28._ Miedo Eterno (3/4)


Se dirigieron a las casas para examinarlas una a una, pero entonces la voz interior de Érica volvió a hablar, esta vez gritando y apuntando a un lado. Al voltearse hacia donde le decía la voz, la brika encontró la poza en la placita.

"Peligro" le decía la voz.

Justo en ese momento, una figura se levantó desde la poza. Todos se giraron, asustados y se prepararon para defenderse. Sin embargo, después de esperarla a que atacara o hiciera algo, la figura no se movió. No se apreciaba muy bien desde donde estaban; su color oscuro se mimetizaba con la falta de luz general.

Érica decidió adelantarse unos pasos para ver mejor y luego un poco más. Sus amigos la siguieron de cerca, tensos. La figura en la poza, a su vez, salió del hoyo y comenzó a caminar hacia ellos, lentamente, como si fuera un anciano. Entonces lo pudieron ver: se trataba de un ser humanoide, cubierto de negro y sin ojos. Su cuerpo era tan delgado que se le veían las uniones de los huesos y las costillas, tanto que no parecía poseer ningún gramo de músculo. Sus garras eran de un tamaño normal, negras como el resto de su cuerpo. Quizás lo más llamativo en él era la placa de vidrio que le tapaba los ojos y la frente. No tenía nariz y su hocico era una amalgamación de colmillos afilados.

Era una criatura desagradable de ver: algo muy familiar para ser una bestia, pero muy distinto para verlo como una persona. Sin embargo, no era más que una pila de huesos y piel. Se veía tan frágil que les pareció que incluso Lorina podía enfrentarlo. Esto los calmó un momento.

—Bueno, dudo que esta cosa sea uno de esos territi— comentó Érica.

Arturo y Liliana asintieron.

—No veo cómo puede moverse con esas piernas tan flacas— comentó el chico.

—Pobrecito, me da algo de pena— admitió Liliana— quizás es un monstruo muy feo que se perdió por aquí.

Eso decían, pero aunque no fuera una gran amenaza, tampoco querían acercarse mucho. Era horrible de ver, incluso estaba empapado en aquel líquido negro, quién sabe en qué tipo de mugre estaba cubierto. Pero a pesar de su apariencia frágil, la voz interior de Érica no dejaba de patalear y gritar. Algo verdaderamente amenazador estaba muy cerca y su voz interior le apuntaba hacia el monstruo huesudo.

Este se les acercaba lentamente, paso a paso, como alguien que no ha usado sus piernas en mucho tiempo. Se tambaleaba de un lado para otro y jadeaba con cada paso. Parecía que se iba a desmoronar en cualquier momento. Pero de pronto se detuvo. Subió la cabeza para olisquear el aire. Luego inspeccionó la zona frente a sí, de un lado para otro y se fijó en Érica. Algo en ella le atrajo mucho, tanto que no pudo dejar de mirarla, si es que tenía ojos detrás de la placa de vidrio en su cara.

De súbito, el monstruo echó a correr directo a ella. Se agachó y usó sus patas delanteras para desplazarse más rápido, como un oso. Su velocidad sorprendió a los muchachos, pero no era nada envidiable para un monstruo de su tamaño. Saltó hacia Érica, abrió la boca bien grande y apuntó directo a su cuello.

"¡CORRE!" dijo alguien cerca.

—No es tan terrible— lo calmó ella.

Quizás el monstruo podría haber asustado a un animal o a una persona normal, pero ella lo vio venir de lejos y podía bloquearlo sin problemas. Simplemente alzó su brazo para ponerlo en el camino del monstruo, luego lo cubrió de timitio para protegerse de sus colmillos. En cuanto la mordiera, podría sacárselo de encima con un buen golpe, o eso esperaba.

Lamentablemente, eso no fue lo que ocurrió. El monstruo mordió su brazo, sus colmillos atravesaron el timitio como si fuera mantequilla y penetraron en su piel con tanta fuerza que llegaron al hueso y la hicieron gritar.

Érica tuvo que apretar los dientes para evitar morderse la lengua. Estaba segura de que se había protegido con su timitio, el mismo timitio que la protegía de las navajas más afiladas. Era virtualmente imposible que los colmillos de un monstruo desnutrido pudieran burlar sus defensas. No solo eso, sino que seguía mordiendo y arañando. La sangre saltaba, con cada segundo Érica sentía que perdía más y más su brazo. Si continuaba así, pronto el monstruo se lo arrancaría. Al mismo tiempo, la voz en su interior se largó a gritar de horror. Ese miedo no era por su herida o su dolor, algo en ese monstruo la aterraba como un trauma infantil.

Amedrentada, con una mano intentó empujarlo, mas el monstruo se quedó en su lugar, resistiendo su fuerza.

—¡¿Cómo puede...— alegó la brika, pero no era momento de alegatos.

Comenzaba a desesperarse. El intenso dolor, los gritos desgarradores de la voz en su interior y la falta de cooperación de su timitio no ayudaban para nada. Intentó golpear al monstruo en las costillas, pero su cuerpo era más duro que el metal. Después de un par de combos sus nudillos comenzaron a sangrar.

Entonces notó que los pies del monstruo se elevaban, apresados por masas de tierra y roca. Arturo intentaba con todas sus fuerzas separarlo de Érica. Al mismo tiempo, Liliana apareció por un lado con Brontes en mano, mas al atacar a la bestia, la hoja de la múnima rebotó. Intentó un par de veces más, pero no logró nada.

Érica le dio un codazo a la placa de vidrio para separarlo un poco de sí. Su golpe, capaz de demoler una pared, provocó una pequeña ruptura en el cristal de la cara del monstruo. Este saltó hacia atrás y retrocedió un par de metros, amedrentado. Érica inmediatamente se sujetó el brazo con la otra mano y le echó unos rápidos vistazos para examinarlo a grandes rasgos. Sangraba copiosamente y sin duda el hueso estaba roto, pero no parecía que lo iba a perder, no todavía. Aun así, el dolor era tan intenso que sentía que se desplomaría ahí mismo y se retorcería por media hora. La voz en su interior se había callado por el momento, pero permanecía asustada, angustiada.

—¡Mierda!— exclamó Arturo.

Entonces la brika subió la mirada, solo para encontrar más de aquellas bestias. Entre los árboles, los hoyos en el piso, las casas y los escombros, al menos unos treinta monstruos similares al primero salieron de sus escondites y se les acercaron, rodeándolos. Ya no había duda, esos eran los territi. Seres que podían atravesar timitio y resistir como si nada golpes que matarían criaturas decenas de veces más grandes que ellos. En ese momento, Érica comprendió que la voz en su interior que había estado reclamando y gritando todo ese tiempo había sido su timitio. El miedo la invadió.

—Corran— musitó.

Sus amigos se giraron hacia ella, no la habían oído bien.

—¡CORRAN!— gritó.

No había tiempo para pensar, todos dieron media vuelta y partieron a máxima velocidad. Los territi los persiguieron. Gritaban con voces de terror, como si ellos fueran las víctimas en esa situación. Corriendo en cuatro patas no tardaron en ganarles distancia.

—¡Nos alcanzarán!— anunció Liliana, aterrada.

Érica también miró hacia atrás. Contempló seriamente la posibilidad de detenerse y bloquear a los territi para darles una mejor oportunidad a sus amigos, pero antes de reunir el valor para hacerlo, Arturo salió con una propuesta.

—¡Tengo una idea!— exclamó, y no esperó a que las niñas se giraran a oírlo— ¡Todas, deténganse ahora!

Para asegurarse de que lo hicieran, agarró con fuerza a Lorina y a Érica de los hombros. Liliana se detuvo junto a él.

—¡¿Qué te pasa?! ¡Nos alcanzarán!— exclamó Lorina.

—Júntense, necesito concentrarme— indicó el chico.

Las niñas miraron hacia atrás y notaron que a los territi les quedaban pocos segundos para alcanzarlos. Ya no había cómo huir, solo podían confiar en Arturo.

De pronto, el suelo sobre el que se encontraban comenzó a moverse. Primero se concentró sobre sí mismo, compactándose hasta formar una superficie rocosa. Luego se elevó, todo el suelo en un radio de un metro y un poco más, con una profundidad de unos cincuenta centímetros.

—¡¿Qué es esto?!— exclamó Liliana.

—¡Sujétense!— les pidió el mago.

Seguidamente la plataforma se lanzó por el camino, rápida como un ave. En pocos segundos aceleró y alcanzó velocidades vertiginosas. Atravesaron las calles más rápido que un perro de carreras, alejándose poco a poco de sus perseguidores. Por un momento pensaron que se habían liberado de la amenaza de los monstruos, mas pronto notaron que más de estos se alzaban por los lados del camino y los techos de las casas, y se lanzaban hacia ellos con chillidos y zarpazos. Arturo los esquivó de la mejor forma que pudo, pero entre esto, mantener la plataforma elevada y andando, y evitar los obstáculos a su paso, calculó que no podría resistir por mucho tiempo.

—¡Necesitamos un lugar para escondernos!— les indicó al resto— ¡Lorina! ¿Se te ocurre algo?

Esta por poco chilló del susto al oír su nombre. No era una guerrera, tanto peligro en un solo día la tenía al límite de la histeria.

—¿Qué?— atinó a preguntar.

—¡Un escondite! ¿Sabes dónde hay uno?

Lorina asintió. De su respuesta dependía si sobrevivían o no, así que se concentró e intentó pensar en lo más cercano a un escondite que hubiera en ese lugar.

—La... ¡La mansión!— indicó— ¡Eso es! ¡La mansión del centro del pueblo! ¡Es el edificio más resistente que hay!

—¿En el centro del pueblo?— repitió Arturo.

—¡Sí, por allá!— Lorina apuntó colina arriba— ¡Sube hasta el final! ¡Está en la cima!

Arturo asintió e inmediatamente dirigió la plataforma hacia donde le indicaban. Subieron y subieron, a toda velocidad mientras eludían a los territi que se les lanzaban encima. Al final del camino divisaron una casa grande a lo lejos; esa era la mansión, construida en el punto más alto del pueblo. Rápidamente se le acercaron y se detuvieron a un costado. Luego se bajaron de la plataforma de roca, se dirigieron a la puerta principal y entraron, uno a uno. Finalmente Érica cerró tras de sí. Aunque estaba oscuro, tomaron todos los muebles cerca y los usaron para bloquear la entrada.

Recién entonces se dieron un momento para respirar.

—¿Creen que nos sigan?— inquirió Lorina.

Arturo se dirigió hacia una ventana rayada. A través de la oscuridad alcanzó a divisar hacia el exterior, mas no detectó movimiento. Si los territi aún los perseguían, estaban atrás por unos cuantos minutos.

—Tenemos que pensar en un plan de escape— mencionó.

—Primero tenemos que sanar el brazo de Érica— le recordó Liliana.

Arturo se giró, un tanto culpable. Había estado tan atento de los territi que se había olvidado de ella por momentos.

—Es verdad, déjame ver.

El mago se acercó a la brika para examinar su brazo, mas al hacerlo notó que se encontraba cubierto de timitio.

—Ah, qué inteligente. Usaste tu timitio para vendarlo— observó.

—Jeje ¿Verdad que es útil? También lo puedo usar para quitarme la mugre que haya entrado en la herida.

Entonces Arturo subió la mirada, extrañado.

—Yo te vi usarlo para protegerte de ese territi— le espetó— ¿Qué fue lo que pasó?

—No estoy segura, pero creo que... mi timitio se acobardó.

—¿Se acobardó?— se extrañaron Liliana y Arturo. Lorina escuchó en silencio, pues ella no sabía casi nada sobre el tema.

—El territi no lo atravesó ni lo rompió de ninguna forma— explicó la forteme— en cuanto sus dientes me tocaron el brazo, mi timitio se retractó y regresó dentro de mí— alzó su mano herida, temblorosa— Creo que... le tiene miedo a los territi, por alguna razón. No ha parado de gimotear desde que entramos en el pueblo. Ya se me está haciendo difícil aguantarlo.

Liliana y Arturo se miraron, preocupados. Claramente les faltaba preparación para enfrentar a ese pueblo lleno de territi, es más, no había forma en que el padre de Lorina siguiera vivo a esas alturas. Nadie podía sobrevivir solo por más de unas horas, mucho menos unos cuantos días. Ya no había otra opción, solo podían huir.

Sin embargo, no fueron los únicos que pensaron esto. Lorina, angustiada, se llevó una mano a la boca para evitar sollozar. Los niños se giraron hacia ella, mas no pudieron decir nada para alentarla.

—Si ni ustedes tres pueden contra ellos...— musitó— entonces padre...

Liliana extendió sus manos hacia ella, empática.

—Mi niña, lo siento tanto. Te fallamos, pero ahora tenemos que ponerte a salvo.

—Lamentablemente, no nos queda de otra— aseguró Arturo.

Lorina apretó los dientes y agachó la cabeza mientras sus ojos se humedecían.

—¡Pero padre...— sollozó— ¡¿Qué hay de padre?!

Liliana y Arturo callaron. Qué había sido de ese hombre no era difícil de suponer. Esos territi eran monstruos feroces, había cientos de ellos, quizás miles rondando por el pueblo. En eso, Érica extendió una mano hacia Lorina. Por un momento sus amigos se temieron que la agarraría por el cuello de la ropa y la sacudiría con fuerza para hacerla entrar en razón, mas en vez de eso, la mano de Érica se posó en el hombro de Lorina con cuidado y apretó con suavidad para hacerle saber que la entendía. Érica también se veía angustiada, frustrada por no poder hacer más por ella.

—No te rindas— le pidió, sorprendiéndolos a todos.

—¿Ah?

—Que no te rindas— repitió— es muy posible que tu papá esté muerto... pero no lo sabrás hasta que tú misma lo veas. No te rindas, sigue pidiendo ayuda de gente fuerte, del gobierno, de todos. Busca una manera de rescatar a tu papá, aunque todos te digan que no se puede, aunque tú misma pienses que es imposible... porque si te rindes, él ya estará perdido ¿Entiendes?

Estas palabras penetraron profundo en Lorina y la hicieron derramar lágrimas. Conmovida, abrazó a Érica y se puso a llorar.

—¡Sí, no me rendiré!— exclamó.

Liliana y Arturo se sorprendieron, pero al mismo tiempo se alegraron al notar que Érica también podía ser empática con extraños, de vez en cuando.

Se tomaron unos segundos para que Lorina se calmara. Luego se pusieron a pensar en cómo podrían salir de ahí, asumiendo que había un ejército de territi buscándolos alrededor de la mansión.

—Este edificio era la alcaldía, aunque originalmente se construyó como un fuerte por si el pueblo era invadido por monstruos— indicó Lorina— puede que haya una nave lista en el techo, si alguien no la ha usado ya.

Desde afuera habían visto que el fuerte contaba con tres pisos, nada más. Prácticamente estaban al lado de su vía de escape.

—¡Excelente! ¡Guíanos!— mandó Érica.

Lorina asintió y se adentró más en la mansión para buscar las escaleras. No recordaba cómo era por dentro, pero no podía ser muy difícil hallar la salida de arriba. Sin embargo, apenas cruzar la puerta que llevaba al salón interior, Lorina se paró en seco y pegó un grito de horror. Los niños, alerta, se apresuraron a alcanzarla.

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