20._ El Fin de la Fantasía de Liliana


El viaje en el bus volador fue largo y extenuante, pero ocurrió sin problemas. La nave cruzó el desierto, atravesó altas montañas y amplias estepas. Después de un par de horas, a través de la ventana vieron aparecer un valle azul; kilómetros y kilómetros de estepa cubierta de pasto y flora. Ya habían visto unos parques con plantas de ese color, pero no dejaba de impresionarles. No mucho después, por el horizonte se encontraron con una enorme masa roja que cubría el suelo. Al principio les pareció una manta inmensa, mas al acercarse un poco más, notaron que tenía olas salpicando y barcos navegando sobre su superficie.

—No puede ser— saltó Érica— ¡¿Es el mar?! ¡¿Y es rojo?!

—Un mar rojo de verdad— musitó Liliana— Este mundo sí que es increíble.

Las olas rompían en la costa, aves extrañas cruzaban el aire planeando en la misma formación de "V" que hacían en Madre. La idea de algo tan básico y presente como el mar las hizo sentir más cerca de casa y más cómodas.

--------------------------------

Después de unos minutos aterrizaron Bivifera, una ciudad portuaria, próspera y llena de vida. El bus las dejó en algún lugar cerca del centro, en la agencia de viajes les dieron un mapa turístico que les fue de mucha ayuda.

Luego de salir de la oficina de la agencia, las niñas pudieron contemplar a la ciudad de Bivifera en todo el esplendor de su rutina; las calles grandes llenas de autos, las naves voladoras pasando sobre sus cabezas, los edificios altos, robustos y antiguos, cubiertos de mugre y excremento de una especie de peces voladores que se posaban en lugares altos. La gente transitaba a montones por las veredas, los nonis se chocaban los hombros y se arrollaban entre sí, sin siquiera mirarse ni mostrar un resto de consideración, los vendedores y dueños de tiendas se plantaban en medio de las pasarelas, bloqueando el paso a la gente para que pusieran atención a sus productos. Bivifera era una ciudad grande con mucho de todo, pero al mismo tiempo estaba colmada de gente violenta, irrespetuosa y aprovechada, justo como le gustaba a Érica.

—¿En serio te gustan las ciudades así?— se extrañó Liliana.

—¡Me encantan!— exclamó Érica— No es necesario ser bueno con ningún desconocido. Si alguien hace algo que te molesta, simplemente lo empujas y ya ¿No es maravilloso?

Solo si eres la más fuerte— pensó Liliana, pero no se lo dijo para no amargarle el momento.

Precisamente en ese instante iban a cruzar la calle, cuando un auto que venía por la izquierda se detuvo de golpe, a centímetros de Érica. Al parecer no la había visto hasta casi ser muy tarde. Por eso, molesto, el conductor le tocó la bocina.

Érica, emputecida, le pateó el auto en respuesta, deformando su parachoques como si se hubiese estrellado contra un árbol. El noni se bajó, furioso. Érica abrió los brazos con coraje para demostrar su poca disposición a dialogar. Sin embargo Liliana la tomó del brazo y se la llevó rápidamente, antes que el noni pudiera decidirse a perseguirlas.

Érica estuvo a punto de reclamarle que la dejara pelear, pero se contuvo al recordar el pequeño accidente que tuvieron en el pueblo anterior.

—Érica, no puedes ir buscando peleas con todos en la ciudad— le reclamó Liliana.

—¡Él empezó!— dijo para defenderse— Además, iba a tener cuidado contigo.

Liliana se sorprendió un momento, pero se sacudió el estupor.

—Gracias, pero ese no es el punto. Si le pegas a todo el que te cae mal, solo causarás daño y sufrimiento. Además, imagínate si nos metemos en problemas con las autoridades. Tendríamos que escondernos y huir y sería un embrollo.

Érica frunció el ceño y se miró los pies, recordando momentos amargos.

—Sí, es verdad...— suspiró para quitarse el enfado— está bien, tendré más cuidado.

Liliana se preguntó a cuánta gente habría herido en su mundo por problemas como ese, pero no se atrevió a sacarle respuestas. Sonrió para hacerle ver que había hecho algo bueno. Érica se animó al verla.

Listas, continuaron su viaje por la ciudad evitando la mayor cantidad de problemas. Algunos nonis chocaron los hombros con Érica mientras pasaban por su lado, otro alzó su brazo justo frente a su cara mientras discutía por teléfono, la chica estuvo a punto de quitarle el aparato y estrellarlo en el piso, pero se contuvo por Liliana.

Marcharon hacia el centro de la ciudad. Tenían que encontrar a ese mago, pero antes que eso, necesitaban comer. El viaje había sido largo y no les habían dado almuerzo.

Caminaron y caminaron por las calles, esquivando a la gente mientras buscaban con la mirada por cualquier tipo de tienda de comida. Después de un buen rato se toparon con una multitud realmente grande en la manzana de la plaza de mayor. Había tantos nonis que parecía que había un concierto o una guerra, los dos igualmente probables. Curiosa, Liliana le preguntó a un noni de por ahí.

—Señor ¿Qué está pasando aquí?

El noni la miró hacia abajo. A Érica le hacía gracia la comparación entre el diminuto cuerpo de Liliana y el tipo junto a ella.

—¿No sabes? Mañana viene la crivía, la hija del Primero— contestó, emocionado.

—¿Del primer qué?— inquirió Érica

—El primer noni, por supuesto— explicó el sujeto— ¿Quién más? El actual emperador, el Primero, Tur'non Rialal ¿No lo conocen?

—¡Claro, "el Primero"!— exclamaron ambas. Recordaron que Ungrar también lo había llamado así.

—¿Entonces vendrá la hija de Tur'non?— preguntó Liliana.

—Así es; Fir'non. Ella es muy fuerte y tiene su propia múnima.

Érica miró a Liliana, curiosa.

—¡Como t...

Pero Liliana le tapó la boca antes que la delatara. Aun no sabía cómo verían los nonis a una humana portando una múnima y no quería enterarse por las malas.

—¿Y a qué viene?— inquirió.

—Al desfile de Bivifera, claro. Ella lidera el desfile, mañana pasará por aquí mismo, no puedo esperar ¿No viniste a verla también?

Liliana contestó con una sonrisa, le agradeció al hombre y se volvió con Érica.

—La hermana mayor de Cilo— indicó, con un gesto cansado— No quisiera encontrármela.

—La princesa noni— musitó Érica. Se imaginó a Tur con el pelo largo y senos— ¡Qué asco! ¡Seguro es horrible!

—¡Érica!— exclamó Liliana— ¡No insultes a la hija del Primero en medio de una multitud!

—¿Qué importa? Ellos no se fijan en la cara, solo en los músculos— alegó.

Liliana supuso que no podía discutir con eso.

La preparación para el desfile no les llamaba nada la atención, no con los estómagos vacíos, así que esquivaron al gentío para rodear la plaza mientras buscaban tiendas de comida. No se querían alejar del centro aún, pues asumían que ahí habría más información sobre el mago, pero la sorpresiva fiesta dificultaba la tarea: se moverían más lento y no podrían distinguir a alguien de una multitud tan fácil como en un día normal. Tenían que planear su búsqueda.

Pronto encontraron una fuente de soda de dudosas condiciones higiénicas, donde se metieron y pidieron ambas cualquier cosa que fuera digerible por seres humanos. Les llevaron dos platos con grandes pedazos de carne azul oscuro con una especie de pastel salado viscoso y de olor fuerte. Érica se zampó su plato apenas llegó, sin cuestionar ni un poco sus orígenes, mientras que Liliana lo examinó largo y tendido antes de rendirse al hambre y probarlo. Para su sorpresa, no estaba tan mal. La carne era algo dura y el pastel salado le irritaba un poco la nariz, pero el sabor le agradó. Poco después de terminar, Érica se puso de pie.

—Espérame, tengo que ir a cagar.

—¡Eeeek!— exclamó Papel.

—¡Érica, por Padre!— exclamó Liliana.

La brika se marchó a toda prisa. Liliana miró a Papel, quien reposaba en el asiento entre ambas. Le dio un poco de su carne, que él tomó y devoró. Le dio un poco de pastel, pero el animal cerró la boca y miró a otro lado, sin ganas de probarlo.

—Ay ¿Qué voy a hacer contigo?— inquirió Liliana.

Por toda respuesta, Papel se acurrucó en su puesto y se puso a dormir. Al quedarse sola, Liliana comenzó a mirar por todos lados, pero adentro del local no había un lugar cómodo para la vista. Giró su cabeza hacia la entrada y se quedó contemplando el exterior de la fuente de soda, a través de la puerta. La gente pasaba caminando, algunos se detenían a mirar el interior y las fotos de los distintos platos que se servían ahí, la mayoría simplemente seguía de largo, ignorando el lugar completamente. La jovencita tampoco se fijaba mucho en ellos. Pensó en Brontes y Érica, en lo que harían luego ese día y el resto de la semana. Pero de pronto todos esos planes se vinieron abajo.

Papel se despertó de súbito y miró también a la entrada. Un curioso tintinar de cadenas le llamó la atención, se preguntó de dónde venía.

En ese momento un chico humano apareció en su vista. Paseaba por la vereda al exterior del local, indiferente a la mayoría de los estímulos a su alrededor. Era un muchacho flaco, de pelo descuidado y ojos cansados, uno que Liliana conocía muy bien. Incluso si hubiese tenido su cara tapada, Liliana lo habría reconocido de inmediato por la forma suelta y despreocupada de caminar.

Todo su ser se paró en seco al notarlo frente a ella. La persona con quien había crecido, con quien había celebrado sus mayores victorias y llorado sus más grandes penas simplemente pasó de un lado a otro.

—A...— dijo en un hilo de voz. Tiesa, porque pensó que nunca volvería a decir su nombre— Ar... Arturo...

Un segundo transcurrió, dos, tres. Desconcertada, se dio cuenta que seguía sentada y que Arturo ya se había perdido de vista. Tenía que hacer algo rápido antes que lo perdiera por completo.

Sin pensar, dejó el vaso en la barra, se bajó del asiento de un salto y echó a correr hacia la salida.

Pero ahí se detuvo ¿Y Érica?

Dio media vuelta. Érica aún no salía del baño ¿Cómo le explicaría? ¿Cómo hacerle entender, antes que Arturo se marchara del todo?

No podía, era uno o el otro. Liliana tuvo que decidir, rápido, antes que perdiera su oportunidad. Decidió salir de la fuente de soda. Tenía que encontrarlo, aunque le costara la vida.

—¡Arturo!— gritó, sin importarle asustar a la gente alrededor.

Miró en la dirección en la que el chico se había marchado. Justo ahí había un cruce de calles relativamente grandes, con mucha gente yendo y viniendo, muchos autos, muchas naves voladoras haciendo ruido y distrayéndola. Liliana avanzó un poco hasta la esquina, ahí miró en todas direcciones, pero no lo encontró.

—Arturo...— musitó, desesperándose.

Rápidamente la frustración de no hallarlo comenzó a cernirse sobre su agitado corazón. Lo había visto justo frente a sus ojos, no podía ser una ilusión. Tenía que encontrarlo.

Pero no lo veía por ningún lado. Echó a correr en una dirección, con nada más que Brontes en su pecho y una mísera corazonada.

—¿Dónde estás? ¿Dónde estás?— rezongaba para sí, mientras eludía a los grandes nonis, avanzaba a zancadas y miraba en todas direcciones al mismo tiempo.

Pero mirara por donde mirara, solo había cuerpos grandes y rojos moviéndose perezosamente. Ocasionalmente un humano, pero pocas veces un muchacho varón, y ninguno era el que buscaba. La frustración aumentaba a cada paso, junto con la certeza de que había echado a perder su última oportunidad de verlo. Sus ojos comenzaron a humedecerse, quizás por eso tropezó y se estrelló con la espalda de un policía que caminaba junto a su compañero.

Este apenas se molestó al sentir a la jovencita, pero cuando esta se disculpó y se preparó para adelantarlos, el oficial la agarró de un brazo.

—¡No puedo creerlo!— exclamó— ¡Oye, mira! ¡Es la huma que atacó al hijo del Primero!

—¡Naaaaaah!— exclamó su compañero, mientras acercaba su cara a la de Liliana para comprobarlo— ¿Estás seguro? Todas las humas me parecen iguales a mí.

—Quizás a ti, pero yo sé diferenciarlas bastante bien— se jactó el oficial. Entonces se dirigió a Liliana, su tono se volvió severo— chica, la policía de Bivifera te arresta por violencia injustificada contra una persona protegida por la ley. Ven con nosotros.

Liliana no podía entender lo que estaba pasando, o más bien no quería entenderlo y aceptar que fuera real. De pronto el oficial tiró de sus manos para conducirla a una patrulla estacionada no muy lejos. Se dio cuenta que nunca más vería ni a Arturo ni a Érica.

—No...— dijo— ¡No, esperen! ¡Por favor, no me lleven! ¡Mis amigos! ¡Tengo que reunirme con mis amigos!

Pero los policías ni le prestaron atención. Asustada, Liliana sacó a Brontes de su pecho y atacó a ambos oficiales. La hoja atravesó sus cuerpos como si fuera humo y los puso a dormir sin hacerles daño. Liliana miró alrededor, alarmada. Sabía que tenía que correr, pero no sabía a dónde. Se debatía entre ir a buscar a Arturo y huir de las miradas de los nonis.

"¡No importa, solo corre!" exclamó Brontes.

Liliana le hizo caso y huyó a toda prisa. Sin embargo, antes de avanzar tres metros, un choque eléctrico en su espalda la paralizó y la mandó al suelo. Intentó moverse, pero sus músculos no le respondían. Brontes volvió por su cuenta a su marca en el pecho, mientras que un tercer policía se le acercó desde atrás, le tomó ambas manos y la esposó.

Así de fácil habían vuelto a capturarla. Nuevamente la venderían como esclava o la dejarían en una celda. Liliana comprendió que su viaje con Érica no había sido más que una fantasía, un lindo sueño de lo que podría haber sido Nudo para ella; no era un mundo de aventuras y magia, sino una caja de abusadores esperando para atormentarla. Pero ya se había acabado esa fantasía, solo quedaba despertar y enfrentar la realidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top