no se van a encontrar gente mala. Escuché que los magos son un poco elitistas, y que en el imperio vole roban mucho.
Liliana sonrió.
—Es posible, pero de eso se trata viajar ¿No? Conocer culturas nuevas, aprender qué tienen de bueno y qué tienen de malo, despejar estereotipos. Además, por lo que he visto, los vole son más delicados que los noni. Para mí eso siempre es bueno.
—No sabía que los magos eran elitistas— indicó Arturo— espero que no sea muy molesto... pero estoy tan emocionado de aprender magia que no me importa mucho.
Las niñas rieron. Ambas quisieron agregar algo, pero no se atrevieron. Era como si las palabras tuvieran mucho peso para simplemente decirlas. Se formó una larga pausa.
—Entonces ¿Cómo nos reuniremos de nuevo?— inquirió Arturo.
Las niñas abrieron los ojos de par en par. Ninguno de los tres había pensado en eso.
—¿Qué tal si el primero en terminar su entrenamiento va a visitar a los demás?— propuso Liliana.
—¿Pero a quién?
—No creo que podamos ir a visitarte a ti— le espetó Arturo a Liliana.
—¿Ah? ¿Por qué no?
—Porque vas a buscar a los fantasmas, gente que ni siquiera Tur sabe dónde vive ¿Cómo se supone que te encontremos?
Érica rio tapándose la boca.
—Ay, es verdad. Yo tendría que ir a verlos a ustedes.
Arturo asumió una pose pensativa. Érica no necesitó darle tantas vueltas.
—Entonces busquemos una ciudad intermedia, luego de que Lili encuentre a los fantasmas.
Sus amigos le iban a alegar que aún tenían el problema de encontrarse, pero entonces dos cadenas surgieron desde sus pechos. Érica las sujetó con cuidado, los tiró hacia ella y los atrapó a ambos en un fuerte abrazo.
Liliana y Arturo se miraron, sorprendidos, y contestaron el abrazo de Érica. Para ese entonces lo habían hecho tantas veces que estaban acostumbrados a la forma de su cuerpo, pero cada vez se sentía tan cálida como la primera.
—Ustedes son los mejores amigos que cualquiera podría tener. Siento que no los merezco. No saben cuánto les agradezco que me acompañen en mis tonterías— confesó, con una voz medianamente quebrada— Si algo les pasara, me destruiría por dentro, así que si me necesitan, solo llámenme con todas sus fuerzas. Yo iré.
Liliana y Arturo asintieron, sonrientes. Al separarse, notaron los ojos llorosos de Érica, pero no pudieron burlarse de ella, pues ellos mismos estaban haciendo pucheros.
—Eres una mujer impresionante, Érica— le espetó Liliana— y eres más buena de lo que crees, te lo aseguro.
—Nosotros también nos sentimos agradecidos de tenerte— aseguró Arturo.
—¡Es verdad!— corroboró Liliana, luego suspiró— No sabes lo feliz que soy de haberte conocido. Ahora puedo imaginarme el mundo a través de tus ojos ¡Y es mucho más divertido!
Con eso dicho, Liliana posó su mano sobre la mano de Érica que sujetaba su cadena.
—La próxima vez que nos veamos, los tres seremos fuertes y patearemos el trasero de cualquiera que se interponga en nuestro camino— le espetó Arturo, e imitó el gesto de Liliana con la otra mano.
Érica estaba a punto de largarse a llorar, lo único que logró hacer fue asentir y dar un pequeño
—¡Sí!
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Liliana y Arturo se fueron hacia su nave. Érica los despidió con una mano, y siguió sus cadenas con la mirada hasta que se perdieron de vista. Luego suspiró, más calmada.
Finalmente se dio vuelta. Papel corrió hacia ella, la escaló de un salto y se enrolló alrededor de su cuello como una bufanda.
—¡Oye, aquí estabas! Te perdiste...
Pero no dijo más. No importaba que Papel se hubiera perdido la despedida, pues los volvería a ver. Nuevamente tomó las cadenas de su pecho que la conectaban con sus amigos, con cariño. De cierta manera, estarían siempre conectados.
Cuidado con las Cadenas
FIN
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