25._ Liliana y Arturo (1/3)


Ambos nacieron con 24 días de diferencia el mismo año. Liliana nació primero. Sus padres siempre fueron amigos, y por lo mismo ellos se conocieron de toda la vida. Liliana siempre tuvo una gran facilidad para tratar con la gente y una sonrisa que contagiaba alegría a todo el mundo, pero también una pésima memoria y atención para los libros. Arturo, por su parte, siempre tuvo una mente aguda, increíblemente curiosa y saludablemente escéptica, aunque siempre fue callado, introvertido y algo tímido. Ambos niños aprendieron a depender del otro incluso antes de decir sus primeras palabras, para bien o para mal.

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Cuando tenían seis años, fueron una vez con su curso de primero básico al parque junto al colegio. Las profesoras les dieron varias actividades como parte del paseo: jugar a las escondidas, hacer carreras, buscar flores, cosas por el estilo. Liliana, siempre cómoda alrededor de otras personas, tomó el liderazgo del curso entero sin ningún esfuerzo y comandó a sus pares a realizar las actividades de la manera y el orden que ella gustaba. Todos los niños querían un poco de su atención y ella se las concedió lo mejor que pudo; unos querían que viera la flor que habían encontrado, otros querían saltarse las actividades y trepar árboles, otro quería cavar un hoyo con ella.

Al final llegó la hora de hacer un descanso. Las profesoras les dieron a todos su colación y les dijeron que tenían quince minutos para comer. De inmediato el curso entero rodeó a Liliana, cada niño pidiéndole comer con ellos o con su grupo para conversar. Sin embargo, ella se dio cuenta que había pasado mucho tiempo sin Arturo. Rápidamente lo buscó con la mirada y lo encontró comiendo solo bajo un árbol. Liliana entonces ignoró al resto y se fue a sentar junto a él. Este la miró, le sonrió y abrió el paquete con su colación. Liliana hizo lo mismo. Ambos comieron juntos. Más tarde, cuando se terminó el recreo y las profesoras les dijeron que hicieran parejas, Liliana y Arturo se tomaron de las manos antes que cualquiera. Varias de las amigas de Liliana fueron a pedirle armar parejas con ellas de todas maneras, pero Liliana las rechazó a todas.

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Un poco más tarde, cuando realizaban una de las actividades indicadas por las profesoras, Liliana se cayó mientras corría. Arturo fue de inmediato a ayudarla. Liliana hizo un puchero, lista para ponerse a llorar. Arturo le examinó las manos y las rodillas y las limpió con saliva.

—¿Te dolió?— le preguntó.

Liliana asintió.

—No tienes nada— le espetó el chico— piensa bien ¿De veras te dolió?

Liliana se aguantó el llanto. Arturo guardó silencio mientras ella lo pensaba. Al final la muchacha negó con la cabeza. Arturo sonrió y la ayudó a levantarse.

—¿Cómo supiste que no me dolió?— alegó ella.

—Porque sé que te asusta caerte y no te hiciste heridas ni caíste en algo duro— explicó él con su voz de niño de seis años— solo tenías susto.

Liliana se secó los ojos llorosos y sonrió.

—Bueno, vamos.

Rápidamente se giró para seguir corriendo, pero Arturo le tomó de una mano para detenerla.

—¿Qué?— alegó ella.

—Se te desamarró el cordón— le espetó Arturo— si sigues corriendo, solo vas a caerte de nuevo.

Liliana se miró las zapatillas. Tal y como decía Arturo, uno de sus cordones estaba desamarrado. Lamentablemente, ella no sabía cómo amarrarlo. Entonces miró las zapatillas de Arturo, perfectamente anudadas.

—¿Sabes cómo hacerlo tú?— le pidió.

—Sí— le contestó.

—¿Puedes hacerlo por mí? Yo no sé.

Arturo le miró las zapatillas.

—Mejor te enseño.

Liliana frunció el ceño. Para ella era fácil manipular a la gente a realizar las tareas que no le gustaban, pero Arturo siempre se resistía y trataba de enseñarle. Era odioso.

—Pero si tú sabes hacerlo ¿Por qué no lo haces y ya?— alegó ella.

—Porque no quiero hacerlo todo el tiempo.

Liliana se tomó la falda con ambas manos y se balanceó de un lado a otro en un gesto de frustración. Eso solía funcionar con los niños grandes y los adultos. Arturo suspiró, se agachó a sus pies y le desabrochó los cordones de la otra zapatilla. Ahora Liliana tenía ambas zapatillas desabrochadas.

—¡¿Qué haces?!— alegó.

—Enseñándote. Mira bien.

Liliana tuvo que aceptar que no podía obligar a Arturo a hacer lo que ella quisiera. Entonces se dio cuenta que solía ser así; él siempre estaba ahí para ella, pero en formas distintas del resto del mundo. Miró cómo Arturo le explicaba a atarse las zapatillas. Resignada, se agachó e intentó hacer lo mismo con el otro pie, pero los cordones no formaban el nudo, simplemente cayeron desatados.

—¡¿Qué está pasando?!— exclamó.

—Te estás saltando un paso— le espetó Arturo.

Le mostró otra vez, paso a paso para hacerla entender. Liliana lo intentó una segunda, tercera y sexta vez, pero no lo consiguió. Comenzó a hacer un puchero de frustración.

—¡No sirvo para esto!— exclamó al final— ¡Soy tonta! ¡Es eso!

—No, Lili, no eres tonta— le aseguró Arturo.

Quiso mostrarle cómo hacerlo de nuevo, pero Liliana separó sus manos de sus cordones en una rabieta y se sentó, cruzada de brazos. Arturo se dio cuenta de su rabia. Nunca se le había dado bien tratar con la gente, pero era un experto en Liliana y supo perfectamente qué debía hacer.

—Dejemos los cordones de lado— sugirió— ¿Qué pasó en el último episodio de la Princesa Flor?

Liliana se extrañó de la pregunta.

—¿Qué? Pero si lo vimos juntos— le recordó Liliana.

—Pero la pesada de tu hermana me molestó la mitad del episodio y nunca supe de dónde apareció el hombre pez.

—¡¿Qué?!

Liliana procedió a explicarle el capítulo entero de la serie animada que veían juntos. Unos minutos más tarde, Arturo se dio por entendido. Liliana suspiró y se puso de pie.

—¿Vamos? Tenemos que terminar la actividad.

—Antes de eso, tienes que abrochar tus zapatillas— le recordó el muchacho.

Liliana se miró nuevamente los pies, con desagrado.

—Muy bien, intentémoslo de nuevo.

—Iremos paso por paso esta vez— le espetó Arturo.

Más despacio que todas las veces anteriores, Liliana fue imitando los movimientos de Arturo uno por uno, hasta que él soltó los cordones atados. Liliana hizo lo mismo y, para su sorpresa, los cordones de su pie también estaban atados. No pudo caber en su sorpresa.

—¡No puede ser!— exclamó anonadada— ¡¿Cómo lo hiciste?!

—Te dije que podías, Lili— le espetó el chico.

Liliana lo abrazó. Luego se pusieron de pie y continuaron con su actividad.

***

Al ir creciendo, sus personalidades solo se volvieron más distantes y su relación más cercana. Arturo leyó casi todo el material disponible para matemática, física, química y astronomía, y comenzó a buscar los descubrimientos más recientes con atención. Dejó de estudiar para los ramos científicos de su colegio, dado que todo lo que pasaban sus profesores era básico para él. La única clase en la que no le iba bien era educación física. Aun así, era el chico más callado y antisocial de todo el colegio. Casi nunca iniciaba conversación con otros, pero siempre aceptaba cuando los demás le pedían explicar algo que no habían entendido de la clase. Todos comenzaron a pedirle explicaciones antes de una prueba, pero nadie se interesaba por él una vez habían terminado. Sin embargo, a él no le importaba; le gustaba entregar conocimiento aunque no hubiera un premio al final. Liliana, al notar que casi no tenía amigos además de ella, lo obligó como muchas otras veces a buscar gente: lo asignó a actividades extracurriculares y se aseguró de que compartiera con otros aunque fuera un poco. Arturo nunca le hizo problema, entendía que Liliana lo hacía por su bien, también entendía los beneficios del proceso biológico que su cuerpo activaba cuando socializaba con jóvenes de su edad, pues lo había estudiado.

Por su parte, Liliana pasó de ser la líder de su curso a una especie de celebridad dentro del colegio. Desde los cursos más grandes a los más jóvenes, chicos y chicas, todos la conocían y la querían. Era la alumna favorita de cada uno de los profesores, por mucho que lo negaran. Recibió el premio al mejor amigo cada uno de los doce años que pasó en el colegio. En el barrio la gente la saludaba, incluso de otros colegios aparecía gente que quería pasar un rato con ella. La razón de que todos la quisieran tanto se debía a que simplemente era amable, sabía manejarse y sabía presentarse como una chica interesante. A los ojos de todos aparecía como una especie de "súper chica", capaz de transformar una simple conversación en un evento trascendental y emocionante. Aun así, le iba muy mal en los estudios. Arturo la ayudaba, los profesores intentaban explicarle todo, pero Liliana tenía una horrible falta de concentración cuando la ponían en silencio frente a una prueba. Cosas aburridas como leyes matemáticas o elementos de la tabla periódica le entraban por una oreja y le salían por la otra.

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Al ir creciendo, el círculo de amistades de Liliana se expandió a pasos agigantados, mientras que el de Arturo apenas cambiaba. En sexto básico Liliana se vio rodeada en cada momento de otras personas fuera de su casa, gente que usaba su tiempo y tomaba el que compartía con Arturo.

Por su parte, el muchacho comenzó a centrarse en sus estudios extracurriculares y en los últimos descubrimientos del mundo científico. Comenzó a pasar su tiempo en bibliotecas y en su habitación, leyendo día y noche.

Sin embargo, al pasar los meses tanto Liliana como Arturo se fueron sintiendo gradualmente más angustiados, hasta el punto de pasar miserables todo el día sin saber por qué. Liliana perdió interés en sus amigos y Arturo en la ciencia. Su mundo se volvió monótono.

En ese estado, Liliana advirtió que si bien mucha gente se preocupaba por ella, ninguno le ofrecía el grado de intimidad y comodidad que necesitaba. Incluso a su hermana mayor, con quien compartía casi todo, Liliana debía hacer un pequeño esfuerzo para moldearse a ella: escucharla hablando mal de sus padres, guardando el secreto de sus cigarros, adaptarse al novio de la semana que llevaba a la casa, cosas por el estilo.

Arturo se vio más solo que nunca. Sin Liliana para impulsarlo a ver a otros, no tenía ningún incentivo. Sabía que su cuerpo necesitaba compartir con otras personas más de lo que estaba haciendo, pero realizar ese esfuerzo era un tedio enorme, quedarse a leer y aprender era mucho más atractivo aunque conocía las consecuencias.

Finalmente, los padres de Liliana los llevaron a ambos a un paseo en las montañas. El viaje fue relajante. A Liliana ni le iban ni le venían las montañas, pero le gustaba viajar de repente a lugares con vistas bellas, respirar aire fresco, esas cosas. Para Arturo era una pérdida de tiempo, pero solo tenía 12 años y los adultos mandaban sus tiempos.

Estacionaron en un parque en la falda, se prepararon y comenzaron a subir por uno de los senderos más fáciles. Ambos padres de Liliana iban contentos, pero enfrascados entre ellos. Los niños caminaron no junto al otro por costumbre. No hablaron mucho al principio, concentrados en el camino y en el paisaje a la vez, mas pronto comenzaron a acostumbrarse. Entonces se miraron el uno al otro y se dieron cuenta de algo que ninguno se esperó: el otro había cambiado. Apenas había sido un detalle que no podían nombrar, pero ambos se dieron cuenta de que algo había cambiado en sus caras.

—¿Hace cuánto que no nos juntábamos?— inquirió Liliana.

Arturo pensó en contestar con "nos vemos todos los días en el colegio", pero sabía que Liliana se refería a pasar el rato el uno con el otro.

—Mucho tiempo— dijo al fin.

Ambos guardaron silencio sin saber qué más decir. De inmediato comenzaron a reflexionar sobre su situación. Meditabundos, continuaron por el sendero un buen rato en silencio.

Liliana se puso a pensar sobre la diferencia entre Arturo y el resto de la gente. Casi todos querían hablar con ella porque era agradable y una buena compañera de conversación, todos constantemente intentaban mimarla para ganarse su aprobación: mayormente le regalaban cosas o le hacían favores. Arturo era uno de los pocos que esperaba cosas de ella, que no la trataba como a una santa, sino que como a una igual, alguien en quien se apoyaba sin vergüenza cuando tenía problemas que no podía resolver por su cuenta, y alguien a quien levantaba sin preguntar cuando la veía cayendo. Liliana no tenía esa confianza con su hermana ni con sus mejores amigas.

Arturo, por su parte, tenía menos personas en su vida con quien comparar a Liliana, pero notó que su estado emocional mejoraba enormemente con tan solo pasar un rato junto a ella; hablar, mirarla, saber que alguien dispuesto a ponerle atención estaba al alcance de su mano. Había algo muy extraño en eso, mágico.

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Después de un buen rato caminando, llegaron al primer descanso de la montaña. Ahí hicieron otra parada; almorzaron y descansaron un rato. Mientras los adultos hablaban cosas de adultos en la mesa de picnic, Liliana y Arturo se fueron a recostar contra un árbol para apreciar la vista. Ante ellos tenían un lago de árboles, cielo despejado y montañas más altas a lo lejos. Podían oler el frío silvestre en sus narices enrojecidas.

—He estado un poco cansada de otras personas— dijo Liliana— pasar el rato con amigas o con chicos ya no me parece tan divertido como antes ¿Crees que se debe a que estamos creciendo?

Arturo la miró, pensativo.

—Estar creciendo debe tener algo que ver, pero no creo que sea el factor principal— indicó— yo también me he estado sintiendo mal, a decir verdad.

—¡No!— saltó Liliana— ¿Cómo no me di cuenta? Soy una tonta.

—Yo tampoco me había dado cuenta hasta ahora— admitió el muchacho— creo que ya van unos meses así. Es como si leer se vuelve cada vez menos entretenido.

—¿Qué has estado estudiando?— inquirió Liliana.

—Campos electromagnéticos ¿Sabías que se pueden disparar misiles con electricidad? Es súper loco.

—¿Qué? Pensé que todos los misiles se disparaban así.

Arturo rio.

—No, se disparan con explosiones controladas. Los rifles electromagnéticos son distintos, pero no son muy eficientes. Se rompen con cada tiro.

Arturo pasó a explicarle a grandes rasgos cómo funcionaba. Liliana no entendió nada, pero verlo hablar sobre algo que le gustaba la hizo sentir muy cálida en su interior.

—En fin, es increíble— dijo Arturo— es como si fuera magia.

Liliana sonrió de oreja a oreja.

—Te gustan mucho las cosas que parecen magia— observó.

La cara de Arturo se iluminó con emoción.

—¡Sí! O más bien, trampas dentro del universo. Las leyes físicas simplemente están, no hay razón para que dos más dos sea cuatro, pero así es y en eso se basa la realidad. Pero de repente encuentras cosas que parecen salir de la nada como la gravedad o la luz ¿Qué son? Nadie lo sabe bien, pero son tan parte del universo como tú y yo ¡Es como si viviéramos en un cuento de hadas!

Liliana se perdió en el brillo de emoción en los ojos de Arturo mientras este hablaba tan apasionado. No solía hacerlo, incluso para ella era raro verlo así, pero le encantaba esa emoción desenfrenada por la ciencia y el conocimiento que tenía. Estaba tan ensimismada que se lo quedó mirando incluso después de que este terminó.

—¿Lili?— la llamó.

Liliana se sacudió la cabeza, sorprendida.

—Ah, disculpa, es que...— hizo una pequeña pausa antes de decirlo— extrañaba verte tan contento.

Arturo ladeó la cabeza. Algo así lo habría confundido, pero en ese caso la entendía a la perfección; él se sentía igual.

—Yo también te extrañaba— le espetó.

Ambos se miraron a los ojos largo rato, sin saber bien ni siquiera qué pensar de todo eso. Liliana se preguntó cómo debía operar, qué máscara debía ponerse para convertir esa conversación en algo ameno, como siempre hacía, pero entonces recordó que no necesitaba ocultar nada; Arturo era el único que la podía ver tal y como era. En ese contexto, intentar fingir con una actitud chistosa o elocuente no serviría en absoluto.

Liliana se acercó a él, se recostó en su hombro y lo tomó de la mano. Arturo le correspondió.

—Mis estudios no valen nada si no te tengo a ti— le espetó el chico.

—Me pasa lo mismo— admitió ella— puedo tener cientos de amigos, pero ninguno se compara contigo.

En ese momento a ambos se les ocurrió la misma idea.

—Creo que...— dijeron al mismo tiempo.

Se miraron, divertidos. Al hacerlo notaron que pensaban lo mismo.

—Nos hace mal estar separados— dijo Liliana— no deberíamos dejar de vernos.

—Formar un programa, evitar que vuelva a ocurrir— agregó Arturo.

—Me parece bien. Es una promesa, entonces.

Liliana le ofreció su mano, la cual Arturo estrechó. Ambos se sonrieron. Estaban contentos de tenerse de nuevo.

Se quedaron ahí hablando un rato más. Liliana recordó un rumor tonto que había escuchado de una de sus amigas y se lo contó, pero así como ella no entendía a Arturo cuando hablaba de ciencias, Arturo no le entendía a ella cuando hablaba de la historia de sus amigas. Liliana tuvo que explicarle toda la historia de qué amiga se había peleado con cuál otra por qué tontería y cuándo se habían reconciliado antes de volver a pelear con otra más, generando una trama más enredada que la peor de las telenovelas. Arturo se fue olvidando de todo mientras Liliana se lo contaba, pero le gustó verla desenvolverse de nuevo. No se preocupaba por sonar bien o usar palabras interesantes o usar gestos elocuentes, simplemente se expresaba continua y libremente, hasta que llegó al final de la enredada trama de la historia de sus amigas y por qué una de estas había escondido el cepillo de la otra en la mochila de una tercera. A Arturo no le importaba, pero para Liliana parecía una guerra mundial.

—¿Y al final sabes qué pasó? ¡Se rompió! ¡El maldito cepillo se rompió! Después todas se pusieron a llorar y se disculparon, y se olvidaron del tema. Por Padre, las tonterías que arman.

Miró de nuevo a Arturo. A ella tampoco le importaba mucho si sus amigas se peleaban o se querían, pues sabía que fuera lo que fuera, era un estado transitorio y que cambiaría pronto. Arturo le sonreía con cariño. Liliana sintió ganas de disculparse por hablar de cosas que no le importaban, pero de pronto no sintió la necesidad, porque él se veía feliz, de verdad feliz. Entonces se dio cuenta que ella también lo estaba. Podían contarse cualquier tontería el uno al otro, porque se querían.

Un rato después, los padres de Liliana los llamaron para continuar con el paseo.

En el colegio, Liliana pasó los siguientes días más apegada a Arturo y evitando formar grupos grandes. Por su parte, Arturo programó sus estudios alrededor del tiempo que pasaba junto a Liliana. No necesitaban interactuar directamente todo el tiempo, solo el tenerse el uno al otro era suficiente, sentir sus manos, verse reflejado en sus ojos. Se dieron cuenta que habían pasado a formar una parte del otro.

***

Ese mismo año, varias chicas de su nivel comenzaron a formar relaciones con chicos, la mayoría de uno o dos cursos superiores. Uno de los chicos le dijo a Liliana que siempre había estado enamorado de ella y le pidió ser su novia. No era la primera vez que Liliana recibía una confesión de amor, pero era la primera que tomaba en serio, todas las anteriores habían sido juegos. Ella apenas conocía al chico, así que se disculpó y le dijo que no quería ser su novia. El chico se fue llorando. Esto la dejó algo triste y en los días siguientes pensó que quizás no haría mal en aceptar su propuesta, pero entonces apareció otro chico que le confesó su amor y le pidió ser su novia. Liliana, menos alterada, volvió a rechazarlo.

Las confesiones comenzaron a hacerse eventos frecuentes. Siempre rápida observando a la gente, Liliana se dio cuenta de varios detalles que le llamaban la atención: muchos de los chicos que se le confesaban apenas habían hablado con ella. Además, muchos se frustraban y hasta se ponían a llorar. Le desagradaba verlos así, la hacía sentirse como la mala de una película animada, pero no sabía qué hacer para aliviar su dolor. Al conversar con Arturo y con su hermana mayor, ambos le dijeron que no aceptara a nadie hasta que se enamorara. Ella tenía una idea más o menos formada de eso gracias a las películas románticas, pero no estaba segura de cómo se sentía.

Finalmente, uno de los chicos que le confesó su amor fue uno del curso paralelo, un niño con quien había compartido muchas risas. Era alto, atlético y apuesto. Liliana sabía que varias de sus amigas estaban enamoradas de él. Ella nunca había perdido el sueño por este chico, pero le agradaba bastante, así que decidió aceptar.

Al día siguiente, lo primero que hicieron sus amigas fue preguntarle por todos los detalles sobre su nuevo novio: qué le había dicho, qué le había respondido ella, qué habían hecho después y todo lo demás. Liliana no se sintió muy a gusto con tal interrogación, así que les hizo un resumen corto. Su novio comenzó a frecuentarla más desde ese día; iba a verla a la sala, la invitaba a pasear y a caminar, a su casa y a hacer cosas divertidas.

Pasaron así varias semanas, pero cierto día el chico se dio cuenta que Liliana pasaba mucho de su tiempo con Arturo, incluso más que con él.

—Oye, Lili— le dijo, una vez que estaban tomando helado en una plaza— ¿Por qué pasas tanto tiempo con Arturo? ¿Es más divertido que yo?

Liliana arqueó una ceja, extrañada.

—¿A qué te refieres?— alegó.

—Es que yo soy tu novio ¿No? ¿No deberías querer estar más rato conmigo que con él?

Liliana lo pensó un momento. Lo que decía su novio era razonable.

—¿Crees que debería... verlo menos?— inquirió.

—No, no, es que a veces siento que lo quieres más que a mí— le espetó el chico.

Liliana abrió la boca para responderle que claro que sí, era Arturo, lo quería más que a nadie en el mundo, pero se detuvo antes de lanzar esa bomba. Se dio cuenta que a pesar de tener novio, Arturo seguía siendo la persona más importante en su vida. Tan solo pensar en Arturo la ponía contenta, mientras que su novio solo a veces la hacía sentir feliz. Pero ella no iba a admitir algo así de momento. Le gustaba esa relación, quería tenerlo, así que lo tomó de un brazo, apoyó su cabeza en su hombro y se quedó ahí un rato. Sabía exactamente cuán nervioso lo ponía que ella lo tocara de esa forma, sabía precisamente cómo operaba su mente y que con solo ese gesto ya la había perdonado.

—Es distinto— le espetó— estoy acostumbrada a él, lo conozco de toda la vida, pero a ti te quiero como ni novio.

Se sintió un poco mal al ver el alivio en su cara. No le mentía que a él lo quería más "de esa forma", pero el estatus de novio no se comparaba con lo que sentía por Arturo.

De esa manera consiguió mantener su relación varios meses. Pasaron al año siguiente juntos, pero el chico gracioso no pudo aguantar más el amor de Liliana con su mejor amigo. Terminaron y decidieron continuar siendo amigos.

En séptimo básico, cierto día Liliana le preguntó a Arturo si quería ser su novio. Él levantó la mirada desde su libro, sorprendido. No solía sorprenderse con lo que le decía ella. Se rascó la cabeza, lo pensó un poco.

—¿Eso significa que tendremos que besarnos?— alegó.

Liliana se encogió de hombros.

—Supongo.

—Aún no me interesan esas cosas. Pregúntame en dos años, seguro voy a estar loco buscando chicas.

—¿A qué te refieres?

—Estamos en la edad en que nuestros cuerpos crecen, mayormente por un cambio hormonal. También cambiarán las maneras en que pensamos y nuestros gustos. En dos años más nuestro lívido estará por las nubes y seguramente me gustarán los besos y esas tonterías. Por ahora no me interesa dejar de ser niño.

—Pero mi ex y yo nos besábamos... a veces— alegó Liliana.

—Porque las niñas maduran antes que los hombres— le espetó Arturo— él también debió comenzar su adolescencia de forma prematura.

Liliana entendió la mitad de lo que le dijo, pero no le importó. Arturo no quería, punto. Ella misma se sintió un poco aliviada, pues no estaba segura de cómo habría tenido que comportarse si su relación con Arturo llegaba a cambiar de un día para otro.

Séptimo básico llegó y se fue rápido. Después de un tiempo Liliana eligió a otro novio de entre la multitud de chicos locos por ella. Esta vez fue mucho más cuidadosa de mantener su relación con Arturo escondida de él. Duró casi un año con este segundo muchacho, pero lo dejó cuando este comenzó a demandar más tiempo para él que para todo el resto. Liliana era una chica muy solicitada, después de todo. No mucho después, encontró a un tercero.

Entonces, cuando tenían quince años, notó algo que le llamó la atención: vio a Arturo hablando animadamente con una chica de su taller de química. Liliana sabía que esa chica era muy lista y quizás lo más cercano a una competencia que Arturo podía tener en el colegio, sabía que él la encontraba linda, pero nunca hizo la conexión de que pudieran volverse una pareja hasta ese momento. La siguiente vez que se encontró a solas con su amigo, le preguntó sobre el tema.

—Es linda ¿Te gusta?

Arturo lo meditó un momento. Al final se encogió de hombros. Liliana lo miró con una mueca de superioridad.

—Recuerdo que dijiste que a esta edad estarías loco persiguiendo chicas— le espetó.

Arturo sonrió.

—¿Yo dije eso? Vaya, debí haberme quedado callado.

—Dime si quieres intentar algo con ella. Sé cómo conquistarla.

Arturo la miró, desconcertado.

—¿Conquistarla?— se extrañó.

Liliana asintió.

—Es una chica algo excéntrica, pero sigue siendo una chica como todas las demás. Sé lo que quiere, se le nota en la mirada. Está interesada en ti, pero no está segura.

—¡¿Qué?!— exclamó Arturo.

El chico se puso rojo de repente. Liliana sonrió de oreja a oreja, divertida de verlo así.

—¡Entonces también te interesa!— le espetó.

Arturo se refugió mirando al suelo, avergonzado.

—¡No, no es lo que parece!

—Está bien, es lo que tú mismo dijiste: nuestro cuerpo y nuestros gustos cambian. Ahora eres un Arturo que le gustan los libros Y las chicas, es todo.

El muchacho suspiró, aceptando la lógica de Liliana.

—¿En serio sabes cómo... conquistara? Digo ¿Sabes cómo puedo hacer yo para...

—Por supuesto— Liliana plasmó una mano abierta contra su pecho— déjamelo a mí. En una semana va a ser tu novia.

—¡¿Una semana?!— exclamó, sin poder creerlo.

—Pero dame un rato para escribir, tendrás que comenzar mañana.

—¿Escribir? ¿Qué vas a escribir?

—Tus instrucciones ¿O qué? ¿Esperabas que te diera consejos?

—¿Instrucciones? ¿Qué tan específicas son?

Liliana meditó un momento.

—¿Palabra por palabra?

—¡¿Qué?! ¿Te refieres palabra por palabra a lo que voy a decir?

—No, no creo que sea necesario. Será mejor frase por frase. Te daré oportunidad de moldearte a la situación. Tampoco funcionaría si terminan juntos y luego se da cuenta que eres completamente distinto.

Arturo se llevó una mano a la cara.

—¡Voy a tener una novia!— exclamó.

Liliana se extrañó de lo emocionado que se veía. Quiso preguntarle por qué no le había dicho nada a ella de querer una novia, pero entonces recordó que había estado con su último novio por un buen tiempo. Terminar con él para ser la novia de Arturo habría sido muy descortés, y ninguno de los dos se habría sentido cómodo con eso. Se preguntó si Arturo había pensado en todo eso o simplemente no se le había pasado por la cabeza que ella y él podían formar una pareja.

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Al día siguiente Liliana le pasó una nota. Él la miró anonadado: las instrucciones para conquistar a una chica. Aun con todo su conocimiento no podía creer que existiera algo tan poderoso.

—Ahora memoriza las instrucciones, ella no debería verte con ese papel.

Arturo leyó rápido una sola vez.

—Listo.

Liliana le tendió la mano y Arturo le pasó el papel. Liliana lo rompió en varios pedazos y se lo guardó en el bolsillo de la falda.

—Bien. Ahora ve ¡Suerte!

—Gracias, Lili.

Ambos se abrazaron y Arturo se fue a la sala del taller. Las instrucciones de Lili eran muy estrictas, pero simples.

"Sonríe"

"Mírala de pies a cabeza"

"Dile que hoy se ve bonita"

"Actúa normal hasta mañana"

"En el segundo recreo invítala a comprarle algo en el kiosko"

"Dile que espere frente al kiosko, tú vas y le compras lo que quiere, dáselo sin dejar de sonreírle"

"Al final del día, dile que tienes ganas de ir al Parque Fantástico con alguien y que te gustaría que fuera ella"

"Si dice que no quiere, dile que no importa y pasa al plan B"...

Arturo hizo lo que decían las instrucciones. La última le decía que debía decirle a la chica que la quería y le gustaría tener algo con ella. Se sintió nervioso cuando se lo propuso, pero ella aceptó, contenta. Arturo no lo podía creer; en seis días había conseguido una novia, todo gracias a Liliana.

Esta lo guio en la manera general en que debía comportarse y qué cosas podían hacer como novios. Su relación fue bastante bien y pronto Arturo aprendió lo básico para hacerlo él solo.

Cierto día, luego de cinco meses, su novia lo paró y le preguntó por qué era tan cercano a Liliana, la afamada "santa" del colegio, como la llamaban a veces.

—Es mi mejor amiga, siempre lo hemos sido.

Su novia se había temido eso desde hacía un tiempo, Arturo no se esforzaba en esconderlo, tampoco. La chica continuó interrogándolo y poco a poco se dio cuenta que el lazo entre Liliana y Arturo era mucho más grande que cualquier otra cosa para él. Al final le preguntó a quién quería más, a Liliana o a ella. Arturo no podía mentir.

—Lili— confesó sin inmutarse— pase lo que pase, aunque nos separen el tiempo y el espacio, incluso si intentara hacerme daño, siempre la elegiré a ella... pero a ti te quiero, también.

—¡Se acabó! ¡Terminamos!— exclamó la muchacha.

Así Arturo volvió a ser soltero. Se puso un poco triste, pero no tanto como para llorar. Después de todo, tenía a Liliana.

***

Liliana y Arturo siempre fueron amigos, los mejores amigos. Aunque tuvieran cosas que hacer, aunque uno tuviera pareja, siempre se juntaban y pasaban el mayor tiempo posible el uno con el otro. Arturo no le pedía nada a Liliana, no se quedaba embelesado con su belleza como la mayoría de los chicos ni se ponía nervioso porque ella le hablara. Liliana podía dejar de ser la niña perfecta y santa que todos querían que fuera y podía ser ella misma o incluso peor. Estando con él, hacía cosas que no se atrevía a hacer con nadie más, ni siquiera con su hermana mayor o sus padres: si quería, podía sentarse con las piernas abiertas, incluso si llevaba falda. Podía depilarse frente a él, podía probarse calzones y sostenes y preguntar su opinión sin cohibirse. Se habían bañado juntos de niños muchas veces, habían crecido mirándose desnudos, sabía que Arturo no iba a pensar nada raro mirándola. Liliana incluso se podía tirar peos junto a él. Se sentía tan en confianza con él como cuando estaba sola.

Para Arturo era igual. A veces se cansaba de la gente, se cansaba de no poder leer la situación y se iba a refugiar con Liliana. Con ella no podía hablar de ecuaciones complicadas ni problemas de física que lo mantenían despierto por las noches, pero no importaba. Los temas de conversación perdían significado cuando estaban los dos juntos. Hablaban de lo que les ocurría a ambos, de sus sentimientos, de los problemas del otro. Arturo tenía otros amigos, pero ninguno se comparaba con Liliana.

Cierto día, cuando ambos tenían 16, estaban de picnic, ambos solos. Hacía pocos días Liliana había terminado con su pareja y Arturo no encontró a nadie que le llamara la atención después de su primera novia. Mientras conversaban, se dieron cuenta que a ninguno de los dos les importaba demasiado. Era triste para ambos, pero no tanto. Ninguno nunca había llorado por romper con alguien, no habían perdido el sueño ni habían tratado de evitar a sus exes, aunque a veces estos intentaban evitarlos a ellos. Conversaron y discutieron sobre este tema, curiosos, hasta que Liliana dio con una posibilidad.

—Nos tenemos el uno al otro— dijo, aún sorprendida de pensarlo— ¡Claro! No necesitamos tanto a otra persona en nuestras vidas, porque ya tenemos un hueco emocional lleno.

—Eso...— Arturo lo pensó un momento— explica muchas cosas.

—Pero tiene sentido ¿No?

—Definitivamente.

Ambos se miraron, sorprendidos.

—¿Y si...— inquirió Liliana— ¿Y si...

Arturo ya sabía a dónde iba con eso. La conocía muy bien y casi podía leer su mente, pero aun así no podía creérselo.

—¿Y si nosotros... somos pareja?— terminó Liliana, un poquito ruborizada.

Arturo se la quedó mirando, paralizado por un momento.

—Podría... podría funcionar.

Liliana se encogió de hombros.

—Ya nos amamos.

Nunca hubo discusión al respecto, pero escucharlo se sintió raro. Arturo no pensó ponerlo en palabras. Liliana también lo sintió como algo raro, como un tabú olvidado.

—Nos amamos más que a cualquier pareja anterior— aseguró Arturo.

Ambos pensaron que en esa situación sería normal estar nervioso, pero no lo estaban tanto. Quizás porque solo ellos dos estaban ahí. Curiosos, levantaron las cejas y se miraron el uno al otro.

—¿Quieres intentarlo?— le preguntó Arturo.

—Ah... claro.

Ambos se alzaron sobre la mesa de picnic y se encontraron al centro para darse un beso. No fue nada apasionado como en las películas, solo probar sus labios. Después de dos segundos, se separaron y se miraron. Recién entonces comenzaron a pensar en todo lo que significaría ser una pareja; recordaron los buenos y malos momentos que habían pasado con sus novios, en las peleas que conllevaba una relación así, en lo poco que esas relaciones habían significado hasta ese momento. Un repentino miedo se apoderó de ellos: el miedo de perder al otro como habían perdido a sus antiguas parejas.

—Creo que...— dijeron al mismo tiempo.

Hicieron un gesto para que el otro continuara, también al mismo tiempo. Luego sonrieron. Comprendieron que, más que una excusa, sería mejor que fueran sinceros el uno con el otro.

—Creo que no seríamos buenos novios— confesó Liliana.

Se sentaron de nuevo.

—Concuerdo— dijo Arturo

—¡Pero no es que besaras mal!— se apresuró a apuntar Liliana.

—Tú tampoco, para nada.

Ambos se miraron. Notaron al otro ligeramente confundido y ansioso, y volvieron a sonreír.

—Me agradan las chicas con las que salgo— se explicó Arturo— pero no me aproblema perderlas... contigo es distinto.

Liliana asintió.

—Todos los chicos con los que salgo son unos amores, pero si te perdiera a ti... sería como morir.

Hicieron una pausa, meditabundos. Volvieron a mirarse, contentos de tener a su amigo aún ahí, frente a sí.

—Entonces no cambiemos nuestra relación— propuso Arturo.

Liliana asintió, satisfecha. Sin importar lo que pasara, se tendrían mutuamente. Eso era lo que más importaba en la vida.

—¿Pero qué somos?— inquirió ella— porque te quiero más que a cualquier novio.

—Eso me preguntaba. Es raro referirse a otra persona como "más que amigos" cuando un amigo es lo más importante que tenemos.

—¡Sí, definitivamente!

—Se me ocurren algunos términos, pero no servirían mucho si los mencionamos con otras personas. Si inventamos un término, tendríamos que andar explicándoselo a todo el que lo oye. Sería agotador y pronto terminaríamos regresando a lo que somos.

Liliana se irguió.

—Mejores amigos, entonces.

—O solo amigos. Tampoco me interesa explicar los detalles de nuestra relación a gente que no le incumbe.

Liliana suspiró.

—Amigos para todo el mundo. Mejores amigos para las parejas. Entre nosotros...

Liliana estiró las manos sobre la mesa, Arturo las sujetó inmediatamente. Cruzaron los dedos, comenzaron a bailar sobre los tablones viejos mientras pensaban.

—Yotro— aventuró el chico.

—¿Eh?

—Yotro, como...

—¡Yo y Otro! ¡Claro!— exclamó Lili— ¡Qué buena idea!

Arturo ni siquiera necesitaba explicarlo, pero la idea iba más o menos porque ambos eran tanto o más importantes para el otro como sí mismos. Por ende, eran un "otro yo". Combinándolas: Yotro.

Ambos sonrieron. Luego se fijaron en la caja que habían llevado con todas las cosas para el picnic. Liliana sacó un juego de mesa que les gustaba a ambos y se pusieron a jugar.

Pasara lo que pasara, mientras estuvieran los dos juntos, todo estaría bien.

***

El resto de sus vidas escolares las pasaron bien, felices con su compañía mutua. Arturo consiguió una novia él solo y le duró un poco más que la primera, mientras que Liliana fue pasando de un novio a otro queriéndolos a todos, pero sin apegarse tanto como ellos esperaban.

Finalmente terminaron el colegio. Liliana y sus amigas lloraron durante la ceremonia. A Arturo no le importó mucho separarse de sus amigos, pero le gustó ser condecorado por excelencia académica.

Durante el verano se entretuvieron y se distrajeron, pensando que a partir de marzo comenzarían la universidad. Arturo siempre había querido convertirse en un científico investigador, alguien en la vanguardia de la ciencia, dedicarse a resolver los misterios del mundo. Liliana, por su parte, siempre supo que tenía madera para presidenta, así que se metió a leyes. Los últimos dos años de colegio fueron un infierno para ella, pero al final consiguió ingresar a su tercera opción de universidad, apenas.

Fue el primer año que vivieron separados, pero organizaron bien sus tiempos y dejaron al menos un día a la semana para pasarlo juntos.

Cierto viernes, Arturo salió de su última clase. De inmediato se dirigió a la parada de buses para marchar a su casa, donde se juntaría con Liliana. Esa había sido una semana especialmente ocupada, así que estaba ansioso por llegar y verla. Sus hermanos y su mamá también, pero sobre todo Liliana, su linda y dulce yotra. En poco tiempo pasó el bus que necesitaba, se subió y partió. Sin embargo, no mucho después se encontraron con un horrible taco que los dejó parados más de una hora. La gente esperó aburrida en el bus, callada. De pronto el chofer subió el volumen de la radio. Arturo, extrañado, se puso a escuchar. El locutor hablaba sobre un hoyo enorme junto a la plaza central, seres grandes y rojos, una invasión militar. Entonces, varias filas de seres rojos en armadura aparecieron desde las veredas y entre los autos. Los seres rojos, armados con lo que parecían armas de fuego, comenzaron a apuntar a las personas dentro de los autos y a llevárselos con una mano como si fueran sacos de harina. Las personas dentro del bus intentaron salir, pero los soldados rojos los pillaron. Uno agarró a Arturo y se lo echó al hombro. El muchacho advirtió cuernos en la cabeza del soldado.

—¿Qué está pasando?— alegó— ¿Quiénes son ustedes?

—Cállate o yo te callo— le espetó el soldado.

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Al mismo tiempo, Liliana se dirigía a su casa desde su universidad. Tomó el metro como todos los viernes en la tarde, pero de pronto, al surgir en la siguiente estación, las puertas se abrieron para no volver a cerrarse. Un montón de soldados rojos aparecieron, sacaron a todos los pasajeros y los obligaron a ir con ellos a la superficie. El hombre frente a Liliana se resistió: se soltó de los brazos del ser rojo e intentó agarrar su rifle, pero el soldado lo botó al piso de un golpe seco y le mandó un pisotón a la cabeza. La sangre saltó a todas partes, el hombre murió en el acto. Liliana gritó, luego se desmayó.

Cuando volvió a despertar ya no se encontraba en su mundo.

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