23._ Aquellos que Comprenden el Universo (1/4)


Jonás era un joven erudito con toda una vida por delante. Sus padres pertenecían a la nobleza en su mundo y habían pagado mucho por su educación en Nudo. Mejor aun, hacía poco tiempo le habían permitido comprar otro esclavo para asistirlo mientras él ocupaba su tiempo en estudiar y aprender la difícil disciplina de la magia.

Así que, por azares del destino, se encontró de repente en el único centro de esclavos que albergaba a los humanos del nuevo mundo recién descubierto: Madre. No es que le interesara especialmente el nuevo mundo, pero se encontraba por ahí cerca cuando recibió la noticia de que podía comprar otro esclavo y no había otro centro en el camino de ahí hasta la ciudad a la que iba a estudiar: Luscus. Si quería un esclavo que lo ayudara con su viaje, no tenía otra opción.

En el centro de esclavos fue escoltado por los guardias nonis hasta las celdas comunes, en donde tenían encerrados a los hombres sanos. Las celdas eran grandes y contenían a mucha gente adentro, pero no eran especialmente crueles ni sádicas; había espacio de sobra para que todos se acostaran, sillas de más y hasta un baño. Ese era el estándar y todos los centros de esclavos debían seguirlo.

Jonás se quedó mirando a los hombres dentro de la celda. Como siempre, algunos fueron directo hacia él y le pidieron recogerlos. Unos lo amenazaron, otros le rogaron con lágrimas en los ojos, pero Jonás ya estaba acostumbrado a ver ese tipo de personas en los centros de esclavos. Ninguno de ellos buscaba servirle, sino una oportunidad de huir. No, no quería gastar dinero en alguien para liberarlo, él quería un sirviente fiel, así que hizo que los guardias alejaran a esos primeros hombres para mirar al resto que se había quedado atrás. Había de casi todos tipos: grandes y chicos, flacos y obesos, desde niños de doce años hasta ancianos de setenta.

Jonás era un joven culto, con suficiente empatía para comprender que un mundo recién descubierto tendría una población que probablemente no sabía nada del universo exterior, nada sobre la extensa red de mundos en la que los seres civilizados como él vivían. No, nada de eso. Para ellos, las últimas semanas seguramente habrían sido muy confusas.

El muchacho pasó su mirada varias veces por el grupo de gente, examinando los detalles en sus caras y cuerpos ¿Qué quería? No se lo había preguntado hasta el momento, pero si tuviera que elegir, y lo tenía que hacer, supuso que no querría comprar a un chiquillo a quien tuviera que enseñarle todo sobre la vida, ni a un anciano que se le moriría en un par de años. No, nadie mucho mayor que él, pues quería establecer rápidamente la línea de mando y cabía la posibilidad de que esos hombres tuvieran ideas jerárquicas relacionadas con la edad, como muchas sociedades primitivas. No, mejor alguien de más o menos su edad, joven como él.

Lamentablemente, no quedaban muchos de esos; los esclavos más sanos y aptos para el trabajo eran los que más rápido se vendían. En esa celda únicamente quedaban dos jóvenes; un chiquillo grande y gordo, pero uno de ese tamaño seguramente comería mucho y trabajaría poco. Jonás miró al otro, un muchacho flaco, de ojos cansados y con una ligera expresión de molestia en la cara. No le agradó esa expresión, pero qué rayos, era lo mejor que había en ese momento y él no tenía tiempo de esperar al mes siguiente para que llegaran los nuevos esclavos.

—Me lo llevo a él— lo indicó con el dedo.

Los guardias se le acercaron y lo condujeron hacia la salida, donde Jonás lo esperaba. Cuando se tuvieron frente a frente, cada uno examinó al otro sin hacerse muchas ilusiones. Jonás abrió la boca para preguntarle su nombre, pero el chico se le adelantó.

—¿Por qué yo?— inquirió.

—¿Qué?

—¿Por qué me elegiste a mí?

Jonás levantó el mentón unos cuantos grados, ligeramente molesto de que lo primero que hiciera ese esclavo fuera cuestionarle sus decisiones.

—Eso no importa, eres mi esclavo ahora.

—Bueno.

—Harás lo que yo te diga, sin berrinches.

—Ahá.

—Desde ahora eres una herramienta, un objeto que puedo usar como me venga en gana.

El chico asintió. Jonás se lo quedó mirando aún más irritado.

—¿Escuchaste lo que te dije?

—Sí. Soy tu esclavo y tu propiedad— contestó indiferente.

No estaba acostumbrado a que los esclavos tomaran tan bien su falta de libertad. Los nuevos generalmente se echaban a llorar o intentaban atacar a su nuevo dueño, mientras que los que ya estaban acostumbrados cargaban con una postura ligeramente encorvada y hablaban despacio, faltos de toda esperanza de cambiar esa vida miserable. Sin embargo, al chico no parecía importarle nada.

—¿Cómo te llamas, esclavo?

—Arturo.

Dudó un momento, pero al final le tendió la mano a Jonás, quien la ignoró completamente.

—Sígueme— le dijo Jonás a Arturo, y así hizo.

Salieron del centro de esclavos y emprendieron el viaje de inmediato hacia Luscus, la ciudad en donde actualmente residía Jonás y donde estudiaba. Este le dio comida y ropa a Arturo. Luego partieron hacia la estación de trenes y se sentaron a esperar a que el suyo apareciera para abordar. Para su fortuna, la estación no tenía mucha gente.

Jonás se sentó en uno de los muchos puestos vacíos, al final de una fila de asientos. Arturo intentó sentarse en el que tenía al lado, pero su amo lo detuvo con un gesto de mano.

—Tú no te puedes sentar ahí— le indicó— eres un esclavo, se vería feo. Siéntate aquí, en el suelo.

Jonás le señaló el espacio a su otro lado, donde no había nada. Arturo sintió algo de pena por no poder volver a reposar en uno de esos asientos, pero se tragó esos pensamientos y se dirigió a donde Jonás le indicaba. Al hacerlo se dio cuenta que este había escogido tal lugar precisamente para darle ese espacio a él, aunque no supo si este gesto era bondadoso o vil.

Estuvieron esperando ahí un buen rato, que Jonás aprovechó para contarle a Arturo quién era él y qué tendría que hacer en su trabajo de esclavo.

—Soy un aprendiz— explicó— estoy estudiando para ser un mago algún día.

—¿Un mago?

—Así es. Ustedes no tenían magos allá en su mundo ¿O sí?

—Sí, pero solo era gente que hacía trucos visuales.

—Ah, así que charlatanes— dijo Jonás, divertido con el pensamiento— Sí, también los hay en Nudo y en varios mundos, pero los magos de verdad son otra cosa. Un mago de verdad puede usar magia, literalmente modificar el mundo que le rodea ¿No es fascinante?

A Arturo no le agradó que Jonás tratara de charlatanes a los magos de su mundo, ciertamente le encantaban los actos de magia y las ilusiones que podían hacer, pero se guardó su opinión, pues supuso que un esclavo no debía darla a menos que se la pidieran.

—¿Cómo es eso de modificar el mundo?— preguntó.

—Pues... modificarlo, con la mente. Por ejemplo, un mago puede levantar a un vaso sin tocarlo o generar corrientes de aire con un movimiento de los dedos.

Esto despertó la curiosidad de Arturo, un aspecto de él que Jonás no conocía. Inmediatamente surgieron miles de preguntas en su cabeza, tantas que la primera se salió por presión.

—¿Y cómo pueden hacer eso?— inquirió el esclavo.

Jonás le sonrió, contento de hablar con alguien ignorante y con interés en un tema que él manejaba, más o menos.

—Quizás es muy complicado para que alguien con tu primitiva capacidad de razonamiento lo comprenda, mi joven esclavo, pero es algo así— levantó las manos para ayudarse en su explicación— tú tienes una mente ¿No? Esa mente está en tu cabeza... pero esa no es toda tu mente. Una parte de esta mente también se encuentra en planos distintos, paralelos, zonas de la realidad a las que pertenecemos, pero que no podemos percibir. Es a través de estos planos paralelos que técnicamente alguien puede extender su mente hacia las cosas a su alrededor y moverlas.

Arturo abrió mucho los ojos. Para su sorpresa, lo que Jonás decía tenía algo de sentido.

—Pero no cualquiera puede hacerlo— le advirtió, frenando su emoción— Primero se necesita de una inteligencia remarcable, y aun con eso, se debe pasar por mucho entrenamiento mental. Solo entonces tu mente puede comenzar a abrirse, poco a poco. La magia es una disciplina que requiere mucho estudio y dedicación.

—Increíble... ¿Qué es eso de abrir la mente?— quiso saber Arturo.

—Es cuando consigues manejar a voluntad las extensiones de tu mente. Es decir, el fenómeno de tomar control sobre la realidad misma, de convertirte en un mago. Eso seré yo.

—¿Cómo es que un montón de estudio te prepara para ser un mago?— inquirió Arturo.

—Haces muchas preguntas— alegó Jonás— pero está bien, es natural que seas ignorante. Después de todo, vienes de una cultura primitiva e incivilizada. La gente necesita estudiar mucho porque la magia no es algo propio de nuestro nivel de inteligencia, sino que de seres superiores: los lúmini. Ellos nos entregaron el don de la magia y aún hoy en día se lo siguen entregando a muchos aspirantes capaces de aguantarlo. Pero eso solo lo consiguen algunos genios afortunados. Todo el resto debemos estudiar duro para recibir la magia.

—¿Los lúminis?— repitió Arturo, fascinado con la explicación de Jonás.

—Como dije, son criaturas superiores. Nosotros tenemos una inteligencia de nivel 9, junto con varias otras especies, como los nonis, muy a mi pesar— dijo esto despacio, para que la gente alrededor no lo oyera— pero los lúminis son superiores, son de nivel 10. Ellos conocen secretos del Universo que los de nivel 9 jamás podríamos comprender. Pueden ver la realidad de formas distintas y manipularla a su voluntad, aunque suelen ser muy bondadosos.

Arturo no dejaba de mirar a su amo con sorpresa.

—¿Entonces estos lúmini pueden abrir las mentes de las personas? ¿Cómo sabes si estás preparado? ¿Qué pasa si abren la mente de alguien que no lo está?

Jonás agitó su mano e hizo una expresión en la cara de haber chupado un limón.

—Eso no importa, yo estudiaré y me volveré un mago reconocido por mi cuenta. Quería que te hicieras una idea, los esclavos que no saben en qué están sus amos son vergonzosos ¿No pasa eso en tu mundo?

Arturo negó con la cabeza.

—No hay esclavos en mi mundo, al menos no son legales.

—Oh, qué raro— opinó Jonás— ¿Y qué hace la gente sin esclavos?

Arturo primero se extrañó de este comentario. Luego abrió la boca para explicarle los sistemas de gobierno de Madre, pero su amo lo cortó de inmediato.

—No importa, después de todo, tu gente ya le pertenece a personas civilizadas de Nudo. Enfócate en mí. Tu objetivo en la vida ahora es que yo me sienta cómodo para estudiar y algún día ser un mago ¿Entendido?

Arturo no solía enojarse, pero en ese momento sintió desagrado por la forma en que Jonás menospreciaba a la gente de su mundo. Mas sabía que no lograría nada alegando, así que asintió con la cabeza en silencio.

Pronto su tren estuvo listo y los pasajeros comenzaron a abordar. Jonás llevó a Arturo a un vagón de por atrás, con asientos chicos y de varias ventanas del tamaño de un ojo, para que solo entrara la luz. Era uno de los vagones de esclavos. El chico se subió y se apretó entre un humano gordo y un noni. De ahí en adelante su vida estaría llena de incomodidades, solo esperaba acostumbrarse rápido.

Desde su asiento tuvo que esperar a que el resto de los esclavos como él subiera y se acomodara. Al final dos guardias con rifles láser se plantaron en la entrada a esperar. El espacio rápidamente se calentó por la densidad de gente, el chico sintió sus mejillas ruborizándose. Media hora más tarde, el tren dio unas cuantas sacudidas y comenzó a moverse.

El calor no se iba, había poca luz y no tenían más respaldo que las paredes. El cuerpo comenzó a dolerle por mantenerlo en una sola posición, pero cambiarse resultaba increíblemente difícil en un espacio tan apretado. El sudor y los olores corporales tampoco ayudaban.

Aun así, el chico se encontraba optimista, o mejor dicho, estaba suficientemente distraído para no molestarse con estos detalles. Su previa conversación con Jonás lo tenía intrigado. Sonaba como un cuento de fantasía. Arturo no podía esperar a ver a uno de estos magos y bombardearlo a preguntas: ¿Cómo estaba su mente conectada con las cosas a su alrededor? ¿De dónde sacaba la energía para hacerlo? ¿Hasta qué tamaño podía modificar sus alrededores? ¿Podía cambiar la composición de átomos de un elemento? ¿Podía mover montañas y ríos enteros? ¿Y qué pasaba si dos magos intentaban hacer exactamente lo contrario al mismo tiempo? ¿Cómo se aplicaba la magia a las tareas diarias? Las preguntas aparecían constantemente y no dejaban su cabeza tranquila. Se vio en la necesidad de tomar papel y lápiz para anotarlas, pero era un esclavo, con suerte tenía la ropa que Jonás le había comprado y ni siquiera eso era suyo.

El tren recorrió varios terrenos; gran parte del desierto, unas cuantas montañas, grandes valles cubiertos de nada más que tierra. Era un tren común de pasajeros de Nudo, flotaba a una altura de entre 72 y 164 cm sobre las vías en la superficie y contaba con un sistema de cañones de defensa para eliminar a los monstruos que se le acercaran.

Era un viaje como cualquier otro, sin problemas. Los esclavos iban tranquilos y apretados en sus vagones, los clientes estaban cómodos en sus puestos, algunos durmiendo, otros bebiendo su bebida de preferencia. Al frente del primer vagón, los dos conductores conversaban sobre distintos modelos de zapatos, cuando de repente notaron algo raro en el camino: cerca de los rieles en su camino, a pocos metros por la derecha había un enorme precipicio.

—Eso es nuevo— comentó el conductor jefe.

—¿Cree que el terreno sea inestable?— inquirió su asistente.

El conductor jefe lo pensó un momento.

—No, he manejado por esta área por años. El punto más cercano del precipicio a las vías siempre ha estado unos veinte o treinta metros más lejos.

—¿Entonces qué ocurrió?— inquirió el asistente.

El conductor jefe meditó un momento, intentando llegar a una solución. El tren se acercó a las vías junto al precipicio, pero aun estaban sobre tierra. Sabía que no debería haber problema si simplemente pasaban. Aun así aminoró la velocidad. Entonces recordó a una de las bestias más particulares.

—¡Mierda!— exclamó.

A toda prisa estiró una mano hacia la palanca de freno y la tiró. El tren desaceleró con un tirón y mandó a varios pasajeros al suelo.

—¡¿Qué hace?!— alegó el asistente.

El conductor jefe abrió la boca para contestar, pero entonces el tren pasó por el punto más cercano al precipicio. Al mismo tiempo, una manada de monstruos peludos y grandotes emergieron de la tierra al otro lado, se arrojaron sobre el tren y lo embistieron. Apenas lograron mover el vehículo un poco. Sin embargo, detrás de ellos surgió un monstruo mucho más grande y robusto, de unos siete metros de alto. El monstruo enorme corrió hacia el tren y lo empujó con su enorme fuerza. El tren se salió de las vías, rodó hacia un lado y cayó directo al precipicio.

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