21._ Un Nuevo Amigo y un Gran Estómago (1/2)


Érica se demoró un poco en el baño. Liliana le había dicho el día anterior que no probara el batido de ojos de crucrujilos, y en ese momento sentía que su intestino le decía "ella te lo dijo. Te lo dijo y tú no le hiciste caso, maldita".

Abrió la puerta del baño y la cerró rápidamente tras de sí, avergonzada de que otra gente oliera un poquito de lo que había hecho ahí. Luego avanzó por la fuente de soda buscando a Liliana, pero no la encontró por ningún lado. Extrañada, fue a preguntarle al dueño del local, el mismo que les había servido sus platos.

—Se fue de un momento a otro— le explicó a la chica— Parecía apurada.

Érica no lo creyó al principio. Pensó incluso que el noni le estaba jugando una broma, pero este se veía indiferente, tanto así que se limitó a pasarle la cuenta, nada más. La chica miró los números en el papel por largo rato, sin procesar nada de la información. Luego de pagar, salió a buscar a Liliana.

En la calle miró en todas direcciones, pero solo halló nonis y unos cuantos esclavos humanos, ninguna chiquilla baja de pelo largo. Su estómago se encogió mientras pensaba en distintas razones para salir sin avisar. Estuvo varios minutos simplemente mirando, esperanzada de que la próxima vez que giraba su cabeza la encontraría.

Después de un buen rato apoyó su espalda en la pared y decidió esperarla en ese lugar. Se dijo que seguramente había tenido que hacer algo, que volvería en cualquier momento, que no podía haberla abandonado.

Pero esperó y esperó, y ni rastro de Liliana. Pronto pasó una hora. Érica se dijo que podría esperar más, solo un poco más, pero luego pasó otra, y aún nada. Cada minuto ahí solo servía para mermar sus ánimos.

Había temido que ocurriera algo así desde que la golpeó con su timitio. Liliana la había abandonado, había premeditado una ocasión como esa y aprovechó para huir. Érica se abrazó a sí misma. Pensó en el tiempo que pasaron juntas después del golpe. Aún con algo de esperanzas, se dijo que Liliana había tenido varias oportunidades de huir. Mas, tras pensarlo un poco más, se dio cuenta que no era el caso; hasta entonces habían estado solas en el desierto o pasando el rato en un pueblo. Érica se dio cuenta que Liliana probablemente había temido huir en un lugar tan chico, solo para que ella la encontrara y se vengara.

—¿Lili pensó que yo iría tras ella para hacerle daño?— se preguntó.

Quería decirle que estaba equivocada, que ella nunca haría algo así. Quería decirle que tenía el derecho de irse por su cuenta cuando quisiera, pero ya no podía decirle nada. Nunca más podría hablar con ella.

De pronto un noni la pasó a llevar con su codo. Érica no le tomó importancia, aunque reparó en que ese lugar era incómodo. No había querido moverse por si Liliana regresaba, pero...

Agachó la cabeza, triste al darse cuenta de que su compañera no iba a regresar. Por supuesto que no iba a regresar. Triste, se marchó a otro lugar. Se dirigió a una plaza de por ahí cerca y se sentó en un banco para recapacitar.

—Lili me abandonó— se dijo, consternada.

Recordó sus conversaciones, sus risas, sus discusiones. Solo habían estado juntas dos semanas, pero se sentía como media vida.

No pudo evitar recordar amistades anteriores. Siempre era lo mismo; llegaba a un lugar nuevo, hacía amigos, estos descubrían su fuerza y al principio se entusiasmaban de lo que podría hacer. Luego se daban cuenta de que esa fuerza podía causar desastres, se alejaban de ella, la despreciaban y la instaban a irse. Cuando Érica intentaba quedarse, la tensión aumentaba, el desprecio se transformaba en maltrato y el maltrato era contestado con violencia. Érica se miró las manos, las mismas con que había matado a tantos de sus anteriores amigos, algunos por accidente, otros con satisfacción.

Suspiró, abrumada. Nunca había querido hacerle daño a alguien tan cariñosa, amable y agradable como Liliana.

—Quizás es bueno que se haya ido en vez de enfrentarme— pensó Érica.

Ese pensamiento no la alegró ni un poco, pero la ayudó a calmarse y a aceptar la huida de Liliana.

Intentó hacer memoria de sus últimos amigos, pero no recordaba. El año pasado había hecho buenas migas con compañeros de curso, pero después de un par de accidentes, terminaron odiándola como todo el resto. Recordó más atrás, pero siempre era lo mismo. No recordaba a ningún amigo, un buen amigo, alguien con quien hubiera podido mostrarse tal y como era, alguien con quien quisiera compartir de cuando en cuando, que le interesara como persona y no solo por su apariencia. Ya tenía 18 años y dudaba que encontrara a alguien así. Sus amigos desaparecían y su papá estaba escondido en un lugar imposible. Nuevamente, Érica estaba completamente sola.

Se quedó ahí sentada bastante tiempo, pensando. El sol cambió de dirección, su estómago comenzó a rugir de nuevo y se dio cuenta que el mundo seguía moviéndose a pesar de que ella estaba quieta. Harta de todo ese desprecio, cerró su corazón y se puso de pie, lista para lo que fuera.

En ese instante Papel surgió desde sus ropas, se encaramó a su cabeza y comenzó a olfatearle el pelo, como si buscara insectos que pudiera comer. Esto le hizo cosquillas, pero en ese momento no tenía ganas de reír, así que lo agarró con una mano para quitárselo.

—Ahora no, Papel. Vamos, tenemos que encontrar a mi papá.

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Acompañada solo del animalito, se dedicó a deambular por la ciudad sin un rumbo claro. Sabía que para saber del paradero del mago tendría que comenzar por preguntar a la gente, pero la sola idea de hablar con desconocidos la llenaba de ansias y la hacía ponerse nerviosa. Después de recibir tres vagos "no sé", sentía que iba a desmayarse de agotamiento. No es que estuviera cansada, pero algo dentro de sí se había acabado, definitivamente, y necesitaría un tiempo para recuperarlo. Le gustaba llamarlo su "Energía social".

Caminó sin rumbo fijo, apenas con una vaga idea de su objetivo y con su energía social casi completamente agotada. El pesimismo que la inundaba no era de mucha ayuda en ese momento: cosas como "nadie me quiere ni me querrá hasta mi muerte", "nunca encontraré a mi papá", "el Encadenador me encontrará y me matará cualquiera de estos días" le hacían difícil mantenerse caminando. La única razón para no tirarse al piso y quedarse ahí era simplemente que se aburriría.

El cielo seguía violeta, los edificios eran enormes, los nonis caminaban balanceando sus amplios pechos y Érica sentía que nunca encontraría a su padre. Estaba a punto de resignarse a la autocompasión por el resto del día, cuando de pronto, una cadena dorada apareció desde su pecho.

Al principio se desconcertó. Se tensó, pensando que el Encadenador debía estar cerca. Se preparó para un ataque sorpresa, miró en todas direcciones, pero no lo encontró. Finalmente siguió la cadena con sus ojos; viajaba a través del aire hacia la izquierda. No estaba tensa, pero no caía al suelo. Érica se preguntó si sería una ilusión, así que estiró su mano y, para su sorpresa, la agarró sin problemas. Fuera de que no pesaba nada, parecía una cadena común revestida de oro.

De súbito advirtió a alguien frente a ella corriendo con todas sus fuerzas. Al subir la mirada, notó que un muchacho humano huía desesperado de algo, desde el callejón de la izquierda hacia el lado contrario. Más importante, Érica se fijó en que el otro extremo de la cadena estaba atado a su pecho. La cadena se marchó con él, al mismo tiempo que dos nonis forzudos pasaban persiguiéndolo.

Érica se quedó plantada en su lugar, desconcertada. Luego se sacudió la cabeza, se obligó a reaccionar y echó a correr tras los nonis. No quería hacer suposiciones apresuradas, así que saltó junto a la pared de un edificio y extendió el timitio desde sus manos como cientos de agujas para pegarse, como hacían los bichos. De esa manera se dio impulso y saltó de nuevo hacia la cima. Desde lo alto siguió a los nonis y al extraño chico de la cadena. Esta desapareció en algún momento de distracción. Érica la buscó por todos lados, pensó que quizás podría haberse descolgado de sus pechos, pero en verdad lo dudaba.

—No importa, después le pregunto a este tipo— se dijo.

Los nonis rápidamente alcanzaron al muchacho a mitad del callejón y comenzaron a golpearlo brutalmente. Érica pensó al principio que eran policías en persecución de un ladrón, pero pronto se dio cuenta que no eran más que dos matones abusando de un pobre desgraciado. Sin pensar en lo que hacía, saltó hacia los nonis, agarró sus cuernos al vuelo y estrelló sus caras contra el piso.

El de la derecha se sacudió rápido el golpe y se puso de pie para enfrentarla. La brika le mandó un codazo que lo arrojó contra la pared contraria y lo hizo dormir. El segundo intentó atacarla por la espalda, pero ella le agarró el brazo, lo impulsó sobre su cabeza y lo azotó contra el suelo con un potente estruendo. Esta vez ninguno de los matones se puso de pie.

Habiendo acabado con ellos, se giró hacia el chico. Entonces reparó en que este se hallaba bastante maltrecho por la paliza que había recibido: su nariz y boca sangraban abundantemente, su ojo derecho tenía una marca morada bien grande y se le veía un corte muy feo en la oreja. Érica mostró los dientes con sorpresa y algo de asco, mas el chico no se ofendió. Estupefacto, miró a los nonis tirados en el piso, luego a Érica. Le preguntó con la mirada si debía considerarla una amenaza. Su cuerpo tenso le mostró a Érica que estaba preparado para ponerse de pie y correr de ella si era necesario. Ella, como respuesta, le tendió una mano.

—Cielos, te dejaron horrible.

El chico aceptó su mano y se puso de pie, aún sorprendido.

—Gracias...— le espetó.

—Ven, vamos a arreglarte— lo guio Érica.

El chico se quedó ahí parado, sin saber qué hacer. Érica se volteó y lo miró un rato, extrañada de que no la siguiera. Entonces el chico avanzó hacia ella, pero al hacerlo sus ojos se cerraron solos y cayó al piso como una tabla.

—¿Ah?

Érica se le acercó, extrañada. Lo volteó para mirarle la cara, y aliviada, se dio cuenta que seguía consciente.

—¿Qué te pasó?— le preguntó.

—Comida...— masculló él, moribundo.

—¿Comida? ¿Tienes hambre?— se extrañó Érica.

—Mucha hambre...— contestó él.

—Oye, no te me vayas.

Meditó un poco si debía ayudarlo o no, mas al verlo tan débil esa pregunta se volvía tonta. Rápidamente lo cargó sobre sus hombros y lo llevó a la cima de un edificio, donde los matones no pudieran encontrarlo. Luego bajó y se dirigió a una farmacia a comprar un botiquín y luego a una tienda a comprar sándwiches y jugo. Al volver al techo del edificio, el chico seguía despierto.

—¿Cómo te sientes?— le preguntó, mientras dejaba el botiquín en el suelo y le pasaba la bolsa con sándwiches.

El chico miró la comida como si fuera un tesoro. No se atrevió a preguntar, simplemente abrió las envolturas y se echó los sándwiches a la boca con los ojos llorosos de la emoción. Por mientras, Érica desinfectó sus heridas y lo parchó. Cuando el muchacho terminó de comer, resistió un repentino llanto de alegría con un largo puchero. Luego respiró hondo.

—Gracias— dijo con la voz quebrada— Estaba muerto de hambre.

—Sí, se nota. No recuerdo haber visto a alguien comer tan rápido.

El chico la miró con una leve sonrisa en su cara.

—Ya me has salvado dos veces ¿Cómo puedo pagarte?

Mas Érica le restó importancia con un gesto de la mano.

—No pienses en pagarme. Aunque me gustaría saber ¿Qué le hiciste a esos nonis para que te odiaran tanto?

El chico agachó la cabeza, recordando experiencias no tan agradables.

—Me separé de mi antiguo dueño y parece que no le gustó.

Érica asintió. En verdad solo quería asegurarse de que no estaba ayudando a alguien que se mereciera esa paliza.

—¿Eras un esclavo?— continuó ella.

—Sí. Vengo de Madre, es un mundo que se conectó hace poco al resto de la Red.

—Sí, lo sé. Yo también vengo de Madre.

—¿Ah?— el chico volvió a sorprenderse— ¿En serio? Pero si en mi mundo no había nadie tan fuerte como tú.

—¡Nfh!— exclamó ella.

Se cruzó de brazos, fingiendo indignación.

—Ah, perdona. Tú me creíste, está mal que yo ponga en duda tu historia— se disculpó él— me llamo Arturo, muchas gracias de nuevo por todo lo que hiciste.

—¿Arturo?— exclamó ella, consternada.

—Sí ¿Ocurre algo?

—No, es que pensé que ese nombre ya no se usaba. Yo me llamo Érica. Gusto en conocerte.

Se estrecharon las manos, contentos de encontrar a alguien más de su mundo. Arturo era un chico de voz suave, de ojos cansados y contextura delgada.

—Dime ¿Eres así de nacimiento?— le preguntó el muchacho.

—Sí, siempre he sido hermosa— bromeó, esperando que eso le levantara los ánimos— fuerte también, por si te lo preguntabas.

Arturo sonrió, divertido. Érica se sintió un poco mejor y también se atrevió a sonreír.

—También eres muy bonita, es verdad— reconoció Arturo.

Érica abrió mucho los ojos, desconcertada.

—¡Un chico me dijo bonita!— exclamó.

En sus 18 años, no recordaba que un chico le hubiera dicho eso, que no fuera su papá. Aunque ella había sacado el tema, no pudo evitar ponerse roja como el trasero de un noni.

—Pero es increíble ¿O sea que siempre has sido igual de fuerte?— sin preguntar, tomó uno de sus brazos y presionó en sus músculos.

Érica se puso nerviosa por el contacto físico, pero evitó quitárselo.

—Ah... ah... no. Me he hecho más fuerte con los años— contestó— como cualquier persona, supongo. Solo que por cien.

—¿Cuánto puedes levantar?— inquirió el chico.

—Eh... no sé, nunca he tratado.

—¿Tu fuerza está distribuida en igual proporción a una persona normal a través de todo tu cuerpo o hay partes más dotadas que otras? ¿Haces ejercicio? ¿Cómo reaccionan tus huesos y ligamentos ante tal fuerza? ¿Qué hay de tus órganos?

—¡No sé!— alegó.

Terminó quitándole su brazo a Arturo.

—No... no sé. Nunca he estudiado a fondo mi cuerpo— contestó.

—Ah, disculpa ¿Te incomodé?— el chico se pasó una mano por el pelo— lo siento, es que me dio curiosidad.

—No, no, está bien— Érica se miró los pies— nunca me había preguntado nada de eso, para mí es lo normal, pero ahora me parece interesante.

Miró a Arturo. Sus ojos antes se notaban cansados y sin vida, pero ahora la miraban con una penetrante atención.

—Eres fascinante— le aseguró él.

Érica volvió a ponerse roja.

—Jeje... gracias, creo.

—¿Conoces el origen de esta fuerza?

—Ah... ¿Genes?

—¿Genes?— repitió el chico, consternado.

—Mi papá es mucho más fuerte que yo. Le he preguntado sobre el tema, pero me dice que no tiene idea por qué es así.

—¿Y tu mamá también es fuerte?

—No sé, murió antes de conocerla.

Entonces Arturo se detuvo, impactado.

—Ah, perdón...— hizo una pausa para tomar un respiro— Disculpa, tengo esta mala costumbre de preguntar mucho.

—Está bien— no le pareció una mala costumbre— supongo que ahora mucha gente quedó huérfana por la invasión a Madre ¿Tú tienes familia?

—Espero— comentó sin mucho ánimo— dos hermanos y una mamá... y, bueno, una amiga muy querida.

Érica asintió, sin atreverse a preguntar más para no tener que oír ninguna historia melosa. Le caían mal las parejas de novios.

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