36._ Las Siete Partes de la Llave (1/2)


Arturo se subió sobre la boca de la entrada al calabozo para mirar mejor a su alrededor. Desde ahí divisó justo lo que esperaba: una especie de galpón, protegido de la nieve únicamente por un techo que la hacía caer hacia los lados.

—Allá— dijo.

—¿Qué hay allá?— inquirió Érica.

—Un estacionamiento— aseguró el mago.

Érica abrió mucho los ojos. No se había esperado que hubiera un estacionamiento afuera del edificio... aunque tenía sentido, dado que la torre estaba bajo tierra. Además era una prisión.

Rápidamente se dirigieron allá. No se trataba más que de un lugar muy amplio, con varias naves voladoras puestas una junto a la otra. El techo no estaba muy alto, pero tenía varias compuertas para que las naves salieran sin problemas. En una esquina había una caseta de guardias, a la que Érica y Liliana se aproximaron sigilosamente. Adentro se hallaba un noni con el uniforme de los encadenados, leyendo el diario. Liliana lo noqueó con Brontes sin problemas y continuaron. Entre varios vehículos, se toparon con una nave similar a la que habían estado usando. Liliana y Arturo se dirigieron a la escotilla de ingreso para marcharse rápido de ahí. Érica se detuvo largo rato, luego se encaramó al vehículo y desde arriba comenzó a mirar en todas direcciones.

—¿Qué haces?— le reclamó Arturo en voz baja— ¡Érica, no tenemos mucho tiempo!

Entonces la muchacha notó algo que le llamó la atención y le apuntó con su dedo.

—¡Allá!— exclamó, sin preocuparse de hablar bajo— ¡Vamos allá!

Liliana y Arturo miraron en la dirección que apuntaba, pero el resto de las naves estacionadas les obstaculizaban la vista. Érica se bajó de un salto, los tomó a ambos de la cintura y los arrastró a toda velocidad hacia donde les decía. Ahí encontraron una nave voladora mucho más grande, del tamaño de una casa chica. Estaba pintada de rojo, tenía más de una docena de aceleradores e incluso dos cuernos de adorno arriba.

—¡Esta sí!— exclamó.

Arturo se llevó una mano a la cabeza, mientras pensaba en el combustible innecesario que gastaría ese vehículo, en lo difícil que sería estacionar, y sobre todo, que era tan vistosa que los encadenados podrían encontrarlos fácilmente. Quiso explicarle todas estar razones a su amiga para hacerle entender que la nave pequeña y estándar que él había elegido era mucho mejor, pero para ese entonces Érica ya había forzado la puerta para meterse adentro.

—¡Érica, no!— exclamó él, y la persiguió hacia el interior de la nave.

Liliana simplemente ocultó una risa, siguió a Arturo y cerró la puerta tras de sí.

—¡Vamos, usemos esta!— le rogó Érica, mientras entraba a la cabina de mando.

Los tres se encontraron con una sala acogedora con un parabrisas grande, un asiento de piloto que se veía muy cómodo, más sillones al medio, un sistema de defensa a un lado y otro de control interior de la nave al otro lado. Estaba equipada con todo tipo de pantallas, botones, palancas y lectores. Era una maravilla móvil.

Entonces las niñas miraron a Arturo para ver su reacción. Este dejó caer los brazos.

—Nos quedamos con esta— concordó.

Inmediatamente se dirigió al asiento de piloto, mientras que las niñas chocaban palmas. Pronto la nave se encendió, se elevó, abrieron la compuerta arriba por control remoto y se marcharon a toda velocidad, montaña abajo.

—¡Muy bien! ¡Lo hicimos!— celebró Érica.

—No lo creo— apuntó Arturo.

En ese momento una alarma saltó, tomándolos por sorpresa.

—¿Qué sucede?— inquirió Liliana.

—Se dieron cuenta de que estamos huyendo— explicó Arturo— Nos seguirán con otras naves, tendremos que pelear.

Érica se sujetó un brazo, algo emocionada.

—¡Buscaré cómo dispararles!— anunció

Inmediatamente se dirigió hacia la cabina de un lado para aprender a usar los misiles y los rayos láser.

—Lili, en la otra pantalla debería estar el radar— indicó el chico.

—Entendido.

La muchacha partió al instante hacia el otro lado de la cabina de mando para intentar comprender cómo hacer funcionar tantas máquinas. Para su fortuna, el radar se activó por su propia cuenta una vez notó que había naves persiguiéndolos. Primero vio cuatro puntos rojos y uno verde, luego se abrió otra pantalla a un lado, mostrando el tipo de vehículos que eran, cuántas armas tenían, qué velocidad podían alcanzar, su maniobrabilidad y cantidad de baños.

—Nos persiguen cuatro naves — indicó— nos alcanzarán dentro de poco.

Érica, por su parte, apretó botones y tiró palancas hasta que algo se encendió. Entonces una pantalla apareció frente a su cara, mostrándole un brazo mecánico que había emergido desde un costado de la nave. El brazo comenzó a disparar en todas direcciones excepto en la que quería.

—¡Gah, mierda!— bufó.

Miró al tablero por completo. Notó una palanca pequeña moviéndose como loca. Rápidamente la tomó y la aseguró en un lugar. Con esto, el brazo que disparaba se detuvo también. Junto a la palanca había dos botones, uno pequeño y azul, otro grande con una cruz encima, como si solo debiese usarse en las circunstancias más precarias.

Sin pensarlo más, apretó ambos botones varias veces y dirigió la palanca hacia las naves que los perseguían. Inmediatamente surgieron tres brazos mecánicos más y comenzaron a disparar con todo lo que tenían. Luego apareció un quinto, mucho más grande que los anteriores, y disparó un rayo tan potente que los hizo acelerar. El rayo impactó en el suelo tras ellos y provocó una explosión. Las naves atrás tuvieron que realizar maniobras evasivas, pero una de ellas se volcó, rodó y se estrelló con sus compañeras, que también rodaron y terminaron cayendo colina abajo.

—¡Jaja! ¡Chúpenme la concha!— celebró la brika.

—¡Érica!— saltó Liliana, ocultando una risa.

Arturo condujo la nave hacia la falda de la montaña. De ahí continuó sin mucho rumbo, simplemente avanzando lejos de los encadenados. Después de varios minutos de silencio supusieron que estos simplemente los habían perdido de vista. Media hora después se permitieron relajarse. Arturo activó el piloto automático y comenzaron a explorar la nave. No les tomó mucho encontrar un botiquín de primeros auxilios, donde guardaron lo que les quedaba de poción.

En los almacenes había un montón de comida, que usaron para servirse un bien merecido banquete. Finalmente se bañaron y se fueron a dormir. Como en la nave anterior, solo había una cama, pero más grande que la anterior. No tenían problemas en dormir juntos, pues para ese entonces ya estaban acostumbrados a compartir.

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Al día siguiente se levantaron y se dirigieron a la cocina a buscar qué desayunar. Tras mirar afuera notaron que la nave había estacionado en la cima de una colina.

—¿Por qué nos detuvimos?— inquirió Érica, preocupada.

—Es parte del programa del piloto automático— explicó Arturo, mientras se servía un líquido morado en una taza— está en modo descanso, así que voló hasta que encontró una zona estable y sin monstruos.

—Vaya, no sabía que las naves podían hacer eso— exclamó Liliana.

—No todas, pero como esta es la nave de Tur, seguro es de las más avanzadas.

Ambas muchachas escupieron lo que tenían en la boca, sorprendidas.

—¡¿Esta es la nave de Tur?!— exclamaron a coro.

—¿No se preguntaron por qué tenía cuernos?— se extrañó el mago— lo confirmé leyendo uno de los documentos en la cabina de control. La mandó a fabricar hace varios años.

Liliana se llevó las manos a la cabeza, estupefacta.

—Ahora sí estamos en problemas— exclamó.

Mas Érica se encogió de hombros.

—Bueno, ahora es nuestro enemigo, así que no importa.

Entonces Papel saltó del suelo a la mesa y chilló como para darle la razón. Esta le acarició el lomo. Papel dio un par de vueltas, se encaramó sobre cada uno de los jóvenes y luego se bajó y se perdió de vista.

—Parece que le gusta la nave— observó Érica.

Continuaron comiendo, sin nada que los apurara en ese momento. Entonces un pequeño estruendo los alarmó. Inmediatamente se giraron hacia la fuente del ruido, mas este se había originado en otra habitación. Érica se puso de pie, seguida de los demás y se dirigieron a zancadas guiados por el ruido hasta el dormitorio. Ahí se encontraba Papel en el suelo, sobándose un chichón junto a una pequeña caja fuerte que antes no había estado ahí.

—¿De dónde salió eso?— se extrañó Liliana.

Miraron hacia arriba. Se encontraron con un compartimento secreto en el cielo, en ese momento abierto. Le colgaba un hilo con un pendiente para tomarlo, que fácilmente podría parecer un insecto desprevenido para un animal como Papel.

Liliana lo tomó en brazos para sobarlo, cosa que pareció gustarle, porque se acurrucó en sus brazos con toda confianza. Érica recogió la caja fuerte y la examinó por todos lados.

—¿Qué creen que sea?— les preguntó.

Irguió un dedo, lo cubrió con timitio y lo extendió hasta que formó una aguja negra y muy puntiaguda. Luego intentó introducirla en el mecanismo de la caja fuerte para abrirla.

—La vas a romper— le espetó Arturo.

—Tenme algo de fe, solo tengo que darle forma de llave a mi timitio y...

En eso se oyó un "click". Érica lo miró con emoción, Arturo le devolvió una expresión de sorpresa.

—¡No!— exclamó incrédulo

Érica extrajo su dedo junto con el resto del mecanismo de apertura, completamente destrozado. Arturo se llevó una mano al pelo.

—Estas cosas son delicadas— le reclamó.

Sonrojada, Érica tomó los bordes de la caja, le enterró garras de timitio y la forzó hasta que se partió en varios pedazos. Adentro se encontraba un mapa holográfico y una pieza triangular, como una pirámide en miniatura.

—¡Jaja! ¡¿Lo ves?! ¡Infalible!

Arturo suspiró con hastío, mientras que Liliana rio con la boca cerrada. Sacaron el mapa y lo activaron. Se tomó un tiempo en actualizar, al parecer era algo viejo. Finalmente se abrió y mostró un dibujo de los alrededores, con un punto azul al centro justo donde estaban ellos. Luego el mapa se expandió, como si subieran a gran velocidad por el aire para abarcar más espacio. Pronto otro punto surgió en la pantalla; un punto amarillo. Sobre este segundo punto surgió un nombre: "Mensaje de Lucifer". Un camino se trazó entre ambos puntos, demarcado por una línea amarilla brillante.

Los niños se quedaron mirando el mapa por largo rato.

—¿Mi papá?— se extrañó Érica.

—¿Por qué Tur querría venir a este lugar?— meditó Arturo en voz alta.

—Debe ser importante, si lo tenía tan bien guardado— indicó Liliana— ¿O quizás es una trampa?

—Difícil. Tuvo que haber previsto que íbamos a huir y robar específicamente su nave— indicó Arturo— creo que pretendía ir a revisar este lugar, si no fue ya.

—Solo hay una forma de saberlo— indicó esta.

Liliana y Arturo asintieron. Este último tomó el mapa y se lo llevó para conectarlo al sistema de navegación del computador. En apenas unos segundos se elevaron y partieron directo al lugar misterioso.

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La nave cruzó decenas de picos cubiertos de nieve rosa por unas cuantas horas. En un principio los jóvenes pensaron que se acercarían a la civilización, pero pronto notaron que solo se perdían más entre las montañas.

El viaje transcurrió mayormente en silencio, los niños se olvidaban de conversar tan solo por la inmensidad de la tierra frente a ellos y por el silencio contagioso que exhibía. En cierto momento sobrepasaron las nubes. Desde ahí el paisaje les pareció como un mar blanco con tintes violeta, con cientos de cabecitas rosa asomándose. No había casas ni personas, apenas vieron una bardada de aves volando a lo lejos. Se sentían extrañamente solos. De pronto, para su sorpresa, notaron una cima que se alzaba sobre las demás; una de las montañas se imponía entre sus pares y sobre la barrera de las nubes, poderosa y enorme. Era tan grande que solamente la cresta visible ya parecía un cerro enorme. Sobre ella se veía diminuto un edificio solitario.

—¿Nos dirigimos ahí?— inquirió Érica, mientras se acercaban a la montaña.

Arturo revisó el mapa.

—Sí, ese es nuestro destino.

La nave se acercó sin problemas, descendió bajo el nivel de las nubes y estacionó en una zona relativamente plana.

—¿Por qué te paras aquí?— alegó Érica— ¿No será mejor que vayamos directo al edificio?

—No soy yo, es la nave— aclaró el mago, mientras revisaba los controles— parece que no hay estacionamiento más arriba, tendremos que caminar.

—Afuera debe hacer mucho frío— observó Liliana.

Sus ropas no estaban hechas para la nieve helada, así que fueron a revisar el ropero. Para su fortuna, había varios abrigos. Cuando estuvieron tapados hasta el cuello, bajaron de la nave y saltaron directo a la nieve rosa.

El frío era intenso y les hacía doler la piel expuesta. Las nubes alrededor los tapaban del sol, por lo que tampoco podían contar con la radiación para que calentara sus cuerpos. Ante ellos se alzaba una escalera de piedra congelada, con grabados de gente encadenada, como si fueran esclavos.

—Vamos, antes de que nos muramos de frío— los apremió Érica.

Rápido, pero con cuidado, subieron los escalones serpenteantes. Poco a poco fueron alcanzando el vapor de las nubes. La visibilidad disminuyó drásticamente y pronto necesitaron tantear los escalones frente a sí con sus manos para evitar pisar mal y caerse. Avanzar en esas condiciones era difícil. Para su fortuna, pronto atravesaron las nubes. La densidad del vapor aminoró y les dejó apreciar el resto de la montaña.

El rosa de la nieve se volvió muchas veces más intenso, a la vez que los rayos del sol los golpearon con delicadas olas de calor, como un premio por llegar hasta ahí. Desde ese punto podían ver toda la línea de las escaleras hasta el final. También el edificio en la cima. Érica se giró para mirar a sus amigos, contenta. Estos le sonrieron de vuelta.

Más animados, subieron durante otros veinte minutos, despacio para no resbalar. Subieron y subieron, y cuando alcanzaron la cima, se voltearon un momento para mirar hacia abajo. Desde ahí se apreciaba el mar de nubes y las crestas rosadas mucho mejor que desde la nave. Era tan inmenso que los sobrecogió por segundos.

Luego se giraron de nuevo hacia el edificio. Era grande y ancho, como un pequeño palacio o una mansión antigua. Tenía cuatro torres en las esquinas, de color azul claro como el sol. Al ser el único edificio en ese clima tan inhóspito, se veía muy acogedor. Ansiosos, abrieron la puerta delantera y pasaron adentro, impacientes tanto por el frío como por la curiosidad. Adentro llegaron a un salón grande, azul y oscuro. Notaron luces encendidas en el interior.

—¿Creen que haya alguien?— inquirió Érica.

—Es posible que sea una cede de los encadenados— indicó Arturo.

—¿Entonces caímos en una trampa?— saltó Liliana.

—No, dudo que hayan esperado que tomáramos la nave de Tur— le hizo ver el mago— pero avancemos con cuidado, revisemos todo antes de relajarnos.

Ambas niñas asintieron. Seguidamente se marcharon a examinar el interior de la mansión.

—Deberíamos separarnos— sugirió Érica.

—¡No! ¡Eso sería terrible!— exclamó Liliana, asustada.

—Así cubriremos más terreno— insistió la brika.

—¡¿Nunca has visto una película de terror?!— bramó Liliana— ¡¿Sabes lo que pasa cuando la gente se separa?!

Érica se puso a reír.

—Era broma ¡Claro que no quiero andar sola!

Liliana suspiró con alivio, Arturo rio entre dientes.

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