37._ Hacia Kervel
Era casi medio día cuando llegaron a Kintorra, una pequeña ciudad entre las montañas. Arturo estacionó tranquilamente junto a una posada, se bajaron y entraron para preguntar por las habitaciones. Pero apenas encontrarse con el dueño, este se los quedó mirando con la boca abierta.
—¿Está bien?— le preguntó Liliana.
El posadero entonces se sacudió la cabeza.
—¿Quieren... una habitación?
—Sí.
El noni lentamente sacó el libro de registros.
—¿A... a nombre de quién?— preguntó, sin dejar de mirarlos con los ojos bien abiertos.
—Érica Sanz— se presentó la misma.
Pero al decirlo, el propietario pegó un pequeño salto, como si alguien lo hubiese asustado por la espalda.
—¿Qué le pasa?— inquirió Érica, más extrañada.
—¡Nada! Nada...
El noni se notaba muy nervioso, pero no les hizo ningún problema y les entregó su habitación rápidamente, así que Érica no se molestó. Los tres subieron, cerraron la puerta tras de sí y dejaron las pocas posesiones que llevaban sobre la cama.
—¡Ah, bien! ¡Extrañaba estirar las piernas!— bromeó Érica— ¿Quién quiere ir a dar un paseo?
No lo decía en serio, puesto que en la nave de Tur había espacio suficiente para ponerse de pie y caminar un poco. Esperó que sus amigos la corrigieran en este detalle. Sin embargo, estos se veían pensativos; algo no les agradaba del todo.
—¿Qué ocurre?— inquirió Érica.
Pero entonces ambos notaron que se habían perdido en su cabeza y le restaron importancia al asunto.
—Nada, no es nada. Vamos a dar un paseo— aceptó Liliana.
—Sí, sí. Vamos.
Los tres se fueron del hotel a caminar. Hacía un lindo día, no había nada que pudiera arruinárselos. Aun así, Érica advirtió que la gente se los quedaba mirando al pasar. No es porque fueran humanos sin un dueño noni, dado que había otros humanos también libres por ahí. Algo en ellos llamaba la atención. Confundida, se volteó hacia sus amigos, pero ninguno de los tres tenía algo raro.
Decidieron sentarse en una mesa de uno de los primeros restaurantes que pillaron. Para añadir mayor confusión, la gente alrededor se fue parando rápidamente para alejarse o simplemente irse. Luego un camarero se les acercó, mas al notarlos casi se le cayó la cara del susto.
—¡¿Érica Sanz?!— saltó.
La aludida se giró hacia el camarero, extrañada.
—Sí... ¿Cómo sabes mi nombre?
El sujeto se quedó helado, sin saber qué decir, hasta que Érica golpeó la mesa.
—Tengo hambre— le espetó con un tono suave.
—¡Por supuesto! ¡Le ruego me perdone!— inmediatamente sacó una nota, un lápiz y tomó sus pedidos.
Los niños comieron sin mayores complicaciones que las miradas poco sutiles de todos alrededor, pero la comida estaba buena. Después de pagar se marcharon para seguir paseando por ahí, distraídamente. La gente no paraba de mirarlos, pero al mismo tiempo parecía querer evitarlos lo más posible. De súbito, una camioneta se estacionó junto a ellos en la calle. Cinco nonis grandotes surgieron de ella y se plantaron frente a los niños.
—¡Alto ahí, malvados!— exclamó el del medio, mientras los demás hacían poses para mostrar sus músculos.
Los jóvenes se detuvieron y miraron hacia atrás, pero no había nadie.
—¿Nosotros?— inquirió Érica.
—¡Así es!— exclamó el noni del medio— ¡Deténganse! ¡Nosotros, los Cabezas Rojas, no les dejaremos hacer más de sus fechorías!
—¿Fechorías?— se extrañó Arturo— ¿Qué les hiciste, Érica?
—¡Nada!— se apresuró a contestar— Nada... que recuerde.
Entonces Liliana se plantó entre sus amigos y los nonis, con las manos alzadas para dar a entender que ella reclamaba la palabra.
—Caballeros— comenzó— por favor, no se alteren. Estoy segura que esto es un malentendido ¿No quisieran conversar esto más calmados, en un lugar más...
—¡NO! ¡A ellos!
Los nonis saltaron sobre los jóvenes, listos para atacar, pero con un golpe cayeron derrotados al suelo.
—¿Ah? ¿Eso fue todo?— se extrañó Érica.
—Parece que solo eran charlatanes— observó Arturo— ¿Pero por qué nos atacaron?
Érica pateó al que tenía más cerca para ver si estaba fingiendo.
—¡Érica, no hagas eso!— exclamó Liliana— Aunque... no me pareció que estuvieran enojados con nosotros.
Érica meditó un momento.
—Quizás...
—¿Se te ocurre algo?— inquirió Arturo.
—Sigamos caminando, tengo una corazonada.
Avanzaron un poco más rápido entre las miradas de la gente alrededor. Érica se detuvo junto a un panel de recompensas.
—No creo que sea buena idea buscar un trabajo ahora— alegó Liliana.
—No es eso— aseguró Érica, mientras revisaba los cientos de anuncios en la pizarra— ¡Ajá!
De pronto arrancó uno y se los mostró. En el cartel aparecía ella, sacándole la lengua al camarógrafo. Arriba de la foto decía "SE BUSCA" y abajo aparecía un precio.
—¡¿Qué?!— exclamó Liliana, sorprendida.
—Y no soy la única— le espetó Érica.
Les señaló la pizarra. Junto al espacio donde habían puesto a Érica, había otros dos carteles; uno con la cara de Liliana, sonriendo, y otro con la de Arturo, meditabundo.
—¡No puede ser!— exclamó Liliana— ¡¿Qué hicimos?!
—¿Cuándo nos tomaron estas fotos?— se preguntó Arturo.
Entonces los tres recordaron una situación reciente donde habían estado rodeados de cámaras.
—¡En el castillo de Tur!— dijeron al mismo tiempo.
—Vaya, entonces sí lo hizo— murmuró Arturo.
—Maldito Tur, usando su influencia para buscarnos— gruñó una sonriente Érica.
—¿Te pone contenta ser una criminal buscada?— inquirió Liliana.
—¡No!— mintió.
Sus amigos rieron.
—Supongo que podemos tomarlo como un juego— sugirió Arturo.
Liliana suspiró. Cuando encontrara a sus padres, seguramente tendría que darles muchas explicaciones.
—Muy bien.
Arturo pensó un momento.
—Tendremos que ocultarnos mejor de ahora en adelante. Debemos usar ropa que no destaque, quizás teñirnos el pelo y cambiar de nave...
—¡ALTO AHÍ! ¡MANOS DONDE PUEDA VERLAS!— exclamó una voz de pronto, asustándolos.
Al darse vuelta, notaron que estaban rodeados de policías apuntándoles con sus armas.
—¡Eso fue rápido!— alegó Liliana.
—Nos expusimos mucho en el camino aquí, deben habernos seguido— dedujo el mago.
Érica levantó las manos, pero en vez de mantenerlas abiertas sobre su cabeza, realizó una exagerada pose para mostrar sus no tan impresionantes músculos.
—¡Vengan a mí!— exclamó.
Entonces se disparó hacia el medio de la barricada policial para atraer su atención mientras los hacía volar. Al mismo tiempo Arturo levantó una ola de concreto que arrasó con los policías y vehículos de su lado. Liliana aprovechó que ponían poca atención en ella para hacer dormir a los nonis por el otro lado. En pocos minutos dejaron fuera de combate a sus perseguidores.
—Tenemos que volver a la nave— indicó Arturo— rápido.
Inmediatamente levantó una placa de concreto del suelo, donde él y Liliana se subieron y los tres partieron a toda velocidad, Érica deslizándose con su timitio y sus amigos volando sobre la placa. Saltaron sobre el tumulto de gente que se había detenido a ver su arresto fallido y continuaron directo por la calle. De repente, cuatro motociclistas aparecieron por el camino y comenzaron a dispararles, mientras que una nave voladora surgió entre los edificios para atacarlos desde arriba. Arturo se concentró en los manubrios de las motos para doblarlos por completo hacia un lado. Todas las motos giraron repentinamente unas con otras, chocaron y resbalaron varios metros por la calle. Al mismo tiempo Érica se encaramó a los edificios, de ahí saltó a la nave voladora y le atravesó el motor con un taladro de timitio. La nave cayó y se destrozó en el pavimento. Sin embargo, no pasó mucho para que volvieran a aparecer más perseguidores.
Los niños esquivaron cientos de rayos láser y destrozaron decenas de máquinas hasta que llegaron al hotel. Ahí se subieron rápidamente a su nave. Bajo una lluvia de disparos y locos tratando de romper el parabrisas, se elevaron y partieron a toda velocidad.
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Después de unos días de viaje escondiéndose de todo el mundo, los niños regresaron a Primanoni, la capital del imperio noni y el hogar de Tur. Habían tenido que repintar la nave y hacerle algunos cambios para que se viera distinta. Las veces que necesitaron salir, se taparon bien para que nadie los reconociera. Para su fortuna, los nonis tenían cierta dificultad para distinguir a humanos que solo habían visto en fotos un par de veces. Aun así, por precaución Liliana se tiñó el pelo de verde, Arturo se puso una barba postiza y Érica se acostumbró a generar un bigote negro y un parche en el ojo con su timitio.
—Alguien te va a reconocer con ese bigote— le espetó Arturo, mientras caminaban por las pobladas calles de Primanoni con sus disfraces, sombreros y capas.
—¡Pfff! Te preocupas demasiado ¿No crees, Lili?
Entonces Érica se giró hacia Liliana y movió su bigote de un lado a otro, haciéndola reír.
—¡Para, Érica! Arturo tiene razón.
—Está bien, me lo quitaré cuando aparezcan más humanos.
—Entonces cúbrete con algo— le pidió el mago.
—Sí, sí, ya sé.
Los tres continuaron escondidos hasta que llegaron a la plaza frente al castillo, tan llena de vida y distracciones como siempre. Había puestos de comida, malabaristas, bailarines, músicos, pintores, borrachos tirados en el piso, prostitutos, policías y todo tipo de personas, todos concentrados en sus vidas cotidianas. Los niños pasaron a través de la muchedumbre hasta la primera barrera del castillo: una pared alta que conducía hacia uno de los patios interiores. La primera vez que estuvieron ahí les fue fácil atravesarla, ya que no había guardias, pero en ese momento estos se encontraban por todos lados, incluso había algunos pegados a la pared desde afuera, como si esperaran a que alguien intentara pasar.
—Es normal que tengan tanta vigilancia para el hogar del Primero— observó Arturo— También hay cámaras escondidas por todos lados.
—De todas formas Tur nos verá venir— alegó Érica— será mejor que lo hagamos rápido.
Sus amigos asintieron y se prepararon. Escondidos detrás de un arbusto, Arturo se fijó en el portón más cercano, un precioso arco de piedra roja bajo el cual pasaba un montón de gente. Entonces tomó control del arco y lo despedazó con un potente golpe. Esparció los escombros para que asemejara a una explosión y destrozó las piedras hasta hacerlas polvo, para no hacerle daño a nadie abajo. Esto llamó la atención de todos los guardias y demás personas alrededor, quienes fueron a mirar apresuradamente qué había sido eso.
En eso los niños se acercaron a la pared. Érica tomó a sus amigos, saltó con ellos a cuestas y atravesó el patio en un segundo. Desde ahí se movieron a escondidas, procuraron hablar lo menos posible, esperaron sus oportunidades con paciencia y noquearon a los guardias con Brontes cuando estaban al alcance. Tuvieron que avanzar un enorme trecho muy lento, lo que pareció una eternidad.
Finalmente alcanzaron la gran torre del castillo. En ese punto Arturo formó una placa de concreto bajo sus pies y los elevó rápidamente hasta el último piso, donde se encontraba la oficina de Tur. En un parpadeo atravesaron la zona de aterrizaje hacia el jardín privado, hicieron dormir a los guardias y se dirigieron a la mansión. Érica abrió las puertas de una patada tan fuerte que las sacó de las bisagras y las tumbó.
—¡Tur!— gritó.
Marchó por la entrada de la oficina, saltando la fuente hacia el escritorio, mientras sus amigos subieron por las escaleras de cada lado. Liliana sacó a Brontes, Arturo se preparó para tomar posesión de la roca y las baldosas alrededor, Érica cubrió sus manos con timitio. Se detuvieron un momento; estaban a punto de iniciar una pelea con el noni más poderoso e influyente de todo el mundo, sus posibilidades de perder eran enormes, las consecuencias por hacerlo podían llegar a ser horribles. Necesitaron armarse de valor un momento más y mirarse las caras hasta que se sintieron mejor y capaces de lograrlo. Finalmente los tres cruzaron hasta la sala del fondo, listos para actuar.
Sin embargo, detrás del escritorio no encontraron a un noni de grandes cuernos y sonrisa socarrona, sino un niño de piel naranja y cuernos apenas asomándose por su frente, que dibujaba en una hoja de papel. A su lado, de pie, se encontraba un noni veterano, musculoso y con varias cicatrices en todo el cuerpo. Cuando entraron los jóvenes, los nonis se giraron a verlos.
—Ah, pero si son los criminales más buscados del imperio— gruñó Cilo.
—¡¿Cilo?!— exclamaron Érica y Liliana.
Ungrar saludó con una inclinación de la cabeza, Arturo contestó de la misma forma.
—Y tienen un nuevo amigo mago. Ya nos habíamos visto ¿No? Pero nunca nos presentaron.
—Ho... hola, me llamo Arturo— se apresuró a presentarse.
—Hola, yo soy Cilo, este es Ungrar— contestó con formalidad.
—Un gusto.
—¡Espera!— exclamó Érica, confundida— ¿Qué haces aquí?
El muchacho arqueó una ceja, extrañado.
—¿Preguntas qué hago en mi casa?... Pues estaba dibujando, aunque creo que no se me da muy bien.
Entonces Liliana se pegó en la cabeza.
—Claro, el hijo del Primero.
—Ah, cierto. Se me había olvidado— admitió Érica.
—Lo que me da curiosidad es qué hacen ustedes tres aquí— quiso saber Cilo— ¿No saben que ofrecen recompensa por capturarlos?
—Sí, lo sabemos bien— gruñó Érica— Por eso queríamos buscar a Tur y obligar...
—¡Pedirle! Queríamos pedirle que nos levantara la recompensa— se apresuró a interrumpirla Liliana.
—De todas formas tenemos que sacarle el anillo— les recordó Arturo.
—¿Ah? ¿Sacarle el anillo?— se extrañó Cilo— ¿De qué hablan? Ustedes los humanos son tan raros. Mi papá tiene un montón de riquezas, seguro les da un anillo o dos si le juran lealtad eterna o algo así.
Los tres muchachos se quedaron mirando a Cilo, sin saber bien qué decir. Se dieron cuenta que, aunque fuera el hijo del Primero, no tenía por qué saber sobre el Encadenador. Al fijarse mejor en él, Liliana se dio cuenta que había cambiado un poco.
—¿Creciste desde la última vez que nos vimos?— le preguntó.
—Eso espero, aún soy un niño, se supone que crezca— contestó sin mucho entusiasmo.
—Ah, claro
—¿Eso crees?— inquirió Érica— yo lo veo igual.
—Es por lo que nos dijo Fir ¿Se acuerdan? Eso de que los nonis maduran más rápido— explicó Arturo.
—¡Ah, es verdad!— exclamó Liliana— Cielos, nunca me di cuenta de lo que significaba.
—¡No importa, sigue siendo un niño!— bramó Érica— Estamos buscando a Tur ¿Recuerdan?
—Es verdad— Liliana se giró hacia el crivía— Cilo lindo, estamos buscando al Primero ¿Podrías decirnos dónde está?
Cilo se la quedó mirando con cara de pocos amigos.
—¿Quieren que los ayude, a ustedes, que me quitaron mi múnima y me golpearon?
Liliana se quedó helada, por un momento se había olvidado de que no habían quedado en buenos términos con ese chiquillo.
—¡Oh, caca con ají!— bramó Érica— ¿Sigues con eso? En primer lugar, tú nos atacaste. En segundo, Brontes te habría matado si hubieras intentado sacarlo. Pensé que había quedado claro.
—¡Aun así, ustedes no son...!— alegó Cilo.
—¡Señorito!— lo interrumpió Ungrar.
Cilo bajó la cabeza, algo molesto. Se formó un silencio incómodo.
—Sí, ya sé. Tienen razón... de todas maneras no me gustan.
Liliana juntó sus manos.
—¡Perfecto! Entonces querrás ayudarnos.
Cilo arqueó una ceja, Liliana esperó eso para explicarse.
—Mientras más rápido nos digas dónde está Tur, más rápido nos iremos ¿No, amigos?
Érica y Arturo la miraron extrañados. No era común en ella hablar de forma tan hostil, aunque fuera en un tono agradable. Sin embargo, Cilo sonrió.
—Sí, tienen razón. De todas formas padre me dijo que les indicara cómo encontrarlo.
—¡¿En serio?!— exclamaron los tres, extrañados.
—Sí, aunque no sé por qué. Se fue a Kervel.
—¿Kervel?— repitieron los niños.
—Es un país al noroeste de Noradima— explicó Ungrar, pero al ver que los chicos seguían igual de confundido, se explicó— Nosotros estamos en Noradima, el país original de los nonis.
—¿Original?— se extrañó Érica.
—Claro, los nonis tienen todo un imperio— recordó Arturo en voz alta— ¿Y Kervel también está bajo su control o es hogar de otra especie?
—No, también es parte del imperio— aclaró Cilo— Los nonis dominamos casi la mitad de Nudo.
—¿Qué?— saltó el mago— ¿Por qué solo la mitad? ¿Quién está en la otra mitad?
—Otras especies— indicó Ungrar— Varias, algunas originarias de Nudo, otras inmigrantes de miles de años atrás, aunque los más prominentes son los vole en segundo lugar, y los picos en tercer lugar. Las demás especies tienen algunos países enanos o ciudades estado, o no tienen nada, como los sirivis.
Los niños sabían algo sobre los sirivis y los picos, incluso se habían enfrentado a sujetos de esas especies, pero el término "vole" no lo recordaban tan bien.
—¿Vole?— repitió Érica, también curiosa.
Ungrar y Cilo se miraron, como si no supieran cómo explicárselos.
—Los vole son...
—Unos mentirosos, ladrones y estafadores— se apresuró a contestar Cilo— No tienen honor, son incluso peores que los humanos. No se acerquen a ellos.
Los niños se lo quedaron mirando, extrañados.
—Los vole y los noni tienen una larga historia de enemistad— indicó Ungrar— En Noradima casi no hay vole, pero no es así en otros países. Tengan cuidado.
—¿Tan malos son?— inquirió Érica.
—Los peores— aseguró Cilo.
Liliana pensó que ese discurso hostil de parte de Cilo se oía como odio heredado. Puso en duda si el criví realmente había conocido a un volir antes, pero no dijo nada. Por su parte, Arturo no estaba muy interesado en los vole, puesto que un detalle le había estado molestando.
—Esperen, esperen. Dijeron que el Primero está en Kervel, pero eso es un país entero ¿En qué parte de Kervel se encuentra?
—No lo sé— Cilo se reclinó sobre el asiento de su padre y comenzó a dar vueltas para entretenerse.
Érica dio un paso al frente, lista para darle un combo en la cabeza y obligarlo a hablar, pero Ungrar se le adelantó y con su imponente cuerpo le advirtió que no se acercara más.
—El señorito tiene razón, humas. Su grandeza el Primero no dio detalles a nadie sobre su paradero, solo que se iba a Kervel.
Érica retrocedió, calmada. Aunque ella fuera más fuerte, no le apetecía empezar una pelea con Ungrar por alguien como Cilo.
—¿Y qué tal Víkala?— inquirió Liliana— ¿Tur no le dijo a ella dónde se iba?
—La señorita Víkala y Mago Kan'fera partieron junto a su grandeza el Primero— explicó Ungrar.
—Ya tienen lo que querían, ahora váyanse— alegó Cilo— Nadie sabe dónde están dentro de Kervel, agradezcan que fui benevolente y les dije.
Érica apretó los dientes y los puños. El solo ver la cara de ese niño le entraban ganas de pegarle con todas sus fuerzas, pero entonces Liliana apoyó su mano en su hombro.
—Dice la verdad, será mejor que nos vayamos— indicó— Gracias, Cilo. Gracias, Ungrar.
El guardaespaldas asintió con la cabeza, mientras que el criví miró hacia otro lado como para no querer contestar. Con eso, los niños se marcharon de la oficina y del castillo. Ya tenían un nuevo objetivo: Kervel.
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