47._ Asalto en las Ruinas (2/2)
Cerca de ahí, dentro de una de las casas semi destruidas, los niños emergieron desde el suelo. Entonces Arturo acostó a Érica y comenzó a curar sus heridas.
—¿Cómo vamos a derrotar a alguien así?— inquirió Liliana.
Érica y Arturo guardaron silencio, pensativos.
—Arturo ¿Puedes detener sus rocas por un momento?— le pidió la brika— solo necesito tres segundos para acercarme y darle un buen combo.
—No funcionará, él es más poderoso que yo— indicó el chico.
—¿Cómo lo sabes? Debemos intentarlo— reclamó Érica.
—Lo sé porque yo no habría podido hacer lo que él acaba de hacer ¿No viste toda la masa que controlaba al mismo tiempo? Y más encima en formas distintas... necesitamos otro plan.
Liliana agachó la cabeza. Quería ser de más ayuda, pero poco podía hacer solo con Brontes. Arturo se fijó en su cara de decepción. Tuvo una idea.
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Kan'fera buscó a su alrededor con la mirada, preguntándose dónde podrían estar esos jóvenes. En eso, comenzó a sentir cosquilleos en la nuca.
—Se acercan— pensó.
De repente, Érica surgió desde una calle, cargando con sus dos amigos mientras se deslizaba a toda velocidad. La muchacha llegó a la plaza, pero en vez de dirigirse directo hacia su enemigo, dejó a Arturo en el suelo y partió a toda prisa hacia un lado, cargando con Liliana.
—¿Qué hacen?— se preguntó el noni.
Érica se deslizó rodeando un círculo, rodeando a Kan'fera en el área más amplia que le permitía la plaza. Luego de cubrir un ángulo de aproximadamente 120 grados, dejó a Liliana en el suelo. Finalmente ella sola se desplazó otros 120 grados hasta plantarse en el tercer extremo. Con eso, Kan'fera los contempló a los tres, rodeándolo en los ángulos más amplios posibles.
—¿Me quieren atacar al mismo tiempo?— se preguntó— Mmm... esperaba algo más elaborado, pero supongo que siguen siendo jóvenes.
Sin mucho esfuerzo, volvió a tomar control de los bloques de roca. Esta vez agarró también de las casas alrededor para formar un remolino más denso que antes.
—¡Adelante!— los apremió— ¡Vengan a mí, humas! ¡No les permitiré otros descansos! ¡Aquí es donde termina su viaje!
Los miró a los tres una última vez; Érica era su mayor amenaza, siendo una brika forteme. Arturo podía ser molesto si usaba su magia bien, pero aún le faltaba mucho para compararse a un veterano como él. Finalmente, Liliana ni siquiera podía acercársele. Definitivamente debía concentrarse en Érica. Si lograba dejarla fuera de combate, habría ganado.
Tal y como se lo esperaba, los tres muchachos se lanzaron contra él al mismo tiempo. Érica entró al remolino de rocas, pero en vez de correr y esperar que nada le golpeara, partió inmediatamente bloqueando y destruyendo los trozos de roca que se dirigían a ella, avanzando lentamente. Una forma segura, de ser ese un remolino de rocas sin mente, pero Kan podía pensar y rápidamente se le ocurrieron unas ideas para aplastarla. Luego se fijó en Arturo, el cual intentaba controlar los trozos de roca que se dirigían a él. Los desviaba o los bloqueaba, con algo de esfuerzo.
—Está aprovechando que no estoy concentrado en él para sobrepasar mi control sobre los bloques— observó el noni, entretenido— muy bien, muchacho, pero te sobra petulancia y te falta experiencia. Subestimas mi poder.
Sin mucho esfuerzo, hundió al chico dentro de la tierra y lo mantuvo activamente ahí, imposibilitándolo de controlar la misma roca que lo encerraba. Seguidamente se giró hacia Érica, sin quitar el control sobre Arturo. Simplemente comandó a uno de los bloques que pasaba por sobre ella para devolverse y golpearla por la espalda. La muchacha se paralizó un momento por el impacto, lo cual le permitió a Kan'fera atacarla con más bloques hasta botarla al suelo. En esa posición, el mago noni la absorbió dentro del suelo como a Arturo.
Finalmente se giró hacia Liliana, preguntándose si la pobre se habría atrevido siquiera a entrar al remolino de rocas, mas al voltearse no la encontró por ningún lado. Extrañado, buscó con la mirada por los alrededores, mas no distinguía ninguna guadaña ni tampoco una muchachita de pelo largo
—¿Dónde se habrá...
De pronto sus ojos se posaron en algo que no debía estar ahí: un agujero, afuera del radio del remolino, lo suficientemente grande para meter a una persona.
—¿Por qué...
Pero en ese momento un estruendo le llamó la atención desde abajo. Al girarse advirtió un hoyo en la tierra, justo al centro de su remolino. Desde ahí surgía un pilar de roca que se dirigía fugaz hacia él, y sobre el pilar se encontraba nada más y nada menos que Liliana, con Brontes en sus manos.
Kan'fera intentó reaccionar; quiso desplazarse hacia atrás mientras suprimía el creciente pilar de roca sobre el que se encontraba la muchacha, pero este iba tan rápido que apenas le dio tiempo de cubrirse con sus brazos. Entonces Liliana apareció a su altura, saltó hacia él y de un tajo lo atravesó de pies a cabeza.
El mago se durmió en un instante. El remolino cesó, los niños se vieron libres. Liliana y Kan'fera cayeron directo al suelo, donde Arturo los atajó disminuyendo la densidad de la roca varias veces.
Finalmente los niños se juntaron al medio, donde Kan'fera descansaba, inconsciente. Érica y Arturo abrazaron a Liliana y luego le echaron un vistazo al mago.
—¡Lo hiciste espectacular, Lili!— le espetó Arturo.
—Jiji. Solo hice lo que me dijiste. Fue un plan genial.
Érica descansó sus manos en sus caderas.
—Sí, no estuvo nada mal.
—¿Pero cómo supiste que Kan no se fijaría en mí hasta que fuera muy tarde?— inquirió Liliana.
Arturo se llevó una mano a la cabeza, sin saber si debía contestar o no.
—Porque para él, en esta situación eras la más débil— admitió al fin.
—¡¿Qué?!— alegó Liliana, medio ofendida— ¡¿Soy la más débil?!
Miró a Érica para buscar consuelo, pero esta miró hacia otro lado.
—¡Érica, dime la verdad!
—Bueno... no precisamente...
Arturo abrió sus manos, intentando apaciguarla.
—Lo siento, no quise decir eso. Es solo que para un mago experimentado como él, no representas mucha amenaza ¿Entiendes?
Liliana se cruzó de brazos y levantó el mentón, pero no mantuvo esa pose por mucho tiempo. Pronto se relajó y sonrió como siempre.
—Está bien, ya sé que me falta mucho por aprender. Por eso quiero encontrar a los fantasmas ¿Saben? Así podré ser de más ayuda.
En eso, Érica la tomó por los hombros.
—Pero Lili, ya eres un montón de ayuda— le aseguró— sin ti, no habríamos llegado tan lejos.
Arturo adoptó una posición pensativa.
—Puede que Érica y yo tengamos más poder destructivo, pero tú tienes otras habilidades de las que carecemos completamente.
Liliana esbozó una sonrisa amplia. Tenía curiosidad por saber cuáles eran esas "habilidades" a las que se refería Arturo, pero ya los había retrasado bastante con su lloriqueo, o al menos así ella lo consideraba. Se sentía suficientemente animada para continuar.
—¡Gracias, los dos son unos lindos! ¡Ahora vamos, aún nos falta un buen tramo para darle su merecido a Tur!
—¡Es verdad!— exclamó Érica— ¡Muy bien, en marcha!
—¡En marcha!— repitieron sus amigos.
Antes de continuar, Arturo engulló algo de la comida que tenía en el bolsillo y curó las heridas de los tres. Luego prosiguieron hacia el castillo. En el camino se encontraron con unos cuantos soldados y robots, pero nada tan duro como lo que ya habían dejado atrás.
El castillo estaba construido sobre una pequeña colina en medio del valle, con lisas paredes de seis metros que hacían imposible escalarlas para una persona normal, pero para Érica eso no fue ningún problema; en dos segundos se hallaron al otro lado. Luego se introdujeron y avanzaron en silencio para sorprender a quien quiera que rondara por ahí.
Sin embargo, no había nadie.
El castillo se encontraba en ruinas, tal y como el resto de las construcciones, pero estaba mucho mejor parado que las casas de la ciudad. Varias salas incluso habían sido habilitadas por los soldados para trabajar o dormir en ellas. Eso solo hacía crecer la duda.
Los niños buscaron y buscaron, hasta que encontraron la sala del trono; una larga y alta habitación con una silla de cuero al final, sin duda algo que Tur había traído para sentarse como le correspondía al Primero.
—¡TUUUUUUUR!— gritó Érica, impaciente— ¡¿Dónde estás, maldito infeliz?!
—Qué raro— gruñó Arturo— ni cámaras, ni soldados, ni siquiera un mensaje. Pensaría que es una trampa, pero ya hemos acabado con buena parte de sus fuerzas. Es un poco tarde para trampas.
—Ese maldito nos engañó— bramó Érica, furiosa.
Liliana ladeó su cabeza, pensativa.
—¿Pero qué consigue con esto? ¿Y por qué ahora?
—No habría mandado a tantos de sus hombres y defensas aquí para nada— supuso el mago.
—Incluso estaba el señor Kan— agregó Liliana— Aquí debe haber algo ¿Será que no lo estamos viendo?
En eso, Liliana recayó en la posibilidad de que Víkala se encontrara cerca de ellos, mirándolos desde las sombras. Buscó por los alrededores, desconfiada, pero pronto cayó en la cuenta que había demasiados rincones en ese castillo para estar examinándolos uno por uno. No la encontró.
Érica estaba por voltearse para ir a preguntarle a uno de los soldados, cuando Papel surgió desde sus ropas y saltó al suelo.
—¡¿Papel?!— exclamaron los tres.
—¿Desde cuándo estás ahí?— alegó Érica.
No entendía cómo a veces podía simplemente aparecer. En todo el día no lo había visto ni lo había sentido en su ropa. Estaba segura de que no lo había llevado consigo todo ese tiempo.
Mas a Papel no le interesaba la duda que generaba su presencia. Corrió hacia el trono sin desviarse ni olisquear el aire. Curiosos, los niños lo siguieron. El animalito entonces se paró junto al asiento y comenzó a arañar la pared contra la que este estaba apoyado.
—¿Qué buscas? ¿Hay un pasaje secreto detrás?— inquirió Érica.
Rápidamente quitó la silla de Tur para ver lo que fuera que estuviera ahí, mas no era para nada lo que se había esperado. Ante los cuatro, en la pared, se hallaba una espiral que se tragaba todo lo que lo tocara.
—¿Un puente?— se extrañó Liliana.
—¡Bien hecho, Papel!— lo felicitó Érica.
Mas el animalito se limitó a introducirse en la espiral, desapareciendo hacia donde fuera que llevara.
—¡Papel! ¡¿Qué haces?!— exclamó Érica.
Pero ya se había ido, de nada servía reclamarle. Érica y sus amigos se miraron las caras, algo confundidos.
—¿Qué dicen?— inquirió la brika.
—Tur debe estar del otro lado— supuso Liliana.
—Procedamos con cautela— apuntó Arturo.
Érica asintió, se adelantó para ir primero y metió los dedos en el puente. Este la succionó, y a pesar de que no era más grande que una pelota, se la tragó entera en menos de un segundo.
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Por un momento todo fue oscuridad y vueltas sin sentido. De pronto sintió un empujón grande y partículas con la consistencia de la tierra apartándose por su espalda. Érica fue lanzada unos metros por el aire, describió un arco y cayó junto al puente en hélice.
Inmediatamente miró a sus alrededores y se puso de pie, sin poder creer lo que sus ojos le mostraban; la tierra ya no era morada, sino café y gris. El cielo era naranja pálido. El sol era tan brillante que no podía mirarlo directamente, aunque estuviera atardeciendo. Las plantas eran verdes, los troncos de los árboles marrones. Ante ella se alzaba una ciudad en ruinas, pero de estructuras familiares y sin ninguna nave voladora circulando.
—Esto es... Madre.
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