40._ Danza con el Agua (4/5)
Todo iba bien en la sala con la laguna flotante. Las paredes eran oscuras y daban la impresión de que no había límites. Los contornos de la puerta brillaban para hacerla destacar. Por la velocidad a la que iban, y también con la ayuda de Érica, parecía que no tendrían problemas en llegar a tiempo.
De pronto, cuando les quedaba menos de la mitad del recorrido, escucharon una compuerta abriéndose, arriba. Alarmados, vieron cómo una criatura enorme se introducía retorciéndose a la sala. Tenía un cuerpo alargado como una serpiente o una anguila, su cabeza era similar a la de un pez. Contaba con tantos colmillos que parecía que en algún momento tendría que escupirlos para dejar algo de espacio. Quizás lo más grotesco era su cuello, del cual salían diez tentáculos con espinas con los que podía sujetar cosas y destrozar botes.
—¡¿Ese es el mismo pulpo que nos atacó?!— exclamó Érica en su mente.
Entonces el monstruo los miró con su gran ojo y comenzó a nadar hacia ellos. Liliana y Arturo no supieron si era mejor defenderse o nadar más rápido, pero Érica los tomó y los empujó lo más lejos que pudo, dándoles a entender que ella se encargaría del asunto. Aun así, el oxígeno se les estaba acabando, y aunque la brika tenía algo de experiencia de buceo, no le bastaría para enfrentarse sola al monstruo.
Desesperados, Liliana y Arturo nadaron a toda prisa mientras el lagarto con tentáculos se dirigía hacia Érica para destrozarla de un mordisco. Esta lo agarró de la mandíbula, protegiéndose la mano y el pie con timitio para que sus dientes no la atravesaran. El monstruo avanzó, intentando con eso empujarla hacia adentro, pero Érica hizo gala de su enorme fuerza y resistió un buen trecho, hasta que el monstruo la azotó contra la pared junto a la puerta. Seguidamente cerró la boca con fuerza, pero la chica fue más rápida. En vez de darse tiempo para recuperarse del golpe, se pegó a la pared con timitio y se deslizó rápidamente hacia la puerta. Agarró a sus amigos al vuelo, quienes ya estaban muy cerca, y juntos atravesaron la salida de un empujón.
Gran parte del agua se quedó en la sala anterior, por lo que pudieron descansar algo en el pasillo en donde surgieron. El monstruo los miró con su ojo del tamaño de una pelota de playa. Luego se fue.
Érica se recostó contra la pared y se examinó la herida; se había abierto de nuevo. La sangre se salía por todas partes.
—Agh, mierda— maldijo, cubriéndose de nuevo con timitio.
Los tres respiraban agitadamente, mientras recuperaban el aliento. Era frustrante no poder defenderse de esa criatura, pero estaban muy limitados en medio del agua.
—Maldito pez pulpo— gruñó Érica, una vez se sintió mejor— La próxima vez que lo vea, le sacaré todos los tentáculos.
—Me encantaría no verlo nunca más— comentó Liliana.
—Estoy seguro que lo volveremos a ver— indicó Arturo.
—¿Tú crees?
—Aún estamos cerca de la playa, esta zona es un poco angosta para algo de su tamaño. También, nos ha atacado ya dos veces. Creo que alguien lo controla.
—¿Saponcio?— saltó Érica.
Arturo asintió.
—Lo que es más, estoy casi seguro de que él tampoco ha podido abrir la puerta grande detrás de la cascada del medio— se aventuró— y tampoco lo vimos en el camino del laboratorio, eso solo nos deja una alternativa.
Arturo apuntó al otro extremo del pasillo, el fin del camino. Las niñas siguieron la línea de su dedo y comprendieron a qué se refería.
—¿Crees que está más adelante?— inquirió Érica.
—Según el mapa, al final de este pasillo está la última sala, justo encima de la habitación de las cascadas.
—¿Y por qué no en la sala de la puerta grande?— inquirió Liliana.
—Bueno, Saponcio está buscando algo ¿No?— les recordó el chico— alguien tan viejo como él no tiene energía para andar secuestrando gente y ponerla en laboratorios extraños porque sean sus fetiches. Puede que quiera obtener el bastón del que nos habló, puede que sea algo más. Sea lo que sea, se encuentra detrás de la puerta grande y ha hecho muchas cosas malas para conseguirlo.
Érica se puso de pie.
—Vamos, solo hay una forma de comprobarlo— aseguró.
Los demás asintieron, y juntos, se encaminaron por el pasillo hacia la última sala. Tras abrir la puerta, se hallaron en un enorme domo. Desde el cielo una fuente colgaba como un candelabro, dejando caer el agua hacia la enorme piscina que ocupaba todo el espacio, de pared a pared. Unas cuantas plataformas de alrededor de dos metros de diámetro flotaban sobre el agua, repartidas por toda el área. Si se tomaba impulso, alguien podía saltar de una a otra para dar una vuelta a la cámara. Los niños exploraron la enorme sala con los ojos, hasta que notaron una gran aleta moviéndose por la superficie. Luego desapareció por un momento. De pronto el monstruo acuático dio un salto en arco frente a una de las plataformas del otro lado de la sala para volver a sumergirse. Ahí, parada sobre la plataforma, se encontraba una persona. Tenía un sombrero puntiagudo, una túnica holgada de mangas anchas y un bastón gris de poco más de un metro.
—Saponcio— lo reconocieron los niños.
Este les sonrió.
—¡Ah, miren! ¡Encontré el bastón!— dijo emocionado, mas ninguno de los jóvenes se creyó su farsa. Al ver sus caras de repudio, el anciano dejó la fachada.
Érica quiso apresurarse a la pelea, pero Arturo la detuvo con un gesto de la mano y se le adelantó. Necesitaba entender.
—Saponcio ¿Por qué hiciste todo esto?— le preguntó— ¿Qué hay detrás de la puerta que no se puede abrir?
El anciano pareció sorprenderse de esto.
—Así que notaron esa puerta ¿Eh? No importa— extendió los brazos— Todo este templo está construido alrededor de esa pequeña habitación, chico ¿Y sabes por qué? Porque ahí hay un Juez.
—¿Un juez?— repitió el muchacho.
—Exacto ¿No los conoces? Son seres... especiales. No son animales ni máquinas, pero son inteligentes, más que nosotros, incluso más que los lúminis. Los Jueces son lejos los seres más inteligentes en todo el universo, nadie se les puede comparar ni nadie los puede entender. Con un pensamiento pueden destruir un mundo, y con otro pueden reconstruirlo. Son dioses, chico.
—¿Y por qué quieres liberar al Juez de esa sala? ¿Crees que te concederá un favor o algo así?
—¡¿Liberar?!— exclamó Saponcio, como si se burlara de él— ¿De qué hablas, niño estúpido? ¿No escuchaste lo que te dije? Los Jueces son libres de vagar por todo el universo. No, no busco "liberar" a nadie, yo solo quiero un poco de su poder— entonces se tocó la cabeza con el bastón— conexiones mentales, chico. Los magos podemos manejar el mundo a nuestro alrededor moviendo estos brazos invisibles que nos salen de la cabeza. Podemos fortalecerlos un poco, podemos hacerlos un chiquitín más largos, pero no podemos crear más de los que ya tenemos... hasta ahora.
Arturo retrocedió, desconcertado de la idea que le explicaba Saponcio.
—¡¿Quieres quitarles la magia a otros magos?!— exclamó, asqueado— ¡Estás enfermo!
—¡¿Qué?!— saltaron las niñas.
Saponcio pareció feliz de que Arturo entendiera.
—De eso se trata mi teoría, chico. Aumentar el potencial mágico de una persona usando las conexiones de otras ¡Y tú también serás parte de mi experimento!
—¡No le pondrás las manos encima a Arturo!— bramó Liliana, con Brontes listo en sus manos.
Entonces Érica se disparó contra el viejo, saltando de plataforma en plataforma a toda velocidad. Sin embargo el espacio entre ambos era enorme, suficiente para darle tiempo al viejo mago para reaccionar. Este usó su magia para controlar el agua alrededor de ella y levantarla en un torrente.
—Ah, la señorita Érica Sanz, la famosa brika buscada por el gobierno— le espetó, y luego se dirigió hacia los demás— y ustedes son Liliana y Arturo ¿Creyeron que no los reconocería? ¿Creyeron que les entregaría mi preciado libro a unos delincuentes? ¡Ja! Son unos ingenuos. Entregaré a las dos muchachitas y me quedaré con tu cabeza, chico ¡Gracias a ti seré el mago más poderoso de todos los tiempos!
Pero mientras Saponcio hablaba, Arturo corrió hacia Érica para controlar las paredes contra las cuales era retenida por el torrente de agua. Creó un escudo para protegerla del flujo. La muchacha cayó al agua, pero entonces el anciano los atrapó a ambos en esferas de agua, como piscinas redondas de las que no podían escapar. Intentaron nadar hacia afuera, pero el agua se arremolinaba en torno a ellos y les impedía avanzar hacia la superficie. Tampoco podían respirar adentro.
Mientras el viejo se entretenía con ellos, Liliana partió en la dirección contraria para acercársele por la espalda. Sus amigos la miraron con ansias, mas antes de llegar muy lejos, el monstruo apareció sobre ella, desde una compuerta en el cielo de la sala, y se le abalanzó con sus fauces abiertas. Liliana pegó un grito y saltó a tiempo, evitando los dientes del pez pulpo. Sin embargo esto alertó a Saponcio. En un instante la encerró en una esfera de agua y la mantuvo arriba en el aire para que no intentara nada con su puntiaguda múnima.
En eso, Arturo extrajo un pilar desde la plataforma de piedra más cercana, que se metió dentro de su burbuja y lo impulsó hacia afuera. De inmediato hizo lo mismo con Érica.
—¡Yo las sacaré del agua!— le aseguró— ¡Ustedes concéntrense en Saponcio!
—¡Bien!— bramó Érica.
La brika inmediatamente se pegó a la pared para deslizarse a través de ella. Tuvo que quitar el timitio de su hombro para hacerlo, pero para ese momento ya se había formado una leve costra. Debía tener cuidado para no abrirla. Rápidamente rodeó la habitación, esquivando los torrentes de agua de Saponcio.
Al mismo tiempo, Arturo regresó a la plataforma de piedra y extrajo un disco sólido para usarlo de transporte. Rápidamente atravesó la cámara para sacar a Liliana de su prisión.
—¡Lili!— exclamó él, preocupado.
—¡Lo sé!— aseguró, después de caer a su lado— ¡Vamos!
Érica se acercó a Saponcio a toda velocidad, esquivando sus ataques de agua con gracia. Finalmente saltó directo hacia él para noquearlo con un poderoso combo en la cara, sin embargo antes de poder tocarlo, un tentáculo la tomó de un tobillo sin que ella se diera cuenta y la azotó contra la plataforma más cercana. El cuerpo de Érica destrozó parte de la superficie de la roca y rebotó por el golpe. El monstruo la tenía.
En eso, Liliana y Arturo se acercaron.
—¡Ayúdala, yo me encargo de Saponcio!— le pidió Liliana.
—Sí.
La plataforma voladora pasó junto al viejo. Liliana saltó en ese punto para enfrentarlo. Arturo, por su parte, se acercó al monstruo que intentaba devorar a Érica y formó estacas de piedra del tamaño de una persona para arrojárselas, pero el pez pulpo las esquivó como si pudiera leerle la mente. Al ver una nueva amenaza cerca, dejó a la muchacha a un lado para atacarlo a él. Rápidamente saltó hacia el joven mago en el aire. Este intentó esquivarlo, pero no lo consiguió. Los dientes de la criatura acuática lo empujaron y lo llevaron hacia el agua, arrastrándolo al fondo. El muchacho intentó escapar, pero la fuerza del pez pulpo era demasiada para él. Uno de sus enormes colmillos se enterró en su pierna. El chico quiso gritar del dolor, pero ni siquiera eso podía hacer. No había de otra que afirmarse al monstruo, impotente.
El dolor era tremendo, la presión del agua cada vez mayor. No podía pensar bien. No veía solución.
—¡¿Voy a morir?!— pensó.
Érica y Liliana no estaban en condiciones de ayudarlo, solo se tenía a sí mismo.
A pesar del dolor y de la falta de aire, miró al monstruo y a sus alrededores en busca de ideas. Pero no había nada más que agua. Sus brazos perdían fuerza, sus párpados comenzaban a pesarle. Se estaba debilitando rápido, pronto se soltaría y el monstruo se lo comería entero.
—Me quedan pocos segundos...— pensó, extrañamente, menos alarmado que antes— pero tengo sueño. Quizás debería... dormir.
Cerró los ojos, listo para dejar de existir.
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Cuando volvió a abrirlos, se dio cuenta que no estaba muerto.
Se encontraba en un lugar oscuro, tan oscuro que no sabía si era afuera o adentro. Tampoco parecía que la distancia fuera algo consistente, siquiera existente.
Entonces miró a los lados. Notó una figura luminosa a lo lejos. Dio un par de pasos y se la encontró al frente, como si se hubiera saltado el camino. Era un búho, más alto y delgado que él. Parecía que estaba mirando... el universo. Toda la existencia al mismo tiempo, como si fuera una foto.
—Amh... ¿Hola?— lo saludó Arturo.
El búho no contestó, pero por alguna razón el chico sintió que le ponía atención.
—¿Quién... ¿Quién eres?— se atrevió a preguntar.
"Juez".
Esa palabra no fue pronunciada ni oída, simplemente apareció en la mente del muchacho. Era similar a lo que hacían los lúmini; no era como si alguien se lo dijera, sino como que le metieran un brazo en el cerebro y sacaran la respuesta de adentro.
—¡¿Un juez?! ¿De esos de los que hablaba Saponcio?
"Sí".
El muchacho se quedó en silencio un rato. Recordó sus visiones de cuando se acercó a la ciudad y se preguntó si era ese Juez quien lo había estado llamando.
"En este momento estás cerca de la muerte" le explicó el Juez.
—Ah, claro. Se me había olvidado...
Se quedó callado otro rato, un tanto deprimido.
—Pero... ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Tienes algo que decirme antes que vaya al otro lado?— supuso el muchacho.
"Yo no te traje" le explicó el juez "Tú me llamaste. Buscas conocimiento".
—¿Conocimiento?— se extrañó — Ah, claro. Quería saber cómo controlar el agua, aunque... bueno, ya no importa mucho. Voy a morir de todas formas ¿No?
"No si no quieres".
—¿Ah?
"No necesitas buscar conocimiento, ya lo posees. Ya sabes controlar el agua, no sabes cómo llevarlo a tu conciencia".
—Ah...— el chico asintió, sin entenderlo bien— ¿Dijiste que puedo elegir sobrevivir?
"Nada muere en verdad, solo volverías al todo. Si mueres, tu cuerpo regresará al universo, tu mente regresará al conocimiento. Recordarás todo lo que es, lo que fue y lo que será, solo perderás tu ego".
—Ah, así que eso pasa cuando morimos... permanecer ignorante o morir. Es una elección difícil... pero por ahora me gustaría vivir.
El Juez no dijo nada, permaneció mirando al vacío.
—¿Hay algo que deba hacer?
"Conocimiento", le recordó el juez.
—Claro, claro ¿Pero cómo obtengo...
Sin embargo, en ese momento aparecieron dos criaturas humanoides por los lados; una era grande y robusta, hecha de tierra y metal, mientras que la otra era delgada, hecha de agua.
"El todo no retiene la verdad de sus secretos, son los individuos quienes fallan en comprenderlo" explicó el Juez "entrégate al conocimiento, al todo. Deja de hacer ruido y escucha, el universo te habla".
Arturo miró a las figuras humanoides, contrariado. Entonces, la grandota hecha de tierra lo tomó de las manos y comenzó a bailar con él. Era un baile medio forzado, ella lo conducía, pero él no tenía problema en dejarse llevar. Rápidamente se acostumbró al ritmo y consiguió adaptarse a los movimientos brutos del ser de tierra. Mientras bailaba comprendió que ese baile significaba su magia. Podía bailar con los sólidos perfectamente, aunque el resultado no fuera muy bonito.
Luego la figura sólida lo dejó y se retiró. Era el turno de la figura líquida. El chico la miró, esperando a que se le acercara para tomarlo como lo había hecho la figura sólida, pero no fue así. La figura líquida se quedó en su lugar, tímida. El chico le extendió una mano, que ella sujetó, pero no hizo más.
—Algo me está faltando— se dijo Arturo— vamos ¿Vas a bailar?
"¿No vas a bailar tú?" contestó ella.
Ahí entendió por qué había fallado en controlar el agua; era su personalidad. Los sólidos trabajaban con absolutos, pues cada partícula estaba pegada muy bien a las demás. Eso significaba que un mago podía sostener un gran tamaño con su magia, aunque el mago fuera un chico escuálido. Los líquidos se resbalaban, corrían por donde querían hacia abajo. No bastaba con una mano, sino que con un recipiente completo de magia; no bastaba con órdenes simples como a los sólidos. Debía guiarlos.
Entonces el chico tiró de la mano de la figura líquida y esta lo siguió sin problemas. La hizo dar vueltas, la movió por toda la pista de baile, la hizo copiar sus movimientos y la hizo sonreír, reflejándolo a él.
—Ya entiendo, era tan simple— se dijo— había que bailar de otra forma, eso era todo.
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