35._ Al Final de las Escaleras (2/2)
Érica patinó con su timitio por las grandes salas y escaleras del calabozo. Era un lugar enorme que parecía no tener fin. No había pasillos estrechos ni salas pequeñas, todo ahí era grande y estaba pensado para almacenar mucha gente al mismo tiempo. Las paredes estaban hechas de ladrillos mohosos y el suelo tenía viejas manchas de sangre por doquier. También notó otras celdas ocupadas, además de la suya y las de sus amigos, pero no se detuvo para ayudar a los pobres diablos que estuvieran encerrados ahí. En ese momento no le apetecía.
Pronto llegó a una sala de oficinas, donde varios encadenados se encontraban trabajando en ese momento, muy ocupados para notarla de inmediato. Érica pasó su mirada por el lugar. Rápidamente, sobre un escritorio vacío, advirtió un mapa holográfico muy similar al que tenían en su nave. Sin pedirle permiso a nadie, avanzó al puesto y tomó el mapa para desplegarlo frente así.
El mapa le mostró el corte vertical de una estructura cilíndrica rodeada de materia gruesa. Dentro del cilindro había varios signos de escaleras, extintores, zonas de evacuación y demás simbología técnica que no entendió. Arriba, entre el cilindro y el cielo, se encontraba el único símbolo que indicaba que había una salida. Al otro lado, abajo en la base del cilindro, un punto solitario parpadeaba; esa era su posición. Se encontraba al fondo de una torre invertida. No quedaba de otra que subir.
—¡Hey!— exclamó una voz.
Érica se dio la vuelta. Los encadenados ya se habían dado cuenta del mapa desplegado y de la intrusa.
—¡Es la llave!— exclamó un anciano.
—¡Atrápenla!— gritó una mujer noni.
—¡Accionen la alarma!— vociferó un ser amarillo de cara peluda.
Inmediatamente un puñado de nonis con trajes negros se le echaron encima. Érica los repelió a golpes a todos, sin mucho esfuerzo. Luego cerró el mapa y se lo llevó consigo, por si acaso se perdía.
Salió de la sala de control de vuelta al área central, donde un montón de encadenados la esperaba con todo tipo de armas. Érica, con la frustración de su última pelea aún doliendo, se sintió algo aliviada de volver a ser la más fuerte a la vista.
—¡Érica!— la llamó un noni, usando un megáfono— Estás rodeada, no hay forma de que puedas salir de esta prisión. Vuelve a tu celda y no te lastimaremos.
La muchacha se echó a reír por toda respuesta. Se disparó hacia los encadenados que se encontraban entre ella y la vía de evacuación, y los mandó a volar con una brutal embestida.
Continuó corriendo a toda marcha, dejando a los encadenados atrás. De repente se topó con un ascensor. Supuso que lo dejarían inhabilitado en ese tipo de ocasiones, así que abrió las puertas de un tirón, entró al túnel vertical, se pegó a la pared con su timitio y se deslizó como una carga de fuegos artificiales hacia arriba, a toda velocidad hacia el último piso. Sabía que sus amigos tomarían la misma vía, especialmente al ver su rastro.
Ascendió decenas de metros en menos de un minuto, sin nada más que el eco de los diminutos cortes que hacía el timitio al pegarse a una superficie. Cuando el túnel se acabó, pateó la última puerta y salió sin problemas. Se vio sola ante una sala bastante grande, seguida de largas y anchas escaleras que conducían hacia la salida.
Emocionada, sacó el mapa que había tomado de las oficinas para mirarlo una vez más y cerciorarse de que estaba bien. Este le mostró que, efectivamente, ella se encontraba en el último piso de la torre y que luego de las escaleras llegaría hasta afuera. Había sido más fácil de lo que esperaba.
Contenta, echó a andar hacia arriba, de dos en dos, de tres en tres. Las escaleras estaban cubiertas por una bonita alfombra roja, contaban con descansos cada tantos pasos y estaban iluminadas por agradables lámparas violeta pegadas a las paredes.
Sin embargo, poco después de comenzar a escalar, una figura enorme surgió desde un costado, peligrosamente cerca de ella. Un brazo levantado, una posición de ataque. Érica inmediatamente saltó hacia atrás para eludirlo. La enorme figura dejó caer una pesada hacha y destrozó tres filas de escalones.
Estupefacta, la chica se detuvo para fijarse en su atacante. Era enorme, su cuerpo fácilmente alcanzaba unos tres metros de alto. El hacha en sus manos era tan grande como una motocicleta, que sin embargo blandía como si fuera un palo de golf. Sus cuernos eran cortos y su cara estaba cubierta por un antifaz.
—Lo siento, señorita, pero no te puedo dejar pasar.
Aunque llevaba antifaz como todos los otros encadenados, Érica reconoció su voz y su rostro. Los tenía bien grabados en la memoria, pues de él había tomado su primera tajada de timitio.
—¡Cromo!— exclamó, estupefacta.
El noni sonrió, complacido.
—¡¿Qué mierda haces con los encadenados?!— continuó la muchacha— ¿No dijiste que tenías un nuevo trabajo de guardia de...
Recordó de golpe los detalles de su conversación unos días atrás. Cromo tenía un nuevo trabajo como guardia de prisión, iba a cuidar que un preso importante no se escapara. Ella era ese preso.
—¡Me estás jodiendo!— bramó al darse cuenta— ¡¿Pero por qué?!
Cromo reposó su hacha sobre su hombro. Érica advirtió que era un arma normal, pero que su filo tenía una extensión de timitio.
—Nunca conocí al Encadenador, nunca me importó— admitió— pero mi señora le sirve con fervor. Le debo mucho a Alba. Ella me protegió cuando no podía valerme por mí mismo, me cuidó y me permitió crecer. Ahora soy un adulto, soy grande y fuerte, y puedo devolverle el favor. Ella me pidió mantenerte aquí en esta prisión, así que eso haré.
—¡¿Alba?! ¡¿La señora a la que le debes respeto es Alba?!— exclamó Érica— ¡Sácame los ojos y cómelos con queso! ¡¿Alba?!
Cromo frunció el ceño.
—¿Por qué te sorprende tanto? Es una gran persona.
Érica apretó los dientes con rabia.
—¡Me carga Alba! ¡Es una engreída!
Entonces Cromo saltó sobre ella y la atacó de nuevo. Érica tuvo que dar una voltereta atrás para evitar ser partida en dos.
—Por favor, ten en cuenta que la tengo en mucha estima— le espetó Cromo.
Érica frunció el ceño, su reencuentro con Cromo resultaba menos alegre de lo que había pensado.
—Bueno, no diré nada de ella. El Encadenador es el que me importa. No te molesta que despotrique contra él ¿O sí?
Cromo le cedió la palabra con un gesto de la mano.
—¡Bien, porque lo iba a hacer de todas formas! ¡Ese maldito busca matarnos a mi papá y a mí! No puedo quedarme a jugar contigo. Solo podrás detenerme cuando me mates, no aceptaré nada menos.
Cromo asintió con la cabeza ceremoniosamente.
—Entonces tendremos que dejarnos la piel. No me importa si todo tu mundo se viene abajo, no te dejaré pasar, Érica.
—Una pena— pensó la brika— el primer amigo que asesine por una causa justa.
Determinada, se disparó hacia su cara. Cromo usó su hacha para interceptarla. Érica bloqueó el filo, pero la fuerza del golpe la mandó a volar hasta la base de las escaleras.
Sin detenerse, volvió a ascender por un lado. Cromo se preparó para interceptarla de nuevo, pero entonces la muchacha saltó contra la pared, se pegó a ella con su timitio y se deslizó a toda velocidad. Cromo saltó para interceptarla con su hacha, pero entonces la brika saltó hacia el cielo, donde continuó su camino.
—¡Jajaja! ¡Chúpate esa!— se burló la chica.
Sin embargo, de repente el pedazo de cielo al que iba colgada se desprendió del resto y la hizo caer. Antes de dejarle reaccionar, Cromo la atajó con una mano y la envió de vuelta a la base de las escaleras.
Érica se impactó contra el piso, rodó y se detuvo adolorida. Necesitó unos segundos para recuperarse y volver a ponerse de pie. Para su sorpresa, junto a Cromo halló a dos personas más en trajes y antifaces negros; uno era un sirivi, alto y delgado como todos los de su especie, de piel gris y pelo esponjoso y rojo. En su traje llevaba al menos una docena de cuchillos listos para sacar de sus fundas. El otro era un hombre con alas en vez de brazos, de plumas azules y mirada severa; era un pico. Érica había visto unos cuantos, pero nunca había hablado o peleado con ninguno.
—Te presento a mis compañeros, Teilto y Porovos— Cromo señaló al larguirucho sirivi y al severo pico de plumas azules— los tres somos los guardias comandantes de esta prisión.
Érica terminó de pararse y se tomó unos segundos para examinarlos a todos.
—¡No se vale!— alegó— ¡Estaba peleando solo con Cromo! ¡¿Quiénes se creen que son para intervenir?!
—Los guardias comandantes de la prisión— repitió el pico.
Cromo contuvo una risa, mientras que Teilto, el sirivi, hizo rodar sus ojos. Esto la hizo enojar aún más.
—¡Bien! ¡Tres contra uno, no me importa!— les ladró.
Inmediatamente se lanzó contra ellos, pero de pronto uno de los escalones se levantó unos centímetros y la hizo tropezar y rodar escaleras arriba. Seguidamente otra columna de roca se levantó justo donde pasaba su cara y la golpeó tan fuerte que la hizo saltar hacia atrás, rebotar contra los escalones y caer finalmente de nuevo a la base de las escaleras.
Eso último le dolió. Con el cuerpo tosco, se puso trabajosamente de pie. Se fijó en los guardias y notó que, ante un movimiento de la mano del pico, las deformaciones en las escaleras volvían a la normalidad.
—Un mago— lo reconoció.
Rápidamente se sacudió el dolor y volvió a correr por las escaleras, dispuesta a recibir lo que sea que le tuvieran. El mago levantó columnas y obstáculos desde todas las superficies, pero ella los vio venir y los eludió con destreza. Se dirigió al mago para eliminarlo a él primero, pero Cromo se le acercó al notar sus intenciones, listo para descargar su hacha encima en cualquier momento. Érica saltó directo hacia el cielo para pegársele y continuar desde ahí, pero en medio del salto, una figura larga y oscura apareció frente a ella, de la nada. Era Teilto el sirivi. Érica pensó en defenderse, pero antes siquiera de levantar sus brazos, tres cortes superficiales aparecieron en su pecho. Ni siquiera lo había visto atacarla. Tan sorprendida estaba que no pudo hacer nada cuando él la pateó en la quijada y la mandó a volar por el aire hacia Cromo. Este la tomó de la cabeza, la azotó contra el suelo, la levantó y la bateó con su hacha de regreso a la base de las escaleras.
Érica se impactó como un meteorito contra el piso de piedra, con tanta fuerza que pequeños escombros salieron volando por todos lados.
Se hizo un profundo silencio luego de que las piedras terminaran de rodar. La chiquilla permaneció en el suelo como había caído, adolorida. Sangraba desde varias partes de su cuerpo y sentía que iba a vomitar del dolor. Ni siquiera había tenido posibilidad de pasar, podía pelear contra Cromo uno a uno, pero con los tres era demasiado. Comprendió que hiciera lo que hiciera, esos tipos siempre la iban a derrotar. Pensó en quedarse ahí, botada en el piso, esperar a que la llevaran a su celda. Sabía que ese era su más probable destino. Contempló muy seriamente la posibilidad de rendirse, de aceptar que físicamente no podía luchar contra una organización tan grande, ni con esos tres sujetos, ni mucho menos con el gran jefe dios que era el Encadenador.
En ese momento recordó a su padre y el sueño que había tenido donde hablaban. Verlo frente a sí había sido una dicha indescriptible, un pequeño momento de gloria.
—Papá...— pensó.
Se recordó por qué hacía eso. Se obligó a mover sus adoloridos brazos, sus magulladas piernas, a levantarse poco a poco. Aunque no pudiera ganarles a esos tipos, iba a intentarlo hasta el final de todas formas.
Cuando menos se lo esperaba, dos pares de pies se le acercaron y se plantaron cada uno a un lado. Érica miró hacia arriba, advirtió a sus amigos, quienes mantenían la vista fija en los guardias que custodiaban la salida.
—Chicos...— se sorprendió.
Estos le sonrieron y le tendieron las manos. Érica se levantó con su ayuda. A pesar de las heridas y los dolores, se plantó entre ambos y miró a los guardias.
—¿Estás bien?— inquirió Liliana, preocupada.
—Se me pasará— le restó importancia, aunque tuvo que limpiarse la sangre que le caía por un lado de la cara para ver mejor.
—¿Qué hacen aquí? No me digan que vinieron a detenerme.
Lo dijo en tono de broma, pero en el fondo albergaba la posibilidad de que ese fuera el caso. Esa posibilidad le aterraba. Liliana y Arturo se miraron, como preguntándose quién le iba a decir lo que habían decidido.
—Primero tenemos que salir de aquí— indicó Arturo.
—Es verdad. Concentrémonos en esos sujetos— sugirió Liliana
—Deben ser muy fuertes para tenerte así— observó Arturo.
Érica se limpió la sangre alrededor de la boca.
—Lo son. Ese pájaro es un mago, el sirivi con el afro rojo es muy rápido con los cuchillos y el grandote del medio es Cromo, el mismo que conocieron en el castillo.
Ambos asintieron. Érica se esperó algo más de sorpresa, pero luego recordó que ninguno de los dos había hablado mucho con Cromo. Para ellos no era más que otro desconocido. Liliana sacó a Brontes de su marca, mientras que Arturo intentaba dar con la forma más efectiva de pasar sin que los siguieran hasta la salida.
—¿Cuál es el más fuerte?— inquirió el chico.
—Los tres me parecen igual de fuertes— admitió la brika— ¿Quieren elegir?
—¿Elegir?— se extrañó Liliana.
—Con quién pelear— explicó Érica— Somos tres, ellos son tres... ¿No es obvio? Yo pido a Cromo.
Arturo lo pensó un momento.
—Entonces yo quiero al mago.
—¡¿Ah?! ¡No se vale!— Liliana miró a Teilto, el larguirucho sirivi. Su mirada siniestra le dio escalofríos— Se ve como el asesino de una película de terror.
—Muy bien ¡Vamos!
Érica se disparó escaleras arriba, seguida de Arturo, quien avanzó sobre una plataforma de roca para seguirle el paso, y al final Liliana, la cual no tenía forma de moverse rápido como sus amigos, así que puso a trabajar sus flácidas piernas.
"Necesitas más entrenamiento" la retó Brontes.
—¡Pero es agotador!— alegó ella.
Arturo avanzó directo hacia el pico, pero Cromo se plantó delante de él con su enorme hacha y lo atacó por sorpresa. El chico se asustó tanto que retrocedió por impulso. Al mismo tiempo, Teilto apareció por un lado de Érica y con una ráfaga de cuchilladas la hizo caer varios escalones. Entonces Liliana los alcanzó y se plantó frente a ellos para protegerlos mientras se recuperaban.
—¡Ni con tus amigos puedes vencernos, Érica!— se mofó Cromo— ¡Porovos, aplástalos!
El pico cruzó sus brazos en un movimiento rápido. Al mismo tiempo, las paredes a ambos lados de los niños se juntaron como palmas aplaudiendo para aplastarlos, pero Arturo las atajó con su magia a menos de metro y medio cada una y las contuvo ahí. Porovos cargó toda su fuerza mental. La distancia entre las paredes se estrechó un poco, pero Arturo se mantuvo firme y no permitió que los aplastaran.
—¡Escúchenme!— llamó a las niñas— ¡Érica, Lili! ¡No podemos derrotarlos individualmente! ¡Tenemos que trabajar en equipo! ¿Entienden?
Las dos asintieron.
—Buena idea— concordó Érica.
—Sabes que haré lo que tú digas— le recordó Liliana.
—¡Comencemos por salir de aquí!— exclamó el mago.
Liliana corrió, mientras que Érica tomó a Arturo del torso para sacarlo de la sección de las paredes controladas por Porovos. Entonces los magos dejaron de forzarlas y todos se prepararon para combatir.
Érica se lanzó contra Cromo. Porovos le disparó un bloque de roca en su carrera, pero Arturo lo desvió. Teilto saltó para interceptarla, pero sus cuchillos se encontraron con la hoja de Brontes. Liliana bloqueó, esquivó sus arremetidas, y luego contraatacó al mismo ritmo.
Por mientras, Porovos echó a volar sobre Érica para bloquearla con pilares y distraerla mientras Cromo iba por Arturo. La chica entonces saltó hacia el pico, lo abrazó para cerrar sus alas y lo hizo caer con ella, impactándose en su espalda. Porovos dejó escapar un gemido de dolor. Finalmente la brika le mandó un golpe rápido en la cabeza que lo dejó fuera de combate al instante.
Arturo vio que Cromo se dirigía a atacarlo, por lo que erigió una montonera de obstáculos para mantenerlo ocupado. Rápidamente corrió hacia el otro lado de la habitación, donde Teilto y Liliana peleaban a toda velocidad. Tenía un par de segundos antes que Cromo lo alcanzara, así que tomó el control de dos grandes rocas a cada lado del pelirrojo y mientras este se encontraba distraído con Liliana, lo golpeó en la cara por un lado y en las costillas por el otro. El golpe fue tan grande que lo hizo girar en el aire antes de caer, inconsciente.
En eso Cromo apareció a su lado, listo para volarle la cabeza de un hachazo. Sin embargo Érica lo alcanzó por la espalda y le mandó un batazo de timitio que lo arrojó contra la pared.
Cromo se puso de pie rápidamente. Ese golpe había sido fuerte, pero no estaba ni cerca de dejarlo fuera de combate. Rápidamente miró en todas direcciones para identificar a los prisioneros; Érica y Arturo se encontraban donde los había dejado, pero no podía ver a la otra.
Nervioso, miró hacia abajo. Por un instante notó a Liliana preparándose para atacarlo. Intentó protegerse, pero Brontes fue más rápido y lo atravesó antes de que pudiera hacer nada. Cromo cayó inconsciente sobre el suelo. Habían vencido a los guardias.
—¡Siiiii!— gritó Érica— ¡Lo hicimos! ¡Somos increíbles!
Liliana y Arturo, agitados y nerviosos, tuvieron que mirar varias veces en todas las direcciones posibles para asegurarse de que no quedaran guardias que quisieran enfrentarlos. Liliana dejó a Brontes afuera por si acaso. Los tres jóvenes se reunieron a comprobar sus heridas, pero ninguno estaba muy lastimado. Érica tenía el peor estado de los tres, pero podía moverse sin muchos problemas. Aun así Arturo le tendió una botellita de cristal con un líquido rojo. Érica lo reconoció.
—¿Una poción? ¿Dónde la encontraste?— inquirió.
—Tenían unas cuantas en la enfermería. Toda la gente estaba inconsciente, así que la tomé por si acaso— explicó.
Érica tomó un sorbo y se sintió mucho mejor.
—Gracias.
Pero aunque hubieran ganado, no querían quedarse a esperar a que otros guardias aparecieran. Subieron rápidamente las escaleras hasta el último piso. Ahí abrieron las grandes puertas de la entrada principal.
El frío los paralizó. Ante ellos se encontraba una ladera de varios kilómetros de nieve, que se perdía en la noche. Sus alientos se condensaban apenas salir de sus bocas, sus pies se hundían en la nieve con un ligero tono rosa. Érica, Liliana y Arturo salieron de la torre invertida para encontrarse en una montaña nevada, en medio de la nada.
En ese momento miraron hacia el cielo, donde se encontraban las tres lunas de Nudo y un montón de estrellas surcando la noche como si fueran un río, y Érica se echó a reír. No fue una carcajada, nada más unos cuantos espasmos encadenados. Luego se giró hacia sus amigos, curiosa.
—Voy a hacer lo que sea para volver con mi papá— aseguró, en un tono suave— aunque el universo entero esté en mi contra, aunque él mismo me diga que no, volveré con él... pero no se los voy a exigir a ustedes. Cuando me dijeron que me iban a acompañar en el hotel, cuando nos juntamos los tres, ninguno de nosotros pensó que mi búsqueda sería tan peligrosa. Pueden volver con sus familias, está bien. Quizás sea lo mejor.
Liliana y Arturo se miraron y se sonrieron.
—¿De qué hablas?— alegó Liliana— Somos un equipo ¿No? ¿Viste cómo les pateamos el trasero a esos abusones?
Arturo se cruzó de brazos.
—Ya te dije que terminarías guiándome a la ciudad de magia, no me vengas con que me quieres abandonar ahora— protestó.
La cara de Érica se iluminó.
—¿Entonces...
—¡Por supuesto, Érica! ¡Estamos contigo!— aseguró Liliana— Perdón por tratar de disuadirte antes. Admito que estábamos un poquito asustados por lo que pasó con el Encadenador.
—Ciertamente es el ser más poderoso que he visto— agregó Arturo— ese estatus de "dios" no es para mirar a menos, pero por otro lado, tú eres definitivamente la más testaruda. Seguro que encuentras la forma de darle una paliza a ese sujeto y volver con tu papá, y queremos estar ahí cuando lo hagas.
Érica, conmovida, no pudo hacer más que deformar su cara con un gran puchero para contener sus lágrimas. De inmediato corrió hacia ellos y los apresó en un apretado abrazo.
—¡Ustedes son los mejores amigos que podría desear!— chilló.
Liliana y Arturo correspondieron el abrazo.
Después de un cálido momento en ese lugar congelado, Érica se dio la vuelta y miró al camino adelante. Con el apoyo de sus amigos y una meta más grande que su vida, sentía que podía hacer de todo.
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