52._ Atados por las Cadenas (1/3)


De pronto despertó.

Estiró sus manos, pero su padre no se encontraba por ningún lado. Estaba sola en una cama. Abrió los ojos, mas no vio sábanas ni paredes blancas, sino que un lindo color damasco, desgastado en varias partes por peleas y disparos.

Extrañada, se sentó y miró alrededor. Se encontraba sola en una habitación genérica y sin adornos que destacaran, como la de un hotel. Confundida, se paró y comenzó a caminar. De inmediato notó que estaba en ropa interior. Buscó con la mirada. Su ropa se hallaba a los pies de la cama, sus zapatillas abajo. Apenas se la puso, abrió la puerta y salió.

Se encontró en un pasillo que por un lado se dividía en dos caminos. Continuó por la derecha y de pronto se encontró en una gran oficina con un balcón. Se notaba que antes había sido muy bonita, con un gran escritorio, un arco con grabados de flores para salir al exterior, estanterías, archivadores y sillones de hermosos diseños, pero en ese momento había un montón de polvo por todos lados, a las paredes les faltaban algunos pedazos, el escritorio estaba roto por la mitad y el balcón solo tenía la mitad de la baranda intacta. Érica se asomó hacia afuera y advirtió las calles de Madre en medio de un día despejado. Hacía algo de calor.

—¿No estamos a mitad de año?— se preguntó, mas luego recordó que se encontraban en un continente distinto— Espera, en este hemisferio debe ser verano.

Se dio la vuelta para buscar a alguien que le dijera qué había ocurrido con los nonis y Tur ¿Habían ganado? ¿Habían perdido? ¿Tendría que servirle de ahí en adelante? No tenía idea y se moría de ganas por saber. Mas al girarse advirtió dos pares de ojitos mirándola con sorpresa, desde la entrada de la oficina. Érica también se los quedó mirando, extrañada. Eran dos niños de no más de seis años, ambos similares y al mismo tiempo le parecieron versiones pequeñas de Arturo.

—¿Qué...— quiso preguntar, pero ni siquiera encontró las palabras para expresar su duda.

En eso, una mujer apareció desde el pasillo, agarró las cabezas de ambos niños y las chocó entre ellos. Los niños se sobaron, adoloridos.

—¡Les dije que no vinieran por aquí!— exclamó la mujer, quien luego advirtió a Érica frente a ella.

Ambas se contemplaron sin saber qué decir. La mujer detrás de los niños era joven, algo baja, de grandes ojos verdes y pelo rosa chillón parado en puntas.

—¡Oh, ya despertaste!— exclamó al fin.

—¡¿Lo ves?!— le reclamó uno de los niños— ¡No era necesario que nos pegaras!

—¿Ah, sí? ¿Están seguros que no la despertaron ustedes, pendejos?

La mujer volvió a agarrar las cabezas de los niños, amenazante. Estos se arrancaron a toda velocidad y corrieron hacia Érica. Para su sorpresa, la abrazaron con toda confianza y hundieron sus cabezas en sus caderas. La muchacha se sonrojó un poco al ver esto.

¿Será que piensan que soy una buena persona?— pensó por un momento, complacida.

—¡Oigan, no se limpien los mocos en ella!— exclamó la mujer.

—¡¿Qué?!— saltó Érica.

Inmediatamente los niños echaron a correr y revolotearon un poco, sin saber qué hacer, hasta que la mujer se alejó del pasillo. Entonces los niños se marcharon por ahí, pensando que se habían escapado de los problemas.

—Malditos pendejos...— murmuró la chica de pelo rosa.

Luego se acercó a Érica y le extendió la mano.

—Disculpa todo eso. Son unos maldadosos, pero en el fondo son buenos niños. Yo soy Liatris, me puedes llamar Lia.

Érica le estrechó la mano, aún confundida.

—Yo me llamo Érica.

Liatris le sonrió de lado.

—Sí, ya lo sé. Lili me ha hablado mucho de ti.

Esto llamó la atención de la brika.

—¿Lili? ¿Liliana?

—Sí. Soy su hermana ¿Lili no te dijo nada de mí?

Entonces Érica la miró a los ojos y se sorprendió de encontrar los mismos grandes irises verdes de su amiga. Sin embargo ambas eran muy distintas; Liatris vestía de forma muy psicodélica y asimétrica, con botas pesadas y correas de cuero por todos lados. Era todo lo contrario del estilo conservador y femenino de su hermana.

Érica hizo más conexiones, sorprendiéndose.

—¿Entonces esos niños...

—Ah ¿Los mellizos? Son los hermanitos de Arturo.

—¡¿Qué?!— exclamó Érica.

Liatris rio, divertida con las expresiones exageradas de Érica. Luego la tomó de la mano y la condujo por el pasillo.

—Ven, necesitas comer.

—Ah...

Érica no pudo decir que no. No es que tuviera mucha hambre, pero quería ver a los demás, y también sentarse; los músculos aún le dolían un poco.

Liatris la llevó al ascensor. Ahí bajaron hasta el primer piso y luego se dirigieron a un comedor, con buena parte del cielo y una pared idos. Aun así, lo habían limpiado completamente y habilitado. Al centro había una larga mesa, con mantel blanco, montones de comida y unas cuantas personas conversando animadamente. Érica los miró a todos con cierta distancia, no se sentía con energías para enfrentarse a tantas personas nuevas, sin embargo, de pronto escuchó su nombre.

—¡Érica!— exclamó una vocecita femenina. Era Liliana.

—¡Érica!— dijo la voz suave de un chico. Era Arturo.

La aludida los buscó con la mirada y pronto los encontró en un extremo de la mesa. Ambos se habían puesto de pie y echaban a correr hacia ella.

—¡Érica!— volvió a llamarla Liliana, antes de embestirla con un abrazo.

Arturo se acercó con menos violencia, pero igualmente la rodeó y la abrazó por el otro lado.

—¿Cómo estás? ¿No te duele nada? ¿Tienes hambre?— la interrogó Liliana.

—Estoy bien, solo algo cansada ¿Y ustedes?

—Lo mismo— resumió Arturo.

—Entonces...— quiso saber la brika— ¿Ganamos? ¿Es cierto?

Ambos le sonrieron de oreja a oreja.

—¡Ganamos!— contestaron al mismo tiempo.

—¡Tur está retirando sus tropas!— indicó Liliana— ¡Madre volverá a ser libre dentro de unos meses!

—¿Meses? ¿Por qué no se van todos de inmediato?— alegó la brika.

—Mover tantos soldados requiere tiempo— indicó Arturo— sin mencionar los trámites que deben hacerse. Un par de meses para desocupar todo el mundo es increíble. Si no existieran los puentes, tomaría años.

—Ah.

—¡Pero ven, ven! ¡Necesitas comer!— indicó Liliana.

—Es verdad, vamos a la mesa— concordó Arturo— nosotros ya estábamos terminando, pero sobró mucho.

—Claro.

La sentaron en la mesa y le dieron cinco veces lo que podría haber comido en un almuerzo normal. De todas formas la pasó bien. Las otras personas a su lado eran las familias de sus amigos; la madre de Arturo con sus dos hermanitos chicos, que ya había conocido, y también los padres y la hermana mayor de Liliana. Todos eran muy simpáticos y la bombardearon con preguntas sobre ella y su viaje por Nudo, hasta que Liliana los detuvo y los hizo retirarse para dejarla desayunar. Érica les pidió a sus amigos ponerla al tanto con lo que había ocurrido después de derrotar a Tur.

—Fue un caos total— indicó Liliana— primero tomaste su anillo y te volviste loca. Comenzaste a hablar sola y mirabas a todos lados como si hubiera algo.

Érica asintió, recordaba al menos esa parte.

—Y después desapareciste— aseguró Arturo.

Con esto, Érica se atragantó. Tosió con fuerza hasta que logró escupir el pedazo de carne en su garganta.

—¡¿Entonces fue verdad?!— exclamó.

Sus amigos la miraron con duda, por lo que Érica les explicó su experiencia tras tomar el anillo y aquel extraño momento que había compartido con su padre. Liliana y Arturo no cabían en su sorpresa, se habrían caído de poto si no hubiesen estado sentados.

—¡¿Viste a tu papá?!— exclamaron.

Érica asintió varias veces, pues tampoco podía creerlo del todo.

—Creo que ese fue el poder del anillo, aunque ya no veo las cadenas ni escucho ninguna voz.

—¡¿Y por qué no te quedaste allá?!— alegó Liliana.

—¡No sé! ¡De repente estaba con él, y de pronto aparecí aquí! ¿Qué quieres que haga?— pero a pesar de todo, ella no lo veía como algo malo— Creo que él sabía que no podíamos estar juntos por mucho, pero verlo me dio esperanzas. Ya llevamos un anillo, solo nos quedan seis ¿Podrían ayudarme a conseguirlos?

Liliana y Arturo le sonrieron.

—¡Por supuesto!— exclamó Arturo.

—¿Después de todo lo que hemos pasado crees que vamos a decir que no?— le reclamó Liliana.

—Gracias— les espetó la brika— Pero en fin ¿Qué pasó después? ¿Cuándo regresé?

—Te encontramos después de unas horas— recordó Liliana— Entre tanto, los nonis nos ayudaron; nos dieron comida y nos dejaron descansar.

—A ti te pusieron en un catre, luego a los tres nos examinó un equipo médico— continuó Arturo— y después Tur despertó y nos fue a ver. Nos felicitó por vencerlo y dijo que cumpliría con su palabra. Luego nos dejó un equipo de soldados para que nos atendieran. Creo que se fue a organizar sus tropas.

—Y cuando llegamos aquí, nos estaban esperando nuestras familias— agregó Liliana— Fir logró encontrarlos a todos y los mandó a este lugar, con una escolta especial.

—¡Entonces era por eso!— exclamó Érica.

Les echó un vistazo a ambas familias. Todos parecían conocerse bien, tenían confianza los unos con los otros.

—¿Ya se conocían?— inquirió.

—Sí, nuestros padres han sido amigos desde el colegio— reveló Arturo.

Érica se llevó una mano a la cabeza.

—¡Claro!— exclamó— ya me lo habían dicho, disculpen.

—No importa, no importa.

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