34._ Un Enemigo Ridículo (3/3)


Continuaron por la guarida corriendo y deslizándose para dejar atrás a los encadenados que les saltaban por el camino. El lugar era inmenso, contaba con un sinfín de pasillos, salas y un diseño laberíntico; había baños con tres puertas, pasillos largos sin nada en uno u otro extremo, escaleras que subían y de inmediato bajaban al mismo piso, incluso puertas que no llevaban a nada. Aun así Érica logró avanzar sin mayores contratiempos, pues cada vez que había una intersección, buscaba el camino con más guardias intentando bloquearles el paso.

—¿Cómo sabes que tenemos que ir hacia donde hay enemigos?— alegó Liliana.

—No lo sé, es la costumbre.

—¿La costumbre?

—Es que en los juegos siempre es así— contestó la forteme.

Liliana se golpeó la cara con una mano, no podía creer que Érica se basaba en lo que había aprendido en videojuegos para atravesar un laberinto lleno de enemigos.

—No tenemos pistas, así que es lo más acertado— indicó Arturo— Donde haya más guardias, allá estará el Encadenador.

—¡Jaja! ¡Muy bien, entonces seguiré haciéndolo!

Atravesaron varias salas y pasillos más, hasta que un gran número de guardias se interpuso en su camino, en medio de una sala grande y vacía.

Érica pensó en saltar sobre sus cabezas, pero más allá vio grandes puertas cerradas con candado. Así como estaba, con Liliana y Arturo en brazos, habría sido muy arriesgado simplemente dar un salto largo y abrirlas de una patada. Los dejó a ambos en el suelo y asumió una posición de combate.

—Prepárense.

Los guardias cerraron la puerta por donde habían surgido y los rodearon. Llevaban todo tipo de armas; rifles y pistolas, espadas y lanzas, arcos y flechas, nunchakus, hachas, dagas, látigos e incluso algunas que nunca habían visto. Apenas las puertas se cerraron, los encadenados se lanzaron hacia ellos.

Arturo se adelantó y dio un pisotón al suelo. Desde su posición surgieron grandes olas que viajaron por el concreto y botaron a varios de sus enemigos. Al mismo tiempo las niñas se fueron cada una por un lado para enfrentarlos; Érica los derribó con sus puños, mientras que Liliana los hizo dormir con Brontes.

Los encadenados dispararon a Liliana, pero Arturo alzó paredes de concreto para protegerla, luego ella rodeó la pared para acabar con un puñado de un solo tajo.

Érica se deslizó de un lado para otro, tan rápida que ninguno la veía venir. Agarraba a sus enemigos por las cabezas, brazos y piernas y los lanzaba con fuerza contra las paredes, al piso o contra sus compañeros. Eran varios, pero no se comparaban a su fuerza. Pateó quijadas, rompió costillas y narices, destrozó armas láser con sus puños y arrojó sujetos grandotes sobre otros sujetos grandotes para acabar con varios pájaros de un tiro.

Liliana aprovechó los cuerpos más grandes que ella para ocultarse y atravesarlos con Brontes sin que estos pudieran defenderse. Arturo fue tomando las armas de los encadenados para clavarlas en el cielo, mientras que enterraba a los sujetos que se le acercaban mucho.

La pelea no duró más de cinco minutos. De un momento a otro, luego de dejar a un sujeto fuera de combate, Érica miró en todas las direcciones y se dio cuenta que ya no había encadenados dispuestos a pelear. Los tres se juntaron en el centro de la habitación.

—¡Bien hecho!— exclamó Liliana, al tiempo que alzaba ambas manos extendidas. Los tres chocaron palmas.

—Nada mal, los dos han mejorado mucho— observó Érica.

—¡Sí, Brontes y yo sentimos lo mismo!— exclamó Liliana— Gracias por cubrirme, Arturo.

—Para eso estoy— contestó.

—Tú te ves muy acostumbrada al timitio— observó Liliana.

—¡Sí!— exclamó Érica— ¡No sé cómo antes podía pelear sin él! ¡Es increíble!

—¿Cómo van tú y Brontes?— inquirió Arturo.

—¡Excelente! Estamos muy coordinados.

—Ah, es verdad, él toma control de tu cuerpo durante las peleas— recordó Arturo.

—No es todo el tiempo, solo lo hace por instantes— indicó Liliana.

—¿En serio?— Arturo apretó los labios y se meció de atrás para adelante— qué ganas de estudiar ese proceso.

—¿Se pueden medir cosas como los espíritus?— inquirió Liliana.

"No" contestó Brontes.

—¡Siempre hay una manera!— indicó Arturo— debería bastar con un examen de resonancia magnética. Los nonis seguro tienen máquinas más avanzadas que las que teníamos en Madre.

—Oye, oye, después investigamos el cerebro de Lili— lo cortó Érica— estamos en una base enemiga ¿Te acuerdas?

—Ah, claro. Disculpen.

Los tres dirigieron su atención a la siguiente puerta.

—¿Cuántos encadenados más nos estarán esperando?— inquirió Liliana.

—Es difícil decirlo— indicó Arturo— podría haber cientos, miles, o ninguno.

Ambos miraron a Érica para saber su opinión. La pillaron con una mano en el pecho y respirando un poco más agitado de lo normal.

—¿Estás bien?— le preguntó Érica.

—Sí, es solo...

Pero en ese momento apareció una cadena dorada, una sola. Esta cadena conectada a su pecho se extendía indefinidamente y atravesaba la puerta como si fuera una ilusión.

—Creo que está cerca— indicó.

—Fascinante— dijo Arturo— ¿Solo una? ¿Qué sientes a diferencia de las veces anteriores?

—Un poco de ansiedad— admitió— pero no creo que haya aparecido gracias a mí.

Liliana y Arturo abrieron los ojos de par en par.

—Entonces...— musitó Liliana— ¿Detrás de esa puerta...

—Sí, creo que allá está él— le espetó Érica— vamos con cuidado ¿Están listos?

Liliana giró a Brontes con los dedos.

—Sí— indicó.

Arturo tenía bastante hambre, un indicativo de que había agotado buena parte de sus reservas de energía. Pero sabía que aún podía continuar.

—Sí— dijo no muy seguro.

Liliana advirtió su tono, pero evitó hacer comentarios.

—¡Muy bien!

Érica se acercó a la puerta doble, rompió el candado con su timitio y la abrió de par en par.

Al otro lado se encontraba una sala de reuniones bastante grande. Abarcando buena parte de la sala había una gran mesa. Sentados a la mesa estaban Tur, por otro lado Alba y a la cabecera el Encadenador, vistiendo su armadura blanca completa. Los tres se giraron hacia los recién llegados.

Por un momento incómodo se miraron las caras; Tur se notaba ligeramente preocupado, Alba parecía aburrida, el Encadenador no podía expresarse muy bien, puesto que su yelmo tapaba completamente su cara. Érica se dio cuenta que sus sospechas eran correctas.

—¡Lo sabía!— dijo triunfante, apuntando a Tur— ¡Estabas coludido con los encadenados!

—Sí— confirmó el Primero, más calmado de lo que le hubiera gustado a la chica.

Alba sacó un reloj de su boca, lo miró un instante y luego volvió a tragárselo sin problemas.

—Buen trabajo por llegar hasta acá, jovencita— le espetó— lo hiciste mejor de lo que esperábamos.

—¿Entonces nos estaban esperando?— inquirió Arturo, junto a la brika.

—No, solo a Érica.

—Yo sabía que iban a venir los tres— se bufó Tur— ¿Qué les dije?

El Encadenador asintió.

—Pero... —Érica estaba confundida— Nosotros te escuchamos decir que creías habernos perdido de vista.

—Sí, qué coincidencia que lo dije justo cerca de donde se escondían ¿No?

Érica se llevó una mano a la cara, estupefacta. Liliana también se sintió derrotada.

—Debí haberlo notado— se dijo.

—Pero eso ya no importa, ahora están aquí— Alba les indicó con un gesto de la mano que se acercaran— vengan, siéntense. Hice galletas.

Los niños se acercaron un poco, pero no se sentaron. En la mesa había un plato lleno de galletas, grandes y calientes, recién salidas del horno. Olían bien, pero no iban a aceptar nada que ella les diera.

—¿Qué quieren de nosotros ahora?

Miró al Encadenador con cara de pocos amigos. Estaba sentado y a una buena distancia, pero aun así se veía intimidante. Su armadura blanca no se quedaba quieta, sino que fluía como si estuviera hecha de leche. Sus ojos rojos luminosos la hacían estremecer.

—No de ustedes, de ti— le explicó Alba— Te queremos a ti.

—Ah, claro. Quieren convertirme en esa llave— recordó Érica— ¿Qué les hace pensar que cooperaré?

Tur se inclinó sobre la mesa.

—¿Qué tal tu mundo?— ofreció— permítenos usarte y libraremos tu mundo de las fuerzas nonis. Basta con una llamada.

—¡Váyanse a la...— iba a decir Érica, pero entonces recordó a sus amigos.

Curiosa de lo que opinaban, se giró hacia ellos. Sin embargo ninguno de los dos parecía muy contento con la propuesta.

—¡Por ningún motivo!— exclamaron a coro.

—¡Amigos!— musitó Érica, contenta.

—¡No les dejaremos hacerle daño!— exclamó Liliana.

—Métanse su propuesta por el poto— bramó Arturo.

Érica se tapó la boca con una mano, emocionada. Alba y Tur suspiraron con hastío.

—Te dije que no iba a funcionar— le espetó la mujer de blanco.

—¿Y por qué quieren llegar al Corazón de las Cadenas, de todas maneras?— alegó Arturo— no puede ser solo porque quieren castigar al papá de Érica ¿No?

—El Corazón de las Cadenas es un lugar muy importante para dejarlo abandonado— indicó Tur— es el Núcleo del universo, desde donde surgen todas las cadenas.

—¿Recuerdas que te dije que tu papá tiene cierta afinidad sobre las cadenas? – le preguntó Alba— desde ahí puede controlar las grandes cadenas, puede hacer y deshacer los puentes como le venga en gana. Es demasiado peligroso para dejarlo suelto.

—¿Y qué me importa a mí?— alegó Érica— ¡Mi papá es genial, seguro hace un mejor trabajo que ustedes!

Alba y Tur se sorprendieron, como si Érica hubiera dicho algo prohibido. Un tanto nerviosos, miraron al Encadenador, el cual comenzó a temblar.

—¿Mi señor?— lo llamó Alba.

El Encadenador respiró hondo una vez para calmarse.

—La muchacha ha dejado su punto claro: no quiere colaborar.

Alba y Tur se miraron las caras consternados, los niños abrieron los ojos de par en par. Por primera vez oían hablar al Encadenador. Su voz era robótica y grave, como si la pasara por un filtro.

Seguidamente se puso de pie, se paró sobre la mesa y comenzó a caminar a lo largo de esta, hacia los jóvenes.

—¿Jefe?— se extrañó Tur, listo para saltar de su asiento.

—Tranquilos, solo los capturaré.

Los jóvenes se prepararon para luchar; Liliana puso a Brontes frente a sí, Arturo extrajo lanzas comprimidas del suelo y Érica formó dos dagas desde los dorsos de sus manos. Nerviosos, esperaron el primer movimiento del Encadenador. Este desapareció.

—¡¿Qué?!— saltó Érica.

A Liliana le tomó unos segundos darse cuenta de lo que había hecho.

—¡Es un fantasma!— exclamó

En ese mismo instante el Encadenador reapareció frente a Érica. Antes de dejarle reaccionar, la tomó de la cabeza con una mano y la arrojó como una bala de cañón contra la puerta. Érica pasó de largo y desapareció en la sala anterior.

Liliana y Arturo se lo quedaron mirando desconcertados. Se dieron cuenta que todos sus cálculos habían estado mal; esa no iba a ser una pelea, nunca lo fue.

En eso, el caballero blanco miró a Arturo e hizo un gesto circular con su dedo. Inmediatamente el piso bajo los pies del chico se lo tragó hasta los tobillos, le juntó las piernas contra su voluntad y ese pedazo de suelo se arrancó solo del resto para elevarse en el aire. Arturo quedó colgando bocabajo.

Por un momento Liliana advirtió que el Encadenador había apartado la vista de ella. Se arriesgó e intentó atacarlo por detrás, pero al hacerlo, este desapareció de nuevo.

¡No!

"¡Atrás!" exclamó Brontes.

Liliana inmediatamente se giró, mas su cara chocó contra la armadura del caballero. Aterrada, dio un salto hacia atrás para ganar distancia y arremetió con la hoja de Brontes, con toda la fuerza que pudo reunir. Sin embargo el Encadenador esquivó su tajo con toda facilidad. Liliana atacó de nuevo, pero el Encadenador desvió la hoja de Brontes con su dedo índice. Liliana continuó atacando rápidamente, pero el Encadenador apenas se esforzaba en desviarla o esquivarla. Liliana comenzó a desesperarse, cuando de pronto la hoja de Brontes le dio. Chocaron metal contra metal, mas la múnima no consiguió atravesarlo ni un centímetro.

—¿Qué... eres?— musitó, ya sin esperanza de huir.

Encadenador acercó una mano a la cara de la jovencita. De pronto su cuerpo perdió fuerza y sus párpados se sintieron muy pesados. En segundos, la muchacha cayó dormida en los brazos del caballero.

—¡Lili!— gritó Arturo, asustado.

Intentó deshacer el pedazo de roca que sujetaba sus pies, pero por alguna razón su magia no funcionaba en esa masa específica. Luego trató de levantar un trozo de roca del suelo, pero tampoco logró hacer nada. Finalmente tomó control de la mesa, pero tampoco se movió.

¡¿Por qué mi magia no hace efecto?!— alegó en su mente.

Se estrujó la cabeza tratando de comprender qué sucedía. Sentía que sus manos mentales sujetaban los sólidos que intentaba controlar, pero nada surgía efecto.

Entonces miró al Encadenador y lo encontró mirándolo a él. Unas cosquillas en su nuca le revelaron la verdad: era él. Así como un mago podía levantar cosas con la mente, otro más fuerte podía mantenerlas en su posición relativa. Arturo se dio cuenta que el Encadenador era un mago, uno muy poderoso. Estaba sosteniendo todo con magia, toda la sala al mismo tiempo.

—No... no puede ser— se dijo.

El Encadenador se acercó a él e hizo lo mismo que había hecho antes con Liliana. De un momento a otro Arturo cayó dormido, aún colgando del trozo de roca que flotaba en el suelo con sus pies.

Finalmente, un golpe cerca de la puerta llamó la atención de los presentes; Érica había regresado. La cabeza le sangraba un poco por el golpe contra la puerta, pero ella no le prestó mucha atención.

—¡Encadenador!— bramó.

Se arrojó hacia él a toda prisa. Sin embargo este la atajó al vuelo y aprovechó su impulso para enviarla a estrellarse contra una pared. El impacto sacó un par de pedruscos y formó unas grietas. La muchacha cayó sobre su espalda y miró al Encadenador desde esa posición. Lentamente se puso de pie y miró a sus amigos tirados en el piso.

—Maldito...— musitó, adolorida.

Se disparó hacia él nuevamente para arremeterlo, mas el dios la desvió con un manotazo. Érica dio varias vueltas en el aire antes de caer de nuevo al suelo. Entonces cinco gruesas cintas aparecieron junto a ella y se envolvieron en sus extremidades; dos en sus brazos, dos en sus piernas y una en su cuello. Las cintas la sujetaron con fuerza y le impidieron moverse. El Encadenador se le acercó, con eso Érica advirtió que las cintas emergían de su armadura.

—No puede ser...— musitó— ¡¿Eso es... timitio?!

Era blanco, pero además de eso, se comportaba de la misma forma que el timitio. Si ese era el caso, el Encadenador tenía tanto que podía formar una armadura completa. Tur era la única otra persona que Érica conocía con timitio capaz de cubrirlo entero, y él estaba en servicio del Encadenador. Si este era incluso más fuerte que el Primer noni, Érica no se imaginaba cómo podría hacerle un rasguño.

El señor de las cadenas en ese momento se agachó junto a ella y posó una mano delicadamente sobre su frente, como un padre preocupado midiendo la temperatura de su hija enferma.

—Duerme— le pidió.

Los párpados de Érica le pesaron, su respiración se calmó. En unos segundos perdió el conocimiento.

Finalmente el Encadenador tomó los cuerpos de los tres y los dejó sobre la mesa.

—¿Qué te parecieron, mi señor?— inquirió Alba.

—¿Vas a seguir llamándolo así?— alegó Tur— ¿Qué hay de mí? ¿Qué tal "señor Tur'non"?

—No, tú siempre serás el pequeño Tur— le espetó ella. Luego se giró hacia el Encadenador— en fin ¿Qué te parecieron? ¿Sirven para nuestros planes?

—No, aún no— indicó.

—¿Crees que estarán preparados cuando llegue el momento?— inquirió Tur— ¿Cuánto tiempo tenemos, en todo caso?

—No estoy seguro— contestó el Encadenador— pero tenemos que hacerlo valer.

Miró a Érica en silencio. Luego abrió un puente en la superficie de la mesa, justo debajo de los jóvenes, para que se los tragara.

—Tengo todo un imperio, podemos usar mis recursos— ofreció Tur.

—Gracias, pero no será suficiente— indicó el Encadenador— voy a reunir a nuestros amigos. Ejecutaremos el plan de los siete anillos. Usaremos todo el poder de las cadenas.

Tur mostró los dientes, preocupado. Alba asintió. El Encadenador hizo visibles las cadenas que salían de su pecho; ocho cadenas. Con sus dedos acarició la más reciente, la más preciada, la cadena que lo conectaba a la única persona que lo hacía estremecer.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top