36._ Las Siete Partes de la Llave (2/2)
Desde ahí se dedicaron a recorrer la mansión. El salón principal estaba vacío, ni siquiera tenía muebles. Se dirigieron al pasillo, también vacío y sin ningún tipo de decoraciones, apenas había lámparas para iluminarlo. Lo mismo con los salones, habitaciones de invitados, cocina, bodega y terrazas. No había nadie ni nada, solo era una mansión vacía.
O eso parecía.
Luego de que atravesaron el pasillo por tercera vez, Arturo se quedó quieto en medio, mirando a la pared. Las niñas se voltearon, extrañadas.
—¿Qué sucede?— quiso saber Liliana.
—Algo no calza— indicó— ¿No les parece que estas dos salas deberían ser un poco más grandes?
Apuntó a ambas puertas del mismo lado de la pared, salas contiguas. Las niñas entraron de nuevo a una, luego a la otra. Ya las habían visto antes, solo eran piezas vacías.
—¿Seguro?— le preguntó Érica.
Arturo entró a una de las salas y midió a pasos el largo de la pared a la puerta. Luego se dirigió a la sala contigua e hizo lo mismo. Finalmente fue al punto que las conectaba a ambas desde el pasillo y golpeó la pared con los nudillos.
—Aquí hay un espacio— aseguró.
—¡Oh, por Padre!— exclamó Érica— ¡¿O sea que hay un pasadizo secreto?!
Arturo palpó la pared, pero no encontró rendijas ni interruptores escondidos.
—Mmmm— gruñó pensativo— quizás haya un puzle o un código para abrir...
Pero entonces Érica le dio un combo e hizo un hoyo en la pared. El hueco era tan grande que cabían una o dos personas perfectamente. Más importante, les reveló que al otro lado había un pasadizo escondido entre ambas salas, que descendía por unas escaleras hacia la oscuridad.
—¡Es un pasadizo secreto!— exclamó una emocionada Érica.
Arturo suspiró.
—Esperemos que eso no haya activado alarmas— musitó.
—Nah. Si estuvieran vigilando esta mansión, ya nos habrían descubierto al acercarnos— indicó Érica— ¡Vamos a ver qué hay abajo!
—Ah, sí, es probable— reconoció Arturo.
Érica, impaciente, se lanzó prácticamente en picado escaleras abajo.
—¡Érica, te vas a hacer daño!— exclamó Liliana.
Se apresuró detrás de ella, pero antes de bajar tres escalones, escucharon un golpe seco.
—¡Ay!— soltó Érica.
—¡Uy! ¡Niña mañosa!— bufó Liliana, sin detenerse.
Arturo bajó de último. Estaba igual de interesado que Érica, solo que él tenía mucho más autocontrol.
—¿Dónde se encienden las luces?— preguntó Érica
Entonces las luces se encendieron.
—Aquí está el interruptor— anunció Arturo desde arriba de las escaleras.
Finalmente bajó. Desde ahí el pasillo continuaba directo hacia una puerta. Los niños avanzaron con cuidado, la abrieron y pasaron a una sala. Se trataba de una habitación circular y amplia; un pequeño templo. Al centro había un altar, mientras que a los lados había cuatro filas de bancos. En el cielo se hallaban siete vitrales iluminados puestos en forma de pétalos. Todos los pétalos rodeaban el centro del cielo, un vitral redondo con el símbolo de las cadenas: un "8" con una cadena vertical atravesada. En los pétalos había figuras de distintas personas: un hombre envuelto en alas oscuras, una mujer grande y musculosa, una figura delgada de piel azul con un gorro grande y puntiagudo, un dragón verde, un lúmini, un noni naranjo y una mujer blanca que les pareció conocida.
—¿Creen que esa sea Alba?— le apuntó Érica.
Ninguna figura tenía una cara, pero la representación era fácil de identificar. Alba estaba con las manos abiertas como si fuera una santa, rodeada por un manto blanco como olas rompiendo en la costa.
—Se le parece— observó Arturo.
—Maldita Alba— alegó Érica.
—A mí me parecen lindos— opinó Liliana.
Los miró todos, pero uno le llamó la atención en particular. Lo miró largo y tendido, pensativa.
—Ahora que recuerdo— dijo Arturo— Tur mencionó que él y Alba eran amigos íntimos del Encadenador ¿No? ¿Creen que ese noni naranjo en el vitral sea él?
—Es lo más posible— concordó Érica.
Entonces comprendió a dónde iba el chico.
—¿Dices que este es el círculo de los amigos más cercanos del Encadenador?
Arturo asintió.
—Algo así, al menos. Quizás son las personas más importantes dentro de la organización, quizás solo les gusta pasar el rato juntos.
Entonces se fijaron en el altar, el único mueble al centro de la sala. Se trataba de una simple mesa de piedra con una pirámide triangular en miniatura en el centro. A la pirámide le faltaba la punta, una pieza que, por el color y el tamaño, debía ser muy parecida a la pieza que habían encontrado junto con el mapa. Érica la sacó de su bolsillo y la depositó en la pirámide, completándola.
La pirámide emitió un leve brillo, luego el último centímetro cuadrado en la punta se levantó y giró, revelando un círculo blanco. El aparato emitió luces en varias direcciones y proyectó una imagen holográfica. Los niños se hicieron atrás. El holograma les hizo ver un hombre sentado en el altar, junto a la pirámide: su pelo trigueño y corto, su quijada gruesa, su postura relajada, sus ojos azules como el sol, su barba corta y su sonrisa amplia. Ante ellos se encontraba nada más y nada menos que Lucifer Sanz.
Érica se paralizó. Liliana y Arturo miraron al señor Sanz, luego a Érica. Se parecían tanto que no necesitaron preguntar.
—No puede ser— musitó Arturo.
—¿Érica?— la llamó Liliana.
—Pa... papá...— musitó la brika, confundida.
—Saludos, viajero misterioso— habló el señor Sanz.
Érica se tapó la boca con las manos, anonadada. Liliana y Arturo se miraron, sorprendidos, luego le sujetaron los hombros para hacerle saber que estaban con ella. El señor Sanz continuó.
—Si ves este mensaje, es porque yo ya estoy... ¡Mentira, sigo vivo!— exclamó con sorna— ¡Ja! ¡Nunca me acabarán, esos tontos! Pero más importante, significa que este mensaje te llegó. También es posible que las fuerzas de Tur te hayan atrapado, en cuyo caso supongo que eres tú. Hola, Tur. Por favor apaga este holograma y haz como que nunca me volviste a ver ¿Cómo están tus niños? No me contestes, soy un holograma.
Agitó su mano como para despedir a Tur.
—En caso de que este mensaje haya llegado a la persona que correspondía, hola, un gusto tenerte de nuestro lado. Me llamo Lucifer Sanz y seré tu guía.
El señor Sanz cambió de posición. Sus movimientos eran ágiles, pero controlados. Su cara mantenía en todo momento una disimulada sonrisa pícara, como un bromista momentos antes de que sus fechorías dieran resultado.
—¿Listo? Comenzaré por explicar qué es realmente el Encadenador.
En ese momento más figuras aparecieron a partir del holograma. A un lado del señor Sanz se construyó la imagen de un caballero de armadura blanca, sentado en un trono como si fuera un rey. A su alrededor, cientos de personas encadenadas por los cuellos lo alababan.
—El Encadenador es un dios, uno de los pocos que decide entrometerse con los mortales. Su control sobre las cadenas le permite unir dos puntos cualquiera en todo el universo, es decir, puede crear y eliminar puentes en donde quiera. Él decide qué mundo se une a la red y qué mundo se queda aislado, como el caso de Madre hasta hace poco y muchos otros aún.
Luego la imagen cambió: la mayoría de la gente que lo adoraba se esfumó. Los que quedaron se levantaron, se dieron vuelta y se vistieron con trajes negros.
—Por miles de años, el Encadenador fue adorado, su palabra era ley, pero con el paso del tiempo sus adoradores lo olvidaron. Solo una pequeña parte permaneció a su lado: los encadenados. Ellos son sus secuaces, hacen su trabajo sucio por él y obedecen cada una de sus órdenes. Tienen una jerarquía establecida entre ellos, pero además de eso, el Encadenador tomó a los individuos más hábiles, les pasó una pequeña parte de su poder a cada uno y los nombró sus anillos, así como los anillos que forman una cadena, para servirle y protegerlo directamente.
El señor Sanz apuntó con una mano a los vitrales sobre sus cabezas.
—Por supuesto, ha habido muchos anillos a lo largo de las eras, el título se pasa de mano en mano, con algunas excepciones. Las personas que ven en los vitrales son los anillos actuales: un monstruo miedoso, un noni bailarín, una maga inquieta, un fantasma iracundo, una plácida brika, un dragón huraño y un lúmini humilde. Nuestra misión, si queremos tener una mínima posibilidad de destruir al Encadenador, consiste en encontrar a estos siete anillos y obligarlos a entregar el poder que se les ha encomendado. Con las siete partes del poder de las cadenas juntas, podemos pelear a su nivel. Ahora ves por qué tanto secreto ¿No?
El señor Sanz suspiró. A pesar de su sonrisa pícara se veía algo cansado.
—El poder no puede ser tomado por cualquiera. El Encadenador se lo puede entregar a quien quiera porque él lo contiene, pero el resto de los mortales no puede tomarlo y entregarlo como un billete de cinco. Se necesita de alguien con afinidad para las cadenas para contener los poderes. Lo haría yo, pero tengo otros asuntos de qué ocuparme, ya encontraremos a un buen candidato que nos sea útil.
Finalmente se puso de pie sobre el altar y descansó ambas manos sobre las caderas, en una pose con bastante energía.
—¡Recluta, confío en ti! No te preocupes por contactarme. Si las cosas no se han complicado, yo te enviaré un mensaje dentro de poco ¡Fin de las instrucciones!
El holograma desapareció. La pirámide se desactivó y dejó de brillar. Los niños volvieron a encontrarse en el templo vacío y silencioso.
Liliana y Arturo se giraron a Érica, esta mantenía la cabeza gacha.
—¿Érica?— la llamó Liliana.
La aludida subió la mirada y asintió. Se notaba afectada por la imagen de su padre, pero también decidida. Finalmente sonrió.
—Ya sabemos qué hacer— les indicó— Oyeron a mi papá: tenemos que sacarles la madre a esos siete anillos.
Liliana y Arturo asintieron con la misma determinación que ella.
—Podría haber sido más específico— comentó Arturo— ¿Por qué solo describió a los anillos en vez de dar sus nombres?
—Mmm... no lo sé— admitió Érica— pero creo que sé quién es ese noni bailarín del que habla.
—No se me ocurre nadie más— aseguró Liliana.
—Será difícil— indicó Arturo.
—Sí, lo será, pero... me alivia. Ahora sé qué hacer— indicó Érica— dudo que quiera entregarnos su poder así como así. Tur se va a defender.
—¿Creen que acepte al menos un duelo?— inquirió Liliana— digo, es mucho más fácil pelear contra un sujeto que contra todo un imperio ¿No?
—Es posible— observó Arturo— es un noni, después de todo. Pelean por diversión. Pero sigue siendo el líder de una potencia intermundial, no será fácil quitárselo.
—Querrá pelear sea como sea— aseguró Érica.
Recordó su encuentro con Tur y Pol'kar. No había podido hacer nada contra la inmensa fuerza del Primero. Tenía que volverse mucho más fuerte si quería alcanzarlo.
—Y nosotros tres le daremos pelea— le espetó Arturo.
—Tomaremos su anillo sea como sea— secundó Liliana.
Érica sonrió, conmovida.
No les quedaba nada más que ver ahí, así que regresaron al altar para sacar la pieza en la cima de la pirámide. Sin embargo antes de tocarla, esta se encendió de nuevo. La imagen del señor Sanz reapareció, un poco distinta de antes. Estaba sentado de lado, con el cuello de la camisa desabrochado y la barba un tanto más larga. A Érica se le hacía raro verlo así, su papá solía mantenerse afeitado.
—Una cosa más— le espetó— si no eres el recluta del que me hablaron, si no eres Tur, es posible que seas...— suspiró y miró al frente, a la altura de los ojos de su hija — Érica, si eres tú... ¡Te dije que no me siguieras, niña mañosa!
Dijo lo último en un tono chistoso que la hizo sonreír con nostalgia. Extrañaba el humor pasado de moda de su papá.
—Pero hablando en serio— continuó— ten cuidado, por favor. Este mundo, toda la red de mundos está llena de peligros, de monstruos y personas horribles que intentarán hacerte daño, que querrán aprovecharse de ti o aplastarte. Hay mucho... mucho que debí decirte, pero pensé que nunca tendría que hacerlo. Pensé que podríamos vivir juntos sin nada que nos molestara, que habría más tiempo... te diré todo cuando tenga oportunidad, lo prometo. Hasta entonces, procura mantenerte a salvo, por favor.
Le mostró una última sonrisa nerviosa, pero sincera. Luego el holograma se apagó. La pirámide dejó de brillar y no mostró nada más. Liliana y Arturo se quedaron mirando a Érica con atención, preocupados. La brika no se movió de su lugar.
De pronto comenzó a estremecerse, a respirar entrecortadamente, su cuerpo se tensó. Parecía que iba a decir algo, pero solo lanzó un lamento y sollozó. Sus amigos se acercaron rápidamente para abrazarla, ella los apresó con más fuerza de lo usual.
Juntos se quedaron, solos los tres dentro de ese pequeño templo en medio de la nada. Érica sacó su llanto sin reparos, exclamó con pena y frustración, incluso pateó un banco. Finalmente, después de unos minutos, las lágrimas se acabaron, su respiración volvió poco a poco a la normalidad y sus emociones dejaron de saturar su cabeza. Érica pudo pensar mejor.
—Gracias— les espetó a sus amigos.
—Para eso estamos— le contestaron a coro.
Los tres se sonrieron.
—Ya verás que el tiempo pasará súper rápido— le espetó Liliana— no te darás ni cuenta cuando vuelvas a encontrarte con tu papá.
—¡Sí! ¡Y ya tenemos un curso de acción!— indicó Arturo— nos hacemos cargo de los anillos, eliminamos al Encadenador y encontraremos a tu papá ¡Así de simple!
—¡Sí!— exclamó Érica.
Sintiéndose mejor, tomaron la punta de la pirámide consigo y se marcharon de vuelta a la mansión. No se dieron cuenta que dentro de la sala, Papel se encaramó al altar para verlos marcharse. El pequeño animal se volteó a la pirámide y de vuelta hacia la puerta por donde habían marchado Érica y sus amigos. Su cara de animal era incapaz de mostrar las fuertes emociones que se revolvían en ese momento en su interior.
Desde la mansión los niños se dirigieron a la puerta principal y la cruzaron hacia la nieve. En ese lugar contemplaron en silencio el mar de nubes. Además de la posición del sol y las sombras, no había nada distinto en todo el horizonte alrededor ni lo que abarcaba. La nieve, las nubes, el cielo, los picos de las montañas más altas, estaba todo igual.
Érica se tomó un momento para respirar el aire helado de la cima de la gran montaña. Sabía que la lucha sería larga y difícil, quizás lo más difícil que hubiera experimentado en su vida, pero al final volvería a ver a su papá en carne y hueso, estaba segura. Con sus amigos a su lado, no había nada que pudiera detenerla.
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