34._ Un Enemigo Ridículo (1/3)


Al día siguiente, Érica andaba paseando sola entre los grandes y numerosos patios del castillo, buscando a sus amigos. Caminaba sin prisas, cuando de pronto surgió a una nueva área al aire libre. En eso un noni pasó volando de un lado para otro sobre su cabeza. Sorprendida, lo miró caer sobre una mesa y romperla. Luego se volteó hacia el lado de donde lo habían lanzado y advirtió un grupo de nonis con los uniformes del ejército. Conversaban animadamente y le daban palmaditas a uno particularmente grande, un noni de unos tres metros de alto.

Anonadada, Érica se acercó para mirarlo mejor. El noni también se fijó en ella y le sonrió.

—¡Vaya, vaya, vaya! ¡Pero si no es más que la señorita brika!— exclamó.

—¡Cromo!— bramó Érica.

La chica saltó, se apoyó en la cabeza de uno de los nonis y atrapó a Cromo en un abrazo. Este la atajó contento.

—¡No puede ser! ¡¿Qué haces aquí?!— alegó la brika.

—¡¿Cómo que qué hago aquí?! ¡Este es mi mundo! ¡¿Qué haces tú aquí?!

La dejó en el suelo. Érica abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por un noni junto a Cromo.

—¿Quién es esta huma, Cromo? ¿Tu mascota? — bromeó el soldado.

—Oye, oye, esta chica es una brika y se ganó mi respeto, no la vayas insultando— alegó Cromo.

El compañero del comandante se acercó a Érica y la miró con un ojo escéptico.

—¡Las brikas no existen! ¡No me vengas con tonterías!

—¡Cromo seguro la usó como cepillo de dientes!— bromeó otro noni detrás.

Los demás nonis rieron. Érica los miró con indiferencia, pero no les prestó atención de momento.

—Yo estoy buscando a mi papá— le espetó— Tur me dijo que podía estar en Nudo, así que vine aquí. Ahora sé que está en el Corazón de las Grandes Cadenas y estoy intentando encontrar una manera de ir allá.

Cromo abrió los ojos de par en par.

—¿Cuando dices Tur, te refieres al Primero, a Tur'non Rialal?

—Te está engañando— alegó el noni a su lado— eres muy iluso, Cromo.

—Sí, me refiero al Primero— aseguró Érica— intenté pelear con él, pero no pude tocarle un pelo.

—¡No jodas! ¡Claro que no, por algo es el Primero!— exclamó el comandante.

Érica se encogió de hombros.

—Tenía que intentarlo— se excusó— Te toca a ti ¿Por qué viniste aquí?

Cromo sonrió de oreja a oreja.

—Me ofrecieron trabajo en otra división, una sección especial del ejército.

—¿Qué? ¿Y eso es mejor que conquistar mundos nuevos?— inquirió Érica.

—Depende del mundo, pero sí. Me toca trabajar para una señora muy fuerte a quien le debo mucho, así que estoy contento.

—¡Qué bien!— Érica hizo memoria sobre las señoras fuertes que conocía— ¿Esa señora no es Sikika, por si acaso? ¿La guardaespaldas de Fir'non?

—¡Pffff! ¡Por favor, nunca tomaría algo tan aburrido como un puesto de guardaespaldas!— alegó Cromo— el mío es un trabajo versátil, pero al parecer mi primera tarea será asegurarme de mantener encerrado a un prisionero importante. Aún no sé quién es, pero me gusta la idea. Espero que intente escapar.

—¿Eeeeeh?

Érica pensó que lo habían engañado de alguna manera. Hacer de guardia de prisión no podía ser un trabajo divertido por nada del mundo, pero tampoco sabía la relación entre Cromo y esta señora a quien le debía mucho. Supuso que la satisfacción de serle útil bastaba. Ella conocía esa sensación, así que procuró no dar comentarios desalentadores.

—¡Te felicito!— le espetó.

Cromo posó una de sus gigantes manos sobre su cabeza y le revolvió el pelo en un gesto de cariño.

—Gracias, chica.

—Oye, Cromo ¿Y tu mascota conoce algún truco?— interrumpió el soldado de antes— Oye, huma, has una voltereta.

Cromo se giró a su compañero con el ceño fruncido, pero no le dijo nada. En vez de eso se volteó a Érica con media sonrisa pícara.

—¿Por qué no le muestras ese truco que me enseñaste a mí?— le sugirió.

—¿Seguro? ¿Puedo romper a tu amigo?— confirmó Érica.

—Solo somos compañeros, me da lo mismo lo que le pase— aseguró Cromo— además, él mismo se lo buscó.

—Ay, como si fuera a hacer algo— se quejó el soldado— ¿Qué vas a intentar, huma? ¿Me vas a morder?

El noni estiró una mano para empujarla, pero Érica lo atajó, lo tiró hacia sí de un tirón y cuando lo tuvo a su alcance le mandó una bofetada que lo botó de espaldas al otro lado. Desconcertado, el noni se puso de pie y se la quedó mirando con los ojos abiertos como platos.

—¡¿Qué mierda?!— exclamó.

Érica abrió los brazos en una actitud desafiante.

—¿Quieres más, rojito?

El noni se llevó una mano a la mandíbula, adolorido. Luego echó a correr hacia Érica, pero esta saltó hacia él y lo interceptó con una rodilla en la nariz. El noni no volvió a levantarse. Los demás soldados aplaudieron y la felicitaron, uno incluso le dio palmaditas en la espalda como habían hecho con Cromo. Érica se le acercó.

—¿Cómo está Madre, a todo esto?

—¿Tu mundo?— Cromo inclinó la cabeza a ambos lados— más o menos. Ponen algo de pelea, pero no la suficiente para hacer la conquista entretenida. Las batallas no significan gloria, así que nuestras tropas no están muy motivadas.

—¿Aún no han intentado usar bombas nucleares sobre ustedes?— se extrañó Érica.

—Oh, sí, las usaron todas— aseguró Cromo— pero para eso tenemos tecnología anti bombas nucleares. Es algo muy básico, en verdad. Nuestros técnicos estaban sorprendidos de que ustedes tuvieran bombas sin sistemas que las neutralizaran.

—¡¿Qué?! ¿De verdad? ¡Vaya! Esa era la mejor carta de Madre— se extrañó Érica.

Cromo sonrió.

—¿Te arrepientes de dejar tu mundo sin protección?

—¡Nunca!— exclamó Érica.

Cromo alzó las palmas para indicarle que no se enojara con él por lo que decía.

—Si tú fueras la líder de la resistencia, las tropas del imperio estarían mucho más emocio...

Pero notó que Érica se había fijado en algo. Al seguirle la línea de la mirada, Cromo encontró a otros dos humanos de más o menos su edad. Liliana y Arturo se acercaron, curiosos y un tanto sorprendidos por el tamaño del noni.

—¿Es un amigo tuyo?— le preguntó Liliana.

—¡Chicos! Les presento a Cromo. Era el comandante en las fuerzas de la invasión a Santa Glo...

Érica se paralizó al ver la cara de desagrado que puso Liliana. Se dio cuenta que, no porque ella tuviera buenas migas con Cromo, sus amigos sentirían lo mismo.

—¿Amigos tuyos?— supuso Cromo.

Estiró su mano para saludarlos, pero Liliana se cruzó de brazos en una actitud desafiante. Arturo sacó su mano de su bolsillo por acto reflejo, pero se contuvo y la volvió a ocultar.

—Hola— contestó el mago en un tono neutral.

—Hola— gruñó Liliana.

Cromo pareció entender la situación de inmediato, dado que recogió su mano y actuó como si nada.

—Estos son Liliana y Arturo, mis amigos. Los dos... vienen de Santa Gloria— indicó.

—Sí, ya me lo imaginaba— aseguró Cromo.

Liliana se dirigió a Érica.

—Podemos venir en otro momento, si gustas— le espetó.

Érica se paralizó un segundo, sin saber qué hacer ni cómo manejar los sentimientos de sus amigos. No quería herir a Cromo, pero tampoco a Liliana ni Arturo.

—En verdad, yo ya tenía que irme. Tengo que prepararme para ese trabajo que te conté— se excusó Cromo.

Érica lo miró con algo de pena, pero agradeciéndole en su mente su rápida reacción. El alto noni se despidió de los tres con un gesto y se marchó.

Liliana suspiró.

—Disculpa que me ponga pesada, no quería espantarlo— le espetó.

—No, está bien. Ódialo— la alentó Érica.

Liliana la miró confundida.

—¿No te molesta que no me lleve bien con tus amigos nonis?— preguntó.

—¡Para nada! ¡Les quitaron su hogar, no necesitan llevarse bien con ellos solo por mí!— aseguró Érica— siento que soy yo la mala amiga por no defenderlos.

—¡No, no, ni siquiera te conocíamos cuando ocurrió la invasión!— exclamó Liliana— No eres responsable de defendernos, Érica. Al contrario, es bueno que tengas otros amigos.

Arturo se rascó la cabeza.

—Gracias por entender— dijo al fin.

Los tres se sonrieron.

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Cada día continuaron pidiendo audiencias con Tur y cada día este se las negó. Al quinto día Érica se cruzó de brazos frente a los guardias que custodiaban el acceso a la oficina del Primero, mostrando su hastío. Tan solo iban a preguntarle por una manera de llegar al Núcleo, nada que le tomara más de diez minutos, pero nuevamente les negaban el acceso "porque estaba ocupado" o "porque se había ido a otro lado".

—¿Dónde está su jefe?— les preguntó Érica.

—Ya escuchaste, está ocupado— alegó uno de los guardias— no es nuestra culpa. Piérdanse.

Liliana y Arturo se miraron, nerviosos. Érica estaba hirviendo de rabia y los guardias no pensaban ceder ni un poco. Las chispas comenzaban a volar.

—¡Suficiente!— bramó la forteme, antes de alzar una mano para abrir la puerta.

Los guardias le apuntaron con sus rifles. Liliana y Arturo hicieron distancia por impulso. Todos se detuvieron un momento.

—¡Atrás!— exclamó el guardia.

Érica les quitó los rifles de un manotazo y se preparó para saltar a pegarles, pero de repente la puerta se abrió, de ella apareció Tur.

—Hola, niños ¿Se divierten?— preguntó como si nada.

Érica y los guardias se miraron, extrañados y nerviosos. Esperaron que Tur los separara y los retara, pero apenas los miró. El Primero cerró detrás de sí, rodeó al grupo frente a su puerta y se marchó con vagas excusas.

—De ahí nos vemos, tengo que salir ¡Chao!

Los niños se lo quedaron mirando mientras caminaba hacia las escaleras.

—¡Espera, Tur!— lo llamó Érica.

—Lo siento, es algo urgente. En la tarde me lo dices— le pidió sin mirarla ni dejar de caminar.

Érica miró a sus amigos, como pidiendo que alguien le explicara qué estaba ocurriendo ahí, pero pronto se recompuso y echó a correr hacia el noni.

—¡Tur!— lo llamó, pero este solo aumentó el paso.

Lo persiguió por la escalera y las salas de la torre, pero de un momento a otro, al doblar en una esquina ya no estaba en el pasillo siguiente. Érica lo buscó por todos lados, mas no lo encontró. Recién entonces sus amigos la alcanzaron.

—¿Lo atrapaste?

—¡No, se fue! ¡Desapareció!— exclamó Érica, frustrada y enojada.

Liliana miró hacia el pasillo. Intentó concentrarse en lo que veía; solo por un momento alcanzó a divisar una mancha oscura moviéndose a lo lejos, en el otro extremo. Mantuvo la mirada fija un buen rato, pero no vio nada más. Al mirarla, Érica supuso qué es lo que se le había pasado por la mente.

—¿Crees que Víkala se lo haya llevado?

—Es posible— contestó Liliana.

—¿Viste algo?

—No estoy segura, pero si desaparecieron, pueden haber ido a cualquier lugar. No hay forma en que podamos seguirles la pista.

Los tres guardaron silencio un momento; Érica frustrada y rechinando los dientes, Liliana intentando comprender por qué Tur y Víkala podrían estar evitándolos, y Arturo pensativo.

—¿Y si vamos a la salida del estacionamiento?— sugirió él.

Ambas niñas se voltearon.

—¡Es verdad! ¡Seguro que se dirigen a la nave de Tur!— exclamó Liliana.

—Pero también pueden ir a pie a donde quieran, o incluso a un lugar dentro del castillo— estipuló Érica.

—Sí, pero lo más probable es que salgan por donde siempre sale el Primero: la salida del estacionamiento— explicó Arturo.

Érica y Liliana se miraron. Ir a ver al estacionamiento era mejor que nada.

—Bien, pero tenemos que correr— apremió Érica.

—Tengo una idea mejor— indicó Arturo— síganme.

El chico se apresuró hacia una ventana, la abrió y se encaramó a ella.

—¡Arturo, cuidado!— le rogó Liliana.

—Espera, yo podría ir por ahí, pero no creo que pueda cargarlos a los dos— alegó Érica.

Pero el mago la ignoró por el momento.

—Con tres metros cuadrados debería bastar— se dijo a sí mismo.

Entonces cerró los ojos, con una mano apuntó a la pared debajo de la ventana y con la otra se apretó la sien para concentrarse en lo que hacía. Las niñas quisieron preguntarle qué pretendía, cuando de repente oyeron el fuerte roce de roca contra roca. Seguidamente el chico saltó por la ventana. Por un momento pensaron que caería hacia el vacío, pero entonces Arturo se detuvo en el aire al otro lado de la ventana.

Las niñas se asomaron por la ventana y contemplaron un bloque de roca pegado a la pared, lo suficientemente ancho para sostenerlos a los tres.

—¿Qué es eso?— inquirió Liliana, algo asustada.

—¡Vamos, se escapan!— las apremió el mago.

—Claro.

Érica saltó por la ventana hacia el bloque de roca, mas Liliana se los quedó mirando amedrentada.

—Creí que dijiste que no podías elevarte mucho— recordó.

—Más bien necesito algo sólido en qué apoyarme— explicó el mago— mientras flote junto al castillo, todo estará bien.

Liliana miró temerosa la plataforma de roca. Al ver su falta de entusiasmo, Arturo se preguntó cómo podía hacerle la idea más placentera.

—¿O deberíamos ir por el ascensor?— sugirió.

Mas sabía que no les serviría si querían alcanzar a Tur.

—¡Vamos, Lili, sube!— la apremió Érica— si te caes, yo te salvo.

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