40._ Danza con el Agua (3/5)


De un momento a otro se vio en un túnel oscuro, solo que no iba de un lado a otro, sino de arriba abajo. El fondo no se veía por ningún lado, así que Arturo cayó, cayó y colapsó sobre un gran cuerpo de agua. Sorprendido, sacó la cabeza por la superficie para cobrar una bocanada de aire y se dio cuenta que ya no estaba sobre el árbol. El lugar a su alrededor estaba oscuro, pero podía ver sus límites; era una sala con un domo oscuro arriba, con mucha agua fría adentro y una plataforma a un lado sobre la cual pararse. Rápidamente se dirigió allá. Mientras se levantaba, oyó dos salpicaduras más; Érica y Liliana, quienes lo habían seguido.

—¡¿Qué fue todo eso?!— alegó Érica.

—Esa esfera en el árbol debe ser un puente— supuso Arturo.

Luego se giró. En la pared junto a la plataforma se encontraba una puerta, la única de la habitación. Sin más opción, la cruzaron; la sala siguiente era mucho más grande, también con una gran masa de agua inundando cierta porción del espacio. A lo largo de la sala había varias plataformas hexagonales de piedra sólida, con hermosos grabados de símbolos incomprensibles y tres grandes cascadas en las paredes al otro lado. La luz era mucho más prominente ahí. Les permitía ver sin problemas las figuras grabadas en las paredes, en donde aparecían personas con aletas y colas haciendo símbolos raros con las manos.

—¿Qué es este lugar?— preguntó Liliana al aire, maravillada.

—No le veo más propósito que verse bien— comentó Arturo, extrañado.

—Parece un templo— supuso Érica.

—Un templo escondido— apuntó Arturo— ¿Por qué alguien construiría todo esto para dejarlo como un secreto?

Desde donde se encontraban no parecía haber una salida. Sin embargo al avanzar saltando entre las plataformas, notaron que detrás de las tres cascadas había tres puertas; de las cuales, solo la de la derecha estaba abierta. Curiosos, los niños probaron forzar las otras dos puertas; Arturo intentó deformarlas con magia para que se abrieran, pero no consiguió nada, como si las puertas se negaran a obedecerlo.

—Qué raro— se dijo.

Luego Érica la empujó para abrirla. Para su sorpresa, no tuvo problema alguno. Liliana entonces rompió la otra con Brontes para ver si se podía, y como si fuera cualquier tabla, se partió por la mitad.

—Puertas anti magia— observó Arturo— pero no hechas para una brika o un arma blanca... este templo está construido para contener magos.

—¿O sea que está mal que estemos aquí?— inquirió Érica.

—No, significa que nadie las esperaba a ustedes dos.

Arturo se puso a meditar. Tenían tres puertas, no sabían hacia dónde iban, ni tampoco forma de deducirlo desde ahí, tendrían que caminar para saberlo. Sin embargo, si alguien había estado capturando o matando a la gente que llegaba a ese laberinto, la trampa en que caían debía estar en el camino que les sugerían. Es decir, por la derecha. Eso último no tenía mucho fundamento, pero era lo que él hubiera hecho.

—Vamos por la derecha.

A través de la vía, llegaron a un pasillo que los condujo por tortuosos caminos y portones sellados con extraños acertijos. Caminaron un buen rato hasta que, detrás de una última puerta, se encontraron en una sala circular. No parecía haber más accesos ahí además por la entrada. Sin embargo al pasar, la puerta a su espalda se selló sola. Seguidamente, del cielo se abrieron tres hoyos, por los cuales cayeron tres figuras.

Eran seres humanoides, altos, de cuerpos delgados y metálicos. Llevaban armadura, una espada corta en una mano y un escudo en la otra. Entonces los miraron, con las cavidades de sus ojos ocupadas únicamente por dos focos rojos.

—¡¿Robots?!— saltó Arturo, estupefacto.

Los robots se lanzaron contra ellos, más rápidos y con mayor fuerza que una persona normal. Érica y Liliana los bloquearon con destreza, mas cuando Arturo intentó levantar al tercero en el aire con su magia, no lo logró. Su cuerpo ignoró su magia como las puertas.

El autómata se plantó frente al mago. Este sacó trozos del suelo, pero el robot lo golpeó con el pomo de la espada bajo el esternón, privándolo de aire. Arturo se encogió, sin poder respirar ni hacer nada. No podía concentrarse ni realizar magia en ese estado, necesitaba recuperarse.

Para su sorpresa, el guardia no lo atacó con sus armas, sino que lo tomó y se lo echó al hombro.

Por su parte, Liliana y Érica intentaban deshacerse de los robots que las atacaban a ellas, pero estos eran tan hábiles y rápidos que escapaban a la hoja de Brontes y tan fuertes que resistían los golpes de Érica sin romperse del todo.

La brika forcejeó con el robot frente a ella, solo que por la herida en su hombro solo podía usar un brazo. Intentó empujarlo, pero el robot la tiró y le mandó la punta de su espada en la cara. A su lado, Liliana esquivaba los tajos del autómata, mientras que este hacía lo mismo con Brontes. Quien asestara el primer corte ganaría la pelea, pero ninguno lo conseguía. Entonces advirtió que uno de los enemigos se llevaba a Arturo, y tuvo que improvisar. Se dejó abierta por un lado a propósito. El robot la atacó, bajando su guardia. Liliana lo esquivó, rodó por un costado y saltó sobre el que peleaba contra Érica. De un tajo lo cortó por la mitad.

—¡Excelente!— exclamó la brika.

Inmediatamente se volvieron hacia el otro y lo arremetieron por ambos lados, destruyéndolo. Aliviadas, las niñas se tomaron un momento para confirmar que los robots ya no se movían. Luego se giraron hacia el que había capturado a Arturo. Este robot se encontraba parado muy cerca de la pared, como si estuviera leyendo algo escrito en ella.

—¡Arturo!— exclamó Liliana.

Levantó a Brontes para cortar al robot por la mitad, sin embargo el chico alzó sus manos para detenerla.

—¡No, no lo hagas!— le pidió.

Las niñas se detuvieron, extrañadas. El mago se veía bastante relajado a pesar de que lo estuvieran secuestrando.

—¿Qué?— saltó Liliana, sin entender.

—Miren...

El chico les hizo poner su atención hacia el autómata, el cual se veía muy concentrado en la pared frente a él para ponerles atención. Al fijarse mejor, las niñas se dieron cuenta que estaba realizando trazos en la pared con sus metálicos dedos, como si quisiera dibujar. Sin embargo, de pronto un chorro de aire salió desde la muralla, como si se despresurizara. Esta se abrió cual puerta, hacia un pasillo escondido que rodeaba la sala circular.

—¡¿Qué es eso?!— exclamó Érica, atónita.

—Ya lo veremos— musitó Arturo.

El autómata se puso en marcha a través del pasillo, seguido de las niñas. Cruzaron el pasillo oculto y dieron un par de vueltas. Caminaron cerca de un minuto, hasta que el oscuro pasillo se abrió hacia una gran sala. Había máquinas, pantallas, pizarras y mesas amplias con tubos de ensayo y otros materiales. Era un laboratorio, uno bien equipado.

Lo que más les llamó la atención fue una docena de tubos grandes, verticales, llenos de suero. Adentro de estos tubos, suspendidos en el suero se encontraban varias personas, uno por tubo. Estaban conectados a equipos de respiración, sedados. En sus cabezas tenían unos extraños cascos con mangueras conectadas a varias máquinas con medidores y botones luminosos.

El autómata atravesó un largo pasillo formado por líneas de tubos con gente, puestos uno junto a otro, hasta uno vacío. Intentó poner al chico dentro de la cápsula, pero en ese momento Liliana lo cortó con Brontes. Arturo se vio libre.

—¿Qué es este lugar?— inquirió Érica.

—Nada bueno— observó el mago.

—¿Cómo sabías que el robot nos traería aquí?— quiso saber Liliana.

—No precisamente aquí— admitió Arturo, mientras comenzaba a mirar en todas direcciones, en busca de algo en específico— pero ya sabía que me traerían a donde las otras personas secuestradas iban a estar, porque... bueno, porque alguien está secuestrando gente, aparentemente.

El chico se puso a caminar, mirando con atención cada esquina de la sala.

—¿Y cómo sabías que no te iba a matar en vez de traerte aquí?— le espetó Érica, medio en broma.

—Porque era obvio ¿No? Llegamos a este templo sin querer y de las tres puertas que vemos, solo una se puede abrir con magia. Nosotros podíamos haber ido por cualquiera de las tres, pero imagínense a un mago solo ¿Qué camino tomaría?

Arturo caminó a través de los tubos, examinando a las personas.

—La puerta de la derecha— contestaron las niñas, sin problemas.

—Exacto, y al fondo de ese camino hay una sala sin más salidas en la que aparecen robots sobre los que no se puede usar magia. Este era el único camino disponible y los robots eran la trampa. Al notar que no podía deformarlos con magia, supe que su misión era tomar a quien vieran y llevarlo con los demás... y ahora estamos en este laboratorio, con toda esta gente.

Érica y Liliana miraron a su alrededor, a ver a las personas dentro de los tubos. Arturo se detuvo junto a una de estas para estudiarla detenidamente.

—¿Y por qué supones que todos son magos?— inquirió Érica, interesada con el razonamiento del chico.

—La gente desaparecida ¿Te acuerdas?

Finalmente encontró algo similar a una oficina; un escritorio puesto contra la pared en un rincón, lleno de papeles y documentos holográficos. El chico se apresuró hacia el escritorio y consultó papel por papel, sin perder ni un segundo. Después de poco alzó una hoja.

—¡Ajá!— exclamó— ¡Lo sabía!

—¿Qué? ¿Qué encontraste?

—Al culpable de las desapariciones, el mismo que nos envió aquí.

Les pasó una hoja de papel con una firma al final: "Mg. Saponcio".

—¡Maldito viejo!— exclamó Érica— ¡Sabía que era sospechoso, pero nunca me imaginé que él hubiera secuestrado a sus propios compañeros!

—Ni al hijo de Guerek— les recordó Liliana.

—¿Pero por qué?— saltó la brika— ¿Qué está haciendo en este lugar?

—Aún no lo sé— admitió el chico— Por ahora será mejor que saquemos a estas personas de esos tubos raros, luego nos centramos en buscar la salida.

—Claro— contestaron ambas a la vez.

Al mago no le tomó mucho tiempo averiguar cómo drenar el suero y desconectar a la gente de las máquinas. Estas se encontraban muy débiles después de días de estar ahí. La mayoría permanecieron inconscientes todo el tiempo en que los niños estuvieron presentes, el resto no parecía tener fuerzas para hablar o responder de alguna forma. Se veían como muertos en vida.

También encontraron a un joven noni, el cual estaba simplemente sedado. Tampoco podía contestar. Aunque las personas estaban súper débiles, Arturo los examinó a todos y aseguró que iban a estar bien, solo necesitaban reposo y salir de ahí.

Seguidamente el chico buscó en los cajones del escritorio hasta que encontró un mapa de la zona. Esto les mostraba un modelo en tres dimensiones del laberinto completo, incluyendo los pasillos secretos. Antes de partir lo examinaron un rato. La sala de las cascadas estaba prácticamente al medio del complejo; la puerta que habían tomado y la del otro lado describían largos pasillos, mientras que la del medio llevaba a una simple sala circular.

Listos, se pusieron en marcha. Caminaron de nuevo por varios pasillos y tuvieron que volver a pelear con unos cuantos autómatas. Para su sorpresa, al final, el pasillo por el que circulaban describía un descenso hacia un túnel inundado. Tuvieron que bucear los últimos metros hasta que llegaron a la nueva sala. Tras sacar sus cabezas por la superficie, notaron que se encontraban de nuevo en la habitación de las cascadas.

Entonces se dirigieron a la puerta del centro, la cruzaron para llegar a un pasillo ancho y corto. Luego del pasillo había otra puerta, mucho más grande y robusta que todas las demás. Intentaron abrirla, pero estaba cerrada. Intentaron derribarla con golpes, cortarla con tajos y deformarla con magia, pero los golpes no le hacían nada, Brones le rebotaba y la magia parecía desviarse. No había forma en que pudieran atravesar esa puerta.

Extrañados, pero animados, volvieron a la sala de las cascadas para continuar por el último camino. La tercera puerta los condujo a un largo pasillo curvo. El pasillo giraba en varias ocasiones, sin mayores adornos que las luces que iluminaban pobremente su paso. En cierto punto la roca de su cielo y paredes se acabó y dejó paso a un tubo de grueso vidrio que serpenteaba por el fondo del mar. La luz del sol no iluminaba mucho a esa profundidad, pero alcanzaban a ver algunos metros hacia afuera. Había bancos de peces, corales y moluscos caminando por el suelo arenoso. Para su sorpresa, la vida submarina en Nudo no era muy distinta de la de Madre, o eso les pareció hasta que vieron una sombra pasar sobre sus cabezas. Al girarse, alcanzaron a ver una ingente cola que serpenteó de un lado para otro, rápida, escondida en la penumbra. En un segundo se perdió en la oscuridad.

—¿Qué fue eso?— inquirió Liliana, algo amedrentada.

—No lo vi bien— admitió Érica— pero no creo que nos quiera comer aquí. Tranquila.

Arturo no estaba tan seguro, sin embargo no quería asustar a Liliana a menos que fuera necesario. Creía haber visto unos tentáculos salir de ese monstruo, pero una criatura con tentáculos no podía tener cola, que él supiera.

No avanzaron mucho más cuando el pasillo de vidrio los hizo girar y devolverse hacia el templo, solo que a un lado al que no habían visitado aún. Entraron y continuaron su viaje. Luego de un par de habitaciones y peleas más, llegaron a una sala muy extensa, de poca altura, como un salón ovalado. Extrañamente, no había ninguna puerta por ningún lado. Pensaron buscar por trampillas y pasillos secretos, cuando notaron algo extraño; el cielo era un espejo, y más extraño aun, se movía como si fuera agua.

—¿Agua?— exclamó Arturo.

Entonces saltó para tocarlo con los dedos. Para su sorpresa, en vez de rozar roca sólida, su mano salpicó gotas frías.

—El cielo es agua— musitó, anonadado.

Las niñas miraron arriba, tan sorprendidas como el chiquillo. El cuerpo líquido no caía ni goteaba, simplemente se mantenía en suspensión en el aire, abarcando una gran mayoría del espacio del enorme salón. Los jóvenes se esforzaron para ver qué había al otro lado, les tomó un rato, pero al final lo divisaron: muy lejos, en el otro extremo de la gran sala y en lo más alto, ahí estaba la siguiente puerta.

—Creo que tenemos que nadar— supuso Érica.

—¡Pero esto es imposible!— exclamó Arturo— ¡¿Cómo puede haber agua flotando?! ¡¿Qué es lo que la mantiene así?!

Sin embargo no había nadie que supiera sobre el tema para responderle en ese momento.

—¿Magia?— soltó Liliana.

—Sí, tiene que ser magia— aceptó Arturo.

Se moría de ganas de entender, pero no tenía más que aceptar que por el momento no se podría. Quizás ese libro de Saponcio explicaba ese fenómeno.

—Yo los tiro, ustedes naden lo más rápido que puedan— les indicó Érica— ¿Cuánto tiempo pueden contener la respiración?

Los tres miraron a la puerta al otro lado, no muy seguros. Aunque lo hubieran medido, no podían saber con exactitud cuánta distancia tendrían que recorrer, y por lo tanto, no sabían si podrían lograrlo. Tampoco podían rodear el cuerpo de agua, pues se pegaba a las paredes por todos lados.

—Esperen, déjenme intentar algo antes— les pidió Arturo.

El mago se concentró en la masa de agua sobre él y se preguntó cómo podría controlarla. Ya se había dado cuenta que los flujos eran menos obedientes que los bloques sólidos, en donde cada partícula estaba sujeta a otra, pero debía haber una manera para controlar algo desobediente como el agua.

Había pensado en algunas ideas en el camino ¿Qué tal si en vez de pensar en bloques y masas de agua, pensaba en flujos y corrientes? Algo que se moviera. Intentó con un remolino, algo simple. Comenzó a girar su mano al mismo tiempo que intentaba hacer girar al agua y por un momento esta hizo lo que le pedía, aunque algo más lento de lo que intentaba. El agua comenzó a girar sobre un punto y a formar un remolino, pero antes de deformarse mucho, el remolino se deshizo y el agua volvió a su estado natural.

—¡Argh!— exclamó el chico.

—¡Casi lo tenías!— lo animó Liliana.

—Has mejorando— observó Érica— quizás al final no necesites ese libro.

Mas Arturo se llevó una mano a la cabeza, en un gesto de derrota.

—No, creo que lo necesito más que nunca— volvió a meditar— aunque es verdad, estoy mejorando. Es muy posible que me esté acercando a la línea de pensamiento indicada.

—Bueno, entonces tendremos que nadar— indicó Érica— ¿Listos?

—¿Para qué?— inquirió Liliana.

—Listo— aseguró Arturo.

—Muy bien.

Érica lo tomó de la ropa y lo arrojó hacia el agua. Arturo atravesó un buen tramo gracias al impulso, luego continuó por su cuenta.

—Ah, eso— comentó Liliana.

—¿Lista?— le preguntó Érica.

Liliana se giró hacia Érica, no muy segura de sus habilidades de nado.

—¿Es necesario que nademos todos?

—Claro ¿Cómo vamos a llegar al otro lado, si no?

Entonces Érica la tomó tal como a Arturo y la arrojó de igual manera. Seguidamente ella misma saltó hacia el agua. Usó los pocos centímetros cúbicos de timitio que le quedaban para formar una hélice sobre su cabeza y hacerla girar para impulsarse.

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