35._ Al Final de las Escaleras (1/2)


Le dolía el cuerpo entero, sobre todo la cabeza. Poco a poco Érica recobró la conciencia.

¿Me quedé dormida?— pensó, extrañada— ah, claro, la pelea contra el Encadenador. Esto se está volviendo más frecuente de lo que me gustaría.

De pronto sintió pelaje suave rozándole la cara. Se giró, de inmediato se encontró con Papel acurrucado alrededor de su cuello. Este también pareció despertar y la miró como esperando a que hiciera algo.

—Hola— lo saludó la chica— ¿Estás bien?

El animalito saltó desde su hombro al suelo. Érica se dio cuenta que estaba sentada. Sus brazos y piernas se encontraban atados por cadenas que se extendían hasta las paredes de la sala. Intentó tirar de ellas para romperlas, pero sin importar cuánta fuerza aplicara, no era suficiente. Entonces recordó al Encadenador.

Seguro que él las puso.

Suspiró, algo desanimada. Recordar la pelea con ese sujeto solo le daba dolor de cabeza. Se sentía impotente, incluso estúpida por intentar enfrentarlo. Era imposiblemente fuerte, la había vencido a ella y a sus amigos, y quería matar a su papá. Por lo menos este sabía dónde esconderse y se fue a quizás el único lugar en donde estaría a salvo. Si había algo de lo que Érica estaba segura, era que su papá aún estaba sano y salvo. Eso era bueno, quizás suficiente.

Por largo rato contempló la posibilidad de huir, de dejar a su papá esconderse en el Núcleo y marcharse, de forma que el Encadenador no pudiera hacerles daño a ninguno de los dos.

Estaba cansada, pronto le entró sueño, se durmió.

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Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró en una habitación distinta; era oscura, con una silla en medio y un foco que apenas iluminaba. Un humanoide chico de pelaje negro la miraba nervioso desde un rincón, sus ojos grandes y pálidos brillando en la oscuridad. Entonces Érica reconoció esa habitación: era la sala de su timitio.

Notó que estaba alzada en el aire. Al mirar a ambos lados se dio cuenta que seguía atada por las cadenas. Sus brazos colgaban del cielo y sus pies estaban atados juntos hacia el suelo.

—¡¿Qué es esto?! ¡Pensé que este lugar era imaginario!

Nuevamente intentó zafarse de las cadenas, intentó romperlas, pero no logró nada. Estaban hechas de un material tan resistente que no podía ni rayarlas.

—¡Vamos!

Pero ni sus más fuertes alaridos harían una diferencia. No le quedó más que rendirse e intentar algo más. Miró a todos lados, buscó una solución con su cabeza. Se preguntó cómo había llegado a esa sala. Más importante, cómo lo habían hecho las cadenas.

La criatura peluda pareció querer acercársele, pero de un momento a otro se detuvo, como si hubiera oído algo sospechoso. Luego se marchó corriendo hacia el rincón más oscuro de la sala.

Entonces, ante Érica surgió una llama dorada que se concentró sobre sí misma para formar una especie de pelota incandescente.

—¡Qué lugar más feo!— exclamó la esfera— ¿Este es tu interior?

Érica miró la esfera luminosa, desconcertada.

—¿Y tú qué eres?— alegó, un tanto ofendida por su comentario.

—Yo soy el Poder, ya me conoces.

Érica se lo quedó mirando varios segundos en silencio, intentando hacer sentido de esas palabras.

—¿Qué?— exclamó al fin— ¡Habla bien!

La esfera se aproximó a las cadenas que ataban sus brazos y se detuvo ahí, en silencio. Luego hizo lo mismo con las cadenas en sus piernas.

—El antiguo te dejó estas cadenas.

—¿Te refieres al Encadenador? Sí, ese bastardo...— gruñó— son cadenas muy resistentes, no las puedo romper.

—No, aún no puedes. El cambio tiene que ser gradual.

Érica no le entendió. Miró a la cadena que sostenía su brazo derecho y tiró de ella, pero no logró nada.

—No puedo— alegó, mas al mirar de nuevo al frente, no encontró a la esfera de luz. El "Poder" había desaparecido.

Durante un buen rato más estuvo luchando contra las cadenas, sin conseguir nada. La representación humanoide de su timitio la miraba desde la oscuridad, en silencio. Al final se cansó y se quedó quieta. En ese lugar el paso del tiempo era confuso, no sabía si había estado ahí horas o minutos, ni siquiera sabía bien si era un sueño o no. Permaneció largo rato colgando, sin hacer nada. El peludito se quedó dormido contra una pared de tanto esperarla. Érica no tenía nada más que hacer, así que se calmó y se puso a pensar.

—Aunque huya de mis cadenas en la vida real ¿Cómo puedo escapar del Encadenador?

Si recordaba bien, el sujeto podía crear puentes donde le diera la gana. Podía seguirla a donde quisiera.

—Pero ya hui de él una vez— se dijo— debería poder huir de nuevo.

Sin embargo, aunque lo consiguiera, una duda la preocupaba: Érica no sabía qué sucedería con su papá. Parecía que nunca más volvería a verlo, no mientras el Encadenador estuviera tras ambos. Incluso si de alguna manera hacían equipo con su papá, Liliana y Arturo, Érica dudaba que entre los cuatro pudieran vencerlo. La diferencia de poder era tremenda.

Melancólica, suspiró. Extrañaba a su papá; su voz grave hablándole con cariño, su cuerpo sólido en el que ella podía recostarse, su sonrisa radiante, sus payasadas. Él siempre sabía qué hacer, siempre sacaba algún truco debajo de la manga que ella no se esperaba. Érica podía tener un desastre en sus manos, pero él siempre encontraba la manera de resolverlo fácilmente.

Divagando, rememoró tiempos más felices que había compartido con él. Cuando ella era niña, él la subía a sus hombros y corría por valles y montañas a velocidades extremas. Eso siempre le había gustado. Cierto día ella creció lo suficiente para hacer lo mismo con él. Recordaba que lo habían celebrado en grande.

Feliz, Érica volvió a perder la consciencia y se desvaneció de la habitación oscura.

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De pronto todo se volvió borroso. La silueta de un hombre surgió ante sí. Estaba parado en un lugar, pero no pudo distinguir el suelo ni lo que lo rodeaba, solo a él. Este la miró con curiosidad, no parecía que la esperaba, pero tampoco se quería mostrar muy sorprendido.

—Princesita— la llamó su padre.

Lo oía, pero no estaba del todo despierta.

—Pa... papá— lo llamó Érica.

No recordaba por qué, pero lo extrañaba. Sentía que apenas hace unas horas se había despedido de él y sin embargo lo único que deseaba era sostenerlo en sus brazos y apretarlo, sentirlo junto a ella. Él le sonrió. Ella comenzó a derramar lágrimas.

—Te... te extraño...— admitió entre pucheros.

Él permaneció sonriente.

—No te rindas, princesita— le pidió— nos volveremos a ver, pero debes mantenerte firme.

—Papá...

Quiso extender su mano hacia él, pero nada ocurrió. Cada vez se le hizo más difícil notarlo. Todo se volvió negro, volvió a perder la conciencia.

Inmediatamente despertó.

Necesitó varios segundos para comprender que había vuelto a la realidad. Se refregó los ojos y miró a su alrededor: se encontraba en una celda construida en piedra oscura. Al frente, conteniéndola no había nada más que una reja con débiles barrotes.

—Qué raro— se dijo— ¿Por qué me pusieron en una celda con una reja? Puedo salir cuando quiera.

Entonces recordó las cadenas que la sujetaban. Miró en ambas direcciones, pero no las halló. Luego examinó sus brazos, en sus muñecas encontró marcas. No estaba herida, pero la habían apretado lo suficiente para hacerse notar. No había sido solo un sueño.

—¿Pero cómo se me salieron?— se preguntó.

Recordó su encuentro con la esfera luminosa en la habitación de su timitio. Esa cosa le había dado una pista ¿Pero cómo era? Algo sobre la unión... no, no recordaba.

Un truco para deshacerse de las cadenas— remarcó— podría ser de ayuda.

También recordaba que había soñado encontrarse con su padre. Lo extrañaba, mucho, quería volver a verlo. Cayó en la cuenta que no podía preocuparse del Encadenador. En ese momento se decidió, aunque tuviera que enfrentar a todo el Universo, lo encontraría. Ya no habría más dudas.

Determinada, se dirigió a las rejas de la celda y las rompió de un tirón. Inmediatamente Papel apareció desde el fondo de la habitación, la escaló de un salto y se le encaramó en el hombro.

—¡Vamos, Papel! Rescataremos a papá.

—¡Weeeeek!— chilló él en respuesta.

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No le tomó mucho tiempo encontrar las celdas de Liliana y Arturo. Ambos se hallaban en salas contiguas, tan cerca que hasta podían hablar. Liliana estaba sentada, maniatada y con una placa cubriéndole el pecho, mientras que Arturo tenía un casco lleno de circuitos y cables dentro, que solo se podía quitar con una llave.

—¡Érica!— se sorprendieron al verla.

La aludida sonrió. Inmediatamente se fue a la celda de Liliana para romper las rejas y quitarle la placa. Luego hizo lo mismo con la celda de y el casco de Arturo.

—¿Les hicieron daño?— inquirió la brika.

—No, solo nos pusieron estas cosas para evitar que escapáramos— Liliana apuntó a la placa que había estado en su pecho— ¿A ti?

—Nada que recuerde.

—¿A ti también te atraparon?— inquirió Arturo— ¿Te puso a dormir como a nosotros?

Érica hizo memoria, pero no recordaba los últimos momentos de su pelea con el Encadenador.

—Recuerdo que me mandó a estrellarme contra una pared— indicó— después de eso, no sé.

Los tres guardaron silencio sin saber muy bien qué decir. Los recuerdos de su pelea con el caballero blanco aún estaban frescos y se revolvían en sus paladares, pero no sabían si decirlos o no. Liliana, advirtiendo que sus amigos pensaban lo mismo, fue la primera en permitirse hablar.

—No fui rival para él, esquivó mis ataques tan fácilmente que parecía que se burlaba. En cierto momento se dejó pegar, pero la hoja de Brontes no lo atravesó. Es lo mismo que ocurrió con Ungrar— se abrazó a sí misma, sintiéndose débil— no me sentía tan impotente desde que era una esclava. Ahora entiendo por qué lo tratan de dios.

Érica frunció el ceño, contrariada, pero Arturo tomó la palabra.

—Cuando intenté usar magia para atacarlo, no pude. Me di cuenta que él me lo estaba prohibiendo al controlar cada partícula sólida que nos rodeaba. Kan'fera es un mago impresionante comparado conmigo, pero el Encadenador es inhumano, podría ser incluso que su nivel de inteligencia va más allá del nueve— se llevó una mano a la cabeza, pensativo— no se puede pelear contra algo así, es imposible.

Ambos la miraron con pena.

—Érica, creo que...— Liliana se detuvo para tragar saliva— quizás sería mejor si abandonas la búsqueda de tu papá.

—¡¿Qué?!

—El Encadenador seguramente te encerró a ti para usarte como llave cuando llegue el momento, y a nosotros como rehenes para obligarte a abrir el Núcleo— dedujo Arturo— nos mantuvo vivos porque le somos útiles, pero en cualquier momento puede cambiar de opinión. A ti te matará seguro cuando tenga todo listo para generar la llave, él mismo lo dijo.

Érica quiso protestar, pero Liliana se le adelantó.

—Aunque logremos huir hoy, si sigues buscando a tu papá solo volverás a encontrarte con el Encadenador— le aseguró— entiendo perfectamente el deseo de volverlo a ver, pero...— suspiró con impotencia— si mueres, entonces de seguro no podrás volver a verlo.

Érica apretó los dientes y frunció el ceño. Se notaba enfadada. Liliana y Arturo pensaron que iba a alzar su voz en protestas, mas la brika solo se dio la vuelta y se alejó unos pasos.

—Tienen miedo, es de esperarse— dijo sin mirarlos— ustedes son solo personas comunes y corrientes, no son tan resistentes como yo.

—Érica...— la llamó Liliana.

Esta suspiró. Se giró, su cara llena de resignación.

—Busquen a sus familias, vuelvan a Madre o escóndanse en algún lugar en Nudo. Vamos, abriré el paso y los sacaré de aquí, ni siquiera tienen que venir conmigo.

—Érica ¿Vas a seguir buscando a tu papá?— musitó Arturo— El Encadenador te va a matar.

Érica apretó los puños.

—Mi papá es todo lo que me queda— alegó— es todo lo que he tenido durante toda mi vida. Ni mamá, ni amigos, ni comunidad. Solo mi papá. Lo voy a encontrar o moriré buscándolo. No aceptaré que nadie más me diga qué hacer.

Sin darles tiempo a contestar, se dio la vuelta y se deslizó hacia la salida.

—¡Vamos, Papel!

Liliana y Arturo quisieron pararla, pero Érica se marchó fugaz. En un parpadeo se perdió de vista. Ambos jóvenes se miraron un momento, inquisitivos, luego ansiosos. Sin decir nada, se pusieron de acuerdo y echaron a correr tras ella.

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