27._ Lazos Fuertes como Cadenas (4/4)
Papel desapareció mientas disfrutaban de la temperatura del agua. Fir se temió que alguien pudiera haberlo aplastado sin darse cuenta, pero Érica y Liliana les explicaron que siempre desaparecía cuando le daba la gana.
Al final del día los jóvenes se fueron a acostar. El hotel les dio ropa nueva para que se pusieran mientras la que tenían Liliana y Arturo se secaba. Solo había una cama, pero también había cómodos sillones.
—Yo duermo en el sillón— se ofreció Arturo.
—No hace falta, la cama es suficientemente grande para todos— le espetó Érica.
Ambos se giraron a ella, contrariados.
—No, no hace falta— alegó Arturo.
Liliana miró a Arturo, luego de vuelta a Érica. Lo meditó un momento.
—También me gustaría que durmieras en la cama— le espetó a Arturo— ¿Hace cuánto que no pasas una noche cómodo?
—No, no, no estaría bien. No me molesta...
Pero entonces advirtió que Érica se sacaba la ropa.
—¡Érica!— exclamó Liliana.
La volvió a cubrir antes que mostrara toda la piel.
—Pero sabes que no me gusta dormir con ropa— alegó.
—¡Arturo está aquí!— protestó Liliana.
—Pero si dijo que no le importaba— reclamó Érica.
—¡Eso fue en la piscina! ¡No es necesario que te quites la ropa para dormir!
Érica se cruzó de brazos y miró a Arturo. El chico miraba al suelo, confundido.
—¿Te molestaría dormir con una chica desnuda?— le preguntó.
—¿No te molesta a ti que te vean los chicos?— inquirió de vuelta.
—Claro que no— contestó con toda seguridad— menos los amigos.
Arturo suspiró.
—Está bien. Dejémosla, Lili. Después de todo, no hace daño a nadie.
Liliana dio un paso atrás, resignada.
—Si a él no le importa, por mí está bien— musitó.
—¡Bien!— soltó Érica
Tomó a Liliana en un abrazo y dio vueltas de felicidad, luego hizo lo mismo con un sorprendido Arturo.
—¿Pero por qué te gusta estar desnuda?— quiso saber el mago.
—No lo sé, costumbre, supongo— dijo— desde que tengo memoria me saco la ropa si no hace frío.
—¿No dijiste que vivías con tu papá?— inquirió Liliana— ¿O sea que andabas por tu casa...
—Sin nada— Érica mostró dos dedos de victoria.
Liliana, roja, se llevó una mano a la mejilla.
—Distintas familias tienen distintas costumbres, me imagino— dijo al fin— lo siento, es que se me hace difícil concebirlo.
—Está bien, sé que es raro— le restó importancia Érica— mi papá era más normal, por si acaso. Él no se quitaba la ropa... excepto, ya saben, para ducharse y cosas por el estilo.
—Es bueno saberlo— musitó Liliana mientras se dirigía a la cama.
Arturo y Érica la siguieron. Los tres se sentaron con espacio de sobra. Érica se llevó una mano a la cabeza, melancólica.
—Me gustaría que lo conozcan algún día, cuando lo encontremos. Seguro les cae bien ¡Es súper chistoso!
—Ay, Érica— exclamó Liliana.
Se dirigió a ella y la tomó de una mano.
—Ya lo vamos a encontrar, no te preocupes.
Érica se extrañó.
—¿Pero no quieren buscar a sus familias antes? Digo, están mucho más al alcance— les espetó.
—Fir dijo que el proceso se iba a tardar un rato— le recordó Arturo— además, aunque las encuentren, puedo esperar un poco más.
—¡¿Qué?! Pero...
—A mí también me preocupan mis papás y mi hermana— indicó Liliana— pero siento que nuestra familia ya está asegurada. Además, hay alguien más a quien tengo que buscar.
—¿Alguien más?— se extrañaron los demás.
Liliana asintió.
—El hombre que me enseñó a robar. Volví a verlo ahora, en la prisión. Fue él quien me quitó las esposas y me enseñó a hablar con las múnimas de otras anclas. Es mi señor fantasma.
—Así que ese es tu maestro ladrón— soltó Érica.
—¿Mmm? ¿Señor fantasma?— repitió Arturo— se oye encantador.
Liliana se tapó la boca con una mano, algo avergonzada. Nunca había pensado en ir a buscar a un hombre que le gustara, mucho menos a alguien que no conocía, pero era más que eso.
—Él ha sido muy amable conmigo, es muy apuesto y gentil y caballero, pero también quiero hacer lo que él podía hacer. Dijo que era un fantasma, no como Brontes, sino como... una especie de súper hombre. También dijo que yo podía ser uno. Quiero convertirme en una fantasma, quiero tener poder en esta sociedad que lo valora tanto. No quiero que nunca más lleguen soldados de un lugar desconocido a raptarme y venderme como esclava.
Entonces notó que Érica y Arturo la miraban sorprendidos. Comprendió que casi comenzaba un discurso sin darse cuenta.
—Lo que quiero decir es... ¡Que quiero viajar contigo, Érica! ¡Sé que tendré más oportunidades de volver a verlo si me quedo a tu lado!
—Lili...— musitó Érica, anonadada.
—Yo también quiero ir contigo— indicó Arturo.
Las niñas se giraron hacia él, alegres.
—¿En serio?— soltó Érica.
—Es porque soy un mago, pero no sé nada de magia— explicó— hay ciudades y escuelas de magia. Hay gente que sabe, allá, y yo quiero aprender. Quizás a mi mamá no le guste mucho, pero no quiero regresar con ella ahora mismo... quiero viajar contigo y aprender. Con la suerte que tienes, seguro que te encuentras con la ciudad de los magos antes que con tu papá.
Érica rio, Arturo tenía razón.
—¡¿En serio me van a acompañar a buscar a mi papá?!— exclamó, conmovida.
Liliana y Arturo sonrieron.
—¡Claro!
—Somos amigos— le recordó Liliana.
—Y eres buena onda— le hizo saber Arturo.
Érica esbozó un puchero falso e hizo el ademán de sacarse una lagrimita del ojo. Estuvo a punto de agarrarlos a ambos en un abrazo, pero se paró en seco. Desde sus pechos surgieron súbitamente tres cadenas, uniéndolos a través de un triángulo. Los chicos se las quedaron mirando, perplejos.
—¿Qué...— saltó Arturo.
—¿Cadenas doradas? ¿No dijiste que estas las usaba el Encadenador?— inquirió Liliana.
—Sí.
Érica se giró para mirar sobre su hombro, pero el Encadenador no estaba por ningún lado, ni Alba ni alguno de los encadenados. Luego se volteó hacia las cadenas nuevamente y tomó una con una mano. No pesaba casi nada, estaba tibia.
Liliana y Arturo intentaron hacer lo mismo, pero sus manos solo las atravesaron.
—Fascinante— musitó Arturo.
—¿Por qué tú sí puedes tocarlas?— inquirió Liliana, algo amedrentada.
—No lo sé, seguro es algún truco del Encadenador— supuso Érica— Quizás me está vigilando de alguna forma o...
En ese momento recordó que, al conocerlos a ambos, también había visto una cadena dorada por un momento. Intentó pensar qué podía significar eso, incluso contempló la idea de que fueran encadenados, pero la descartó de inmediato. Aunque fueran fieles al Encadenador, Liliana y Arturo eran sus amigos.
Las cadenas desaparecieron tan pronto como surgieron. Los chicos se quedaron perplejos sobre la cama.
—Tengo la impresión de que averiguaremos qué es algún día— admitió Érica— ¿Pero están seguros de que quieren venir conmigo? Habrá muchos desafíos, muchos monstruos y gente loca que quiera matarnos. No sé si se habían fijado, pero soy muy buena para hacerme enemigos.
Sin embargo, Liliana se lanzó sobre ella para abrazarla y la volteó sobre su espalda. Las niñas rieron y fingieron luchar, mientras Arturo miraba hacia otro lado, algo incómodo. Entonces Érica lo tiró del brazo para que se uniera también. Le hizo una llave contra la cual él no opuso ninguna clase de resistencia. Liliana se les echó encima e intentó aplastarlos con su cuerpo, el más chico y liviano de los tres. Rieron por un buen rato. Cuando tuvieron suficiente, apagaron las luces y se fueron a dormir.
----------------------------------------
A la mañana siguiente Fir y Sikika los fueron a despedir a la sala de estar junto a la recepción del hotel.
—Disculpen de nuevo por todas las molestias— les espetó la crivía— por favor, acepten esto para sus viajes.
Les entregó un sobre blanco, que Érica recibió, curiosa.
—¿Qué es? ¿Una carta?— preguntó.
—Son nuestros gastos para el viaje— le espetó Arturo.
—¡Oh, gracias!— dijo Érica.
—¡No, es feo aceptarlo!— le susurró Liliana desde el otro lado.
—¡Muy tarde!— exclamó Fir, sonriente.
Liliana agachó la cabeza, derrotada. Pero sabía que tenía razón: ese dinero les serviría para viajar.
—Gracias— le dijo al fin.
Érica le ofreció la mano, que Fir apretó.
—Volvamos a luchar alguna otra vez— le espetó la crivía.
Érica, sorprendida, le mostró una sonrisa desafiante.
—¡Sí! Pero la próxima no usemos múnimas ni timitio, solo nosotras— le pidió.
—¡Suena estupendo!— exclamó Fir.
—A todo esto ¿Sabes dónde podemos encontrar a un lúmini?— inquirió Arturo.
—¿Un lúmini?— se extrañó Fir— No sé dónde podría haber uno... y creo que esta ciudad no tiene un centro de magia.
—¿Centro de magia?— repitió Arturo, emocionado.
—Es un edificio donde trabajan magos— explicó Sikika— suelen realizar labores investigativas, pero a veces ofrecen otros servicios, como ayuda a bomberos, guardias especiales o asesinos.
—¡¿Asesinos?!— exclamaron los tres jóvenes.
—Claro ¿No tenían asesinos en su mundo? Sirven para...
—Sí, sí sabemos qué son— la cortó Liliana— ¿Aquí son legales? No, mejor no me respondas eso.
Fir rio divertida con la reacción de Liliana. Érica y Arturo no se quitaban la sorpresa.
—Vayan a Kuhimolarg, creo que ahí había un lúmini— les dijo Sikika— aunque nunca se sabe con esos cabezones, pueden desaparecer en cualquier momento.
—Excelente, muchas gracias— les espetó Érica— hasta pronto.
—¡Hasta luego! ¡Cuídense!— se despidió Liliana.
—Nos vemos luego— dijo Arturo.
Fir y Sikika también se despidieron. Los chicos se marcharon por la entrada del hotel y se fueron al próximo terminal de buses, listos para lo que viniera.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top